lunes, 29 de marzo de 2021

Entre silencios y solemnidades

 Entre silencios y solemnidades

Catedral San Francisco de Asís, Quibdó, 1934 y 2019.
Fotos: Misioneros Claretianos y Julio César U. H.

El silencio empezaba a ocupar el pueblo inmediatamente después de la procesión del Domingo de Ramos y se apoderaba completamente de las calles y las casas desde el jueves santo hasta el sábado santo a la medianoche, luego del Canto de Gloria, un momento en el que -como si efectivamente se acabara de asistir de cuerpo presente a la resurrección del Hijo de Dios- a la salida de la iglesia reinaba un ambiente de alegría compartida, de satisfacción común, de descanso colectivo, de celebración y de camaradería, entre familiares, amigos y vecinos que al despedirse quedaban de verse temprano para asistir a la última procesión de la semana, la del Domingo de Resurrección, a la cual -quienes tenían con qué- solían asistir estrenando ropa o zapatos.

Eran los tiempos en los que -entre niños y de jueves a sábado santos- regían una serie de reglas que nunca supimos de dónde salieron, pues unos alegaban haberlas oído en misa o en el catecismo dominical y otros que las habían aprendido de sus mayores. No se podía pisar la sombra de otro, como era costumbre cuando se caminaba a pleno sol por aquellas calles pantanosas o encharcadas, polvorientas y resecas, de piedra viva y balastro, en las que uno solía descoronarse los dedos gordos del pie mientras corría jugando a cualquier cosa. En vez de esa sombra se estaría pisando al mismísimo Jesucristo crucificado, lo cual traería consecuencias que nadie conocía y que ninguno quería conocer.

Los usuales gritos, que se proferían porque sí o porque no, para llamar desde la calle a los amigos que estaban adentro de sus casas y conseguir que salieran a jugar, para discutir por alguna cosa o para enfatizar otra, también estaban vedados. Quien gritara estaría gritando a Cristo o a los santos e incluso, si era sábado santo, a La Dolorosa o Virgen de los Dolores, aquella imagen nívea y de mejillas sonrosadas, sufriente y ataviada de cerrado luto hasta los pies por la muerte de su hijo, que salía en la procesión del sábado por la noche, la cual llevaba su nombre en homenaje a su dolor.

Aunque de este riesgo estábamos casi a salvo, ya que éramos poco o nada groseros, tampoco se permitía “decir palabras”, que era como se llamaba a utilizar expresiones soeces o insultantes. Era gravísimo, ya que estarían dirigidas contra el propio hijo de Dios y, si no estaban permitidas entre nosotros y menos hacia los mayores, muchísimo menos -en qué cabeza cabía- podrían decírsele a él, que allá en la iglesia estaba crucificado y muerto por nosotros.

Barrer el andén, escupir en el suelo, tirar cosas, empujar o golpear a otro así fuera levemente y en son de juego, hablar duro, saltar, patear balones, mirar mal o torcerle los ojos a alguien, decir mentiras, reírse duro o burlarse de los demás, desobedecer a los mayores, eran también acciones que podrían estarse realizando en contra del crucificado; máxime si uno las hacía el viernes santo, sabiendo que por la noche ocurrirían su prendimiento, su juicio y condena, su crucifixión y muerte, así como la procesión del santo sepulcro, que era una de las procesiones más solemnes, vistosas y conmovedoras de toda la semana, y a la que -con excepción de embarazadas en trance de parto; beodos consuetudinarios y furtivos; enfermos o impedidos; y rateros en plan de fechoría- el pueblo entero asistía, con una vela en la mano.

Bañarse en las aguas frescas de cualquiera de las quebradas del pueblo y sus alrededores, que era uno los mayores placeres infantiles de las vacaciones de la época, también estaba prohibido, particularmente el viernes santo, so pena de convertirse en sirena o en pescado. Y ningún niño, ni el más travieso y arrestado, estaba dispuesto a averiguar qué tan cierto era este peligro.

Durante tres días con sus noches, se configuraban entonces unos silencios que -habida cuenta de sus motivos- sí que podrían considerarse sepulcrales. Unos silencios magníficos por su inmensidad, dentro de los cuales uno jugaba a identificar la procedencia y propiedad de las escasas voces que sonaban y el origen de los ruidos domésticos, los cuales salían principalmente de las cocinas de las casas. En El Polvorín o en Belén podían oírse conversaciones que ocurrían en la Loma de San Judas. Algunos ecos de la Alameda llegaban hasta la calle de Panamá. Hasta el Parque Centenario alcanzaban las voces que venían del otro lado del río. En Tres Brincos se oía todo lo que pasaba en Munguidocito y Boca Cangrejo, en La Yesquita se alcanzaban a oír las voces de la gente que hablaba en San Martín y hasta el Niño Jesús, que aún era nuevo y distante del centro del pueblo, llegaban las voces lejanas de quienes hablaban por allá en Cabí adentro, por los lados de la escuela de la Seño Saray.

Foto: Julio César U. H.

De este modo, la población se encargaba de garantizar la porción de solemnidad de la semana correspondiente al silencio. El resto corría por cuenta de la curia y su legión de ayudantes, que cada día ponían todo a punto para transmitir el efecto deseado. Las imágenes sagradas eran aseadas, decoradas, renovadas y vestidas para la ocasión; y quedaban relucientes y listas para su respectiva procesión o puesta en escena, aunque ni siquiera así se les quitara ese aire sombrío que atemorizaba a los niños, quienes creían que la mirada estupefacta de esos ojos vívidos, que los adultos decían que eran de nutria o de guagua, los seguía a todas partes sin importar hacia donde se movieran.

La Banda de San Francisco ensayaba en el coro de la iglesia unas tonadas que nos parecían sacadas de los programas de música sagrada de la Radiodifusora Nacional de Colombia o de Radio Sutatenza, por lo espléndidas e imponentes que sonaban. Daba gusto quedarse ahí, oyéndolos tocar, como en las procesiones era emocionante verlos caminar con sus uniformes de gala, sus partituras y su seriedad a tono con la ocasión, llenando el ambiente con la perfección de su música, que sin duda llegaba hasta el cielo.

Quibdó entero se volcaba a las procesiones, que hasta principios de los años 70 solamente se llevaban a cabo en la Catedral, que era la única parroquia, pues las demás iglesias aún no eran más que capillas: la capilla de Fátima en La Yesquita y la Capilla de San Judas, en la Loma. De modo que la catedral era el epicentro de esta teatralidad a la que llegábamos -según la ceremonia- en grupos de amigos o de la mano de la mamá.

A unas charlas sobre temas sagrados, que se llevaban a cabo de lunes a miércoles y que se llamaban Pláticas, casi siempre nos mandaban solos y entonces asistíamos en grupos de amiguitos de la escuela y vecinos del barrio. Igualmente, íbamos solos al Lavatorio de los pies, que nos gustaba mucho porque gente conocida representaba a los apóstoles: hombres comunes y corrientes, como Papá Juan, Pachanga, Uldarico el ciego que vendía lotería, Mártiro Robagallinas, Vicente El Pollo y otros más. En la Última Cena, el puesto de los apóstoles era ocupado por hombres que pertenecían a lo que aún se llamaba “la sociedad”, funcionarios, comerciantes acaudalados, profesionales y maestros. De la representación de la Última Cena nos deslumbraban las mogollas frescas salidas de alguno de los espléndidos hornos de barro que había en el pueblo y aquellas uvas relucientes, compactas y coloridas, que muchísimo tiempo después vinimos a saber que eran de plástico, pues en aquellos tiempos nunca habíamos visto una uva de verdad y menos de ese tamaño.

Al Viacrucis Penitencial y a la Procesión del Santo Sepulcro, así como a la Procesión de la Virgen de los Dolores, sí asistía cada uno de la mano de su mamá; aunque, igualmente, como entre ellas eran amigas, ahí nos encontrábamos también nosotros para ir caminando juntos y comentando todo lo que se nos ocurriera. El sepulcro reluciente, de madera lustrosa y de vidrios transparentes, nos deslumbraba, nos asombraba y, en cierto sentido, conmovía nuestras mentes infantiles; aunque a algunos nos llamaran la atención, por encima de todo, la belleza de su talla en madera, su simetría, su volumen y su diseño imponente. Los cantos del viacrucis, cuyo recorrido abarcaba buena parte de los barrios de la zona central de Quibdó, lograban entristecernos un poco, sin que entendiéramos muy bien por qué, pues a veces ni siquiera atinábamos a entender su truculenta letra: “Por mí, Señor, inclinas / el cuello a la sentencia;/ que a tanto la clemencia / pudo llegar de Dios.../” … “Matronas doloridas / que al justo lamentáis,/ por qué si os lastimáis / la causa no llorar? …/”.

De la Virgen Dolorosa nos impresionaba el realismo de su dolor. Era una imagen de aproximadamente un metro y medio, de aspecto lóbrego, vestida de un luto sobrio, digno y riguroso, que rezumaba melancolía. Su rostro era un retrato casi vivo de un alma desgarrada por el dolor de la muerte. El paso cadencioso, lento, pausado, con el que caminaban los portadores del anda que transportaba a la Dolorosa, al igual que la música sublimemente triste y sobrecogedora que los músicos interpretaban mientras la procesión marchaba, completaban la pesadumbre y la aflicción de esta escena religiosa inolvidable.

Al otro día, Domingo de Pascua, a primera hora, la imagen de un Cristo resucitado emergiendo de ese sepulcro perfecto en el que lo habían depositado el viernes, con un aire triunfal, regio, majestuoso, que hasta parecía sonreír celebrando su victoria, borraba de nuestras cabezas infantiles la enorme tristeza de la noche anterior al paso de la Dolorosa. El Resucitado regresaba a la vida desde su propia y breve muerte. Niños y adultos regresábamos a la normalidad de la vida sin aquel conmovedor teatro sacro anual. Al atardecer, mientras la estridencia de las golondrinas se tomaba el edificio de la Catedral y sus alrededores, nosotros nos preparábamos para regresar a la escuela al otro día, pensando desde ahora en lo que escribiríamos cuando nos pusieran a contar -como primera labor escolar de la mañana- qué habíamos hecho en vacaciones.

lunes, 22 de marzo de 2021

5 Poetas afrocolombianas

 5 poetas afrocolombianas


Teresa Martínez de Varela
(Quibdó,1913 – Cali, 1998)


Proclama a la vejez
¡Vejez! Momia que va por el sendero viejo
con un fardo de angustias… ¡Tan cansada!
Ya no percibo la luz de los reflejos
ni el soñar de la alegre campanada
sus pies dolientes con crucial manejo
y en su frente la nieve despiadada,
es la vejez. El resecado pino,
la ninfa del ayer, árbol podado
que vendió su cosecha en el mercado
de la suerte y el destino.
 
Espectro fiel de la misión cumplida
con gesto varonil
humanidad vencida y traspasada
por el dardo senil.
 
¡Longevidad! ¡Pesadilla de la experiencia!
Rosa marchita y desmayada
sobre el álbum de la conciencia.
 
Libreto de un drama… ¡Exhalación de una estrella!
La cripta del amor y la altivez…
Ley que busca el punto de tangencia en el vacío
y con toda la inocencia regresa a la niñez
para olvidar del dolor, los desengaños,
la deprimente burla de los años
que arrebatan la plena lucidez…
¡Y aquellos instantes de dulzura
de embriagada emoción… y de aventuras
donde hubo jugadas de ajedrez…!
 
¡Tercera edad! Estación de invierno
camino hacia el desierto y las heladas…
Artista que concluye su jornada
y se despide de la carpa y de la escena
con el último telón… de la velada.
 
¡Adiós al mundo! Cuando se han fugado
la esperanza y farándula febril;
y hasta el príncipe azul se ha retirado
con sus antorchas y músicas de abril…
 
Cuando inmensa fatiga de los años
han destruido la física belleza
y la mofa del vulgo… irreverente
estaciona en su rostro… la tristeza
¡Oh la vejez! Diosa sedante
de tu lindo pasado nada añoras
de ilusiones futuras nada imploras.


Mary Grueso Romero
(Guapi, Cauca)
 
Negra soy
¿Por qué me dicen morena?
Si moreno no es color,
yo tengo una raza que es negra
y negra me hizo Dios.
Y otros arreglan el cuento
diciéndome de color
dizque pa’ endúlzame la cosa
y que no me ofenda yo.
 
Yo tengo mi raza pura
y de ella orgullosa estoy,
de mis ancestros africanos
y del sonar del tambó.
Yo vengo de una raza que tiene
una historia pa’ contá
que rompiendo sus cadenas
alcanzó la libertá.
A sangre y fuego rompieron,
las cadenas de opresión,
y ese yugo esclavista
que por siglos nos aplastó.
 
La sangre en mi cuerpo
se empieza a desbocá,
se me sube a la cabeza
y comienza a protestá.
 
Yo soy negra como la noche,
como el carbón mineral,
como las entrañas de la tierra
y como el oscuro pedernal.
 
Así que no disimulen
llamándome de color,
diciéndome morena,
porque negra es que soy yo.


Yvonne América Truque Vélez
(Bogotá, 1955 – Montreal, 2001)
 
Poema 4
Éramos tan frágiles y livianos
como una gaviota en el aire
o como la hoja que en otoño
el viento arrastra… y cae.
 
Poema 5
Navegar… siempre navegar
el mar abierto de la vida.
Y cuando llegue la tormenta
encallar plácido en la muerte.


Laura Victoria Valencia Rentería
(Quibdó, 1950)
 
Al cauce del río Atrato
Toda la sed de África,
la apagarías tú, si es que estuvieras cerca.
 
Toda el hambre de los niños africanos,
la calmarían los peces
que nadan a sus anchas en tus aguas cristalinas,
tibias y sin embargo…
cierta y tristemente indiferentes a su suerte.
 
Las angustias de las madres negras
del continente hermano,
las apaciguarían irremisiblemente las canoas
que por el sereno caudal de tu torrente,
bajan repletas del manjar de la tierra que tu bañas.
 
De una tierra generosa y al mismo tiempo extraña.
 
Mientras sus bogas…
con sus voces roncas, rudas y calludas,
al son del canalete cantan
la melódica trova del regreso hacia una patria
que solo está en sus pensamientos.
 
África llora a sus hijos extraviados.
Hijos de sus entrañas cruelmente desgajados
sin haberle dado tiempo a amamantarlos.
 
África clama de sed y se nos va en silencio.
¡Por qué tuviste que nacer tan lejos!
Si desde donde corres,
no alcanzas a divisar la angustia
de tus hermanos africanos,
negros como tú, de recias manos,
de anchas narices y de gruesos labios.
 
Déjate ya de llantos y tormentos.
Deja de ahogar tus penas en lamentos.
 
Las redenciones que en tus cantos clamas
pasan de largo sin parar en puerto.
 
Te miro altivo y a la vez sereno,
romper la selva de la tierra donde moras
por caprichoso azar del universo, sabedora,
que estás en el lugar equivocado.
Mientras… África agonizante
invoca en un último conjuro
el retorno de sus hijos por el mundo esparcidos.
 
Yo te conmino…
Reconduce tu cauce, río Atrato,
vuelve al lugar donde debiste haber nacido.
Llévame a lomo de tus aguas a la tierra del hechizo
porque a ti, como a mí,
en un tiempo más allá del que vivimos
un duende blanco nos equivocó el camino.

Emiliana Bernard Stephenson 
(Isla de Providencia)

Negra, negra soy…
Toda la vida me dijeron que tenía sangre
inglesa, apellidos de puritanas y una cultura especial
que me hacía sentir tan, pero tan
diferente y distante de las otras mujeres como yo.
 
Ahora yo… soy yo. Construyo libertad…
No quiero vivir una segunda esclavitud.
 
Ahora, sueño, vivo, grito y escribo al son del tambor, aquel tambor
                                                                                [del que me despojó
la Colonia.
 
La diosa de la mar y yo reafirmamos
nuestra identidad: somos mujeres negras, negras.
Negras raizales, negras caribeñas, negras
colombianas, negras universales.
Tan negras como mamá África.
 
Ahora tengo alas… las puertas están abiertas
y el inmenso mar Caribe
de siete colores me espera…

**********
N.B. Todos los poemas fueron tomados de 
Antología de mujeres poetas afrocolombianas. 
Biblioteca de Literatura Afrocolombiana, Ministerio de Cultura. 2010.

lunes, 15 de marzo de 2021

3 poemas de mi breviario

 3 poemas de mi breviario
Foto: Doris Moreno H.

Estos poemas forman parte de mi poemario inédito Breviario de sospechas, evidencias y confesiones.         



1
Canto de batea
Quiero cantarle a la batea
que se mece cantando
al compás del río proceloso
con centrífugas ilusiones de oro
y negras desesperanzas lentas
A la batea que danza
entre las manos negras
quiero cantarle
 
Quiero cantarle a la batea
que acuna en su seno
el misterio pequeño y fugaz
de un tesoro esquivo 
aquilatado y cifrado 
en castellanos de sudor
A la batea partera
del río y de la tierra
cantarle quiero
 
Quiero cantarle a la batea
que provoca sudores y sonrisas
que despierta sueños y palabras
de la mañana a la tarde
en los ojos y en la vida 
de mineras y mineros
A la batea incitante
de futuros inciertos
quiero cantarle
 
Quiero cantarle a la batea
a su redondez incontrovertible
                            de madera
a su concavidad precisa
                            y sabia
a su antigüedad dolorosa
                   de instrumento
a su pericia irrefutable
                   de partera
y a su meneo incesante
                   de bailarina
                   trémula
                   que se menea
                   como sólo puede
                   hacerlo una batea.
 

2
Primera cosecha
Amarilléame el gusto
con la sensual sutileza
de un chontaduro capón
Refréscame los labios
con la dulzura roja
de un 
inocente marañón 
Acaríciame y bésame
con mieles de piña
y agruras de guayaba
con tersuras de borojó
y primores de árbol del pan
con fragancias de níspero y badea
y acideces suaves de lulo
con embrujos de agua de coco
y carnosas complicidades de zapote
Y píntame la vida toda
con el verde multicolor
de la piel inconmensurable
de esta tierra negra de río y selva...
Hazlo pronto que ya nos alumbra
                    la  luz primera
                    del primer día 
                    de esta cosecha primera
                    exuberante de primicias.


3
Declaración libre y espontánea
Declaro sin ambages
que la palabra hermosura
rima perfectamente con tu cuerpo
que ternura es sinónimo de ti
y que a tu cuerpo sustantivo
le lucen todos los adjetivos
sinónimos de lindo
que existen en los diccionarios
de la asociación de academias
de la lengua española.

©Julio César U. H.

lunes, 8 de marzo de 2021

De excluidas a pioneras: Mujeres y educación en el Chocó

 De excluidas a pioneras
Mujeres y educación en el Chocó


En una entrevista de hace cinco años, cuando le pidieron aconsejar a las nuevas generaciones, Nazly Lozano Eljure respondió sin dudarlo: “a todas las mujeres afrodescendientes, mi consejo es que estudien; porque el estudio es lo que lo saca a uno adelante. Si uno sabe desempeñar el cargo, a uno no lo pueden discriminar. Entonces hay que estudiar y prepararse cada día más[1].

Chachi, como es popularmente conocida la doctora Lozano Eljure entre sus paisanos de Condoto, sus amistades y familiares, fue la primera mujer afrodescendiente y chocoana en ocupar un ministerio en el gobierno nacional de Colombia, el de Justicia, a principios de marzo de 1984. El Presidente de la República era Belisario Betancur, quien la nombró Ministra en uno de los momentos más aciagos de la historia delictiva del país, cuando los carteles del narcotráfico acababan de asesinar al ministro titular, Rodrigo Lara Bonilla, con quien ella trabajaba como viceministra. Gestionar la primera extradición de un narcotraficante en Colombia fue parte de su trabajo como titular del Ministerio.

Lozano Eljure, quien fue también Secretaria de Educación del Departamento del Chocó a mediados de la década de los años 1960, sabía de qué estaba hablando al recomendar la educación como el camino de las mujeres afrodescendientes para salir adelante. Fue justamente la educación, desde comienzos del siglo XX, la que contribuyó a que las mujeres chocoanas, que paradójicamente habían sido excluidas de este derecho o limitadas en su ejercicio por diversos factores, entraran a la escena social de la región como algo más que señoritas virtuosas, distinguidas y bellas, gentiles y encantadoras, aptas para contraer matrimonio; como algo más que esposas dignas, fieles e intachables, señoras de sus maridos, de quienes debían portar el apellido en signo de filiación o pertenencia; como algo más que madres admirables y dedicadas, amorosas y sacrificadas.

Aunque en su esencia mantiene la impronta formativa orientada a preparar a las mujeres para los que se consideraban sus deberes conyugales y maternales, a través de la educación religiosa y moral, y del aprendizaje de labores domésticas y de administración del hogar, incluyendo artes de culinaria y repostería, bordado, costura y jardinería, comportamiento en sociedad y buenas maneras; el Colegio de La Presentación, abierto en Quibdó luego de la llegada en 1912 de las monjas de la congregación del mismo nombre, marca una nueva etapa en la educación de las mujeres en el Chocó. El colegio es un nuevo escenario de interacción y de socialización para quienes, antes de este, solamente tenían oportunidad de cursar la educación primaria y después eran educadas exclusivamente por sus madres y por institutrices, en el caso de familias pudientes.

Con todo y eso, el Colegio de La Presentación da comienzo a la educación formal, sistemática, ligada a un pénsum y cumpliendo normativas públicas, es decir, inaugura el intento del Estado colombiano por garantizar a un sector de las mujeres del Chocó su derecho a la educación, aun con su inocultable y reprochable carácter excluyente marcado por los requisitos de ingreso; los cuales, como lo escribió el Maestro Miguel A. Caicedo Mena, “eran exactamente impedimento para las hijas del pueblo” y “de esa manera quedaron cerradas las puertas de secundaria para las negritas”[2]. Igual sucederá en Istmina, donde, hacia 1916, abrieron las monjas un colegio similar al de Quibdó, también por encargo gubernamental y con la misma prescripción de expedir un título de “Instrucción Suficiente” a quienes culminaran los estudios.

El antiguo Colegio de la Presentación, en Quibdó,
fue posteriormente la primera sede propia de la UTCH.
Foto: Archivo Fotográfico y Fílmico del Chocó.

Con la tercera década del siglo XX, llegan hasta Quibdó los vientos renovadores del acceso del liberalismo al poder nacional y esta página de exclusión socioeconómica y racial empieza a ser corregida. El Intendente Nacional del Chocó, Adán Arriaga Andrade, nombra a Vicente Barrios Ferrer en el cargo de Director de Educación Pública, cuando está finalizando el periodo presidencial de Enrique Olaya Herrera y está a punto de comenzar el de Alfonso López Pumarejo. Se producirán entonces dos de los tres hitos históricos de mayor trascendencia en la historia del Chocó en cuanto se refiere al derecho a la educación del pueblo en general y de las mujeres en particular: la puesta en marcha de un programa intendencial de formación pedagógica de maestras y la creación de los primeros “colegios intendenciales para señoritas”, en Quibdó e Istmina, cuya dirección será encargada también a mujeres. El tercer hito es la apertura de la primera oportunidad real de acceso del pueblo chocoano y de sus mujeres a educación superior.

La dupla Arriaga Andrade–Barrios Ferrer, en una decisión literalmente revolucionaria y visionaria, que aún no ha sido plenamente reconocida por la institucionalidad ni por la sociedad chocoana de hoy, adscribió la Intendencia a los planes nacionales de formación de talento humano en materia pedagógica; haciendo posible un programa financiado con recursos públicos para que grupos de mujeres viajaran a las ciudades colombianas en donde la Revolución en marcha de López Pumarejo había emprendido la renovación del sistema educativo público, mediante la introducción de modernos principios pedagógicos europeos, con base en los cuales se crearon los institutos pedagógicos y las escuelas normales de varones y de señoritas.

Así las cosas, del Chocó viajaron a Bogotá, con los fines formativos mencionados: María Dualiby Maluf, Judith Ferrer, Carmen Isabel Andrade, Eyda Castro Aluma y Margarita Ferrer Cuesta; así como un grupo de hombres que, como ellas, serían después notables educadores: Nicolás Rojas Mena, Marcos Maturana Chaverra, Ramiro Álvarez Cuesta, Saulo Sánchez Córdoba, Vicente Ferrer Serna y Nicolás Castro Aluma. A Popayán viajaron Tulia Moya Guerrero, Edelmira Cañadas, Julia Sánchez, Clara Rosa Perea, Tita Quejada, Visitación Murillo, Teresa Campos, Digna Asprilla y Josefina Rodríguez.[3]

El 8 de marzo de 1934, cuando aún no estaba institucionalizado este día del calendario anual como el Día internacional de la Mujer, el Consejo Administrativo de la Intendencia Nacional del Chocó expidió el Acuerdo Nº 7 de 1934, “por el cual se crean sendos colegios para señoritas en las ciudades de Quibdó e Istmina”[4]. El Acuerdo establece, en su artículo 2º, que dichos establecimientos “funcionarán con el plan de gobierno para la enseñanza secundaria y normalista…”[5]. En su artículo 3º fija los sueldos de las directoras y subdirectoras. En su artículo 4º establece que el colegio de Quibdó empieza a funcionar el 1º de abril y el de Istmina el 1º de mayo… Firman el Intendente Nacional del Chocó, Adán Arriaga Andrade, Diego Torrijos como secretario, y el Director de Educación Pública, Vicente Barrios Ferrer. Clementina Rodríguez, en Quibdó, y Carmelita Arriaga, en Istmina, fueron nombradas como primeras directoras de los colegios acabados de crear.

Con el patrocinio de la formación pedagógica de maestras y la apertura de dos colegios para mujeres, podemos decir -usando un lugar común o echando mano del cajón de frases hechas- que la historia de la mujer en el Chocó se partió en dos. Como volverá a partirse cuando, 40 años después, decenas de mujeres -casi todas ellas maestras- contribuyan a institucionalizar en la región el acceso a la educación superior, por la creación de la Universidad Tecnológica del Chocó Diego Luis Córdoba, nombrada así en homenaje a uno de los principales impulsores de toda esta revolución.

A partir de entonces, desde mediados de la década de 1930, decenas de mujeres se dispersaron por la geografía regional, a medida que el gobierno fue abriendo escuelas rurales y urbanas en todo el territorio de la Intendencia y del Departamento, creado en 1947. De modo que las mujeres fueron pioneras de la democratización de la ciencia y el saber en la región. Las mujeres fueron precursoras de la implantación familiar y comunitaria del valor de la educación como medio de nivelación social y de acceso a los derechos. Las mujeres fueron las que primero llegaron a sitios que ni siquiera los mapas registraban, para llevar una voz de esperanza y de dignidad a quienes ni siquiera tenían conciencia de su valor como seres humanos. Y fueron mujeres, las mismas mujeres a las que durante tanto tiempo de la educación se excluyó, quienes se encargaron de regar la semilla de la educación a lo largo y ancho de un territorio sin más vías que sus ríos y quebradas, sus caminos de monte y sus trochas recién comenzadas. Y fueron mujeres quienes modelaron los perfiles básicos de una sociedad rural naciente al conocimiento de la naciente modernidad, naciente a la conciencia de pertenecer a un departamento y a una nación, naciente al entendimiento de principios constitucionales básicos de derechos y deberes.

Otro visionario reemplazaría a Vicente Barrios Ferrer en la Dirección de Educación Pública de la Intendencia Nacional del Chocó: Ramiro Álvarez Cuesta, quien consolidó el papel de la mujer chocoana en la educación mediante la creación del Instituto Pedagógico Femenino. Posteriormente, serían creados el Instituto Politécnico Femenino y el Instituto de Bachillerato Femenino, así como el Instituto de Comercio. Se buscaba por esta vía que las mujeres accedieran a la educación en diferentes campos y vocaciones: como maestras, como técnicas en artes y oficios, como bachilleres preparadas para continuar estudios superiores en profesiones liberales y como expertas en los nuevos campos de secretariado, contabilidad, taquigrafía, mecanografía y relaciones públicas, que las oficinas públicas y el desarrollo empresarial del país requerían en ese momento.

Con esta oferta, desde los planes educativos oficiales, se buscaba poner a Quibdó y al Chocó al día en materia de tendencias contemporáneas de educación de mujeres. La creación simultánea de Escuelas Normales de Varones y de Señoritas en todo el país concretó la perspectiva estatal, perspectiva que fue bien recibida por las familias chocoanas, las cuales asumieron que la pedagogía, la educación, el magisterio, eran realmente una oportunidad válida y apropiada de desarrollo personal de sus hijas en el campo profesional. El famoso Instituto Femenino Integrado, IFI, el de la jardinera azul y la blusa blanca como uniforme sencillo, distintivo y memorable, reuniría después todas las ofertas educativas en sus modalidades de bachillerato, entre finales de 1960 y principios de la década de 1970, en QuibdóSin embargo, gran cantidad de niñas y jóvenes, especialmente de los sectores populares de Quibdó y provenientes de áreas rurales de este y otros municipios, no lograban acceder al IFI. Ante lo cual, un grupo de profesionales y educadores chocoanos se asociaron para fundar el Colegio Manuel Cañizales, cuya creación oficial se produjo en el año 1964. En 1968, el colegio se convirtió en la Normal Femenina Manuel Cañizales y en 1975 pasó a ser un establecimiento anexo a la Universidad Tecnológica del Chocó, convirtiéndose en escenario educativo primordial para las prácticas pedagógicas de la Facultad de Educación de la UTCH. 

Foto: Julio César U. H. Agosto 2019
Tal como consta en la no muy cuidada placa conmemorativa que está ubicada en una pared de la portería del Cañizales, fueron 20 los integrantes del grupo de fundadores de esta institución de invaluable aporte a la democratización de la educación de la mujer en Quibdó y en el Chocó. 17 hombres y 3 mujeres integran el excelso grupo: José de Calasanz Mosquera, Pedro Abdo García, Heraclio Sánchez Moya, René Castillo Borja, Antonio Murillo Palacios, Osías Mosquera Arriaga, Alejandro Mosquera Moreno, Marino Bejarano, Paulina Cuesta de Valoyes, Miguel A. Caicedo Mena, Luisa Sánchez, Enriqueta Chalá de Perea, Atanacio Palacios Serna, Adán González Hinestroza, José H. Asprilla, Neftalí Mosquera M., Manuel Córdoba, Rafael Copete Torres, Álvaro Cuesta Lenis, Gonzalo González Hinestroza. La recordada Maestra María Ezequiela Urrutia de Castro estuvo al frente de la organización de la Escuela Anexa al Cañizales, cuando este se convirtió en Normal femenina.

El 6 de marzo de 1972, a las 7 de la noche, en el Colegio Carrasquilla de Quibdó, con la participación de los primeros 208 estudiantes y la presencia de las autoridades civiles, militares y eclesiásticas de la región, se celebró el acto oficial de inauguración de la Universidad Tecnológica del Chocó Diego Luis Córdoba; y al otro día, a las 6 de la tarde, comenzaron oficialmente las clases del primer periodo académico de la institución. Este es el tercer hito histórico de inserción de las mujeres chocoanas en el escenario educativo como mecanismo para ampliar su aparición como sujeto activo en los diversos ámbitos de la vida del Chocó.

Cuando surge la UTCH, aún era reducido el número de mujeres chocoanas que habían accedido a la educación superior y recibido títulos profesionales. Se destacaban, entre otras, Dorila Perea de Moore (primera mujer en ocupar la Gobernación del Chocó), Luz Colombia Zarkanchenko de González (primera mujer que fue titular de la Alcaldía de Quibdó y segunda en la Gobernación) y Nazly Lozano Eljure, primera mujer afrodescendiente y chocoana en ser nombrada en un viceministerio y en un ministerio. Mujeres como ellas tres nacen en el Chocó en un momento histórico de la Nación en el que mujeres de otras regiones han emprendido luchas reivindicativas de sus derechos y han logrado -en la década de los 30- que se expidan leyes orientadas a garantizar la igualdad jurídica de la mujer, su acceso a la universidad y su posibilidad de ocupar cargos públicos, y así sucesivamente hasta llegar a la aprobación del voto femenino, en agosto de 1954.

En Quibdó, el 16 de enero de 1972, se había abierto el primer proceso de inscripciones para estudiantes de la Universidad Tecnológica del Chocó, primera institución de educación superior que abría sus puertas en la región. Nuevamente, las mujeres fueron pioneras en el campo educativo regional, al inscribirse copiosamente para conformar la primera cohorte de los diferentes programas académicos de la UTCH, desafiando y enfrentando así la incredulidad y mala propaganda de quienes -de mala fe- desacreditaban el proceso de fundación de la UTCH y le auguraban con ardentía un estruendoso fracaso. Adicionalmente, estas mujeres, en más de un caso, debieron enfrentar a sus propios maridos y familiares, que les reclamaban porque supuestamente descuidarían sus hogares, sus matrimonios, sus hijos; al igual que lidiar con algunos de sus colegas en el ejercicio del magisterio, quienes las acusaban de descuidar sus labores docentes por atender sus labores discentes. Emilia Caicedo Osorio, primera estudiante matriculada en la UTCH, ha contado muy bien esta historia, así como también ha narrado el ejemplar trabajo de promoción que ella y sus colegas hicieron para que más y más mujeres ingresaran a la universidad, yendo de casa en casa, hablando con cada una de las potenciales candidatas, informándolas, motivándolas, convenciéndolas.

Una vez más el tesón y la determinación primaron sobre el afán de subordinación y exclusión. Mujeres chocoanas de todos los estratos y procedencias encontraron en la UTCH una oportunidad para seguirse cualificando profesionalmente y aportaron su presencia, su participación y su esfuerzo de estudiantes al nacimiento de la universidad y a su consolidación institucional. De hecho, casi la mitad del primer grupo total de estudiantes de la UTCH fueron mujeres, quienes se desempeñaban, en su mayoría, como maestras de primaria o secundaria, en escuelas y colegios de Quibdó, además de estar casadas, tener hijos y no ser ya unas jovencitas. Nada las detuvo y entraron revestidas de dignidad y pundonor, prevalidas de inteligencia y deseos de superación, por las puertas recién abiertas de la educación superior pública en el Chocó, y allí se graduaron, en su mayoría, en junio de 1976. El título de licenciatura en Educación, en los programas de Matemáticas y Física, Ciencias Sociales, Bioquímica, Psicopedagogía y Administración Educativa, e Idiomas, así como en Trabajo Social y en la Tecnología en Administración de Empresas, cuyos grados fueron otorgados en 1975, contribuirían a mejorar sus condiciones laborales, su desempeño profesional y su autovaloración personal.

Paradójicamente, en la historia del Chocó, las excluidas de la educación acabaron convirtiéndose en pioneras de la misma. Gracias a ellas, en menos de un siglo, el acceso de las mujeres a la educación progresivamente dejó de ser una rareza, un hecho aislado o un privilegio extraordinario en la región.

 


[2] Caicedo M., Miguel A. Sólidos pilares de la educación chocoana. Mayo de 1992, Editorial Lealon. 75 pp. Pág. 14.

[3] Las listas son tomadas de: Caicedo M., Miguel A., Sólidos pilares de la educación chocoana. Op. cit. Pág. 32-33.

[4] Ibidem, pág. 34

[5] Ibidem, pág. 34

lunes, 1 de marzo de 2021

Buenos días, Chocó

 Buenos días, Chocó

Uno de los primeros logos de la emisora Ecos del Atrato (izq.),
fundada por Efraín Gaitán Orjuela (der.)
Fotos: El Chocó de la A a la Z.
Archivo fotográfico y fílmico del Chocó.

Entre 1975 y 1977, de lunes a viernes, de 6 a 7 de la mañana, en Quibdó eran pocos los radios en los que no se estuviera escuchando “Buenos días, Chocó”, uno de los programas estelares de Ecos del Atrato, emisora de propiedad del sacerdote -y en ese momento misionero claretiano- Efraín Gaitán Orjuela, quien lo dirigía y conducía con una voz escasamente radial, pero ampliamente popular.

Con el tiempo, oír “Buenos días, Chocó” pasó de ser un hábito de audiencia o consumo radial a ser una costumbre más de la cotidianidad quibdoseña. El programa terminó convirtiéndose en compañía matutina de cada grupo de escolares que a esa hora caminaban hacia sus colegios y escuelas, quienes no se perdían detalle del mismo, pues sucesivamente, de casa en casa, de tienda en tienda, de calle en calle, de esquina en esquina, siempre hallaban un radio cuyo volumen les permitiera oírlo a todo lo largo de su recorrido, en una espontánea cadena de transmisión.

Los sesenta minutos que duraba el programa eran contabilizados casi uno por uno, pues el Padre Gaitán -como era conocido- daba la hora por lo menos cada tres minutos; mientras leía coplas populares chocoanas y colombianas seleccionadas por él o enviadas por sus oyentes; frases ingeniosas de autores famosos o anónimos, a las que llamaba “pensamientos”; refranes y dichos; mensajes de los oyentes para sus amigos o parientes; felicitaciones de cumpleaños, anuncios de fallecimientos, velorios y entierros, avisos varios de interés general; en fin, todo lo referente a la vida social de un pueblo que en ese momento encontraba en la radio entretenimiento y diversión, información y comunicación, un pueblo en cuya memoria aún no se habían apagado del todo los rescoldos de aquel vasto incendio ocurrido en octubre de 1966, que no solamente se llevó una arquitectura linda, una paz envidiable y un progreso relativo, sino también una buena parte de las esperanzas de la gente.

Cada día, “Buenos días, Chocó” tenía un instante culmen, una especie de clímax comunicativo, que quedó grabado para siempre en la memoria de aquellos escolares y de los adultos de la época. Ocurría cinco minutos antes de que fueran las 7 de la mañana, cuando el Padre Gaitán, luego de dar la hora, anunciaba que seguía “El mensaje”. Irrumpía entonces, de modo casi apoteósico -luego de un breve coro en inglés cantado bajo una música memorable- aquella voz cálida y envolvente, nítida y cercana, que decía, como si nos estuviera hablando simultáneamente a todos en general y a cada uno en particular: Camina plácido entre el ruido y la prisa, y piensa en la paz que se puede encontrar en el silencio. En cuanto sea posible, y sin rendirte, mantén buenas relaciones con todas las personas. Enuncia tu verdad de una manera serena y clara, y escucha a los demás, incluso al torpe e ignorante; también ellos tienen su propia historia… Y así hasta finalizar la versión en español de Desiderata[1], aquella pieza motivacional, en forma de poema narrativo, compuesta por un autor estadounidense a principios del siglo XX, que la mayoría terminamos aprendiendo de memoria y que hoy nos basta oír para seguir su letra al pie; como ocurría en los tiempos de la niñez, cuando el sonido de la campana de entrada a la escuela o al colegio coincidía con el fin de la recitación que ya de memoria hacíamos, pues adentro la cadena radial se interrumpía: Por eso debes estar en paz con Dios, cualquiera que sea tu idea de Él, y sean cualesquiera tus trabajos y aspiraciones, conserva la paz con tu alma en la bulliciosa confusión de la vida. Aún con todas sus farsas, penalidades y sueños fallidos, el mundo es todavía hermoso. Sé cauto. ¡Esfuérzate por ser feliz!

Así las cosas, para los oyentes de aquella época, Desiderata quedó en la memoria como una especie de plegaria de despedida de “Buenos días, Chocó” y como parte del ritual de bienvenida del nuevo día, una plegaria que -cantada en el inglés de jeringonza que cada uno entendía- así concluía: You are a child of the universe / no less than the trees and the stars / You have the right to be here / And whether or not it is to clear to you / No doubt the universe is unfolding as it should.

Obviamente, nunca supimos quién era el dueño de la voz que cada mañana recitaba con nosotros Desiderata. Tampoco el Padre Gaitán nos lo reveló a sus oyentes. Hoy lo sabemos y no terminamos de sorprendernos. Se trataba de un famoso actor mexicano de cine y televisión, que hacía doblajes para Hollywood, como el del papá de Los locos Addams y James Bond, el Agente 007, y que entre 1971 y 1972, grabó para CBS el disco de larga duración o LP titulado “Jorge Lavat y la canción hablada”, que contenía una docena de canciones famosas narradas o declamadas en su voz, incluyendo a Desiderata, la cual grabó también en un disco sencillo de 45 RPM.

“Buenos días, Chocó” y los demás programas de Ecos del Atrato en esos años dejaron una huella magnífica en la historia de la radio de Quibdó y del Chocó, en tiempos en los que en el espectro sonoro de la región y el país coincidían un menor número de estaciones con una calidad mayor de sus contenidos. Ecos del Atrato había nacido en Bellavista, un 3 de noviembre de 1969, como parte de la copiosa obra parroquial del Padre Gaitán, que incluyó la revista Presente, de periodicidad mensual, mimeografiada en Bellavista y precursora del periódico del mismo nombre que posteriormente publicaría en Quibdó; así como la puesta en marcha del Colegio César Conto, la fábrica de velas El Indio y un dispensario médico de bajo costo. Su primer transmisor, de un cuarto de kilovatio, fue inaugurado con la bendición del entonces Vicario Apostólico de Quibdó, Pedro Grau Arola. Dos años después pasaría a un kilovatio de potencia, con licencia del Ministerio de Comunicaciones para trasmitir en los 1.400 Khz en el dial. 

Hace 48 años, un 17 de febrero de 1973, recién trasladada a Quibdó, Ecos del Atrato fue reinaugurada en ceremonia que contó con la presencia del presidente Misael Pastrana Borrero, quien también inauguraría, al año siguiente, el transmisor de onda corta de la emisora, instalado en La Gloria, un predio situado en las afueras de Quibdó, en la vía hacia el corregimiento de Guayabal, parte del cual había sido adquirido por Gaitán, y con cuyo poblamiento intenso y acelerado comenzó a surgir una de las áreas más convulsionadas de la ciudad actual: la Zona Norte. Gustavo Vélez Henao, Emil Nauffal Dualiby, Resnel Mosquera, Falconery Ruiz Cano (FALRUCA), Ricardo Arango Mosquera (Richard), Ricardo y Pedro J. Echeverry Vargas, los hermanos Echeverry Mosquera, Eugenio Perea García, entre otros, fueron artífices de esa época dorada en la radio chocoana, junto a los precursores del control técnico en Ecos del Atrato: Eliécer y Marcial Cuesta Allín. 

Recordarlos a ellos y sus programas, así como a su competencia de entonces, Brisas del Citará, que fue dirigida por el gran Mono Díaz, será motivo de otros artículos de El Guarengue. Mientras tanto, sintonicemos los 1.400 y los 1.250 del dial de nuestra memoria quibdoseña: los recuerdos que así evoquemos harán más fácil el esfuerzo por ser felices que al final nos exigía Desiderata, y nos permitirán hacer memoria de los aportes que a la comunicación y al periodismo chocoano hiciera Efraín Gaitán Orjuela, quien falleció hace 10 años, un 11 de marzo de 2011.




[1] Aquí se puede oír la versión de Desiderata que hace casi 50 años marcó época en la radio de Quibdó: https://www.youtube.com/watch?v=LZziK9nbDQI