lunes, 24 de junio de 2024

Partería

El nombre de la partera se extravió entre las brumas de la memoria. Vivía cerca de la casa en penumbras en donde aquella mujer -bastante bonita, menor de 30 años- dio a luz, aquella noche de niebla y lluvia ligera, que escampó y aclaró cuando el recién nacido lloró por vez primera, con un llanto recio y breve, que cesó en cuanto amainó la lluvia.

Vieja no era, experimentada sí. Había perdido la cuenta de la cantidad de criaturas que a través de sus manos habían terminado de llegar al mundo, después de su tránsito por los vientres de las parturientas. Pero creía que habían sido más niñas que niños. Y, de paso, pensaba que las niñas nacían más fácil que los niños, pues -según su explicación- ellas nacían con la bondad de sus madres, mientras que ellos eran tan ásperos y cerriles como sus padres.

Cuando la criatura, siendo hombre, se va a parecer a su mamá en el transcurso de la vida -explicaba seria, casi solemne, como si estuviera desvelando el misterio de la santísima trinidad, mientras limpiaba al niño que acababa de nacer, con una mezcla de agua hervida, agua de manantial, agua de alhucema y unas gotas de agua bendita-, nace tan fácil como una niña, la madre lo expulsa con la fluidez del río y sin una gota de dolor adicional; su trabajo de parto no dura más de lo que dura una mañana o una tarde; si acaso hasta la prima noche, cuando el muchachito o la muchachita van a nacer en el último tramo del día, antes de la media noche. En estos casos, sin falta, las dilataciones son rítmicas y acompasadas, centímetro a centímetro, al paso de cada hora… Y eso es así porque sería el colmo que también fuera duro su nacimiento, si dura será su vida en este mundo de gañanes y garañones, -remató su plática- mientras el peladito intentaba, sin lograrlo, chuparse una mano.

Con una sonrisa tan bella como toda ella, estragado su cuerpo por el parto, pero feliz su vida por el nacimiento, la mamá acarició la negrura abundante del pelo de la cabecita de su hijo, le besó los pies y las manos y la nariz y la frente, y le pareció divino el conjunto de su cara; mientras la comadrona terminaba de ponerle escarpines y manoplas, ombliguero en la barriga, gorro en la cabeza y un babero colgado del cuello; pues el resto del ajuar, que ella misma le había cosido, tejido y bordado, durante todo su tiempo de gravidez, ya lo lucía su hijito, impecable. Mientras lo acunaba en su pecho, envuelto en una mantilla, le agradeció, con su mirada profunda y con las palabras gracias, muchas gracias, y las lágrimas que encharcaban el verdor de sus ojos, a la partera, por su atención y por las palabras que había dicho mientras aseaba y vestía a su hijo.

La comadrona la miró, le sonrió, se sentó en el taburete frente a la cama. Le dijo que le buscara al niño un nombre que a ella le inspirara amor. Le explicó brevemente lo que a su hermana Ninfa -que estaba en la cocina preparándole las primeras aguas que debería tomarse para un buen puerperio- le había explicado con detalle en materia de bebidas y comidas, cataplasmas, sobijos y masajes, baños y cuidados, para ella y el bebé. Y le prometió que regresaría mañana temprano, para examinarla y ayudarla en lo que fuera menester. El niño, satisfecho, eructó por primera vez en su vida, soltando el pródigo pecho de su madre, que rezumaba leche con una abundancia semejante a su alegría. Y se quedó profundo, hasta el otro día, cuando la partera regresó.

Era viernes. Le tocó despertarlos a ambos, madre e hijo, para que hicieran lo que era debido: él, comer, libar la leche que se derramaba en los pezones de su mamá; ella, darle de comer a él, y luego levantarse sin prisa, bañarse lentamente y alternadamente con agua tibia y agua fría, desayunar con deleite, vestirse con ropa limpia y planchada, asear a su bebé y cambiarle la ropa; y salir con él, oliendo a limpio los dos, a tomar el sol, que los esperaba a través de la ventana de la cocina, abundante, para que no tuvieran que salir al patio.

Cuarenta días después, la comadrona sonrió con alegría antes de marcharse. Sus visitas habían concluido. El niño que no lloraba, como ya lo conocía toda la gente, se paseó en los brazos de su madre y de cuanta mujer quiso cargarlo, por todas partes del caserío. Todos, sin falta, con excepción de los niños más pequeños, opinaron que el pelaíto estaba bonito, pero que lástima que fuera mudo. Cada vez que alguien lo dijo, la mamá sonrió, se asustó, lloró, se preocupó, se esperanzó, pensó que ojalá no fuera así, y que, si así fuera, pues alguna cosa se le ocurriría a ella para que la vida de ese muchachito tan lindo, al que ella tanto quería, no fuera a ser tan dura como la vida que a ella le había tocado…

Y lo hizo: cuando su hijo tenía dos años y nada que hablaba, lo llevó al médico. Rogó y esperó cuanto fue necesario en la sección de caridad del hospital del pueblo, hasta que logró que un médico lo examinara. Y, para su felicidad, el médico le dijo que el niño no tenía nada, que esperara, que pronto iba a hablar de corrido… Tres días después, cuando ella estaba preparando un caldo de papa y pollo y una arepa de maíz, para su desayuno; y una colada de avena, un huevo cocido y un queso pasado por agua hirviendo, para su hijo; oyó aquella voz que, desde ese día, sería su voz favorita, la voz que la haría reír y llorar, la voz que haría que su vida fuera menos triste: la voz de su hijito, diminuto él, bello, aprendiendo a caminar, que desde el doblez de su falda le decía que buenos días, que tenía hambre y que mucho la quería.*


*Este relato está basado en hechos reales. Se omiten nombres, lugares y circunstancias especiales.

En diciembre de 2023, por decisión de la 18ª sesión del Comité Intergubernamental para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, de la Unesco, la “Partería: conocimientos, habilidades y prácticas” fue inscrita en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

lunes, 17 de junio de 2024

 Candó
Algo de historia de la televisión en el Chocó
-A propósito de los 70 años de la televisión en Colombia-

Afiche promocional de Candó, 1969 (IMDb). Portada de presentación, con Ana Mojica en primer plano (IMDb). Judy Henríquez y Julio César Luna en Candó (IMDB). Leonor González Mina. (Sonolux)

La televisión colombiana cumplió 70 años este jueves 13 de junio de 2024. Fue establecida por el gobierno militar del General Gustavo Rojas Pinilla, quien para su funcionamiento creó la Televisora Nacional como una dependencia de la Oficina de Información y Prensa del Estado, ODIPE; ya que, “en sus orígenes, la televisión en Colombia tuvo un doble propósito. El primero, manifiesto: promover la nacionalidad a través de la educación y la cultura; el segundo, tácito: ser un mecanismo de control social y propaganda política del Gobierno militar, que buscó y consiguió ascendencia popular mediante obras de infraestructura y asistencialismo social”[1] a todo lo largo y ancho del territorio nacional.

“El Gobierno, con facilidades de pago y a precio de fábrica ($ 354), ha vendido en solo 15 días cinco mil aparatos. Y cree dejar instalados 50.000 en total en este año”, anotaba una publicación de la época, en enero de 1955,[2] o sea, seis meses después de inaugurada la televisión. A la par, se avanzaba -como si se tratara de la obra de mayor trascendencia para el desarrollo y la transformación nacional- en la instalación de un sistema de 14 estaciones repetidoras, que garantizaran la recepción de la televisión más allá de las inmediaciones de Bogotá y el altiplano cundiboyacense. La repetidora de Chocontá (Cundinamarca) terminaría siendo famosa en todas las regiones, pues de su buen funcionamiento dependía gran parte de la cobertura nacional y desde ella se generaron las primeras transmisiones vía satélite, como aquellas mediante las cuales más de medio país vivió y celebró la llegada del Apolo 11 a la luna, en 1969, o la meteórica y heroica carrera boxística de Antonio Cervantes, Kid Pambelé, el primer colombiano en ganar un campeonato mundial de boxeo.

Los televisores vecinales de Quibdó

El “pequeño paso para el hombre” y “gran salto para la humanidad”, como resumió el astronauta estadounidense Neil Armstrong aquella primera vez que un ser humano (él mismo) pisó la superficie de la luna, lo vimos decenas de muchachos, muchachitos, jóvenes y adultos, en las salas de las únicas casas de los vecindarios de Quibdó en donde había televisor, aquel domingo 20 de julio de 1969. En mi caso, en la casa de la familia Velásquez Ayala, es decir, la familia del gran intelectual chocoano Rogerio Velásquez Murillo. Allí, un muchacho alto me alzó en peso y me trepó hasta lo más alto del protector de hierro exterior de la ventana de la casa, desde donde se podía divisar bien el pequeño televisor frente al cual se abarrotaba medio centenar de personas, en una sala en la que ya no cabía más gente y por eso había sido necesario llenar también la ventana, el andén y la puerta de acceso…, tal como ocurría a la misma hora en otros vecindarios y otros televisores.

“…Para la época, en Quibdó -recuerda Elías Córdoba Valencia, gestor cultural, musicólogo, maestro y agrónomo quibdoseño- la mayoría de las casas no tenían televisor y había un televisor por cuadra si acaso -qué sé yo-, entonces la gente se reunía en una casa. Quibdó era un pueblo muy seguro y este concepto de familia extensa, del vecino, funcionaba muy bien; entonces, había ciertos programas que convocaban a la gente y las puertas se abrían y la gente incluso desde la reja [de la casa] veía la televisión en las casas donde había; todavía a blanco y negro, por supuesto, televisores muy pequeños, sin control remoto…”[3].

“Allá en la selva adentro del Chocó hay un caserío…”[4]

Dieciséis días antes de aquel acontecimiento mundial, otro acontecimiento marcó la historia de la relación entre la televisión nacional, la ciudad de Quibdó y la región del Chocó. El viernes 4 de julio se había transmitido el capítulo final de Candó, la primera telenovela colombiana cuyo escenario era el Chocó y en cuyo reparto aparecieron las dos primeras personas negras que desempeñaron un papel dramático, así fuera menor, en la televisión colombiana: Leonor González Mina, quien ya había sido bautizada por su disquera como La negra grande de Colombia, y Jenny Mena, una talentosa y hermosa chocoana que había sido también bailarina de un grupo de danzas folclóricas creado en Quibdó por la gran folclorista Madolia de Diego Parra, quien a su vez había formado parte de la gira internacional de varios meses por países de Europa y Asia organizada por los hermanos Delia y Manuel Zapata Olivella.

“Es un pueblo pequeño, solo hay un aserrío”[5]

Candó fue una de las primeras telenovelas escritas por Bernardo Romero Pereiro. Compuesta por 102 capítulos, el primero de los cuales fue transmitido el lunes 10 de febrero de 1969, el comienzo de Candó fue anunciado en una nota del periódico El Tiempo, de ese mismo día, de la siguiente manera:

Hoy se inicia la nueva telenovela “Candó”.

Hoy, a las 9 de la noche, la empresa realizadora RTI inicia una nueva serie de telenovela por el canal nacional, bajo el título de “Candó”, pueblito imaginario del Chocó, cuya industria principal es la explotación de maderas, manejada por muy pocos patronos. Tiene el problema del contrabando del oro, con todas las secuelas de la ambición de poseer el precioso metal. Los problemas que de este hecho se desprenden son resueltos en el sitio y a la manera de "Candó”.

 

Todo el desarrollo da para plantear una trama de gran interés que tiene acción y suspenso, casi desde el principio de la obra. Ello ha llevado a los realizadores a afirmar que esta será la “telenovela del año”.

 

Los artistas

Bajo la dirección de Eduardo Gutiérrez y con la producción de Hernán Villa, los intérpretes de esta novela nacional serán: Ramiro Corzo, Judy Henríquez, Bernardo Romero Lozano, Julio César Luna, Santiago Caicedo, el cantante Fabiano, Leonor González Mina (“La negra grande de Colombia”), Jenny Mena, Alcira Rodríguez, Darío Valdivieso, Hugo Pérez (que regresa a las pantallas después de varios años de ausencia), Luis Fernando Orozco, Ana Mojica, Stephan Proaño, el cantante Julio Cerama, Maruja Toro, Dora Cadavid, Hugo Armando y Alma Nury.

 

El libreto es de José Rodrigo[6], la música fue creada, escrita y arreglada para televisión por el joven compositor Francisco Zumaqué, hijo, y la banda fue grabada en los estudios Ingeson”.

“Allí no florece nada, ni siquiera un amorío”[7]

Candó es también una de las primeras telenovelas colombianas que recurre a temáticas de origen colombiano, incluyendo personajes y sitios de la geografía nacional. Según una historia del melodrama televisivo colombiano, escrita originalmente en 1987 y publicada hace unos días en un libro conmemorativo de los 70 años de la televisión colombiana[8], “Fernando Soto Aparicio, Bernardo Romero Pereiro y Efraín Arce Aragón son los iniciadores de las telenovelas con historias colombianas, con personajes colombianos y en lugares colombianos (a pesar de que seguía existiendo la limitación del estudio y la imposibilidad de los exteriores). Romero Pereiro escribió, en 1968, “Candó”, una historia sobre la explotación de oro en el Chocó, dirigida por Eduardo Gutiérrez...”.

“No hay risas en las caras, todo se lo llevó el río”[9]

Candó fue, además, la primera telenovela en la historia de la televisión colombiana que se promocionó a la manera de un producto comercial, con publicidad por fuera de la televisión misma y de los periódicos. “Lo que años más tarde se convertiría en un producto alrededor del cual se mueven grandes inversiones, tanto en la infraestructura necesaria para su realización, como en la pauta publicitaria, en ese entonces era el resultado de un grupo de personas que se movían más en el terreno del arte que en el de los negocios. Sin embargo, hacia 1968 podemos ver cómo la preocupación por comercializar la telenovela va naciendo. En efecto, “Candó” es la primera telenovela a la que se le hace publicidad callejera en forma de afiches como los que se utilizan hoy día para anunciar las corridas de toros o las peleas de lucha libre”[10].

“Un sendero conduce al monte, el monte conduce a nada”[11]

Es claro que Candó se constituye en un acontecimiento en la historia de la telenovela y el melodrama televisivo en la septuagenaria televisión colombiana, por los aspectos antes anotados. Sin embargo, para el Chocó y Quibdó, y para su población negra, e incluso para el conjunto de la población negra, afrocolombiana, raizal y palenquera del país, es también un hito histórico en cuanto a las formas y contenidos de la representación de la vida, de la historia, de la geografía, de estas sociedades y estos pueblos; que, con todo y su reconocimiento formal en la Constitución y en las leyes, aún no forman verdaderamente parte de la televisión como espejo de la realidad nacional, por diversos factores, relacionados con el tratamiento estereotípico de todo lo referente a la gente negra, sus culturas, sus territorios; especialmente por la falta de fundamentación rigurosa y de contextos válidos en la dramaturgia, además de la ausencia de relatos consecuentes con esta historia de invisibilización y exclusión, más allá de aquellos que obligatoriamente conducen a lo negro, como las bionovelas de cantantes, artistas, deportistas (el Joe, Pambelé, Leonor González, la Niña Emilia, los futbolistas de la Selección Colombia, etc.); a las cuales se recurre más por el éxito comercial que pueden acarrear como figuras públicas los protagonistas del producto, que por el reconocimiento intrínseco a su condición étnica y cultural, y a la historia, el contexto y la tradición a la cual estos pertenecen.

Bárbara Perea y Ramsés Ramos.
FOTOS: Pantallazos de El Guarengue,
de transmisión de El Espectador.
30.04.2023

Al respecto, en una conversación sobre Afrocolombianos en el cine y en la televisión, en la Feria Internacional del Libro de Bogotá, 2023, el actor Ramsés Ramos anotaba: “¿Qué es un afro, en este país? Para mucha gente, un afro, un negro, en este país, es un “Negro”: no tiene nombre, muy escasamente nos interesa saber de su vida, porque no hemos contado esa historia como nación; como nación, no se ha hecho un relato de nación que incluya esto como un valor fundamental en la construcción de la nación… La televisión no está ahí, porque es visto el negro como Negro, no es visto como persona. Entonces, necesitamos esto… sí, pero que ese sea un negro, ¿por qué? Porque quieren legitimar una acción estereotípica del negro que es esa. Son muy raras y contadas las ocasiones en las que podemos ver personas negras que están ejerciendo unos personajes que tienen otro tipo de connotaciones y denotaciones. Porque no se lo imaginan así”[12].

En el mismo sentido, la actriz Bárbara Perea expresó, en dicho evento de la FILBO 2023: “Sí tenemos hoy en día más actores afros en la televisión o en el cine o en general; pero, las oportunidades no son muy buenas. O sea, no siempre tenemos buenos personajes, no siempre nos están llamando para tener personajes protagónicos o coprotagónicos. Sigue siendo muy poca la presencia afro en la televisión y en el cine colombiano. Y yo creo que una parte es responsabilidad nuestra; pero, también es porque las personas que están dedicadas al casting nos tienen un poco encasillados, hay encasillamiento y sobre todo los estereotipos. Entonces, no siempre tenemos acceso a los personajes -digamos- del común, sino que tenemos más acceso a los estereotipos. Y ahí creo que, en vez de tener un avance, hemos tenido un retroceso”[13].

Elías Córdoba Valencia anota sobre el particular, refiriéndose a Candó: “La otra connotación interesante de Candó es que también es de los primeros momentos en que se ven personas afro en la televisión. Ahí estuvo Leonor González Mina, que tuvo un papel, pues, de esos papeles que eran también superestigmatizantes; y había una mujer chocoana muy conocida, que era Jenny Mena. Jenny Mena era una mujer muy querida en el Chocó y muy conocida, y también hace un papel ahí muy sencillo; porque obviamente los protagonistas eran personajes de la farándula y del jet set, como Judy Henríquez, que era una de las divas; y el otro gran galán de entonces, que era Julio César Luna, y algunos actores que después hicieron fama en la televisión, como Dora Cadavid, por ejemplo…”[14]

“La fiebre que los consume se siente en cada mirada”[15]

Además de Leonor González Mina y de Jenny Mena, otro grupo de afrocolombianos aparecía en la escena de la telenovela Candó, en calidad de figurantes o extras; casi como parte de aquel decorado que reproducía con matas, ramas y tallos de cualquier especie vegetal que a los decoradores, escenógrafos y ambientadores les diera una idea de la imagen cliché que en sus mentes tenían de la selva. Dichos figurantes eran jóvenes estudiantes universitarios que formaban parte del grupo de Cantos y Danzas Folclóricas del Chocó, de la Universidad Nacional de Colombia, entre los cuales estaba el artista y abogado quibdoseño Américo Murillo Londoño (Ameriquito), de la misma dinastía de las maestras Zully y Leonor, sus hermanas, y de los maestros Nicolás y Alexis, sus hermanos.

“Eso se grababa dentro de los estudios de la Televisora Nacional, que quedaban en la calle 24 entre 5ª y 7ª, por la Biblioteca Nacional… En esa telenovela todo era en interiores. Entonces allá estaban las ramas y otro poco de vainas, que daba la impresión de que fuera en una selva. Y ahí aparecimos varios chocoanos; trabajamos como extras, yo trabajé ahí en varios capítulos, no muchos, pero en varios capítulos aparecí yo ahí; en un papel pues que te digo que en estos tiempos de pronto yo no lo hubiera hecho… Pero, en ese tiempo, para uno que era muchacho, estudiante, la berraquera salir en televisión… Y como eso lo veían en Quibdó, entonces todo el mundo vivía pendiente de que íbamos a salir allí algunos…”, rememora Américo Murillo su participación en Candó, y añade: “uno no dimensionaba que lo cogían a uno y lo ponían en esos papeles de sirviente, porque no era sino eso: lo ponían a uno de sirviente y el negrito que está ahí en la selva y el sirviente… Y entonces, con el tiempo es que dice uno: HP, bueno, y uno cómo se prestaba para hacer esos papeles donde lo ponían a uno era de sirviente nomás… “[16].

“El hombre que se levanta, la sombra que se disipa”[17]

Américo Murillo Londoño
y Jesús Elías Córdoba Valencia.
FOTOS: Archivo El Guarengue.

Elías Córdoba Valencia evoca algunos aspectos de interés sobre el significado de Candó en la historia local y regional de la televisión, en Quibdó y en el Chocó. “Candó fue la primera telenovela, al menos que yo vi, que tenía varias connotaciones importantes. La una es que en ese entonces el Chocó no era un territorio muy visibilizado a nivel nacional; casi que el episodio cercano anterior en el que el Chocó fue noticia fue el incendio del 66 y la Huelga del 67, y casi que volvió a ser noticia por Candó. Porque Candó, el argumento de Candó, tenía que ver con una especie de pueblo ficticio -pero, pues no tan ficticio- ubicado en el Chocó, tal como nota uno que se utiliza la terminación [dó], común en nuestros casos como la significación de río. Entonces eso era Candó, con un argumento que también tenía que ver con el tema de la tala de bosques, la explotación de la madera y los consecuentes problemas de inequidad que tenía eso; también hablaba ahí un poco del contrabando del oro; sin embargo, no era un tema de cuestionamiento, sino que, pues simplemente eran las razones por las cuales el Chocó podía aparecer en algún escenario desde la mentalidad de entonces…”[18].

Este último aspecto de la historia de Candó lo confirma Américo Murillo Londoño: Candó “hablaba como de minas y toda esa cantidad de cosas, pero nada tenía que ver con lo que se había vivido en el Chocó en la vaina de la minería, que lo que había era la explotación de los gringos de la compañía minera, pero ahí no aparecía nada parecido a eso…”[19].

“La noche no trae descanso a las almas que se agitan”[20]

Etiquetar como exótico lo que no forma parte del relato nacional es práctica discursiva y frecuente en la actualidad de las redes sociales y en los medios de comunicación. Lo desconocido, lo poco conocido, lo que no se parece al estereotipo o al cliché, es considerado exótico. Con tal poder de influencia sobre los imaginarios y el lenguaje en boga que, incluso, se ha conseguido el absurdo de posicionar y vender -por ejemplo en la industria del turismo- como exotismo lo nativo, los endemismos, las peculiaridades, incluyendo las tradiciones culturales de las etnias, la historia de los pueblos y de las regiones… El autor de Candó elige inventar un nombre para su pueblo de ficción, no usa uno existente, y así se cura en salud de los despropósitos de su relato; el Chocó le sirve como referencia y como escenario porque, desde esa perspectiva, es algo ajeno, extraño, distinto y distante, al país nacional que la entonces quinceañera televisión buscaba reflejar. La selva, el oro, la madera, la gente negra, son funcionales al exotismo del relato… “En esa telenovela hay una cosa también interesante y es que en ese entonces nosotros todavía éramos mirados -como todavía hoy más o menos, pero mucho más en ese entonces- como lo exótico, lo curioso; y entonces era ese tema del Chocó como lo curioso, las dificultades, es decir, todo lo que hoy tiene por lo menos un valor diferente en torno al valor de la biodiversidad, al valor de la cultura; en ese entonces era mirado como algo exótico y casi como ajeno al país, o por lo menos más ajeno que hoy”[21].

“Gente que no cantó su gloria, gente que nunca tuvo historia”[22]

Tres meses después de inaugurada la televisión en Colombia, cuando aún el ingenioso invento -digno de las excentricidades de Melquíades- no alcanzaba a llegar al Chocó y a otros sitios separados del país por sus montañas -en nuestro caso la Cordillera Occidental, cuyas cimas serían conquistadas por la instalación de una repetidora en el alto de La Sirena-; el General Rojas Pinilla decidió repartir al Chocó entre sus vecinos ricos, que le habían endulzado el oído con su poder económico y político: Antioquia, el Valle del Cauca y Caldas, que aún incluía lo que hoy son el Quindío y Risaralda; sin fijarse siquiera en que era un departamento creado a finales de 1947, es decir, que ni siquiera alcanzaba una década de existencia. Un movimiento ciudadano de protesta, promovido por las mentes más lúcidas y comprometidas de la chocoanidad de la época, consiguió impedir el exabrupto. Primo Guerrero Córdoba, como corresponsal de El Espectador en Quibdó, y Gabriel García Márquez, como enviado especial de ese diario para informar sobre las protestas, documentaron en ese entonces lo ocurrido.[23]

“Hombre que se quemó en la brasa, carne, sudor, dolor que pasa”[24]

Tendría que pasar una década más para que al Chocó llegara la televisión y llegaran los televisores, muchos de los cuales se quemarían en el gran incendio de Quibdó del año 1966[25]. No obstante, en 1969, entre febrero y julio, a las 9 de la noche, en Quibdó, “todo el mundo corría para donde hubiera un televisor; y no solamente los que estaban en Quibdó, sino que, donde había un chocoano fuera del Chocó, todo el mundo estaba pendiente; porque al Chocó nunca lo habían mencionado en una telenovela”.[26]

“Yo creo que Candó nadie la vio solo: en ese entonces la televisión era un espacio de convocatoria social en Quibdó, por las circunstancias de la falta de popularización de los televisores, pero también por ese concepto de familia extensa y ese concepto de vecino, que estaban tan en boga y que permitían esos encuentros sociales”[27].

Ehhhh, Oéhhh, Candó, Candó / Ehhh, Candó[28]

Llovía en Quibdó aquella noche de octubre de 1972, cuando nos dieron la noticia del triunfo de Pambelé en Panamá. Estábamos viendo Campeones de la risa, con Carlitos y Silvio Dueñas, en el magnífico televisor de la sala de su casa. Y el programa lo interrumpieron para informar del acontecimiento. Ya nadie se acordaba de Candó, pero todos conocíamos a Judy Henríquez y a Julio César Luna, y empezábamos a familiarizarnos con las historias de Delia Fiallo.


A Kike Valdez y el Negro, que instalaban las antenas de TV en Quibdó.
A don Raúl Zuleta, que le fio a mi mamá nuestro primer televisor.
.

[1] Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes. 70 años de televisión en Colombia (1954-2024). Primera edición: junio del 2024. 81 páginas. Pág. 7.

[2] Revista Semana. 31 de enero de 1955. Citada en Ministerio de las Culturas…, obra citada. Pág. 8.

[3] Testimonio de Elías Córdoba Valencia, vía WhatsApp. 14 de junio de 2024.

[4] Primera línea de la primera estrofa de la letra de la canción Candó, compuesta por Francisco Zumaqué, como tema de presentación de la telenovela del mismo nombre y como parte de la música incidental que hizo para el desarrollo de la misma.

[5] Segunda línea de la primera estrofa de la letra de la canción Candó, compuesta por Francisco Zumaqué, como tema de presentación de la telenovela del mismo nombre y como parte de la música incidental que hizo para el desarrollo de la misma.

[6] José Rodrigo es uno de los seudónimos que usó Bernardo Romero Pereiro para esquivar la sombra de la fama de su padre, el gran dramaturgo Bernardo Romero Lozano, uno de los padres de la dramaturgia moderna en Colombia, en teatro, radio y televisión.

[7] Primera línea de la segunda estrofa de la letra de la canción Candó, compuesta por Francisco Zumaqué, como tema de presentación de la telenovela del mismo nombre y como parte de la música incidental que hizo para el desarrollo de la misma.

[8] Rodríguez, Clemencia. Historia del melodrama televisivo colombiano. En: Colombia en el espejo: 70 años de televisión. FES Comunicación y Universidad de los Andes. Bogotá, junio de 2024. 243 páginas. Pp. 40-99. Página 62

[9] Segunda línea de la segunda estrofa de la letra de la canción Candó, compuesta por Francisco Zumaqué, como tema de presentación de la telenovela del mismo nombre y como parte de la música incidental que hizo para el desarrollo de la misma.

[10] Ibidem. Pág. 64. Téngase en cuanta que la referencia a los afiches de tauromaquia y lucha libre tiene validez en el momento en el que fue escrito originalmente el artículo, hace casi 40 años.

[11] Primera línea de la tercera estrofa de la letra de la canción Candó, compuesta por Francisco Zumaqué, como tema de presentación de la telenovela del mismo nombre y como parte de la música incidental que hizo para el desarrollo de la misma.

[13] Ibidem.

[14] Testimonio de Elías Córdoba Valencia, vía WhatsApp. 14 de junio de 2024.

[15] Segunda línea de la tercera estrofa de la letra de la canción Candó, compuesta por Francisco Zumaqué, como tema de presentación de la telenovela del mismo nombre y como parte de la música incidental que hizo para el desarrollo de la misma.

[16] Conversación telefónica con Américo Murillo Londoño. 13 de junio de 2024.

[17] Primera línea de la cuarta estrofa de la letra de la canción Candó, compuesta por Francisco Zumaqué, como tema de presentación de la telenovela del mismo nombre y como parte de la música incidental que hizo para el desarrollo de la misma.

[18] Testimonio de Elías Córdoba Valencia, vía WhatsApp. 14 de junio de 2024.

[19] Conversación telefónica con Américo Murillo Londoño. 13 de junio de 2024.

[20] Segunda línea de la cuarta estrofa de la letra de la canción Candó, compuesta por Francisco Zumaqué, como tema de presentación de la telenovela del mismo nombre y como parte de la música incidental que hizo para el desarrollo de la misma.

[21] Testimonio de Elías Córdoba Valencia, vía WhatsApp. 14 de junio de 2024.

[22] Primera línea de la quinta y última estrofa de la letra de la canción Candó, compuesta por Francisco Zumaqué, como tema de presentación de la telenovela del mismo nombre y como parte de la música incidental que hizo para el desarrollo de la misma.

[23] Sobre esa historia, se pueden leer en El Guarengue varios artículos, entre ellos:

*Dos periodistas ejemplares: https://miguarengue.blogspot.com/2023/02/dos-periodistas-ejemplares-reinaldo.html *Una versión inverosímil de la vida cotidiana. El Chocó en las memorias de Gabo: https://miguarengue.blogspot.com/2020/11/una-version-inverosimil-de-la-vida.html

[24] Segunda línea de la quinta y última estrofa de la letra de la canción Candó, compuesta por Francisco Zumaqué, como tema de presentación de la telenovela del mismo nombre y como parte de la música incidental que hizo para el desarrollo de la misma.

[26] Conversación telefónica con Américo Murillo Londoño. 13 de junio de 2024.

[27] Testimonio de Elías Córdoba Valencia, vía WhatsApp. 14 de junio de 2024.

[28] Coro final de Candó, la canción compuesta por Francisco Zumaqué para la telenovela del mismo nombre; cuya versión posterior publicó en 1984:

"Candó"/ Francisco Zumaqué (1984)

https://www.youtube.com/watch?v=W2z7hCQsJlU

Allá en la selva adentro del Chocó hay un caserío
Allá en la selva adentro del Chocó hay un caserío
Es un pueblo pequeño, solo hay un aserrío
Es un pueblo pequeño, solo hay un aserrío
 
Ehhhh, Oéhhh, Candó
Ehhh, Candó
Ehhhh, Oéhhh, Candó, Candó
Ehhh, Candó
 
Allí no florece nada, ni siquiera un amorío
Allí no florece nada, ni siquiera un amorío
No hay risas en las caras, todo se lo llevó el río
Y no hay risas en las caras, todo se lo llevó el río
 
Ehhhh, Oéhhh, Candó, Candó
Ehhh, Candó
Eh, oéh, Candó-Oéh
Ehhh, Candó
 
Un sendero conduce al monte, el monte conduce a nada
Un sendero conduce al monte, el monte conduce a nada
La fiebre que los consume se siente en cada mirada
La fiebre que los consume se siente en cada mirada
 
Ehhhh, Oéhhh, Candó, Candó
Ehhh, Candó
Laralay lelorey, leloley ehehhloley
Ehhh, Candó
 
El hombre que se levanta, la sombra que se disipa
El hombre que se levanta, la sombra que se disipa
La noche no trae descanso a las almas que se agitan
La noche no trae descanso a las almas que se agitan
 
Ehhhh, Oéhhh, Candó, ¡¡¡Candó!!!
Ehhh, Candó
Laralay eloley, leloley ehehhloley
Ehhh, Candó
 
Gente que no cantó su gloria, gente que nunca tuvo historia
Hombre que se quemó en la brasa, carne, sudor, dolor que pasa
Gente que no cantó su gloria, gente que nunca tuvo historia
Hombre que se quemó en la brasa, carne, sudor, dolor…
 
Ehhhh, Oéhhh, Candó, Candó
Ehhh, Candó

lunes, 10 de junio de 2024

 Jeperipingoponzapa

*FOTO: X-@fornegros. Mayo 2024.

¿Sepe apacueperdapan cupuapandopo eperapamopos nipiñopos ypi hapablapabapamopos epen jeperipingoponzapa…?

Una de las diversiones más encantadoras de la infancia quibdoseña, hasta hace unos 50 años, era hablar en jeringonza entre amigos, en el barrio, en la escuela, en las caminadas y los paseos, en la calle, de día o de noche, con motivo o sin él, y en cualquiera de sus tres modalidades básicas: *Jeperipigoponzapa (y su correlato o secuela, jeferifigofonzafa), *Jechererichiringochoronzáchara, y *Chujé-churín-chugón-chuzá....

Aquella jeringonza fue siempre, ante todo, un fascinante juego del habla, un juego de palabras, y un verdadero pasatiempo, del cual nunca supimos su procedencia ni el origen de sus reglas, tampoco su antigüedad. Se aprendía -como simple lúdica lingüística- desde los primeros años de la infancia, en los andenes y las esquinas del vecindario, en los patios de la escuela primaria; y se iba perfeccionando mediante su uso frecuente entre pares o coetáneos y mediante la escucha atenta de las prolongadas y veloces conversaciones de los muchachos más grandes, quienes ya dominaban las distintas modalidades de la jeringonza y podían hablarlas todas a tan alta velocidad y con tan sinigual cadencia que había que concentrarse y afinar el oído para seguirles la cháchara y entender, así fuera someramente, los contenidos básicos de la misma...

A mediados de la secundaria (la práctica hace al maestro, ¿no?) ya uno era totalmente ducho y podía emular con los más grandes del colegio en cuanto a velocidad, cadencia, agilidad mental para responder y replicar, capacidad de conversar como si fuera en el habla normal, y no en jeringonza, en la que uno estuviera parloteando. A mayor velocidad en la dicción, más diversión, por la mayor probabilidad de despistar a los adultos (padres y maestros), que alguna vez habían hablado en jeringonza, pero ahora les costaba entenderla, por la falta de uso; y de los compañeritos o amigos más pequeños, que apenas estaban aprendiendo y tenían suficiente brega con perfeccionar su capacidad de armar las palabras mediante su división en sílabas y la intercalación correcta de pa, pe, pi, po, pu, según la regla de correspondencia con la vocal de cada sílaba...; como para lograr captar y descifrar automáticamente la totalidad de lo dicho por los expertos y raudos hablantes de jeringonza avanzada…

Con el tiempo, los pequeños lo lograrían: su velocidad de hablantes se volvería tan vertiginosa como la de aquellos a quienes emulaban y su capacidad mental de traducir a jeringonza, de modo fluido y natural, se perfeccionaría cada vez más. Hasta que llegaba un momento en el que, como si se hubiera aprendido una segunda lengua, uno descubría que estaba hablando en jeringonza con la misma espontaneidad y llaneza con las que hablaba la lengua materna…

Así las cosas, la jeringonza se transmitía y preservaba mediante procesos colectivos e informales de aprendizaje, que se daban en la conversación cotidiana, de camino a la escuela o en los recreos, en los juegos de calle y en la vida de barrio, así como en la siempre divertida hobachonería de los fines de semana. Lo que podríamos considerar la estructura lingüística y la sintaxis de la jeringonza formaban parte de la tradición lúdica de la infancia. Gracias a esta tradición se mantenía la vigencia de la jeringonza y se actualizaba y difundía su uso entre los nuevos hablantes.

La jeringonza era una especie de segundo lenguaje común, que gozaba de generalizada aceptación. La locuacidad y la agilidad en el uso de la jeringonza eran motivo de hilaridad, regocijo y aplauso; sin embargo, más temprano que tarde, en cada familia y en cada curso o clase escolar, escuela o colegio, los adultos terminaban restringiendo -nunca prohibiendo- el uso de la jeringonza: estaba vedado responder en jeringonza las preguntas de la mamá o del papá, de la maestra o el maestro, sobre temas o asuntos que ellos consideraran serios; verbigracia, informar sobre un mandado o dar una lección. De resto, si uno quería, se podía pasar la vida hablando en jeringonza, con esa fluidez magnífica que ellos -para sus adentros- le deseaban a uno en inglés o francés.

¿Séchere acharacuechererdácharan cuchuruacharandóchoro echereracharamóchoros nichiriñóchoros ychiri hacharablacharabacharamóchoros echeren jechererichiringochoronzáchara …?

Lafa jeferifingofonzafa cofon la efefefe tefenifiafa lafas mifismafas refeglafas quefe lapa jeperipigoponzapa… La cosa se le complicaba a uno, sobre todo entre más niño estuviera, cuando llegaba la hora de la jechererichiringochoronzáchara… Sus reglas básicas se captaban con relativa facilidad: dos o tres explicaciones de alguno de sus avezados hablantes bastaban para entenderlas. Otro cuento era soltar la lengua totalmente hasta alcanzar esa vertiginosidad impresionante y admirable que, en un santiamén, después del saludo y la primera frase, desarrollaban verdaderas campeonas de esta modalidad, como, por ejemplo, Vichirickíchiri Duchuruechereñácharas y Rochorosichirinníchiry Lechereuchurudóchoro, ahí en la esquina de la carrera 5ª con calle 23, en la Calle de las Águilas, en límites con La Yesquita, en aquellos tiempos en los que tochorodacharavichiriáchara echerexistiriáchara Láchara Yecherescáchara.

¿Chusé chuá-chucú-chuer-chudán chucú-chuán-chudó chué-churá-chumós chuní-chuñós chuí chuhá-chublá-chubá-chumós chuén chujé-churín-chugón-chuzá?

Siempre fue un misterio para nosotros, incluso hoy, saber por qué, aunque parecía bastante más fácil que la jechererichiringochoronzáchara, dado que se trataba, en lenguaje llano, de anteponer chu a cada sílaba y separar con la pronunciación y el acento cada una de las nuevas sílabas de la palabra así formada; la chujé-churín-chugón-chuzá terminaba costándonos un poco más de esfuerzo, aunque no tanto como para que no pudiéramos alcanzar la misma fluidez de ases o de cracks que teníamos en las otras modalidades en el dominio de esta variante de la querida jeringonza, en aquel Quibdó de aquella infancia, cuando estudiábamos en la Anexa y nos graduábamos en la Normal.

Boponipitopos tipiepempopos apaquepellopos. Echereracharamóchoros fecherelichiricécheres cóchoron tácharan pochoroquichiritóchoro, chuqué-chudá chugús-chutó churré-chucor-chudar cofomofo nofos sofonrefeifiafa lafa vifidafa, y con cuánto cariño le sonreíamos nosotros a ella...

lunes, 3 de junio de 2024

 Tío Guachupecito: 
Un aporte negro a la música clásica colombiana

El trabajo original de Antero Agualimpia en Tío Guachupecito fue la base del poema sinfónico del mismo nombre, compuesto por el insigne maestro vallecaucano Santiago Velasco Llanos. Las obras de Velasco, Guillermo Uribe Holguín, Antonio María Valencia, Adolfo Mejía, Oriol Rangel, Luis Carlos Figueroa y Luis A. Calvo son fundamentales en el desarrollo de la música clásica colombiana. FOTOS: Grupo Interdís, Universidad Nacional de Colombia-Sede Medellín, con excepción de Antero Agualimpia (Archivo El Guarengue).

El 7 de junio de 1996, a las 7 y media de la noche, en el Teatro Colón de Bogotá, la Orquesta Sinfónica de Colombia, bajo la dirección del músico búlgaro Dimitr Manolov, dio comienzo a su Homenaje Póstumo al Maestro Santiago Velasco Llanos, con la interpretación de su obra Tío Guachupecito, poema sinfónico compuesto en 1964 por el Maestro Velasco, quien había fallecido hacía menos de un mes en su ciudad natal, Cali, donde había sido estudiante y posteriormente director del Conservatorio de Música Antonio María Valencia; había compuesto la música de los himnos del departamento del Valle del Cauca y de la ciudad de Cali; al igual que -en Bogotá- había dirigido el Conservatorio Nacional de Música de la Universidad Nacional de Colombia y había sido uno de los fundadores de la Universidad de los Andes.

El programa de mano entregado esa noche a los asistentes al concierto de la Orquesta Sinfónica de Colombia incluía el siguiente comentario sobre el Tío Guachupecito, de Velasco Llanos:

“No obstante que la producción sinfónica del maestro Velasco es relativamente pequeña, se trata de una parte muy significativa de su catálogo en cuanto sus obras para orquesta evidencian algunos de los aspectos más relevantes de su lenguaje musical. Velasco es considerado como un "compositor de tendencias clásicas, de corte muy preciso y gran claridad melódica y armónica". El Tío Guachupecito es una de sus composiciones de tendencia nacionalista. En ella el autor emplea melodías tradicionales del folklore chocoano, siendo el tema principal un conocido 'alabao', a partir del cual Velasco elabora diversas variaciones. La pieza transcurre como sucesión de cuadros descriptivos: lntroducción, Amanecer, Intermedio, La pesca, Romance, Danza pequeña, Maquerule y Jota chocoana. De la misma forma que el canto en el que está inspirada, esta pieza culmina en un pasaje de carácter bailable”[1].

“Con el tiempo lo bueno se hace clásico”

Un bello fragmento del poema sinfónico Tío Guachupecito ha acompañado cada hora, durante 45 años, a los oyentes de la emisora Clásica 88.5 (https://www.clasica885.com/), de Cali, cuya identificación tiene como fondo el primer minuto de esta maravillosa obra.

Esta radiodifusora fue establecida por la Fundación Carvajal, a fines de la década de 1970, por iniciativa de la eminente artista y gestora cultural Amparo Sinisterra de Carvajal, quien también dirigió el Instituto Colombiano de Cultura (Colcultura) -antecesor del ministerio- entre 1983 y 1986, y contribuyó a la fundación del canal regional Telepacífico, el cual dirigió entre 1986 y 1989.

“Con el tiempo lo bueno se hace clásico”, es el lema de Clásica 88.5, que durante casi medio siglo ha contribuido al enriquecimiento cultural de su audiencia caleña y, hace varios años a través de internet, al disfrute de públicos de cualquier lugar del país y del mundo. “Un buen clásico también es un tema de jazz... Un buen clásico también es un bolero… Un buen clásico también es una cumbia…, pregona Clásica 88.5...

Un buen clásico también es el Tío Guachupecito, el poema sinfónico (1964) del insigne músico caleño Santiago Velasco Llanos, escrito sobre un tema del músico afrochocoano Antero Agualimpia; al igual que otras dos composiciones del Maestro Velasco: la Suite para ballet Tío Guachupecito, 1960: Ballet, coro, orquesta sinfónica e instrumentos del folclor del Pacífico, de la cual se hizo un montaje a principios de la década de 1960, con la participación de Leonor González Mina y Delia Zapata Olivella, quien había sido nombrada coreógrafa titular y directora del Cuerpo de Danza del Instituto Popular de Cultura de Cali; y Tío Guachupecito con timbales (1967), composición coral para cuatro voces mixtas.

A principios de la década de 1960, como directora del Cuerpo de Danza del Instituto Popular de Cultura de Cali, Delia Zapata Olivella, con la participación estelar de Leonor González Mina y en trabajo conjunto con el Maestro Santiago Velasco Llanos, llevó a cabo la puesta en escena de la Suite para ballet Tío Guachupecito, del Maestro Velasco. FOTOS: Archivo Edelmira Massa Zapata y Sonolux.
Nacionalistas, colombianistas

El maestro Santiago Velasco Llanos forma parte de un grupo destacado de músicos colombianos pioneros en cuanto a su formación académica (Velasco estudió también en Chile y allí trabajó durante casi una década), que han sido catalogados como parte de un sinfonismo colombianista o nacionalista, cuyo valor reside en su búsqueda de consolidar -también en la música- una identidad propia de la nacionalidad colombiana. No obstante que, en la mayoría de las veces, como ocurrió con el fundador y primer director del Conservatorio Nacional, Guillermo Uribe Holguín, quien fue uno de los primeros músicos rigurosamente formados en Europa (en la Schola Cantorum, de París), no tuvieran mayor idea de las raíces indígenas y negras de dicha nacionalidad.

“Los nombres de Jesús Bermúdez Silva (1884-1969), José Rozo Contreras (1894-1976), Adolfo Mejía (1909-1973) y Santiago Velasco Llanos (1915-1997) se asocian con un estilo nacionalista de contornos sencillos y calidad espontánea que contrasta abiertamente con el de Uribe Holguín. El nombre de cada uno de ellos está asociado a una obra sinfónica colombianista… En el caso de Bermúdez Silva es su Torbellino, Santiago Velasco se hizo conocer por su Tío Guachupecito, Rozo Contreras contribuyó al repertorio con la suite Tierra colombiana y Adolfo Mejía legó la Pequeña suite. En las cuatro obras mencionadas hay citas textuales de música tradicional y, en algunos casos, hay una regresión al costumbrismo inocente del siglo XIX”[2].

Pacífico sur, Pacífico norte

En 1937, otro de los grandes músicos colombianos, el maestro Emilio Murillo, le reclamó al entonces director de la Orquesta Sinfónica de Colombia, Guillermo Espinosa, por la ausencia de música colombiana en su programación, argumentando que la misma sí era parte del repertorio “de la Banda Sinfónica Nacional que estaba entonces bajo la dirección de José Rozo Contreras”[3], otro músico excelso que, entre otras obras, organizó la orquestación definitiva del Himno Nacional de Colombia. “[Guillermo] Espinosa contestó que tanto la música del propio Murillo como la de Luis A. Calvo, entre otros compositores, serviría a futuro como fuente para la composición de obras sinfónicas, pero consideró que por el momento el grado de desarrollo cultural y técnico era insuficiente”[4].

No habían pasado dos décadas de aquel reclamo, cuando el Maestro Santiago Velasco Llanos, en calidad de director del Conservatorio Nacional de Colombia, contrató a Olav Roots, un músico de la lejana Estonia, como director de la Orquesta Sinfónica de Colombia. Y entonces:

“Tal como lo predijo Espinosa, una generación de compositores colombianos escribió varias obras sinfónicas inspiradas en el folclor nacional, que fueron interpretadas y estrenadas por la Orquesta Sinfónica de Colombia bajo la dirección del estoniano Olav Roots, dentro de las cuales se encuentran: Sinfonía del terruño, Opus 15 N° 2 de Uribe Holguín; Chirimía y bambuco sotareño, de Antonio María Valencia; Suite Tierra colombiana, de Rozo Contreras; Pequeña suite, de Adolfo Mejía; la suite El tío Guachupecito, de Santiago Velasco; Romería, de Jerónimo Velasco; Suite caucana, de Álvaro Ramírez Sierra; Sutatenza, de Roberto Pineda; Orgía campesina, de Jesús Bermúdez Silva; El trapiche, de Ramón García Cardona, pieza compuesta sobre el tema de Emilio Murillo, y Cantata campesina, de Luis Antonio Escobar, que fueron compuestas dentro del imaginario tipista nacionalista”[5].

Versiones locales y regionales de ritmos y danzas como el fandango y la contradanza, que derivaron en el bambuco y el tango, la habanera y el danzón, la danza zuliana y el merengue, se extendieron desde finales del siglo XIX por el Gran Caribe y la América continental. María, de Jorge Isaacs (1867) y El alférez real, de Eustaquio Palacios (1903) alcanzaron a dar cuenta de las músicas negras de la época; al igual que a finales del siglo XIX el Papel periódico ilustrado de Santa Fe de Bogotá había publicado indicios de la presencia negra en la música nacional… Por ello, trabajos de musicología histórica de Colombia como los adelantados por Pedro Sarmiento y Ellie Anne Duque dejan claro que, desde sus orígenes, el clasicismo nacional contiene notas étnicas, tanto indígenas como negras. Y por ello,

“No sorprende que de la zona sur del Pacífico colombiano provengan las primeras obras académicas del siglo XX con influencia de nuestra música negra. En 1937, Antonio María Valencia compuso su Canción del boga ausente, sobre el poema homónimo de Candelario Obeso, que también usó Jaime León Ferro para su propia canción. Siguiendo el ejemplo de Valencia, su discípulo Luis Carlos Espinosa compuso para coro Canción de cuna para niños negros, Cantar chocoano, y Ritmo mulato para bogas negros, que pertenece a un breve ciclo de tres canciones para mezzosoprano y piano, compuesto en 1958. Por su parte, Santiago Velasco Llanos compuso la suite ‘El tío Guachupecito’ que estrenó la Orquesta Sinfónica de Colombia en 1967. En 1947 se estrenó la zarzuela Romance esclavo, de Carlos Vieco, que regresó a las tablas de Ópera al Parque en 2019”.[6]

Lo anterior, a pesar de las concepciones en boga, que hasta hace muy poco no incluían en el canon de lo colombiano lo que estuviera por fuera de los centros urbanos de profesionalización de la música nacional. En su serie didáctica e histórica Composición en Colombia, el musicólogo Pedro Sarmiento lo explica así:

“Se puede decir que en el discurso oficial de la década de 1970 se aceptó como música folclórica las músicas de las comunidades indígenas y negras; las prácticas rurales, campesinas y pueblerinas se agenciaron dentro de la música típica; la música compuesta en las ciudades por compositores profesionales sobre géneros de la zona andina fue reconocida como música colombiana, mientras que el porro, la cumbia, la rumba o el merecumbé se clasificaron como ‘música costeña’ o ‘música bailable’. Paralelamente, la música académica fue agenciada como música clásica, culta o erudita, y se le impuso el rótulo de elitista y ‘aristocratizante’…”[7].

Desde esa perspectiva oficial de catalogación, se llevaron a cabo estudios colectivos como los adelantados por la Excursión folclórica al Chocó, de octubre de 1959, por parte del CEDEFIM -Centro de Estudios Folclóricos y Musicales-, del Conservatorio Nacional de Música, de la Universidad Nacional de Colombia; el Instituto Colombiano de Antropología y los servicios de radiodifusión de la Radiotelevisora Nacional. Este trabajo reviste gran valor histórico y documental para la región y la musicología nacional, aun con las limitaciones de la mirada académica sobre la música regional del Chocó y el Pacífico, que, sin embargo, terminó sorprendiéndolos, como consta en los relatos y artículos del mismo, que fueron publicados en 1960 en la Revista Colombiana de Folclor y en los trabajos individuales de investigadores como Andrés Pardo Tovar, a quien particularmente llamaron la atención el arcaísmo y las reminiscencias hispánicas de los cantos de romances del Baudó.[8]

Excursión folclórica al Chocó, octubre 1959.
CEDEFIM-Conservatorio Nacional de Música.
Fotos: Revista Colombiana de Folclor, 1960.
Finale

Interpretado por la Orquesta Filarmónica de Cali, con la dirección del Maestro Eduardo Carrizosa, el poema sinfónico Tío Guachupecito, de Santiago Velasco Llanos, compuesto sobre un tema de Antero Agualimpia, fue grabado en vivo en el Teatro Municipal de Cali el 23 de Octubre de 2014,[9] en el concierto de conmemoración de los 35 años de la emisora Clásica 88.5; un acto durante el cual “la Gran Orden Ministerio de Cultura [fue] otorgada a la maestra Blanca Uribe [como] un reconocimiento a su brillante carrera artística de más de sesenta años”.[10]

Si Adolfo Mejía “es el primer compositor colombiano en emplear aires afroamericanos de la costa Atlántica en una obra sinfónica”[11], Antero Agualimpia es el primer músico del Pacífico negro de Colombia cuyo trabajo inspira una obra sinfónica ampliamente reconocida como parte del proceso de desarrollo y consolidación del pentagrama clásico nacional: el poema sinfónico Tío Guachupecito, de Santiago Velasco Llanos.


[1] Orquesta Sinfónica de Colombia. Temporada 1996. Homenaje Póstumo al Maestro Santiago Velasco Llanos (1915-1996). Junio 7 - 7:30 p.m. Teatro Colón.

En: https://catalogoenlinea.bibliotecanacional.gov.co/client/es_ES/search/asset/151407

[2] Duque, Ellie Anne. Paradigmas de lo nacional en la música colombiana (1900-1950). En: El Canto de la Tierra. Música entre nacionalismo y cosmopolitismo en el siglo XIX. Programa de la Edición XVII del Cartagena Festival de Música. Enero 5 al 13 de 2023. 164 páginas. Pág. 36-39. En: https://issuu.com/fundacion.salvi/docs/15dic_festival-cartagena-2023_digital

[3] Sarmiento, Pedro. Dos caras de la música sinfónica: tipismo y nueva música. Serie ‘Composición en Colombia’-Parte 4. https://www.banrepcultural.org/noticias/dos-caras-de-la-musica-sinfonica-tipismo-y-nueva-musica

[4] Ibidem.

[5] Ibidem.

[6] Sarmiento, Pedro. Músicos negros y música africana 2. Serie ‘Composición en Colombia’ - Parte 9. https://www.banrepcultural.org/noticias/musicos-negros-y-musica-africana-2

[7] Sarmiento Pedro. Dos caras de la música sinfónica: tipismo y nueva música. Serie ‘Composición en Colombia’ - Parte 4. https://www.banrepcultural.org/noticias/dos-caras-de-la-musica-sinfonica-tipismo-y-nueva-musica

[8] La Excursión folclórica al Chocó contó con la asesoría del legendario etnólogo afrochocoano Rogerio Velásquez. Al respecto, se puede leer en El Guarengue: Entre chirimías y estudiantinas. Una mirada al folclor chocoano a mediados del siglo XX. Lunes 19 de febrero de 2024.

https://miguarengue.blogspot.com/2024/02/entre-chirimias-y-estudiantinas-una.html

Sobre Antero Agualimpia, se puede leer en El Guarengue El tesoro perdido de Tufik Meluk y Antero Agualimpia, 1a. y 2a. Parte: https://miguarengue.blogspot.com/2023/11/el-tesoro-perdido-de-tufik-meluk-y.html y https://miguarengue.blogspot.com/2023/12/el-tesoro-perdido-de-tufik-meluk-y.html

[9] Aquí puede escucharse la grabación del poema sinfónico Tío Guachupecito, interpretado por la Orquesta Filarmónica de Cali el 23 de octubre de 2014: 

https://soundcloud.com/fborrerombs/poema-sinfonico-tio-guachupecito?in=fborrerombs/sets/santiago-velasco-llanos

[10] MinCultura otorga Gran Orden Ministerio de Cultura a la maestra Blanca Uribe. 24.10.2014. https://www.mincultura.gov.co/prensa/noticias/Paginas/35-a%C3%B1os-divulgando-la-cultura-musical.aspx

[11] Duque, Ellie Anne. Paradigmas de lo nacional en la música colombiana (1900-1950). Obra citada.