lunes, 29 de julio de 2019


Lélia Gonzalez
Améfrica Ladina su patria, Pretugués su lengua
Lélia Gonzalez, 1982. http://www.projetomemoria.art.br/leliaGonzalez/

El señor Acácio Joaquim de Almeida fue uno de los miles de hijos de africanos esclavizados que nacieron en Brasil durante la vigencia de la Ley de vientres libres (Lei do Ventre Livre) [1], expedida un jueves 28 de septiembre de 1871. Esta ley estableció que los hijos de mujer esclava que nacieran desde la fecha de su expedición serían considerados libres y es el preludio de la llamada Ley Dorada (Lei Áurea, en portugués), que decretó la abolición de la esclavitud en Brasil y fue expedida siete años después, un domingo 13 de mayo de 1888, cuando la Virgen de Fátima aún no existía.

Doña Urcinda, de ascendencia indígena, hija de Deolinda y José Serafim dos Anjos, nació un jueves 29 de marzo de 1898, era analfabeta y tenía solamente trece años de edad cuando se casó con el señor Acácio. La corta edad de Doña Urcinda cuando se casó, casi una niña, se debe a una temeraria transgresión que, habiendo ocurrido cuando ocurrió y donde ocurrió, no puede considerarse menos que revolucionaria. En lugar de casarse con un italiano a quien su familia se la tenía prometida, rubio de ojos azules (louro de olhos azuis), ella prefiere hacerlo con aquel hijo de esclavizados que se salvó de serlo. El italiano formaba parte del contingente de inmigrantes europeos que el gobierno había atraído hacia el país para suplir el déficit de mano de obra posterior a la abolición de la esclavitud y, además, para branquear a população[2].

De la unión de Doña Urcinda y el Señor Acacio nació, como décimo séptima de dieciocho hijos, el viernes 1° de febrero de 1935, en Belo Horizonte, capital de Minas Gerais, una niña a quien llamaron Lélia, Lélia de Almeida, quien después de casada –y aunque su marido murió trágicamente poco después del matrimonio- jamás se quitó el apellido Gonzalez que le fue traspasado por este enlace. De ahí que, cuando el prestigio y el respeto la alcanzaron, en los ámbitos académico y político de Brasil y del mundo, ya era Lélia Gonzalez o Lélia Gonzalez de Almeida, su nombre con tilde, su primer apellido sin tilde, como se escriben en portugués: una mujer admirable, un paradigma de la profunda energía histórica, de la inconmensurable inteligencia ancestral y de la descomunal fuerza vital de la mujer negra, cuyo Día Internacional se conmemora cada 25 de julio, en una evocación feminista de la diáspora y de la ascendencia latina y caribe.

Diseño y fotografía: Julio César U. H. 24.07.2019

Sea entonces la hora de recordar que Lélia Gonzalez, hace más de 30 años, le dio argumentada sepultura a las categorías conceptuales e históricas relacionadas con la supuesta latinidad europea y blanca de las raíces de Brasil, en particular, y del continente americano, en general. Después de una prolongada época de literal inconsciencia sobre su ser negro o quizás de freudiana negación inconsciente (como ella misma explicaba el asunto cuando se refirió a Brasil, años después); hacia los 40 años de edad, Lélia Gonzalez empezó un tránsito académico, político, espiritual, cultural, que la llevaría a revolucionar los estudios sobre raza y cultura, raza y género, en Brasil, en los Estados Unidos, en África y en todos los ámbitos donde estos temas interesaran. Desde la academia y desde sus escritos, que incluyen dos libros y multitud de artículos; desde la política (fue militante del PT y renunció al mismo como respuesta crítica a la insuficiencia de espacios negros y femeninos) y desde el feminismo (es una de las precursoras del movimiento feminista organizado, en Brasil, y la impulsora de su ennegrecimiento, es decir, de promover la intersección consciente entre género y raza); desde esa especie de diplomacia cultural negra que hizo cuando empezó a ser invitada a cuanto evento sobre estos temas se desarrollaba en los Estados Unidos, Europa y África, entre mediados de los años 1970 y principios de los 90; e incluso desde su inserción en el mundo del carnaval y de las escuelas de samba, para intervenir en los guiones y en las puestas en escena, de modo que también el arte y la fiesta se ennegrecieran conscientemente y las caderas de las mulatas, de las pardas y de las prietas de Río no se movieran sin saber que lo hacían más por africanía que por latinidad y que su ser de mujer no se agotaba en sus caderas ni en sus senos, no se limitaba a la espectacularidad de sus sensuales figuras, aunque estos atributos físicos –su cuerpo todo- fueran también escenario simbólico de la causa feminista, por su carácter de espacio de subordinación, alienación y disputa.

Lélia Gonzalez, 1977, Río de Janeiro.
Foto: Alberto Jacob-O Globo.
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Doña Urcinda y el señor Acácio permanecieron inicialmente y temporalmente en Espíritu Santo. Allí nacieron su hija mayor, Elisa (1913), quien posteriormente se convertiría en cantante lírica y en costurera de la alta sociedad de Río de Janeiro (RJ); y su hijo mayor, Francisco (1915), quien llegaría a ser el jefe de la empresa de aseo urbano de esa misma ciudad; pues a mediados de 1916, el señor Acacio, empleado ferroviario, sería trasladado allá. Y por eso, allá nacieron Cacilda (1917), ama de casa, a quien los sobrinos le decían Tía Caçula[3]; Alfredo (1919), mecánico, quien murió joven, en la década de 1950; Jayme (1921), futbolista de Atlético Mineiro y de Flamengo; Bráulio (1923), quien también murió joven; y Acácio (1925), soldado de la segunda guerra mundial, de donde regresó con secuelas. De Río, la familia Almeida pasó a São Paulo (a cidade maravilhosa), donde nacieron Nair (1927), quien sería auxiliar de enfermería y partera en la ciudad de Petrópolis (RJ). Regresaron por una temporada corta a Río de Janeiro y esta vez nació allí Lígia (1929), ama de casa, quien fue la última de la familia que falleció, en el año 1998. De aquí pasaron a Belo Horizonte, capital del Estado de Minas Gerais, donde nacieron Maria das Dores (Dora), en 1931; Sebastião, Tio Tião (1933), futbolista de Flamengo como su hermano Jayme; Lélia (1935); y, finalmente, Geraldo (1937), quien trabajó como conductor al servicio del gobierno de Paraná, donde murió. En total, Doña Urcinda tuvo 18 embarazos y 5 pérdidas. Sus 13 hijos nacidos vivos vinieron al mundo en las casas donde vivían y con la ayuda de parteras[4].

Lélia Gonzalez, 1966.
Fuente:
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En el año 1942, Jayme, uno de los dos hermanos futbolistas de Lélia Gonzalez, recibió una oferta para pasar del Atlético Mineiro al Flamengo de Río de Janeiro. Allá fue a dar toda la familia y se instaló en el barrio Leblon. No bien habían llegado, vencido por la edad, el señor Acácio falleció. Los hermanos y las hermanas mayores asumieron el sostenimiento de la familia, incluyendo la posibilidad de que Lélia accediera a una buena educación formal, en una época en la que no era usual que la gente humilde estudiara y menos las mujeres, y menos si eran negras. Incluso su propia madre, Doña Urcinda, no estuvo nada de acuerdo, al principio, con que ella estudiara. Posteriormente, presionada por la fama que profesores y vecinos daban a la inteligencia de su hija, la humilde madre cedió y aceptó la situación.

Lélia Gonzalez, 1963.
Fuente:
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En medio de grandes dificultades, gracias a la solidaridad de su familia y amigos cercanos a esta, Lélia Gonzalez rompió la tradición de baja tasa de escolaridad entre jóvenes negras y pasó con éxito e inteligencia por los mejores colegios públicos del Estado, que se preciaban de ser tan rigurosos en su formación que así garantizaban el ingreso de sus alumnos a las mejores universidades del país. Lélia Gonzalez recorrió el camino que la condujo a graduarse en Historia y Geografía en 1958 y en Filosofía en 1962, en la actual Universidad del Estado de Río de Janeiro. Una vez graduada, trabajó como docente, se independizó económicamente y empezó a contribuir al sostenimiento de sus sobrinos. Por ejemplo, uno de los hijos de su hermana Dora, llamado Rubens Rufino y apodado Manéu, se convirtió en su protegido, al punto que él la llamaba Mamá Lélia. Esta situación coincidió con el advenimiento de la dictadura militar en el país, la censura en todos los espacios y su matrimonio con su novio de la universidad, Luiz Carlos Gonzalez, un hecho que incidió significativamente en su futuro, porque la familia de él, especialmente su suegro, la sometió a maltratos, abusos y vejaciones por su condición racial; razón por la cual su esposo rompió con su familia, buscando proteger a Lélia. Pero, el hombre no soportó el permanente acoso de su familia y terminó suicidándose, en 1965; lo cual, obviamente, destrozó personalmente a Lélia, quien decidió irse a Minas Gerais, a una especie de retiro, de reencuentro, de reconstrucción personal. Allá, luego de haber vivido el racismo de tan cruel modo, Lélia Gonzalez será más consciente de la existencia de ese fenómeno en Brasil y de la falacia de la Democracia racial pregonada por el Estado brasileño.

Lélia Gonzalez. Río de Janeiro, 1968.
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En 1967, muere Doña Urcinda, su madre. La familia se dispersa. Lélia Gonzalez ya ha regresado a Río y ha empezado a publicar sus primeras producciones: traducciones de libros de filosofía, del francés (que había aprendido en el colegio) al portugués. Y continúa en la docencia, cuando conoce a quien se convierte en su segundo esposo, en 1969, el ingeniero Vicente Marota. Además de los colegios, ahora incursiona en las universidades, en donde nuevamente experimenta directamente la hegemonía blanca y masculina, que no consigue degradarla profesionalmente; pero, para la cual no pasa de ser esa negrita simpática e inteligente (aquela pretinha legal, muito inteligente)[5].

Mae Preta. 
Tomada de: 
http://joe-ant.blogspot.com/2011/04/mae-preta.html
Paulatinamente, a partir de esas vivencias, Lélia Gonzalez da curso a una búsqueda sistemática de aquellas verdades que, ahora lo sabe con certeza, han sido escondidas intencionalmente por la historia oficial. Incursiona en el campo del psicoanálisis de Lacan y en literatura e historia africana, así como en estudios sobre camdomblé, una religión de matriz africana que, actualmente, practican más de 3 millones de brasileños. Por esa vía, Lélia concluye que su formación le ha blanqueado la conciencia, que ha actuado como si no fuera negra; y que Hegel es un cretino por haber afirmado que África carece de historia. Y empieza una demolición conceptual de lo más granado de la mitología creada alrededor de la supuesta Democracia Racial: la leyenda de Mae Preta, que no pasa de ser la romantización de un despojo tan cruel que incluía hasta la leche materna. En plazas y parques de muchos pueblos y ciudades de Brasil existe la estatua que representa a una mujer negra, esclava, amamantando a un niño blanco. Así mismo, la figura se reproduce como pintura en la iconografía de la época de la esclavitud. Los amos obligaban a las esclavas en estado de puerperio a que dejaran de amamantar a sus propios hijos para que amamantaran los de ellos, sea porque la madre blanca no pudiera o porque no quisiera. A principios del siglo XX, como parte de la propaganda de la supuesta Democracia Racial brasileña, el Estado promovió la figura de la Mae Preta (Madre de Leche, Madre Negra) como supuesto símbolo de unas relaciones armoniosas y de colaboración entre los amos y sus esclavas. Lélia no solamente desbarata el absurdo propiamente dicho de creer que es armonía la imposición de una práctica a costa de los propios hijos de las esclavas; sino que va más allá, recordándole a Brasil y al mundo que muchos de esos hijos, cientos, miles, eran producto de las sucesivas, vulgares y oprobiosas violaciones por parte de amos y capataces. Con lo cual se configuraba una total desposesión y expropiación del cuerpo de las mujeres esclavizadas: podía ser usado a placer por amos y capataces, podía ser despojado hasta del único alimento del que disponían para los bebés paridos de sus adoloridas y vejadas entrañas.

Amigo y amiga de Lélia Gonzalez (Januário y Ana Maria) y otro de sus inspiradores (Abdias).
Su vida –de ahí en adelante- tendrá otro sentido, de puertas para afuera de los colegios y las universidades. La década de 1960 la contagia de su efervescencia, de tal modo que, al llegar la década de los años 1970, Lélia Gonzalez es una mujer transformada, casi una conversa, que irrumpe en la escena de los movimientos sociales y culturales de Brasil, de la mano fraterna de su amigo Januário Garcia y de la historiadora negra Maria Beatriz Nascimento, una de las más connotadas estudiosas de la historia de los quilombos o palenques y de las insurrecciones de esclavos en Brasil. Lélia Gonzalez empieza también una nueva era de su producción académica, con un artículo sobre estructuralismo e historia.

Aunque a mediados de los años 1970, su papel sigue siendo más teórico que político, Lélia Gonzalez innovó los espacios académicos a su cargo. Introdujo el primer curso sobre Cultura Negra en Brasil, en la Escuela de Artes Visuales, de Río de Janeiro. El curso estaba centrado en el análisis del aporte africano a la formación cultural de Brasil. “Ela não desconsiderava o tripé “fundante” da nossa nacionalidade: negros, brancos e índios; mas centralizava sua discussão no protagonismo negro, na maioria das vezes silenciado, ao longo da História do Brasil[6]: Ella no desconoció la triada “fundante” de nuestra nacionalidad: negros, blancos e indígenas: pero sí centró su discusión en el protagonismo de los negros, la mayoría de las veces silenciado, a lo largo de la historia de Brasil.

Portada del primer libro de Lélia Gonzalez
y del afiche del primer evento nacional del movimiento de mujeres negras en Brasil, promovido por Lélia Gonzalez.
Tomadas de:
 
http://www.projetomemoria.art.br/leliaGonzalez/
Su camino pedagógico innovador continuó cuando introdujo clases de danza afrobrasileña y de capoeira en el Curso de Cultura Negra en Brasil, al igual que la asistencia a un ritual de candomblé. Una de las actrices más reconocidas de la mundialmente famosa telenovela Xica da Silva, la también cantante Zezé Motta, es un buen indicador de la trascendencia de estos actos pedagógicos de Lélia Gonzalez. Zezé contaba que ella no tenía ni idea de la esclavitud, el candomblé, la cultura negra africana en Brasil y que pasaba trabajos cuando en las ruedas de prensa le preguntaban al respecto; y que fue en ese curso que tomó con Lélia donde lo vino a entender todo y así pudo divulgarlo por todo el mundo durante la promoción de la telenovela: “Eu não sabia nada sobre Candomblé, tinha medo até de passar na entrada de um terreiro. Quando saí pelo mundo para divulgar Xica da Silva, as pessoas me perguntavam sobre cultura negra e eu não sabia nada. Então fiz um curso com a antropóloga Lélia Gonzalez e dele fazia parte assistir a um ritual de Candomblé[7].

Decenas más de potenciales representantes de nuevos liderazgos estaban formándose en materias de cuya existencia jamás había sospechado la educación brasileña, mientras en las calles y en los barrios la música, el teatro, la poesía, la literatura, el amor y la vida, se están transformando: democracia, negritud, feminismo, igualdad…emergen como nuevos paradigmas en la conciencia de grandes sectores de la sociedad brasileña. Chico Buarque de Hollanda, Milton Nascimento, Caetano Veloso, Astrud Regina, Gal Costa, Gilberto Gil, Maria Bethânia y otros más musicalizan y cantan dichos paradigmas. Jorge Amado, Joaquim Machado de Assis, Carlos Drummond de Andrade, João Guimarães Rosa, Clarice Lispector son leídos por miles de brasileños para reafirmar su ser. Tal como lo pregona en ese momento Lélia Gonzalez desde sus tribunas académicas: “a cultura brasileira é eminentemente negra[8]. Aserto este que remata con la creación –en 1978- del Movimiento Negro Unificado contra la Discriminación Racial, posteriormente rebautizado como Movimiento Negro Unificado, en compañía de otros hombres y otras mujeres que lideraban sectores reivindicativos de la causa negra. Abdias do Nascimento, el ejemplar intelectual, artista y activista negro, será su inspiración en esta causa.

Lélia Gonzalez y Angela Davis. Baltimore, 1984.http://www.projetomemoria.art.br/leliaGonzalez/
La Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro la acoge como profesora. Lélia Gonzalez se separa de su segundo marido, para dedicarse a la causa en cuerpo y alma. Y la causa ya está clara e incluye a las mujeres. Diez años después de su muerte, la Historiadora brasileña Raquel de Andrade Barreto, en el título de su Tesis de Maestría, resume perfectamente el horizonte del trabajo de Lélia Gonzalez: Enegrecendo o Feminismo ou Feminizando a Raça, algo así como Ennegreciendo el Feminismo o Feminizando la Raza, una investigación en la cual compara las Narrativas de Libertação em Angela Davis e Lélia Gonzalez.

Lélia Gonzalez con Abdias do Nascimento.
Campaña electoral del PT en Río de Janeiro, 1982. 
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En el mes de junio de 1988, con 53 años cumplidos, un mes después de haber organizado la multitudinaria Marcha contra la Farsa de la Abolición, en el centenario de la Ley Aúrea; cuando ya había viajado por el mundo, había cumplido su sueño de conocer África y se había ganado el respeto y el reconocimiento internacional, Lélia Gonzalez es ya una figura cimera del pensamiento negro en el mundo. Ha cursado una Maestría en Comunicación, ha fundado el Movimiento Negro Unificado, ha sido designada por el Presidente Sarney como integrante del Consejo Nacional de Derechos de la Mujer -por cuya creación luchó durante varios años-, es integrante del Partido de los Trabajadores (PT), etcétera, etcétera. Lélia Gonzalez publica entonces su artículo A CATEGORIA POLÍTICO-CULTURAL DA AMEFRICANIDADE[9].

Trata-se de um olhar novo e criativo no enfoque da formação histórico-cultural do Brasil que, por razoes de ordem geográfica e, sobretudo, da ordem do inconsciente, não vem a ser o que geralmente se afirma: um pais cujas formações inconscientes são exclusivamente europeias, brancas. Ao contrario, ele e uma América africana cuja latinidade, por inexistente, teve trocado o t pelo o d para, aí sim, ter o seu nome assumido com todas as letras: Améfrica Ladina (não é por acaso que a neurose cultural brasileira tem o racismo o seu sintoma por excelência). Nesse contexto, todos os brasileiros (e não apenas os “pretos” e os “pardos” do IBGE) são Ladinoamefricanos”.

Se trata de una mirada nueva y creativa en el enfoque de la formación histórico-cultural de Brasil que, por razones de orden geográfico y, sobre todo del orden del inconsciente, no viene a ser lo que generalmente se afirma: un país cuyas formaciones inconscientes son exclusivamente europeas, blancas. Por el contrario, es una América africana, cuya latinidad, por inexistente, había cambiado la t por la d, y que debe asumir su nombre con todas las letras: Améfrica Ladina. […] En ese contexto, todos los brasileños (y no solamente los prietos –negros- o los pardos –mestizos- del IBGE) son Ladinoamefricanos[10].

Hoy, treinta y un años después, LASA (Latin American Studies Association) ha convocado su congreso anual, en Guadalajara, Año 2020, bajo el título Améfrica Ladina: vinculando mundos y saberes, tejiendo esperanzas. “Améfrica Ladina, pretende dar un paso en la misma dirección que el apelativo Nuestra América, en lugar de América Latina, que subraya la latinidad de esta región, es decir sus vínculos con Europa, y oculta o deja de lado la participación de otras poblaciones como las amerindias y de origen africano en este proceso. La expresión Améfrica Ladina, acuñada por la intelectual afro-brasilera Lelia González, busca visibilizar explícitamente la presencia de estas poblaciones y las poblaciones mestizas en el proyecto social de Nuestra América, y reivindicar esta ancestría plural de la que fuimos desposeídos[11].

Lélia Gonzalez, julio 1986. Reunión en el Instituto Nacional
de Investigaciones de las culturas negras de Brasil. 
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La categoria amefricanidad fue creada por Lélia Gonzalez para denominar a todos los descendientes de los africanos y las africanas que llegaron a la fuerza, por el tráfico esclavista, y a quienes llegaron a América antes del “descubrimiento”. Acostumbrados como estaban a saberlo todo sobre gente que ni siquiera habían visto en la vida, los académicos anglosajones se acomodaron en sus asientos para ojear displicentemente un artículo que, días después, algunos de ellos leerían asombrados. Era Lélia Gonzalez revolucionando la academia, los gobiernos y gobernantes, las identidades y los puntos de vista. Era Lélia Gonzalez entregando hasta el último suspiro de su vida para desentrañar las verdades ocultas en la maraña de las imposturas históricas, sociológicas, antropológicas, políticas, en materia de raza, género, sociedad, cultura. Era Lélia Gonzalez viendo como la nueva Constitución Política de Brasil incluía el racismo como un delito imprescriptible y no excarcelable; cómo Dulce Pereira, activista negra, se convertía en la primera mujer en presidir la Fundación Palmares, órgano gubernamental responsable de adelantar acciones afirmativas de la cultura negra en Brasil; y cómo se ampliaban las políticas a favor de su gente en los diferentes aspectos… Era su inmenso aporte dando frutos poderosos y perdurables, en medio de grandes dinámicas políticas, organizativas, culturales, artísticas del pueblo negro de Brasil, la inmensa nación ladinoamefricana.

https://lasaweb.org/es/lasa2020/
Lélia Gonzalez, coautora –con Carlos Hasenbalg- de Lugar de Negro (1982), uno de los textos de referencia más importantes sobre la cuestión racial en Brasil; y autora de Festas Populares no Brasil (1987), libro premiado en la Feria de Leipzig, Alemania, en el cual repasó con diligencia las raíces de carnavales y fiestas de todos los rincones del país; decidió mientras tanto emprender un proceso de autocrítica y reflexión, incluyendo la profundización de sus búsquedas espirituales. En tal proceso estaba cuando, al regreso de un viaje a África le fue diagnosticada una diabetes tipo B que la condujo a un estado de salud en el cual necesitaba cuidados permanentes y ayuda para llegar hasta el Departamento de Sociología y Política de la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro, cuya dirección asumió en junio de 1994. Su familia, su amiga, la filósofa Ana Maria Felippe[12] y su amigo, el fotógrafo y activista negro Januário Garcia, la cuidaban y ayudaban permanentemente. Su hijo adoptivo, Manéu, vivió una temporada con ella. Su sobrina Eliane de Almeida, junto a sus dos hijas, Gabriela e Ísis, fueron su última compañía. 

El 10 de julio de 1994, hace 25 años, moría en su casa y en su cama, por una insuficiencia cardiaca, Lélia Gonzalez. No alcanzó a ver –como quería- la final del Mundial de Fútbol en la cual Brasil obtendría el tricampeonato, como ella ya lo había vaticinado. No alcanzó a comerse los macarrones con carne asada que la noche anterior le había pedido a su sobrina que le cocinara (‘amanhã você faz macarrão com carne assada que eu adoro?). Sí alcanzó a pensar en África y en Améfrica Ladina. Rememoró con amor inmenso a Doña Urcinda y al Señor Acácio: pensó en qué pensarían ella y él acerca de ella, si ahora estuvieran vivos. Recordó a toda la gente que la había inspirado y acompañado en su vida militante y espiritual: a Pai Jair D’Ogum no Ilê Oxum Apará[13], a Januário y Ana Maria, a Abdias do Nascimento, a quienes consideraba la más fechaciente prueba de la validez de su categoría de Améfrica Ladina y una expresión clara de que -como ella lo sostuvo durante los últimos veinticinco años de su vida- los negros de Brasil (os pretos) no hablaban portugués, sino Pretugués, la lengua en la que vio esfumarse sus últimos pensamientos, sin saber que con ellos ella también se estaba yendo. ¡Axé!


Para mi hija amada, por su feminismo excelso
…y por su promedio acumulado en la Maestría.




[1] La mayor parte de los nombres incluidos en este artículo, así como varias expresiones deliberadamente incluidas de ese modo, están escritos en portugués. Por eso, su grafía corresponde al portugués de Brasil, en todos los aspectos, y no son errores en español ni por omisión ni por incorrección del autor.

[2] Lélia Gonzalez. O feminismo negro no palco da história (memorial web).

[3] Secaleche o benjamín: último hijo de un matrimonio.

[4] Ibidem.


[7] Idem. Ibidem.Yo no sabía nada sobre Candomblé. Hasta miedo me daba pasar por los templos. Cuando viajé por el mundo para promocionar Xica da Silva, la gente me preguntaba sobre cultura negra y yo no sabía nada. Entonces hice un curso con la antropóloga Lélia Gonzalez y el curso incluía la asistencia a un ritual de Candomblé”. Traducción libre de JCUH (sin Google).

[8] Ibidem.

[9] En la revista Tempo Brasileiro, Río de Janeiro, enero-junio 1988. Pág. 69-82. 
En: https://negrasoulblog.files.wordpress.com/2016/04/a-categoria-polc3adtico-cultural-de-amefricanidade-lelia-gonzales1.pdf

[10] Traducción libre de JCUH (sin Google). IBGE: Instituto Brasileño de Geografía y Estadística.

[12] En 2011, Ana Maria Felippe sintetizó el legado de Lélia Gonzalez y explicó los alcances del memorial sobre su vida que ella estaba construyendo en internet. 
Ver: https://www.youtube.com/watch?v=v4WqkHGdLkA

[13] Padre Jair de Ogum, líder espiritual o babalao de la Casa (Ilê, en yoruba) de Ochum, guía espiritual de Lélia Gonzalez, a cargo de quien ella dejó su archivo personal, con fines de divulgación e investigación social.

lunes, 22 de julio de 2019


En la noche negra de arena caliente
Paula. Autorretrato. 2019. 

Los ojos de Martín Carabalí frenaron en seco antes de chocarse con la mirada retrechera de Estefanía Caicedo, en esa noche en la que los invadió tanto amor como luna iluminaba aquel río seco en cuya playa se habían dormido ya las canoas que trajeron a la gente para el velorio.

Estefanía Caicedo puso sus ojos por el suelo, para resistir en silencio la mirada que la embestía y le provocaba fogajes que ya había sentido sola, a veces a la hora de bañarse en el río por la mañana; pero que nunca se le hubiera ocurrido que se los podrían despertar el par de ojos negros de ese negro del demonio a quien tanto recelo le tenía, pero al que tantas ganas y tanto miedo sentía de mirar fijo, desde que él había llegado al pueblo contando historias de ríos lejanos donde también el oro apasionaba a los negros y les hacía soñar con futuros que se diluían en borracheras de tres días cada fin de semana.

Martín Carabalí extendió su brazo hasta el infinito cercano de la orilla, para escenificar la corriente del río de donde él venía y en el cual, según estaba contando a su curioso y siempre animado auditorio, mientras vigilaba -con los restos de mirada que le quedaban de su drama narrado- el cuerpo en movimiento de Estefanía Caicedo, los pescados se habían muerto ahogados por el cascajo y el ruido de las dragas de los gringos, que sacaron tanta riqueza de adentro de ese río que él, lo aseguraba con todo su ser enfatizando, creía que hubieran llegado al centro de la tierra si no se hubieran marchado cuando se les empezó a desgastar la maquinaria enmohecida.

Pensó, mientras adobaba con sus propias opiniones la historia que estaba contando en el intermedio entre dos rosarios, que si ella le paraba bolas algún día él le contaría a ella más historias que las que ya había contado al resto de la gente de ese pueblo, donde -según decían- sus historias fascinaban porque hablaban de otros lugares, ponían a la gente en contacto con el mundo y, además, porque en ese pueblo nunca pasaba nada de importancia, excepción hecha de la vida y la muerte cotidianas.

Los músculos de los brazos de Martín Carabalí se ensancharon de orgullo y timidez al sentirse acariciados por los ojos de la negra Estefanía, cuya boca entreabierta presagiaba una pasión secreta.

- Yo con ese hombre tendría tantos hijos como años me durara la vida -pensó sorprendida Estefanía Caicedo, mientras fingía atención, con sus manos puestas sobre los hombros de la mujer que estaba a su lado, incómoda por la presión inusitada de los dedos de Estefanía sobre su carne cubierta por el luto de su primo Sofonías.

Lentamente, estremecedoramente, asfixiantemente, inexplicable y deliciosamente para ella, los senos de Estefanía Caicedo se fueron irguiendo debajo de su blusa blanca, presionando los pliegues del sostén, al sentirse acariciados por los ojos de Martín Carabalí, quien se había callado para extasiarse en la locura ensoñadora de una caricia largamente deseada, mientras sus admirados oyentes celebraban y comentaban el final de la historia que él acababa de contarles. En noche tan fresca no entendía Estefanía cómo podía sentir en su cuerpo tanta calentura junta, que le subía y le bajaba como un solo de clarinete en las noches de baile y alegría.

- Estas no son cosas para sentir en un velorio -se arrepintió por dentro, mientras luchaba por quitarse de la mente la imagen brillante de la espalda de Martín Carabalí, que había contemplado en la mañana mientras lavaba los trastos de su casa en la orilla del río.

Martín Carabalí se imaginó la sonrisa de la bella Estefanía cuando él le contara que era doblemente Carabalí, por parte de su papá Carabalí y Carabalí por parte de madre: Martín Carabalí Carabalí, el negro pacífico y viajero que acababa de jurarse a sí mismo que aquí se detenía su carrera por el mundo si la esbeltez rítmica de Estefanía Caicedo le permitía dejarse atrapar para enseñarle la vida y aprender juntos el amor para siempre.

Estefanía Caicedo interrumpió en su boca la sonrisa que le produjo el casi encontrarse con los ojos de Martín Carabalí Carabalí, que desde sus senos despiertos habían trepado hasta su boca, volviéndosela agua pura, atravesándole la mirada supuestamente distraída para llegar hasta su frente y clavarle en la cabeza un pensamiento de amor. La enterneció la idea de apagar una lámpara a la media noche y prender sus sensaciones al cobijo de un toldillo grande y claro como el cielo estrellado que iluminaba el patio de la casa del velorio, donde Estefanía Caicedo sintió ganas de pararse y subir la escalera y sentarse en medio de la sala, junto al muerto, y echarse un rosario bien rezado por el alma del difunto, de esos que le había enseñado su tío Gumercindo, segura como estaba de que esos ojos negros de negro la seguirían paso a paso y le recorrerían la espalda y las caderas durante todo el tiempo que durara el rezo.

El opaco brillo de las bandejas cubiertas de pocillos de café, aguardiente y galletas, le sacó los ojos a Martín de las piernas de Estefanía, que se acomodaban, listas para el regreso, en el barrote de esa silla campesina, auténtica silla mariapalito, de madera basta clavada en listones que se triangulaban en las puntas. Automáticamente cogió la copa de aguardiente, se la zampó sin preámbulos y sintió que el anisado le calmaba una extraña sed que lo tenía temblando por dentro, mientras sus ojos alcanzaban el último retazo de la falda de Estefanía, que estaba de vuelta a su banca y a las miradas de él.

Le provocó contar algo para llamar su atención. Historias le sobraban, desde ese amanecer en el que se embarcó para un viaje que su madre había maldecido, pero para el cual le había dado una llorosa bendición con sus manos ancestrales repletas de recuerdos y huellas de bateas milenarias, almocafres gastados y fugaces castellanos de oro. Pero no lo hizo: cómo contarles a todos algo que tenía reservado para ella como primera oyente. Cómo traicionar ese regalo que con tanto celo había guardado en su memoria para entregárselo, palabra por palabra, a la mujer que le hiciera dar ganas verdaderas de tener un hijo de amor...

Hora tras hora, la noche se fue confundiendo con el día, el cual no hubiera necesitado al sol para anunciarse, pues la luna lo hubiera reemplazado con luminosas creces. Los atrevidos ojos de Martín Carabalí reconocieron palmo a palmo el territorio del amor en el cuerpo tembloroso de Estefanía Caicedo, a excepción de sus ojos de muchacha esquiva, que sortearon todas las trampas que la mirada de Martín les puso. Estefanía Caicedo sintió que las piernas le fallaban, y se agradeció a sí misma el hecho de estar sentada, cuando la mirada de Martín vino y se le paró a todo el frente y viajó nuevamente por sus brazos veinteañeros, le removió con dulzura los senos hasta dejárselos perplejos y encantados, le rozó sin descanso, una y otra vez, los muslos firmes, le besó las canillas y las rodillas, le apartó las piernas, transpuso el umbral de su falda y penetró con delirio en sus entrañas ávidas, devorándosele las defensas, venciendo con ternura su inocente resistencia y obligándola a mirarlo de frente, fijamente, por primera vez en la vida y en la noche, cuando ya los gallos cantaban y la gente empezaba a irse para dormir un poco y alistarse para el entierro.

Los cuatro ojos se unieron con un bejuco invisible de amor eterno. Se contemplaron un instante largo. Se dijeron cuanto tenían para decirse, con esa fluidez elemental y tormentosa de las confesiones del alma enamorada; se invitaron a acercarse; se aceptaron mutuamente la invitación... Cuando Estefanía Caicedo se dio cuenta, ya Martín Carabalí Carabalí le estaba arrancando una sonrisa, sentado a su lado, diciéndole que él era doble y orgullosamente Carabalí, que él había sido machetero en el norte del Cauca, al lado de don Sinecio Mina, que con sus machetes y sus ganas de libertad ellos dos -y cientos de negros más- le habían arrancado la tierra robada a los Arboleda y se habían jurado no volver a ser esclavos de nadie nunca más.

Martín Carabalí Carabalí, espoleado por la sonrisa inefable de Estefanía Caicedo, puso entre sus manos sudorosas una mano de la negra temblorosa y feliz, le clavó los ojos hasta el fondo de la conciencia, en el centro del corazón que latía con prisa y sin pausa alguna. Ella se le metió con los ojos por todos los recovecos interiores, le agradeció con las caricias de la mirada el regalo de su historia y le hizo prometerle con la vista que enseguida se la llevaría para su casa a recorrerle, con su cuerpo todo de negro encabildado, todo su cuerpo de negra enamorada, de la misma manera que lo había hecho con sus ojos toda la noche, sin tregua, para que así escribieran juntos en sus pieles y en sus memorias el primer capítulo de una historia que iba a durar toda la vida y que produciría tantos hijos como años les diera la vida, para poblar este Atrato de Carabalíes que juraran cada vez para siempre no volver a ser esclavos de nadie nunca más.

Doble y orgullosamente Carabalí. Novela. Capítulo 1. 
ISBN 978-958-44-6170-4. Julio César Uribe Hermocillo.

Atrato. Foto: JCUH.


lunes, 15 de julio de 2019


3 Poemas de mi Breviario[1]
Quibdó. Foto: JCUH

  
AGUACERO
Ascético es el silencio
de la savia y las semillas
de los árboles y palmas
de las hormigas en fila
del sol al atardecer
Con susurros de madera
una canoa acaricia
del agua la suave piel
frescas al viento se mecen
las ramas de un pichindé
De pronto el cielo se agrisa
de truenos hay un tropel:
en el Pacífico inmenso
en el Baudó y el Darién.
en el San Juan y el Atrato
¡Parece que a va a llover!


ROCHELA
Atabales y tambores
bombos y bongós
todos a una y en coro
levanten ahora su voz
para que dance sin pausa
aquí entre nos la esperanza
Con fandangos costaneros
y pasillos ribereños
con sandungas cienagueras
y chirimías montunas
Con mazurca y contradanza
patacoré y currulao
tamborito y aguabajo
maquerule y abosao
Hasta que duerma la noche
hasta que despierte el día
hasta que la paz regrese
toda de fiesta vestida
y con toda su alegría
vuelva a reírse la vida.


INFUSIONES
Es tu presencia un poema
de ébano y alhucema
de saúco y anamú
de limoncillo y verbena
Un poema es tu presencia
de cilantro cimarrón
de albahaca y yerbabuena
de toronjil y estragón
Es tu presencia un poema
de aromas y de colores
de sabores e ilusiones
de ébano y alhucema.





[1] Del poemario inédito Breviario de sospechas, evidencias y confesiones, de Julio César Uribe Hermocillo.