lunes, 24 de abril de 2023

 Ex libris

En la Normal de Quibdó, los libros de texto -además de cumplir su función original- también servían como libros de lectura y entretenimiento. FOTOS: Buscalibre.com y Mercado Libre.
El hallazgo
Aún no había cumplido diez años cuando me encontré ese libro tirado en un solar. No tenía portada ni contraportada, tampoco páginas de créditos ni de índice. Sus páginas primeras y últimas estaban bastante manchadas de barro amarillento y de mugre oscura. Las páginas no manchadas lucían aceptablemente limpias y la humedad no se había apoderado de ellas, aunque sí las había reblandecido, pero no tanto como para pegarlas entre sí o para deshacerlas. Nada que no se pudiera solucionar poniendo el libro a secar al sol, en el patio, en el umbral de la puerta principal o en el alféizar de la ventana grande, que era de madera como toda la casa.

A pesar de aquellos desperfectos, aunque estuviera tirado ahí cual objeto prescindible o descartable, debajo de las amplias hojas de una mata de mafafa, en donde me lo encontré aquella mañana -cuando regresaba de hacer uno de los múltiples y habituales mandados de la infancia-, el libro estaba sorprendentemente conservado y completo, en relativo buen estado y -como lo constaté de inmediato con un golpe de vista- se podía leer. Se llamaba Flor de fango y su autor, tal como aparecía impreso debajo del título, era José María Vargas Vila.

En aquel tiempo, aunque los colegios de Quibdó tenían biblioteca e incluso bibliotecaria/o (la de la Normal era Margarita Salge), en la ciudad no había prácticamente libros para niños y la biblioteca no era -como sí la cancha de fútbol- un lugar que los maestros promovieran. De modo que las cartillas con las que uno aprendía a leer y escribir -en mi caso en la Escuela Anexa a la Normal Superior, con las cartillas Coquito y Pablito- eran los únicos libros a los que uno tenía acceso durante sus primeros años como lector. Posteriormente, cuando se pasaba a la secundaria, los libros de texto, de historia, de español, e incluso la Aritmética y el Álgebra de Baldor, terminaban convertidos -además de cumplir su función original- en libros de lectura para suplir la carencia de oferta y material.

A falta de libros...

Así mismo, quizás porque letras eran letras para un lector que se comportaba como un niño cuando aprende a caminar y es eso lo único que todo el día quiere hacer; por mis ojos de lector primerizo habían pasado periódicos de ayer o de antier o trasantier, que leía de principio a fin, incluyendo los avisos clasificados y los edictos judiciales. Las novelas de Corín Tellado que ocupaban las últimas cinco o seis o hasta diez páginas de la revista Vanidades, y que a veces leía en voz alta para mi mamá, mientras ella cosía en su máquina Singer. Y las fotonovelas españolas -de la colección Selene y también de Corín Tellado-, con sus nítidas fotografías en blanco y negro y sus leyendas impresas en novedosos caracteres e incluidas en globos que indicaban diálogo y en recuadros rectangulares donde se ubicaba la narración.

Como uno leía con pasión todo aquello que fuera legible, andar por la calle incluía buscar letreros, avisos y hasta papeles en el suelo. Y en la casa, se convertían en material de lectura las etiquetas de productos como avena Quaker, leche Klim o Nido, mantequilla Los Lirios, aceite Z, atún Marcol, jabón Sanit o Paramí, polvo Mexsana, cigarrillos Pielroja, cerveza Pilsen, malta Cervunión, aguardiente Platino. Así como los prospectos de remedios o medicamentos, las portadas y contraportadas de los cuadernos escolares y de las libretas de calificaciones. Los carteles fúnebres, que entonces se imprimían todos en la Imprenta Departamental del Chocó, con un texto estándar que hasta hoy se mantiene (Descansó en la paz del Señor FULANO o FULANA DE TAL…) y usualmente pegados en las paredes de las casas con trozos reblandecidos de jabón azul Super Nácar (el macho pa’ lavar) o con engrudo hecho de almidón, también formaban parte de esas lecturas primigenias.

El Índice

Así que, en esas circunstancias, llegué aquella mañana a la casa en la Calle Munguidocito, cerca del mediodía, con el libro que me acababa de encontrar y los huevos y el paquete de aliños que me habían mandado a comprar. Mi mamá me preguntó que cómo se llamaba el libro. Leí el título, luego de poner a salvo los seis huevos blancos sobre una mesa de la cocina. De inmediato, ella pronunció el nombre del autor, mencionando únicamente sus dos apellidos, con un tono de evidente espanto. Me explicó que era que ese libro estaba incluido en “El índice”, porque hablaba mal de los curas y que entonces la iglesia prácticamente odiaba al autor y tenía prohibido a los católicos -so pena de excomunión- la lectura de este o de cualquier otro libro de Vargas Vila. Y que en eso consistía “El índice”, en una lista de escritos que a los curas les parecían inmorales y malos, y que por ese motivo estaban prohibidos[1]. Que ella no sabía si ese libro todavía estaba en la lista o si la lista todavía existía, porque ella hace mucho rato había dejado de pararle bolas a los embelecos y arbitrariedades de los curas, que se creían los dueños del mundo. Que lo que sí sabía, aunque ella no lo había leído, era que el libro contaba la historia de las maldades de un cura y de un gamonal con una maestra de un pueblo de por allá cerca a Bogotá. Y que…pues lo leyera con mucho cuidado y le fuera contando qué era lo que realmente pasaba.

"Flor del fango es una de las novelas transgresoras más representativas del escritor colombiano José María Vargas Vila. Fue escrita en 1897 y publicada por primera vez en 1898, en Nueva York". FUENTE: Banco de la República-Biblioteca Virtual. Fotos Portadas: Mercado Libre y Banco de la República. Foto Vargas Vila (finales siglo XIX): Wikimedia-Dominio público.
No alcanzo a recordar si en ese tiempo -porque después sí- al fin terminé de leer Flor de fango, de Vargas Vila. Lo que sí recuerdo es cuánto me alegró tenerlo, porque era largo (más de 100 páginas) y entonces tenía mucho para leer; lo cual era grandioso, pues el material hasta entonces disponible -ese que antes mencioné- era menos duradero y más finito de lo que hubiera preferido como el lector afiebrado que en ese momento era.

Fábulas para niños

También recuerdo con toda certeza, porque de tanto leerlo me lo aprendí casi todo, el libro que me regalaron -como premio de Aprovechamiento- en la Escuela Anexa a la Normal de Quibdó cuando terminé 1° de primaria: un libro hermoso, colorido, grande, de pasta y páginas duras, con unas ilustraciones impecables, inspiradoras, bonitas, con textos compuestos en unas letras de tamaño y tipo que daba gusto leer, mirar, recorrer. Fábulas para niños se llamaba y sus autores eran Esopo, Fedro, La Fontaine, Iriarte, Pombo y Samaniego. Simón el bobito, La lechera, La pobre viejecita, El zorro y las uvas, La gallina de los huevos de oro, son algunas de las fábulas que aún recuerdo de ese libro. Las moralejas siempre me encantaban, aunque -curiosamente- no tanto por sus enseñanzas y preceptos como por su redacción, por sus juegos de palabras, por su ritmo, que ayudaban a que fuera fácil memorizarlas. No anheles impaciente el bien futuro: mira que ni el presente está seguro; era la frase final de la moraleja de La lechera, de quien me encantaban su falda larga y negra con encajes de colores, su blusa blanca como de popelina, la vivacidad de sus grandes ojos negros, la negrura brillante de sus cabellos recogidos en una trenza y la calidez de su linda sonrisa de labios rojos, además del cántaro en el que llevaba la leche, y los pollitos que se convertían en gallinas que ponían huevos, de donde salían pollitos, que se convertían en gallinas…en la imaginación de la lechera.

Textos, wéstern y aventuras

Poco tiempo después del hallazgo de Vargas Vila en un solar, al pasar a la Normal de Quibdó para cursar la secundaria, el material de lectura se diversificó. El libro de Prehistoria -Los primitivos- y el de Historia de Colombia -ambos de Julio César García-; el Curso de Español, de Luis M. Sánchez López; la Aritmética y el Álgebra de Aurelio Baldor, cuyas entretenidas y bellamente ilustradas historias de los recuadros iniciales de cada capítulo fueron siempre fuente de copiosa información histórica, geográfica, política, arquitectónica; se convirtieron en libros de lectura permanente, entretenida y reiterada.

Por la misma época, las novelas de bolsillo de Editorial Bruguera, particularmente las dedicadas al wéstern, aparecieron en mi vida de lector. Como en la canción de Serrat, me leí enterito a don Marcial Lafuente Estefanía, así como a Keith Luger y Silver Kane, estos dos también españoles, a pesar de su muy gringo seudónimo. Los comics de superhéroes: Superman, Batman, Aquaman, Arandú, Fantomas, Arsenio Lupin, El llanero solitario, El Zorro, Kaliman, Turok; con la estética realista de sus dibujos y la emocionante fantasía de sus historias, ocuparían también vastas horas de mi oficio de lector sin libros. Unos y otros, las novelitas de Bruguera y las revistas de comics, se leían pagando su alquiler en la revistería, donde también, cuando iba en la mitad de mis estudios secundarios en la Normal, empezaron a alquilar unos libros inolvidables de una colección llamada Ariel Juvenil Ilustrada, que si hubiera tenido con qué comprarlos los vendían en la carrera segunda, enseguida de la farmacia del señor Aldana. De esa colección leí Sandokan, La isla del tesoro, Moby Dick, Los tres mosqueteros, Veinte mil leguas de viaje submarino, Corazón, y Simbad el marino.

FOTOS: Buscalibre.com
En esas andaba, cuando apareció radiante, perfectamente dibujado y cautivador Tintín, en una biblioteca pública que el Club de Leones de Quibdó abrió en la calle 31 con carrera 1ª, en toda la esquina de la bomba de Ramiro Calle, al frente de la Gobernación del Chocó. Tintín en América y Aterrizaje en la luna fueron los primeros libros que leí de esta celebrada historieta de autor belga; fascinado por los textos, los dibujos, las historias, la calidad de los libros y su lejano origen.

Círculo de lectores

Posteriormente, a los diecisiete años y ya graduado en la Normal como Maestro-Bachiller, conseguí mi primer trabajo como maestro, en el seminario menor de El Carmen de Atrato. Allí, en una biblioteca que era más completa, organizada y actualizada que la de mi colegio, leí por primera vez a García Márquez: Cien años de soledad, en un ejemplar de la segunda edición de Editorial Sudamericana. Casi dos meses me demoré leyéndolo, después de lo cual volvería a leerlo sucesivamente media docena de veces, en una edición del Círculo de Lectores que había comprado con dinero de mi primer sueldo. El Círculo pasaría a ser mi proveedor permanente de libros, gracias a su sistema de ventas por catálogo, bastante útil en El Carmen y en Quibdó, donde no había librerías. Aunque leí cosas baladíes y poco memorables, de las cuales tampoco es que me arrepienta, en la revista del Círculo hice dos de los más grandes descubrimientos de mi vida: Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, y El nombre de la rosa, de Umberto Eco.

FOTOS: Mercado Libre.
UPB
Pasados los años del Círculo, que viví en compañía de mis hermanas Tere y Gloria, durante los cuales también accedimos a varias colecciones completas de literatura universal, latinoamericana y colombiana; llegué a estudiar a la Universidad Pontificia Bolivariana, en Medellín. Allí, por primera vez en mi vida, tuve acceso a una verdadera biblioteca, por su tamaño y por la calidad de sus colecciones. La biblioteca TAC (Teología, Administración, Comunicación) y la Biblioteca Central de la universidad, para acceder a la cual había que ir del campus de Laureles hasta la sede de la Avenida La Playa, donde también quedaba Radio Bolivariana, la emisora universitaria -que dirigía ese buen hombre llamado Humberto Mesa Rojas- en la que tantos programas hicimos con mis compañeros de carrera.

Las clases de la universidad, en particular las de Literatura y Semiología, con Federico Medina Cano, el profesor que aceptó que la escritura de un cuento fuera un examen final; las de Historia, con Gloria Isabel Zuluaga; las de Investigación, con Javier Ignacio Muñoz; las de Comunicación para el Desarrollo, con Gabriel Jaramillo; y las de Periodismo IV, con Juan José García Posada; me abrieron -literalmente- las puertas al mundo de la lectura y la escritura. Para un pueblerino como yo, que ni siquiera había ido nunca a Medellín antes de entrar a la UPB, fue maravilloso encontrar desde el primer día la amistad y la complicidad sinceras, que hasta hoy perduran, de Juan Carlos Pérez y Gustavo Arango, con quienes siempre, en aquellos días, compartimos lecturas y sueños de escritura. Angela Piedad Valencia, Olga Arango, Julio César Posada y Olguita Escobar fueron también claves en la apertura de mis horizontes de lector sin libros y en el cultivo de mis fantasías de escribidor primitivo. Gloria Zuluaga me regaló más de una joya de cuya existencia yo ni sospechas tenía: sendas antologías poéticas, de Nazim Hikmet y Fernando Pessoa, y la magnífica novela La tumba del relámpago, de Manuel Scorza, fueron tres de esos tesoros que -leídos y releídos- dejaron huellas profundas en mi alma. Gracias.

De ser un lector sin libros, que cuando se podía pagaba por su alquiler y los elegía por intuición, que deambulaba en pos de algo escrito para leer, fui transitando hacia la construcción de criterios y el cultivo de gustos personales, profesionales y vocacionales, incluyendo el acatamiento de las lecturas indispensables y necesarias. Cuando terminé la universidad, contaba con herramientas básicas para continuar por mi propia cuenta el mágico reconocimiento panorámico de ese mundo infinito hecho de letras y de historias. Ya podía, como en la “Carta a Vala Nureddin”, de Nazim Hikmet, encontrar en los libros finales felices para los hitos de esta trocha enmarañada y a veces tan inextricable que suele ser la vida.

Carta a Vala Nureddin
(Nazim Hikmet, 1946)

Hermano mío,
enviadme libros con finales felices,
que el avión pueda aterrizar sin novedad,
el médico salga sonriente del quirófano,
se abran los ojos del niño ciego,
se salve el muchacho al que mandan fusilar,
vuelvan las criaturas a encontrarse las unas con las otras,
y se den fiestas, se celebren bodas.
¡Que la sed encuentre al agua,
el pan a la libertad!
Hermano mío,
enviadme libros con finales felices,
ésos han de realizarse
                                al fin y al cabo.


[1] Index librorum prohibitorum, en latín; y en español: Índice de libros prohibidos. Fue establecido a mediados del siglo XVI y suprimido por el Papa Paulo VI en 1966, poco después del Concilio Vaticano II.

lunes, 17 de abril de 2023

 DYNA N° 9 - 1934
Un retrato del Chocó de entonces
-3ª Parte-

Algunos de los integrantes de aquella generación admirable de chocoanos que, a partir de las décadas de 1920 y 1930, situaron al Chocó en el escenario político e intelectual del país, y trabajaron conjuntamente para construir un proyecto regional de dignidad y justicia social para su gente y su territorio. De izquierda a derecha, de arriba hacia abajo: Adán Arriaga Andrade, Aureliano Perea Aluma, Alfonso Meluk Salge, Daniel Valois Arce, Ramón Lozano Garcés, Delfino Díaz Ruiz, Eliseo Arango Ramos, Manuel Mosquera Garcés, Diego Luis Córdoba, Sergio Abadía Arango, Reinaldo Valencia Lozano, Armando y Dionisio Echeverry Ferrer.

El 30 de junio de 1934, la excursión científica de 21 estudiantes de cuarto año de ingeniería de la Escuela de Minas de Medellín, de la Universidad Nacional de Colombia, llegó a Istmina, a las seis y media de la tarde. “…No ha anochecido aún; antes de desembarcar damos un ¡viva! sincero al Chocó y a Istmina; esta es la tierra de nuestro buen compañero Moncho; en el desembarcadero nos esperan las autoridades del puerto y una gran multitud”; anota Delio Jaramillo, uno de los estudiantes, en sus “Instantáneas de viaje”, un diario que escribió con admirable dedicación y detalle en cada jornada de la excursión[1]. El buen compañero Moncho al que se refiere no es otro que Ramón Mosquera Rivas, que posteriormente se convertiría en uno de los grandes intelectuales y políticos chocoanos, y quien entonces formaba parte de la excursión como estudiante y en el curso de la misma -motivado por su profesor de Geología y director de la excursión, el geólogo alemán Robert Wokittel- decidiría que el Istmo de San Pablo, que Mosquera Rivas conoció en su niñez y juventud, y por el cual transitó la excursión, sería el tema de su tesis de grado, con la cual recibiría el título de Ingeniero civil y de minas un año después, en 1935.

Cinco informes académicos de la excursión, presentados por los estudiantes, se sumaron a siete artículos especialmente solicitados a autores chocoanos: el entonces estudiante universitario de Derecho Ramón Lozano Garcés, quien estaba próximo a graduarse en la Universidad de Antioquia y ya descollaba en el panorama regional y nacional; el gran maestro e intelectual Lisandro Mosquera Lozano, uno de los pilares de la educación moderna en el Chocó; el abogado, intelectual, periodista y escritor Reinaldo Valencia, fundador y director del emblemático periódico ABC;  el joven ingeniero civil Luis Felipe Valencia Lozano, quien diseñó el primer acueducto de Quibdó y era hermano de Reinaldo y de Jorge, este último de gestión brillante y memorable como Intendente Nacional del Chocó; Marino Abadía Valencia, dirigente liberal de Istmina; y el entonces Agrónomo nacional del Chocó, José María Torres Herrera, quien aunque no era chocoano había recorrido y conocido este territorio como parte de su trabajo. Esos doce artículos, más el Editorial que contextualizó la idea de la publicación, dieron vida al número especial de DYNA, Revista de los estudiantes de la Escuela de Minas, dedicado enteramente al Chocó, que fue publicada el 30 de septiembre de 1934 y que en ese momento era dirigida por Joaquín Vallejo Arbeláez, quien también tendría una descollante carrera intelectual y política como ingeniero, economista, profesor, ministro de Hacienda y de Gobierno, embajador, entre otras dignidades.[2]

En la primera entrega de esta serie de El Guarengue sobre tan histórica publicación, reseñamos y comentamos el Editorial y cuatro artículos. En la segunda entrega incluimos lo propio acerca de cuatro artículos más[3]. En esta tercera y última entrega de nuestra serie sobre el número monográfico de la revista DYNA dedicado al Chocó, incluimos reseña y comentarios de los cuatro artículos restantes.


Informe científico sobre la región Quibdó-Buenaventura

Los estudiantes chocoanos Ramón Mosquera Rivas y César Arriaga son coautores del artículo publicado en la revista DYNA bajo este título[4]. Dicho artículo es el más extenso de los trece que componen este número monográfico de la revista dedicado al Chocó. Al año siguiente, Mosquera Rivas lo incluirá como Apéndice de su tesis de grado como ingeniero civil y de minas: “El Istmo de San Pablo”, que 80 años después será publicada como libro por la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín[5], en su colección Bicentenario de Antioquia; en una edición que contó con la preparación editorial del arquitecto e historiador Luis Fernando González Escobar, gran estudioso del Chocó e incluyó un bello y documentado prólogo escrito por la Doctora Gilma Mosquera Torres, brillante arquitecta e investigadora, entre otros temas, del hábitat rural del Pacífico negro de Colombia.

El prólogo de Gilma Mosquera Torres fue escrito casi un siglo después de que su padre lo escribiera originalmente como informe académico sobre la excursión al Chocó de los estudiantes de ingeniería de la Escuela de Minas. Contiene un resumen del artículo Informe científico sobre la región Quibdó-Buenaventura, cuyos principales apartes son los siguientes.

“El Apéndice es uno de los apartes más interesantes del trabajo, presentando el resultado de registros e información, como anotaciones que: “…no alcanzan a tener la solidez de un completo estudio científico, dadas las circunstancias especiales en que fueron elaboradas, son la continuación del informe general de la excursión de la Escuela Nacional de Minas dentro del invaluable territorio del Chocó.” En este complemento se refiere a la geología, a partir de sus observaciones, indicando su gran desconocimiento por carencia de estudios, debido a las dificultades que representan la falta de vías y lo enmarañado de la selva.

 

En cuanto a la Minería, base de la vida económica del Chocó desde tiempos remotos, fundamentado en datos hace referencia a la gran riqueza del suelo, la adjudicación de títulos mineros, la explotación artesanal tradicional y los métodos rudimentarios empleados por los nativos que no poseían maquinaria, que él mismo había experimentado u observado al lado de sus padres: barequeo, mazamorreo y zambullida, en contraposición a la utilización exclusiva de dragas por la Chocó Pacífico, compañía extranjera hegemónica que llegó a poseer una parte importante del territorio y subsuelo en los principales ríos de la zona sanjuaneña.

 

No deja de anotar el potencial para la producción agrícola que proporcionan el clima, la variedad de pisos térmicos y de cultivos que practican los pobladores.

 

Destaca el punto dedicado a las concesiones mineras y deja una pista para los estudiosos interesados en su seguimiento, como aquella que fue concedida a José Cicerón Castillo para explotar con dragas los metales que se encontraban en el lecho del Río Condoto, desde sus cabeceras hasta su desembocadura en el San Juan. Con claridad nos relata el traspaso de la concesión a una compañía inglesa y luego a la Compañía Minera Chocó-Pacífico, la cual desde su establecimiento en el Condoto obtuvo grandes ganancias con la explotación del oro y el platino. Aprendemos sobre la tecnología empleada, y la sustitución de la energía producida mediante quema de leña, por una planta eléctrica.

 

Aquí vuelve a aflorar su descontento por los manejos de la Chocó Pacífico, porque vende combustible a las poblaciones de Istmina, Tadó y Condoto a un precio muy alto, sin tener en cuenta las ganancias que ha hecho la empresa con la explotación de los lechos de los ríos sobre los que se ubican esas poblaciones, hecho que considera injusto y odioso, igual que el trato desconsiderado a los trabajadores. Además, apoyado en apreciaciones del Dr. H. E. White en un informe rendido al Ministerio de Industrias, señala diversas irregularidades en las adjudicaciones de minas y baldíos de la Nación.

 

Quien se interesa en la historia de la minería en el Chocó encuentra en este capítulo datos y pistas sobre la gran riqueza del subsuelo chocoano, su adjudicación mediante concesiones a compañías extranjeras y la desmedida e incontrolada explotación de oro y platino por dichas compañías, especialmente la Chocó-Pacífico, con hechos y situaciones concretas que en 1935 no habían sido aún divulgadas. Incluso relata la precaria situación de los lavadores de metales: “…que a duras penas sacan los granos que les hacen vivir sin aspiraciones, pagando arrendamiento a la misma compañía y a unos pocos terratenientes que no invierten capital en montajes modernos, ni ceden fajas.”[6]

Las iniquidades de la Chocó Pacífico

Para Luis Alfonso Rada, dedicar al Chocó un número especial de la revista DYNA es “tributo de gratitud” y “deber patriótico”, “nada más justiciero y encomiable…ya que al Chocó se le ha considerado como una región dantesca, inabordable y, lo más lamentable, ha sido olvidada completamente por todas las administraciones, que dolorosa y fatalmente la han mirado con displicencia absoluta, sin meditar el aporte y la importancia que entraña para la economía y riqueza patria”. Así lo escribe con tono sentido en el primer párrafo de su artículo ¿Qué hace la Chocó-Pacífico en la región?[7]

Entre los trece artículos, incluyendo el Editorial, que conforman la edición monográfica dedicada al Chocó por la revista DYNA, de la Escuela de Minas de la Universidad Nacional de Colombia, publicada en Medellín en septiembre de 1934; el artículo de Luis Alfonso Rada es quizás el que está escrito con una dosis mayor de pasión, sin perder por ello rigurosidad en la presentación y manejo de los datos que incluye. Así, por ejemplo, Rada describe con tonalidades casi poéticas la situación geográfica del Chocó, su riqueza hidrográfica y la presencia en su territorio de algunos prodigios, como el Istmo de San Pablo, “donde se dan la mano los Andes colombianos con la naciente cordillera de Baudó. De aquí que entre las regiones de Colombia es el Chocó la mejor dotada por la naturaleza; además, la fertilidad de su suelo es extraordinaria por las condiciones climatéricas y meteorológicas que la capacitan para dar toda clase de frutos y cultivos”[8].

Draga de la empresa Chocó-Pacífico en el río San Juan.
FOTO: Archivo fotográfico y fílmico del Chocó.

De modo previo a la explicación de las innumerables iniquidades de la empresa minera Chocó-Pacífico, el artículo pondera la riqueza minera del Chocó y se duele de que sus beneficios sean para intereses extranjeros y no para la región y la nación: “La riqueza mineral, que ha sido considerada como asunto de fábula, es una halagadora y admirable realidad, pues el estudio y la experiencia han venido a confirmarlo. Y es precisamente la experiencia la que ha puesto en indiscutible realidad la ingente riqueza mineral de la cual desgraciada y tristemente nada se saca porque íntegramente se ha entregado a la arpía norteamericana con el beneplácito de los poderes centrales. Y es ciertamente doloroso, que repugna al sentimiento patrio, ver cómo se favorece al extranjero y se encubren los nefarios abusos de la Compañía Minera que ha entronizado su poderío en el Chocó con sede en Andagoya… De aquí que un hondo y elemental deber de colombianismo ajeno a todo prurito de nacionalismo exagerado, me induce a señalar el peligro que entraña para la riqueza del país la Compañía Minera Chocó-Pacífico”[9].

El valeroso y esclarecido artículo de Luis Alfonso Rada finaliza demandando del Estado colombiano, cuyo nuevo gobierno -la Revolución en marcha, de Alfonso López Pumarejo- apenas acaba de comenzar, que atienda la gravísima situación que padecen la región chocoana y el país a causa de la compañía minera estadounidense Chocó-Pacífico. Corrupción y persecución de funcionarios públicos; dragado de áreas no incluidas en sus contratos de concesión, por encima del gobierno y de la población; triquiñuelas jurídicas para empañar y retrasar procesos en su contra; extracción ilícita e indebida de minerales en áreas del Municipio de Condoto, como la Isla de Bazán y las minas La Lozana y El Banco; millonarias y continuas exportaciones de platino sin cumplimiento de los requisitos legales de denuncia y registro; cobro de tributos mensuales en especie a los nativos por concepto de barequeo, en sus propias tierras, alegando en todos los casos derechos adquiridos; violación flagrante de la soberanía y de los derechos de la población chocoana, a la que le cobra impuestos por la construcción de sus viviendas y a la que indemniza con  “sumas miserables” por el daño a sus cultivos y fincas a causa del dragado ilegal de las orillas… Son algunos de los abusos, arbitrariedades, irregularidades, delitos y contravenciones, que la Chocó Pacífico ha cometido desde principios del siglo XX en el suelo, en el subsuelo y en las aguas de la provincia del San Juan, en el Chocó, y que son denunciados abiertamente y con detalle en el artículo de Luis Alfonso Rada, incluido en la revista DYNA de septiembre de 1934.

La geología del camino Bolívar (Antioquia) – Quibdó (Chocó)

Gerardo Botero y Hernán Garcés González, dos antioqueños que estudiaron juntos la carrera de Ingeniería civil y de minas, entre 1931 y 1935, gozan de amplio reconocimiento por sus aportes a la geología regional y nacional. Su trabajo conjunto de levantamiento del mapa geológico y minero de Antioquia conduciría a que Botero, prestigioso académico de la Universidad Nacional de Colombia Sede Medellín, hiciera la definición del llamado Batolito Antioqueño, hacia 1941. Por su parte, Garcés fue el primer Doctor en Geología que hubo en Colombia.

Su artículo “Informe geológico del camino Bolívar-Quibdó”, escrito en coautoría y publicado por la revista DYNA de septiembre de 1934, comienza con una advertencia sobre limitaciones y alcances del mismo: “Al redactar estas notas, sólo queremos contribuir en pequeña medida al estudio geológico de la región chocoana, dejando para otros, que en mejores condiciones y con más tiempo del que dispusimos los estudiantes de la Escuela Nacional de Minas, pueden emprender la tarea de ampliarlo y complementarlo”[10]. Y con una ubicación general de esta vía, en cuyo tránsito desde Quibdó era usual que los viajeros se gastaran entre 5 y 7 días: “Atraviesa el camino Quibdó-Bolívar la Cordillera Occidental en toda su latitud, desde el río Cauca hasta el valle del Atrato; su máxima altura se encuentra en el alto del Carmen (2300 metros); cruza en casi su totalidad la selva tropical que cubre en su mayor parte el Chocó, y esto unido a la actividad de los agentes atmosféricos en la región, hacen su estudio geológico difícil para el viajero que la recorre muy someramente”[11].

Rocas Graníticas (granitos, sienitas, cuarzos pórfidos, y semejantes); Rocas Básicas (meláfidos, diabasas, etc.); Rocas Sedimentarias y Metamórficas; son los tipos de rocas que los autores identifican en el trayecto de este camino, que era la única vía terrestre del Chocó hacia Colombia en aquella época. Los entonces estudiantes Botero y Garcés explican con detalle los sitios donde identificaron la presencia de cada grupo de rocas y la mayor o menor preponderancia de cada uno de ellos. A renglón seguido explican de modo prolijo las formaciones geológicas presentes en el camino Quibdó-Bolívar, acápite que finalizan planteando que “tal vez existe una continuidad de formaciones geológicas entre el alto Andágueda y la zona que atravesamos en el camino Carmen-Quibdó”[12].

El artículo termina con agradecimientos para el director de la Excursión científica al Chocó, Robert Wokittel, y con una constatación acerca de la necesidad de profundizar en el estudio geológico de la zona, que los autores y sus compañeros, como estudiantes de cuarto año de ingeniería de la Escuela de Minas, recorrieron en sus primeros cuatros días de viaje, de los 22 días que duró su periplo académico. “Hoy, que ya está casi asegurada la construcción de carreteras que unan al Chocó con los demás departamentos vecinos, sería de enorme importancia la continuación de estos estudios que tan someramente presentamos, para dar así un conocimiento más completo de esta región que tanto promete para un futuro no muy lejano”[13].

Ilustraciones originales de la revista DYNA sobre las vías del Chocó. 1934.
Plan vial del Chocó

Benjamín Ferrer, chocoano, y Bernardo Naranjo, antioqueño, son los dos estudiantes cuyo informe de la excursión científica al Chocó, titulado Plan vial del Chocó, es publicado como artículo en la revista DYNA, de la Escuela de Minas, en septiembre de 1934, la totalidad de cuyo contenido fue dedicado al territorio chocoano. Ferrer se destacaría posteriormente, al igual que años después su paisano Félix Arenas Conto -también egresado de la Escuela de Minas-, en el desarrollo de la empresa Cementos Nare. Naranjo, por su parte, sería reconocido por su trabajo en las famosas Minas de El Zancudo, en el suroeste antioqueño, y por su trabajo en el desarrollo de la Asociación Colombiana de Mineros.

Es diciente la constatación de partida del artículo de Ferrer y Naranjo en la revista DYNA de septiembre de 1934 sobre el estado del Chocó en materia de vías: “Actualmente esta importante región está en las mismas condiciones viales que cuando la habitaron sus primeros moradores. A este respecto estamos completamente desfasados, y a no ser porque la naturaleza tuvo el capricho de dotarla de ríos navegables estaríamos sin duda alguna en la etapa de la conquista”[14]. A partir de ahí, el artículo hace un completo recorrido por los proyectos viales que en ese momento -hace casi 90 años- existían para el Chocó en materia de vías interdepartamentales y vías internas, incluyendo los caminos de herradura y la navegación de los ríos Atrato y San Juan.

La carretera Bolívar-Carmen de Atrato-Quibdó, incluyendo especificidades sobre los trayectos Bolívar-Carmen de Atrato y Carmen de Atrato-Quibdó, es vista por los autores como una alternativa a lo que denominan “el inútil rodeo del café”, que de la zona cafetera de Antioquia era transportado a Medellín, de ahí a Puerto Berrío en ferrocarril y después por el río Magdalena hasta Barranquilla. Lo que ellos llaman “la vía lógica” parte de Bolívar, en la zona cafetera antioqueña, hacia Quibdó, donde la carga tomaría el Atrato con rumbo hacia el Caribe[15].

La carretera Cartago-Nóvita-Istmina-Quibdó es reportada en el artículo como una vía de gran ventaja para el comercio: “Sin duda alguna tendrá la vía una gran significación para los centros productores del Valle y de Caldas, que encontrarán mercados abundantes para la venta de sus productos, sobre todo los de primera necesidad, porque la región que recorre es esencialmente minera y por lo tanto carente de toda agricultura”[16].

La carretera Apía-Pueblo Rico-Tadó-Istmina, cuya longitud se calcula entonces en 160 km, además de sus beneficios para las poblaciones de la provincia del San Juan por las que habría de construirse, convertiría a la región del Andágueda -que se uniría a la carretera mediante un camino de herradura- en despensa ganadera de la provincia del San Juan, según la visión de los autores.

Aunque el artículo anota que la carretera Quibdó-Istmina hace parte de la vía que empieza en Cartago y termina en Quibdó, dedica a la misma su propio acápite. Además de las descripciones de su trazado y las características de los terrenos por donde transcurriría; Ferrer y Naranjo, refiriéndose a la importancia de la misma, hacen una intuitiva anotación de carácter sociopolítico y sociocultural: “Cumple ella una misión altamente social; va a permitir que las dos provincias se conozcan, vean que las necesidades de la una son las mismas de la otra y que el bienestar de ambas es el bienestar del Chocó”[17]. La relación entre las provincias del San Juan y el Atrato se tornó, en efecto, más permanente, fluida y directa, a partir de la apertura definitiva de esta carretera y, aún más, cuando -como producto de un paro cívico regional- casi medio siglo después de construida la vía, el antiguo ferry para el transbordo de automotores de una orilla a otra del Atrato fue reemplazado por un puente.

Robert Wokittel (1° arriba a la izquierda) y algunos estudiantes en el Camino Bolívar-Quibdó, durante la Excursión Científica al Chocó, de la Escuela de Minas, junio-julio 1934. FOTO: Museo de Geociencias Universidad Nacional de Colombia, Medellín. 

De este modo, ponemos punto final a la serie de tres partes destinada a relievar, reseñar y comentar las 91 páginas de cualificado contenido del número monográfico que la revista DYNA, de la Escuela de Minas, de Medellín, dedicó al Chocó en septiembre de 1934, en el número 9 de su segundo año de existencia. Es enorme el valor histórico y documental de esta publicación como retrato y panorámica de la situación de la Intendencia Nacional del Chocó en aquel contradictorio momento de la vida regional en el que convivían -en el mismo territorio- la opulencia de los gringos y otra serie de extranjeros de diversas nacionalidades, de los llamados turcos y de inmigrantes del Caribe, con la más cruda pobreza de las grandes masas de población negra e indígena de los campos y montes de la región. Una generación admirable, conformada por los primeros profesionales negros de la región y por profesionales descendientes de las familias de la élite, daría comienzo -por esta época- a un proceso de acción conjunta y unidad chocoanista, destinado a pensar la región como un proyecto sociopolítico propio y en beneficio de los desposeídos. Varios de los autores de los textos de la revista DYNA serán protagonistas de esta gesta histórica.



[1] En: Mosquera Rivas, Ramón (2013). El Istmo de San Pablo. Medellín, Universidad Nacional de Colombia, 141 pp. Pág. 120. La publicación completa se encuentra aquí: https://medellin.unal.edu.co/todos-los-libros/images/gratuitos/pdf/El-Istmo-de-San-Pablo.pdf

[2] El contenido completo de la revista puede consultarse en:

https://revistas.unal.edu.co/index.php/dyna/issue/view/5957

[4] Ramón Mosquera R. y César Arriaga Informe científico sobre la región Quibdó ­ Buenaventura. DYNA. Revista de los estudiantes de la Escuela de Minas. Medellín. Año II. Septiembre de 1934. N° 9. Pp. 310-328.

[5] Mosquera Rivas, Ramón (2014). El Istmo de San Pablo. Medellín, Universidad Nacional de Colombia, 141 pp.

[6] Mosquera Torres, Gilma (junio de 2013). Prólogo a El Istmo de San Pablo, de Ramón Mosquera Rivas, Medellín, 2014. Universidad Nacional de Colombia. Pp. 15-17.

[7] Rada, Luis Alfonso. ¿Qué hace la Chocó-Pacífico en la región? DYNA. Revista de los estudiantes de la Escuela de Minas. Medellín. Año II. Septiembre de 1934. N° 9. Pp. 329-332. Pág. 329

[8] Ídem. Ibidem.

[9] Ídem. Ibidem. Pág. 330.

[10] Gerardo Botero, Hernán Garcés G. Informe geológico del camino Bolívar-Quibdó. DYNA. Revista de los estudiantes de la Escuela de Minas. Medellín. Año II. Septiembre de 1934. N° 9. Pp. 332-336. Pág. 332.

[11] Ídem. Ibidem.

[12] Ibidem. Pág. 335-336.

[13] Ibidem. Pág. 336.

[14] Benjamín Ferrer, Bernardo Naranjo. Plan vial del Chocó. DYNA. Revista de los estudiantes de la Escuela de Minas. Medellín. Año II. Septiembre de 1934. N° 9. Pp. 336-348. Pág. 336

[15] El artículo incluye un croquis para graficar la idea de “El inútil rodeo del café”. Ibidem. Pág. 341.

[16] Ibidem. Pág. 343

[17] Ibidem. Pág. 344

lunes, 10 de abril de 2023

 DYNA N° 9 - 1934
Una revista académica dedicada al Chocó
-2ª Parte-

Entre el 18 de junio y el 12 de julio de 1934, veintiún estudiantes de cuarto año de Ingeniería de la entonces Escuela Nacional de Minas, de la Universidad Nacional de Colombia, seccional Medellín, llevaron a cabo una excursión científica al Chocó, bajo la dirección de dos de sus profesores: el geólogo alemán Robert Wokittel y el colombiano Antonio Durán.

La tarea académica de la excursión se reflejó en una serie de informes que los estudiantes debían producir y presentar al final de la actividad. Este material fue compilado y, añadiéndole trabajos especialmente hechos para este fin por intelectuales chocoanos, sirvió como base para la edición y publicación de un número monográfico de la revista DYNA dedicado en su totalidad a la Intendencia Nacional del Chocó. Esta publicación de los estudiantes de la Escuela de Minas vio la luz en septiembre de 1934 con gran acogida tanto en la región chocoana, de donde eran oriundos la mayoría de los autores de los artículos; como en los ámbitos académicos, por la novedad de los conocimientos difundidos; y políticos, por la valiosa información contenida en la revista.

La revista DYNA, año II, N° 9, fue una especie de colofón de certificación de la amistad entre aquel grupo de futuros ingenieros civiles y de minas, sus profesores y su universidad con la región chocoana, que en cada población adonde llegaron los había recibido de modo hospitalario y generoso.

En la primera entrega de esta serie de El Guarengue destinada a reseñar y comentar tan importante e histórica publicación -el lunes pasado, 3 de abril de 2023- nos ocupamos del contenido general de la revista, comentamos el Editorial y cuatro de los artículos publicados (https://miguarengue.blogspot.com/2023/04/dyna-n-9-1934-la-revista-de-la.html). Esta segunda entrega está dedicada a reseñar y comentar cuatro artículos adicionales. Y en una tercera reseña (y última) incluiremos el resto del material, pues bien vale la pena dedicarle tiempo y espacio a un esfuerzo de tales dimensiones, que se equipara al que diez años después de DYNA haría la Geografía Económica del Chocó.

“Tus dos mares, tus canales, por Napipí y Truandó”[1]

Escrito por Horacio Ramírez Gaviria, ingeniero civil de la Escuela de Minas, que sería  uno de los fundadores de la Universidad EAFIT, de Medellín, en 1960; el artículo titulado “Proyectos de canal interoceánico por el Napipí y el Truandó” es un resumen completo e ilustrativo sobre las diversas propuestas -usando el territorio chocoano-hechas  hasta ese momento para un eventual reemplazo o complemento del Canal de Panamá, cuyas limitaciones, apenas 20 años después de haber empezado a funcionar, ya eran evidentes. “Iniciada y terminada la construcción del Canal de Panamá el problema de la unión interoceánica se consideró resuelto y por tanto los estudios hechos al respecto fueron archivados y casi olvidados. Hace pocos años, cuando se empezó a ver la incapacidad del canal construido para prestar un servicio eficiente en lo venidero, esos proyectos volvieron a la luz y fueron de actualidad”[2].

Fotografía de la Expedición del Darién (1870-1875) dirigida por Thomas Seldfridge. Gráfico del artículo de la revista DYNA sobre canales interoceánicos por el Chocó. FOTO: La Estrella de Panamá, 2020.

El artículo hace un recorrido cronológico por la idea de los canales interoceánicos a través de Centroamérica y del Chocó, remontándose al último cuarto del siglo XVIII: “El primero que llamó la atención hacia el istmo de Napipí para la unión por agua entre el río Atrato y el océano Pacífico fue el general español Goyeneche (1775-1846), quien pronosticaba que la bahía de Cupica sería para el nuevo continente lo que Suez había sido en otro tiempo para el Asia”[3]; y explica claramente qué diferencias geológicas del territorio chocoano le darían prelación sobre el territorio centroamericano, entre ellas la inestabilidad de los suelos por las manifestaciones volcánicas que ha sufrido la zona, especialmente Nicaragua.

Ramírez Gaviria presenta las principales características y datos de las dos propuestas de canal interoceánico por el Chocó de las que se ocupa su artículo, la de Napipí y la de Truandó, destacando entre ellas la famosa propuesta del norteamericano Thomas Oliver Selfridge, quien dirigió la célebre Expedición del Darién (1870-1875). Para concluir, el artículo presenta una explicación comparativa de los datos de longitud de las dos alternativas de canal interoceánico a través del Chocó: por el Napipí (217 km) y por el Truandó (162 km), datos estos que, sin embargo, no son los únicos definitorios para la elección de una de las dos propuestas, como lo explica claramente el autor.

Somos más que un centro minero

Ramón Lozano Garcés pasó a la historia del Chocó por ser uno de los parlamentarios más inteligentes y propositivos de la región; un intelectual de gran valía, un escritor documentado, ameno y creativo, un orador preciso e hilvanado; y uno de los más consagrados defensores de los derechos del campesinado chocoano, de los obreros de las empresas mineras extranjeras, de los barequeros y mineros artesanales, de los agricultores; de los recursos naturales y riquezas del territorio chocoano; y de la soberanía nacional.

En septiembre de 1934, Lozano Garcés era un estudiante universitario adelantado y aventajado de Derecho, en la Universidad de Antioquia, cuando escribió -por invitación de la revista DYNA, de la Escuela de Minas- su texto “Posibilidades industriales del Chocó”, para el cual se valió del género epistolar; es decir, lo escribió -y así fue publicado en la revista- como una carta, fechada en Medellín y dirigida al Intendente Nacional del Chocó y a la Sociedad de Agricultores: “Quiero aprovechar una obligante invitación de los directores de la revista DYNA a que les diga algo sobre posibilidades industriales del Chocó, para dirigirme a ustedes en relación con tan interesante tópico. Y lo hago en forma epistolar porque he logrado descubrir que solo así puedo decir las cosas con mayor sencillez”, explica Lozano al comienzo de su epístola.[4]

El artículo de Ramón Lozano Garcés publicado por la revista DYNA en su edición dedicada enteramente al Chocó presenta, para empezar, un resumen de la problemática de la economía chocoana de la siguiente manera: “Un análisis desprevenido de la estructura económica del Chocó me fuerza a concluir que, en realidad, como tesis general, no tenemos producción industrial. Hay naturalmente excepciones, que son: el caso de la producción azucarera de Sautatá y de la extracción de metales por las compañías extranjeras. Pero la gran población vive por la feracidad de las tierras y las riquezas aluviales, ya que no hay un esfuerzo aplicado al mejoramiento de estas y de sus productos. […] El presupuesto es, hoy por hoy, la más floreciente ocupación industrial de la Intendencia. Es esa la realidad, a mi modo de ver, en el terreno económico”[5]. Este panorama lo complementa mostrando cómo, aunque se ha repetido constantemente en la época, el Chocó no es ni tiene que ser exclusivamente una región minera.

Con lucidez y en perspectiva histórica, Ramón Lozano Garcés plantea del siguiente modo las raíces del embotellamiento del Chocó, que lo reduce a ser simple escenario de economía extractiva protagonizada secularmente por extranjeros: “Hay un hecho histórico irrebatible y es que el Chocó se utilizó desde la conquista como centro minero. A España no le interesaba colonizar estas tierras, sino conquistarlas y extraer de ellas minerales para atender a sus urgencias internacionales y dinásticas. Los españoles entraron fácilmente por dos arterias fluviales al Chocó, sacaron todo el oro que les vino en gana y luego abandonaron la región. Es esta la causa profunda de nuestro embotellamiento. Vinieron después los hechos imperialistas: la Anglo-Colombian, la British y la Chocó Pacífico idéntica cosa hicieron. Por los ríos San Juan y Atrato introdujeron sus pesadas máquinas y con eso cumplieron su obra. Pero esto no quiere decir que seamos apenas aptos para la industria extractiva de metales, ni tal. Al lado de esta podemos desarrollar otras miles. Así nos lo dice la naturaleza que nos circunda. Zonas capaces de producir granos para surtir medio continente, capas vegetales semejantes a las de Caldas y el Valle, nos ponen en vigencia para próspero ejercicio industrial del suelo, que ya no del subsuelo, actividades de campo que quiero relievar”[6].

Y a relievar dichas actividades destina Lozano Garcés el resto el artículo, con propuestas precisas y fundamentadas: cultivos industriales de arroz y bananos, en manos de sindicatos de trabajadores de estas actividades; potenciar la producción de azúcar en el Ingenio de Sautatá, con mayor participación de los trabajadores; incentivación de la industria panelera, con base en la creación de cooperativas de producción; cría de porcinos, para carne y manteca. Todo ello complementado con la apertura de vías para comercialización interna e interregional, e intervención del Estado para la regulación y garantía de precios de venta a los campesinos y productores. Sobre la extracción forestal, con énfasis en maderas finas, el artículo plantea que es un renglón que merece un capítulo aparte. Y para las ciudades o centros urbanos, las propuestas de Lozano Garcés incluyen: producción industrial de vestuario para toda la región, mediante ruecas y telares caseros; fabricación de empaques de cabuya, pita, piña y platanillo.

El escrito cierra manifestando que lo que ha procurado es “dar un esquema más o menos aproximado de lo más inmediato que tenemos por hacer para romper la estructura actual de nuestra economía -bastante primitiva en verdad- y llegar por medio del aprovechamiento científico de las fuerzas naturales a un nivel superior”[7].

Quibdó, 1934. Así era la ciudad cuando recibió la excursión científica de la Escuela de Minas, cuyos informes dieron origen al número monográfico de la revista DYNA dedicado al Chocó. Fotos: Misioneros Claretianos.

“Sanear también es gobernar”

Luis Felipe Valencia Lozano, en su artículo “El saneamiento urbano del Chocó”, parte de un principio básico, del cual está convencido: “Desde hace algún tiempo venimos sosteniendo el principio de que sanear también es gobernar; y hemos llegado a creer que un gobierno a base de la sola higienización de poblaciones y campos, sería título suficiente para llamarlo bueno y constructivo”[8].

Una parte significativa del texto de Valencia Lozano, chocoano que a la fecha era un joven ingeniero civil que adelantaba el proyecto del primer acueducto de Quibdó, está dedicado a mostrar las ventajas que tendría la construcción de acueductos y alcantarillados para la higienización y progreso de sus poblaciones desde una perspectiva moderna; indicando que el abastecimiento de agua sería relativamente fácil por la gran riqueza hídrica y la cercanía de numerosas fuentes potenciales para ello: “Si de algo puede ufanarse la región chocoana es de su envidiable acervo de aguas cristalinas, que casi no requieren los costosos filtros, ni los complicados tratamientos químicos para esterilizarlas y purificarlas”[9]. A renglón seguido, el artículo explica los detalles básicos del acopio, conducción, almacenamiento y distribución de aguas por gravedad o por bombeo, o combinando ambos sistemas, como en Quibdó, que en ese momento es la única población del Chocó que posee estudio para acueducto, el cual fue encargado por la Intendencia al propio Valencia. Los principales aspectos de dicho estudio, como la decisión de tomar el río Cabí como fuente abastecedora y la ubicación del tanque de almacenamiento en una loma cercana a un poco más de medio kilómetro y la distancia de 400 metros hasta la red de tubería de distribución hacia la ciudad, son incluidos en el artículo.

“Los alcantarillados en los pueblos chocoanos tal vez son más difíciles de proyectar que los acueductos, debido a que, casi todos ellos están situados a orillas de sus innumerables y caprichosos ríos, cuyos diferentes niveles oscilan brusca e irregularmente a causa de las abundantes lluvias reinantes en el Chocó”, explica Luis Felipe Valencia Lozano, en su artículo de la revista DYNA dedicada al Chocó en septiembre de 1934.[10] Y anota que, aunque el Intendente Jorge Valencia Lozano quiso hacer también el estudio de alcantarillado para Quibdó, no fue posible hacerlo porque se le terminó el periodo.

El artículo finaliza planteando una discusión -que aún estaba vigente en Quibdó en ese momento y que había comenzado en 1930- acerca de la conveniencia de construir primero el acueducto o el alcantarillado.[11] La opinión de Valencia Lozano es planteada en el artículo así: “Cuál de estas obras deberá construirse primero en el probable caso de no poder acometerlas simultáneamente? A primera vista nos parece que los acueductos, por ser garantía permanente contra los incendios y contra las enfermedades llamadas de origen hídrico”[12].  Es un texto cuyo contenido, hoy tan de público dominio y conocimiento, explicaba soluciones de ingeniería aplicadas al mejoramiento de las condiciones sanitarias del Chocó.

Istmina, ciudad amable

Marino Abadía Valencia, quien cuatro años atrás había compartido con Luis Felipe Valencia Lozano en el Comité de elecciones de la Circunscripción electoral estudiantil del Chocó, en la elección de los miembros del Centro de estudiantes de la Intendencia; escribió para la revista DYNA, de septiembre de 1934, dedicada completamente al Chocó, el artículo sobre su tierra natal titulado “Istmina, un municipio en trance de celebridad”[13].

El primer acápite del artículo está dedicado a explicar la situación geográfica, los límites y algunos antecedentes históricos, resaltando la significativa y gran extensión que para entonces tenía el Municipio de Istmina, que alcanzaba hasta la costa del Pacífico, su enorme riqueza aurífera y su condición cosmopolita motivada por la extracción minera.

Bajo el subtítulo Istmina, ciudad amable, la siguiente sección del artículo de Abadía Valencia alude a la denominación que -en su visita de marzo de 1920- le diera el entonces presidente de Colombia, Marco Fidel Suárez. Del mismo modo que subraya el estoicismo de la ciudadanía istmineña ante la adversidad y el abandono, sin perder su patriotismo y su amor a Colombia: “Situada en la confluencia de la quebrada San Pablo en el río San Juan, Istmina ha asistido con estoica resignación a la desbandada de sus riquezas hacia la tierra extraña y, con un levantado y auténtico criterio nacionalista, ha echado la culpa a los hombres de todos los errores y desastres, pero ha confiado tranquila en una mejor comprensión futura de su destino y de su alma. Lustros de abandono y desilusión ha vivido, largos períodos y penosos trances de desesperación ha padecido, pero su espíritu de sacrificio, en solemne y recogida consagración ante el ara sacrosanta de la Patria, ha callado y esperado, sin que turben su serenidad ni quebranten su fuerza halagadoras insinuaciones de revuelta, entusiasmadoras frases de rebelión y de protesta”[14].

En el acápite subtitulado Anhelos, ambiciones y necesidades, el artículo explica que, además de las carreteras hacia Caldas y el Valle del Cauca, a Istmina le quedan “muchos problemas por resolver en cuanto a lo económico, como el cambio de moneda, la intensificación agrícola, y en cuanto a lo político con la proscripción de un absorbente regionalismo de nuestros hermanos del Atrato”[15]. En la parte final del artículo, el autor se refiere a las que llama necesidades culturales de Istmina, las cuales sintetiza en los siguientes términos: “es necesario que los políticos desistan de seguir engañando al pueblo con promesas vanas, no tanto porque ellos son incapaces de cumplirlas, sino por cuanto ellos cuando las hacen están seguros de no poder cumplirlas; es necesario que los hombres de aquí tengan preocupaciones distintas del negocio, de la política, de la burocracia; es urgente que se respete la familia y la honradez y que los empleados públicos sean modelos de honorabilidad y no piedras de escándalos, como acontece con excesiva frecuencia. […] …ya que no basta la escuela para la lucha contra el analfabetismo, que es el peor de nuestros males sociales”[16].

Para terminar

Los últimos cuatro artículos de la revista DYNA, de septiembre de 1934, dedicados al Chocó serán el tema de la tercera y última entrega de esta serie de El Guarengue con la cual queremos dejar documentada y comentada esta pieza histórica sobre la región, publicada hace casi un siglo en la Escuela de Minas, de la Universidad Nacional de Colombia, en Medellín, donde tantos jóvenes chocoanos de la época se formaron.

De este modo, en la próxima entrega de esta serie incluiremos el Informe científico sobre la región Quibdó-Buenaventura, escrito por los chocoanos Ramón Mosquera Rivas y César Arriaga, que fue materia de un artículo de marzo de 2020 en El Guarengue[17] y que fue incluido como un apéndice de la tesis de grado de Mosquera Rivas. Igualmente, una diatriba de perfecta composición sobre los males que la compañía minera Chocó-Pacífico le está ocasionando en ese momento a la región, a su gente, a Colombia, a su soberanía, en el esclarecido, documentado y valeroso artículo ¿Qué hace la Chocó-Pacífico en la región?, escrito por Luis Alfonso Rada. El Informe geológico del camino Bolívar-Quibdó, cuyos autores son Gerardo Botero y Hernán Garcés González. Y, finalmente, el Plan vial del Chocó, del chocoano Benjamín Ferrer y el antioqueño Bernardo Naranjo, el cual incluye una constatación de gran validez en ese momento y aún no superada en su totalidad: “Actualmente esta importante región está en las mismas condiciones viales que cuando la habitaron sus primeros moradores. A este respecto estamos completamente desfasados, y a no ser porque la naturaleza tuvo el capricho de dotarla de ríos navegables estaríamos sin duda alguna en la etapa de la conquista”[18].



[1] Esta frase está compuesta por dos versos del Himno del Chocó, cuyo autor es Miguel Vicente Garrido.

[2] Ramírez G., Horacio. Proyectos de canal interoceánico por el Napipí y el Truandó. DYNA. Revista de los estudiantes de la Escuela de Minas. Medellín. Año II. Septiembre de 1934. N° 9. Pp. 291-296. Pág. 291-292.

[3] Ibidem. Pág. 291.

[4] Lozano Garcés, Ramón. Posibilidades industriales del Chocó. DYNA. Revista de los estudiantes de la Escuela de Minas. Medellín. Año II. Septiembre de 1934. N° 9. Pp. 296-303. Pág. 296-297.

[5] Ibidem. Pág. 297.

[6] Ibidem. Pág. 298.

[7] Ibidem. Pág. 302-303.

[8] Valencia Lozano, Luis F. El saneamiento urbano del Chocó. DYNA. Revista de los estudiantes de la Escuela de Minas. Medellín. Año II. Septiembre de 1934. N° 9. Pp. 303-307. Pág. 303. N.B. El destacado en negritas pertenece al texto original del artículo citado.

[9] Ídem. Ibidem. Pág. 304.

[10] Ibidem. Pág. 306

[11] Detalles sobre el proceso de planeación y construcción del primer acueducto de Quibdó, incluyendo la presentación de los planos hecha por el ingeniero Valencia Lozano, así como el debate sobre la prioridad entre acueducto y alcantarillado, pueden leerse en Los comienzos del acueducto de Quibdó, en El Guarengue del 28 de marzo de 2022: https://miguarengue.blogspot.com/2022/03/los-comienzos-delacueducto-de-quibdo.html

[12] Valencia Lozano, Luis F. El saneamiento urbano del Chocó. DYNA. Revista de los estudiantes de la Escuela de Minas. Medellín. Año II. Septiembre de 1934. N° 9. Pp. 303-307. Pág. 307.

[13] Abadía Valencia, Marino. Istmina, un municipio en trance de celebridad. DYNA. Revista de los estudiantes de la Escuela de Minas. Medellín. Año II. Septiembre de 1934. N° 9. Pp. 307-310.

[14] Ibidem. Pág. 309

[15] Ibidem. Pág. 309

[16] Ibidem. Pág. 310

[17] Como si hoy fuera ayer (II). El desarrollo del Chocó según Ramón Mosquera Rivas.

https://miguarengue.blogspot.com/2020/03/como-si-hoy-fuera-ayer-ii-el-desarrollo.html

[18] Benjamín Ferrer, Bernardo Naranjo. Plan vial del Chocó. DYNA. Revista de los estudiantes de la Escuela de Minas. Medellín. Año II. Septiembre de 1934. N° 9. Pp. 336-348. Pág. 336