28/04/2025
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21/04/2025
Francisco
El Papa que pudo
haber ido a Quibdó
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Papa Francisco ante el Cristo de Bojayá Villavicencio, 8 de septiembre de 2017. Foto: EFE. |
Dos meses antes de la visita de Francisco, la noticia tomó otro rumbo. Los encargados de la cancillería colombiana y de la nunciatura vaticana habían seguido todos los protocolos de evaluación de condiciones de seguridad, comunicaciones, atención en salud, clima, transporte, etcétera. Y el resultado para Quibdó y el Chocó no era favorable a la visita de Francisco. Se temía, por ejemplo, que en caso de una urgencia de salud no fuera posible un traslado aéreo inmediato, por mal tiempo, y la precariedad de las condiciones locales de atención no ofrecían la menor tranquilidad. Si sucediera cualquier cosa, por pequeña que fuera, podría ser imposible que la comitiva pontificia se comunicara con el interior del país, para coordinar lo necesario; pues ni los teléfonos, ni el internet, ni en general el espacio electromagnético en el Chocó brindaba seguridad alguna. Etcétera. Etcétera. Etcétera… Sin buscarlas mucho, fueron apareciendo una a una las razones por las cuales llevar al Papa Francisco hasta Quibdó no era una buena idea. Por lo menos en esta ocasión.
Por todo ello, se descartó incluso un sobrevuelo en helicóptero en el que también se había pensado, para que el Papa Francisco viera desde las alturas el poblado de Bellavista y la nueva población de Bojayá, Quibdó y algunas otras poblaciones, con los asentamientos étnicos proporcionalmente más numerosos del país, estadísticas lamentables de bienestar y desarrollo, y los tristes datos de muerte, violencia generalizada, desplazamiento forzado, producidos por el conflicto armado interno colombiano y su enorme degradación en estas tierras de naturaleza pródiga y exuberante, y de fe inquebrantable; donde un enfrentamiento entre paramilitares y guerrilleros había producido una de las peores masacres de la historia de dicho conflicto: la masacre de Bojayá, a la cual había sobrevivido un Cristo mutilado, símbolo vívido y diciente de lo que allí había ocurrido y uno de los motivos generadores de la propuesta de visita del Papa Francisco a Quibdó.
El Papa Francisco, quien acaba de morir en El Vaticano, no vino, pues, a Quibdó ni a ningún otro lugar del Chocó durante su Viaje Apostólico a Colombia. Pero, el Chocó fue hasta él con las delegaciones propias de la estructura eclesiástica formal y con una nutrida delegación de gente común y corriente del Atrato sufriente, líderes y lideresas, creyentes fervientes y fervorosos, unidos todos en torno a la figura lacerante del torso mutilado y el rostro sangrante del Cristo de Bojayá; que el Papa Francisco bendijo en el Gran encuentro de oración por la reconciliación nacional, celebrado en el Parque La Malocas, en Villavicencio, el viernes 8 de septiembre de 2017.
Ante la figura lancinada y lancinante del Cristo de Bojayá, acompañado por aquella delegación de afrochocoanos, que había partido cuatro días atrás desde una distante capilla situada a la orilla del Atrato, para llegar en peregrinación a este momento histórico por lo sagrado y sagrado por lo significativo, el Papa Francisco pronunció con fervor profundo la siguiente oración:
Oración
al Cristo negro de Bojayá
Oh Cristo negro de Bojayá,
que nos recuerdas tu pasión y muerte;
junto con tus brazos y pies
te han arrancado a tus hijos
que buscaron refugio en ti.
Oh Cristo negro de Bojayá,
que nos miras con ternura
y en tu rostro hay serenidad;
palpita también tu corazón
para acogernos en tu amor.
Oh Cristo negro de Bojayá,
haz que nos comprometamos
a restaurar tu cuerpo.
Que seamos tus pies para salir al encuentro
del hermano necesitado;
tus brazos para abrazar
al que ha perdido su dignidad;
tus manos para bendecir y consolar
al que llora en soledad.
Haz que seamos testigos
de tu amor y de tu infinita misericordia.[1]
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Jorge Mario Bergoglio, Papa Francisco, en sus tiempos de Arzobispo y Cardenal primado. Metro de Buenos Aires, 2008. FOTO: Pablo Leguizamon. |
14/04/2025
José Gregorio Rivas Cruz
—BAJAMEUNO—
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Evocación de Bajameuno, con Meta-AI. Edición: El Guarengue. |
Nóvita
José Gregorio Rivas Cruz nació a finales de la década
de 1930 en Nóvita, uno de los puntos cardinales de la geografía del despojo del
más grande y duradero enclave minero de la colonia española en el Chocó, solamente
superado en ignominia y desastre por el de la Chocó Pacífico en Andagoya y
Condoto. Allí en Nóvita, en tiempos del dominio de la corona española y hasta
bien entrado el siglo XX, nacían intelectuales y potentados, presidentes y
ministros, cuya cuna se atribuía por lo general a Popayán y Cali, que eran las urbes
incipientes donde se asentaban los rancios poderes de aquella lejana corona que
cobraba los réditos del enclave mientras soñaba con las grandes haciendas de
cañaverales infinitos, las ciudades blancas y el teatro de dolor de las semanas
santas, en el cual no cabían -ni siquiera como parte del decorado- las
aflicciones, suplicios y padecimientos de la mano de obra esclavizada que
sustentaba su ominosa prosperidad y su aristocrática fe.
Condoto
En
su juventud, José Gregorio Rivas Cruz vivió en Condoto, que para entonces era
aún una especie de Macondo sin gitanos, adonde -al abrigo del poder casi
omnímodo de las dragas de la empresa minera estadounidense Chocó Pacífico- llegaban
nacionales y extranjeros de todas las procedencias, lenguas, acentos y
ciudadanías, para unirse al boom generado por la descomunal riqueza de metales
preciosos de los ríos San Juan, Condoto, Opogodó, y su extensa red de
tributarios y quebradas.
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Delia y Manuel Zapata Olivella (IDARTES, Exposición virtual MZO), Oscar Salamandra (Jorge Mario Múnera) y Madolia de Diego (Vicky Ospina). |
Flauta travesera
La
flauta alegre y melodiosa de José Gregorio Rivas Cruz, que él interpretaba maravillosamente
cuando los Zapata Olivella lo conocieron en medio de la escoria de aquella
engañosa prosperidad de Condoto, era una flauta de carrizo, una flauta
travesera, hecha de guaduilla o bambú, de las que sirvieron como base melódica
de las primeras chirimías de la región, y que fueron posteriormente
reemplazadas “por dos instrumentos cultos europeos, llegados al Chocó en época
relativamente reciente: el clarinete y el fliscorno barítono. A los que se
agregan la «tambora» y un par de platillos de lámina de hierro, de fabricación
local, por cierto”[1].
En su memoria de músico innato, Rivas Cruz parecía guardar un portafolio
completo de partituras de la música regional de entonces. En sus
interpretaciones no solamente era capaz de improvisar a placer, en los tiempos
y con las alturas de sonido que a bien tuviera; sino que, además, era capaz de
registrar con su flauta cualquier melodía nueva que oyera, como si toda la vida
la hubiera estado tocando.
Quibdó
Por razones diversas, que tienen que ver básicamente con la configuración instrumental final del grupo de artistas seleccionado y reducido en número, a la hora de emprender la aventura de recorrer Europa y Asia, José Gregorio Rivas Cruz no formó parte de aquella nómina viajera al exterior, coordinada por Manuel y Delia Zapata Olivella; aunque sí integró un sexteto de música regional que los Zapata Olivella promocionaron en varias ciudades del país… Pero, ¡qué carajos!, así no hubiera viajado al exterior, como sí lo hicieron Madolia, Salamandra y Julio Rentería; José Gregorio Rivas Cruz ya estaba en Quibdó y decidió quedarse allí, a vivir del trabajo material, pero sin olvidar ni dejar de cultivar su arte.
El
simposio
Tres
años después de su encuentro con Manuel y Delia, José Gregorio Rivas Cruz hizo
migas musicales con Rucas, Rubén Castro Torrijos, uno de los tipos más
simpáticos, inteligentes y chocoanos que haya nacido en Quibdó; un músico y
compositor que le dio vida a Juana Blandón, Amira Waldo y María La O, y también
a Alfonso Andrade, El rey del río, en cuyo galandro “ya cayó Tomasa, cayó
Teresa, cayó Saray, cayó Magdalena, cayó Epitacia, cayó Ana Inés, ya cayo
Felipa, cayó Florencia, cayó Soleá … Y te está poniendo a vos la carnada, véalo
veanvé”. De modo que, habiéndose incorporado a un conjunto musical conformado y
auspiciado por Rucas, con el que le daría varias vueltas a ciudades principales
de Colombia, el virtuoso flautista José Gregorio Rivas Cruz fue uno de los
músicos que participó en la velada cultural inaugural del Simposio Americano
sobre Zonas Húmedas Tropicales, patrocinado por la Unesco, que sesionó en
Quibdó del 19 al 30 de marzo de 1958, con la organización e impulso del
naturalista colombiano Enrique Pérez Arbeláez y el científico alemán Ernesto
Guhl; y con la participación de un nutrido grupo de científicos nacionales y
extranjeros de talla mundial. Un evento en el que, además, se reconocerían por
vez primera las dotes artísticas de un jovencito llamado Balbino Arriaga Ariza,
quien, sin cumplir veinte años y sin educación artística formal, había
ilustrado en todos los aspectos (dibujos, mapas, planos, cuadros estadísticos,
portada y portadillas internas) la aplaudida monografía del Chocó, que al
comienzo del simposio había presentado al mundo otro de los Castro Torrijos:
Rodolfo (Fillo), quien ejercía como secretario general del simposio, por designación
del gobernador del Chocó, Miguel Ángel Arcos.[2]
Cotero y polinero
Cuarenta
años después de su encuentro con los Zapata Olivella, que no lo llevó por los
caminos del mundo, pero sí contribuyó a que fuera reconocido como un flautista
excelso, José Gregorio Rivas Cruz le contó a un periodista del diario El Tiempo,
de Bogotá, de dónde había salido el apodo con el que desde principios de 1960 hasta
su muerte sería reconocido, más que por su nombre. “…Recién llegado a la
capital chocoana se le medía a cualquier actividad. Se dedicaba a cargar y
descargar madera y también a descargar los bultos de comida que traían los
camiones desde Medellín. Su apodo lo debe a un día en que se echó dos bultos de
arroz al hombro, y como no pudo con el peso, a los gritos le pedía a uno de sus
compañeros: ¡Bajame uno! ¡Bajame uno!”[3],
un grito de auxilio de dos palabras que contraídas terminaron en una sola como
distintivo, apelativo, sobrenombre y apodo que serviría como título para la
canción que hace 30 años le dedicara Jairo Varela: BAJAMEUNO.
Perros
En
la última década del siglo XX, por razones prácticas de la vida, luego de haber
sido cotero y polinero de los camiones que a cambio de los víveres y demás
mercancías que traían para el comercio quibdoseño se devolvían cargados de
maderas finas con rumbo hacia Antioquia; José Gregorio Rivas Cruz, ahora sí
BAJAMEUNO, cambió de oficio. Se convirtió en vendedor de perros, en una
jardinera del malecón de Quibdó, bajo la sombra de un árbol, a cuyo tronco
amarraba una especie de inofensiva jauría, integrada por cazadores de orejas
largas, gozques y callejeros, que comerciantes carmeleños y paisas le dejaban
en comisión, para que los vendiera a los campesinos del Atrato y a los
citadinos de Quibdó, a cambio de un porcentaje por ventas. “Pese a que
Bajameuno domina su arte musical, practicarlo le representa ingresos mucho
menores que su oficio de vendedor. Por eso hace casi ocho años le mermó el
ritmo a su actividad de músico... Aunque le cuesta mucho conseguir la plata
para sobrevivir, pues los perros son traídos por sus dueños desde Antioquia y
sólo le corresponde un mínimo porcentaje, dice que va a continuar con su
actividad porque ya es demasiado tarde para cambiar de oficio. ¿Abandonar la
música? Nooo, no se puede, yo la llevo dentro”.[4]
In memoriam
El antiguo semanario Chocó 7 días, el que circulaba impreso los viernes y decenas de muchachos voceaban desde las primeras horas del día por las calles y barrios de Quibdó, en su edición N° 426 - noviembre 7 al 13 de 2003, registró la muerte de BAJAMEUNO, en su sección de Cultura y Farándula, en aquel entonces a cargo del también ya fallecido Eugenio Perea García, en cuya sucinta y diciente nota se leía:
Falleció José Gregorio Rivas Cruz (Bajameuno)
El pasado miércoles 22 de octubre falleció en
Quibdó, después de una penosa enfermedad, el músico José Gregorio Rivas Cruz,
conocido popularmente como Bajameuno.[5]
Bajameuno, además de vender en el Malecón de
Quibdó perros traídos de Bolívar (Antioquia), oficio con el que se ganaba la
vida, también fue un reconocido flautista que integró el grupo de Rubén Castro
Torrijos; creó "La Timba" con Choquín y Totío (ya fallecidos),
acompañó a Delia Zapata Olivella y su grupo folclórico a giras nacionales e
internacionales y al lado de "La Mana", Madolia de Diego, con quien
recorrió gran parte de Colombia, fue designado para representar al Chocó con su
grupo 'El Sexteto de Bajameuno' en Popayán y en el concurso nacional del CREA
en Bogotá.
La Asociación Folclórica Ciudad Quibdó y la
parroquia San Francisco de Asís, en cabeza del padre Jesús María Urán,
convocaron a los artistas chocoanos a una misa en su honor el pasado 1° de
noviembre en la catedral, con motivo de su último novenario, donde se entonaron
alabaos, hubo palabras de reconocimiento; mientras un grupo improvisado con
flauta, bongo, tambora y maracas amenizaba con nostalgia las canciones que lo
inmortalizaron. Paz en su tumba.[6]
Niche
Ocho años antes de la muerte de Bajameuno, a propósito de la inclusión de una canción de Jairo Varela en homenaje a este insigne músico popular del Chocó, en el disco del Grupo Niche Huellas del Pasado, el periódico Citará[7] publicó en su sección de Opinión una emotiva nota, casi una proclama, firmada por Jesús Elías Córdoba Valencia, fechada en Quibdó en enero de 1995 y titulada “«Bajameuno» un canto al hombre de la tierra”, en la cual se leía, entre otras cosas: “Bajameuno es el sobrenombre con el que se conoció en Quibdó y con el que los mayores de treinta recordamos a un hombre a quien la cotidianidad convirtió en personaje; al margen de su nombre de pila, que a estas alturas ya no importa, pues no ingresó al mundo de los personajes por la ruta de la formalidad, sino por el camino de la realidad… Ese Bajameuno, quien para algunos era simplemente un polinero…, para otros no fue más que un cambambero que se bebía la noche quibdoseña en cada hueco de su flauta”.[8]
Concierto
de PVC
Unas maracas de totumo o mate, una tambora de cuero de tatabro y su flauta travesera de carrizo, guaduilla o bambú, fueron durante muchos años los instrumentos con los que BAJAMEUNO, cual flautista de Hamelín, y compañeros suyos de interpretación musical, como Nicomedes Córdoba Londoño, conseguían que recuas de muchachitos y ensartas de jóvenes y adultos siguieran sus retretas callejeras, con estaciones en todo andén, cantina o tienda donde hubiera un trago de cortesía para esas manos cansadas de percutir y para esa garganta reseca de tanto sacarle a la flauta todos los sonidos de toda la vida. Al final de sus tiempos, como dijeron algunos mamagallistas de Quibdó, sin que ello redujera en nada la enorme admiración que sentían por su talento, BAJAMEUNO ofrecía cada día un «Concierto de PVC», una alusión a su flauta de entonces, que él consideraba más firme y duradera.
Nota
final
Treinta
años después de aquel disco de Niche, cuando es imposible hallar grabaciones de
su arte o imágenes de su figura y de su conjunto musical en la supuestamente
infinita Internet, es inevitable pensar que a BAJAMEUNO, como a tantos talentos de
ayer en el Chocó, le hizo falta una oportunidad real para brillar en todo su
esplendor. Con su enorme talento e inspiración como músico, a BAJAMEUNO sí que
le hubiera sonado la flauta.
[1] Pardo Tovar, Andrés. Los cantares tradicionales
del Baudó. Bogotá, D. E., 1960. Universidad Nacional de Colombia. Conservatorio
Nacional de Música. Centro de Estudios Folclóricos y Musicales (Cedefim). 41
pp. Pág. 9.
[2] Detalles sobre el Simposio y sobre Balbino Arriaga Ariza, en El Guarengue: Balbino Arriaga Ariza: “Los colores del Atrato”. 18.03.2024.
https://miguarengue.blogspot.com/2024/03/balbino-arriaga-ariza-los-colores-del.html
[3] BAJAME UNO. El Tiempo, 08 de junio 1995. N.B.: aunque en el escrito de El Tiempo aparece escrito en dos palabras y con tilde en la primera, como si se tratara del pronombre TÚ; en realidad de trata del pronombre VOS, por lo cual no lleva tilde; y las dos palabras se juntaron en una sola: BAJAMEUNO, que pasó a ser el distintivo de este músico popular.
[4] Ídem. Ibidem.
[5] Otras fuentes me informaron que la muerte de Bajameuno ocurrió el 17 de septiembre de 2003.
[6] Chocó 7 días. Edición N° 426, noviembre 7 al 13
de 2003.
https://www.angelfire.com/co/scipion/choco7dias/426/notas_culturales.htm
[7] Periódico Citará. Quibdó-Chocó, N° 20, marzo de 1995. Pág. 5
[8] Ibidem.
07/04/2025
Carlos Rosero
De charlas y conversas
Amigos ambos de la buena charla, de la charla sustanciosa y sin prisa, de la charla jovial y amena, Carlos y yo compartimos innumerables conversas en los recesos de las reuniones o en medio de las mismas, cuando más de una vez hicimos nuestro propio receso para salirnos del salón a intercambiar puntos de vista que nos ayudaran a dilucidar algún tema que en ese momento fuera materia de la discusión. Cuando terminábamos el intercambio, regresábamos al salón para seguir participando; otras veces nos llamaban a todos los que nos habíamos salido para que retomáramos la reunión, pues la ausencia de cualquiera de los participantes impedía el avance… Esas charlas versaban sobre asuntos claves del momento: la etnicidad de las comunidades negras, el sentido de lo étnico y sus articulaciones con la territorialidad y la tradición cultural en general, y específicamente sus relaciones sustanciales con los sistemas productivos, cuya complejidad y sabiduría nos parecían parte del meollo argumental de la propiedad familiar y colectiva; y por ello -a estos sistemas- habíamos empezado a denominarlos sostenibles, aunque preferíamos la fuerza que les daba el nombrarlos como ancestrales, en tiempos en los que aún lo ancestral no se había convertido en simple adjetivo aplicable a cuanta cosa hubiera. Las redes de parentesco y los procesos de socialización del conocimiento y de la historia; las prácticas rituales y celebrativas, y las estructuras organizativas comunitarias que habían sostenido a lo largo del tiempo la religiosidad popular y las fiestas patronales, los rituales de nacimientos y velorios, los secretos de la medicina tradicional basada en los recursos del monte, en las oraciones, conjuros y secretos, en las prácticas clínicas y terapéuticas basadas en los recursos del medio…, etcétera, etcétera…, eran también temas que en nuestras charlas tratábamos de ubicar en los mejores lugares de definición del sentido de lo étnico negro.
De premisas y argumentos
Cada uno desde su propia experiencia y sus saberes, pero unidos -en aquellas conversaciones espontáneas- por el común interés en dichos temas y la común experiencia de vida y trabajo en las comunidades; intentábamos sobre todo consolidar argumentaciones acerca de las estructuras y funcionalidades similares en estas materias entre comunidades de las distintas subregiones del Pacífico. Se trataba de identificar y precisar rasgos significativos de universalidad en esas dinámicas, dentro del conjunto de comunidades negras que poblaban -desde hacía por lo menos siglo y medio- el inmenso sistema circulatorio de ríos y quebradas, de esteros y de montes, de manglares y de playas, de ciénagas y orillas, de los 1.300 kilómetros que se extienden desde los límites con Panamá, en el Darién chocoano, hasta la frontera tumaqueña con el Ecuador; límites ambos que -siempre lo teníamos presente- no pasaban de ser políticos y administrativos, pues la geografía humana y la historia de ambas fronteras estaban repletas de parientes extendidos por varias generaciones, como si se tratara de los troncos familiares del Yurumanguí o el Anchicayá, de Neguá o de Munguidó... Carlos Rosero no solamente era un gran conversador, era un teórico innato, que en pocos segundos dotaba de esencia conceptual cualquiera de las ideas centrales que sobre estos temas surgiera en las charlas y en las reuniones. En ello se notaba la solidez de su formación académica, combinada con la cercanía de sus dotes de antropólogo, un título que nunca pregonaba ni exhibía, pero sí ejercía del modo más idóneo y eficaz en sus siempre lúcidas intervenciones .
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Manifestación del PCN en Buenaventura (1991), por la reglamentación del AT55. FOTO: Banco de la República-Biblioteca Virtual. Colección digital Proceso de Comunidades Negras (PCN). |
Expedida la nueva Constitución, que incluía el emblemático AT55, celebrado como un triunfo histórico en cada rincón del Afropacífico colombiano, vendrían nuevas luchas, nuevos escenarios, nuevos empeños, proyectos nuevos y etapas novedosas del proceso, que debían conducir a la expedición y entrada en vigencia de ese otro hito descomunal de tan compleja historia: la Ley 70 de 1993, nacida de la apuesta integral por el reconocimiento de las comunidades negras como sujetos de derechos étnicos y culturales en el ordenamiento jurídico de la nueva nación esbozada en el texto constitucional y como artífices reconocidos de la historia de dicha nacionalidad. Carlos Rosero fue uno de los integrantes de la Comisión Especial para la reglamentación del AT55 de la Constitución Nacional, que posteriormente daría origen a la Ley 70 de 1993.
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Carlos Rosero, Popayán, 1993. Taller de Resolución de conflictos, PCN-WWF. FOTO: Banco de la República-Biblioteca Virtual. Colección digital Proceso de Comunidades Negras (PCN). |
Ese fue también un buen momento, provechoso momento, en el que incorporamos una perspectiva ética, filosófica y ecológica para pensar, caracterizar y plantear modelos propios de desarrollo de la gente negra en los que no se diluyeran ni se perdieran de vista -sino que, por el contrario, se relievaran- aquellos modelos, prácticas, tradiciones, de poblamiento y uso del territorio, de los que habíamos hablado años atrás en las charlas de Quibdó, y que le habían dado origen a la ya expedida y tan querida Ley de comunidades negras, que había sido ordenada por aquel artículo transitorio de la nueva Constitución, en el que habíamos cosechado todos los esfuerzos y el trabajo intenso de los días y las noches, las semanas y los meses transcurridos entre 1987 y 1991.
Mariposa vagarosa
Tres décadas después de aquella gesta gloriosa, cuando aún falta reglamentar algunas partes de la Ley 70 de 1993 y son bastante recientes sus últimos decretos reglamentarios; con su inteligencia, lucidez y perspicacia de siempre, Carlos Rosero resumió la situación de los derechos de las comunidades negras en Colombia, en una entrevista realizada por Carlos Efrén Agudelo, Jhon Antón Sánchez y Jean Muteba Rahier: “…Aunque yo no sea un experto en historia, mi conclusión es que siempre los derechos de la gente negra han sido derechos aplazados; están reconocidos, están ahí sobre la mesa, pero es como si uno persigue una mariposa, la mariposa va delante, da vueltas y vueltas, uno trata de cogerla, pero finalmente la ve pero no la coge. De alguna forma creo que eso es lo que pasa en general con la mayoría de los asuntos contenidos en la ley 70 del 93”[1].
Señor Ministro
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Carlos Rosero, 2025. Foto: Presidencia. |
[1] Carlos Rosero, Entrevista. Abya Yala. REVISTA SOBRE ACESSO À JUSTIÇA E DIREITOS NAS AMÉRICAS. Brasília, v.6, n.1, jan./jun. 2022, ISSN 2526-6675. Pág. 159.
[2] Consultado: 05.04.2025
[3] Carlos Rosero, Ministro de Igualdad y Equidad. “En MinIgualdad trabajamos para erradicar el racismo y la discriminación racial”. Bogotá, 21 de marzo de 2025. Consultado el 7 de abril de 2025, en:
El destacado de la cita en negrita fue hecho por El Guarengue, no aparece así en el texto original.