lunes, 27 de noviembre de 2023

 Remembranza de Juan Pablo Ruiz

"Señora Muerte que se va llevando
todo lo bueno que en nosotros topa!…
Solos —en un rincón— vamos quedando /
los demás… ¡gente mísera de tropa!"
León de Greiff. Señora muerte.

十Juan Pablo Ruiz Soto (1957-2023)
Foto: Archivo El Guarengue, tomada de la cuenta de X
de María del Mar Pizarro: @delmarpizarro

El miércoles 22 de noviembre de 2023, murió una de las personalidades más arrolladoras y merecidamente célebres del ambientalismo colombiano, a quien más de media Colombia recordará por “su buena onda y su defensa, firme y lúcida, del medio ambiente”, como escribió Rodrigo Uprimny en un mensaje de la red X.[1] Economista con maestría en Teoría Económica (Universidad de Los Andes) y en Estudios Ambientales (Yale University), Juan Pablo Ruiz era un estudioso permanente de las temáticas ecológicas, sociales, políticas y económicas del medio ambiente, tanto en los textos como en la Naturaleza misma, la cual recorría permanentemente debido a sus múltiples trabajos y a su pasión y filosofía de vida: el montañismo, del cual quedará para la historia su extraordinario palmarés, que incluye ser hasta ahora el único colombiano que ha logrado dos veces cumbre en el Monte Everest.

Juan Pablo, un ambientalista genuino

Ha muerto un hombre bueno. Un amigo leal. Un tipo simpático, mamagallista ingenioso y buena gente. Un pionero en Colombia de los análisis de economía ambiental más allá del trillado costo/beneficio. Un militante del ambientalismo genuino, aquel que no se casa con su exclusiva y propia idea, sino que, a semejanza de la Naturaleza, se nutre, se enriquece y vivifica a partir de la diversidad. De modo que, sin pregonarlo, Juan Pablo era un ambientalista que creía, con Eduardo Galeano, que “la ecología neutral, que más bien se parece a la jardinería, se hace cómplice de la injusticia de un mundo donde la comida sana, el agua limpia, el aire puro y el silencio no son derechos de todos, sino privilegios de los pocos que pueden pagarlos”[2].

Quizás por eso, en su momento, como me consta, se identificó fácil y rápidamente con la idea de un ambientalismo étnico, comunitario, campesino, popular; aquel ambientalismo que se desarrolla literalmente en medio del ambiente, a la orilla del río, en lo profundo del monte, en la calidez de las playas y en la inmensidad de las mares, en los intríngulis de los manglares y en la tejida esperanza de las atarrayas, en la chicha y en el biche, en el tambo y en la choza, en el cafetal y en el huerto casero, en el potrero y en el gallinero…


 

El Ecofondo de Juan Pablo

Tomada de la cuenta de X
del Centro ODS para 
América Latina y el Caribe
@CentroOds

Juan Pablo Ruiz fue el digno primer director de Ecofondo, oenegé a la que le marcó el rumbo y le construyó en breve tiempo una imagen de validez y pertinencia como canal de destinación de recursos de cooperación internacional para la cofinanciación de proyectos ambientales de conservación y manejo de áreas silvestres, gestión ambiental en agroecosistemas y gestión ambiental urbana; que alejaran a las oenegés de los escritorios y del simple afán de sostener su propia y parental burocracia, y las aproximaran cuanto más fuera posible al mundo real de la sociedad y el medio ambiente que pregonaban conservar y defender, sin siquiera, muchas veces, conocer.

Bajo la dirección de Juan Pablo Ruiz, con el innegable y provechoso aporte de la sinigual Carmen Tavera, y la posterior profundización de la idea por parte del inolvidable Rafael Colmenares Faccini, desde Ecofondo se posicionó para Colombia, América y el mundo la posibilidad de convertir lo que originalmente fuera concebido nomás como una expresión llana del famoso intercambio de deuda por naturaleza, en la construcción -a múltiples manos y voces diversas- de proyectos que reconocieran, en la práctica y por primera vez, la validez de las epistemologías de la manigua[3] propias de las comunidades negras y de los pueblos indígenas, sus formas de ser y hacer en sus entornos y hábitat, sus propias y legítimas versiones de la gestión ambiental, con su propia gente y sus propias voces. Al igual que la promoción de proyectos que contribuyeran a dignificar el reciclaje urbano, incluyendo a los recicladores como sujetos y no como objetos de beneficencia y filantropía, así como a dilucidar con sensatez y fundamentos reales el funcionamiento de los ecosistemas y de las dinámicas urbanas. Y proyectos que, en lugar de estigmatizar las prácticas agropecuarias de los campesinos, introdujeran en ellas todas las nociones recién estrenadas de la agroecología, como los sistemas agrosilvopastoriles y demás modalidades de los sistemas múltiples de producción, a la manera antigua, la de antes de que al mundo agrícola nacional y latinoamericano se lo tomaran la docena maldita de las multinacionales farmacéuticas; la agricultura transgénica, con sus semillas hechizas y sus agrotóxicos, con su producción uniforme y en serie, con sus agrónomos impulsadores y vendedores de agroquímicos y con su montón de insumos entre inútiles, costosos y dañinos.

En Sasaima, hablando con Juan Pablo del Chocó

A Juan Pablo Ruiz lo conocí en noviembre de 1995, en Sasaima (Cundinamarca), en una reunión nacional de Ecofondo a la que asistí como coordinador del estudio de prioridades ambientales del Chocó, hecho en el marco de un trabajo nacional promovido desde la Unidad de Redes y Comunicaciones de la entidad y diseñado por diversos metodólogos contratados en Bogotá. Allí en Sasaima, siendo el Chocó la primera Unidad Regional de Ecofondo en haber concluido el trabajo, Juan Pablo se me acercó con evidente curiosidad y ponderó la presentación que yo había hecho y el documento que, con el apoyo de Patricia Montes Ochoa, la Coordinadora de la Unidad Regional Chocó de Ecofondo, habíamos editado y entregado en cumplimiento de una tarea nacional que en algunas regiones de mayor tradición ambientalista, sorprendentemente, apenas iba a comenzar.

Portada del documento 
de Prioridades ambientales
del Chocó 1995, publicado 
por la Unidad Regional Chocó
de Ecofondo Foto: JCUH.

Sorprendido por la rigurosidad y la eficacia con la que nuestro estudio había sido hecho, lo prolijos que habíamos sido y la riqueza de los contenidos de nuestro voluminoso documento final[4], Juan Pablo Ruiz me expresó unas cuantas opiniones que me indicaron no solamente que él sí le había parado bolas a la exposición que yo acababa de hacer como coordinador de ese estudio; sino que, incluso, ya había ojeado y percibido el enfoque y las conclusiones del mismo. Igualmente, me hizo unas cuantas preguntas: algunas como de prueba, a ver si yo —que era un absoluto aparecido en el escenario de Ecofondo y en los círculos ambientalistas, que tan endogámicos suelen ser— realmente tenía idea de lo que estaba hablando; y otras, superada la prueba de las anteriores, destinadas a profundizar en algunos temas específicos de la cuestión ambiental en el Chocó, de los datos que citábamos y de sus fuentes, del llamativo dispositivo metodológico —ampliamente participativo— que habíamos diseñado para elaborar el estudio. Finalmente, centró nuestra conversación en algo que —según me dijo— le interesaba realmente terminar de entender, pues comprendía perfectamente que en ello residía parte del futuro del Chocó y del Pacífico en materia ambiental: la cuestión étnica y su relación con el ambientalismo.

Esa primera charla con Juan Pablo Ruiz fue cerca al mediodía, poco antes del almuerzo. Al concluir, con un sincero apretón de manos y un “seguimos hablando”, cuando la concurrencia de la reunión que habíamos abandonado se dirigía al restaurante, yo ya me había convertido en un objeto de curiosidad para el clan ambientalista en cuya reunión había irrumpido desde el lejano Chocó. De inmediato, se me acercaron caribes desparpajados, paisas zalameros, caleños y popayanejos sabidos y rejugados en lo ambiental, ecólogos y arquitectos, biólogas y economistas, etcétera, etcétera. Un valduparense con tono de tribuno se acercó para preguntarme si yo de verdad era del Chocó, pues no era ni negro ni indígena. Yo le pregunté si él sabía tocar acordeón y me dijo que no. Le dije que entonces -en el mismo sentido de su pregunta- él cómo hacía para ser de Valledupar.

En Sasaima, hablando con Juan Pablo de Ecofondo

A media tarde, mientras en el salón de la reunión oficial se discutía acerca del futuro del ejercicio de prioridades ambientales, Juan Pablo Ruiz se me acercó y me invitó a que charláramos nuevamente. Salí con él hacia la cafetería del lugar y allí, sin rodeo alguno, me contó unas cuantas cosas sobre el funcionamiento real y actual de Ecofondo en ese momento, su contexto de rivalidades y disputas entre enfoques y regiones, pareceres y caprichos, ideas y planteamientos. Me contó que Germán Palacio, profesor de la Universidad Nacional de Colombia, quien me había parecido un tipazo también, inteligente expositor y buen conversador, renunciaría pronto a su cargo como Coordinador de Redes y Comunicaciones de Ecofondo; y me pidió que le entregara mi hoja de vida lo más pronto posible, ojalá el lunes (era viernes), pues él creía que yo era el tipo indicado para reemplazar a Germán y hacerle frente a un escenario institucional caracterizado por una dicotomía y un divorcio entre la cofinanciación de proyectos y los procesos de fortalecimiento institucional y de acción ambiental, en perspectiva política y social, de las organizaciones integrantes de Ecofondo; así como para que llevara a la escena ambiental nacional el trabajo y los liderazgos de las organizaciones étnicas de comunidades negras y pueblos indígenas, como la OREWA y la ACIA, del Chocó[5]; y para conducir a buen término la realización efectiva de los ejercicios de prioridades ambientales en las once unidades regionales restantes, adelantar su compilación y publicación, y utilizarlos como base para la determinación de prioridades ambientales nacionales.

Sin que esa fuera su intención, Juan Pablo Ruiz acababa de cambiarle el rumbo a mi vida profesional, pues lejos de mí estaba trabajar en Bogotá, mientras que continuar en el Chocó era y había sido siempre el plan. Pero, precisamente, ese año habían comenzado a recrudecerse ciertas circunstancias que en poco tiempo se convertirían en cotidiano y duro pan de la realidad social de los pueblos del Atrato donde yo adelantaba principalmente mi trabajo; así que lo mejor era emigrar, pues yo formaba parte de un equipo de trabajo cuyos integrantes estábamos en la mira de aquel recrudecimiento.

En dos semanas, con el envío por fax de una hoja de vida preliminar, dos conversaciones telefónicas y el compromiso de que asistiría a una nueva reunión institucional, Juan Pablo Ruiz como director ejecutivo de Ecofondo me contrató como Coordinador de la Unidad de Redes y Comunicaciones. La reunión a la que debía asistir, y así lo hice, era un taller de resolución de conflictos, coordinado por The Nature Conservancy -TNC- y que se realizó los últimos días de noviembre y los primeros de diciembre, en uno de los sitios más fríos que he conocido: el Parque Ecológico Piedras Blancas, en las afueras de Medellín. Además de la materia del taller, el propósito de esta asistencia era reunirme, a instancias de Juan Pablo y así fuera informalmente, con Germán Palacio, a quien reemplazaría en el cargo a partir del 1° de enero de 1996, es decir, a la vuelta de un mes.

Trabajando con Juan Pablo en Ecofondo

Tal como habíamos acordado telefónicamente, Juan Pablo y yo nos volvimos a encontrar el martes 2 de enero de 1996, a las ocho en punto de la mañana, en la estrecha sede que ocupaba entonces Ecofondo, en un edificio ubicado a todo el frente de Fescol, en la calle 71 con carrera 11, en Bogotá. Llegué a su oficina y de inmediato nos fuimos a desayunar en una cafetería ubicada a una cuadra, donde me contó que por ahí después de mediados de año Ecofondo se trasladaría a su sede propia, en la calle 82 con carrera 19, en el Antiguo Country, a un edificio del cual lo alegraba hablar, pues ponderaba el manejo de aguas lluvias y los paneles solares que tendría, la abundancia de ventanales de vidrio para reducir sustancialmente el consumo de energía eléctrica por la entrada de la luz del día y el tipo de materiales que estaban utilizando los arquitectos contratados para la obra.

Me contó de paso que él, al otro día, no iba a estar en la oficina, pues los días miércoles estaban sagradamente destinados a pasar tiempo con sus hijas; que entonces nos volveríamos a ver el jueves para ir a conocer la nueva sede, en construcción, y para seguir adelantando asuntos claves del trabajo que yo estaba asumiendo. Y me contó también que, aunque mucha gente todavía no lo sabía, él estaba próximo a marcharse de Ecofondo, pues, luego de una pequeña excursión de escalada a los nevados del Ruiz, del Tolima y del Huila, y a la Sierra Nevada del Cocuy, a la cual salía desde el fin de semana; vendría a la oficina unos cuantos días de tiempo completo y luego, esporádicamente, otros más; pues acababa de ser nombrado Secretario General del Ministerio del Medio Ambiente, por el entonces ministro, el ambientalista e historiador cartagenero José Vicente Mogollón.

Después de aquel desayuno, de regreso a la oficina, Juan Pablo fue conmigo de puesto en puesto presentándome a cada una de las personas del equipo de trabajo; dio instrucciones sobre el trámite y formalización de mi contrato y requirió mi pronta ubicación en el único cuchitril disponible que había. Y entonces, se fue.

Juan Pablo se va de Ecofondo

A su regreso, el jueves, Juan Pablo me invitó a almorzar en el Café de la Montaña. Café y Crepes, contiguo a la Clínica del Country; me contó la historia de cómo él y sus amigos habían diseñado, creado y puesto en marcha ese restaurante en 1982. Antes del almuerzo habíamos ido a conocer la que sería la nueva sede de Ecofondo, en la Calle 82 N° 19-26, donde yo terminaría trabajando desde septiembre de 1996 hasta marzo de 2010.

En los días previos a su dejación formal del cargo de Director de Ecofondo, Juan Pablo y yo alcanzamos a viajar a Duitama, a una reunión de la Unidad Regional Chicamocha. Y en la oficina, en Bogotá, sostuvimos otras tres o cuatro reuniones, más o menos largas, para puntualizar las prioridades del trabajo que yo debería -a su juicio- desarrollar desde la Unidad de Redes y Comunicaciones de Ecofondo. En una de ellas, invitó a Carmen Tavera, con quien fluidamente intercambiamos ideas sobre el trabajo conjunto que podríamos adelantar entre la Unidad de Proyectos que ella coordinaba y la de Redes y Comunicaciones que yo empezaba a coordinar.

También viajamos juntos a Quibdó. Y participamos, en la Casa de Encuentros de la Esmeralda, en la asamblea de constitución y aprobación de estatutos del Instituto de Investigaciones Ambientales del Pacífico, IIAP, que duró hasta la madrugada, y en medio de la cual me confesó que él tampoco estaba de acuerdo con esa dedicatoria a John Von Neumann.

Después de eso, cuando escasamente habíamos trabajado un mes juntos, Juan Pablo se fue de la oficina, ahora sí del todo. Nos volvimos a ver en Bogotá, en la Asamblea General de Ecofondo, a la que asistió como Secretario General del Ministerio del Medio Ambiente, en compañía del ministro. A partir de ahí, empezaron a pasar meses y luego años en los que nos dejábamos de ver, sin que ello impidiera que, cuando nos encontrábamos, habláramos como si nos hubiéramos despedido el día anterior.

De hecho, la última vez que nos vimos llevábamos ya casi dos años sin hablar. Fue en el Café de la Montaña de la Calle 108, adonde, un mediodía soleado, llegó raudo, pues hacía rato lo estaba esperando su hija Antonia. Conversamos como 15 minutos, se acordó de mi hija y de mi hijo y me preguntó por ella y él, me contó un par de cosas y yo le conté como tres. Al igual que la primera vez que hablamos, ese día nos despedimos con un apretón de manos sincero y firme, con una sonrisa y un halo de sincera amistad. Cuando yo salía del lugar, me dijo que si hablaba con Don Rafael le diera saludes de su parte.

Collage El Guarengue. FOTOS: El Espectador, Servicio Geológico Colombiano y FNA.
El apoyo de Juan Pablo

Las saludes eran para Rafael Colmenares, que fue realmente el único sucesor que tuvo Juan Pablo Ruiz en la dirección de Ecofondo, pues los dos anteriores a Rafael: el uno pasó sin pena ni gloria y el otro, ensoberbecido por sus ínfulas y su círculo de poder, empezó a socavar los cimientos de la entidad; así como los posteriores a Rafael condujeron a Ecofondo, consciente y sistemáticamente, a su extinción.

Juan Pablo Ruiz fue siempre un consejero y aliado para Rafael y para mí, después de que yo asumiera la dirección de la Unidad Técnica en la cual fueron fusionadas las antiguas unidades de redes y de proyectos, en un momento de fuerte crisis, del cual saldríamos avante y obtendríamos -como producto de un detallado proceso de sistematización de resultados de los proyectos cofinanciados hasta la fecha por Ecofondo- nuevos recursos de cooperación canadiense para un proyecto nacional y la puesta en marcha de un fondo holandés de proyectos ambientales para el Chocó Biogeográfico. Era el año 1998, cuando esa etapa comenzó y duró hasta doce años después.

Las cumbres de Juan Pablo

Cuando Juan Pablo Ruiz y sus compañeros de montaña alcanzaron por primera vez la cumbre en el Everest (mayo 2001), Rafael Colmenares y yo lo invitamos a Ecofondo, ya establecido hace mucho tiempo en la sede del Antiguo Country que Juan Pablo me había mostrado cuando aún estaba en construcción. Él no lo dudó un instante y allá llegó, el día y la hora acordados, varios meses después. Y nos regaló una velada inolvidable, que incluyó desde las preguntas más elaboradas hasta las más inocentes e ingeniosas de niñas y niños, como mi hija y mi hijo, que estuvieron y disfrutaron la charla de Juan Pablo, sus fotos y su simpatía al responderles.

Hoy, cuando Juan Pablo no está, recuerdo un par de cosas de las que me contó sobre su experiencia como montañista y me resulta inevitable relacionarlas -sin que ello signifique una comparación o una pretensión de simetría- con dos pasajes de la extraordinaria biografía de Alexander von Humboldt escrita por Andrea Wulf, referentes a la experiencia del sabio alemán en las cumbres suramericanas.

El 23 de junio de 1802, durante su escalada al Chimborazo, en tiempos en los que se pensaba que esta era la montaña más alta del mundo, “cuando Humboldt midió la altitud y vio que indicaba 5.917 metros, descubrió que estaban a apenas 300 metros del pico. Nadie había subido nunca tanto, nadie había respirado un aire tan enrarecido. De pie en la cima del mundo, mirando hacia abajo por encima de las cadenas montañosas, Humboldt empezó a ver el mundo de otra manera. Concibió la tierra como un gran organismo vivo en el que todo estaba relacionado y engendró una nueva visión de la naturaleza que todavía hoy influye en nuestra forma de comprender el mundo natural”[6]. Dos siglos después, en compañía de unos tragos de Platino, en Quibdó, Juan Pablo me contó que las montañas le habían enseñado a entender de mejor manera el medio ambiente, sus profundas interrelaciones, su unidad en la diversidad, su holismo. Y que bastante de eso había alcanzado a pensar en el Everest, la primera vez que hizo cumbre.

Juan Pablo Ruiz. Monte Vinson, Antártida, 2013.
FOTO: Epopeya.

Juan Pablo también decía que la montaña da paz, que la montaña espiritualiza, que la montaña ennoblece. Y en ese sentido, la extraordinaria biógrafa de Humboldt anota: “Las montañas hechizaban a Humboldt. No solo las exigencias físicas y la perspectiva de nuevos conocimientos. Había también algo más trascendental. Cada vez que estaba en una cumbre o un cerro, se sentía tan conmovido por el paisaje que dejaba volar aún más su imaginación. Una imaginación, decía, que aliviaba las “profundas heridas” que a veces causaba la profunda “razón”[7].

¡Gracias, Juan Pablo!


[2] Galeano, Eduardo. Úselo y tírelo. El mundo visto desde una ecología latinoamericana. Editorial Planeta Argentina, 1994. 185 pp. Pág. 18.

[3] El concepto es original de Hinestroza Ramírez, Jhonmer. Genealogía de las políticas epistémicas coloniales como formas de esclavización de las epistemologías de la manigua en Chocó, Colombia. Trabajo de grado para optar al título de Doctor en Ciencias Sociales. Directora: PHD Denisse Roca Servat. Universidad Pontificia Bolivariana. Escuela de Ciencias Sociales. Doctorado en Ciencias Sociales. Medellín. 2022. 264 pp.

[4] Centro de estudios regionales del Pacífico y ECOFONDO. Prioridades socioambientales del departamento del Chocó. Quibdó, Chocó, octubre de 1995. 277 pp.

[5] En ese momento, 1995, la OREWA (Organización Regional Embera Wounaan) era la única organización indígena del Chocó; y la ACIA (Asociación Campesina Integral del Atrato) era la semilla madura del Consejo Comunitario Mayor del Medio Atrato, COCOMACIA, que a la postre obtendría el reconocimiento legal del título colectivo de tierras de comunidades negras más grande del país, en el marco de la Ley 70 de 1993.

[6] Wulf, Andrea. La invención de la Naturaleza. El nuevo mundo de Alexander von Humboldt. Taurus, 2017. 578 pp. Pág. 24.

[7] Ibidem. Pág. 117.

lunes, 20 de noviembre de 2023

 El desarrollo moral y material del Chocó 
desde la mirada misionera 
de principios del siglo XX
>>Iglesia parroquial de Quibdó, 1915. FOTO: Misioneros Claretianos

El poblado, como de veinte casas, recibió entusiasmado la visita de los enviados del Señor. Al día siguiente ofrecíase, por primera vez, el santo sacrificio en aquellas selvas vírgenes. Muy satisfechos quedaron los Misioneros del comportamiento de aquellas sencillas gentes, sin que ninguno se resistiera a arreglar su estado por medio del santo matrimonio”. Informe de la Prefectura Apostólica del Chocó 1911-1915.[1]

A diciembre del año 1915, según el Informe de la Prefectura Apostólica del Chocó 1911-1915, esta jurisdicción eclesiástica creada en 1908 y asumida por los Misioneros Claretianos en febrero de 1909, consta de 18 parroquias. Seis de ellas se ubican en la Provincia del Atrato: Quibdó, Lloró, Neguá, Bebará, Riosucio y El Carmen; a la Provincia de Urabá pertenecen cinco: Acandí, Valle, Murindó, Vigía del Fuerte, Turbo; seis pertenecen a la Provincia del San Juan: Istmina, Nóvita, Sipí, Noanamá, Pizarro y Tadó; y la Parroquia de Pueblo Rico, que forma parte del Departamento de Caldas y comprende las viceparroquias de Ágüita y San Antonio.[2] La prefectura tiene como sede principal de gobierno a Quibdó y en calidad de Prefecto Apostólico ejerce en ese momento Francisco Gutiérrez C.M.F.

Los misioneros de Quibdó tienen a su cargo una extensión que cubre desde esta ciudad, capital de la Intendencia Nacional del Chocó, hasta la Provincia de Urabá, con diez parroquias del total de dieciocho, las cuales incluyen a su vez 41 viceparroquias. Los misioneros de Istmina, por su parte, están encargados de la Provincia del San Juan, con ocho parroquias, incluyendo El Carmen y Pueblo Rico, y 33 viceparroquias. Tanto las parroquias como las viceparroquias deben ser visitadas por lo menos una vez al año por los misioneros, con fines sacramentales, educativos y de catequesis, amén de la promoción de las dos obras que para ellos son símbolos del desarrollo material y el progreso moral de los pueblos: la iglesia y la casa cural.

Este informe, como todos los demás presentados por los misioneros entre 1909 -cuando llegaron a Quibdó, procedentes de España, para encargarse de la recién creada Prefectura Apostólica del Chocó- y 1953 -cuando comenzaron su vida institucional las jurisdicciones de los vicariatos apostólicos de Quibdó e Istmina[3]-; tiene importancia documental innegable, tanto porque si se atan los cabos sueltos se pueden deducir o extraer conclusiones importantes sobre la situación de la región en la época de presentación de los informes, lo cual es innegablemente útil para documentar periodos históricos de una región con escasez de fuentes históricas documentales; como por la explicitud de enfoques coloniales discriminatorios totalmente evidentes a lo largo de los informes; tal como se puede ver en las descripciones de los pueblos que a continuación reproducimos directamente del informe 1911-1915 de la Prefectura Apostólica del Chocó. No sin antes anotar algunos elementos de análisis y juicio sobre los contenidos y afirmaciones de los misioneros en dicho informe.

Más que descripciones, las referencias a las parroquias y viceparroquias, y a sus gentes, son sentencias categóricas o juicios sumarios, calificaciones y dictámenes finales de una especie de examen moral y material hecho por los misioneros a los sitios y lugares que clasifican indistintamente como poblados, pobladitos, poblaciones y pueblos; sitios y lugares cuyas condiciones no son satisfactorias a sus ojos y por ello no alcanzan a aprobar el examen hecho con un rasero de moralidad y de civilidad en el cual tienen primacía condiciones como el ser casados, ir a misa los domingos y fiestas de guardar, tener iglesia en buen estado, al igual que casa cural, y no tener hijos “naturales”. Un párrafo del informe, alusivo a la Parroquia de San Francisco de Asís de Quibdó, muestra en resumen la aplicación de las condiciones mencionadas: “Mucho se ha trabajado por moralizar esta parroquia, como lo confiesan aquellos que de tiempo atrás conocen esta población; sin embargo, queda muchísimo que hacer para conseguir el cambio de su fisonomía moral, pues son contados los hombres que cumplen con el precepto pascual; es más regular la asistencia a la santa misa en los días festivos; pero la medida que da a conocer el estado de su desmoralización, son los nacimientos, que acusan un 55 por 100 de hijos naturales".[4]

Presentamos, pues, en esta edición de El Guarengue, un extracto del informe de la Prefectura Apostólica del Chocó 1911-1915, donde puede el lector identificar los elementos de análisis antes anotados, en la descripción de las viceparroquias de la Parroquia de San Francisco de Asís de Quibdó: Yuto, Samurindó, Paimadó, Tanando, Campobonito, La Troje, Guayabal; y de las parroquias y viceparroquias del Atrato: Lloró, Bagadó, Cuchadó, San Nicolás de la Sierra, San Rafael de Neguá, Tutunendo, Beté, Bebará, Bebaramá, Begaes, Isleta, Aguaclara, Vigía del Fuerte, Buchadó, La Isla, Murindó, Curbaradó, Riosucio, Sautatá, Turbo, Acandí, Titumate, Unguía.

En todos los casos se ha respetado la ortografía original de los topónimos utilizada en el informe de los misioneros; por ejemplo, en los casos de Begaes, Nicoclí, Sapsurro y Capulganá.

En próximas entregas de El Guarengue, ofreceremos a los lectores las descripciones de Quibdó e Istmina que aparecen en el informe; así como las correspondientes a las poblaciones de la Provincia del San Juan.

Julio César U. H.

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Portada del Informe de la Prefectura Apostólica del Chocó 1911-1915, y los dos primeros prefectos apostólicos: Juan Gil García, fallecido en Quibdó, en 1912, y Francisco Gutiérrez, su sucesor. FOTOS: Misioneros Claretianos. Archivo El Guarengue.

Extracto del Informe oficial que rinde el Prefecto Apostólico del Chocó a la Delegación Apostólica. 1911-1915. Bogotá, Imprenta Nacional, 1916. Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 118 pp. Pág. 75-82

VICEPARROQUIAS DE QUIBDÓ

Yuto. Pueblo incipiente, de unas veinte casas, con escuela de niños. Tienen adelantada la iglesia, para la que han adquirido una regular campana; tienen reunidos los materiales para la casa cural. Es población moralizada.

Samurindó. Pobladito de ocho casas, decadente en lo material, y aunque no muy floreciente en lo moral, han conseguido un bonito altar y una imagen de Nuestra Señora de las Mercedes, a quien está dedicada su iglesita, cubierta de fierro. Tiene casa cural pajiza, algo descuidada; no tiene escuela.

Paimadó. Poblado de los más religiosos y moralizados de la Provincia del Atrato. Así se explica que en poco más de dos años, derribada la iglesia, que se arruinaba, han levantado otra con techo de fierro y casa cural de paja; y contra lo que acontece en otros poblados, sin necesitar de las exhortaciones ni presencia del sacerdote. El pobladito no consta más que de veinticinco casas.

Tanando. Sólo doce casas componen este poblado, del que poco hay que decir, pues con la ruina de su iglesia, parece haberse muerto su religiosidad: tan poco es el interés que se toman por su reconstrucción. Existe casa cural mediana.

Campobonito. Tiene doce casas en una hermosa planicie. Su iglesita está en regulares condiciones, dedicada a la Niña María, a quien obsequian en su fiesta anual, pintoresca por demás, cuando se dirige todo el pueblo con su Patrona a Quibdó, surcando, en variedad de canoas, las aguas del Atrato.

La Troje. Tiene iglesia y casa cural cubiertas de cinc. Compónese el poblado de treinta y cinco casas, es muy visitado de los Misioneros y deja algo que desear su moralidad.

Guayabal. Ocho casas componen este pueblo de reciente fundación, y al parecer de poco porvenir. Tiene iglesia y casa cural de paja. Aunque no muy moralizado, celebra sus fiestas anuales.

PARROQUIAS Y VICEPARROQUIAS DEL ATRATO

Parroquia de Lloró. Esta población, que tuvo en otro tiempo sacerdote permanente, se compone de cuarenta casas; tiene iglesia techada de cinc, y buena casa cural; posee una preciosa custodia; funcionan escuelas, y es frecuentemente visitada de los Misioneros.

Bagadó. Como la anterior, tendrá este poblado unas cuarenta casas, no le falta su iglesia y casa para el sacerdote, tiene escuelas y adquirió hace poco una linda imagen de La Candelaria y una urna sepulcral para las funciones de Semana Santa.

Cuchadó (San Marino). Posee iglesia en mal estado. Funcionó, hasta hace poco, una escuela de varones, y está muy atrasado en todo sentido.

San Nicolás de la Sierra. Este pueblo empieza a construirse a los lados del río Andágueda; no tiene iglesia ni casa cural; funciona una escuelita. Entre los dos pobladitos cuentan con unas treinta casas.

Parroquia de San Rafael de Neguá. Fue residencia habitual del sacerdote; hoy es un poblado decadente; la iglesia y casa cural están descuidadas. Tiene escuela de niños, y por el número de habitantes puede contarse en tercer lugar entre las poblaciones del Atrato. Tiene unas cincuenta casas.

Tutunendo. Pueblo de veinte casas con su iglesia y casa cural, en regular estado. Hace poco se adquirió una campana para este lugar, y se bendijo un altarcito construido en Quibdó. Funciona una escuela de niñas. Muchas veces gozan de la presencia de los Misioneros, por ser paso obligado de éstos para ir a la granja del Corazón de María.

Beté. Pintoresca población de unas veinticinco casas a orillas del Atrato; posee iglesia algo deteriorada, casa cural nueva; funciona una escuela de niñas notablemente concurrida. La moralidad de este pueblo, lo mismo que la de casi todos los pueblos anteriormente mencionados, deja algo que desear. Esta población va desapareciendo, merced a los derrumbes que producen las aguas del Atrato.

Parroquia de Bebará. Rica en otro tiempo esta población, hoy está casi muerta; su templo en estado ruinoso, la casa cural está regularmente conservada. Tiene escuela alternada. La corrupción de costumbres es mucha. Sólo consta de quince casas. Se visita, como Beté, con regularidad.

Bebaramá. Tiene iglesia grande techada de fierro, bien conservada; buena casa cural, aunque pajiza; hay escuela alternada; recibe varias visitas anuales de los Misioneros; el núcleo de la población está formado de sólo diez casitas.

Begaes. Pueblo desmoralizado de veintidós casas, con iglesia de fierro, casa cural pequeña e incómoda. Se le visita anualmente; acaso no tarde en desaparecer, cambiándose a la orilla derecha del río Arquía, por donde pasa el camino para Urrao.

Isleta. Poblado próximo al anterior, y poco menor que él; quedó casi totalmente destruido el año pasado por la violencia de un furioso vendaval, que hizo volar sus casas.

Aguaclara. Como pueblo incipiente está sin iglesia, ni casa cural. Se le ha visitado diferentes veces. Su población es de quince casas diseminadas. Sus moradores, bien animados para dar comienzo a su iglesia.

Parroquia de Vigía del Fuerte. Decadente en lo material, esta población de cuarenta casas, y abandonada en la instrucción y moralidad, tiene su iglesia pajiza y sin terminar, lo que poco prueba a favor de su religiosidad.

Buchadó. El estado moral y aun material de este pueblo es de lo más aflictivo y desconsolador: sin iglesia ni casa cural, ni escuela, en un poblado de treinta casas.

La Isla. Se manifiesta el despertar religioso de este pueblo, de veinticinco casas, con la iglesia de fierro que ha construido el entusiasmo de sus moradores; la casa cural está adelantada. Tiene escuela de niños, a la que asisten con mucha asiduidad.

Parroquia de Murindó. Pueblo importante, de cuya religiosidad está dando fe su nueva iglesia de fierro levantada en pocos días, con la cooperación de todos, bajo la dirección del Reverendo Padre Francisco García, y la casa cural empezada; posee escuelas completas; recibe anualmente la visita del Misionero; consta el poblado de cuarenta casas.

Curbaradó. Caserío de seis casas, abandonado.

Parroquia de Riosucio. Por el número de habitantes debe figurar esta población en segundo lugar entre las del Atrato. Consta de unas cien casas, tiene un buen aserradero, escuelas, iglesia de madera; no tiene casa cural. La enorme distancia que la separa de Quibdó, la priva de la asistencia que exige su importancia, y a eso sin duda obedece su postergación moral y aun religiosa.

Sautatá. Caserío formado por los trabajadores de un aserradero de propiedad de extranjeros. Está provisto de escuela alternada. Se piensa en levantar capilla.

Parroquia de Turbo. Población situada en el golfo de Urabá, en la desembocadura del río Atrato, es la capital de la Provincia de Urabá, dependiente del Departamento de Antioquia; está un tanto en decadencia, ya por la depreciación de la tagua, fuente principal de su riqueza, ya también por el fracaso de la colonia alemana de Puerto César. Creemos necesario llamar la atención de los Gobiernos Departamental y Nacional sobre la gran importancia geográfica y comercial de este pueblo. En nuestra visita de mayo último vimos, con pena, la indiferencia religiosa y desmoralización que todo lo invade; nos esforzamos por levantar los espíritus de tan vergonzosa situación; el fruto fue muy escaso. Conseguimos, sin embargo, reanimar algún tanto la piedad de un buen número, para dar comienzo a las obras del templo, de que hasta hoy carece, en cuya edificación se está trabajando por varios vecinos con la mejor voluntad. Muy doloroso fue para los Misioneros no poder volver para ponerse al frente de los trabajos, según promesa que habíamos hecho al pueblo; las enfermedades y los vientos contrarios nos lanzaron violentamente a Cartagena, cuando nos dirigíamos por segunda vez a Turbo. Por esta misma razón no pudimos visitar sino sólo el poblado de Nicoclí, de los muchos que pertenecen a esta parroquia. Nos contentaremos con apuntar los nombres de los más principales. En la costa del golfo, partiendo de Turbo a Cartagena, se encuentran, a cinco horas de Turbo, Caimán Nuevo, río en donde moran como unos 100 indios; como a dos horas de la boca de ese río está Nicoclí. poblado como de sesenta casas; a un día de Nicoclí se encuentra Zapata, poblado algo menor que Nicoclí; navegando algunas horas llégase a la boca del río San Juan, donde se halla el poblado de su nombre, como de cien casas; a breve distancia se encuentra el pobladito llamado Arboletes, límite de la Prefectura con la Arquidiócesis de Cartagena. A la izquierda de Turbo, y en el golfo, encuéntrase Puerto César, poblado más importante por haber sido el centro de los trabajos establecidos por la colonia alemana, exportadora de bananos, que por el número de sus habitantes. Caminando unas tres horas llegamos a las bocas del caudaloso río León; en él y en sus afluentes se encuentran varios poblados, como Micuro, Chigorodó, Churidó, Vijagual y Vijagualito.

Parroquia de Acandí. Situada en la parte occidental del golfo de Urabá, se compone de unas ciento veinte casas, distante como cinco horas del río La Miel, límite con Panamá. Tiene algún comercio con Cartagena. Por su situación geográfica merece toda la atención del Gobierno, y es urgente el establecimiento de una oficina telegráfica que ponga en comunicación la primera población del golfo de Urabá con el resto de la República. Esta medida y el hacer llegar hasta su puerto los buques que viajan de Cartagena a Quibdó, y viceversa, acaso fueran principio de un nuevo período de progreso material. Su estado moral y religioso es lamentable. La última visita girada en mayo de este año fue poco satisfactoria; en los diez días que duraron los Misioneros, fueron en muy corto número los indígenas que se presentaron para recibir los sacramentos del bautismo y confirmación; sólo tres parejas se unieron en santo matrimonio, sin ser bastantes las instrucciones, avisos y aun amenazas para hacer entrar en sí a tantos que vivían en vergonzoso concubinato. El desencanto de los Misioneros fue tanto mayor cuanto eran más ardientes los votos que en memorial firmado por los principales del pueblo y dirigido a la Prefectura pocos meses antes, hacían por recibir la visita. Porque no careciese de templo un poblado tan importante, propúsose la idea de su construcción, y aunque hubo de parte de algunos habitantes algunas ofertas generosas, no hallamos el ambiente bastante preparado. Es cierto que la enfermedad que acometió a uno de los Misioneros abrevió los días de nuestra visita, y acaso no llegó a conocimiento de todos en tiempo oportuno para acudir a donde estaban a disfrutar de los beneficios de la Misión, tanto más cuanto que habíamos prometido la vuelta a Acandí, después de visitar los pobladitos de Sapsurro y Capulganá.

Titumate. Saliendo de Acandí, llégase con viento favorable en unas seis horas a un pobladito de veinte casas llamado Titumate. Sus habitantes aprovecháronse bastante de la visita de los Misioneros, y aunque su estado moral no sea satisfactorio, hallamos, en general, los ánimos bien dispuestos; por supuesto que no posee iglesia ni casa cural.

Unguía. Dos días gastaron los Misioneros para llegar desde Titumate a Unguía. El camino se hace por mar hasta entrar en el Atrato por la mayor de sus bocas, llamada Tarena. Aquí los Misioneros estuvieron a punto de perecer debajo de las ondas. Desde este punto hasta Unguía no se encuentra ni un miserable rancho, habiendo de atravesar las extensísimas ciénagas de Marriaga y Arquía, en una de las cuales, expuestos a la intemperie, hubieron de hacer noche los Misioneros. La entrada al poblado es forzoso hacerla sobre un sillero, con peligro de hundirse en los muchísimos lodazales que forma el río Unguía, desbordado por el bosque. El poblado, como de veinte casas, recibió entusiasmado la visita de los enviados del Señor. Al día siguiente ofrecíase, por primera vez, el santo sacrificio en aquellas selvas vírgenes. Muy satisfechos quedaron los Misioneros del comportamiento de aquellas sencillas gentes, sin que ninguno se resistiera a arreglar su estado por medio del santo matrimonio.

División Eclesiástica de la Prefectura Apostólica del Chocó, 1915. Tomada del Informe de la Prefectura, 1911-1915. Misioneros Claretianos.


[1] Informe oficial que rinde el Prefecto Apostólico del Chocó a la Delegación Apostólica. 1911-1915. Bogotá, Imprenta Nacional, 1916. Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 118 pp. Pág. 82

[2] Ibidem. Pp. 70-71. División eclesiástica de la Prefectura Apostólica del Chocó.

[3] Otros informes de la Prefectura citados en diversos artículos de El Guarengue son:

*Bodas de Plata Misionales de la Congregación de Misioneros Hijos del I. Corazón de María en el Chocó 1909 – 1934. Quibdó, 14 de febrero de 1934. 228 pp.

*Informe de la Prefectura Apostólica del Chocó 1909-1929. 326 pp.

[4] Ibidem, pág. 73.

lunes, 13 de noviembre de 2023

 El tesoro perdido
de Tufik Meluk y Antero Agualimpia
FOTOS: Archivo fotográfico y fílmico del Chocó.

Enhorabuena ha renacido recientemente el Festival de Chirimías y Danzas Folclóricas del Chocó “Antero Agualimpia”, cuyos laudables propósitos, expresos en su misión y visión[1], ojalá se cumplan al pie de la letra, pues la Chirimía Chocoana y las danzas folclóricas asociadas a ella son invaluable patrimonio regional, que debe preservarse para evitar su menoscabo o su pérdida. Aunque fue creado hace 28 años[2], el Festival Antero Agualimpia solamente se ha llevado a cabo diez veces; once con la de este año 2023.

Antero, una leyenda de la música chocoana

Antero Agualimpia es uno de los músicos legendarios de la Chirimía Chocoana. Músicos, conocedores y estudiosos de la cultura y la música del Chocó, como César Augusto Córdoba Ampudia, César Murillo Valencia, Lascario Barboza Díaz, Américo Murillo Londoño y J. Elías Córdoba Valencia, están de acuerdo en que Antero Agualimpia, Daniel Rodríguez, Oscar Salamandra y Marcelino Ramírez (Panadero) -clarineteros los cuatro- podrían considerarse como los músicos más excelsos de la Chirimía Chocoana; por su conocimiento de los ritmos regionales autóctonos, su calidad musical e interpretativa, su dominio del instrumento y su solidez en la improvisación.

Antero Agualimpia fue un clarinetero eminente, gran conocedor de los ritmos musicales de la tradición chocoana en general y particularmente de los aires, ritmos y golpes musicales de la Provincia del San Juan, de donde era oriundo. Compositor de temas clásicos de la música vernácula del Pacífico y del Chocó, como Tío Guachupecito; Matica de albaca; Si te lo pido no me lo das; Alma sanjuaneña; Ay, Chilá; Correntón; y Vamos, Tufik; este último en homenaje a su amigo y mentor, el eminente médico chocoano Tufik Meluk Aluma, quien aportó a la medicina colombiana tanto como a la historia musical de Antero Agualimpia en Bogotá.

Lascario Barboza Díaz, quibdoseño, hijo del médico Lascario Barboza Avendaño, uno de los precursores de la salud pública en el Chocó, y de Doña Eva Díaz Ferrer viuda de Barboza, quien durante más de treinta años trabajó en el Servicio Seccional de Salud del Chocó y actualmente cuenta más de un siglo de vida; es conocido como Lascarito por la gente del viejo Quibdó. Lascarito es médico veterinario de profesión, empresario, músico y compositor[3]. En Bogotá, fue músico en conjuntos de chirimía con Neptolio Córdoba y Eberto Lozano. Formó parte del Conjunto de Cantos y Danzas Folclóricas del Chocó, en la Universidad Nacional de Colombia, donde interpretaba el bombardino, instrumento que alternaba con los platillos y la tambora. Fue también primera trompeta en la Banda de San Francisco de Asís de Quibdó y miembro del grupo de vientos de la Catedral, bajo la dirección del Padre Isaac Rodríguez.

Así mismo, Lascario Barboza Díaz fue testigo presencial y partícipe de la vida musical de Antero Agualimpia en Bogotá, en cuyo conjunto tocó el bombardino:

“Para mí, el músico más importante de la Chirimía Chocoana es Antero Agualimpia, que entre otras cosas lo han desvirtuado mucho en la historia, lo han puesto hasta como concertista de la Orquesta Sinfónica de Colombia. Y eso no es cierto. Él nunca fue concertino de nada. Él no leía música. Lo que sí es cierto es el conocimiento que tenía de los aires musicales de todo el San Juan; porque este señor era de Condoto y conocía todo eso por allá, por esos lados… Antero tenía un amplio conocimiento de esos aires que se iban perdiendo en medio de la corriente del río, de eso sí que sabía.

 

Y era un gran intérprete del clarinete. Antero empezaba a tocar el clarinete y empezaba a desarmarlo, hasta que se quedaba con la boquilla y con la boquilla sacaba una vaina ahí, casi que inaudible, pero que iba con el ritmo. Eso hacía Antero Agualimpia dentro de su show”.[4]

 Antero y Tufik, su patrimonio perdido

Gracias a la brillante idea del médico chocoano Tufik Meluk Aluma, podríamos contar hoy con un repertorio completo de grabaciones originales de Chirimía Chocoana bajo la dirección y con el clarinete de Antero Agualimpia, en compañía de otros insignes músicos también del Chocó. Ese momento de la vida musical de Antero Agualimpia es relatado por Lascario Barboza Díaz:

“En Bogotá, Antero se encuentra con el Doctor Tufik Meluk Aluma, médico psiquiatra, estudioso de la afrocolombianidad y uno de los pioneros del psicoanálisis aquí en Colombia… Tufik se reunía con Antero Agualimpia y Antero llegaba con Nicolás Murillo Londoño, el hermano de Ameriquito, que es profesor de percusión del Pacífico y del Atlántico, en la Academia Luis A. Calvo, en la Universidad Distrital. Ese tocaba el redoblante… Había un señor que se llamaba Pachito Paz, que tocaba la tambora. Y había otro señor que se llamaba Alirio Londoño, alias Alirio Chandú, en los platillos… Y este servidor, que tocaba el bombardino, que en esa época lo sacaba del Conservatorio de Música en la Ciudad Universitaria, a través de Antero Agualimpia, que era el portero del lugar…

 

Y entonces Tufik Meluk se dedicó a grabar esta chirimía. Yo no grabé con ellos, pero sí tocaba con ellos, porque Antero me pagaba. Y lo mismo hice con Eberto Lozano, el hermanito de Alexis y de Negro Cecilio”.[5]

Sin embargo, ese repertorio, un verdadero patrimonio musical, folclórico e histórico del Chocó, se extravió. Nadie sabe a ciencia cierta dónde quedó. Lascario Barboza Díaz y Alfonso Figueroa Meluk, otro médico chocoano, intentaron sin éxito recuperarlo:

“El Maestro Antero recogió toda esa música, esos aguabajos, esos tamboritos y todas esas cosas fueron grabadas por Tufik Meluk Aluma. En la búsqueda de tener ese material, con el médico Alfonso Figueroa Meluk, también fallecido, nos pusimos en contacto con los familiares de Tufik, quienes nos contaron que le habían dado las grabaciones a gente de la Radiodifusora Nacional…

 

Y ahí se perdió toda la consolidación del conjunto de chirimía encarnado en Antero Agualimpia… Te digo que ellos pudieron grabar más de cien, doscientas canciones, que nadie sabía de quién eran, pero hacían parte del folclor…”[6].

Quizás pudieran, la Gobernación del Chocó y el Ministerio de Cultura, adelantar una nueva búsqueda de este patrimonio perdido. Nada se pierde con hacerlo y de pronto la suerte nos sonríe. Por lo visto, sería como buscar una aguja entre un banco de arena; pero, quizás valdría la pena, pues si se llegara a hallar este tesoro o parte de él, ¡bingo!, se enriquecería la historia de ese gran patrimonio de la música chocoana, que es la Chirimía.

Coda

Se dice que, cuando Antero Agualimpia aún era un jovencito de veinte años, el Intendente Nacional del Chocó, Adán Arriaga Andrade, le regaló un clarinete nuevo; luego de oírlo tocar en una recepción en honor a un visitante ilustre de Istmina y de Quibdó: Alfonso López Pumarejo, entonces presidente de Colombia. Fue hace casi un siglo, en noviembre de 1934.[7] Ojalá de aquí al centenario de ese regalo, apareciera el tesoro de la música de Antero que su amigo Tufik -para la posteridad- grabó con esmero.



[1] Gobernación del Chocó. Secretaría de Cultura Departamental. Presentación Festival Antero Agualimpia XI versión. Sin fecha, sin pie de imprenta Ibidem. 15 pp. Pág. 4.

[2] Ordenanza N° 004 del 4 de junio de 1995, de la Asamblea Departamental del Chocó.

[3] Sáquenme de su guerra, es el título de la primera composición (letra y música) de Lascario Barboza Díaz grabada y publicada; la cual puede oírse, interpretada por el Conjunto Experimental Folclórico El dentón ahumado, en: https://www.youtube.com/watch?v=c2xvMtMUgvk Nabil Bechara Suárez, músico también chocoano, hizo los arreglos de esta canción y participa en los coros.

[4] Entrevista a Lascario Barboza Díaz. 9 de octubre de 2023.

[5] Ibidem.

[6] Ibidem.

[7] Detalles de la visita del presidente López Pumarejo, en: El Guarengue, 11 de julio de 2022. Estampas chocoanas. https://miguarengue.blogspot.com/2022/07/estampas-chocoanas-andagoya-noviembre.html

lunes, 6 de noviembre de 2023

 Réquiem por Panadero

Marcelino Ramírez Mosquera (Panadero).
El Carmelo (Tadó), 29 de abril de 1941-Quibdó, 4 de noviembre de 2023.
FOTO: ASINCH.

Aflige el alma esta muerte tan indigna para alguien tan grande, digno y valioso para la cultura y la música típica del Chocó. Atropellado por una moto, en la Carrera Primera de Quibdó, falleció el sábado 4 de noviembre de 2023 el Maestro Marcelino Ramírez Mosquera (Panadero), quien, junto a Antero Agualimpia, Daniel Rodríguez, Oscar Salamandra y Mario Becerra, forma parte del grupo de los más insignes clarineteros en toda la historia de la música de Chirimía Chocoana.

“El Chocó está de luto”, expresó el Ministerio de Cultura[1]. “Su música tocó el corazón de tantos a lo largo de su carrera, especialmente en nuestras tradicionales Fiestas de San Pacho, donde su talento brilló. Que su música continúe resonando en nuestros corazones y que su memoria perdure para siempre. Descanse en paz”, escribió la Gobernadora electa del Chocó, Nubia Carolina Córdoba Curi[2]

Por su parte, el Maestro Leonidas Valencia Valencia (Hinchao), músico también excelso, investigador y líder cultural, su gran amigo, compañero de toques en bailes y fiestas, colega de agrupaciones como La Contundencia, y Panadero y sus muchachos, dijo: “Marcelino Ramírez Mosquera, Panadero, juglar del clarinete, un hombre que toda su vida la dedicó a la música… A Panadero hay que tenerlo como un referente, como una escuela, como una corriente musical, por su forma de tocar, por su repertorio, y también por la forma como él quería vivir la música; él la vivía con una velocidad, con una vertiginosidad muy importante… Así que se fue un gran exponente del clarinete en la música chocoana”.[3]

Panadero era tan popular en los pueblos y caseríos de los montes y los ríos del Chocó, hasta donde llegaba cada año para contribuir a la alegría con su maestría, que “lo conocían hasta los santos” en cuyo honor se celebraban las fiestas patronales donde él tocaba, como me lo dijo Wilson Cuevas Valencia una noche de fiesta en Bagadó, hace más de treinta años. Las vírgenes del Rosario, del Carmen, de la Candelaria, de la Pobreza y de las Mercedes, la Niña María y la Inmaculada Concepción; al igual que San Antonio, San Benito y San Isidro, San Pedro y San Pablo, San Martín de Porres y San José, San Francisco de Asís y la mismísima y Santísima Trinidad, se iluminaban hasta el destello en las mañanas y los anocheceres, cuando en sus procesiones sagradas un pueblo entero revestido de fe y devoción, de fervor y esperanza, rezaba y cantaba -al solemne ritmo de la chirimía del gran Panadero- las marchas, los himnos, misereres y pregones, salmos y alabanzas.

Leonidas Valencia Valencia, maestro de música, Director de la Banda de San Francisco de Asís, magistral intérprete de bombardino, entre otros instrumentos, recuerda los comienzos de su experiencia musical con el Maestro Marcelino: “…con Panadero, arrancamos otro nivel, otra velocidad; entonces eso me permitió a mí también hacer una maestría muy rápido en las músicas chocoanas, pero músicas rápidas, con velocidad; y también de resistencia, porque nos tocaba tocar dos, tres bailes seguidos, dos, tres fiestas seguidas…y eso fue muy importante. Para mí fue un espectáculo bastante agradable, pero también de mucho trabajo, porque había que trabajar mucho las tonalidades: eso a mí me formó mucho, me obligó a estudiar demasiado, tenía que manejar todo tipo de tonalidades y eso requiere un gran esfuerzo y también estudio”[4].

Otro músico quibdoseño, Lascario Barboza Díaz, intérprete de bombardino y trompeta, platillos y tambora, me explicó hace menos de un mes parte de las virtudes musicales del Maestro Marcelino Ramírez Mosquera: “Panadero tenía claro lo que se llaman los cromatismos, que son las figuras que no van con la escala diatónica. Él sabe mucho de los cromatismos, que son muy utilizados en el jazz también. Cromatismo es la definición de unas notas que van subiendo por semitonos, no por tonos completos. Y entonces eso le da facilidad al intérprete de manejar el instrumento, de salirse de tono, de entrar en otro tono, de pasar de mayor a menor. El que maneja cromatismos maneja el instrumento”[5]. Esta virtud, como explica Lascario, es una mezcla de talento musical congénito y de cultivo a través de la formación y la práctica: “Panadero tuvo cierta formación musical por el Maestro Senén Mosquera, que es una persona de la que casi no hablan y es un tipo valioso en el conocimiento y la enseñanza de la música, de la Banda de Istmina; y Panadero fue estudiante de la Banda de Istmina”[6].

Sobre la versatilidad y el talento musical del Maestro Marcelino Ramírez Mosquera, anota Leonidas Valencia Valencia: “Panadero ha sido muy importante en la construcción, pero también en la difusión del acervo musical… Panadero acompañaba grupos de danzas folclóricas, también estuvo con nosotros en la Orquesta La Contundencia: lo tenía yo también como un gran expositor y referente musical, por el color de su clarinete, por la textura de su clarinete, por la forma de tocar, por su cadencia, que es lo más importante…”[7]. Y recuerda la época de finales de la década de 1970, cuando, con el patrocinio de la comerciante chocoana Besnaida Córdoba, Panadero fue el primer músico que se aventuró en el mundo de la grabación de discos con música de chirimía, marcando un hito en la historia y en la difusión de esta tradición musical chocoana.

Orfeo de clarinete, con la capacidad de apaciguar las penas y concitar a la felicidad, el Maestro Marcelino Ramírez Mosquera, Panadero, era oriundo del histórico corregimiento de El Carmelo, (Municipio de Tadó), “cuna de ancestros y tradiciones”, considerado uno de los primeros asentamientos y reales de minas de la colonia española, ya que fue establecido a principios del siglo XVI[8]. Allí nació el Maestro Marcelino, el 29 de abril de 1941, y allí se nutrió en su infancia de una sólida tradición afrodescendiente, que incluye las músicas, cantos y danzas del bunde, y el remo o carángano, instrumento de percusión y fricción de claro origen africano.

Panadero recorrió el Chocó entero llevando la alegría de la Chirimía, de fiesta en fiesta, de pueblo en pueblo. Me lo encontré en El Salto y en Engrivadó, en Lloró y La Vuelta, Beté y Munguidó. Y en cada San Pacho, yo lo vi en Quibdó. Con triste lamento lo llora su gente, rumiando el silencio de su clarinete.



[3] Testimonio de Leonidas Valencia, publicado en audio en el grupo de WhatsApp “Cuenta Chocó RVM”, 04.11.2023, 10:55 p.m.

[4] Ibidem. Testimonio de Leonidas Valencia

[5] Entrevista a Lascario Barboza Díaz, 9 de octubre de 2023.

[6] Ídem.

[7] Testimonio de Leonidas Valencia, antes citado.

[8] ASOCASAN y Ministerio de Cultura. Carmelo, cuna de ancestros y tradiciones. Sin fecha. 156 pp.