lunes, 30 de octubre de 2023

 Remembranzas electorales

*Barrio Escolar. Quibdó, 1992. Foto: Fernando Orozco M. Reproducción tomada de: González Escobar, Luis Fernando. Quibdó. Contexto histórico, desarrollo urbano y patrimonio arquitectónico. La foto corresponde al bloque 1 de la edificación. Carrera Primera con Calle 29.

En los domingos de elecciones, el llamado Barrio Escolar de Quibdó era algo así como Corferias en Bogotá. Durante más de veinticinco años y hasta hace un poco más de tres décadas, el Barrio Escolar fue el único puesto de votación que hubo en Quibdó, y en el cual se instalaban todas las mesas donde se podía votar para cualquiera de las elecciones. La edificación original, de la que estamos hablando, era contigua al Comando de Policía del Chocó y -al igual que este- ocupaba entera la cuadra larga de la calle 29 desde la carrera primera hasta la carrera tercera, en el Barrio Cristo Rey, desde la década de 1970, cuando el comando se estableció del todo y definitivamente en dicho lugar.

El hoy inexistente Barrio Escolar era una concentración de escuelas públicas de enseñanza primaria, distribuidas en dos bloques construidos entre noviembre de 1941 y mediados de 1943, siendo Dionisio Echeverry Ferrer Intendente Nacional del Chocó, y como respuesta al incremento de la población escolar de la ciudad. Un incremento que, enhorabuena, se había producido gracias a la ampliación de la cobertura de la educación pública a todos los sectores de la sociedad local y regional, decretada en el periodo anterior de gobierno, cuando el Intendente Nacional era Adán Arriaga Andrade y Echeverry Ferrer ocupaba el cargo de Director de Educación Pública

La edificación original fue construida por el religioso claretiano Vicente Galicia, popularmente conocido en la ciudad como el Hermano Galicia, quien también estuvo a cargo de la construcción del Convento, la Catedral y el Colegio Carrasquilla, entre otras obras. Frecuentemente fue elogiada por la calidad y funcionalidad de su diseño, “por su adecuada inserción en el medio urbano” y por ser “tal vez el mejor ejemplo de cómo se debería trabajar la arquitectura sobre la calle en un medio ambiente como el de Quibdó”; según lo expresó el arquitecto e historiador Luis Fernando González Escobar, en su ya clásico estudio sobre la historia de Quibdó a partir de su desarrollo urbano y su patrimonio arquitectónico en la primera mitad del siglo XX[1].

Uno de los atributos memorables de la edificación era el prolongado y amplio corredor que iba desde la Carrera Primera hasta la Carrera Tercera, y en el que más de medio Quibdó se guareció en algún momento para protegerse del agua o del sol. Sobre este componente constructivo, González Escobar anotó: "La galería, con una columnata perimetral...es un gesto urbano de respeto con el viandante ante las condiciones climatológicas tan extremas: o mucho calor o intensas lluvias, que pueden ser mitigadas allí ante la ausencia del alero o la galería en otros sectores"[2]. Adaptada al clima quibdoseño, con salones y claustros de generosa amplitud, proyectados hacia el espacio público, la edificación con la que se fundó el Barrio Escolar fue demolida hace unos años para dar paso a un gigantesco edificio de reemplazo, de esos que ahora se conocen como megacolegios.

Precisamente, la amplitud de sus espacios, tanto en salones de clase y oficinas, como en pasillos, claustros, patios y áreas de recreo, permitió durante tantos años que allí cupieran todas las mesas de votación que se instalaban en Quibdó para cada elección. En sus paredes pintadas de blanco, cabían de sobra aquellos listados abigarrados de números de cédulas de ciudadanía, donde los ciudadanos podían consultar el número de sus mesas de votación; en aquellos tiempos -más recientes de lo que parece- sin computador, ni aplicaciones, ni internet, ni nada más que las máquinas de escribir y los funcionarios de la Registraduría, que se ocupaban de todos los asuntos en los domingos electorales.

La generosidad de los espacios del Barrio Escolar era tal que alcanzaba hasta para la infame práctica -inaugurada a principios de la década de 1980- de dejar abandonados en la galería de la edificación a unos cuantos viejitos de los que temprano en la mañana habían sacado del Ancianato Parroquial de Quibdó, en el distante barrio Nicolás Medrano, para traerlos a votar. Cumplido lo cual los sentaban en un andén o en un pasillo, para que se comieran un pastel de arroz, como almuerzo y compensación, mientras llegaba nuevamente el bus de escalera o la yipeta que los regresaría a su lugar… Algunos de ellos terminaban quedándose ahí, dejados por los capitanes electorales de los movimientos políticos, abandonados a su suerte, despistados y desubicados, hasta que alguna alma caritativa se condolía de ellos y de alguna manera los regresaba hasta su Ancianato. En más de una ocasión, hubo que buscar a dos o tres de estos votantes constreñidos por las calles cercanas, pues se habían ido a caminar, con todo y sus precarios bastones -a veces un simple palo de escoba-  en búsqueda del que fuera su antiguo hogar en alguno de los barrios céntricos de la ciudad.

Al otro día de las elecciones, mientras la gente en sus casas seguía ensayando métodos para retirar de su dedo índice derecho la tinta indeleble que los identificaba como votantes; el perímetro y las áreas aledañas al Barrio Escolar amanecían tapizados de material electoral desperdigado sobre el escaso pavimento, el cascajo, el polvo y los charcos de las precarias calles de ayer. Los votos eran unos sobres pequeñitos, como sobres de carta diminutos, de papel periódico, del tamaño de una tarjeta débito o crédito de las de hoy, dentro de los cuales se empacaban las papeletas de votación, una, dos o tres según la elección, impresas en blanco y negro, y a veces en azul pálido o tenue rojo, en tipografía simple, sin fotos ni adornos, con nada más que el nombre del candidato y el de su partido, sin números ni logos, sin lemas ni recuadros. Todo sencillo, mondo y lirondo, como saber que eran dos los partidos y de vez en cuando tres o hasta cuatro los movimientos, no más de ahí.

Hasta bien entrada la década de 1980, después del cierre de las urnas en el domingo de elecciones, los resultados electorales del Chocó se reportaban completos a los dos o tres días. En Quibdó, epicentro de la región en todos los aspectos, era donde más teléfonos había y donde los candidatos prominentes de los dos partidos hasta entonces existentes tenían acceso a radioteléfonos, télex y telégrafos de la empresa estatal de telecomunicaciones, Telecom. En la sede regional de la Registraduría, se trabajaba hasta cuando fuera necesario para completar el total de los datos. Y se emitían boletines, por supuesto, aunque sin el despliegue de la actualidad. Y la noche avanzaba y la madrugada llegaba y algunos datos consolidados casi que se confirmaban.

Pero, al tercer día, no era raro que aparecieran dos o tres docenas de votos, procedentes de algún caserío del Baudó o del San Juan abajo o del Bajo Atrato, a veces del Darién, o diez o quince votos de alguna aldea ignota de aquellas de cuya existencia no sabían ni siquiera las maestras y maestros del Barrio Escolar, ni los clarineteros que de fiesta en fiesta, con sus chirimías, recorrían el Chocó durante todo el año. Tales novedades podían cambiar tranquilamente los resultados dados por ciertos hasta ese momento en las oficinas de la Registraduría o en las sedes de los partidos políticos, en Quibdó. 

Con todo y eso, como en tantas otras regiones del país donde en lugar de carreteras y caminos había ríos y quebradas, las elecciones a buen término llegaban. Y los candidatos de entonces, por lo general, acataban los resultados, a pesar de las dudas que esos votos extemporáneos suscitaban; sobre todo cuando en ello había de por medio naufragios fortuitos de botes o canoas en los que se transportaban a la prima noche o en la madrugada los registros de votación y las urnas con los votos. 

Mucha gente del viejo Quibdó, de la que votó durante toda su vida ciudadana en el Barrio Escolar, nunca supo a ciencia cierta si los resultados finales de las elecciones en el Chocó de entonces eran definidos, además de los electores, por el pasador partido de un motor Johnson fuera de borda, la palanca rota de un boga rejugado o el casco de un bote platanero tapiado en la oscuridad de la noche en medio de los fragores de una tempestad. La mayor parte de esta gente se fue a la tumba con la incertidumbre. Y el Barrio Escolar, con sus columnas que encantaban a los niños que detrás de ellas se escondían, también desapareció para siempre.

Carrera Primera de Quibdó, extremo sur, durante la reconstrucción de la ciudad después del incendio de 1966. FOTO: Archivo fotográfico y fílmico del Chocó.  


[1] González Escobar, Luis Fernando. Quibdó, contexto histórico, desarrollo urbano y patrimonio arquitectónico. Centro de publicaciones Universidad Nacional de Colombia Sede Medellín, febrero 2003. 362 pp. Pág. 310-311.

[2] Ibidem. Pág. 311.

lunes, 23 de octubre de 2023

 Crónica General de los Vencidos (II) 

★Descubrimiento de América.
Alberto Martínez. Twitter: @bettoespectador
12 de octubre de 2023.

Este relato, al igual que dos anteriormente publicados en El Guarengue (Crónica General de los Vencedores y Crónica General de los Vencidos I) fue escrito y publicado en 1992, en la revista JAI-BIA, del Centro de Pastoral Indigenista de Quibdó, como parte de la tetralogía titulada “4 Cuentos para 500 años”; con ocasión del quinto centenario de la colonización europea de América.

De la lejana, de la madre, de la patria, del cielo de Changó y Obatalá, de las constelaciones de Yemayá, del mundo de los vivos y los muertos, de allá donde nació la especie…. de allá nos trajeron a la fuerza, obligándonos, con sus espadas y arcabuces, con sus palabras ajenas, con su rabia y con sus cruces, con su  avaricia desmesurada y su inobjetable maldad, a abandonar para siempre las moradas del ancestro y de la fiesta, del rayo y la tiniebla, de la tribu y la llanura, del río y el desierto, de la gacela y los cereales, del rito y los juegos, del mito y la trampa de cacería, de las artes de la guerra y los metales, del pensamiento propio y la medicina antigua...

De las orillas de la costa donde el sol mira en las aguas su ocaso cada tarde, de allí zarparon sus naves cargadas con nosotros y nuestros sueños truncos y nuestro miedo creciente y nuestro llanto y nuestra rabia y nuestro desconcierto enorme y nuestra libertad herida de muerte y nuestro futuro huérfano ya de certezas y nuestros deseos de seguir siendo y nuestras inútiles esperanzas de que solo fuera una fea pesadilla de advertencia que algún ancestro travieso nos estaba clavando en la mente para advertirnos de algún peligro por venir…

Una vez adentro, nos sellaban la piel con hierro candente, plasmándonos una dolorosa y perpetua huella en el alma. Con cadenas irrompibles nos juntaban, hasta que las narices se disputaban el escaso aire que circulaba en las bodegas, mientras que los pechos intentaban retener, asfixiados, los últimos vahos de libertad que se iban quedando atrás.

Gorée, Gorée, isla de nuestros males, senegalesa testiga de nuestra condena, ¡cómo fue que no gritaste hasta romperte en mil millones de pedazos, ante la ignominia de tus hijos, cuya libertad les fue trocada por la ausencia de las ganas de vivir…!

No sabíamos cuánto iba a durar el viaje; pero, desde el principio, supimos que duro sí iba a ser, duro como el metal frío en las manos del herrero inexperto y joven, duro como la hierba indeseable cuando se apodera del cultivo e impide el nacimiento del mijo y la avena y toda la comida, duro como la resistencia veloz y longilínea del pez más sabroso en el pequeño río de la selva adentro... Duro viaje hacia la muerte indeseada y anacrónica de los vencidos, fue nuestro viaje hacia esa tierra que presumíamos lejana por los cambios del aire, del cielo y de las aguas, y de las caras de los blancos rojizos y escandalosos, espíritus encarnados del hondo mal, que nos habían secuestrado, negociado, comprado o cambiado y ahora nos llevaban al otro lado del mar, como lo sabríamos a los dos meses, luego de haber intentado, y logrado muchas veces, escaparnos, ahogarnos, matarnos nosotros mismos para quedar cerca de los nuestros, en el territorio de nuestros antepasados; luego de haber intentado miles de veces comunicarnos entre nosotros, descubriendo, casi al  final  de  la travesía  triste,  que jamás lo lograríamos con nuestras propias lenguas y palabras,  las de nuestras naciones y tribus, pues los blancos rojizos y escandalosos,  espíritus encarnados del hondo mal, nos habían mezclado de tal manera que no quedáramos juntos los que antes habíamos vivido juntos y habíamos hablado el mismo  lenguaje  de libertad y dignidad, el lenguaje propio del alma común, en  la aldea, en el clan, en la familia...

Deslucidos como una tormenta de mediodía, ultrajados cual un árbol recién nacido cortado por un hacha irracional, tristes como una despedida para siempre,  hambrientos  como la tierra en los veranos más crudos, sedientos como dunas litorales; pero resistentes como el  cascarón de una embarcación  antigua  y vieja,  nos vieron llegar  Cartagena de las Indias,  Santo Domingo,  La Habana,  Salvador de Bahía, Veracruz y Portobelo, las vitrinas donde nos exhibieron como mercancías para la compraventa mediante la cual nos convirtieron en poco menos que cosas, dizque porque éramos necesarios e indispensables para que no se detuviera la producción y así poder hacer más grandes a Sus Majestades, católicas o no, allá en sus reinos de España, Holanda, Inglaterra, Francia y Portugal, allá donde las coronas eran distribuidas por la gracia de un dios extraño, para quien el aumento de su gloria era proporcional al derramamiento de sangre que sus súbditos, seguidores y creyentes fueran capaces de provocar, autorizados plenamente por un soberano religioso, al parecer sacerdote sumo, que vivía también lejos y al que llamaban Papa.

Llegados a estas tierras, sin embargo, nos dimos cuenta de que no les pertenecían a los blancos aquellos, que ellos las habían tomado por la fuerza, que se las habían arrebatado a sus dueños, unos hombres de mirada profunda y desconfiada como nuestras miradas, como las miradas de todos los vencidos. Llegamos a pensar que a estos también se los llevarían a otras tierras, como lo habían hecho con nosotros al sacarnos de las nuestras y traernos a estas tierras de propiedad de aquellos hombres de piel de cobre entristecido a quienes los blancos éstos llamaban indios, pero quienes en realidad se llamaban Muisca, Chocó, Azteca, Maya, Inca y muchos otros nombres más, como lo supimos más tarde, cuando ellos mismos nos lo contaron y se aliaron con nosotros para luchar por la libertad, ya que a ellos no se los llevaron a otras tierras, sino que los dejaron en estas ahora ajenas tierras, que ellos habían perdido en dura y valiente guerra con los blancos rojizos y escandalosos, espíritus encarnados del hondo mal, hijos de sus majestades y de sus muy putas madres patrias.

Como la Tierra Madre lejana de la tierra lejana y africana, como la Tierra Madre de Angola, de Dahomey, de Ghana, de Malí, Sosó, Bambara, Sierra Leona y Senegal, que no se somete a designio humano alguno si no se la trata como madre, si no se la cuida como hermana mayor, si no se la considera y cultiva como morada de ancestros y de dioses, nosotros, temporalmente vencidos por estos traficantes y secuestradores, montamos en rebeldía, cabalgamos en libertad, nos resistimos al dominio, nos levantamos violentamente contra el feroz designio criminal de ellos, en virtud del cual quisieron colonizar y poner cadenas a nuestros cuerpos y a nuestras almas. Lemba, Padrejean, Michel y Polydor, en Santo Domingo; Pompée, Makendal, La Tripe, Toussaint L’Ouverture y Dessalines, en Haití; el Rey Yanga, en San Lorenzo de los Negros; el Rey Bayano y Felipillo, en Panamá; el Rey Miguel y la Reina Guiomar, Andresote, Leandro Cirino y José González, en Venezuela; la Reina Leonor, Domingo Criollo, Francisco Arará, Pedro Mina, Juan Brun, Prudencia  y el Príncipe Benkos Bioho, en Colombia; Alonso de Illescas, en Ecuador; Cudjoe, en Jamaica; y Ganga Zumbi, en Brasil… le inyectaron acción a nuestras almas libertarias, en noches de pasión frenética, cuando las siete potencias, los orixas todos, el mismísimo Changó, la sensual Yemayá, se posesionaron de nuestras almas, después de haber emprendido también ellos el largo viaje de rescate hasta esta América donde África ya era un hecho, pero donde la lejanía era un impedimento para el pleno regreso. Ellos nos trajeron noticias de los nuestros, de aldeas y reinos, de imperios y tribus, de clanes y familias, noticias frescas como el viento de las noches mediante el cual nos las comunicaron, alrededor del fuego ritual de las barracas, en plantaciones y haciendas, minas y campamentos, casas grandes, caballerizas y cocinas, ríos, algodonales, cacaotales, cañaduzales, donde nuestra vida no era vida ya, hasta ese momento sagrado en el que las siete potencias y Yemayá y Changó y los orixas todos y Bioho y Zumbi y Bayano y Felipillo y Lemba y Padrejean, y Michel y Polydor, y Pompée, Makendal, La Tripe, Toussaint L’Ouverture y Dessalines, y Yanga y Miguel y Guiomar y Andresote y Leandro y José y Leonor, y Criollo y Arará y Juan y Prudencia, y Jorge y Cudjoe y Alonso…nos hicieron hervir la sangre y nos convocaron a la libertad plena y nos dignificaron y nos impulsaron y nos guiaron para que empezáramos en conjunto la construcción, que individual y grupalmente ya habíamos intuido, de una nueva patria, nuestra, grande, negra, libre y ancestral: Afroamérica, aquí y ahora, en los palenques y mambises, en los quilombos y ladeiras, en los cumbes y mocambos, donde la vida pudiera ser nombrada nuevamente con los nombres de la dignidad, donde los nuevos ancestros encontraran morada propia y le dieran sentido a la diáspora obligada.

Alonso de Illescas y Ganga Zumbi.
Imágenes: Archivo El Guarengue/Fundación Afroamiga.
Gorée, Gorée, isla de nuestros males, senegalesa testiga de nuestra condena, ¡cómo fue que no gritaste hasta romperte en mil millones de pedazos, ante la ignominia de tus hijos, cuya libertad les fue trocada por la ausencia de las ganas de vivir! ¡Por qué no gritas ahora, cuando la libertad ha recuperado su· nombre en Afroamérica, senegalesa casquivana de nuestros males, lejano pedazo doloroso de nuestra Patria Madre!

Tronaron nuevamente los arcabuces blancos, las cadenas y los grillos blancos apretaron hasta los umbrales del dolor nuestro negro orgullo esbelto y maltratado, los cepos y los látigos blancos quisieron acallar nuestras libertarias y negras voces, nuestros brazos decididos, nuestro amor por la dignidad. Cimarrones hasta la muerte, resistimos. Cimarrones hasta la muerte, vencimos. Y Palmares y San Basilio y San Lorenzo de los Negros y la República de Zambos de Nirgua y Barouco y Trou y Cartago y Tadó y San Pedro Buría y Chincha y Cañete ... fueron el cuerpo territorial de nuestra nueva, grande, colectiva y libre patria afroamericana, y desde allí nos hicimos cofrades de la religión que nos quisieron imponer, domesticando la imposición mediante el emplazamiento de un orixa detrás de cada santo blanco que nos fue presentado como patrocinador de nuestra desgracia, como modelo de unas virtudes que quienes lo presentaban no tenían ni tendrían jamás, a juzgar por lo que a nosotros nos hacían y nos decían en sus extrañas lenguas, que aprendimos para saber siempre a qué atenernos y para comunicarnos entre nosotros y así poder subvertir tanta y tan alevosa muerte de nuestras raíces y convertirla en vida y en raíces nuevas ...

Y Palmares y San Basilio y San Lorenzo de los Negros y la República de los Zambos de Nirgua y Trou y Barouco y Chincha y San Pedro Buría y Cañete fueron el cuerpo territorial de nuestra recobrada libertad de cimarrones fieros, y desde allí le inyectamos ritmo a sus blancas danzas de blancos amos, en el frenesí telúrico de nuestras noches de fiesta, en las cuales celebramos el origen y encontramos nuevos y renovados mitos para fundar nuestras nacionalidades en las caderas ágiles y estremecedoras de nuestras mujeres de fuego y en las piernas cimbreantes de nuestros valientes hombres fuertes, puro ébano en baile de santería y macumba, vodú evé convertido en rumba y mazurca y cuadrilla y bullerengue y cumbia y jota negra y espirituales cantos de amor enfogando el alma y haciendo del cuerpo el juguete solazado de los dioses en nuestro rito de eterno encuentro humano y divino ...

Y Palmares y San Basilio y San Lorenzo de los Negros y la República de Zambos de Nirgua y Trou y Barouco y Chincha y San Pedro Buría y Cartago y Tadó y Cañete ... fueron el cuerpo territorial cantado y contado en décimas y dichos, en arrullos y glosas, en coplas y cuentos en noches de misterio, sabiduría oral y totalizante para perpetuar en la memoria de los vivos la historia digna y dura de los muertos convertidos en ancestros; de los animales del monte y los árboles de la selva y las yerbas del campo convertidos en aliados de la supervivencia, en alimento del cuerpo y del alma, en residencia carnal de lo místico y lo mágico ...

Y Palmares y San Basilio y San Lorenzo de los Negros y la República de Zambos de Nirgua y Trou y Barouco y Chincha y San Pedro Buría y Cartago y Tadó y Cañete ... se hicieron cuerpo territorial de la patria una y diversa, plena y libre, para que el alma viajara por los territorios inconmensurables de la dignidad y las luchas por la liberación: Afroamérica, negra inmensa, despampanante y misteriosa negra incendiaria de cadenas, negra preñada de amaneceres libertarios, paringuera santa de hijos recién nacidos a la luz del nuevo espacio vital, donde los muertos ya pueden ser enterrados como mojones espirituales de una negritud recreada, reinventada en el dolor, purificada por el sufrimiento, una negrura bailadora de alegrías, lloradora de amarguras, navegante de ríos y de mares, trochadora de selvas, esteros y colinas, fundadora de pueblos, sembradora de nuevos sentidos para la patria grande de Abya Yala ...

Guiomar y Miguel. Cimarrones de las minas de Buría,
Estado de Yaracuy (Venezuela). Siglo XVI.
Imágenes: Archivo El Guarengue/Fundación Afroamiga.

Gorée, Gorée, isla de nuestros males, senegalesa testiga de nuestra condena, ¡cómo fue que no gritaste hasta romperte en mil millones de pedazos, ante la ignominia de tus hijos, cuya libertad les fue trocada por la ausencia de las ganas de vivir! ¡Por qué no gritas ahora, por qué no cantas, por qué no cuentas, por qué no- celebras, por qué no danzas, por qué no respondes, senegalesa insomne, al nuevo grito afroamericano de tus nuevos hijos antiguos, lejano pedazo doloroso de tu historia estremecida por los siglos...!

En el otoño de nuestras debilidades negras, cuando tres siglos de cadenas habían empezado a romperse en los palenques y quilombos, en los mambisesy mocambos, en los cumbes y ladeiras, los muy connotados hijos de sus muchísimo muy putas madres patrias inglesas, españolas, portuguesas, holandesas, francesas, acriollados en la rusticidad generosa y adolorida de esta tierra enferma de muerte, nos propusieron una alianza a cambio de la cual, creyéndose dioses, nos darían la libertad formal de su impuesto cautiverio. Conscientes de lo blasfema que era su propuesta, la aceptamos, y luchamos a su lado y como los mejores guerreros entregamos nuestras vidas para obtener la independencia de ellos a cambio de nuestra libertad. Pero nuevamente se les salió su espíritu falsario de blancos y rojizos y escandalosos, espíritus encarnados de nuestros hondos males, y nos traicionaron y a la vera del camino del triunfo nos dejaron, y tuvimos que pelear a machete limpio para que nuestra libertad definitiva fuera incluida en sus leyes de blancos, y la incluyeron, cuando se les vino en gana. Pero otra vez el engendro de la mentira ocupó el escenario de la Afroamérica joven y maltrecha que habíamos parido con sangre y esperanza, y la manchó de impureza blanca, pues la tal y definitiva libertad no se ha visto de parte de ellos, puesto que seguimos en la vera del camino, viendo cómo día tras día convierten en velorios nuestros bailes, en canto triste la más alegre de nuestras músicas; viendo cómo día tras día pisotean nuestra y estropean nuestra felicidad y todo lo que tocan lo convierten en miseria, incluyendo la prodigalidad de nuestras selvas, de nuestros ríos, de nuestras tierras, estériles cual desierto entristecido que clama ante los dioses con clamores adoloridos de justicia ...

Por todo ello, hoy seguimos en el limbo multiforme de la invisibilidad, cruel y atroz como cualquier cadena enorme de hace cinco siglos, con el bozal del desprecio conteniendo nuestras voces, inmersos y presos en el cepo desdichado y segregacionista de las leyes de los hijos de los hijos de los hijos de sus putas madres patrias españolas, holandesas, francesas y portuguesas, esperando y creciendo en este nuevo exilio forzado e involuntario de negros de humo, al que nos someten en la nueva patria afroamericana, territorio vital que se levanta nuevamente para conquistar la libertad que ayer nos enseñaron Bioho, Bayano, Dessalines, Barule, Leonor, Yanga, Zumbi, Guiomar, Toussaint, Makendal, Andresote, Arará, Mina, Criollo, Prudencia, lllescas, Cudjoe ..., una libertad que hemos ido aprendiendo y construyendo a cada paso, preñándola de sentido y de la bella locura de vivir que nos invade, libertad negra y selva, libertad negra y mar, libertad negra y río, libertad tierra y fuego, libertad pueblo y lucha, libertad negra y alma, libertad montaña y valle, libertad Afroamérica, Afroamérica libertad, en cuyo nombre damos cuenta de cuanto hemos visto, sentido, olido, tocado, gustado y cantado y oído durante este periplo vital y doloroso, doloroso y vital, dolorosamente vital y vitalmente doloroso, que recogemos en esta Crónica General de los Vencidos, nosotros también vencidos, pero mañana más tarde vencedores, cuando recojamos con total limpieza, sin hipocresía alguna, el soplo vital de los antiguos, el mismo bajo cuyo influjo potente fue parida Afroamérica, esta patria gigante y negra que duele como un dolor de parto en el amanecer inesperado de la libertad, que baila al son de los orixas una rumba y un canto con son de cununos y tambores, con sabor de aldea y de alegría, de clan y de chirimía, con aires de familia grande, con goce explosivo de patria y canción...

Gorée, Gorée, isla de nuestros males, senegalesa testiga de nuestra condena, ¡cómo fue que no gritaste hasta romperte en mil millones de pedazos, ante la ignominia de tus hijos, cuya libertad les fue trocada por la ausencia de las ganas de vivir! ¡Por qué no gritas ahora, senegalesa viviente a la voz de Senghor, por qué no envías hasta nuestro cielo trocitos del tuyo, tu cielo africano, que truequen en canto lo que hoy es dolor; por qué no escuchas esta nueva voz, y vienes y gritas, con todos nosotros, dolida Gorée, un grito de vida que despierte limpio en el amanecer y nos haga nuevos y nos haga libres, en la patria nueva afroamericana, donde lluevan siempre lluvias de esperanza y los ríos se crezcan y aneguen los pueblos con caudales raudos de fe y dignidad; y canten los montes canciones alegres y negras y libres como es libre el sol...!

Minorías étnicas. Guillo, 2016.
https://guillo.cl/minorias-etnicas-2/


lunes, 16 de octubre de 2023

Cumpleaños
*Quibdó. FOTO: Julio César U. H.
Tan quibdoseña como La Yesca y los pasteles de arroz, la Farmacia España y la Carrera Primera, el periódico ABC y el incendio del 66, la Mula de Cuaresma y los sermones del Padre Anglés, los tiempos de la Intendencia y el Puerto Platanero, el Trío Atrato y Los Negritos del Ritmo, la albahaca y el poleo y el cilantro cimarrón, el queso frito y el plátano cocido, la Banda de San Francisco y las Fiestas de San Pacho, la García Medina y la Don Amín, el Convento y el Padre Isaac, la Calle de las Águilas y las vacas de Carmen Paz, la sosiega de maíz tostado y la conserva de borojó, la sopa de queso y el arroz clavado, los bandos de Vicente El Pollo y la fuerza de Papá Juan, el sauco y el anisado, la alegría de Piamonte y el sabor de Tambodó…, así era mi mamá, quien habría cumplido 91 años ayer, 15 de octubre de 2023, si no se hubiera muerto hace cinco años, el 14 de mayo de 2018.

Teresa de Jesús Hermosillo Rodríguez. Tere, Teresita, la Señora Teresa, Doña Tere. Hija de un costeño sabanero, de San Marcos (Sucre) y de una costeña de agua dulce, del pueblo de Cáceres, en el Bajo Cauca. Nieta de Clara. Ahijada de Leonardo Garrido y Cándida Mosquera. Confirmada el 5 de octubre de 1934. “Bautizada en la Iglesia de San Francisco de Quibdó a diez y seis de abril de Mil novecientos treinta y tres, [por] el Rvdo. Padre Manuel Alvarez cmf.”, según dio fe el “P. Nicolás Medrano cmf.”, en el libro de bautismos #5, folio 75, de la Parroquia de la Catedral San Francisco de Asís, de Quibdó.

Tres días después de inaugurada la primera emisora del Chocó, en su edición del 27 de febrero de 1935, el diario ABC, de Quibdó, publicó una nota titulada “Concierto por la radiodifusora”, en la que se leía textualmente: “El pequeño concierto de anoche, en que tomó parte don Leonardo Garrido, quien posee una magnífica voz, y que se transmitió, después de la magistral conferencia del Presidente López, por la estación radiodifusora HJI de Quibdó, fue escuchado en Honda, en el interior de la república, como lo indica el siguiente telegrama, que recibimos esta mañana: “Honda, 26 de febrero de 1935. Abecé. Quibdó. Captóse magistralmente radiodifusora ésa. Felicitaciones. Daniel Mosquera, Ramón Lozano Garcés”.

El de la magnífica voz era el padrino de mi mamá. Su madrina Cándida era hermana de Luis Mosquera Garcés, ingeniero civil que participó en la construcción del edificio de la Escuela Normal Nacional para Varones de Quibdó y en la construcción del Edificio de la Beneficencia del Chocó, conocido en Quibdó como El 8 Pisos; y del famoso intelectual y político conservador Manuel Mosquera Garcés.

Doña Cándida, la madrina de mi mamá, se casó con Ángel Velasco, matrimonio del cual nacieron Imelda, Ludivina, Josefina, Ángel, Juan Bautista y Héctor, quienes terminarían siendo los hermanos de crianza de mi mamá. Juan Bautista fue el poeta del Atrato, Juancho Velasco:

“Hay un río que corre por mis venas
Hay un río que sabe de mis viajes y del pulso de mis años
Hay un río de canoas alegres que nos regresan a la vida
de remos seguros y de rumbos ciertos
Un río que habita en las claras mañanas de la infancia
Un río que aprendí de mi madre en las horas tempranas del alba”[1]

En la distancia y el tiempo de la eternidad, celebro hoy el cumpleaños de mi mamá. Con una lágrima copiosa de emoción y orgullo por su maternidad. Me alegra mucho haber sido uno de sus últimos recuerdos, cuando su memoria de vela encendida se fue apagando lenta y cadenciosamente. Ella estará -lo sé- entre mis últimos y mejores y más límpidos recuerdos, cuando por falta de querosín se vaya extinguiendo el quinqué de mi memoria. Como lo hice hace cinco años, a poco de morir mi mamá, declaro sin ambages que la palabra valentía rima perfectamente con su vida, que heroísmo es sinónimo de ella y que a su ser sustantivo le lucen todos los adjetivos sinónimos de admirable que existen en los diccionarios de la asociación de academias de la lengua española.

¡Feliz cumpleaños, en la eternidad, Mamá!



[1] Hay un río en la memoria. Juancho Velasco Mosquera.https://www.youtube.com/watch?v=_kJoEfv8uNY&t=59s

-------Otros textos sobre mi mamá, en El Guarengue, con fotos incluidas: 

Mater et Magistra: 

https://miguarengue.blogspot.com/2022/05/mater-et-magistra-crepusculo-atrateno.html

¡Feliz cumpleaños, Mamá!: 

https://miguarengue.blogspot.com/2018/10/felizcumpleanos-mama-hoy-cumpliria-86.html

lunes, 9 de octubre de 2023

 Crónica General de los Vencidos (I)

★La tierra prometida. Maximino Cerezo Barredo.

     Al igual que Crónica General de los Vencedores, relato publicado en El Guarengue del 9 de enero de 2023 (https://miguarengue.blogspot.com/2023/01/cronica-general-de-losvencedores.html), Crónica General de los Vencidos (I) forma parte de una tetralogía que escribí en 1992, con motivo del 5° Centenario de la colonización europea de América; y que fue publicada en la revista JAI-BIA, del Centro de Pastoral Indigenista, CPI, de la Diócesis de Quibdó, edición noviembre-diciembre 1992, páginas 40-54; bajo el título común de Cuatro cuentos para 500 años.

    En esta edición y en la próxima de El Guarengue, en esta ocasión también a propósito del 12 de octubre, que desde 2021 se conmemora como Día de la Diversidad Étnica y Cultural de la Nación Colombiana, en lugar de su antigua denominación de Día de la Raza; publicamos dos relatos más de la mencionada tetralogía: hoy, Crónica General de los Vencidos (I) y el próximo lunes Crónica General de los Vencidos (II).

 

Julio César U. H.

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Crónica general de los Vencidos (I)

 «Del mar los vieron llegar / mis hermanos emplumados,
eran los hombres barbados / de la profecía esperada».

Gabino Palomares.
Maldición de Malinche

 «Todos los hombres vienen del mar, 
indios, negros y blancos».
De la tradición del pueblo Tunebo

Aunque teníamos nombres propios, de cada gente su nombre, de cada pueblo su nombre, ellos -malhadado sea el día- nos los cambiaron por uno solo para todos. Y nos motejaron de salvajes e incivilizados, para justificar ante sus reyes y sus sacerdotes los desafueros -esos sí salvajes, esos sí incivilizados- que contra nosotros cometieron con el fatuo fuego de sus arcabuces, con el filo indecoroso de sus espadas, con la pólvora infame de sus mosquetes de perdularios. Propasados en su brutalidad, hasta nuestro padre el Sol fue quemado con el fuego de sus arcabuces, hasta que de su brillo quedaron solamente los destellos falaces que ellos se llevaron impregnados en el oro de las cosas sagradas que de nuestros sagrados templos saquearon y en el oro de las alhajas que arrancaron de los cuerpos aterrorizados de nuestra gente.

Y fue entonces cuando -orgullecidos y ahítos de poder- nos llamaron indios, sin que nosotros ni siquiera supiéramos que nos habían confundido con otras gentes de otras naciones, y sin que sospecháramos que de tal confusión nacerían los tributos que nos impusieron, a través de sus malignas encomiendas, tan lacerantes y funestas como el metódico exterminio con el que rápidamente nos redujeron, con su cruz en la izquierda y en la derecha su espada, según fuera diestro o zurdo el asesino de turno.

Viacrucis-10a. Estación
Maximino Cerezo Barredo

Nunca supimos realmente quiénes eran ellos. Hasta hoy, cuando hemos estado esculcando la memoria común de un montón incontable de días y de noches, de lunas y aguaceros, de fríos y calores, de nieblas y de soles, que ya suman como cinco siglos; a ver si de pronto logramos dar cuenta de la vida que aún sobrevive, después de aquel saqueo imperdonable de aquellos filibusteros sin corazón en el pecho. En el principio, hasta llegamos a pensar que eran dioses y estuvimos tentados de adorarlos. Pero pronto supimos que no. Porque no nos daban luz, más que la del fuego con el que quemaban nuestras casas y nuestros templos. Porque no nos daban brisa ni viento más que el vaho frío y mortal que sentíamos cuando sus espadas brillaban, tajaban, cortaban, rebanaban, mataban. Porque no sabían sembrar más semillas que las de su lujuria desenfrenada y su salacidad depravada, que no respetaron ni la floreciente niñez de nuestras hijas, quienes aún no terminaban de prepararse para albergar dentro de sí la vida cuando ya estaban siendo obligadas a prolongar la bastardía, sembrada de la peor manera en sus entrañas atónitas por aquellos que montaban bestias de cuatro patas y pregonaban -como cosa cierta- la existencia de un solo dios. Un dios extraño, que dizque era el único, pero también, además de uno, era tres a la vez, porque -así lo decían y así lo rezaban- dizque era padre, dizque era hijo y dizque era espíritu, y en cada uno de esos tres ellos creían. Cosa que se nos hacía más rara todavía, porque en vez de padre, hijo y espíritu, no era padre, hijo, madre y espíritu; y así parecía como si no tuviera madre, y resulta que sí la tenía; pero ella no era dios y por eso en ese trío no era incluida, y además era virgen, a pesar de haber parido al hijo de aquel dios, que no era solamente el hijo de aquel dios, sino también el hijo de otro hombre, que también era su padre y hasta lo había criado…

…Y otras patrañas más que no lograron en nuestras mentes habitar, con todo y lo que ellos nos intimidaron en su lengua -y en otra que usaban solamente para rezar- para que nos las aprendiéramos de memoria; como si la memoria nuestra hubiese sido plantada para alimentarla de recuerdos dañosos de dioses extraños, y hasta matarifes, y no para preservar la vida a través del tiempo eterno que comenzó en el mismo mar por donde ellos vinieron y en el otro mar, que dizque pacífico les pareció y que descubrieron en su codicioso afán por llevarse todo aquello que tuviera oro, incluyendo el metal aún no parido por nuestra madre la Tierra, el cual nos obligaron a sacar con violencias de aborto y con los ojos brillantes de la angurria que movía cada una de las acciones de su vida.

Pero, “los dioses no comen, ni gozan con lo robado, y cuando nos dimos cuenta ya todo estaba acabado[1]. Y fue entonces cuando nos dimos cuenta quiénes eran ellos y qué era lo que realmente querían, en nombre de qué y de quién, para qué y por qué hacían lo que hacían. Y fue entonces cuando Atahualpa y Tamayo y Túpac Amaru, y fue entonces cuando Nicarao y Abayubá y Lempira y Cuauhtémoc, Caupolicán, Rumiñahui, Caonabo y Abakaona, Guaicaipuro, Hatuey, Bartolina Sisa, Ranquel Nicasio, Cemaco y La Gaitana. Y fue entonces cuando hasta uno que suponíamos de ellos, el por ellos despreciado Bartolomé, que a las casas de nosotros entró y dijo y vociferó que ellos eran una mentira blanca y armada con arcabuces y espadas... Pero fue también, entonces, cuando nos fuimos viendo cada vez más disminuidos y nos tocó huir despavoridos, con los cuerpos llenos de sarnas y viruelas que no habíamos visto nunca y que nos mataban con la misma saña que sus arcabuces y sus espadas y sus raros dioses únicos y triples a la vez; y con asmas y constipaciones para las que no alcanzaba el aire completo de toda la mar oceánica ni bastaban las yerbas de toda la selva en la que vivíamos.

Ilustración
de Gustavo López.
Revista JAI-BIA,
1992.

Y fue entonces cuando en las almas nos quedaron las heridas eternas que aún no hemos podido curarnos y a las que otros como ellos nos les siguen echando sal. Como ayer lo hicieron en nombre de sus extraños dioses y sus pontífices sumos y sus majestades católicas y sus reinos de sus pútridas madres patrias, hoy lo hacen en nombre de sus nuevos dioses -que tienen precios inscritos en las esquinas de sus rectangulares cuerpos y se pueden cargar en los bolsillos- con los cuales se compran cosas -casi todas las cosas-, y con los cuales se es más o menos rico, más o menos importante -según la cantidad que de ellos se tenga-, y los cuales se guardan en depósitos que en lugar de cielos se llaman bancos...

Nos quitaron la vida, nos mataron. Éramos muchos, los suficientes para poblar las tierras que nuestros dioses y nuestras guerras nos daban. Quedamos pocos, pero sin tierra donde seguir haciendo nacer la vida y los sueños y las ilusiones, que era lo que nos había encargado nuestra madre la Tierra cuando salimos del mar porque había nacido la vida. Pero aquí estamos y por nuestra madre seguimos vivos y por nuestra madre seguiremos vivos así nos hayan matado, así nos sigan matando; porque podrán seguirnos matando, pero nosotros seguiremos viviendo, ahora que sabemos quiénes eran ellos, quiénes son ellos, y entendimos que la fuerza del mar es la fuerza de los muchos ríos que en él desembocan y no la fuerza de un solo río, y comprobamos con nuestra vida que solo se muere cuando el alma deja de ser espíritu y que el espíritu de nosotros no dejará de serlo nunca, porque es sagrado y es eterno, según lo aprendimos de antiguo, cuando vinimos del mar, y según lo declaramos hoy en esta Crónica General de nosotros los Vencidos, los que ellos creyeron vencidos pero que no lo fuimos ni lo seremos jamás, porque hemos triunfado sobre la muerte que ellos nos impusieron y tenemos todavía una terca ternura que nos inspira para sembrar la vida, recuperar a nuestra madre y seguir cosechando sueños, frutos, hijos y esperanza hasta el fin del fin, cuando nuestro Padre el Sol salga nuevamente, en una mañanita de río, selva y montaña, e ilumine todo lo creado con rayitos igualitos para todos.


[1] Gabino Palomares y Amparo Ochoa. La Maldición de Malinche. Concierto por la paz en Centroamérica, 1983. https://www.youtube.com/watch?v=77CzZIGcrCQ

lunes, 2 de octubre de 2023

 5 hitos históricos 
de San Pacho en Quibdó

👉Afiche promocional de la edición 2023 
de la Fiesta de San Pacho en Quibdó.
FOTO: Fundación Fiestas Franciscanas de Quibdó.

“Los franciscanos querían hablar de San Francisco de Asís a los indígenas. En el año de 1648, fundan a Quibdó. Los indígenas, que no querían conocer esa extraña liturgia, se resisten: toman el camino de la guerra. San Francisco, finalmente, se va quedando con los negros. Luego le comienzan a llamar San Pacho, se va olvidando de Asís y es tan solo de Quibdó. Sale San Pacho a las calles de Quibdó, se le encuentra al frente de cualquier casa, a la vuelta de la esquina, en todos los barrios; ahí está exigiendo su cuota en dinero para la celebración. Pero San Pacho no solo pide, él ha salido a contener el fuego que amenazaba con destruir a Quibdó, él no ha olvidado a su gente cuando la salud se quebranta, ni ha dejado de castigar cuando el pueblo así lo merece”. William Villa. Carnaval, política y religión: Fiestas en el Chocó.

Este 5 de octubre de 2023 culmina la trigésimo septuagésima quinta (375ª) edición de la Fiesta Patronal de San Francisco de Asís o Fiestas de San Pacho, en Quibdó, Chocó, una manifestación cultural que desde 2012 forma parte de la lista de Patrimonio cultural inmaterial de la humanidad, de la Unesco; y cuya primera realización se remonta a mediados del siglo XVII, si nos atenemos a la detallada narración que hizo -en el volumen 4 de la Revista Colombiana de Folclore, en 1960- el etnólogo, investigador e intelectual chocoano Rogerio Velásquez Murillo (Sipí, 9 de agosto de 1908-Quibdó, 7 de enero de 1965), en su artículo “La Fiesta de San Francisco de Asís en Quibdó”[1]; un trabajo pionero en cuanto a la documentación de fiestas populares en pueblos negros de Colombia y las relaciones entre raza, religión, política, territorio y poder.

Con todo y su longevidad, es claro que la Fiesta de San Francisco de Asís o San Pacho, en Quibdó, no se ha celebrado siempre del mismo modo; su estructura organizativa y ritual no ha sido la misma a lo largo del tiempo y no ha incluido siempre los mismos componentes festivos, devocionales, rituales y estéticos. En los primeros dos siglos y medio, la autoridad eclesiástica era sujeto central de la fiesta y el centro de la misma era el templo. Posteriormente, el esquema festivo incluyó la participación de las élites dominantes de la ciudad y la región, con el pueblo como simple espectador e invitado. 

¿Cómo se llegó a la estructura organizativa, festiva, devocional y estética, religiosa, social y política, bajo la cual se celebra la fiesta en la actualidad; donde el pueblo es protagonista y donde la calle y el barrio, el vecindario y la ciudad, son territorio festivo que incluye al templo y asume el protagonismo de los componentes devocionales? El repaso de algunos hitos de la historia de la festividad nos puede ayudar a la comprensión básica de esta evolución de la Fiesta Patronal de San Francisco de Asís o Fiesta de San Pacho, en Quibdó, Chocó, Colombia.

Hito 1: 375 años de celebración

Citando a Julia Herráez S. de Escariche, Rogerio Velásquez narra así la primera fiesta de San Francisco de Asís, en el Atrato: “Ese día, como festividad de San Francisco, hubo procesión por el río en quince canoas, yendo fray Matías en medio con un Cristo y una imagen de San Francisco; al llegar a la iglesia desembarcaron todos y penetraron en ella; hincados de rodillas, fray Matías cantó Tedeum, terminando la fiesta con una buena comida”[2].

Y citando a Fray Gregorio Arcila Robledo en su historia de los franciscanos en Colombia (1951), Velásquez incluye en su artículo el contexto y la descripción del aquel evento festivo fundacional de la tradición: "Fray Matías, con buenos modales y óptimo trato, se ganó el afecto de los innumerables naturales que pululaban en el corazón de nuestra provincia de oro; en terreno regalado por el capitán de nuestra Orden, les levantó su buena iglesia a la vera del majestuoso río, y una vez terminada, con las dificultades y carencia de todos los elementos indispensables que bien se deja comprender, hizo la solemne dedicación a nuestro Padre San Francisco de Asís, enarbolando él, a la cabeza del desfile de canoas, la sagrada imagen del Seráfico Padre; un cacique iba adelante tocando una campanilla, después el grueso de los neófitos por él catequizados marchaban pausada y devotamente, mientras fray Matías entonaba, cantando las letanías de la Santísima Virgen Inmaculada: "Madre Inmaculada, ruega por nosotros"[3].

De este modo, si uno cuenta los años desde aquella primera procesión de canoas (4 de octubre de 1648), donde los sanpacheros fueron indios, en este 2023 estamos completando 375 años de celebración de las fiestas. Aunque el templo y el poblado aquel de las narraciones citadas por Rogerio Velásquez en su clásico texto, donde un lego franciscano que además de gustarle la minería la había ejercido en Mariquita antes de ingresar a la Orden, hayan desaparecido por ataques de indígenas, y el mismo Fray Matías haya sucumbido en uno de estos ataques; está visto que él sí dedicó aquel rústico templo a San Francisco y sí presidió, como homenaje al patrono del lugar acabado de construir, una procesión por el río y una celebración litúrgica, terminada la cual unas cuantas actividades de diversión fueron compartidas con un grupo de indios de la comarca atrateña. Se sabe, incluso, que comieron abundante pescado. Alguna bebida fermentada, seguramente, habrán tomado.

Es decir que, el 4 de octubre de 1648, se celebraron por primera vez rituales festivos religiosos y no religiosos, en honor a San Francisco de Asís como patrono del templo y del poblado; lo cual  es un hito trascendental en la historia de San Pacho en Quibdó, que permite datar sus orígenes en aquella lejana fecha de hace casi cuatro siglos; como lo documentaron también -recientemente y en un trabajo conjunto- los historiadores sanpacheros Ana Gilma Ayala Santos, Omar Palacios Mosquera y Douglas Cújar Cañadas[4]. Durante dos siglos y medio, a partir de ese momento fundacional, la fiesta patronal se seguirá celebrando bajo la autoridad eclesiástica de curas religiosos o seculares, presentes en la región o venidos de Popayán para atender dicha liturgia y de paso impartir sacramentos a la feligresía congregada en torno al santo patrono de la ciudad de Quibdó y sus comunidades rurales.

Hito 2: el San Pacho de 1898

Un programa impreso en la imprenta de Emiliano Rey, en Quibdó, ha quedado como evidencia concreta de las actividades con las que se celebró la Fiesta de San Francisco, como patrono de la ciudad, en el año 1898: un “solemne triduo” organizado y dirigido fundamentalmente por sectores de la élite de la sociedad quibdoseña de entonces, que se distribuyeron en comisiones encargadas de cada uno de los tres días de la celebración; los cuales incluyeron elementos festivos de su exclusivo alcance, como regatas en el río, globos aerostáticos y paseo de ciclistas; al igual que “iluminación profusa del templo todas las noches”.

Programa de la Fiesta de San Pacho en Quibdó, año 1898. FOTO: El Guarengue, reproducción tomada del libro "Sustentos históricos sobre el origen de la Fiesta de San Francisco de Asís, "San Pacho en Quibdó", de Douglas Cújar, Omar Palacios y Ana Gilma Ayala.

“Chocoanos, ¡¡venid todos a Quibdó!!”, proclama e invita el programa en sus líneas iniciales. Y en sus líneas finales, luego de haber expuesto el detalle de programación de cada uno de los días, proclama y exclama: “En vista de tan religiosos y esmerados obsequios que nos prometemos ofrecer a la Majestad Divina, en honra de nuestro Bienaventurado Patrón; así como de los regocijos permitidos que hemos apuntado en este programa, ¿habrá alguien que se quede indiferente, con reprobable indolencia, en su habitación del campo? No lo creemos; y por eso nos apresuramos a invitar a todos los individuos que demoran en esta dilatada comarca, y en especial a aquellos que, retirados de esta Capital, nunca asisten a las solemnidades de la Iglesia. ¡¡Ojalá en esta vez, el concurso que venga a elevar una plegaria al Patriarca de Asís y a solazar el ánimo, sea numeroso!!”[5]

El epicentro de la festividad es el templo. Su organización y dirección no incluye a la gente del común, que tiene carácter de invitada y es llamada a dejar de lado su indolencia, su indiferencia y su inasistencia, para concurrir a los actos programados, de modo que el concurso a los mismos “sea numeroso”, como lo quieren y esperan los organizadores.

Hito 3: El alumbrado de Raimunda Cuesta y el comienzo de la popularización de la fiesta

El 4 de octubre de 1898, día 3° del triduo, de 6 p.m. a 8 p.m., se lleva a cabo la Gran Procesión, que honran “con su presencia todos los fieles, y en especialidad las comunidades, gremios, congregaciones y autoridades civiles y políticas”. A la entrada del templo, imparte “la Bendición Papal el R. P. Superior de los R. R. P. P. Capuchinos”[6].

Cuando finaliza la procesión, en la calle que para entonces se conocía como La Yesca, la vecina Raimunda Cuesta Moreno, natural de Bebará, promueve y lidera la elaboración de un altar para el santo patrono, con el propósito de homenajearlo con un alumbrado o alumbramiento. Según la publicación de los historiadores franciscanos antes citados, este se lleva a cabo “en torno a un cuadro de San Francisco de Asís”, “en el espacio comprendido entre la actual sede del Cuerpo de Bomberos y la casa del maestro Francisco Córdoba (carrera 5ª con calle 24, esquina)”[7]. Según estos autores, citando una fuente que a su vez cita la tradición oral, allí “hubo canto de salves y alabaos, rezo del rosario, comida tradicional: pasteles, mondongo, tamales, pan con café revuelto con maíz tostado, reparto de cigarrillos, vino, biche, guarapo, música de chirimía, baile en la calle, vestidos bonitos, pendones”[8]. Y, según dichos historiadores, al acto asistieron los Padres Capuchinos, quienes “le regalaron a Raimunda Cuesta una imagen pequeña de San Francisco, que reposa en la casa de doña Berta Garcés de Demarchy”[9].

Las diferencias de raza y clase, evidentes en el programa y en la organización de la Fiesta de San Francisco de Asís de 1898, particularmente las referidas a la exclusión del pueblo raso, mayoritariamente negro, sometido a la condición de servidumbre asalariada, de masa campesina ignorada y de habitante urbano estigmatizado como ignorante del ámbito citadino (chocha, ñonca o cajulo, lo llaman); empiezan a ser abordadas de modo pragmático y simbólico. El evento de la calle de La Yesca, protagonizado por Raimunda Cuesta, “nos deja una idea clara y precisa sobre las dos clases sociales que organizaron la fiesta: blancos y negros, dos realidades culturales diferentes en el mismo año…; condiciones que le dan mayor fuerza al evento de la Yesca Grande, porque nos hablan de una celebración por parte del pueblo negro, con elementos culturales propios, mientras que los otros estaban más europeizados. Es un momento de gran significación histórica; a partir de allí, las expresiones de nuestra cultura entran a fortalecer a la fiesta franciscana”.[10]

Rogerio Velásquez lo advierte claramente en su emblemático artículo de 1960, en diversos apartes del texto, donde indica la segregación. Un párrafo sintetiza la situación de Quibdó a finales de la década de 1950 y comienzos de 1960, desde el agudo ojo de Velásquez y su precisa pluma: “Entre tanto ir y venir de gentes y de cosas, el observador no se encuentra con un blanco que coopere en la faena. Sin que lo digan los informantes, los de color saben que esta es su fiesta, de la misma manera que la de Corpus Christi y el Corazón de Jesús son las fechas clásicas de los descendientes de los europeos”.[11]

Ha comenzado el siglo XX. El poblado crece, principalmente hacia el oriente. A la orilla del Atrato, en Quibdó, San Francisco de Asís ha empezado a ser San Pacho.

Foto 1: Plaza de Quibdó, 1852. Acuarela de Manuel María Paz. Biblioteca Digital Mundial: https://www.wdl.org/es/item/9058/#q=Quibd%C3%B3.
Foto 2: Quibdó, 1925. Misioneros Claretianos.

Hito 4: Los incipientes vecindarios o el nuevo territorio sanpachero

Hasta principios del siglo XX, la impronta devocional dirigida y organizada por la élite quibdoseña y por las misiones católicas predominaba en el esquema oficial de celebración de la fiesta, cuyo centro era el templo parroquial. No obstante, ya desde finales del siglo XIX, aunque con mayor ahínco comenzando el nuevo siglo, van apareciendo una serie de elementos de apropiación popular de la devoción oficial, los cuales serán posteriormente incorporados a la ritualidad formal. Dichos elementos nacen Quibdó adentro, es decir, de la Avenida Istmina hacia adelante, en el poblado que crece en las colinas aledañas a la cuadrícula central de la ciudad, donde inmigrantes campesinos ubican sus viviendas de palma y paja, siguiendo el curso de las quebradas La Yesca y La Aurora, para mantener su conexión con el campo de donde proceden.

Los elementos celebrativos de San Pacho que van surgiendo de la inspiración popular serán aceptados paulatinamente, en virtud de procesos de concertación entre la curia católica, la élite dominante y los líderes e intelectuales negros que surgen en las primeras décadas del siglo XX, cuya importancia se hace evidente y reconocida a partir de la creación de la Intendencia Nacional del Chocó.

Un ejemplo significativo de dichos elementos son los bailes callejeros, que a veces duran hasta el amanecer y que se llevan a cabo entre vecinos de los mencionados contornos de las afueras de Quibdó, donde viven, por ejemplo, las lavanderas y planchadoras, los vendedores de leña  y de carbón, los obreros rasos de las construcciones públicas y privadas, las cocineras que preparan postres y amasijos para la venta, las empleadas domésticas, las vivanderas y los profesionistas de oficios varios. A estos contornos, con excepción de los paseos de fin de semana a los charcos de La Yesca, nunca han ido quienes organizan la fiesta patronal y de sus habitantes solamente saben porque les proveen carbón vegetal, leña o yerbas medicinales, mano de obra y servicios.

La música de estos bailes proviene de murgas espontáneas, dotadas de instrumentos no convencionales de percusión (utensilios de cocina, tarros de lata, pedazos de madera labrados) y de viento (flautas hechizas, labradas con canutos de guadua biche o ramas delicadas de arbustos silvestres; peinillas o peines recubiertos con papel de aluminio obtenido de las cajetillas de cigarrillos; pitos fabricados con hojas de palma; silbidos melodiosos de vecinos hábiles y espontáneos).  Imágenes del santo patrono para el culto devocional en aquellos vericuetos de Quibdó son adquiridas por los vecindarios a través de la curia o son elaboradas en madera, tallada por vecinos habilidosos. Ollas comunitarias o bodas callejeras en fogones de leña aroman el ambiente, con viandas que se preparan con ingredientes que provienen de la contribución de los vecinos, quienes ponen la culinaria y la leña, las ollas y utensilios, los totumos para compartir las sopas y sancochos, las hojas de bijao como plato para el arroz o envoltorio para los pasteles y tamales, y todo lo demás que haya menester o que esté disponible para celebrar conjuntamente su propia y legítima fiesta de San Pacho.

Hito 5: Un esquema organizativo y ritual de 100 años atrás

El esquema celebrativo actual se empieza a configurar y organizar en las tres primeras décadas del siglo XX, especialmente en la de 1920-1930, cuando los Misioneros Claretianos ya se han insertado en la sociedad quibdoseña, adonde arribaron en febrero de 1909 procedentes de España, y han establecido plenamente la estructura eclesiástica de la Prefectura Apostólica del Chocó: “Con la presencia de los misioneros de origen español, la manifestación religiosa y la devoción a San Francisco se va a enriquecer con el aporte que éstos realizan en lo musical, lo teatral y en general en las manifestaciones artísticas asociadas a la fiesta, rasgos que ya se expresan en la segunda década del siglo XX y que tienen como mentor al misionero Nicolás Medrano”[12]. Siendo, como el nombre de su congregación lo indica, Hijos del Inmaculado Corazón de María, los Misioneros Claretianos privilegian en principio la propaganda devocional hacia esta advocación. No obstante, notables de la sociedad local los hacen entrar en razón, para que acepten de buen agrado que dicha devoción por ellos preferida puede convivir con la ya establecida y anualmente celebrada en honor al llamado Seráfico de Asís.

Es así como, en 1926, cuando se conmemoraban 700 años de la muerte de San Francisco de Asís, el misionero claretiano Nicolás Medrano y grupos de vecinos y líderes de los nacientes barrios de Quibdó, entre los que se contaban Azarías Valencia, Balbino Arriaga, Raimunda Cuesta y Julio Perea Quesada, dieron comienzo a un proceso de consolidación organizativa de la celebración popular en homenaje a dicho santo como patrono de Quibdó. Para ello, tomaron como base las formas vecinales preexistentes de organización de los festejos e introdujeron -a instancias del misionero- algunos elementos festivos o carnavalescos de origen español, que fueron adaptados a la estética, a la usanza y a la cultura local. De esa época datan algunos de los elementos fundamentales del esquema ritual y ceremonial de la celebración de las Fiestas de San Francisco de Asís o San Pacho, en Quibdó, en los que se integran componentes religiosos y componentes seculares o laicos de la festividad, tales como la asignación de un día a cada barrio, las carrozas alegóricas o disfraces, los monumentos o altares religiosos o arcos que se preparan para la procesión solemne del 4 de octubre, las alboradas y desayunos franciscanos con los que comienza el día de cada barrio, las comparsas barriales organizadas por vecinos y amigos, y las desaparecidas vacalocas. Con una que otra variación, algunas de ellas explicadas en el texto, este es el modelo de fiesta que fue documentado detalladamente por el antropólogo e intelectual chocoano Rogerio Velásquez Murillo, en su artículo de 1960 en la Revista Colombiana de Folklore.

La distribución de los días de la fiesta por barrios surgió como una forma de ampliar la participación popular y distribuir el ejercicio simbólico de la autoridad durante su celebración, extendiendo así los lazos de la fraternidad franciscana a todos los rincones de los vecindarios que a principios de siglo han empezado a reivindicar su identidad territorial como parte de la configuración urbana del antiguo poblado, que es ahora la ciudad capital de la Intendencia y, en pocos años, lo será del Departamento del Chocó.

La construcción de carrozas alegóricas, inspiradas en los desfiles y procesiones españolas, dio origen a los llamados disfraces, que son una puesta en escena de contenido crítico acerca de la realidad social y política del país o la región, organizada con elementos de decorado y escenografía, y con muñecos movidos a través de diversos mecanismos de utilería, que forman un conjunto cuyo montaje se hace en una carroza que en los primeros años era movida por la fuerza humana de la gente de cada barrio, luego por tracción animal y actualmente es remolcada por un carro.

Los llamados arcos franciscanos, que tuvieron su origen en los arcos del triunfo en honor al Resucitado de la semana santa, son representaciones de pasajes de la vida de San Francisco de Asís o de otras escenas y narraciones sacras, que se disponen en altares que cada barrio construye y prepara para recibir en ellos la imponente imagen del San Pacho de la actual catedral, antes templo parroquial; cuando al llegar a ellos se detiene la solemne y multitudinaria procesión del 4 de octubre, que circula por calles igualmente arregladas, aseadas y engalanadas en homenaje al santo patrono.

Las alboradas tienen origen religioso y son un recorrido de anunciación al vecindario y al pueblo entero de la magnificencia del día clásico de cada barrio y del día clásico del santo, en la madrugada del respectivo día. Los desayunos franciscanos, con los que inicialmente se agasajaba a vecinos notables, autoridades y personajes importantes de la ciudad, surgieron como una muestra de la generosidad de cada barrio al compartir con sus invitados viandas y manjares de la gastronomía local, como signo de hermandad y comunión. Las comparsas, formadas por grupos de vecinos ataviados con vestimentas carnavalescas uniformes, se originaron como expresión organizada y colectiva de goce festivo, como elemento de afirmación de identidad territorial y signo distintivo de pertenencia a cada barrio. Las desaparecidas vacalocas, armazones de madera provistas de cachos de vaca recubiertos de brea ardiendo en candela viva y con una cola de ramas espinosas a modo de látigo, eran eje de una especie de ritual de fuego y juego, en el que avezados personajes de cada vecindario desafiaban la pericia torera de temerarios vecinos en la noche barrial, mientras la muchedumbre retaba el fuego y huía de los latigazos que con la sonora y lacerante cola despachaba el vacaloquero de turno.

Procesión de Gozos en las Fiestas de San Pacho, en Quibdó,
en la madrugada del 4 de octubre. FOTO: León Darío Peláez.
Datan también de aquel periodo los llamados Gozos Franciscanos, una pieza de música sacra cuya riqueza coral y musical colma las calles, esquinas y barrios de Quibdó en la madrugada del 4 de octubre, día oficial de la festividad de San Francisco de Asís. Los Gozos Franciscanos es el nombre con el que popularmente se conoce a un himno titulado Gloria a San Francisco de AsísGloria, Gloria, a Francisco cantemos, / nuestro padre protector. / Sus virtudes ensalcemos, / Gloria, gloria, alabanza y honor; un himno de toda solemnidad, cuya estrofa única es a la vez coro estremecedor de voces devotas al amanecer y juego de bises perfectamente medidos para que quepan después de un silencio melódico finamente calculado, que redondea con precisión el armonioso conjunto de esta pieza musical que cada año ennoblece la alborada del 4 de octubre en homenaje al santo. Este himno, que estremece a quien lo canta y a quien lo escucha, y cuya música literalmente invade el alma, es un elemento devocional céntrico en las expresiones religiosas de alabanza durante la Procesión de Gozos. Se canta desde hace casi un siglo, cuando fue compuesto por el Padre Nicolás Medrano, y es quizá la más inolvidable y significativa entre todas las contribuciones que este misionero claretiano hizo para solemnizar la celebración anual de las Fiestas de San Pacho en Quibdó y promover la estandarización de sus actos y rituales.

“Que viva la fiesta / que viva Quibdó / Que viva San Francisco de Asís / nuestro protector”[13]

La celebración anual ha concluido. A la orilla del río Atrato, en Quibdó, entre el guayabo y la nostalgia, el pueblo sanpachero duerme su primera noche sin fiesta. La bella imagen patrimonial de San Pacho regresa a su lugar en el altar de la Catedral que lleva su nombre, colmada de gratitudes y ofrendas que atesora, y de ruegos y peticiones que espera pronto resolver. En sus ojos vivaces perduran una a una las miles de miradas que con los devotos intercambió. El bastón de mando de la fiesta, símbolo de unidad franciscana interbarrial y de autoridad transitoria sobre la fiesta en el día correspondiente a cada barrio, regresa también a su sitio, recargado con nuevas energías al pasar de mano en mano durante 12 días, como lo ha hecho desde hace cerca de 50 años. Clarinetes y bombardinos, tamboras, redoblantes y platillos guardan melódico silencio, después de casi un mes completo brindando de noche y de día alegrías de chirimía.

“Gloria, Gloria, a Francisco cantemos, 
/ nuestro padre protector. 
Sus virtudes ensalcemos, 
/ Gloria, gloria, alabanza y honor”[14]



[1] Velásquez Murillo, Rogerio. 1960. “La Fiesta de San Francisco de Asís en Quibdó”. Revista Colombiana de Folklore, volumen 4, 1960. Pp. 16-37. https://www.bibliotecadigitaldebogota.gov.co/resources/2910695/

[2] Herráez S. de Escariche, Julia. 1946. Don Pedro Zapata de Mendoza, Gobernador de Cartagena de Indias. Imprenta y Litografía LG.A.S.A. María Auxiliadora, Sevilla. En: Velásquez Murillo, Rogerio. 1960. “La Fiesta de San Francisco de Asís en Quibdó”. Antes citado.

[3] Arcila Robledo, Gregorio. 1951. Los Franciscanos en Colombia. Imprenta Nacional, Bogotá. En: Velásquez Murillo, Rogerio. 1960. “La Fiesta de San Francisco de Asís en Quibdó”. Antes citado.

[4] Cújar Cañadas, Douglas; Omar Palacios Mosquera y Ana Gilma Ayala Santos (2019). Sustentos históricos sobre el origen de la Fiesta de San Francisco de Asís, “San Pacho en Quibdó”. 1ª edición, septiembre 2019. 94 pp.

[5] Programa de la Fiesta de San Pacho (1898). En: Cújar Cañadas, Douglas; Omar Palacios Mosquera y Ana Gilma Ayala Santos (2019). Obra citada antes. Pág. 46-47

[6] Ídem. Ibidem.

[7] Ídem. Ibidem.

[8] Palacios Córdoba, Feliciano (1996). Origen de la fiesta de San Francisco de Asís, Chocó 7 días. Edición 59, página 3. Citado por: Cújar Cañadas, Douglas y otros, obra citada. Pág. 48

[9] Ídem. Ibidem. Cújar Cañadas, Douglas y otros, obra citada. Pág. 48

[10] Ídem. Ibidem. Pág. 48-49.

[11] Velásquez Murillo, Rogerio. 1960. “La Fiesta de San Francisco de Asís en Quibdó”. Revista Colombiana de Folklore, volumen 4, 1960. Pp. 16-37. Pág. 33.

https://www.bibliotecadigitaldebogota.gov.co/resources/2910695/

[12] Plan Especial de Salvaguardia de las Fiestas de San Francisco de Asís en Quibdó. Fundación Fiestas Franciscanas de Quibdó/Ministerio De Cultura. Quibdó, junio 2011.

[13] Coro del Himno monográfico de la fiesta patronal de Quibdó, por Madolina Rentería Caicedo.

[14] Gloria a San Francisco de Asís o Gozos Franciscano, composición del Misionero Claretiano Nicolás Medrano.