lunes, 30 de enero de 2023

 Neguá

*César Conto Ferrer, Andrés Fernando Villa (Aristo Velarde), Diego Luis Córdoba y Alfonso Meluk Salge, Cuatro neguaseños ilustres que dieron brillo a su tierra en el panorama intelectual y político de Colombia. FOTOS: Archivo fotográfico y fílmico del Chocó. Archivo El Guarengue

Hace 120 años, un lunes 26 de enero de 1903, nació en Neguá Alfonso Meluk Salge, uno de los más preclaros líderes del proceso de transformación en departamento de la Intendencia Nacional del Chocó, que se concretó mediante la Ley 13 del 3 de noviembre de 1947. Cuatro años y medio después de Meluk, el 21 de junio de 1907, igualmente en Neguá, nacería Diego Luis Córdoba, otro de los adalides de ese proceso que puso en la escena intelectual y política de Colombia a las primeras generaciones de profesionales chocoanos, cuya irrupción en la vida institucional del país marcó un hito gracias a su evidente inteligencia y a la novedad de sus planteamientos; pues fueron ellos quienes introdujeron o reforzaron debates contemporáneos y originales sobre las inequidades basadas en condiciones de clase y de raza, en una sociedad colombiana en donde despuntaban las ideas obreras y socialistas, y las primeras reivindicaciones feministas.

Cuando Meluk y Córdoba nacieron, comenzando el siglo XX, Neguá -corregimiento del municipio de Quibdó al que desde la ciudad se accede aguas abajo por el Atrato, entrando por la desembocadura del río de su mismo nombre, a la margen derecha- era El Dorado del Chocó. Más de la mitad del oro que salía de la región chocoana hacia Colombia, Estados Unidos y Europa, procedía de sus minas, como había ocurrido desde comienzos de la colonia española en la región. Las provincias del San Juan y del Atrato, con Istmina y Quibdó como sus poblaciones representativas, serían desprendidas del Cauca grande para convertirlas en la Intendencia Nacional del Chocó, hecho político que inaugura la construcción de presencia institucional moderna en la región y el apogeo de Quibdó como capital y ciudad de referencia para el mundo, del mismo modo que Neguá resonaba por su enorme producción de oro desde inmemoriales tiempos.

En ese momento, prácticamente no había comerciante o empresario de Quibdó que no tuviera algo que ver con Neguá. Cual más cual menos, aunque fuera una mina pequeña explotada a través de terceros nativos de la población, todos tenían algo que ver con aquel poblado que -en medio de la selva, a orillas de un río torrentoso, rodeado de quebradas y de cascadas y de más y más ríos, aledaño a colinas, cercano a montañas, suficientemente lejos de Quibdó como para no tener que preocuparse por sus problemas, pero tan cercano como para llegar pronto si era necesario- proveía día a día, semana a semana, mes a mes, ganancias pingües, que se reinvertían en mercancías y nuevas empresas, que sustentaban una ciudad de la cual sabían más en Cartagena o Nueva York que en Bogotá.

También las aguas frescas de aquel río, de aquellos ríos, las maderas y milagros de sus montes, los frutos de sus huertos, los plátanos de sus orillas y la dignidad de sus familias, eran de fama en Quibdó; desde donde españoles transidos y recios, turcos tercos y agalludos, caucanos y caribes ambiciosos viajaban en canoas ranchadas a darle vuelta a los negocios y en el trayecto se cruzaban con diligentes barquetonas enviadas a llevar y traer cosas de Neguá desde los buques a vapor procedentes de Cartagena con destino Quibdó, que recalaban ahí en las goteras de la ciudad -horas antes de llegar a puerto- mientras se finiquitaba el intercambio con aquella pródiga aldea en donde el oro parecía ser todo, menos finito.

También en Neguá había nacido, el 29 de enero de 1900, otro intelectual de aquella generación prodigiosa de chocoanos que transformaron la historia de la región durante la primera mitad del siglo XX: Andrés Fernando Villa, ampliamente conocido por su seudónimo de escritor y periodista: Aristo Velarde; quien trabajó durante más de dos décadas en el periódico ABC, de Quibdó, con cuyo fundador, director y propietario, Reinaldo Valencia Lozano, sostuvo una polémica memorable acerca del lugar de nacimiento del patricio liberal César Conto Ferrer, a raíz de un artículo publicado por Valencia Lozano, a finales de 1935, titulado “Conto, quibdoseño”.

Fechada el 27 de diciembre y publicada por Reinaldo Valencia Lozano cuatro días después, en la edición 3111 del periódico ABC, bajo el título “Más sobre César Conto”; Aristo Velarde expresó en una muy bien escrita carta su desacuerdo con el punto de vista de don Reinaldo acerca de la cuna de Conto. “Acabo de leer en el número de ABC un ligero apunte sobre el nacimiento de César Conto, intitulado “Conto, quibdoseño”. Quiero creer que usted escribió eso -como vulgarmente se dice- por no dejar, porque no de otra manera me explicaría la anémica argumentación con que su pluma -vigorosa para donde naciera Isaacs-, pretende ahora arrebatarle a Neguá la gloria de haberle dado a Colombia uno de los hijos más ilustres y al liberalismo su defensor epónimo”[1].

Entre gracejos y sarcasmos, haciendo gala de sus dotes de buen contradictor y de ameno escritor, Aristo Velarde deja claro que César Conto también nació en Neguá, como él, y no en Quibdó. Al igual que, según los detalles de su epístola, son asimismo neguaseños los hermanos Hugo y Raúl Ferrer Denis, Luis Felipe Díaz Perea, Alfonso, Armando y Emilio Meluk Salge, todos los cuales, más César Conto, “abrieron los ojos en ese dulce y triste pueblo en donde vagó mi infancia”, como escribe Velarde, que remata su carta reafirmando: “conste —de una vez por todas— que nací en Neguá, la tierra de Conto”.

Perdida entre el cascajo de las crisis económicas mundiales y los cambios en el mercado internacional de metales preciosos, que influyeron para que Andagoya y Condoto se erigieran como el nuevo Dorado en el Chocó, la gloria de oro de Neguá empezó a menguar desde la segunda década del siglo XX, hasta perderse entre areniscas y oropeles, opacada por el brillo universal del platino de la provincia del San Juan.

Sin embargo, entre las brumas de su ocaso, nacidos en su suelo y al abrigo de sus montes, arrullados por su río y nutridos por su selva, dos de sus hijos destellaban ya ante la faz intelectual y política de Colombia: Alfonso Meluk Salge y Diego Luis Córdoba. Neguá no era, pues, únicamente oro.


[1] La carta completa de Aristo Velarde a Reinaldo Valencia puede leerse en El Guarengue, en Reclamo memorable, publicado el 3 de agosto de 2020: 

https://miguarengue.blogspot.com/2020/08/reclamomemorable-quibdo-1925.html

lunes, 23 de enero de 2023

 Para MinCultura, desde Quibdó

*Quibdó ayer y hoy (2020, 1930, 1962). FOTOS: Julio César U. H., Misioneros Claretianos, Archivo fotográfico y fílmico del Chocó.

Ignoro en qué va el proceso de cambiarle el nombre al Ministerio de Cultura de Colombia, ideado por la nueva ministra, para llamarlo dizque MiCasa (Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes), aduciendo motivos de fondo, que -en el fondo, hay que decirlo- son más de forma que de fondo; pues el vocablo cultura, igual que cientos de sustantivos comunes de la lengua española y decenas de conceptos de las ciencias sociales y humanas, se refiere a un conjunto de materias o cosas, no a una sola; de modo que decir cultura y llamar así al ministerio gubernamental que se ocupa de ella no equivale a instaurar la creencia de que existe una sola cultura y que -si no se agrega una ese para pluralizar la palabra- estamos siendo excluyentes o ignorantes de la realidad pluricultural de la nación colombiana. En el mismo sentido, es irrelevante hacer más extenso el nombre del ministerio, añadiéndole categorías o conceptos que están consustancialmente incluidos en el concepto englobante de cultura, como las artes y los saberes, que son referencias fundamentales cuando de cultura se habla… Si este cambio tuviera el sentido que se le quiere imprimir, también deberíamos entonces proceder a pluralizar las denominaciones de por lo menos cuatro ministerios más: de los deportes; de las ciencias; de las viviendas, ciudades y territorios; y de los transportes.[1]

Dicho esto, necesario para subrayar que deberíamos enfocarnos en asuntos menos baladíes, sería bueno saber qué tiene previsto el actual Ministerio de Cultura para unos cuantos asuntos de vital importancia en esta materia en Quibdó, una población actualmente desdibujada por la zozobra y el miedo de la violencia que se apoderó de ella desde hace varias décadas, y siempre en ese lamentable estado de pronóstico reservado que se deriva de la falta de atención seria y real a sus problemas, así como de la profunda ausencia de gobernanza y de actuación institucional coherente con su pésima situación.

Empecemos por decir que, en Quibdó hoy, la cultura no cuenta con un espacio de esos convencionales, que existen y funcionan bien hasta en municipios muy pequeños y poco conocidos de rincones ignotos del país: una casa de la cultura. La que fue establecida hace más de treinta años terminó convertida en un puesto más de comercio ocupado por toda suerte de mercachifles del desaseado, caótico y extenso mercado público o galería comercial en que convirtieron a la parte céntrica de Quibdó los capitales advenedizos y nativos, que compraron y tumbaron las antiguas residencias y edificios de otros usos para construir en su lugar -con la evidente complicidad oficial de funcionarios y entidades que otorgan los permisos de construcción- infames y deslucidos cajones de cemento, sin la más mínima nota arquitectónica, sin el menor recato en la invasión del espacio público y el irrespeto a las normas de urbanismo; para albergar una cantidad absurda e inimaginable de hoteles, residencias de paso y prenderías, al igual que decenas de pesquerías, pollerías, farmacias, abarrotes, legumbrerías, negocios de apuestas y juegos de azar, fritanguerías, queseras, panaderías, carnicerías, bodegas, etcétera; como si se tratara de una gigantesca central de abastos y no de una ciudad con por lo menos tres siglos de historia continua, capital de un departamento de Colombia y eje institucional de referencia de toda una región de significativa diversidad biológica, étnica y cultural.

Quibdó, Casa de la Cultura. Vista general del edificio y detalle de su aviso en la fachada. FOTOS: Julio César U. H.

El edificio que fue construido e inaugurado como Casa de la Cultura Jorge Isaacs, ubicado en la calle 25 con carrera 4ª en Quibdó, es hoy un escenario cuya entrada es indigna por desaliñada y hosca, con una fachada tan deslucida que, quien no lo sepa, jamás podrá pensar que esa es una casa de la cultura, ya que ni siquiera alcanza a verse el letrero que anuncia lo que era, tanto por su evidente deterioro como por el pandemonio de los anuncios comerciales y de los cables de energía eléctrica, legales e ilegales, que impiden su lectura en la distancia. Coincidencialmente, en medio del tráfago del antiguo barrio Pandeyuca, al frente de ese edificio que fuera construido como casa de la cultura, sobre la calle 25, ha quedado sepultada también bajo el actual maremágnum del rebusque económico callejero y los centenares de motocicletas la que fuera residencia del gran intelectual chocoano Rogerio Velásquez Murillo, así como -a unos treinta o cuarenta metros- ya había caído en desgracia la antigua y grandiosa casona de madera de Don Camilo Mayo, también sin fórmula de juicio, sin ni siquiera una foto para la historia gráfica de la ciudad.

¿Existe alguna propuesta de parte del actual Ministerio de Cultura, y de sus entidades u oficinas pares del departamento del Chocó y del municipio de Quibdó, para recuperar, dignificar y dinamizar ese espacio que pudo haber sido y no fue un escenario útil y apropiado para motivar e impulsar el movimiento artístico y cultural de la ciudad? ¿O no hay propuesta y nos tocará asistir al derrumbamiento completo de esa casa de la cultura, cuando el deterioro múltiple culmine su labor, que está bastante adelantada? Si así fuera, mientras el ministerio se convierte en #MiCASa (así suelen escribirlo en las redes sociales institucionales), esta ciudad capital no tendrá ni siquiera una casa de la cultura.

Por otra parte, y a propósito de escenarios culturales para Quibdó, cabe preguntar si, en lugar de ser en San Pacho y en diciembre una fritanguería pública y un espacio de alquiler a todo tipo de ventas estacionarias, y de modo permanente una inmensa cantina al aire libre y una improvisada pista para clases privadas e infantiles de patinaje; el actual Parque Manuel Mosquera Garcés no podría convertirse en un sitio de memoria histórica, con mobiliario urbano adecuado, señalética histórica y cultural, en donde -además de informar quién era el distinguido chocoano a quien se homenajeó bautizando el parque con su nombre- se revivieran y narraran, de formas creativas, incluyendo elementos gráficos, fotos, planos, textos y placas conmemorativas, hitos claves de la historia de la ciudad y de la región. Este espacio podría complementarse con el del Malecón Jairo Varela Martínez, que se dotaría de otra muestra permanente de elementos históricos y culturales, con un espacio especial para la música chocoana, en honor al fundador del Grupo Niche, a cuyo homenaje está dedicado el malecón.

Parque Manuel Mosquera Garcés y Malecón Jairo Varela-FOTOS: Julio César U. H.

El Parque Centenario, que forma parte de una iniciativa nacional con la que a principios del siglo XX el Estado colombiano promovió la memoria del primer centenario de la independencia nacional en ciudades y poblaciones de todo el país -mediante la construcción de plazas y parques de la independencia- podría también ser redireccionado a este fin. En sus esquinas noroccidental -contigua a la Catedral San Francisco de Asís- y suroccidental -contigua al edificio del Banco de la República- se ubican dos monumentos, bastante dignos y apropiados, quizás los únicos que en la actualidad posee la ciudad en su sector central, dedicados a dos de sus hijos más dignos e ilustres: César Conto Ferrer y Diego Luis Córdoba. Estos dos monumentos, junto al obelisco o columna conmemorativa de la independencia, erigida en la década de 1910, que ocupa el sector central del parque, pero restaurada y recuperada en su mármol original, retirándole por ejemplo las chambonas placas de acrílico instaladas por guarniciones militares, constituirían, si se trabaja en ello, otro escenario de memoria histórica y cultural de la ciudad.

Monumentos en homenaje a César Conto Ferrer y Diego Luis Córdoba. Parque Centenario, Quibdó. FOTOS: Julio César U. H.

El bello templete diseñado y construido por el catalán Luis Llach, inaugurado el 12 de octubre de 1924 para recibir los repatriados restos del poeta, maestro, político, periodista, diplomático, filólogo y patricio liberal César Conto Ferrer, debe también ser restaurado, para corregir sus actuales daños de estructura, acabados y ornamentación, y para embellecerlo con colores más adecuados a su categoría de bien de interés cultural, usando técnicas de pintura distintas a la brocha gorda o el rodillo casero. Igualmente requiere una mano amiga de buena curaduría el monumento a quien en la placa conmemorativa se reconoce como “padre del departamento y faro de la raza”, Diego Luis Córdoba. Así,  el Parque Centenario -bordeado además por la catedral, el primer edificio del Banco de la República y el actual, y el antiguo Colegio de La Presentación- podría sumarse a las iniciativas antes mencionadas para el Parque Manuel Mosquera Garcés y para el malecón del río Atrato, incluyendo en este, además de lo ya dicho, algún relato sobre la navegación entre Cartagena y Quibdó a lo largo del siglo XX; al igual que una rememoración significativa, seria y rigurosa del gran incendio que destruyó la ciudad en octubre de 1966 y marcó desde entonces una nueva era en su devenir, en casi todos los aspectos de su vida urbana.

Nada mal le vendría a la memoria histórica de la ciudad de Quibdó remozar, resignificar en su intencionalidad y funcionalidad simbólica, y redireccionar en sus usos sociales, estos tres espacios públicos ya existentes -los dos parques y el malecón- situados todos en la histórica Carrera Primera, que desde la época republicana y con la creación de la Intendencia del Chocó, se convirtió en epicentro y fuente de dinámicas históricas que marcaron para siempre lo que fue y sería la ciudad y su población. Habría que conocer si el actual Ministerio de Cultura de Colombia ha pensado algo al respecto o qué propuestas similares tiene sobre los escenarios culturales de Quibdó. Y si sus pares en la Alcaldía de Quibdó (Oficina de Cultura y Turismo) y en la Gobernación del Chocó (Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte) tienen en mente algo al respecto para el año de gobierno de que les resta.

El Centro de Memoria, Documentación y Materialidades Afrodiaspóricas Muntú Bantú, recientemente cerrado por fuerza de las amenazas y extorsiones contra sus directivos e instalaciones; debidamente apoyado para ese fin, sería un inmejorable núcleo de articulación y coordinación de todo lo necesario para que su enfoque de la diáspora y del poblamiento negro del Chocó en general y de Quibdó en particular le dé sentido y perspectiva a las muestras permanentes y temporales que podrían exhibirse en el Parque Manuel Mosquera Garcés, el Malecón Jairo Varela y el Parque Centenario; con los contenidos históricos mencionados y la dimensión étnica y cultural transversalmente presente, con aportes de organizaciones como consejos comunitarios mayores de comunidades negras y organizaciones indígenas, y oenegés locales con experiencia significativa en la promoción y realización de diversas actividades y eventos culturales con enfoque étnico. Del mismo modo que el llamado “Convento”, edificio patrimonial que fue la casa de los Misioneros Claretianos, de la Prefectura apostólica y del Vicariato apostólico, y es hoy sede de la Diócesis de Quibdó; bien podría consolidarse como un escenario complementario a la hora de adelantar actividades promocionales y educativas relacionadas con los demás sitios mencionados, pues su ubicación, contiguo al malecón y también a la orilla del río Atrato, en la carrera 1ª, reforzaría la semiología de este conjunto de ambientes recuperados para algo más edificante que la venta de baratijas y chucherías, que para eso ya tienen todas las calles y el resto del centro de la ciudad.

La Agencia Cultural del Banco de la República en Quibdó sería un magnífico complemento en estas labores, por su experiencia de más de tres décadas promoviendo una oferta cultural, a veces casi solitaria en la ciudad, y por la calidad y mantenimiento de sus escenarios de reunión y exposiciones. Y, cómo no, los espacios y agendas culturales de la Biblioteca Pública Departamental Arnoldo de los Santos Palacios Mosquera, situada al frente del aeropuerto El Caraño, muy bien le vendrían a los propósitos indicados… Todo ello, lo dicho y lo implícito, es cuestión de coordinación de voluntades, esfuerzos, compromisos, recursos y agendas propias, bajo la batuta del MinCultura, la Alcaldía y la Gobernación, y con el apoyo de consejeros oficiales y no oficiales en las diversas áreas; para insuflarle nuevos alientos al movimiento cultural de la ciudad, a ver si así -desde el cultivo y solaz espiritual y la memoria histórica y cultural- se aporta a la paz total que se necesita, la cual va más allá de retomar el poder que en la ciudad hoy tiene la delincuencia.

Teatro César Conto en reconstrucción. Quibdó. FOTO: Douglas Cújar/Chocó 7 días.

Finalmente, y aunque la pregunta ha sido formulada insistentemente y de manera más documentada por la Mesa de Cultura del Comité Cívico por la Salvación y la Dignidad del Chocó al Ministerio de Cultura, es indispensable que esta entidad defina de una vez por todas, sin rodeos, cuáles son sus compromisos verdaderos respecto a la finalización de las obras de reconstrucción, dotación, apertura y puesta en funcionamiento del Teatro César Conto, de Quibdó, cuya finalización fue anunciada para finales del año 2019.[2] No puede seguir siendo que todo lo de Quibdó y el Chocó, aún en casos como este, en el que se contó con significativos apoyos privados, derive en el fracaso y que una obra de las dimensiones y significado del César Conto, con las inversiones que allí ya se hicieron, enmohezca a la vista de todos, con el resultado de que -ahora- finalizar su reconstrucción será -en muchos aspectos- como volver a empezarla.

Existen más, muchos más, aspectos y áreas, temáticas y sectores del mundo cultural sobre los cuales debería el MinCultura, llámese así o como sea, venir hasta Quibdó y contarle a la chocoanidad cuáles son sus planes, no solamente para la clásica socialización, sino, sobre todo, para el diálogo y la concertación. En música, hay algunos puntos claves, como el fortalecimiento de la capacidad institucional y la agenda de presentaciones de la Orquesta sinfónica libre de Quibdó y sus magníficos coros, y la revisión y fortalecimiento de espacios y estrategias de las escuelas de formación musical; al igual que un trabajo concienzudo para la recuperación de la chirimía chocoana, venida a menos y envuelta en un marasmo en el que los músicos nuevos a duras penas repiten lo existente, ya que por lo general -apelando a las cosnsabidas fusiones y mezclas- optan por adaptar al formato de la chirimía ritmos en boga de escasa o dudosa calidad musical, pero posicionados por el facilismo comercial; dejando así estéril el campo de nuevas composiciones y notas de impronta vernácula que tan siquiera evoquen aquellas que hicieron inmortales a músicos como Antero Agualimpia, Oscar Salamandra, Neptolio Córdoba, Esnodio Figueroa, Mario Becerra, Augusto Lozano y Panadero.

El abandonado campo de la creación literaria, que promueva el talento narrativo local y potencie la tradición oral u oralitura; de la mano con el afianzamiento y la extensión de planes de promoción de la lectura ya existentes. La restauración de la danza folclórica tradicional y sus relatos históricos asociados en el vestuario, los decorados, movimientos y planos. Los estímulos a la creación y difusión de obras narrativas de carácter documental e histórico, incluyendo formatos tanto escritos (grandes reportajes, crónicas, relatos, artículos, entrevistas, textos testimoniales) como audiovisuales (cine, televisión, radio, podcasts). Y la estructuración cuidadosa de una colección o biblioteca de autores chocoanos, que rescate y difunda esta parte perdida e ignota de nuestro patrimonio… son otros elementos de suma importancia para estructurar una oferta cultural digna, decente, coherente y sistemática para Quibdó, que supere la dispersión y el simple activismo.

MinCultura o MiCASa, para el caso es lo de menos, el Ministerio de Cultura de Colombia le debe a Quibdó y al Chocó algo más que unas cuantas dádivas de apoyo a unas cuantas acciones desarticuladas y más cercanas a la promoción de las manifestaciones folclóricas como espectáculos de masas, que a la valoración y cultivo reales de las tradiciones, las artes, los saberes, los tiempos y los espacios que dan forma a la cultura en la ciudad y en la región. Ahora es la hora de comenzar a cubrir este rubro de la deuda histórica de Colombia con esta tierra, el cual tiene tanta importancia como el de la infraestructura y los servicios sociales, y todas las demás reivindicaciones del desarrollo material de la región que desde hace casi medio siglo se vienen arañando en cada paro cívico.



[1] Aunque, al parecer, aún no se ha oficializado el cambio de nombre del Ministerio, pues en su web y en su Twitter oficiales aún se llama Ministerio de Cultura (MinCultura), en los trinos de la cuenta oficial y en los de la ministra Ariza, en Twitter, es frecuente el uso corriente de MiCASa (escrito así, tal cual), refiriéndose a este ministerio.

[2] Acerca de la historia del Teatro César Conto, de su proceso de reconstrucción y de su inminente reapertura, publicamos en El Guarengue, el 4 de febrero de 2019, Matinal y Matiné, Vespertina y Noche, Doble y Cine Continuo..., que puede leerse en: https://miguarengue.blogspot.com/2019/02/matinal-y-matine-vespertinay-noche.html

lunes, 16 de enero de 2023

 ¡Ay, Quibdó…!

Panorámica de Quibdó. 
FOTO: Web Alcaldía de Quibdó. 
https://www.quibdo-choco.gov.co/MiMunicipio/GaleriadeImagenes/DJI_0044.jpg

Mediante un comunicado, que publicó en su cuenta de Facebook este viernes 13 de enero de 2023[1], Muntú-Bantú Fundación Social Afrocolombiana anunció el cierre de su Centro de Memoria, Documentación y Materialidades Afrodiaspóricas, creado y construido por el profesor universitario e investigador afrochocoano Sergio Antonio Mosquera, entre 2006 y 2009, y abierto al público desde hace más de una década, en el barrio Nicolás Medrano, en Quibdó.

“Desde el mes de diciembre del 2022 empezamos a recibir amenazas con fines extorsivos dirigidas a nuestras vidas y a nuestras instalaciones”, expresan en su comunicado el profesor Mosquera, quien actualmente se desempeña como Director Académico de este espacio museológico y cultural, y la actual Directora General del mismo, María Fernanda Parra. “Por tal motivo, decidimos cerrar el centro para salvaguardarnos, pues sabemos que los grupos al margen de la ley que operan en Quibdó han creado una difícil situación de orden público, la cual ha cobrado la vida de cientos de personas, especialmente jóvenes. Por el temor [de] que estas amenazas se puedan materializar, solicitamos dar a conocer estos hechos a fin de garantizar nuestra seguridad y detener la acción de los violentos”, agrega el comunicado.

“Localizado en el corazón de Quibdó, este centro de memoria, con cuatro salas de exposición dedicadas a la religiosidad, la etnohistoria y la antropología de los pueblos negros, busca consolidarse como un referente continental en la defensa de los hitos que han marcado un camino para la lucha por la igualdad y el respeto a las minorías”. Así resume un artículo del diario El Espectador[2], publicado en tiempos de la pandemia de Covid-19, los alcances de este escenario cultural que, en ese momento, anunciaba que “en los próximos meses, dependiendo cómo se desarrolle la pandemia, Muntú Bantú abrirá salas dedicadas a la musicología y a las expresiones feministas afro”. Este propósito, finalmente, no fue del todo alcanzado y menos ahora, cuando este centro de memoria de la diáspora africana en América, único en su género en el país y uno de los más prolijos y completos en el ámbito continental, ha sido cerrado por la coacción y las amenazas a la vida y a la integridad de su equipo de trabajo y a los bienes materiales y edificaciones en donde está instalado, en un populoso sector de Quibdó, cercano a la ciudadela universitaria de la Universidad Tecnológica del Chocó Diego Luis Córdoba, en donde el profesor Mosquera ha adelantado su histórica labor docente e investigativa desde hace varias décadas.

El Centro de Memoria, Documentación y Materialidades Afrodiaspóricas Muntú-Bantú, de Quibdó, recrea y muestra, con rigurosidad académica y admirable arte y cuidado museológico y simbólico, la historia de los pueblos negros afroamericanos, afrocolombianos, afrochocoanos, desde sus orígenes en África, la infamia de la esclavización y la trata transatlántica, pasando por el periodo colonial, los movimientos emancipatorios, la independencia formal de Colombia, la construcción de la república, el poblamiento negro del país y sus contribuciones en todas las esferas de la vida nacional; hasta épocas recientes, como la irrupción y degradación del conflicto armado interno colombiano en el Chocó y en el Pacífico, las negociaciones de paz y el posconflicto, haciendo evidentes las profundas afectaciones y violaciones de derechos humanos de las que fueron víctimas las comunidades negras en sus propios territorios, donde se llegaron a alcanzar las tasas más altas de desplazamiento forzado en el país. Todo ello plasmado en un espacio de unos 700 metros cuadrados, con un diseño que evoca la estructura de un barco negrero, de modo que el viaje que el visitante emprende a través de la historia de los pueblos afrodescendientes se lleva a cabo de arriba hacia abajo, desde la entrada al barco por su cubierta, hasta las bodegas en donde -como lo muestra la fachada del edificio- se apilaban las cargas de seres humanos esclavizados para su transporte hacia los denominados puertos negreros, como La Habana, Santo Domingo, Portobelo y Cartagena de Indias.

Entrada al Centro de Memoria Afrodiaspórica Muntú Bantú, en Quibdó,con los avisos de cierre de la atención al público. FOTO: Fundación Muntú-Bantú.

La extorsión y las amenazas a la vida de los directivos del Centro de memoria afrodiaspórica Muntú-Bantú, que motivan su lamentable e inesperado cierre, se suman a lo vivido en los dos últimos años por la Universidad Claretiana, a la que grupos delictivos le han venido exigiendo el pago de grandes sumas de dinero como requisito para permitirle continuar la construcción del campus de su sede principal en las afueras de Quibdó. Ambos casos forman parte de una cadena de extorsiones y cierres de decenas de establecimientos comerciales de todo tipo -tiendas de barrio, restaurantes, pequeñas misceláneas y ferreterías, consultorios médicos y oficinas de profesionales de diversas áreas- que se han incrementado significativamente en la capital del departamento del Chocó; una realidad frente a la cual no ha valido ninguna de las medidas tomadas en los recurrentes consejos de seguridad llevados a cabo en la ciudad en los últimos diez años, tales como el aumento del número de policías y la mayor frecuencia de patrullaje, en áreas críticas, de las fuerzas militares de los batallones y la fuerza de tarea con sede en la región chocoana.[3] En la promesa de acogerse a los procesos sociojurídicos previstos para este tipo de grupos dentro del proceso de Paz Total del actual gobierno nacional descansa hoy la esperanza de que este infierno cese en la ciudad.

Los grupos delincuenciales y bandas armadas de todo tipo han establecido en Quibdó, especialmente en barrios periféricos, donde tienen instalados sus oficinas de mando y sus cuarteles, y aun en zonas céntricas y menos periféricas de la ciudad, un escenario bastante similar al que se vivió en las comunas populares de Medellín durante las décadas de 1980 y 1990; donde no se movía un dedo ni la hoja de un árbol sin la autorización de las estructuras criminales que se habían repartido -como ocurre hoy en Quibdó- el control milimétrico de cuadras, sectores, barrios y comunas.

Así, hasta los vendedores de frutas, de plátano y pescado, hombres y mujeres, muchos de ellos niños y jóvenes, que surtían con sus productos los lugares más alejados del centro de la ciudad, fueron desterrados de los barrios ante su obvia incapacidad para pagarle impuestos y vacunas a los grupos ilegales. Del mismo modo que, en la actualidad, como si se tratara de una curaduría urbana o de la oficina municipal de planeación, en los barrios quibdoseños no se puede adelantar ninguna construcción, ni siquiera una reparación del techo de una vivienda, sin que medie la intervención ilícita de las estructuras delincuenciales que, inmediatamente llegan la primera volqueta de arena o los primeros bultos de cemento, les caen a los propietarios a cobrarles tributos cuyos elevados montos son fijados al capricho de quienes controlan el jugoso negocio, parte de cuyos réditos son invertidos en el sostenimiento del otro floreciente renglón de rentas ilegales en la ciudad: el denominado microtráfico o venta de todo tipo de alucinógenos y sustancias psicoactivas, una rama del negocio en el que son involucrados -por fuerza o necesidad- niñas, niños, jóvenes y adolescentes de aquellas áreas urbanas que se han convertido en centros de acopio y distribución de estas mercancías ilícitas en la ciudad y en la región.

Del mismo modo como otrora, cuando de Quibdó se pregonaba su condición de remanso de paz, existía una relación estructural y funcional entre el campo y la ciudad; también hoy, en tiempos de violencia permanente y de rentas ilegales -ante los ojos de las autoridades de la ciudad y del departamento-, las áreas rurales del municipio son controladas por las estructuras delincuenciales de la ciudad, mediante la extorsión en renglones similares, como ventas ambulantes, tiendas y comercios, transporte público -fluvial o terrestre- y el jugoso negocio de la explotación ilícita de minerales. Los paseos de fin de semana a las bellas aguas del río Tutunendo, corregimiento de Quibdó al que se llega en media hora por una carretera actualmente en aceptables condiciones, incluyen hoy por hoy un análisis de riesgos impensado hace unos años, ya que en el trayecto se han vuelto frecuentes los retenes ilegales con fines extorsivos y la denominada piratería terrestre.

Para completar el panorama, al finalizar el año 2022, en Quibdó, una persona de cada cinco no tiene ningún empleo; tres tienen ocupaciones ocasionales en condiciones de franca informalidad e ingreso escaso, en ventas ambulantes, en oficios varios -en lo que resulte- y manejando las llamadas rapimotos, que en otros lugares del país se conocen como mototaxis, que son actualmente el servicio de transporte más usado en la ciudad y que también ha sido permeado por las estructuras delincuenciales, que son propietarias o controlan no se sabe cuántos de estos vehículos, como una forma adicional de vigilancia y control de la ciudad; así como en numerosos sectores los rapimoteros también deben pagar para poder transitar, abstenerse de hacerlo o entrar y salir de los mismos en un santiamén, cual ráfaga en el cielo antes de que suene el trueno.

Según datos de la propia Policía Nacional de Colombia, en el 2022, en Quibdó se cometieron 169 homicidios; lo que equivale a una tasa de 127,1 por cada cien mil habitantes, mientras que la tasa promedio de homicidios en capitales de Colombia fue de 21,2. La mayor parte de las víctimas eran jóvenes menores de 25 años. En Inírida, capital del departamento del Guainía, hubo solamente 1 homicidio en 2022, tal como ocurría antes en Quibdó, donde hasta hace nomás cincuenta años se registraban cero homicidios.[4]

Quibdó-Mercado público en el centro de la ciudad.
FOTO: Julio César U. H.

Vista la inutilidad de las medidas implementadas hasta ahora y la enorme deficiencia de gobernanza de la ciudad y del departamento, quizás vaya siendo hora de pensar en la creación de un organismo institucional de carácter nacional -tipo consejería o programa especial para Quibdó, mas no una nueva entidad- que combine el trabajo de un equipo de base -integrado por funcionarios preparados y conocedores, de diversas entidades- con la asesoría y acompañamiento de centros de investigación nacionales que han abordado el tema de la violencia en Quibdó y el concurso de investigadores y profesionales jóvenes del Chocó que han adelantado trabajos sobre gobernabilidad en la ciudad y sobre pobreza en sectores críticos de la misma. Sería un organismo transitorio, con tiempo definido de existencia y con una misión específica, que se trasladaría a la institucionalidad local, regional y nacional, una vez cesara su funcionamiento. Su primera tarea sería pensar seriamente qué es lo que hay que hacer con Quibdó, mediante un análisis de base concienzudo de la compleja situación que hace tantos años se enquistó en la ciudad, agravándose año tras año, y que tiene mucho de una operación de traslado mafioso de estructuras similares a las de las comunas de Medellín de finales del siglo pasado… Dicho análisis sería la bitácora para encauzar hacia objetivos realmente comunes los presupuestos, las capacidades y las acciones de todas las entidades públicas y de las innumerables agencias de cooperación internacional que desde hace años hacen presencia en la ciudad, con deficiencias de coordinación entre ellas y con el Estado, y sin que se hayan alcanzado cambios significativos en la situación a través de sus múltiples proyectos e inversiones. 

Así mismo, aunque suene a una petición de peras al olmo, ya va siendo hora de que el electorado quibdoseño deje de comportarse como una clientela cautiva de quienes han permitido que la situación llegue a los extremos actuales sin hacer realmente nada para tan siquiera controlarla. El movimiento social afrocolombiano, el movimiento cívico y las múltiples ONG locales que en estos años se han creado en Quibdó deberían hacer un intento -a fondo y a conciencia- de construir alternativas de poder dignas, honestas, competentes y capaces de entender la crítica y triste situación de la capital del Chocó, y de actuar en consecuencia para recuperar la dignidad y el bienestar de sus conciudadanos mediante estrategias de equidad y justicia social, para el desarrollo y la paz que este pueblo merece. Nada bueno resultará de la reelección de los mismos con las mismas en el concejo y en la alcaldía, en las JAL, en la gobernación y en la asamblea departamental; para posteriormente llorar sobre la leche derramada. Aún hay algo de tiempo para detener esta desgracia.

Sea lo dicho antes o cualquier otra cosa de fundamento, algo hay que hacer ahora mismo, para que Quibdó no siga degradándose hacia niveles de Comuna 13 medellinense o de Cidade de Deus carioca. Acostarse con miedo y dormir con un solo ojo mientras con el otro se vigila o abandonar Quibdó con rumbo a ciudades del interior del país, por la fuerza de las circunstancias, o deambular de barrio en barrio de la ciudad buscando lugares menos peligrosos donde residir, o resignarse y acostumbrarse a la vigencia y autoridad de los tenebrosos poderes que hoy gobiernan la vida cotidiana de la ciudad, no pueden seguir siendo las alternativas del pueblo quibdoseño. Esto no es vida: la indignidad y la zozobra no pueden seguir convirtiéndose en costumbre.


[1] Muntú-Bantú Fundación Social Afrocolombiana, 13 de enero de 2023, Quibdó-Chocó.

[2] Muntú Bantú, un espacio para recoger la memoria afro. El Espectador, 28 de junio 2020. Consultado el 15.01.2023, en: https://www.elespectador.com/colombia/mas-regiones/muntu-bantu-un-espacio-para-recoger-la-memoria-afro-article/

[3] Sobre la ineficacia recurrente de las medidas gubernamentales frente a la situación, pueden leerse en El Guarengue: Consejo de seguridad (https://miguarengue.blogspot.com/2021/04/consejode-seguridad-escudos-oficiales.html) y El hijo espurio (https://miguarengue.blogspot.com/2021/09/el-hijo-espurio-foto-facebook-httpswww.html)

[4] Quibdó: capital del homicidio en Colombia en 2022. Chocó 7 días, 13 de enero 2023. Consultado el 15.01.2023 en: https://choco7dias.com/quibdo-capital-del-homiidio-en-colombia-en-2022/

lunes, 9 de enero de 2023

 Crónica General de los Vencedores

*Portada de la revista JAI-BIA, del Centro de Pastoral Indigenista de la Diócesis de Quibdó, edición Nº 12, noviembre-diciembre 1992; donde fue publicado el cuento que hoy reproducimos en El Guarengue. Esta edición especial de la revista estuvo dedicada a los 500 años de colonización europea en América.

Creado hace un poco más de 30 años, este cuento es parte de una tetralogía que escribí con motivo de la conmemoración –en octubre de 1992– de los 500 años de la colonización europea de América. Cuatro cuentos para 500 años se llamó la colección (aunque estuvo a punto de llamarse Tetralogía de la ironía) y se tituló la publicación, que fue hecha en la edición noviembre-diciembre 1992, páginas 40-54, de la revista JAI-BIA, del Centro de Pastoral Indigenista, CPI, de la Diócesis de Quibdó, estructura originalmente creada por los Misioneros Claretianos. Los otros tres cuentos, en secuencia y correspondencia, se titulan: Crónica General de los Vencidos (I), Crónica General de los Vencidos (II) y Crónica General de los Vencidos (III); y en algún momento de este año 2023 es posible que sean también retomados y vueltos a publicar en El Guarengue. Por ahora, aquí está el primer cuento, a su consideración.


Crónica General de los Vencedores

Mefisto Feles,el rey de la mala reputación, es la causa última del profundo deseo de dominar a los naturales de estas tierras que anima a los conquistadores. En nombre del Sexto Alejandro de la Esposa de Dios y de Sus Católicas Majestades, los aguerridos conquistadores, bizarros hijos de Andalucía, de Euskadi, de Aragón, de Granada, de Extremadura, de Castilla y León, y de otras muchas más cunas noblotas de la hispana civilización, arden en deseos de sacar del más profundo interior de los naturales de estas tierras al terrible Mefisto Feles, quien por algo fue expulsado de la patria celestial y condenado a vivir en medio de una oscuridad tal que tuvo que idearse el fuego eterno para alumbrar su tenebrosa vida, un fuego al cual pretende emular el que los valientes hijos de su puta madre patria están usando para desentrañar del alma de los naturales de estas tierras al mismo Mefisto Feles, utilizando la para ellos conocida y antigua táctica del arte de Diana consistente en prenderle fuego a las madrigueras para que salgan las fieras, que esta vez son casi humanas, cosa que todavía está en duda hasta que Salamanca no lo decida, y que llevan por dentro a la fiera mayor, al infernal Mefisto Feles, cuyo exterminio y derrota son el motivo central de las sagradas expediciones conquistadoras contra estos naturales de estas tierras.

Para conseguir tan nobles propósitos, ardiendo en caridad, además de sus provisiones alimenticias, sus reales cédulas -reales unas, falsas otras, pero todas Cédulas Reales-, los bizarros hijos de su puta madre patria traen sus arcabuces y sus espadas toledanas, que sacan sin razón y guardan sin honor; y, detrás de los pendones, traen jactanciosos el humilde símbolo de un sacrificio histórico, la cruz, necesaria en estos casos de infidelidad y paganismo para -una vez sacadas las fieras casi humanas de sus madrigueras, con la fogosa táctica enantes descrita, y previo Requerimiento- izarla, esgrimirla, con el no menos noble fin de ahuyentar a Mefisto Feles del interior de los naturales de estas tierras, quienes, en tratándose de actividades tan fecundas y benéficas para ellos, como esta guerra justa que los hará hijos del verdadero padre de todos, en lugar de bastardos de Mefisto Feles, ofrendarán agradecidos sus vidas por millones, a razón de tantos millones por años que, en menos de lo que duran dos siglos, serán extremadamente pocos, aunque muy felices, encomendados y en vías de la doctrina santa que les trajo la guerra justa mediante la cual los bizarros conquistadores han desterrado a Mefisto Feles de sus almas, que sí las tienen y son humanos, aunque incivilizados y salvajes, como lo acaba de dictaminar Salamanca, la grandiosa, la Universitas del conocimiento, donde a la sazón un tal Paco de Triunfo o Francisco de Vitoria, como lo conocen otros, hace méritos para su fama posterior, ya que en el momento, según parece, no hay fama pa’ tanta gente, y al tal Paco de Triunfo le tocará esperar a la posteridad para recoger desde su tumba su porción de fama, cuando le llegue el turno.

Sin embargo, al parecer, Mefisto Feles no ha sido desterrado del todo. Parece habitar ahora en el alma de quien menos se podía haber pensado, tal vez porque sabido es que la liebre salta donde menos lo esperan los cazadores: en el alma de un tal Bartolomé, cuyo arquitectónico apellido no debería venirle de las casas nobles de los súbditos fieles a Sus Católicas Majestades y al Sexto Alejandro de la Esposa de Dios, sino de las chozas de los naturales de estas tierras.

La voz de Bartolomé llega hasta la misma Corona de Sus Católicas Majestades, escandaliza, grita, amenaza, molesta, prohíbe y ordena, todo en una sola voz, reclamando por la injusticia donde no la hay: en la justa guerra que trajo como consecuencia que se haya encomendado y adoctrinado a los naturales de estas tierras, que es cosa de mucha gloria para el Excelso y de mucho honor para Sus Católicas Majestades, como parece ignorarlo el Bartolomé que no de otra parte que de las chozas ha de haber salido, para traer como trae a Mefisto Feles en su interior.

Bartolomé lo logra: los naturales de estas tierras son reemplazados por los naturales de otras tierras más lejanas de estas tierras que de las tierras de donde vinieron los bizarros conquistadores. Los naturales de esas otras tierras, que reemplazan a los naturales de estas tierras, son secuestrados, para traerlos a estas -para ellos otras- tierras. En jaulas de cáñamo, enlazados y encadenados, son llevados hasta los barcos en los que serán transportados. Una vez allí son marcados y clasificados, por lotes, por cargas, por armazones, y embutidos -en un alarde providencial de economía de espacio- en las bodegas de los barcos que los conducirán a su nueva condición, teológicamente inmejorable, por cierto, de esclavos en la tierra y en los cuerpos, pero libres sus almas cuando lleguen al cielo. Ellos, los naturales de esas otras tierras, que vienen a reemplazar a los naturales de estas tierras, por supuesto se inmolan jubilosos ante tan fecunda y halagüeña perspectiva de vida: muchos ofrendan por sus propios medios la vida, se inmolan para ganar más rápido la celestial libertad que les han ofrecido. Los demás van muriendo con el tiempo, en menos de lo que duran tres siglos, en sus fértiles haciendas de algodón, cacao y caña, o en sus dadivosas minas de oro, plata y platino, o en sus señoriales casas de gustosa servidumbre.

Durante todo el tiempo que dura esta gesta, los bizarros hijos de su puta madre patria se esmeran en lograr también con ellos el noble propósito que ha inspirado todo esto: desterrar de sus almas a Mefisto Feles, quien parece ser hermano de ellos, visto el color negro de sus pieles. Pero tampoco esta vez el divino propósito es del todo alcanzado: a pesar de que los nuevos naturales de estas tierras parecen haber sido despojados de las garras de Mefisto Feles, aunque para ello también hayan sido necesaria y justamente despojados de sus vidas y sus dignidades, que el resultado bien vale el precio, Mefisto Feles nuevamente ha hecho el inesperado salto de la liebre y se ha apoderado del alma de un tal Pedro, al que apellidan Clavel, o quizá Claver, quien se ha dedicado a no escatimar sus vanos esfuerzos dizque para aminorar el martirio de estos naturales de otras tierras que han venido a reemplazar a los naturales de estas tierras, sin éxito alguno, pues con estos han seguido los bizarros hijos de su puta madre patria su noble empresa de aumentarle la gloria a Sus Católicas Majestades y al Sexto Alejandro de la Esposa de Dios, hasta lograr con creces sus loables propósitos de conducirlos hasta la patria celestial de la libertad. Un tal Sandoval, a quien nombran Alonso, pretende también contradecir los designios de lo alto.

Han sido más de tres siglos de lucha aguerrida, a pesar de lo cual no ha habido desmayo alguno, entre los bizarros hijos de las cunas más nobles de su puta madre patria, en el noble, loable, admirable propósito de hacerlos a todos, en estas tierras y en las otras, hijos del verdadero padre común, en lugar de bastardos de Mefisto Feles, el mismo ángel desterrado del paraíso, el mismo Mefisto Feles que un día -hace tiempo ya- realizó la única acción buena de su vida: revelarle al oído, a su helénico primo Aristo Teles, que la esclavitud es algo natural, tan natural como el noble propósito de sembrar la fe verdadera en el Dios verdadero en toda tierra donde haya naturales y no naturales infieles y paganos como los de estas y las otras tierras, donde, en cumplimiento de tan noble, loable y admirable propósito, los bizarros conquistadores han encontrado de paso, seguramente como recompensa divina por sus descomunales esfuerzos, un poco de oro con el cual mitigar la inmensa sed que provocan todas las grandes aventuras cuando son verdaderamente grandes y nobles como esta lo fue, según doy fe yo, el escribano mayor de esta Crónica General de los Vencedores, mediante la cual he dado cuenta de todo cuanto he visto, para mayor gloria de Dios y de Sus Católicas Majestades, a quienes Dios guarde y proteja por muchos años todavía.

Julio César Uribe Hermocillo
Octubre de 1992

Portadilla interna de la revista JAI-BIA, del Centro de Pastoral Indígena de la Diócesis de Quibdó, y primera página del cuento que 30 años después reproducimos en El Guarengue. Jovany Salazar estuvo a cargo del diseño y la diagramación de aquella publicación.



lunes, 2 de enero de 2023

 Homenaje a Pelé

El Guarengue les ofrece cuatro textos en honor de quien tan felices nos hizo a los devotos del fútbol, incluidos los que ni siquiera habíamos terminado la escuela primaria cuando comenzó su reinado. El primero es mío. Los demás son de uno de los mejores cronistas de fútbol: Eduardo Galeano. Aquí van, con una lágrima por Pelé, a quien nunca olvidaremos. 

1

Gracias, Pelé

Fue gracias a Pelé, a su plástica y grácil figura dentro de la cancha, y a su sonrisa infinita en la que reunía toda la alegría del estadio, que en los colegios y en las escuelas, en las calles y en los barrios de Quibdó -como si se tratara de la Baixada Fluminense- creció como espuma la fanaticada de la selección brasileña de fútbol, desde aquel inolvidable e insuperable Mundial de México 1970.

Félix, Carlos Alberto, Brito, Piazza, Everaldo, Gerson, Clodoaldo, Rivelino, Jairzinho, Pelé y Tostão, aquella alineación prodigiosa que pulverizó con su magia a cuanto rival se les puso al frente, nos la aprendimos de memoria para recitarla como si fuera un mantra mediante el cual se invocaran la plasticidad y la belleza, el toque y los goles, a la hora de jugar futbolito en la calle o partidos de grandes en la cancha de Chambacú; o como si fuera una lección que a quien no la supiera le acarreara una pésima nota en la libreta de calificaciones de las amistades de esquina y andén.

Desde entonces, ser hincha de fútbol iba de la mano con ser hincha de Brasil: no se podía ser lo uno sin ser lo otro. Era consustancial ser de Brasil si a uno realmente le gustaba el fútbol verdadero, es decir, el buen fútbol; o sea, el fútbol de Pelé y sus compañeros de aquel equipo de ensueño capaz de convertir en espectáculo inolvidable hasta un rutinario saque de banda. Ser el Pelé de la cancha era la ilusión secreta de todo aquel a cuyos pies llegara una pelota en los partidos dominicales de la cancha de la Normal de Quibdó.

Tanta magia nos alegró la existencia durante varios años de la infancia y se convirtió en parte sustancial de nuestra memoria para siempre. Los cuatro goles con los que Brasil derrotó a Italia aquel domingo 21 de junio de 1970 seguirán siendo, pase lo que pase, los mejores que nuestros ojos hayan visto. Recién entrados a la adolescencia, a finales de aquella década, los volvimos a ver docena y media de veces en una película que pasaban en la Heladería La Fuente, donde medio Quibdó iba a comer helados o cremas y el otro medio iba a esperar el momento en el que el dueño del negocio, Rodrigo, pusiera aquella película, para volvernos a extasiar y volverlos a celebrar como si hubieran sido acabados de anotar. “El último gol se recuerda de pie: la pelota pasó por todo Brasil, la tocaron los once, y por fin Pelé la puso en bandeja, sin mirar, para que rematara Carlos Alberto, que venía en tromba”, escribió para la historia Eduardo Galeano, quien nos regaló también esta reveladora anécdota de aquel partido: “Saltamos juntos, contó Burgnich, el defensa italiano que lo marcaba; pero cuando volví a tierra, vi que Pelé se mantenía suspendido en la altura”.

Pelé es uno de los seres humanos de cualquier actividad o profesión que mayor alegría le ha aportado a la humanidad entera, en todos los rincones del planeta hasta donde su mítica figura llevó el fútbol y lo convirtió literalmente en el mejor espectáculo del mundo, en el deporte más popular de todos los tiempos. El rey ha muerto. ¡Viva el Rey! Gracias por todo, Pelé.

Julio César Uribe Hermocillo

 

2

La inmortalidad existe

Cien canciones lo nombran. A los diecisiete años fue campeón del mundo y rey del fútbol. No había cumplido veinte cuando el Gobierno de Brasil lo declaró tesoro nacional y prohibió su exportación. Ganó tres campeonatos mundiales con la Selección brasilera y dos con el Club Santos. Después de su gol número mil siguió sumando. Jugó más de mil trescientos partidos en ochenta países, un partido tras otro a ritmo de paliza, y convirtió casi mil trescientos goles. Una vez detuvo una guerra: Nigeria y Biafra hicieron una tregua para verlo jugar.

Verlo jugar, bien valía una tregua y mucho más. Cuando Pelé iba a la carrera, pasaba a través de los rivales como un cuchillo. Cuando se detenía, los rivales se perdían en los laberintos que sus piernas dibujaban. Cuando saltaba, subía en el aire como si el aire fuera una escalera. Cuando ejecutaba un tiro libre, los rivales que formaban la barrera querían ponerse al revés, de cara a la meta, para no perderse el golazo.

Había nacido en casa pobre, en un pueblito remoto, y llegó a cumbres del poder y la fortuna, donde los negros tienen prohibida la entrada. Fuera de las canchas nunca regaló un minuto de su tiempo, y jamás una moneda se le cayó del bolsillo. Pero quienes tuvimos la oportunidad de verlo jugar hemos recibido ofrendas de rara belleza: momentos esos tan dignos de inmortalidad que nos permiten creer que la inmortalidad existe.

Eduardo Galeano.

“El fútbol a sol y sombra”, 1995.


3

Tú eres Pelé

Dos clubes británicos disputaban el último partido del campeonato. No faltaba mucho para el pitazo final, y seguían empatados, cuando un jugador chocó con otro y cayó despatarrado al piso.

Una camilla lo retiró de la cancha y en un santiamén todo el equipo médico puso manos a la obra, pero el desmayado no reaccionaba. Pasaban los minutos, los siglos, y el entrenador se estaba tragando el reloj con agujas y todo. Ya había hecho los cambios reglamentarios. Sus muchachos, diez contra once, se defendían como podían, pero no era mucho lo que podían. La derrota se veía venir, cuando de pronto el médico corrió hacia el entrenador y le anunció, eufórico:

—¡Lo logramos! ¡Está despertando!

Y en voz baja, agregó:

—Pero no sabe quién es.

El entrenador se acercó al jugador, que balbuceaba incoherencias mientras intentaba levantarse, y al oído le informó:

—Tú eres Pelé.

Ganaron cinco a cero.

Hace años escuché, en Londres, esta mentira que decía la verdad.

 

Eduardo Galeano.

“Espejos. Una historia casi universal”, 2008

 

4

El Gol Mil de Pelé

Fue en 1969. El club Santos jugaba contra el Vasco da Gama en el estadio Maracaná. Pelé atravesó la cancha en ráfaga, esquivando a los rivales en el aire, sin tocar el suelo, y cuando ya se metía en el arco con pelota y todo, fue derribado. El árbitro pitó penal. Pelé no quiso tirarlo. Cien mil personas lo obligaron, gritando su nombre.

Pelé había hecho muchos goles en Maracaná. Goles prodigiosos, como aquel en 1961, contra el club Fluminense, cuando había gambeteado a siete jugadores y al arquero también. Pero este penal era diferente: la gente sintió que algo tenía de sagrado. Y por eso hizo silencio el pueblo más bullanguero del mundo. El clamor de la multitud calló de pronto, como obedeciendo una orden: nadie hablaba, nadie respiraba, nadie estaba allí. Súbitamente en las tribunas no hubo nadie, y en la cancha tampoco. Pelé y el arquero, Andrada, estaban solos. A solas, esperaban. Pelé, parado junto a la pelota en el punto blanco del penal. Doce pasos más allá, Andrada, encogido, al acecho, entre los palos.

El guardameta alcanzó a rozarla, pero Pelé clavó la pelota en la red. Era su gol número mil. Ningún otro jugador había hecho mil goles en la historia del fútbol profesional. Entonces la multitud volvió a existir, y saltó como un niño loco de alegría, iluminando la noche.

Eduardo Galeano.

“El fútbol a sol y sombra”, 1995.