25/11/2024

 Oscar Maturana
Una voz olvidada de la poesía afrochocoana
FOTO: Archivo El Guarengue

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Oscar Maturana
Personero y poeta
Julio César Uribe Hermocillo

El Paro Cívico Regional del Chocó del año 1987 (26 al 30 de mayo) será recordado siempre como uno de los más significativos y de mayor trascendencia en la historia de la protesta social chocoana; tanto por los grandes logros que gracias al mismo se obtuvieron para el mejoramiento de las condiciones de vida de la región, como por los factores que los hicieron posibles: el alto nivel organizativo y la diligencia de la fase preparatoria del paro, la claridad y concreción de las reivindicaciones y exigencias, la calidad y legitimidad de las vocerías populares autorizadas, el compromiso y la constancia de las concentraciones y marchas diarias de protesta, la solidaridad de sectores institucionales y privados, entre otros.

Un detalle de aquel glorioso paro que suele pasar desapercibido es la lúcida participación de dos poetas afrochocoanos, ambos sanjuaneños: Isnel Mosquera y Oscar Maturana, quienes con sus voces inspiradas y claras nutrieron la valentía de la población quibdoseña que durante cinco días se concentró multitudinariamente, puntualmente, en las primeras horas de la mañana, en el Parque Centenario; con el atrio de la Catedral como tribuna y la orilla del Atrato como testiga. Arte poética al servicio del pueblo.

“Hoy es veintiséis de mayo / un día de trascendencia / pues a mi pueblo chocoano / se le agotó la paciencia”, tronó la voz de Isnel Mosquera, aquel martes, en el primer día de paro, declamando la primera de las cuarenta y ocho cuartetas de su poesía El Paro Cívico en versos. “Ya con esta me despido / gritando con berraquera / viva nuestro paro cívico: /Isnel Alecio Mosquera”, cerró su intervención quien entonces comenzaba a ser reconocido como el Poeta del Pueblo del Chocó.

Oscar Emilio Maturana Córdoba, un joven de 28 años recién cumplidos, de índole serena, afable y modesto de trato, incluso un poco tímido, ostentaba por esos tiempos la dignidad de Personero Municipal de Quibdó. Lo precedía la honorable fama de activista e integrante del grupo de fundadores del Movimiento Nacional Cimarrón. Y, aunque no todo el mundo lo sabía y más de uno se sorprendía, era ya un magnífico poeta, con su ópera prima publicada: “Bolívar y el despertar negro” (1984) y sus “Recuerdos del Litoral” (1989) en estado bastante avanzado de gravidez.

Quizás porque entendía y asumía la personería en su sentido original de representación de la comunidad y sus derechos, y por delegación comunitaria asumía el cuidado de la buena marcha de los asuntos públicos, Oscar Maturana también prestó su voz a la multitud de aquel pueblo dispuesto a todo para conseguir la atención del gobierno y del Estado colombiano. Sus poemas “La decisión del bocachico”, “Bolívar” y “Lágrimas de un minero”, entre otros, asombraron a más de uno entre el alborotado auditorio enardecido, que halló en sus versos un aliciente adicional y superior para continuar su marcha, para consolidar su protesta, para enaltecer su lucha.

La personería jurídica de la Asociación Campesina Integral del Atrato, ACIA, cuna de la reivindicación étnica y territorial del pueblo negro de Colombia, incluyendo la Ley 70 de 1993, había sido reconocida apenas ocho días antes del comienzo del Paro Cívico de 1987. Gran parte de los sectores y agentes institucionales del Chocó, incluyendo maestros de escuelas y colegios, profesores universitarios, profesionales independientes, políticos de todas las vertientes, periodistas, y también gente negra del común, no veían con buenos ojos la causa étnica y territorial que, desde la ACIA, la OREWA, ACABA y ACADESAN, estaba comenzando a gestarse. Incluso, muchos de ellos no solamente la rechazaban y vilipendiaban, sino que la acusaban de estar infiltrada por cuanta cosa se les ocurrió decir. Un sacerdote católico negro, reputado como intelectual y acolitado por un nutrido grupo de sus colegas de docencia en la Universidad del Chocó, encabezó sin tapujos un movimiento devastador en contra de estas luchas…

Por el contrario, para el poeta y personero Oscar Maturana esta causa era totalmente válida e histórica. De esa materia, de su presente y su futuro, al igual que de la negritud en la poesía y la literatura continental, nacional y regional, se nutrieron decenas de conversaciones que sostuvimos por esos tiempos, de las cuales nació una amistad con la que siempre me honró durante el tiempo que permaneció en Quibdó, cuando tuve también la ocasión de conocer textos originales de su poesía. En una de esas charlas, siempre francas y libres de vanagloria, Oscar Maturana me dijo que esperáramos tan siquiera unos diez años y tendríamos a media humanidad, de la que ahora se negaba a aceptar las luchas étnicas, culturales y territoriales, reivindicándolas como propias y colándose por las rendijas del protagonismo de las mismas… Dicho y hecho.

Deplorable, inexplicable, es el olvido en el que se ha sumido en el Chocó, su tierra, a Oscar Maturana, cimarrón y poeta, poeta y cimarrón; así como a su breve, pero intensa y maravillosa obra, que el intelectual afrocolombiano Carlos Alberto Valderrama Rentería bautizó como “Cimarronería poética”, título del libro del cual fue editor académico, y en el cual se compendiaron los poemas de dos obras de Oscar Maturana, que fueron clasificadas por el Profesor Valderrama en categorías bastante dicientes y bien logradas, que conforman cada uno de los capítulos del libro publicado en abril de 2022. Un libro que contribuyó de invaluable manera a la preservación y difusión de la poesía de Oscar Maturana.

“Los poemas que aquí entregamos hacen parte de los trabajos “Bolívar y el Despertar Negro” y “Recuerdos del Litoral”, de Oscar Emilio Maturana Córdoba. Hemos decidido cambiar el orden de la edición original y organizar los poemas por temáticas. Le llamamos Cimarronería poética no solo porque su autor fue uno de los miembros más importantes del Movimiento Cimarrón en Colombia, sino porque también estos poemas enuncian y evocan el pensamiento cimarrón que cuestiona y señala, con rigor, las herencias del sistema esclavista que no permite que los afrocolombianos sean verdaderamente libres en Colombia. La importancia que tienen para el autor las discusiones, temas y denuncias raciales que hace en estos trabajos poéticos le valieron para que el afroamericano Laurence Prescott lo llamará “El Poeta de las Negritudes”. Carlos A. Valderrama.[1]

Laurence E. Prescott (1943-2016), prestigioso investigador y docente afroamericano de la academia estadounidense, pionero en estudios literarios sobre autores afrocolombianos, escribió sobre Oscar Maturana:

“Entre los jóvenes poetas negros que nos han llamado la atención sobresale el chocoano Oscar Maturana, autor de un folleto titulado “Bolívar y el despertar negro”. Por su brevedad, por su engañosa sencillez, por su inspiración en asuntos históricos, populares y racionales, este opúsculo de doce poemas nos recuerda los “Cantos populares de mi tierra” de Candelario Obeso. Pero la poesía de Maturana es de una actualidad inconfundible e impresionante. Exhibe libertad en la forma y la organización, y revela una fuerte conciencia racial y una visión más amplia del negro que abarca el presente, el futuro y el pasado, además de lo euroamericano, lo colombiano y lo africano”.[2] Laurence E. Prescott (1994).

Oscar Maturana fue, sin ninguna duda, uno de los más preclaros militantes del cimarronismo conceptual y uno de los activistas más comprometidos de los movimientos sociales afrocolombianos y del antirracismo en Colombia. “En su adiós, Óscar Maturana me recordó la larga duración del racismo y que, para demolerlo, urge no bajar la guardia”, escribió el antropólogo Jaime Arocha en 2016, a pocos días de su muerte, en su columna del diario El Espectador ("Adiós, Oscar". 29 de febrero de 2016).

Poeta insigne de la región chocoana y de la nación afrocolombiana, cuyas profundas convicciones y consistente militancia se reflejaron en su obra poética, sin detrimento alguno de su estética; Oscar Maturana tiene un lugar bien ganado en el parnaso colombiano y un puesto asegurado en la Biblioteca de la Chocoanidad, que algún día habrá de hacerse realidad.
Carátula y portada interna de la reedición de dos libros de poemas de Oscar Maturana, bajo el título Cimarronería poética (abril 2022), con edición académica del Profesor Carlos Alberto Valderrama. 

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Oscar Maturana en palabras de su hija
Dora Maturana
Presentación del libro Cimarronería Poética, abril 2022
[3]

Dora Maturana.
Foto tomada de su cuenta
de Facebook

Hace algunos meses recibí la llamada del profesor Carlos Alberto Valderrama para hacer una reedición de los libros “Bolívar y el Despertar Negro” y “Recuerdos del Litoral”, escritos por mi padre, Oscar Maturana. Me llenó de alegría saber que la obra poética de mi padre, escrita hace más de 20 años y que por diversas razones no fue tan difundida en su momento, tendría un nuevo aliento. Estoy plenamente convencida de que los nuevos lectores quedarán sorprendidos por la vigencia de los temas abordados en cada uno de los poemas y la frescura en el lenguaje utilizado por el autor a pesar del tiempo transcurrido.

Oscar Emilio Maturana Córdoba nació en el año de 1957, en el corregimiento de Santa Cecilia, un pequeño pueblo escondido en las montañas entre los departamentos de Risaralda y Chocó. Hijo de Senciona Córdoba y Vitalino Maturana, fue el mayor de 8 hermanos y padre de 5 hijos, dentro de los que me encuentro yo, Dora Maturana. Mi padre vivió su infancia en Istmina - Chocó. Creció escuchando a mi abuela entonar cantos tradicionales afro y, aunque no heredó su talento para cantar, sí tuvo una gran facilidad de palabra. Quienes tuvimos la oportunidad de escucharlo declamar sus versos, nos deleitábamos con ese majestuoso uso de su don poético que utilizaba para difundir mensajes políticos y sociales.

Posteriormente, se trasladó al Lorica - Córdoba de los hermanos Zapata Olivella, donde realizó sus estudios de bachillerato. Se graduó como técnico agrónomo, forma­ción académica que le permitió trabajar como docente de bachillerato en las ciudades de Santa Rosa de Cabal y Pereira. Culminó su carrera universitaria como abogado en la ciudad de Bogotá. Se desempeñó como Secretario Gene­ral de la Contraloría y Personero Municipal en la ciudad de Quibdó; Fiscal local en las ciudades de Pereira, Bahía Solano, Istmina y Cali, donde falleció en el año 2016.

Vivir y trabajar en Pereira, una ciudad del centro del país, de tradición cultural paisa, que para la década de 1980 ya ofrecía a sus habitantes unas condiciones de vida muy superiores a las que él había conocido en su amado “pue­blito”, como describía él mismo a su natal Santa Cecilia en su obra Recuerdos del Litoral, le permitió observar por sí mismo la gran desigualdad entre territorios afro y no afro; [lo cual,] aunado a incómodos episodios personales y profesiona­les de racismo, lo llevó a cuestionarse sobre las raíces de dichas situaciones. Emprendió así un activismo social y académico que dio como fruto la publicación de su primer libro, Bolívar y el Despertar Negro, cuando tenía 27 años. En este escrito plasma todas sus inquietudes con respecto a acontecimientos históricos, raciales y de género.

La admiración que tenía mi padre por los abogados y activistas afrocolombianos, como Sofonías Yacup, Nazly Lozano y Diego Luis Córdoba, a quien dedica su poema “Recordando a un Cimarrón”, le llevaron a decidirse a estudiar Derecho; pero su carácter revolucionario hizo que fuera expulsado tras su primer año en la Universidad Libre de Pereira, por organizar y participar de una protesta estudiantil. A pesar de este tropiezo, siguió creyendo con más firmeza en la justicia, el poder del pueblo y la igualdad racial, por lo que se trasladó a la ciudad de Bogotá para culminar su carrera de Derecho.

Fue mientras estudiaba en Bogotá que conoció y se relacionó con otros jóvenes estudiantes negros provenientes principalmente de territorios del Pacífico: Valle, Cauca y Nariño, con quienes compartía el interés por los temas raciales. A mi padre le llamaba profundamente la atención escuchar las anécdotas de sus compañeros sobre las similitudes en las condiciones de las personas negras en territorios tan distintos y tan distantes. A principios de los años de 1990 decidió irse a recorrer el Pacífico. Incluyó lugares como Tumaco, Guapi, Buenaventura y Bahía Solano. De estas experiencias surgió su segunda obra, Recuerdos del Litoral, un compendio de poemas dedicados al bocachico, la canoa, la palma de chontaduro, y por supuesto a los soldados negros que participaron en la Guerra de los Supremos y que él, en un digno reconocimiento, llamó “Los Patriotas del Patía”.

Mi padre siempre fue un estudiante ejemplar y un profesional destacado. También fue un gran crítico del sistema judicial colombiano, asunto al que dedicó dos de sus obras: La antijuridicidad en el peculado, en el año 1997, y una disertación que hoy está perdida, que en su momento llamó El color de la Justicia.

Agradezco a la Universidad Icesi y a la Alianza 4U por su interés en visibilizar a los escritores afrocolombianos mediante esta antología y por la oportunidad de dirigirme a los lectores con la presentación de la obra poética de mi padre. Es un merecido reconocimiento a sus aportes a la causa social afrocolombiana.

Oscar Maturana en el lanzamiento de su libro
"Afrodescendientes en la Independencia", octubre 2012.
FOTO: Facebook Oscar Maturana.

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Cuatro poemas de Oscar Maturana 

La decisión del Bocachico
Decía tío Bocachico
cuando en palacio paseaba,
si yo fuera gobernante
el derroche se acababa,
tanto lujo innecesario
tanto malgastar dinero,
mientras mis bocachiquitos
se mueren de desespero.
Pero esto se acabará,
lo juro por mi sombrero...
Le dijo tía Bocachica
quien lo escuchaba en silencio,
debes estar convencido
desde muy remotos tiempos
que no se cambian las cosas
solo con el pensamiento,
no muere el pez por la boca
en estos modernos tiempos,
¡lucharemos por el cambio
o caeremos en el intento!


Canoíta
Canoíta mensajera
que viajas de puerto en puerto,
tú sigues siendo efectiva
en estos modernos tiempos,
tú te encuentras anclada
en el alma de mi pueblo.
Desde los tiempos remotos
en vida de mis ancestros
has estado allí presente
transportando así a los nuestros
asumiendo un compromiso
en el momento preciso,
por el mar y por el río.
Contigo yo me deslizo
por eso es que no te cambio
por los transportes modernos,
ni el carro, el tren o el avión
han podido reemplazarte,
y aunque yo no soy cantante
me has obligado a cantarte.


Pintor
Réplica de los Angelitos Negros

Pintor, no pintes iglesias,
tampoco “angelitos negros”
¡pintor, pinta Cimarrones,
que son héroes de mi pueblo!
Pintor, no pintes el cielo,
la tierra será tu reino,
píntame a Benkos Biojó
como vive en mi recuerdo
Pintor, píntale a la historia
sus héroes indios y negros.

Los patriotas del Patía
Por las montañas del Cauca
luchando con valentía,
se impusieron majestuosos
los patriotas del Patía.

Combatieron la colonia
cuando patria no existía,
fueron negros cimarrones
los patriotas del Patía.

Acompañaron a Obando
los patriotas del Patía,
con ellos ganó batallas
sin ellos todas perdía.

Las guerras de independencia
al igual que los “mil días”
tuvieron como soldados
los patriotas del Patía.


[1] Contraportada del libro: Maturana Córdoba, Oscar Emilio, 1957-2016. Cimarronería poética / Oscar Maturana Córdoba / Carlos A. Valderrama (editor académico) – Cali: Editorial Icesi, Editorial EAFIT, Editorial Cesa, Editorial Uninorte, 2022. 104 páginas. ISBN 978-628-7538-36-8

[2] Laurence E. Prescott (1994) en ‘Bolívar y el despertar negro’, poemario de Oscar Maturana. Citado en: Cimarronería poética, 2022 (obra citada).

18/11/2024

 El universo literario de Zully Murillo 

Zully Murillo es, además de la cantautora de sus trabajos discográficos publicados, una narradora y poeta innata, que debe ser incluida en los inventarios y antologías de literatura chocoana, y cuyos textos tienen tan alto valor literario que bien podrían ser publicados en un compendio o antología como relatos de la chocoanidad, con un trabajo de edición a la altura de su calidad. FOTOS: Zully Murillo-Sitio oficial: zullymurillo.com y Archivo El Guarengue.

Los Cuentos contados cantados de Zully Murillo conforman en conjunto una obra de carácter narrativo, a la manera de estampas de la chocoanidad, cuya vida cotidiana y cuya historia se reflejan en estos relatos del mismo modo que los atardeceres lo hacen en el espejo del río, cuando el sol se apaga en la tupida fronda de las selvas del Chocó. Sin duda alguna, estas composiciones de Zully Murillo son, además del trabajo de una cantautora, un conjunto de relatos y textos culturales de alto valor literario, que dan cuenta perfectamente de tradiciones, momentos, acontecimientos y personajes significativos de la vida de la región.

Además de su enorme valor musical, las composiciones de Zully Murillo alcanzan un prominente rango de calidad y riqueza literaria, de modo que, además del lugar que ya tienen en el cancionero nacional y regional, tienen un puesto bien ganado en las antologías de la literatura chocoana. Zully Murillo cuenta cuentos con la fluidez de los ríos en cuyas orillas creció, inmortalizando en cada relato, con la fidelidad de una instantánea, momentos y escenarios, personajes y costumbres, acontecimientos y prácticas de la cotidianidad, de la sociedad, de la historia, de la gente toda del Chocó.

Bernabela, la que un día le dijo que fueran a covar la batata, blanca o morada… Lino, que fue el que le enseñó a pescar con una varita de pichindé… Anaís Mayoral, la niña bonita a la que le fascinaba el chupaflor que todos los días iba a su balcón a besar las flores… Cecilia Machado, la que contaba la historia de la Banda; Concha Pino, la de la casa en donde organizaron la fiesta del 20 de julio con la Banda, en donde tocaban los mejores músicos del pueblo: Abraham Rentería Key, Abel y Marquitos Blandón, Carlos Borromeo y Juan Bautista Cuesta, Pedro Serna… Victorianito, el loco soñador que se enamoró de la hija mayor de Doña Leonor… La niña que juega a la carbonerita, a la sortijita y al ratón de espina, al quemao, a la gallina ciega, al compadre chamuscao, al arrancayuca y al mirón mirón; aquella niña que doña Mayí viste para que vaya a visitar a la tía Teresita, aunque ella solamente quiere es salir a jugar con sus amigas, Zully entre ellas… Los novios que llegan en la balsa a casarse en el pueblo, a quienes saludan y ovacionan con mil pañuelos blancos y cuya llegada anuncian los niños felices, corriendo… Los personajes de los relatos de Zully Murillo, de los cuales ella misma hace parte, son reales: hablan, caminan, bailan, juegan, pescan, covan, ríen, sueñan, se bañan, se espantan, se casan y aman, como lo hace la gente de las orillas y de los pueblos, de las casas y de las parentelas a las que pertenecen… Así como son reales -en tanto forman parte del fabulario mágico regional- los guacos que cantan y los chimbilacos que vuelan, mientras agoniza la abuela a la que sus parientes y vecinos acompañan a bien morir. La Madre de agua, la Madremonte, la Patasola, el mismísimo Mohán de Ichó, la Entaconada y el Duende con su sombrero son también tan reales que hay que correr y correr, para que no te alcancen ni te agarren, mientras persigues una guagua o corres tras un venado allá en el monte.

Los textos de Zully Murillo en sus trabajos Cuentos contados cantados; Los pregones de mi tierra; Ella, otro cuento; Son de Amores (Veinte canciones de amor y una Vida), además de letras de canciones, son relatos, cuentos, crónicas literarias, fábulas y narraciones documentales, prosa poética. Estos más de 50 textos son un conjunto significativo de aproximaciones al sentido y al significado de los sistemas culturales de la región chocoana, a partir de las vivencias, las miradas, los sentires, las percepciones y la exquisita juglaría de Zully Murillo y su inspiración como narradora, poeta y escritora,.

Con esa misma magia narrativa y poética, envuelta en en el manto de la fe y la sacralidad de su gente, Zully Murillo compendia los rasgos fundamentales de la religiosidad popular afrochocoana en un completo conjunto coral para misa completa, que evoca trabajos inmortales del género, como la misa campesina nicaragüense de Ernesto Cardenal, Carlos Mejía Godoy y los campesinos de Solentiname... Hermosos alabaos, santodioses, salves, romances, villancicos y hasta un torbellino extremo complementan este trabajo de 2019: Misa inculturada y más cantares.

Las creaciones de Zully Murillo en el conjunto de su obra lo transportan a uno –en champa, en potrillo, en canoa y en balsa– a través de la historia cotidiana de las aldeas negras, de los caseríos orilleros en los cuales la vida ha nacido miles de veces durante miles de noches de la fertilidad de las mujeres y de la simiente de los hombres, en las manos sabias de las parteras que con la luz de una vela y la de sus propios ojos han aluzado los alumbramientos que han contribuido a perpetuar las estirpes de las que Zully Murillo cuenta y canta con esa voz que cautiva por su cadencia de marea suave, por su frescura de quebrada repentina en la mitad del monte, por su colorido abundante de flor de marañón tapizando las orillas del Atrato.

FOTO: Lina Botero

Zully Murillo, quien nació en Quibdó un domingo de abril de hace 80 años, es una narradora innata en cada una de cuyas letras discurren la magia y el embrujo de los cuentos eternos y elementales de las madres y abuelas negras que -en las noches serenas de luna llena o en las tempestuosas de aguacero eterno- embelesan y arrullan a los niños en los villorrios del Atrato, el San Juan o el Baudó, Andágueda o Capá, Ichó, Tutunendo y Neguá, Bebará o el Munguidó, el Arquía o el Bebaramá, Condoto, San Pablo, Tanando o Iró. La misma magia y el mismo embrujo que, oyéndola cantar sus relatos, hacen que uno evoque el ritmo vocal de las ballenas enamoradas que hasta las mares chocoanas llegan cada año a consumar su amor o a parir los frutos del que consumado ya fue…

Son más de setenta los textos publicados por Zully Murillo hasta el momento, como canciones. Con los que aún tiene inéditos, bien podríamos llegar a un centenar de relatos. Un compendio o antología de los mismos, con una edición cuidadosa -a la altura de la excelsitud del arte literario, narrativo y poético de su autora- deberá formar parte de la Biblioteca de la Chocoanidad, que algún día la luz del mundo verá. Mientras tanto, un homenaje sincero a su calidad humana y a su talento excepcional.

11/11/2024

 Cómo mueren los ojos de nutria
-Un relato de Arnoldo Palacios-

Cabecera municipal de Río Iró e imagen del Señor de Iró (Fotos: Alcaldía Municipal), Arnoldo y Buscando mi madredediós (Fotos: Archivo El Guarengue).

Ciento cinco relatos de Arnoldo Palacios componen las trescientas cincuenta páginas de su libro Buscando mi madredediós. Son el testimonio de los primeros años de su vida en Ibordó, Cértegui y Quibdó, y un collage de historia de aquellos tiempos en todo el Chocó. La memoria de Arnoldo discurre, fluye, en cada relato, con la misma naturalidad de los ríos y quebradas en los que transcurrió su infancia: a veces mansos y tranquilos, como lagos andantes; otras veces impetuosos como mares de agua dulce y azarosas olas.

Como el oro de su tierra convertido en memorable alhaja por la filigrana del joyero, la memoria portentosa de Arnoldo es transformada en relato fresco y espontáneo por su enorme capacidad narrativa, vivaz y sincera como su carcajada, rica como la selva donde se crio, inconmensurable como la imaginación con la que creció; de modo que cada vez que uno lee un relato de este libro es como si él mismo, el propio Arnoldo, estuviera ahí volviéndoselo a contar a uno por primera vez.

Así que, esta semana, a propósito de la memoria de los difuntos y de todos los santos, del noveno aniversario de su muerte en Bogotá y de los últimos días del 2024 como el Año Arnoldo Palacios (Cértegui, Chocó, 20 de enero de 1924 - Bogotá, 12 de noviembre de 2015); les ofrecemos en El Guarengue una de aquellas piezas memorables de la historia personal de Arnoldo Palacios contada por él mismo en su siempre maravillosa autobiografía, Buscando mi madredediós: el relato de cómo un escultor fue contratado por una junta parroquial para retirar de los ojos del Señor de Iró, un icónico santo de la tradición católica afrochocoana, la vivacidad y la vida. Bienvenidos. No dejen finalizar el año dedicado a esta gloria de la literatura chocoana y colombiana sin leer algo de este paisano insigne, por ejemplo, un par de relatos de sus espléndidas memorias personales.

Julio César U. H.
11.11.2024

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De Arnoldo Palacios, en Buscando mi madredediós...

XLVI • CÓMO MUEREN LOS OJOS DE NUTRIA

Vivíamos pletóricos de esperanza. Jugábamos tranquilos. Si alguien de la familia enfermaba, sabíamos que no moriría. Si a alguien le cala un dolor fuerte, de repente, como solía suceder, sabíamos que se alentarla rápido. Estaban allí, para protegemos. nuestro querido San Antonio de Padua y nuestra Virgen de la Candelaria. Y si ellos no podían, entonces, el Señor Ecce Horno llegaba de Raspadura o desde donde se hallara en ese momento, recorriendo el mundo, a socorrer a sus hijos.

No. No estábamos solos, en ningún momento. Los seres de la familia fallecidos: mi abuelo Miguel de los Santos y nuestra abuela, la finada Eloísa, su esposa; mi abuelo Tomás de Villanueva; el finado Gabino Figueroa, papá de mama Fide, no nos preocupaban. Enterrados desde hacía mucho tiempo, esas muertes eran algo normal en nuestra imaginación; ni siquiera los habíamos conocido; además, estaban en el cielo. Lo único en perturbar nuestra dicha era el asaltarnos el terror de que se nos apareciera el diablo o el Ánima sola.

A menudo, oíamos también mucho, en la casa, hablar del Señor de Iró, un Santo Cristo de bulto, tamaño de un hombre, crucificado en la capilla de Santa Rita, pueblecito de las cabeceras del río Iró, muchísimo más lejos que Raspadura. Ese río era peligrosísimo cuando crecía; no pasaba semana sin que hubiese ahogados. Ese Santo Cristo lo habían encontrado, pequeñito como la cruz de una medalla, igualmente en una mina. Cuando él no deseaba ir en la procesión se ponía pesado, de suerte que ninguna fuerza humana lo movía de su sitio en el altar; desencadenaba él una tronamenta, con relámpagos, y hacía caer rayos y centellas. Tenía vivas las niñas de los ojos, por cuya razón los peregrinos se asustaban. Una junta parroquial resolvió hacerle modificar la vista. «Y fue justamente el escultor Lorenzo Meneses quien le bajó los ojos, que le quedaron desanimados como los tiene actualmente» -decía mi papá con el tono de pesadumbre de quien, queriéndolo, no volverá a ver lo que vio.


04/11/2024

 Descuidos, olvidos e indolencias 
en la protección del patrimonio cultural 
de Quibdó y del Chocó

Banderas del Departamento del Chocó y del Municipio de Quibdó portadas por estudiantes durante el desfile de conmemoración de los 77 años de vida departamental del Chocó. 3 de noviembre de 2024. FOTO: Gobernación del Chocó.
Coincide el 77° aniversario de vida institucional del Chocó como departamento con otros tres aniversarios de gran significado para la historia de la chocoanidad. Dos de ellos celebrados -en las dos últimas semanas de octubre- con bombos, platillos y todos los demás instrumentos y elementos que conforman actualmente las bandas músico-marciales escolares, las cuales marcaron el paso de los multitudinarios desfiles conmemorativos de los aniversarios de fundación de dos colegios relevantes en la historia educativa de la mujer en el Chocó: la Institución Educativa Femenina de Enseñanza Media, IEFEM (90 años), y la Institución Educativa Normal Superior Manuel Cañizales (60 años), ambas de Quibdó.

Un tercer aniversario fue totalmente ignorado por la institucionalidad pública y la sociedad local y regional: el centenario de la inauguración del monumento a César Conto Ferrer en el Parque Centenario de la capital del Chocó, un templete construido por el arquitecto catalán Luis Llach, donde -aun en contra de la cerril oposición de los misioneros claretianos, que lo consideraban un impío- fueron depositados los restos de César Conto repatriados de Guatemala, adonde había sido desterrado por los gobiernos conservadores en cobro por su liderazgo en el Radicalismo liberal de finales del siglo XIX, tanto en el campo político como en el campo militar, a través de su participación en las guerras interpartidistas.

Tedeum

FOTO: Gobernación del Chocó.

Siguiendo la costumbre, la conmemoración del aniversario de la creación del departamento comenzó, este domingo 3 de noviembre de 2024, con una misa en la Catedral de Quibdó, presidida por el nuevo y recientemente posesionado obispo diocesano, Monseñor Wiston Mosquera Moreno, quien es chocoano, de Andagoya. Y con la presencia en primera fila de la Gobernadora del departamento, Nubia Carolina Córdoba Curi, quien  encabezó -junto a un grupo de sus colaboradores, incluyendo a su señora madre- la representación de las autoridades civiles y militares del Chocó.

Las banderas del departamento y de sus municipios decorando la nave central del templo y los alrededores del altar fueron un acierto simbólico en el escenario de la celebración religiosa; al igual que las ofrendas presentadas como regalos y adornadas con los colores del pabellón chocoano. No así la torta o ponqué de cumpleaños con los colores de la bandera departamental y el canto de “cumpleaños feliz” de las reuniones de oficina: la torta por su evocación de las reparticiones que ya sabemos y la canción porque tiene un inevitable dejo de banalización del acontecimiento, que pudo evitarse si se hubieran entonado solamente, además del himno, uno o dos temas significativos de la tradición musical regional, como “Yo soy chocoano (de nacimiento)”, “Chocó tierra de quereres (Grito al Chocó)”, e incluso el mismo “Lamento Chocoano”, que tan ligado está a la historia de nuestra pesadumbre como región y como pueblo.

¿Homenaje a Diego Luis?

Terminada la misa, siguiendo las usanzas del protocolo, autoridades civiles, eclesiásticas y militares (la Gobernadora, el Obispo, un oficial de policía y otro de la Armada) caminaron por la Carrera Primera, desde la Catedral San Francisco de Asís hasta el costado suroccidental del Parque Centenario, para rendir el clásico homenaje a quien tanto tuvo que ver con la creación del Departamento del Chocó. 

En un mensaje de su cuenta oficial de X, la Gobernación del Chocó expresó: «Hoy rendimos homenaje a Diego Luis Córdoba, padre de nuestro Departamento. Honramos su legado y su invaluable contribución al Chocó, que sigue inspirándonos en la lucha por justicia, igualdad y progreso. Con respeto y gratitud, recordamos su visión».[1]

Las fotografías que acompañan ese mensaje en X no dejan ver el penoso estado de ruina y deterioro en el que se encuentra el monumento al “padre del departamento, educador y faro de la raza”. Un monumento que, en la actualidad, cuando llega la tarde, se convierte en parte del mobiliario de un par de ventorrillos instalados en su frente, tapándolo: uno de fresas con crema “del malecón” y otro de cervezas micheladas que “refrescan tu mente y tu corazón”; como reza una carpa roja que permanece al lado del monumento antes de la instalación vespertina de esta pequeña y rentable cantina. Tampoco dejan ver las fotos la chambonada cometida al reteñir con colores y métodos inapropiados las letras de algunos textos inscritos en el mármol del monumento; ni los daños que ha sufrido en sus bases, en su emplazamiento, en sus contornos y en el conjunto de elementos que lo acompañan.

Mucho menos dichas fotos permiten ver el estado de ruina del Parque Centenario, su completo deterioro, su desaseo generalizado, su patética suciedad, producto de su utilización como plaza de mercado satélite para la venta de todo tipo de fritangas y chucherías, aguas azucaradas y licores; que han llegado a tal abigarramiento que el monumento a Diego Luis Córdoba, el obelisco en homenaje a la independencia nacional (totalmente deslucido y deteriorado) y el templete construido en homenaje a César Conto a duras penas alcanzan a verse desde el costado opuesto de la Primera o desde el atrio de la Catedral.

Quibdó-Parque Centenario. FOTOS: Julio César U. H., octubre 28 y 31 de 2024.

Dieciséis meses después de la crónica de El Guarengue[2]: El Parque Centenario o las ruinas de la Historia del Chocó, son pasmosas la mayor decadencia y el enorme deterioro de este espacio de carácter público y patrimonial, que concentra un resumen de la historia regional. Es evidente su ruina y es inexplicable la indiferencia de las autoridades, ante cuyos ojos se consuma este atentado contra el patrimonio, contra la memoria y contra la historia del Chocó. Repletar de ventas informales cuanto espacio público haya en Quibdó -así las llamen emprendimientos- no solamente no soluciona el gravísimo problema del desempleo en la ciudad; sino que, además, hace a Quibdó más caótica e invivible, intransitable y, para ajustar, institucionalmente insensible frente a su escaso mobiliario urbano y sus escasos bienes públicos de interés cultural… 

Es indigno que se homenajee a Diego Luis Córdoba, como padre del departamento del Chocó, en estas condiciones.

De La Presentación al Integrado, del Integrado al Cañizales

Precisamente por eso, y también desde el punto de vista de los hitos del patrimonio histórico del Chocó, es importante preguntarnos si -aparte del buen gusto, la fastuosidad, la creatividad, la solemnidad y la gallardía de los desfiles conmemorativos de los 90 años del IEFEM y de los 60 años del Cañizales- hubo tiempo, ocasión y medios para que la comunidad educativa de estos colegios y la ciudadanía de Quibdó y del Chocó rememoraran en tan maravillosas efemérides el significado que ambos colegios tienen dentro de la historia del acceso de las mujeres afrochocoanas a la educación formal.

¿Hubo ocasión para recordar que, frente a la exclusión -por motivos raciales y de clase- de la cual eran víctimas las niñas y jóvenes chocoanas por parte del colegio de las monjas de La Presentación; el Consejo Administrativo de la Intendencia Nacional del Chocó, a instancias de Diego Luis Córdoba, con el apoyo del Intendente, Adán Arriaga Andrade, y de su Director de Educación Pública, Vicente Barrios Ferrer, creó -en marzo de 1934- sendos colegios para señoritas, en Istmina y Quibdó…y que el de Quibdó se convirtió en el Instituto Pedagógico Femenino, que junto al Colegio de Bachillerato y el Politécnico Femenino conformarían el Instituto Femenino Integrado, IFI; que derivó en el actual IEFEM…?

La fundación del actual IEFEM es un hito histórico sinigual en los procesos de universalización de la educación pública para las mujeres en el Chocó y de las luchas institucionales en contra de la discriminación por motivos de género, de raza y de clase en la educación chocoana. ¡Bien vale tanta alegría por estos 90 años!

Placa conmemorativa de la fundación
y los fundadores de la Normal Superior
Manuel Cañizales, de Quibdó.
FOTO: Julio César U. H., abril 2019.
Del mismo modo, uno esperaría que la conmemoración de los 60 años de la Normal Superior Manuel Cañizales haya incluido reflexiones sobre el contexto de su fundación, que estuvo ligado a una nueva forma de exclusión. El colegio que había sido creado para contrarrestar el racismo y el clasismo contra las mujeres chocoanas queda posteriormente en manos de las mismas monjas de La Presentación. Así que, tanto por razones demográficas como ideológicas, la dirección de las religiosas trae como consecuencia su progresiva elitización. De modo que el problema ahora no es de racismo: es de elitismo. Y es ahí cuando surge el Cañizales, para ampliar las posibilidades de acceso de las niñas y jóvenes a la educación formal en el Chocó. Creado en 1964, el colegio se convirtió en la Normal Femenina Manuel Cañizales, en 1968; y en 1975 pasó a ser un establecimiento anexo a la Universidad Tecnológica del Chocó. Actualmente, el Cañizales es una de las normales superiores más importantes del Chocó y del país”.[3]

El inolvidable olvido de los 100 años del monumento a César Conto

Desde la esquina suroccidental del Parque Centenario, de Quibdó, Diego Luis Córdoba nos rememora los grandes hitos de la historia chocoana en el siglo XX. Desde su monumento, en la esquina suroccidental, César Conto Ferrer nos recuerda las luchas del radicalismo liberal -en el siglo XIX- por el acceso popular y universal a derechos como la educación, la salud, el voto, el trabajo… “El monumento es un templete inaugurado el 12 de octubre de 1924 para recibir los repatriados restos de este poeta, maestro, político, periodista, diplomático, filólogo y patricio liberal, que habían llegado a la ciudad el día anterior, en un barco a vapor llamado Quibdó, que los trajo desde Cartagena, adonde habían llegado procedentes de Ciudad de Guatemala, en donde el jueves 2 de julio de 1891 murió este protagonista de decenas de batallas contra la hegemonía conservadora, forzosamente exiliado por combatir el oscurantismo, la teocracia y el cogobierno eclesiástico, en defensa de las ideas liberales, la Constitución de Rionegro, la república federal “y, como alimento de ella la educación popular, sin tributos al escolasticismo, libre, laica, científica”.

[..]

Por sus ideas, expresadas con vehemente claridad en los debates públicos y en sus magistrales y fogosos escritos de prensa, principalmente en El Liberal, de Popayán, y por su valentía y arrojo con las armas en la mano cuando no quedó otro camino, en las guerras civiles interpartidistas del último cuarto del siglo XIX; Conto se había convertido en una de las figuras más temidas por los conservadores más godos entre los godos de la época, como el cartagenero Rafael Wenceslao Núñez Moledo y el noviteño Carlos Holguín Mallarino, ambos presidentes de la república, quienes lo hostigaron hasta conseguir que su única escapatoria fuera el destierro hacia un país que, afortunadamente, lo acogió como un defensor de la libertad, como un ser humano bueno y como un intelectual. [4]

Monumento a César Conto en el Parque Centenario.
Quibdó, 31 de octubre de 2024. FOTO: Julio César U. H.

¿Cómo pudo olvidársele a la institucionalidad pública de Quibdó y del Chocó, incluyendo sectores académicos y culturales, la conmemoración de un siglo de la inauguración del monumento a César Conto, convertido también en parte del mobiliario de los ventorrillos que hoy ocupan el Parque Centenario? ¿Cómo puede convivirse con la cruda realidad de que la única importancia que la población quibdoseña que frecuenta el parque todos los días le reconozca al templete de César Conto sea su condición de escampadero del sol o de las lloviznas pasajeras, y de punto de encuentro imperdible para citas furtivas…? ¿Cómo es posible que lo único que hagan sucesivamente las administraciones municipales sea pintar parcial o totalmente -a brocha gorda y con pintura que pareciera haber sobrado de otras obras- este monumento patrimonial de la ciudad? ¿Cómo pueden no haberse dado cuenta de que algunas de las letras de la inscripción que rodea la cúpula del templete, en donde dice en letras máyusculas: QUIBDÓ A SU DILECTO HIJO CÉSAR CONTO, están borradas...?

“El Chocó debe pedir cuentas a los que lo dirigen”

El Chocó fue creado como departamento mediante la ley 13 del lunes 3 de noviembre de 1947. Cinco días después, el escritor Arnoldo Palacios escribió en la famosa revista Sábado: «La creación del Departamento del Chocó es para la patria como admirar el amanecer a la orilla de un río. Porque el alma del hombre se llenó de alegría, y la alegría es signo de progreso. […] Esperamos la cooperación de todos los colombianos para la prosperidad del nuevo Departamento del Chocó, en bien de la patria».[5]

Un poco más de medio siglo después, en una entrevista concedida en Quibdó, en abril de 1998, el mismo Arnoldo Palacios expresó: «El Chocó debe pedir cuentas a los que lo dirigen. No tienen excusas, ya que son de nuestro pueblo, no son extranjeros».[6]

Un cuarto de siglo después de aquella entrevista, setenta y siete años después de la creación del Departamento del Chocó, por cosas como estas del desprecio al patrimonio y a la historia, uno podría decir que las palabras de Arnoldo Palacios mantienen su vigencia.


[5] Arnoldo Palacios. Heraldos de un nuevo día. Revista Sábado, 8 de noviembre de 1947. En: Cuando yo empezaba. Arnoldo Palacios. Biblioteca Digital de Bogotá. Edición digital: Bogotá, febrero de 2014. ISBN: 978-958-8877-13-6. 155 páginas. Pág. 45-52

[6] Arnoldo Palacios. Entrevista en Chocó 7 días. Quibdó, abril de 1998. Edición N° 142.