lunes, 25 de enero de 2021

 Constantino

Collage de El Guarengue, con imágenes tomadas de: 
https://www.facebook.com/aldemar.valencia.7/videos/3412505105544785/

Heredero y par de glorias de la música y la guitarra chocoana como Robertico Valencia, Feliciano “Chano” Palacios, Nicomedes Mena Mayo, Luis “Cayayo” Rentería, Víctor Dueñas, “Mane-Mane” Santacoloma, Julio César “El Gringo” Valdés, Santos Moreno Blandón y Gerardo Rendón; Constantino Herrera Flórez es uno de los músicos más hábiles y creativos que ha parido la tierra chocoana, cuya tradición más vernácula y autóctona llevó siempre consigo durante toda una vida artística dedicada a cultivar, preservar y difundir la música del Chocó, la música del Pacífico y la música del Gran Caribe, entre las cuales se movía con la facilidad y la creatividad propias de su talento inmenso.

Los dedos de su mano izquierda saltaban de cuerda en cuerda, de traste en traste, de tono en tono, con la naturalidad y la agilidad de un colibrí mañanero en la floresta tropical; como si esa mano hubiera nacido para gobernar el mástil de su guitarra y navegar por todos los rumbos de su diapasón sin más carta de navegación que las partituras desplegadas en el atril de su alma. Mientras los dedos de su mano derecha sacaban de cada cuerda que tocaban, pulsaban, acariciaban o rozaban, los sonidos más notables del repertorio inagotable de aquellas partituras, con profundidad y alegría, con sabor y sabiduría. De modo que en cada interpretación suya las canciones sonaban como si hubieran acabado de nacer.

A la magia inmarcesible de sus dedos sobre las seis cuerdas de la guitarra española o las tres cuerdas dobles de la cubana, de las cuales siempre extraía todo el salero y todo el son, se sumaban la hondura de su sentimiento y su memoria musical excepcional, su admirable capacidad para gozar la música, su carcajada sonora, su aguardentosa voz y su buen humor; elementos todos de un conjunto llamado Constantino con el cual se engalanaron cientos de noches quibdoseñas, en guitarreadas de amigos o en conmemoración de cumpleaños de madres y padres a quienes la vida les sonreía cuando Constantino tocaba, cuando Constantino cantaba, cuando Constantino interpretaba, cuando Constantino reía, haciéndolos olvidar de edades y achaques, mediante el bálsamo suave y el eficaz lenitivo de su arte.

La vida artística de Constantino Herrera Flórez fue una serenata permanente al Pacífico y al Chocó, bajo cuyos cielos coloridos y aguaceros diluviales Constantino nació; y al Caribe inmenso, cuyos boleros y sones Constantino en su guitarra para nosotros recreó. Una serenata que -para tristeza y dolor de todos- este pandémico viernes terminó.

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lunes, 18 de enero de 2021

 Visitas presidenciales

La construcción y terminación de carreteras es quizás la promesa más repetida e incumplida
de los presidentes en sus visitas al Chocó: algo así como el coro del himno a la desidia.
Fotos: Archivo Fotográfico y Fílmico del Chocó.

Las visitas presidenciales al Chocó forman parte de la más rancia tradición política y social de la relación de Colombia con esta región, desde los albores de su configuración administrativa como Intendencia Nacional, cuando los funcionarios del gobierno central -el Presidente de la República incluido- viajaban a los territorios de frontera del país, posteriormente denominados Territorios Nacionales, para hacer patria, es decir, para garantizar completa adhesión de estas lejanas poblaciones a la nacionalidad colombiana; máxime en este caso, pues en 1907, cuando empezó a funcionar el gobierno intendencial, no se había cumplido ni siquiera un lustro de la pérdida del territorio de Panamá.

En las primeras tres décadas del siglo XX, llegaban hasta las tierras chocoanas funcionarios de diversos rangos, incluidos ministros, mas no todavía los propios presidentes, quienes no estaban dispuestos a someterse a un viaje que debía hacerse por la vía del Atrato, desde Cartagena. Las visitas presidenciales comenzaron a tener mayores posibilidades de concretarse en la década de los años 1930, cuando la aviación comercial estaba plenamente establecida en la región, pues ya sus rutas habían sido suficientemente probadas, experimentadas sus condiciones climáticas, identificadas las medidas de contingencia en casos de accidentes y delimitados los puntos de los ríos con suficiente agua y benigna corriente para el acuatizaje de los hidroaviones de la empresa SCADTA (Sociedad Colombo-Alemana de Transportes Aéreos).

Durante su campaña electoral o ya en ejercicio de sus funciones, diversos presidentes colombianos de los siglos XX y XXI han visitado el Chocó y han hecho promesas similares, la mayoría de las cuales -más de un siglo después- no se han cumplido o se han cumplido a medias, como es el caso de las carreteras, una de las cuales va rumbo a un siglo de construcción. Sin excepción alguna, durante sus visitas, los presidentes han jurado en la tribuna pública que llegarán en carro hasta Nuquí y Bahía Solano, que tomarán agua potable servida directamente de la llave, que inaugurarán el mejor hospital de medicina tropical del que se tenga noticia, que iluminarán cada casa de cada caserío con luz eléctrica, que harán posible que las sonrisas de los niños se prolonguen hasta su adultez de profesionales graduados con buena educación, que garantizarán vías y medios de transporte expeditos dentro de la región y que traerán hasta la tierra chocoana ríos de leche y miel mediante el fomento económico y productivo… En fin, que llevarán el desarrollo hasta el último confín de esta tierra, que todos proclaman como la más bella y promisoria, para beneficio de su gente, a la que todos consideran la más noble, amable, pacífica y culta; gente y tierra a la que todos y cada uno, sin falta, han pregonado llevar siempre en su corazón de colombianos, admirar y querer con sincero afecto de compatriotas y conciudadanos.

Por su parte, los dirigentes políticos regionales y el pueblo chocoano han sido, desde siempre, deferentes y acogedores con los candidatos presidenciales o presidentes en ejercicio. A pesar del incumplimiento histórico de sus promesas, los presidentes colombianos siempre han sido bienvenidos, festejados, aplaudidos y hospitalariamente recibidos por el Chocó y su gente. Caravanas de recibimiento, ovaciones a su paso, saludos espontáneos o preparados de la gente, música de chirimía y muestras folclóricas y gastronómicas, discursos respetuosos de los políticos locales y regionales, recorridos turísticos y el mejor trato que puedan recibir, han caracterizado el comportamiento de los chocoanos durante las visitas presidenciales; incluyendo regalos de recuerdo de sus visitas, como aquel de la réplica de unas torres de transmisión de energía eléctrica de no sé cuántos castellanos de oro, que recibió Misael Pastrana Borrero cuando vino a inaugurar la interconexión eléctrica entre Bolombolo y Quibdó; o el juego de alhajas -también de oro- que recibió la Niña Ceci, esposa de Alfonso López Michelsen; entre otros que forman parte de la leyenda popular.

De hecho, cuando los primeros líderes políticos chocoanos, como Adán Arriaga Andrade, Manuel Mosquera Garcés, Diego Luis Córdoba, Ramón Lozano Garcés, Osías Lozano Quintana, Daniel Valois Arce, Ramón Mosquera Rivas, Sergio Abadía Arango, Alfonso Meluk, entre otros, comenzaron a destacarse en el ámbito nacional, siempre tenían entre sus propósitos y metas conseguir que el presidente de turno visitara al Chocó; pues si lo lograban se anotarían un punto a favor en la opinión popular y porque -tanto ellos como la gente- consideraban estas visitas como un honor y una muestra de la importancia del Chocó para Colombia. Por ello, además de las gestiones directas de los prohombres de aquella brillante época de la chocoanidad, era frecuente que se extendieran invitaciones a los presidentes desde los ámbitos locales de la región.

Así, por ejemplo, el 13 de noviembre de 1934, el Concejo Municipal de Quibdó aprueba una moción que a la letra dice: “La Municipalidad de Quibdó presenta su atento saludo al excelentísimo doctor Alfonso López, Presidente de la República, y le ruega en forma encarecida aceptar la invitación que se permite hacerle, para visitar esta ciudad con motivo de la reunión de la conferencia minera”[1], evento de trascendencia nacional que se llevaría a cabo una semana después. Igual que hoy, hace 86 años la invitación tenía el propósito de compartir con el Presidente los problemas regionales y comprometerlo con la solución de los mismos: “La municipalidad de Quibdó formula esta invitación, obedeciendo al deseo unánime del pueblo chocoano para que el Señor Presidente contemple de cerca los problemas regionales y lleve a la realidad, durante el cuatrienio de su administración, la completa solución de ellos, concretando apertura de sus vías de comunicación y el fomento de la agricultura”[2]. También los problemas eran los mismos, así como la adhesión y el respeto a la figura presidencial: “Desea el pueblo chocoano testimoniar al señor doctor López, su adhesión incontrastable, por lo cual le pide ahincadamente aceptar la invitación que se toma la libertad de hacerle en la seguridad de que obviará toda dificultad para complacerlo. Compatriota, Benjamín Medina, Presidente Concejo”[3]. A pesar de su ferviente y sincero deseo de hacer la visita, además de su aprecio por el entonces Intendente Nacional, Adán Arriaga Andrade, de quien valoraba sus grandes capacidades intelectuales y políticas, hasta el punto de nombrarlo como Ministro de Trabajo, Higiene y Previsión Social en su segundo gobierno, López Pumarejo no pudo esquivar las urgencias que lo retenían en Bogotá y debió cancelar su viaje a Quibdó.

Quibdó, 1957. Foto: Nereo López

Con mayor o menor incumplimiento, fantasía y lucimiento en cada caso, han visitado el Chocó durante el ejercicio de su mandato los siguientes presidentes: Marco Fidel Suárez, Eduardo Santos, Rojas Pinilla, Lleras Restrepo, Misael Pastrana Borrero, Alfonso López Michelsen, Turbay Ayala, Belisario Betancur, Ernesto Samper, Andrés Pastrana Arango, Uribe Vélez, Juan Manuel Santos y ahora Duque. Estas visitas se han convertido en una especie de ritual cíclico e ilusorio, muy semejante al que los padres ausentes practican una vez al año cuando se dignan aparecer ante sus hijos abandonados -quienes por un momento se sienten reconocidos, importantes y tenidos en cuenta- para saludarlos, entregarles unos cuantos pesos y prometerles otros cuantos, que nunca llegarán, y acariciarles la cabeza como si de una mascota se tratara, antes de alejarse hasta la próxima oportunidad, que en algunos casos tampoco llegará.

En fin, nada más estéril que las visitas presidenciales al Chocó, que no pasan de ser una oportunidad y un escenario para que el distinguido visitante se luzca prometiendo solemnemente lo que después va a incumplir impúdicamente.



[1] Periódico ABC. Edición 2913, 15 de noviembre 15 de 1934.

[2] Ibidem.

[3] Ibidem.

lunes, 11 de enero de 2021

 -En sus propias palabras-

Rogerio Velásquez (izq.) con un grupo de músicos quibdoseños. 
Fuente: http://www.scielo.org.co/pdf/noma/n45/n45a15.pdf

Recordando a Rogerio Velásquez (2ª Parte)

El artículo Apuntes socioeconómicos del Atrato medio es uno de los trabajos etnográficos emblemáticos del antropólogo chocoano Rogerio Velásquez Murillo. Fue publicado por primera vez en el Volumen 10 de la Revista Colombiana de Antropología[1], hace 60 años, y es fruto de un estudio que incluyó un recorrido fluvial de 50 kilómetros por el trayecto comprendido entre Las Mercedes y Lloró, es decir, río abajo y río arriba de Quibdó, incluyendo áreas de los ríos Neguá, Munguidó y Quito, afluentes del Atrato.

 

Además de su rigurosidad en el manejo de los datos y de la información obtenida mediante un impecable trabajo etnográfico y de investigación, en este artículo son notorias la capacidad narrativa y literaria de Rogerio Velásquez, su capacidad de síntesis, la riqueza de sus descripciones y la concreción de sus conceptos y opiniones; atributos estos presentes en todos sus trabajos.

 

El Guarengue les ofrece extractos de este artículo, para que disfrutemos de la prosa de Rogerio Velásquez Murillo y nos sorprendamos de la extraordinaria vigencia de algunos apartes del texto.[2] 


Río Atrato

El área anterior, sitio de nuestras investigaciones, está ubicada, por lo dicho, en las riberas del Atrato medio, entre la boca del Neguá y la desembocadura del Andágueda. En esta parte, el río proporciona a los habitantes beneficios de pesca y caza, agua para sus menesteres y terrenos mineros, sin dejar de ser motivo de belleza, cita colectiva y fuerza de cohesión entre los grupos ribereños.

Las Mercedes, Tanando, Samurindó y Yuto, corregimientos del municipio de Quibdó, se levantan en sus márgenes. Para estos caseríos y para la propia capital del Chocó, el río es, además de lo dicho, alcantarilla, acueducto, campo de defensa, de alimento y de materiales de construcción. Borrado momentáneamente de su sitio, las aldeas citadas desaparecerían como aglomeraciones humanas, y se iniciaría, quizás, el éxodo hacia otras fuentes capaces de restituir lo que brinda el Atrato en bienestar y comodidad.

[…]

Para estos seres, Dios creó el Atrato por donde pueden llevar al mercado quibdoseño el escaso arroz que se cosecha, el oro que se extrae de las playas de Beté y Neguá, las libras de carne de pescado o de animales montaraces que se cazan, los huevos y las tablas aserradas en las lomas, madera que se conduce en canoas aguanosas o en balsas inseguras.

Insalubridad

Agrava el estado higiénico, el uso del agua sin hervir que se toma de los ríos. La del Atrato está muy lejos de ser potable, apropiada por lo tanto para la contaminación de algunas enfermedades. En Las Mercedes, verbigracia, el río ha pasado por el Carmen de Atrato, Lloró y Quibdó, y recibido en sus ondas los detritos de más de 50.000 habitantes que empujan al cauce los residuos en descomposición.

Esta agua, antes de ser utilizada en boca de Neguá, ha lamido cementerios, derrumbado terrenos y casas, barrido lodo y mugre de pozos y cunetas. La abundancia de disentería amibiana en los sitios encuestados hace creer que esta enfermedad se transmite por el agua.

Hospital

La admisión en el hospital de Quibdó está cubierta de requisitos. Una cuota inicial de cinco pesos y cincuenta centavos diarios. Si la paciente es mujer, se ve sometida, además, a un interrogatorio sobre su vida marital. Si resulta no ser casada por la Iglesia, se le niegan las visitas del marido. Los enfermos, aun los de penuria excesiva, son obligados a conseguir los remedios de que carece el hospital, a soportar el despotismo de las enfermeras, a tolerar la escasa y en ocasiones mala alimentación, y a aguantar la falta de caridad de algunos médicos, que no siempre toman la profesión como apostolado o servicio social.

Trabajo de menores

A los doce años, el muchacho atrateño es una ligera enciclopedia rural. Ha aprendido a vadear corrientes, a conocer los pasos del tigre o del zorro, a señalar plantas venenosas o curativas, a conducirse en una socola o pesca, a construir ranchos, a determinar los cambios del tiempo, a comprar y a vender. En su haber están los nombres de las avispas, pájaros, árboles maderables, víboras. Este muchacho así preparado es un bordón del hogar que ya empieza a soñar con mujeres y con otros territorios.

A esta edad, generalmente, deciden los padres el aprendizaje de la lectura. Ya el niño sabe que el sustento diario se consigue con sudor; que la riqueza y las comodidades se ganan con los auxilios de la industria ejecutada con todas las potencias. Mas como su voluntad no cuenta, va a la escuela. Cuando se empieza a encariñar con el libro y con normas elementales de higiene personal, llega la roza de maíz, el deshierbe, la recolección de arroz, etc. Principian los permisos, las fugas clandestinas, el cierre del plantel y el languidecer de los estudios.

Agosto y septiembre y gran parte de marzo se pierden en esto. Los sábados de cada semana se emplean los estudiantes en la búsqueda de comida, leña, oficios caseros, bajada a Quibdó por el mercado, etc. Con la falta de asistencia a clases, las enfermedades y las fiestas del caserío, el fracaso escolar es evidente. Después vienen las repeticiones de los estudios, y al final, la vida libre del campo, con la cabeza cargada de una mala lectura, las oraciones del cristiano y la ignorancia de la vida moderna.

La enseñanza rural actual

a) El maestro.

El maestro del Chocó es casi siempre un individuo licenciado en disciplinas pedagógicas, pero desconocedor de la vida campestre. Preparado para hablar de memoria, ignora las costumbres del medio adonde va a ejercer y las reacciones de los poblados ante sistemas verdaderamente civilizadores. Áreas de cultivo, ocupaciones secundarias de los habitantes, ritmo de vida cotidiana del conjunto, formas de estratificación y diferenciación sociales, símbolos de prestigio de las familias, mecanismos de interacción comunal, sistemas de asociación formal e informal y conjunto de valores de las aldeas, todo es desconocido por el preceptor que habla de programas extraños a la geografía.

La enseñanza de ángulos, pirámides y cilindros abarca más días que las fases de movilización a los mercados de Quibdó y Lloró, o conocer la manera de calafatear una canoa, secar pantanos de los colinales, castrar cerdos, fabricar cestos de fácil venta en el comercio. En lugar de vigorizar las fuentes económicas o de comprender en detalles situaciones desfavorables para los peones, el maestro rural se encierra en las reglas de tres, sin que pueda hablar de suelos y tierras aptos para una diversificación agrícola, sin ver los factores que afectan la producción, sin dar con la forma de que los cultivos perennes como yuca, piña, cañas y frutales tomen sitio de altura entre los sembradores ribereños.

Un deseo de deslumbrar lleva al educador a pronunciar discursos sobre la Comunidad de Naciones y Día de la Raza, pero no a buscar la salud del grupo, ni a colaborar en el aumento de las comodidades corregimentales, ni a despertar el interés por la cooperación, ni a levantar el entusiasmo por la novedad, ni a trazar símbolos culturales que sean seguidos con fuerza por los agricultores. A los conocimientos breves y sencillos que se le solicitan, verbigracia, extinción de hormigas, erosión, plagas y enfermedades, control de productos sobrantes o sistemas para reacomodar a los que emigran, el maestro remite al peticionario al Gobierno Departamental, al Ministerio de Agricultura o a la Sección Agropecuaria que funciona en Quibdó, oficinas y entidades que responden tarde cuando el mal lo ha avasallado todo y el hombre vencido ha tenido que huir del campo de sus preferencias. Escuelas sin botiquines, sin quién aplique una inyección, son las de la parte atrateña de este estudio. Nadie habla de construcciones de puentes y caminos, de transportes y letrinas, de darle un vigor nuevo a la vida social. Mientras los árboles nacen, crecen y mueren con sus enfermedades, en todo el ámbito hay necesidad de comedores escolares, de semilleros o viveros, de lazos de cohesión que eduquen a sembradores, pescadores y cazadores de buenas y abundantes mejoradoras de hogares que modifiquen sustancialmente la vida casera desde la mesa hasta el dormitorio, desde el techo descubierto hasta las hondonadas del piso, desde el altar hasta el gallinero, desde la piedra de moler hasta el santuario amoroso.

b) Programas. Pero el error en la educación del campesino chocoano no es del maestro que se ciñe a los programas escolares del Gobierno Nacional. La culpa radica en el Estado, que no ha mirado las diferencias regionales del país, para dar con oportunidad las guías educativas que consulten las necesidades de cada medio. A nuestro modo de ver, cada piso térmico debiera tener su escuela específica.

[…]

Con nuevas guías oficiales, el maestro podría colaborar en el acrecentamiento de la propiedad de los campesinos, en el rango y elevación del ribereño, en los recreos populares, en el apego a la tierra y a la familia. La vida de la aldea, la riqueza del suelo, la naturaleza de los productos, las costumbres y tradiciones mutuas, cooperativas, crías, alimentación y alojamiento, integración de grupos que permanecen separados por restricciones o presiones sociales, semillas, abonos, fertilizantes, técnicos, créditos, serían, entre otras, las actividades del educador en los corregimientos chocoanos.



[2] Los textos son reproducidos de: Velásquez, Rogerio. Ensayos Escogidos. Recopilación y prólogo de Germán Patiño. Biblioteca de Literatura Afrocolombiana, Tomo 17. Ministerio de Cultura, 2010. 217 pp. Pág. 135-213. En: https://babel.banrepcultural.org/digital/collection/p17054coll7/id/16/rec/1

lunes, 4 de enero de 2021

 Recordando a Rogerio Velásquez

Rogerio Velásquez en Bogotá, 1957.
Cortesía Corporación Cuenta Chocó "Rogerio Velásquez Murillo".

El 7 de enero de 1965 también era jueves, como este 7 de enero de 2021, cuando se cumplen 56 años de la muerte del eminente chocoano Rogerio Velásquez Murillo, que fue el primer antropólogo negro titulado que hubo en el país y fue considerado -por el propio Instituto Colombiano de Antropología- como “uno de los más fervientes y eficaces investigadores en el campo de los estudios literarios, etnohistóricos y folclóricos de Colombia”, tal como lo expresó dicha entidad en el artículo 2º de la Resolución Nº 0001 de 1965 (Enero 15), “por la cual se deplora el deceso de un destacado investigador colombiano y se rinde homenaje a su memoria”[1].

Dicha resolución, firmada por Manuel José Casas Manrique como director del Instituto Colombiano de Antropología y por Francisco Márquez Yáñez como subdirector, va más allá del formalismo o del deber burocrático usuales en este tipo de documentos o actos administrativos, como los llaman en jerga oficial. Lejos de lo usual, es una pequeña biografía escrita con formulismos de Resolución, sobre un hombre grande de Colombia y del Chocó, redactada con notorio sentimiento de admiración, con evidente respeto profesional y con patente devoción de colegas plenamente conscientes de la trascendencia del trabajo al que Rogerio Velásquez dedicó su poco extensa, bastante intensa y muy prolífica vida.

La Resolución define al “Profesor Rogerio Velásquez Murillo” (así es llamado a lo largo de todo el documento) como “esclarecido pedagogo y hombre de letras e investigación, cuya esforzada y meritoria vida se presenta como ejemplo a las generaciones estudiosas del país”[2]; evocando la trayectoria académica, magisterial y profesoral de Velásquez, su admirable capacidad de escritura y su vasto recorrido temático y geográfico como etnólogo y antropólogo -un camino que recorrió con maestría y profesionalismo-, al igual que el contexto socioeconómico de su origen y su infancia, en la región del San Juan, Departamento del Chocó, en poblaciones históricas como su natal Sipí, Nóvita, Istmina y Condoto.

Así mismo, el documento expresa que Rogerio Velásquez “fue un distinguido exponente de la cultura nacional y se destacó en las disciplinas pedagógicas, etnohistóricas y literarias no menos que en otras ramas de las ciencias como la antropología y el folclor en cuyos campos realizó una fecunda y meritoria labor investigativa”[3]. Además de ser exaltada, esta labor es también ilustrada en la Resolución, de modo explícito y detallado: “…como fruto de sus pacientes investigaciones, el Profesor Velásquez Murillo dejó varias obras y escritos de importancia científica y literaria como "Rectificaciones al descubrimiento del Río San Juan", "La esclavitud en la María, de Jorge Isaacs", "El Folklore en la obra de Antonio José Restrepo", "La medicina popular en la costa colombiana del Pacífico", "Ritos de la muerte en la costa del Pacífico", "Instrumentos musicales de la costa del Pacífico”, "Vestidos de trabajo en el Alto y Bajo Chocó", "La fiesta de San Francisco de Asís en Quibdó", "Leyendas y cuentos de la raza negra", "Adivinanzas del Alto y Bajo Chocó", "Cantares de los tres ríos", "Gentilicios africanos del Occidente de Colombia", "Apuntes socio-económicos del Atrato Medio" y la novela "Las Memorias del Odio"[4].

De este modo, la Resolución mediante la cual el Instituto Colombiano de Antropología deploró el fallecimiento de Rogerio Velásquez Murillo, en enero de 1965, brinda al país un repaso completo de los alcances del trabajo de este investigador y escritor, resaltando con acierto su trabajo como pedagogo y sus aportes precursores y pioneros a la Etnohistoria, su enorme contribución al conocimiento de realidades históricas, culturales y etnográficas de los pueblos negros, que eran prácticamente ignotas, desconocidas e ignoradas por Colombia hasta que Rogerio Velásquez las investigó, las documentó y las publicó. Lo cual lo convierte en una especie de fundador de los estudios afrocolombianos en la antropología nacional. Como también lo anota la Resolución, “la mayoría de los trabajos enunciados anteriormente fueron publicados en las revistas del Instituto Colombiano de Antropología, institución a la que estuvo vinculado el Profesor Velásquez Murillo durante largo tiempo como antropólogo, Jefe de la Sección de Folclor y asiduo colaborador de la Revista Colombiana de Folclor”[5].

El documento incluye también un resumen de los cargos públicos que ocupó el gran investigador chocoano Rogerio Velásquez: Representante Suplente a la Cámara, Diputado a la Asamblea del Chocó, Director de Educación Pública del Chocó, catedrático de la Universidad Pedagógica Nacional de Tunja y de varios colegios del país, y Rector del más que centenario Colegio Carrasquilla de Quibdó, cargo que ocupaba cuando murió.

Finalmente, la Resolución del Instituto Colombiano de Antropología mediante la cual deploró el fallecimiento del invaluable intelectual chocoano Rogerio Velásquez Murillo expresa con tino total, en su último considerando, que “es un deber de las instituciones consagradas a esta suerte de disciplinas científicas reconocer los méritos de quienes en forma notoria y eficiente han contribuido a enriquecer el acervo de conocimientos etnohistóricos, antropológicos y folclóricos de Colombia”. Y, cuando uno lee esto, agradece al entonces director del actual ICANH por lo justo que fue; pero, también uno se pregunta: ¿Se han hecho en el Chocó suficientes y apropiados reconocimientos a la trayectoria intelectual de Rogerio Velásquez, a su papel como investigador, difusor y profesor de afrochocoanidad y afrocolombianidad? ¿Los muchachos y las muchachas de los colegios y universidades de la región saben realmente quién fue Rogerio Velásquez, han leído siquiera uno de sus trabajos…? ¿En las bibliotecas escolares y universitarias hay, aunque sea solamente uno, un libro de su autoría y el estudiantado sabe de su existencia y disponibilidad? … Quizás ya sea hora de que se instituya algo así como una Cátedra Rogerio Velásquez en las universidades del Chocó y que en los colegios se incluya tan siquiera uno de sus escritos en las lecturas de áreas como Lengua Materna o Ciencias Sociales. O, si esto les parece mucho a quienes podrían implementarlo, hay otra opción: establecer las llamadas Lecciones Inaugurales, con la vida y obra de Rogerio Velásquez como tema. O, por lo menos, conmemorar su natalicio y su fallecimiento, con el mismo fervor con el que se conmemora el día del maestro, habida cuenta del gran maestro que también Rogerio Velásquez fue.[6]

En su detallado trabajo sobre el Atrato Medio chocoano, Rogerio Velásquez dejó significativas aportaciones acerca de lo que actualmente se conoce como etnoeducación, currículos propios y otros conceptos asociados; así como sobre el papel del maestro, la importancia del contexto sociocultural y económico local en los procesos educativos, y el desfase entre las orientaciones curriculares oficiales del orden nacional y las culturas locales y regionales. Al respecto, un investigador colombiano ha concluido -refiriéndose a los aportes de Rogerio Velásquez sobre la educación en comunidades negras- que, “sin duda, su tenacidad, su fuerza argumentativa al explicar lo que la educación no debe ser para el caso de regiones con mayoría de población negra, insinúa, también, para este siglo, aquello que no debe faltar en la construcción de proyectos educativos endógenos que han de aplicarse en estos territorios[7]. De manera que, sin dudas, desde la perspectiva de Rogerio Velásquez, cuyo último trabajo en Quibdó fue precisamente en el campo educativo, como Rector del Colegio Carrasquilla, la educación no es un honor, es un derecho; y ser de una escuela o de un colegio, o pertenecer a una institución educativa (como se dice ahora), no es un honor, ni tiene por qué costar nada, en el sentido marcial que al honor a veces se le pretende dar.

Rogerio Velásquez Murillo alcanzó por mérito propio todos los atributos que claramente le son reconocidos en la Resolución Nº 0001 del 15 de enero de 1965, del Instituto Colombiano de Antropología. Mediante su ejercicio profesional en los diferentes campos de las ciencias humanas y sociales, así como en la educación, Rogerio Velásquez abrió caminos claros y conducentes para el reconocimiento de su región y de su gente, para sembrar conciencia de las posibilidades profesionales de los hombres negros y de las mujeres negras del Chocó y de Colombia, y para lo que hoy se denomina intelectualidad afrodiaspórica. De igual modo -valga la reiteración- inauguró los estudios antropológicos y etnológicos sistemáticos sobre raza y cultura negra en el ámbito nacional. Todo ello en tiempos en los que desbrozar de racismo y exclusión el panorama académico de Colombia era una labor aún más titánica que ahora.

Conocer la obra de Rogerio Velásquez debería contar como un deber de todo chocoano. Y el conjunto de sus textos, en Colombia, debería formar parte de la biblioteca básica de formación de todo estudiante de Antropología y disciplinas afines.[8]

¡Loor infinito a la memoria del Profesor Rogerio Velásquez Murillo!



[1] Ministerio de Educación Nacional, Instituto Colombiano de Antropología. Resolución Número 0001 de 1965 (ENERO 15). En: http://186.113.12.182/catalogo//dlfile.php?id=1297 Todas las citas son textuales; de modo que posibles omisiones de puntuación pertenecen al texto original.

[2] Ibidem. Artículo 1º.

[3] Ibidem. Considerando 2º

[4] Ibidem. Considerando 3º.

[5] Ibidem. Considerando 4º.

[6] Como parte de la Biblioteca de Literatura Afrolombiana, el Ministerio de Cultura publicó en 2010 una recopilación de trabajos de Rogerio Velásquez, bajo el título “Ensayos escogidos”. Puede obtenerse de modo gratuito en: 

https://babel.banrepcultural.org/digital/collection/p17054coll7/id/16/rec/1

El prólogo de este libro fue publicado en El Guarengue el 2 de septiembre de 2019: https://miguarengue.blogspot.com/2019/09/tras-las-huellas-de-la-negredumbre.html

[7] Jorge Enrique García Rincón. El encuentro de Rogerio Velásquez y Manuel Zapata Olivella. La idea del maestro intelectual afrocolombiano. En: Afrodescendencias y contrahegemonías. CLACSO, 2019. 420 pág. Pp. 63-90.

En: https://www.jstor.org/stable/j.ctvt6rm7b.5?seq=1#metadata_info_tab_contents

[8] Ver también en El Guarengue Rogerio Velásquez y su negredumbre:

https://miguarengue.blogspot.com/2019/08/efemerides-crepusculo-en-quibdo.html