lunes, 30 de mayo de 2022

 2ª Vuelta


Como una mancha luctuosa en el mapa de Colombia con el que la Registraduría Nacional ilustró los resultados electorales de este domingo 29 de mayo de 2022, en los comicios para la presidencia de la república, el departamento de Antioquia salta a la vista.[1] Es el único del país en donde ganó “un señor de limitado alcance intelectual”, “candidato in pectore[2] del amo y señor del poder político del país desde hace veinte años, de quien Antioquia es cuna y sustento ideológico y electoral.

Por supuesto, este exalcalde de Medellín -capital de Antioquia- cuyos modales se asemejan más a los de un muchacho buscapleitos de un colegio de bachillerato o a los de un sheriff de aquel condado en el que convirtió su dudosa alcaldía, que a los de un adulto responsable o un político con capacidad mínima para pensar y resolver problemas, perdió las elecciones. Y, aunque en su discurso truculento para reconocer la victoria de su oponente, proclamó estar tranquilo y aceptar la derrota, en su semblante eran evidentes la frustración y la piedra (-para usar un vocablo de su jerga de origen-), así como unas ganas inocultables de explotar y despachar su fracaso con parte del amplio repertorio de vulgaridades o palabrotas que deben reposar en su reducido léxico, algunas de las cuales han pasado a ser parte de la grosería verbal nacional.

El candidato que se vanagloriaba de tener alias en vez de nombre y que se pavoneaba como si -por ser una reedición de su presidente eterno- tuviera asegurada la victoria en forma de segundo lugar y consiguiente paso a la segunda vuelta electoral; fue derrotado por “un populista de derecha que pregona que hay que acabar con los ladrones, mientras que la Fiscalía lo tiene imputado en un caso por corrupción y ha tenido que afrontar 37 investigaciones disciplinarias en la Procuraduría”[3]. A este cantinflesco personaje, que obligó a la prensa a llamarlo ingeniero, para validar así sus banales ocurrencias de disco rayado y carente de sentido, “le llegará sin ningún esfuerzo la votación de [alias] Fico, con el gobierno y Uribe incluidos, sin pagar el menor costo por ello”[4]; pues en los últimos días previos a las elecciones se consolidó -de modo público y notorio- como el plan C de la secta seudodemocrática. El periodista Félix de Bedout lo resumió con total precisión: “Quemado tempranamente el plan A, hundido estrepitosamente el plan B, se activa el plan C”[5].

Vamos a decirlo sin ambages ni rodeos, sin maquillajes ni eufemismos. Los partidarios del capo que detenta el poder político del país hace dos décadas ansían someternos a seguir malviviendo en el país que este Don innombrable de su camorra criolla construyó a su amaño para reinar desde sus ubérrimos y feudales dominios, con la impune complicidad de gobernantes, legisladores y jueces convertidos en simples consiglieri o mandaderos de su fullera majestad; sustentado en el ciego fanatismo de iglesia de garaje de millones de hombres y mujeres que resignaron su condición de ciudadanos con derechos, para devenir en siervos sin tierra ni heredad de esta mafiosa gleba de sacristanesco y arepero acento y de aguadeño sombrero, vasallos sin voz alguna más que para asentir y confirmar su obsecuencia, testaferros de voto obligatorio y prepagado.

Está en nuestras manos ciudadanas evitar que logren su cometido, impedir que el mapa de la Registraduría termine, luctuosamente y totalmente, teñido del color que hoy solamente tiene Antioquia. ¡Vive la France!


[1] El mapa ilustrativo de los resultados de las elecciones del 29 de mayo de 2022 para la presidencia de Colombia se puede ver en:

https://resultados.registraduria.gov.co/presidente/0/colombia

[2] Los Danieles, 29 de mayo 2022. Daniel Coronell. El Contragolpe.

https://cambiocolombia.com/opinion/los-danieles/el-contragolpe

[3] Ibidem.

[4] Ibidem.

lunes, 23 de mayo de 2022

 “En Colombia, el Centro queda en el centro
y además queda en lo alto:
Colombia es lo que se ve desde Monserrate”

Delfín Grueso y Darío Henao.
Entrevista en La Palabra-Universidad del Valle, mayo 2022
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Colombia vive una de las campañas electorales más superficiales y truculentas que se haya vivido en mucho tiempo. En lugar de un debate de ideas sobre gobernanza y futuro, en las expresiones públicas recogidas por los medios de comunicación y las redes sociales predominan las frases vacuas y efectistas, las salidas cantinflescas y el apabullamiento del contrario con gritos altisonantes, embustes y descalificaciones; principalmente desde el sector que ha dominado la escena política nacional en los últimos veinte años, el cual se acostumbró a hacer y decir lo que le da la gana, incluso si ello implica violar masivamente el ordenamiento jurídico del país.

La situación es muy grave. “Nuestra democracia está en peligro”, advierte en su columna semanal, ayer, el prestigioso académico e investigador Rodrigo Uprimny[1], pues las elecciones de 2022, según su análisis, “parecen combinar los peores rasgos” de las elecciones más tormentosas de los últimos tiempos, las de 1970 y 1990, “pues tenemos un gobierno parcializado, como en 1970, en un contexto de violencia creciente, como en 1990”. Uprimny nos recuerda que, en las elecciones de 1970, el presidente Carlos Lleras Restrepo se parcializó abiertamente a favor del candidato Misael Pastrana y en contra del candidato Rojas Pinilla, con las consecuencias ampliamente conocidas; tal como hoy lo hace impunemente el presidente impuesto por el ubérrimo innombrable a favor de su impuesto sucesor y en contra de quien considera una especie de enemigo natural. Uprimny rememora también que las elecciones de 1990 se llevaron a cabo después de los magnicidios “que cegaron la vida de tres candidatos presidenciales (Galán, Jaramillo y Pizarro), a lo cual habría que sumar el exterminio en marcha de la Unión Patriótica, las masacres en el campo y los atentados dinamiteros en las ciudades”. “Pero al menos en 1990 el gobierno Barco se abstuvo de intervenir en política y no mostró parcialidad hacia ningún candidato”, nos consuela el Doctor Uprimny.

Como si no fuera suficientemente grave este escenario del Estado y el gobierno al servicio de una candidatura a la que se le nota el origen y la paternidad en su procacidad y pobreza verbal, e incluso en su acento y en su desaliñada apariencia; como si no fuera suficientemente grave esta creciente y maligna reedición intencional de todas las formas de violencia posibles, luego del cumplimiento irrestricto de la promesa de hacer trizas la paz; nos está tocando vivir en medio de un desmesurado y exacerbado ambiente de racismo, caracterizado por ataques directos, hechos con alevosía, ruindad y grosería, amén de ignorancia, por parte de todo tipo de gentes que, prevalidas de su conexión con el poder y de su supuesta superioridad individual, y a falta de argumentos para controvertir, recurren al insulto racista y a la exclusión por motivos de clase, género y pertenencia territorial.

Herederos de la tradición ideológica excluyente que sustenta en Colombia y en América la construcción de nación, estos agentes de la desigualdad y del odio racial, territorial, de clase y de género, están enraizados en un contexto histórico que nos identifica como país. Para ubicarnos en dicho contexto de un modo sólido y fundamentado, en lugar de andar respondiendo necedades, traemos en El Guarengue el atinado análisis de un intelectual negro, profesor de una de las mejores universidades del país, el Doctor Delfín Ignacio Grueso Vanegas[2], entrevistado por el también prestigioso intelectual y profesor Darío Henao Restrepo[3], quienes en una charla sostenida a raíz de la publicación del artículo “Francia Márquez, el espejo que desnuda a Colombia”, por parte del profesor Grueso, desmenuzan con precisión y claridad los intríngulis del racismo histórico en Colombia. Guiado por las preguntas y comentarios de su ilustre entrevistador, el ilustre Doctor Grueso nos lleva de la mano por los caminos de la historia nacional en los que se hunden las raíces de este racismo alborotado y mezquino, desvergonzado y enfermizo, que añade al escenario electoral de la Colombia presente una alta cuota adicional y antiética de violencia simbólica. 

Esta entrevista fue publicada originalmente en su versión audiovisual por el Periódico Cultural La Palabra, de la Facultad de Humanidades de la Universidad del Valle, el 11 de mayo de 2022 y reproducida en YouTube.[4] En El Guarengue la transcribimos por el valor adicional que tiene su lectura. Bienvenidas/os a esta esclarecedora pieza histórica y filosófica.

Julio César U. H.

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Entrevista de Darío Henao a Delfín Grueso 

DARÍO HENAO RESTREPO: Hoy tenemos a un invitado muy importante para lo que está pasando en Colombia en estos meses de debate electoral, de muchas controversias, de trabajo sucio y de todo lo que desnuda a este país. Vamos a hablar con Delfín Ignacio Grueso, un profesor del Departamento de Filosofía de la Universidad del Valle, Doctor en Filosofía Política, director de uno de los grupos más importantes de la Facultad de Humanidades, el Grupo Praxis. Él ha escrito recientemente un ensayo que se llama “Francia Márquez, el espejo que desnuda a Colombia”[5], que es un artículo de fondo, que creo que amerita que reflexionemos sobre él, y habrá pues algunas preguntas con relación a este tema y a otros que, por supuesto, tienen mucho que ver con este… Empecemos por preguntarte: ¿en qué momento te surge esta extraordinaria iniciativa de hacer esta reflexión, que yo considero una de las más redondas y profundas que se ha hecho sobre este tema de lo que ha suscitado la figura de Francia Márquez al ser escogida como candidata vicepresidencial de Gustavo Petro?. Hay otras candidatas también de origen afro en otras banderías; pero, ¿qué te ha suscitado a ti el escribir este ensayo?

DELFÍN GRUESO VANEGAS: El momento político colombiano es un momento muy álgido, como lo has dicho. Es una campaña en la que se juegan muchas cosas y por lo tanto es una campaña en la que se preveía, y ahora lo estamos viendo, la guerra sucia. Aún estamos a un mes antes de la primera vuelta, la guerra sucia va a ser un protagonista. Y en la guerra sucia, por el perfil de Francia Márquez, se ha echado mano de unas reservas que están allí en el imaginario de nación: básicamente, el racismo fuerte que entre nosotros sobrevive después de dos siglos de vida republicana, la exclusión racial a los grupos étnicos y la exclusión regional a los territorios. La exclusión de un centralismo soberbio, ensimismado y orgulloso, y la misoginia, el clasismo, todo esto, convergen en una persona que se vuelve objeto de una saña, de una virulencia en donde los malquerientes echan mano cuando pueden de todo el reservorio, de todo ese acumulado de patriarcalismo, de misoginia, de racismo, de desprecio por los territorios, de desprecio por la provincia, por la tierra caliente, por todo lo que no es esta región andina, este centralismo que nos ha gobernado durante siglos. Y en la semana previa al momento en el que escribí el artículo, con la muy desafortunada comparación que hace una cantante entre Francia Márquez y un simio, una virulencia que además la cantante ha seguido mostrando, una saña muy fuerte que ha marcado el tono de buena parte de esta campaña… Bueno, esa semana se puso sobre el tapete, pienso yo, como nunca antes en la campaña y como casi nunca con esa franqueza despectiva y virulenta, ese racismo contra esta mujer. Y yo creí el momento oportuno para pensar ¿qué está pasando aquí? ¿qué se expresa en esa virulencia? Porque hay otras mujeres y hay otros representantes afro, pero no han despertado contra ellos ese nivel de sarcasmo, de virulencia, de desprecio. Por supuesto, que también está el perfil de la persona; es decir, no se trata de una persona urbana, de una persona de clase media, de una persona conectada con los círculos de poder o de lo que sea, sino que se trata de una líder de un territorio muy puntual en lucha contra proyectos de explotación minera, en defensa de un río, en defensa de una comunidad…todo eso suma, suma para que se convierta en un objeto privilegiado de desprecio.

DHR: Tú hablas, para iniciar el artículo, colocas claramente qué es lo que se pone al desnudo con este proceso que se está enfocando contra la figura y lo que representa Francia Márquez… Hablamos del patriarcalismo, del centralismo, que ya lo has mencionado, un racismo espantoso y un clasismo; con otra cosa que es mucho más grave, que hace parte de lo que Alfonso Múnera llama el fracaso de la nación, el desconocimiento de las regiones, un país que desconoce sus regiones, que desconoce dijéramos la periferia… Hablemos un poco de este asunto, que dijéramos es uno de los líos que Colombia no ha podido resolver. Yo en eso comparto mucho lo que dice Alfonso, que esta es una nación que no se ha terminado de construir, como debería ser…

DGV: En América, el proceso o la relación Estado-Nación es inverso al que se da en Europa. Allá, supuestamente, tampoco es tan cierto eso, las naciones preexisten a la creación de los estados; y en América los estados se crean sin que haya nación, se les encarga a los estados la tarea de crear nación. Y hay un fracaso a lo largo del continente en relación con esto de cómo el Estado crea nación. Esto ocurre en México y en Chile y en Uruguay y en Bolivia y en Ecuador. En todas partes está el racismo, en todas partes está el conflicto entre el centro y la periferia, en toda parte se han perpetuado estructuras coloniales. Pero, en Colombia, hemos vivido eso con ciertas particularidades. Por eso es que se dan cosas que no se dan en el resto del continente; y una de ellas es la inequidad social, la concentración de la riqueza, la concentración de la propiedad de la tierra… Y también en Colombia la tensión Centro-Periferia, que se da en todas partes. En algunas partes, el centro queda en la costa, como en Argentina o como en Perú; en otras partes, el centro queda en el centro, como ocurre en México o en Colombia. Pero, aquí hay una variable muy importante, ya que mencionas a Múnera, que es: el Centro queda en el centro y además queda en lo alto. La altitud es una variable que no se da en otras partes, de pronto en Bolivia un poco; pero hay un imaginario que Múnera muy bien señala, que comienza con El sabio Caldas: la idea de que la cultura, la civilización y la decencia, comienza en las alturas y que las zonas bajas son zonas donde no puede haber cultura. Entonces, más que un olvido de la provincia, que eso se da en toda América Latina, aquí hay es algo mucho más grave que el olvido, más grave que la invisibilización, y es una voluntad de exclusión, es decir, es algo intencional, algo expresado con formato científico, y es una mutación simbólica de la patria. Recuerda lo que entendíamos hace cuarenta, cincuenta, ochenta años, por música colombiana… ¿Qué es la música de Colombia? Es la música andina. Ahí no cabe nada que sea de los valles interandinos, ni de las dos costas, y menos aún la Orinoquía y la Amazonía. Entonces, aquí se ha amputado el territorio nacional en contra de las dos costas, en contra de los valles interandinos y en contra de la Amazonía y la Orinoquía. Ese centralismo mezclado con altitud es un rasgo muy importante de Colombia. Las tierras calientes no hacen parte del imaginario de Nación, hay una exclusión territorial, que además han sido los espacios territoriales en los cuales la guerra y el conflicto se han dado siempre; es decir, las guerras del siglo XIX y el siglo XX han corrido la frontera de esa patria imaginaria, porque las guerras se dan de preferencia en la región más allá de la tierra de la patria colombiana, que es la patria que se ve desde Monserrate. Por eso, yo traigo a colación a Miguel Antonio Caro. Yo combino un poco al Sabio Caldas y Miguel Antonio Caro con ese centralismo que muestra que Colombia es lo que se ve desde Monserrate. Lo demás no existe, es tierra de negros, es tierra de indios, es tierra de víboras, es tierra de zancudos, es tierra caliente, y eso no es parte de la patria decente, ¿no? Tú recuerdas, por ejemplo, cuando García Márquez va a recibir el Premio Nobel a Estocolmo y lleva una cantidad de vallenatos y cosas de cumbia, y la gente decente dice: cómo van a hacer el oso a Estocolmo, a Europa, a mostrar esa cantidad de negros y de corronchos… Esa es Colombia. Esa es la Colombia que está negando a esa Colombia que se llama ahora la Colombia profunda. Y eso vuelve y se expresa ahora con lo de Francia Márquez: la forma como se habla allá, los valores que hay allá, eso hay que desconocerlo, porque eso no es parte de la Colombia decente que se quiere mostrar, del imaginario de Nación que nuestras élites quieren construir.

DHR: Se acaba de publicar este libro del Profesor Luis Carlos Castillo: “Natanael Díaz, un poeta en los laberintos de la política”. Manuel Zapata lo consideraba uno de los grandes iniciadores de la reivindicación de la negritud en Colombia. Fue un parlamentario, fue un líder, un gran luchador y estuvo en los movimientos de la época progresistas en su momento; lástima que haya muerto tan joven. Pero, te digo esto es porque esta región que hoy se encarna en una figura como la de Francia Márquez pues ya tiene un antecedente en figuras como la de Natanael Díaz, para que hagamos la conexión, y por qué es tan importante esto que ya ha pasado y que vuelve y se pone en escena con la figura de Francia Márquez.

La Palabra. Univalle 2022.

DGV: Es una oportunidad buena para revisar la Historia oficial del país. En un debate de vicepresidentes, el candidato a la vicepresidencia de Ingrid Betancur, que es un coronel, le dice a Francia Márquez: a ustedes les dio la libertad José Hilario López. Eso es lo que la historia patria dice: los negros tienen que estar agradecidos por la forma como un presidente liberal les ha dado la libertad. Claro, eso desconoce la participación de los negros macheteros del Cauca en la revolución del medio siglo del XIX. A ellos nadie les regaló nada. Esta región del Palo y de lo que ahora se llama Puerto Tejada, esta región del Norte del Cauca: Quintero, Villarrica, Gualí, esta región, eran regiones fundamentalmente de negros cimarrones. A diferencia de los negros de la Costa Pacífica, de Guapi, Timbiquí y Tumaco, la historia de la lucha en el Norte del Cauca es diferente; incluso, toma en cuenta que, si bien mis ancestros vienen de la Costa Pacífica, de Barbacoas y de Tumaco, los que somos Grueso, los que somos Arboleda, los que somos López y Ortiz en la Costa Pacífica, Mosquera, tenemos el apellido de los amos. En el Norte del Cauca, los que son Mina, Posú, Balanta, Lucumí, Carabalí, son etnias africanas. Es una diferencia importante entre ser negro del Litoral y ser negro del Norte del Cauca. Y eso va ligado a la historia de la resistencia palenquera y cimarrona del Norte del Cauca. Hilario López, pero, sobre todo Tomás Cipriano de Mosquera y José María Obando, hacen sus guerras del siglo XIX en buena parte con negros del Norte del Cauca; incluso, Tomás Cipriano de Mosquera tiene un hijo negro, que muere en batalla. Los negros tomaron las armas por su libertad. Eso se olvida. No fue ningún regalo. Y los negros continúan en lucha. Francia Márquez sigue luchando todavía por el río Ovejas, por su región, por su comunidad. Y en la mitad están estos negros como, por ejemplo, Natanael Díaz o Sabas Casarán. Cualquiera que sea del norte caucano le preguntas quién fue Sabas Casarán y tú ves por ejemplo en la violencia de los años 50 y 60 la lucha por la tierra, la lucha contra la concentración de la tierra que luego hacen los ingenios, la lucha por la defensa del minifundio del norte del Cauca. Puerto Tejada, por ejemplo, era un municipio cacaotero y había una estructura de minifundio en todo el Norte del Cauca, que se fue destruyendo por el monopolio de la caña del azúcar. Entonces hay una tradición de lucha. Estos negros han luchado por su cultura, por su tierra, por su región, por su comunidad, por su territorio. Entonces eso no es nuevo, solo que ahora aparece en el escenario nacional, pero la historia patria lo ha negado. En el Norte del Cauca los negros lucharon por su libertad quizás más que los negros de la Costa Pacífica, y esa tradición se sigue recogiendo en Francia Márquez.

La otra lucha, la lucha indígena, tiene otra historia también y tiene mucho que ver con la soberbia, el desprecio racial de las familias payanesas, que era al fin y al cabo la ciudad más próspera, más poderosa de la Colonia, donde había una concentración de riqueza increíble. Comparada con Bogotá, que era una ciudad más bien pobre, Popayán era un lugar muy, muy importante, y ahí se perpetuó; no en vano sacaron siete presidentes después y no en vano las guerras que desangraron a este país en el siglo XIX eran guerras entre parientes de una misma calle de Popayán, entre familias payanesas, y eso marcó la historia del país. Y en relación con las comunidades indígenas, hay toda una historia de lucha, de resistencia, en el Cauca, como en ninguna otra parte de Colombia. Yo creo que ni los embera ni los wayú, ni en ninguna otra parte de Colombia la lucha indígena ha tenido la trascendencia, la envergadura, la historia que tiene la lucha indígena caucana.

Entonces, claro, no es gratuito que esta mujer venga de allá. Entre otras luchas campesinas, la larga tradición de lucha negra y la larga tradición de lucha indígena, el Cauca era y sigue siendo un laboratorio. Desde cuando era el Gran Cauca hasta ahora sigue siendo algo que refleja mucho este país. La exclusión, el desprecio y la tensión permanente en la relación con la tierra y con la cultura está allí. Yo veo en Francia Márquez un fenómeno que vuelve y expresa ahora en la segunda década del siglo XXI unas tensiones que vienen del medio siglo XIX. Están en lo mismo, en las luchas.

Norte del Cauca y Sabas Casarán. La Palabra, Univalle 2022.

DHR: Bueno, hay algo en lo que que tú llamas mucho la atención, en temas como el del racismo, lo que exige en los imaginarios, en las costumbres, en el lenguaje, en el día a día, que no acepta esa otredad distinta, esa diversidad que es y sigue siendo excluida y que vale pena pues que enfaticemos y hagamos conciencia a nuestra población, a nuestra ciudadanía, sobre lo problemático que sigue siendo eso en nuestro país, los imaginarios, las costumbres… Eso hasta en los chistes del día a día eso se sigue sintiendo.

DGV: Sí, el racismo está vivo. Bueno, está vivo en muchas partes. Está vivo en Estados Unidos. Fíjate, por ejemplo, el gobierno de Trump y lo que ha seguido después del gobierno de Trump, es el resentimiento de la población blanca, y sobre todo de los supremacistas blancos, el resentimiento por el gobierno de Obama. Ellos no están dispuestos a soportar otro negro en el poder. Y se pensaba que el gobierno de Obama iba a cauterizar heridas viejas e iba a dejar atrás el racismo, y parece que no, que está más vivo que nunca. El racismo ha vuelto en los Estados Unidos y está en toda América Latina. En este momento, en Chile hay un conflicto muy poderoso con los mapuches, de nuevo. Es decir, la gente no se soporta, un país que es orgullosamente europeizante, un país que se propuso exterminar, como también se propuso hacerlo Uruguay y Argentina… en el cono sur el único país que triunfó en ese propósito fue Uruguay, exterminó por completo a los charrúas; pero, Argentina no pudo exterminar por completo a los indígenas, aunque hubo guerras contra los indígenas. Si tú lees la poesía de Borges a sus abuelos, esas guerras del desierto son exterminio de indígenas, como en los Estados Unidos. Y en Chile también con los mapuches. Entonces, esas tensiones están allí, volviendo… Bueno, y el resto de América Andina… Perú, Ecuador, Bolivia y también Colombia. Por ejemplo, en relación con estas políticas argentinas de exterminio del indígena y la importación de sangre nueva, eso ya está con el origen mismo de la historia argentina, con [Domingo Faustino] Sarmiento, con sus dilemas “civilización o barbarie” y fueron relativamente exitosos en exterminar al indio y al negro. Borges decía con orgullo que en Argentina no hay negros, cuando se acabó la esclavitud los tiramos al mar o los tiramos a Brasil. Argentina tuvo ese proyecto y lo logró. Pero, Colombia nunca tuvo una política de estado racista; pero, el racismo es muy fuerte en Colombia. Aquí nunca hubo políticas eugenésicas, en otras partes sí las hubo. Sin embargo, no hay que olvidar el momento “científico”, que a Colombia llegó tarde; porque en Colombia el positivismo no tuvo la historia que tiene en México o en Argentina o en el resto de América Latina, o en Cuba, por ejemplo. Aquí en buena parte hubo otro tipo de exclusión. Pero, en el siglo XX, a comienzos del siglo XX, hay un momento en que los médicos, los intelectuales de ambos partidos, comienzan a darle formato científico al racismo, y eso es importante no olvidarlo. El debate de las razas en Colombia, que se da entre 1908 y 1940, en el que intervienen intelectuales de ambos partidos y donde se trata de leer en clave científica por qué somos tan atrasados y la respuesta es: siempre cae la culpa sobre el negro, sobre el indio, sobre el mulato. Tipos como Laureano Gómez caen todos en esa cosa.  Y eso es importante porque eso le dio un refuerzo “científico”, entre comillas, al racismo, que hoy en día no se sostiene. Después de la segunda guerra mundial, nadie se atreve a decir eso; pero, el racismo está allí, eso le dio un refuerzo en Colombia muy importante. Y vuelve, tú ves: a una mujer le dicen que es un simio.

DHR: Vamos a hablar un poco de lo que sigue circulando entre nosotros, que son los estereotipos: el costeño perezoso, el indio ladino, el pastuso bruto…, todas estas cosas que existen entre nosotros, que son producto de ese lastre del cual comenzamos a librarnos, pero que, en casos como este, vuelven a patalear, vuelven a colear, y que tú, como un pensador de la política, nos digas ante eso qué hacer…

DGV: Hay que profundizar en nuestro imaginario, hay que profundizar en nuestra historia, hay que revisar el lenguaje, hay que plantear el debate, hay que tematizar lo que se oculta, hay que -incluso- revisa el humor, revisar el lenguaje, porque excluimos de muchas formas y a veces inconscientemente. Somos machistas y somos racistas y somos clasistas de maneras que no tenemos conciencia de que lo somos. Fíjate nosotros cómo… cualquier extranjero que llega a Colombia y nos oye hablar de estratos, estrato 5, estrato 6, ellos dicen: esta gente es tan… ha naturalizado un lenguaje excluyente. Uno dice: yo vivo en el estrato 6 o en el estrato 4, y cualquier extranjero le dice: qué odioso que un pueblo haya aceptado esa clasificación, la que nos divide por clases, la que nos divide por raza, la que nos divide por ingresos. Eso hay que tematizarlo. Hay cosas que el ojo de un foráneo puede ver y aquí no lo vemos, no somos conscientes de eso… Entonces, hay que verbalizar, hay que tematizar, hay que visibilizar, y en eso puede ayudar mucho la Academia, los sociólogos, los historiadores, los antropólogos, ayudarnos a tomar conciencia de cuán excluyentes somos, de cuán soberbios somos en la relación con el otro. En Colombia hemos tenido un momento muy importante, un momento jurídico-político que fue la reforma del 91 que un poco sacudió ese imaginario de nación que nos heredó Miguel Antonio Caro, que es muy bogotano, muy católico, muy blanco, muy excluyente; se logró un reconocimiento constitucional de que somos un país poliétnico y multicultural; pero, ese reconocimiento todavía está en el papel. Se han logrado avances, claro, en lo político, en lo jurídico, en lo educativo; pero, todavía tenemos mucho por hacer. Y este fenómeno de Francia Márquez pone sobre el tapete, a propósito de lo político, cuánto todavía tenemos pendiente en materia de la inclusión en el proceso inacabado de construcción de nación. Estamos allí muy crudos y es necesario tomar conciencia. Estos terremotos deben sacudir un poco nuestro imaginario de nación, pensar otra vez qué somos como país, no solamente la Selección Colombia. Aquí hay una cosa muy importante que tenemos que revisar: la composición étnica, cultural, religiosa, social de este país, que ha sufrido una amputación que sigue siendo poderosa.


[1] Dejusticia. Nuestra democracia está en peligro. Rodrigo Uprimny Yepes, mayo 22 de 2022. En: https://www.dejusticia.org/column/nuestra-democracia-esta-en-peligro/

[2] Egresado de la Universidad del Valle, en donde se graduó como Licenciado y como Magister en Filosofía, al igual que de Sociólogo, el Profesor Delfín Ignacio Grueso Vanegas es también Doctor en Filosofía de Indiana University. Trabaja como profesor e investigador en su alma mater, la Universidad del Valle, donde dirige el Grupo Praxis, uno de los más reputados en materia de reflexión, investigación y producción académica en el área de Humanidades de esta prestigiosa universidad colombiana.

[3] Darío Henao Restrepo es Licenciado en Letras de la Universidad del Valle, Magister en Literatura Latinoamericana y Doctor en Letras Neolatinas de la Universidad Federal de Rio de Janeiro. Actualmente, en la Universidad del Valle, es Decano de la Facultad de Humanidades, Director del Centro Virtual Isaacs y del periódico cultural La Palabra. Coordinó el homenaje a Manuel Zapata Olivella en el centenario de su nacimiento, incluyendo la reedición de sus libros y la realización del exitoso documental sobre su vida.

[4] Aquí puede verse completo el video de la entrevista: https://www.youtube.com/watch?v=JXg-JEEpisY

[5] El artículo del Doctor Delfín Grueso fue publicado originalmente en Razón Pública, el 3 de abril: https://razonpublica.com/francia-marquez-espejo-desnuda-colombia/ Días después, fue publicado también en el periódico cultural La Palabra, de la Universidad del Valle, con algunas variaciones de edición: https://lapalabra.univalle.edu.co/francia-marquez-el-espejo-que-desnuda-a-colombia/

lunes, 16 de mayo de 2022

 Mater et Magistra

/Crepúsculo atrateño.
Foto: Julio César U. H.

Mi mamá murió hace cuatro años, un 14 de mayo, al día siguiente del Día de la Madre y en la víspera del Día del Maestro. Así que este sábado de antier, el que pasó hace dos días, se cumplió el cuarto aniversario de su muerte. Sí, de su muerte: no de su fallecimiento, ni de su pascua, ni de su vuelo alto, ni de su partida, ni de su trascendencia a otra dimensión, ni de su paso a otro plano, ni de ninguna de esas cosas polite que tanto se usan ahora para evitar llamar muerte a la muerte; del mismo modo que con tanta y tan inútil diligencia se volvió correcto evitar decirle vejez a la vejez y no llamar viejos a los viejos. Esta suerte de condescendencia verbal, tan semejante a la lástima, no pasa de ser un tributo generalizado al eufemismo, una simple edulcoración de la realidad que cada quien -en conciencia- puede o no elegir.

Pero, bueno, dejémoslo ahí y regresemos a lo que iba a decir de mi mamá. Pues tengo claro que contrariar estos usos que han hecho tanta carrera entre tantos hablantes, muchos de ellos convencidos de que hablar y escribir bien es una especie de antigüedad tan oxidada como inútil, es una tarea lingüística de dimensiones épicas, como devolver la sazón a su género femenino o recuperar la noción de que demasiado es excesivo y mucho es abundante y que, por lo tanto, gente como yo prefiere que siempre lo quieran mucho y que nunca lo vayan a querer demasiado; o entender que en español a todo no se le puede llamar tema solamente porque en inglés es un issue todo problema o tema controversial o importante; que no todo tiene que iniciar, también las cosas pueden empezar o comenzar; o que es más fácil abrir una sesión que aperturarla y es mejor poner atención que colocarla…

Volviendo a mi mamá, ella fue, entre otras cosas, mi primera maestra de lectura, ortografía, lexicología y gramática; ya que, además de su letra bonita y clara, aprendida en la escuela primaria, tenía una ortografía bastante buena, un vocabulario amplio y rico, gran facilidad de expresión y notable capacidad narrativa, amén de un gusto genuino y espontáneo por la lectura; todo ello a pesar de su escasez de títulos académicos, pues ni siquiera el de bachillerato lo tenía. Como todas las mamás para sus hijos, mi mamá fue durante varios años mi diccionario personal, a quien siempre le consultaba el significado de cada palabra nueva que oía. Sin embargo, muy pronto -en cuanto yo aprendí a leer y a escribir- ella le cedió su puesto a un pequeño diccionario de bolsillo de Editorial Susaeta, que me compró en la Papelería Santacoloma, de la carrera primera en Quibdó; y me prometió que algún día me compraría un Diccionario Larousse, que a su juicio era muy bueno, pues además del significado de las palabras traía ilustraciones, dibujos, fotos e información adicional y amplia sobre múltiples materias. 

Corín Tellado, escritora española (1927-2009).
Se calcula que escribió más de 5.000 historias de amor
y vendió más de 400 millones de ejemplares de sus libros.
FOTO: Agencia EFE.

Su gusto por la lectura, actividad a la que consideraba primordial para el entretenimiento, la distracción y la ocupación del tiempo libre, me lo fue transmitiendo desde que yo ni siquiera sabía leer, así como me enseñó a hacer mandados cuando yo apenas empezaba a hablar. Me leía en voz alta cosas del periódico que a ella le gustaran, al igual que los prospectos que venían con los medicamentos y las etiquetas de los productos. Me leía también trozos de novelas de amor de Corín Tellado, tanto de las más extensas -que venían incluidas en la revista Vanidades- como de las que venían en formato de fotonovelas, que junto a las de una colección llamada Selene me encantaban por sus fotografías en blanco y negro, que eran una narración adicional a los relatos y diálogos de las viñetas que las acompañaban. Cuando aprendí a leer, era yo quien le leía a mi mamá las novelas de Corín Tellado, mientras ella cosía en su máquina Singer de pedal o remataba labores manuales de modistería en los vestidos que en el momento estuviera confeccionando. A mediados de los años 1980, cuando le conté que Corín Tellado estaba viva, que seguía escribiendo, que iba a cumplir sesenta años, que era española y que su nombre de pila era María del Socorro Tellado López, mi mamá se puso muy contenta de saberlo; y casi se muere de la risa -creyendo que yo me lo había inventado- cuando le conté que, en un artículo que acababa de leer en la universidad, el escritor y crítico cubano Guillermo Cabrera Infante la apodaba “Corán Tullido”. En 2009, cuando Corín Tellado murió, le mostré a mi mamá fotos de ella en la pantalla de un computador. Fuimos felices viéndolas y leyendo notas de prensa sobre su asombrosa trayectoria de escritora; por ejemplo, una en la que Mario Vargas Llosa, quien obtendría por fin el Nobel de Literatura al año siguiente, se refería a ella como "una fabuladora nata, con una intuición romántica que iba al compás de los tiempos… […] un fenómeno sociológico y cultural cuyas obras hicieron soñar a millones de mujeres en España y América Latina"[1].

Yo aún no había entrado a la Escuela Anexa a la Normal Superior de Quibdó cuando mi mamá y yo empezamos a leer juntos -ella leía y me explicaba, yo escuchaba y aprendía- una sección de crónica roja del periódico El Colombiano, firmada por Don Upo (Alfonso Upegui Orozco) y titulada “De los estrados judiciales”. En estas crónicas, cada nada aparecían reseñados los triunfos jurídicos de un abogado de cuya inteligencia y origen chocoano me contaba mi mamá haciendo una pausa en la lectura: Licinio Mena Córdoba, una leyenda del derecho penal en los tribunales medellinenses de entonces. Igualmente, me leía y explicaba palabras mientras resolvía el crucigrama de ese diario: dios egipcio o río italiano, ambas de dos letras, lago ruso de cuatro letras y el yerno de Mahoma de tres, eran algunas de las más frecuentes. Las columnas Coctelera y Alkanotas, de Alfonso Castillo Gómez, y El hombre de la calle, de José Salgar, así como los editoriales de Guillermo Cano, eran nuestras lecturas compartidas de El Espectador, cuyo eslogan clásico jamás olvidaré, porque mi mamá me lo leía con entonado acento y en voz alta antes de pasar de la primera página: “El Espectador trabajará en bien de la patria con criterio liberal y en bien de los principios liberales con criterio patriótico”. Fidel y Gabriel Cano, a quienes anteponía el título de Don, debían ser los autores de esa frase tan sonora, según ella me contaba, hablándome de paso de la persecución sufrida por los liberales a manos de los godos, encabezados por los curas y por Laureano Gómez, de quien afirmaba que debía estar en una paila del infierno cocinándose a fuego lento en pago por todo lo malo que había sido.

Vi a mi mamá escribir, de su puño y letra, telegramas en los formatos de Telecom. Eran los mensajes de saludo que en muchos días de la madre le envió mi mamá a su madrina, Cándida Mosquera de Velasco, y a sus hermanitas de crianza, Imelda, Ludivina y Chepa Velasco Mosquera, quienes habían emigrado de Quibdó a Bogotá después del pavoroso incendio de 1966. Con su tutoría y bajo su supervisión, aprendí yo a escribir los telegramas o marconis y entonces ella me delegó, también en las navidades, la escritura de esos mensajes. De ahí en adelante, simplemente me daba el dinero, apuntábamos las direcciones de envío de los telegramas y yo me iba para Telecom, en Quibdó, y los redactaba en los mesones que había para ello, usando los lapiceros amarrados con nylon que allí estaban dispuestos. Los repasaba antes de entregarlos, contaba el número de palabras, calculaba el costo y cuando ya estaba satisfecho con los mensajes y veía que el dinero me alcanzaba, entonces los entregaba para su envío, luego de una larga y extenuante fila. De cada uno le llevaba a mi mamá la copia al carbón, para que ella verificara, así fuera ex post, la calidad de los mensajes y mi eficiencia en economía del lenguaje. Estos telegramas fueron, pues, los primeros textos libres que yo escribí; así como algunas cartas que le escribía a mi hermanita Gloria en Bogotá, las cuales aprendí a componer guiado por mi mamá, quien me enseñó las reglas epistolares básicas y la distribución de los datos en los sobres, aquellos sobres cuyos bordes eran líneas gruesas y punteadas de colores azul y rojo, en los cuales empacaba las cartas para llevarlas al correo aéreo de Avianca, cuya oficina estaba a cargo de Lito Baldrich, quien junto a su esposa Marina Mejía eran viejos conocidos de la casa.

Flor de fango, de Vargas Vila, y María, de Jorge Isaacs, fueron los primeros libros largos y sin dibujos que yo leí, bajo la tutela de mi mamá. Antes de estos, el único libro que yo tenía a mi disposición permanente, aparte de cartillas y textos escolares, era “Fábulas para niños”, una compilación bellamente ilustrada de Esopo, Iriarte, Pombo y Samaniego, con tapas duras y páginas esmaltadas, que me habían regalado en la Anexa a la Normal como premio de aprovechamiento al terminar el curso 5º de primaria.

Flor de fango me lo encontré tirado en un solar vacío de una calle de Quibdó y estaba completo, aunque le habían arrancado las pastas y algunas de sus páginas estaban sucias de pantano del suelo, que le pude despegar una vez se secó al calor del sol. La novela de Isaacs, de quien mi mamá ya me había contado que era chocoano, aunque mucha gente creyera que era de Cali, no sé de dónde apareció, un poco trajinada, ahí en el costurero de mi mamá, junto a las revistas Vanidades y Lux, las fotonovelas y los figurines o revistas de modas que la inspiraban para la creación de sus propios modelos de vestidos, combinando en los diseños los deseos expresos de sus clientas y su opinión sobre los detalles que a cada una le podían lucir mejor.

De Flor de fango, mi mamá me advirtió que esta novela durante mucho tiempo había estado prohibida por los curas, porque estaba incluida en el Índice (Index librorum prohibitorum) o lista de libros cuya lectura estaba vedada a los católicos. Me explicó por qué creía ella que el libro estaba prohibido, me dijo que no sabía si todavía lo estaba, pero que lo leyera y le fuera contando. De María no me dijo nada adicional al dato del origen de su autor; pero, de vez en cuando, me pedía que le leyera un rato sin que importara en qué punto de la novela yo ya estuviera. Las puertas del maravilloso camino de la literatura acababan de abrirse para mí, gracias a mi mamá. Vendrían después, cuando promediaban mis estudios secundarios en la Normal, los maravillosos libros de la colección Ariel Juvenil Ilustrada, que se conseguían en dos cacharrerías de Quibdó o alquilados para su lectura en dos revisterías de la ciudad. Mark Twain, Alejandro Dumas, Charles Dickens, Emilio Salgari y Julio Verne, entre otros, aparecieron en nuestras vidas: mientras mi mamá cosía, yo leía sentado en el suelo, haciéndole compañía. De la misma época es la Biblioteca Colombiana de Cultura-Colección Popular, de Colcultura, gracias a la cual supe de Eduardo Caballero Calderón, Tomás Carrasquilla y José Eustasio Rivera. En la biblioteca del Club de Leones de Quibdó, adonde mi mamá me dejaba ir casi siempre, encontré por primera vez a Tintín y sus aventuras me divertían tanto que regresaba a la casa aún sonriente después de haberlas leído una y otra vez. En los estantes de la biblioteca de la Normal hallaba los libros cuya lectura era una tarea de español, como el Renacuajo paseador, que nos tocó aprendernos y recitar en la clase del profesor Plinio Palacios Muriel. Margoth Salge, a quien mi mamá conocía, era la bibliotecaria en ambos lugares.


Innumerables lecciones de historia y geografía de Quibdó y del Chocó recibí también de parte de mi mamá. La explicación sobre cómo llegar al sitio hasta donde debía caminar para hacerle un mandado incluía casi siempre menciones al nombre antiguo de la calle o del sector, a lo que allí quedaba en tiempos de la Intendencia del Chocó o en la época previa al gran incendio que destruyó la ciudad en octubre de 1966. De modo que, desde temprana edad, caminé por calles y barrios que tenían historia, en donde vivía o trabajaba gente que había protagonizado las historias locales o parientes de quienes lo habían hecho y ya habían muerto o vivían ahora en el interior del país. Por esta vía, al igual que por unas cuantas tareas escolares de la escuela primaria, que en aquellos tiempos incluía clases de Historia del Chocó, me acerqué por primera vez a la realidad chocoana de la primera mitad del siglo XX y empecé a admirar aquella generación de chocoanos ilustres cuya inteligencia y amor por su tierra situaron al Chocó en el ámbito nacional durante esos años de gloria, efímera e incompleta; pero, gloria, al fin y al cabo. Una época y una generación de la que mi mamá, nacida en Quibdó en 1932, se sentía totalmente orgullosa y de las cuales era una delicia oírla hablar; especialmente cuando, además de conocer un hecho, conocía a sus protagonistas, como ocurría con bastante frecuencia.

A través de mi mamá supe, por ejemplo, de los alcances que había tenido el periódico ABC en Quibdó: la emocionaba contarme que le había tocado leer, cuando niña, este periódico en ediciones diarias y que en el mismo uno se enteraba de cuanta cosa ocurriera en la ciudad, incluyendo quiénes se iban o llegaban en los hidroaviones o catalinas, como también los llamaban. El florecimiento de una industria regional y local en las primeras tres décadas del siglo XX -antes de que ella naciera- también la enorgullecía: había fábricas de hielo y de bebidas y en la ciudad se conseguían todo tipo de mercancías, muchas de ellas traídas de Europa y de los Estados Unidos, como los alimentos enlatados, los licores finos, los elementos decorativos, las galletas dulces y los paños ingleses. Eran otros tiempos, me decía con algo de nostalgia.

Mientras cantaba El rey del río, Juana Blandón o María La O me contó que eran obra de los hermanos Rubén y Néstor Castro Torrijos, y me habló de ellos y de su hermana Ligia, que también era música y cantante. Igualmente, fue a ella a quien por primera vez oí hablar de Teresita Martínez de Varela como escritora; y de La Rusa, Luz Colombia Zarkanchenko de González, y Dorila Perea de Moore, como pioneras de la participación en política de la mujer chocoana. A las tres las conocía personalmente… Mas no solo de la gloria me contaba. También me habló con detalles lamentables de las carencias de la gente del común y de la ignominia del saqueo del oro y el platino del San Juan perpetrado por los gringos de Andagoya.

Todo ello, y mucho más, que ad infinitum podría rememorar, formaba parte de la conversación cotidiana que conmigo sostenía mi mamá. En la cocina, mientras hacía el almuerzo o me instruía sobre los mandados del día. En la sala, mientras se fumaba un cigarrillo en un breve descanso. En la calle, mientras caminábamos juntos cuando yo la acompañaba a alguna diligencia, casi siempre relacionada con cosas de la casa en las que yo no le podía ayudar o con asuntos de su trabajo de modistería que ella misma prefería adelantar. Una noche cualquiera mientras oíamos programas musicales en Radio Santa Fe, una mañana de sábado mientras saludaba desde la puerta a sus conocidos que pasaban por la calle, una tarde de domingo mientras zurcía y remendaba la ropa de sus hijas o les hacía vestiditos para sus muñecas. Cualquier ocasión, cualquier lugar, cualquiera hora, eran propicios para que mi mamá fuera mi primera maestra y me embrujara con la calidez y calidad narrativa de sus relatos, con la belleza de la voz con que cantaba sus boleros más queridos y con la hermosa sonrisa que iluminaba su rostro mientras me contaba y me enseñaba tantas cosas. Era mi madre, fue mi maestra. Mater et Magistra, Madre y Maestra. Gracias.[2]

Cartel funerario y tumba de mi mamá
en el cementerio de Quibdó, el día de su entierro. 
FOTOS: Julio César U. H.


[1] EL MUNDO.ES. Vargas Llosa: 'Corín fue un fenómeno social y cultural que permitía soñar'. Efe | Madrid, sábado 11/04/2009.

https://www.elmundo.es/elmundo/2009/04/11/cultura/1239470049.html

[2] Mater et Magistra alude al título de una encíclica del Papa Juan XXIII que es quizás la primera que de modo contundente aborda la cuestión social desde la perspectiva de la inequidad entre las personas, las sociedades y los países, por razones de pobreza y grados desiguales de desarrollo. Fue promulgada en Roma, el 15 de mayo de 1961, y en ella la iglesia se proclama madre y maestra de los pueblos; de ahí su título. El texto de la misma puede consultarse en: https://www.vatican.va/content/john-xxiii/es/encyclicals/documents/hf_j-xxiii_enc_15051961_mater.html

 

lunes, 9 de mayo de 2022

 Emberaes, escultores de espíritus
(Fragmento)
Nina S. de Friedemann y Jaime Arocha, 1982
Se cumplen 40 años de la 1ª edición de Herederos del jaguar y la anaconda.
Portadas del libro 1982 y 2016

En homenaje a los cuarenta años de su primera edición (Bogotá, Carlos Valencia Editores, 1982)[1], ofrecemos a los lectores de El Guarengue dos fragmentos sustanciales de un clásico de la antropología indígena colombiana: Herederos del jaguar y la anaconda, de Nina S. de Friedemann y Jaime Arocha. Los extractos corresponden al capítulo 6, que es uno de los dos dedicados en el libro a los pueblos indígenas del Chocó.

Sobre los alcances de este trabajo, en el prólogo a esa primera edición se anota: “Herederos del jaguar y la anaconda no solamente es un esfuerzo por difundir el gran fenómeno cultural indio en Colombia. El volumen se presenta en el escenario de defensa de la indianidad, por la que los mismos indios de América luchan actualmente. Sociedades indígenas asentadas en ocho regiones colombianas que han sido estudiadas concienzudamente por antropólogos colombianos y extranjeros han permitido visualizar un cuadro extraordinario, repleto de texturas sociales y culturales. Y en el trasfondo del perfil indio que dibujan sus logros hay muchas raigambres de la colombianidad. La defensa de la indianidad señala así nada menos que el camino hacia el encuentro de la autenticidad en nuestro país”.

Los textos han sido tomados, sin modificación alguna, de la edición del libro hecha por el Ministerio de Cultura, en 2016, como parte de la Biblioteca Básica de Cultura Colombiana[2]. Por la fecha de publicación del libro, es lógico que las cifras de población actual no estén ajustadas a datos del año presente.

Bienvenidos/as sean ustedes a este ilustrativo recorrido por la compleja geografía humana de las sociedades indígenas del Chocó, el desastre demográfico del que fueron víctimas como pueblos y el papel de los misioneros jesuitas y franciscanos, incluyendo al famoso Fray Matías Abad a quien se adjudica la creación de la Fiesta de San Pacho en Quibdó, quienes sirvieron "de puntas de lanza a la conquista del oro, al poder político y al dominio económico del Chocó". 

JCUH

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 Chocó: oro y ríos de oro

El Chocó, en el litoral Pacífico colombiano, es húmedo y caluroso. La lluvia cae constantemente sobre sus innumerables ríos, pantanos y laberintos de corrientes. La selva, el bosque, los tambos redondos de los indios, las chozas cuadradas de los negros, los bloques de vivienda en los puertos siempre escurren la lluvia de ayer.

De norte a sur la serranía del Baudó sobre la costa y la Cordillera Occidental, con sus picos altos cubiertos de nieve, son enormes muros que separan al Chocó en grandes trechos, tanto del mar como del interior de Colombia. Dos enormes ríos —el Atrato, que lleva sus aguas al Atlántico, recibe corrientes de 150 ríos y 350 arroyos, y el San Juan, navegable en casi 300 kilómetros y que desemboca en el Pacífico— corren por el centro del Chocó. Ambos recogen el oro y el platino que arrastran las quebradas que bajan de la Cordillera Occidental, un ramal de los Andes.

En la Colonia, un español, que empujaba cuadrillas de trabajadores negros para sacar el oro de los ríos, describió el área como un abismo de horror, montañas, ríos y tremedales. El ansia del oro en la empresa de saqueo de la conquista fue, sin embargo, más fuerte que ese horror y, pese a la hostilidad de los indígenas y la resistencia de los negros, los europeos montaron su sistema de explotación en el Chocó.

Desde el siglo XVI la fiebre del oro impulsó en los españoles el establecimiento de campamentos rústicos, sin mayor planificación, todos a lo largo de los ríos, que a su vez fueron las vías de comunicación. Al encontrar las corrientes y los depósitos de oro aluvial en los flancos orientales del Atrato y del San Juan, se acentuó el ansia de dominio sobre la población aborigen para que trabajara en la minería. Nóvita y Tadó, sobre el río San Juan, y Citará (Quibdó) y Lloró, sobre el Atrato, se convirtieron en los principales centros mineros del Chocó durante la colonia.

Sin embargo, resultaron vanos los esfuerzos de los españoles para concentrar a los indios en poblados y forzarlos a trabajar en minería. En 1586 Nóvita fue arrasado y, aunque se reconstruyó, varias veces más sufrió ataques de los indios. Estos, conocedores de la región, dueños de una organización social muy flexible, buscaron refugio lejos de las minas.

Pero de todos modos el desastre demográfico que en América ocasionaron los europeos a su llegada en el siglo XVI también tuvo su escenario tétrico en el Chocó. Los 60.000 indígenas que había en 1660, descendieron en 1783 a 15.000, y en 1808 sólo sumaron 4.450. El problema del derrumbe demográfico, que significó pérdida de brazos para el trabajo minero, intentó solucionarlo el español con la inmigración forzada de esclavos negros procedentes del África. En 1704, Chocó contaba con 600 esclavos importados y en 1782 los negros ya representaban casi el 75% de la población en el Chocó, de un total aproximado de 35.000, mientras los blancos constituían apenas el 2%, y el resto los indígenas. Los blancos eran dueños o supervisores de las minas, oficiales de la Corona, curas o comerciantes, y estaban allí en su calidad de explotadores. Casi todos eran hombres y solteros. Nunca fueron colonos. A menudo contrajeron la viruela rápidamente y se mostraron susceptibles a las fiebres, una de ellas seguramente la malaria. De todos modos, los dueños de minas más ricos y poderosos nunca se quedaron en el Chocó; controlaban sus haberes desde ciudades del interior de la Nueva Granada, prefiriendo Buga, Cartago, Cali, Anserma, Popayán y aun Santa Fe de Bogotá. Además, en la época se creía firmemente que el clima cálido y húmedo del Chocó no era apto para blancos. De tal suerte que ni los sueldos altos ni el mismo oro los pudieron retener como colonos.

En la actualidad, el 84% de la población del Chocó, con un total de 250.000 personas, desciende de los inmigrantes negros traídos para trabajar en las minas; un 8% es indígena y el resto lo componen gentes de variados orígenes, a las que por su identificación sociocultural dominante en Colombia puede llamárseles blancos. Ello dentro de un esquema socioétnico en el cual negros e indígenas, como grupos étnicos, ocupan las escalas inferiores en la sociedad de clases de Colombia.

Lo que estos datos significan es la sustitución violenta de la población aborigen por la proveniente y descendiente del África, fenómeno que actualmente dibuja al litoral Pacífico con un rostro de negro. Allí, no obstante, la presencia indígena trasciende la expresión de muchas vivencias culturales. Perfiles indios en los caseríos rurales y urbanos, en la minería o en la orfebrería de los puertos vibran en la vida diaria de mineros y orfebres negros.

La agricultura de roza y descomposición y la cestería para cargar y almacenar productos son técnicas adoptadas de los indígenas. Tanto como la estética ancestral emberá que ostentan las líneas nítidas de las magníficas y esbeltas canoas de ríos y esteros en las que se mueven los negros de todo el litoral Pacífico. Con todo, la presencia indígena más importante es la de los mismos indios de carne y hueso que viven en diversos territorios. Hoy en día existen dos grupos principales, conocidos como chocoes: emberaes y noanamaes.

En el Atrato.
Foto: Nina S. de Friedemann, 1971.

Los emberaes, más numerosos, con unos 17.000 individuos, se hallan asentados no sólo en las cabeceras del San Juan y del Atrato y sus afluentes, sino dispersos en las cabeceras del Baudó y sus afluentes occidentales. También en enclaves en pequeños ríos a lo largo de la costa Pacífica desde el Docampadó, hasta la frontera con Panamá. En el noroeste de Antioquia viven también en varios lugares y se conocen con el nombre de katíos, y al noroeste del departamento de Risaralda se les identifica como los chamíes. La expansión de los emberaes ha llegado hasta el departamento de Córdoba, en el río Sinú; en Panamá, a la provincia del Darién; por el sur hasta el Caquetá, cerca de Florencia, y aun hasta el Ecuador, según documentos. En Panamá, según la antropóloga Reina Torres de Arauz, la expansión de los emberaes ya ha logrado representatividad política en la Asamblea Nacional de Corregimientos.

Los noanamaes, por su parte, ascienden actualmente a unos 3.000 y tienen núcleos en el Medio y Bajo San Juan y afluentes como Calima, Munguidó y Docordó entre otros. Además, se han asentado a orillas del río Micay, en el departamento del Cauca, y también han llegado a la provincia del Darién en Panamá, en las riberas del río Sambú. Sus patrones de dispersión territorial, al igual que muchos rasgos de su vida en general, muestran trazos similares a los de los emberaes.

El entronque de su idioma ha sido durante muchos años tema de discusión de los lingüistas. Paul Rivet señaló que tanto el emberá como el noanamá pertenecen a la familia caribe, en tanto que Greenberg y Loukotka los consideran parte de la familia macro-chibcha. Otros, como Loewen, los han clasificado dentro de la familia chocó, en la cual tan sólo el emberá consta de nueve dialectos. Esta disparidad de opinión denota al menos la carencia de suficientes estudios, no solamente lingüísticos sino de historia cultural. Una estrategia para dilucidar el problema lingüístico consistiría en la aplicación del método comparativo para comprobar la hipótesis formulada por Reichel-Dolmatoff en 1960 sobre la procedencia amazónica de emberaes y noanamaes.

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 La disputa por el oro

Ya en 1511 los españoles sabían que en el Chocó había oro. Los expedicionarios abundaron. Por el norte entraron navegando el Atrato y desde Antioquia vinieron por tierra, a través del valle de Urrao. Desde el sur los puntos de partida fueron Popayán, Cali o Cartago por entre brechas de la Cordillera Occidental. Desde Buenaventura, el puerto que Pascual de Andagoya inició en 1536, los expedicionarios se dirigieron al mismo río San Juan. Pero los frutos no fueron halagüeños. La hostilidad de los indígenas, lo tupido de la selva, las nubes de insectos y la escasez de comida marcaron el fracaso de muchos exploradores durante décadas.

En 1624 el gobernador Valenzuela Fajardo, de Popayán, adoptó una estrategia diferente, dice el historiador William Sharp. En vista de que las armas y las armaduras de acero españolas no daban resultado, la apertura conquistadora se encomendó a frailes trajeados de negro y carmelita equipados con crucifijos de madera para que se enfrentaran con las flechas envenenadas de los indígenas. Así lo hicieron y un par de jesuitas se fueron al río San Juan entre los noanamaes, donde trabajaron como diez años iniciando las reducciones de indios. Estas noticias llegaron tanto a Cartagena como a Antioquia. Entonces, los curas franciscanos también se animaron. En 1648 fray Matías Abad, que estaba en Cartagena, viajó al Chocó y aunque alcanzó a escribir cartas y un diario contando cómo la región era una de las más ricas del mundo, sólo duró vivo allí un año. Ello no obstó para que los franciscanos siguieran interesados en la región y obtuvieran permiso de la Corona para instalar reducciones de indios en las riberas del Atrato.

De esta manera quedó instaurada la rivalidad entre las provincias de Popayán con sus jesuitas en el San Juan y la de Antioquia con sus franciscanos en el Atrato. Ambos misioneros sirvieron de puntas de lanza a la conquista del oro, al poder político y al dominio económico del Chocó.

En 1690 los primeros españoles independientes buscadores de oro llegaron al Chocó con reducidas cuadrillas de esclavos negros. Algunos por su cuenta y riesgo también empezaron a forzar a los indios a trabajar desmesuradamente en las minas. Estos reaccionaron no solamente emprendiendo la huida, sino en ocasiones uniéndose en rebelión a los esclavos negros para destruir los campamentos y los trabajos mineros. Para mantener el orden, los gobernadores de Antioquia enviaban soldados. Las milicias españolas lograban devolver algunos indios a las reducciones, en tanto que los negros eran ahorcados.

Sven-Erik Isacsson, refiriéndose a la estrategia de los españoles para reunir indios durante la Colonia, anota cómo las tácticas españolas para fundar pueblos en el Alto Atrato consistieron en derribar primero las casas indígenas para obligar a sus moradores a buscar refugio temporal, y después talar las rozas y los platanares a fin de forzar a los indios a quedarse en el pueblo, bajo el control político y religioso de los colonizadores. En un comienzo, las reacciones de los indígenas fueron de protesta, indignación y violencia hasta el punto de quemar y abandonar Citará (Quibdó) en 1684.

Con el tiempo, las reacciones se hicieron menos airadas, pero el forcejeo continuó y los indios siguieron su política de dispersión. Los españoles, en su empeño por reunirlos, no cejaron nunca en la fundación de pueblos. Capturaban y devolvían a los indios fugitivos a sus sitios de reducción. En otros casos mezclaban a distintos indios «cimarrones» y con ellos trataban de iniciar más poblados. Ese fue el caso de Murrí en 1711, que fundaron con indios huidos de Quibdó, Lloró, Bebará y Tadó.

Aquellos que fueron sometidos ejecutaron trabajo agrícola y proveyeron el alimento de los negros en las minas. Además, trabajaron como cargueros y bogas en el arrastradero de San Pablo, istmo situado entre el Alto Atrato y San Juan, y a través de la cordillera; también participaron en la construcción de iglesias y casas. Aunque por esta época empezó a hablarse de un Chocó «pacificado», hubo también de reconocerse el fracaso de la cristianización.

Pero la disputa de los españoles por el dominio total del Chocó no había terminado. Era el año 1679 y la época próspera de bucaneros y otros piratas en el Caribe. Unos trescientos piratas bien armados y con provisiones arrimaron sus barcos a las costas del Darién. Entre ellos los conocidos capitanes ingleses John Coxon y John Cooke, que se lanzaron a navegar por el Atrato y llegaron a Quibdó. Su ambición de oro tenía claras dimensiones. Cada uno desembarcó con un enorme baúl, para llevarse una enorme sorpresa. No había tanto metal disponible en el momento. Pero la aventura marcó el despegue de más piratas, quienes, encontrándose en las bocas del Atrato, hicieron tratos con los kunas del Darién para invadir el territorio.

No fueron sólo amenazas. En 1702 los ingleses, aprovechando la enemistad de los emberaes y noanamaes con los kunas, se aliaron con estos últimos para intentar tomar posesión de territorios, enfrentándose con los españoles y cuadrillas de noanamaes, en la boca del río Bebará. En la batalla murió un apreciable número de kunas, y los ingleses perdieron hombres, botes, canoas y provisiones. Pero estos no cedieron en su interés por el oro. Se asentaron y establecieron intercambios con los kunas, iniciando el comercio de mercancías y esclavos negros a cambio de oro de contrabando procedente del Chocó.

lunes, 2 de mayo de 2022

 Bojayá 20 años: 
este dolor que no pasa

Mausoleo de las víctimas de Bojayá.
FOTO: El Tiempo.

"Recuerdo que el 2 de mayo,
fecha que no olvido yo,
pasó un caso en Bellavista
que el mundo entero conmovió.
 
Cuando yo entré a la iglesia
y vi la gente destrozada
se me apretó el corazón
mientras mis ojos lloraban".
 
2 de mayo
Domingo Chalá
Sepulturero y sobreviviente
de la Masacre de Bojayá.

Eduardo Cifuentes Muñoz, actual presidente de la Jurisdicción Especial de Paz, JEP, era el Defensor del Pueblo de Colombia en el momento en el que se produjo en el antiguo poblado de Bellavista, cabecera municipal de Bojayá, Departamento del Chocó, “una de las peores masacres de nuestra historia, el 2 de mayo de 2002, cuando la guerrilla de las FARC disparó una pipeta bomba contra un comando paramilitar atrincherado en el pueblo, pero la bomba cayó en la mitad de la iglesia, donde había más de quinientos civiles resguardándose del fuego cruzado”[1]. La Defensoría del Pueblo, a instancias del propio Cifuentes y en su propia voz, haciendo uso de todos los medios y mecanismos a su alcance, había advertido -incluso hasta ocho días antes del cruento hecho- del alto riesgo en el que se encontraba la vida de la gente en el Medio Atrato, en un área geográfica cuyo epicentro lo conformaban Bellavista en la margen occidental y Vigía del Fuerte en la margen oriental de aquel tramo del río Atrato en donde este sirve de límite departamental entre el Chocó y Antioquia.

El Estado colombiano no atendió las advertencias y alertas de la Defensoría del Pueblo, a pesar de que fueron emitidas oportunamente y con anticipación tan suficiente que bien podría haberse actuado para evitar la lacerante tragedia. “Considerando las alertas formuladas por la Defensoría del Pueblo, la Procuraduría General de la Nación y esta misma Oficina, debe descartarse la posibilidad de que las instituciones estatales desconocieran la existencia de los riesgos que afectaban a la población civil del Atrato Medio. La prioridad de protección del derecho a la vida que debe guiar la actuación del Estado no fue implementada de manera oportuna”, indicó -dieciocho días después de la masacre- la Oficina en Colombia del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, en el informe de la misión de observación que adelantó en el Medio Atrato entre el 9 y el 12 de mayo de 2002, el cual fue presentado el 20 de mayo de 2002.[2]

Igualmente, a través de todas sus estructuras pastorales, la Diócesis de Quibdó había hecho públicas y múltiples advertencias sobre el gravísimo riesgo en el que se hallaba la vida del pueblo medioatrateño. Las religiosas Agustinas Misioneras y Misioneras Lauritas, los misioneros del Verbo Divino y Claretianos, así como el clero diocesano de Quibdó a cuyo cargo estaba la Parroquia de Bellavista, levantaron su voz eclesial y solidaria, en conjunto con COCOMACIA -el Consejo Comunitario Mayor de las comunidades negras de la región- y con las organizaciones representativas de las comunidades indígenas. Equipos misioneros y organizaciones étnicas expusieron la situación ante autoridades de todos los ámbitos, desde los púlpitos de los templos y en todo tipo de reuniones comunitarias. Era vox populi que algo grave iba a suceder. Y sucedió. Pero, nadie, ninguna autoridad, atendió el clamor.

20 años después, el dolor y la tristeza, el miedo y la incertidumbre no cesan en Bojayá. Si bien el pueblo de Bellavista fue reubicado y algo de infraestructura se ha instalado, la zozobra continúa, al igual que la desatención estatal frente al peligro. “Después de esto, Bojayá ha tenido más de 6 alertas tempranas de presencia de grupos armados en los territorios, que han sido desatendidas por la institucionalidad”, explica Leyner Palacios Asprilla, integrante o comisionado de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición, oriundo de Pogue, corregimiento del municipio de Bojayá, y quien perdió veintiocho parientes en la masacre.[3]

20 años después, tres cuartas partes de la población rural del Municipio de Bojayá, gente indígena y negra que mora en comunidades de los ríos Bojayá, Cuía y Pogue, ni siquiera pueden moverse libremente en sus territorios colectivos, que ancestral y legalmente son de su propiedad. Las frecuentes y fuertes restricciones de movilización, que les son impuestas por los grupos armados (AGC y ELN) y que conducen a su confinamiento obligado, se han convertido en una nueva modalidad de violación de sus derechos. Ahora ni siquiera podrían huir o desplazarse forzosamente si llegare a ser necesario para salvaguardar sus vidas. De igual manera, el reclutamiento forzado de jóvenes por parte de los grupos armados ha llegado a tal extremo que, en los últimos tiempos, medio centenar de jóvenes indígenas han optado por el suicidio para librarse de esta imposición: “un saldo muy triste”, lo denomina Leyner Palacios. Así mismo, “tenemos un saldo también de presencia de minas antipersonales, donde han caído muchos compañeros indígenas y hermanos afrocolombianos”.[4]

Leyner Palacios Asprilla
Comisionado de la Verdad.
FOTO: Comisión de la Verdad.


20 años después, la población de Bojayá se encuentra reconocida como sujeto de reparación colectiva, y el municipio -por obvias razones- está incluido dentro de la estrategia PDET (Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial). Pero, aún hay mucho de nominal y discursivo en estos reconocimientos. La reparación se lleva a cabo de modo lento y fragmentario, y el acceso a servicios públicos de educación y salud, agua potable y energía eléctrica sigue siendo casi tan precario como hace veinte años. “En el municipio de Bojayá hay tres sujetos de reparación colectiva: la comunidad afro de Bellavista cuyo Plan integral de reparación colectiva (PIRC) se encuentra en fase de implementación con un avance del 35,1 %; la comunidad indígena emberá Dóbida de Bojayá con un avance del 39,5 % y la comunidad afro del municipio de Bojayá compuesta por 19 Consejos comunitarios, que está en fase de diseño y formulación de su PIRC”, informa la Unidad para la atención y reparación integral a las víctimas.[5]

20 años después, uno de los acontecimientos quizás más significativos para el alma colectiva destrozada de estas comunidades, cuya vida fue súbitamente trastocada para siempre por aquella masacre infame, fue el sepelio colectivo de las víctimas, que se llevó a cabo a finales del 2019 e incluyó una completa y dolorosa celebración de los rituales de velorio sin los cuales se habían truncado la despedida y el sosiego de estas almas que merecían descansar en paz después de la ignominia de su cruenta muerte en un pueblo donde antes de la masacre la gente solía morirse de vieja. “Han tenido que pasar 17 años para que las víctimas de Bojayá retornen a su tierra y sean sepultadas según los usos y costumbres ancestrales del pueblo negro del Atrato. Después de un largo proceso de exhumaciones y equívocos, Medicina Legal y la Fiscalía culminaron la identificación de 72 cuerpos de los 84 restos que quedaron tras la masacre. Los restos, que fueron exhumados de cementerios y fosas comunes en Bellavista, Pogue, Napipí y Vigía del Fuerte, regresaron al Atrato el 11 de noviembre en 98 cofres de madera que hicieron un recorrido simbólico en bote para ser velados en el pueblo durante una semana, antes del sepelio colectivo, que ocurrió el lunes 18 de noviembre a partir del mediodía. Conmovedoras escenas de dolor se vivieron durante todos estos días en Bellavista, donde las familias recibieron los restos con las explicaciones técnicas de los peritos de la Fiscalía”, anota la narración que del importante acontecimiento hizo la Comisión interétnica de la verdad de la región Pacífico-CIVP.[6]

Domingo Chalá
Sepulturero y sobreviviente
de la Masacre de Bojayá.
FOTO: Unidad para las víctimas.

Hace 20 años, la valentía asombrosa del aterrado sepulturero del pueblo de Bellavista evitó que los bandos perpetradores de la masacre de Bojayá profanaran los cuerpos de los muertos y terminaran deshaciéndose de ellos de cualquier manera, como si no fuera suficiente con haberlos asesinado. Con los arrestos que le quedaban en el alma, este hombre sinigual, adolorido hasta más no poder, pero consciente de que era eso o nada, sepultó en fosas comunes la mayor parte de los cuerpos. “Hágale, que si usted no está en condición les rociamos gasolina. No, no, no, venga yo me comprometo, me siento capacitado, merecen sepultura. Pidió que le consiguieran una caja de aguardiente y, en compañía de otros sepultureros, pero bajo la presión de las balas, los sepultó en fosas comunes”[7]. “Lo que hicieron con mi pueblo, / por Dios, no tiene sentido: / matar tantos inocentes / sin haber ningún motivo”, cantó, sobreponiéndose al miedo. En estrofas nacidas de su propio calvario, Domingo Chalá dejó para la historia el registro de lo sucedido, del mismo modo que -sin plena conciencia del inmenso valor que para la posteridad tendría su triste y valiente trabajo- preservó para su gente la posibilidad de identificar y sepultar debidamente a sus muertos pasados tantos años.

20 años después, la muerte no ha parado de acechar en Bojayá. La respuesta del Estado colombiano frente a esta sórdida amenaza sigue siendo insuficiente y precaria. Cuando las organizaciones étnicas, la Iglesia y el movimiento social de la región chocoana han puesto de presente la situación, que hoy abarca todo el Chocó y extensas áreas del Pacífico, la respuesta de los funcionarios ha sido desestimar las denuncias y denostar a los denunciantes, incluyendo al saliente Obispo de Quibdó, Monseñor Juan Carlos Barreto Barreto, a quien hasta de mentiroso lo trataron dos ministros del actual gobierno nacional. “No es justo que una población que haya sufrido tanto desmán en la guerra tenga que seguirla soportando 20 años después. Una población que le demostró al país que la paz es necesaria, con su 97% en ratificación del Acuerdo de Paz, hoy se encuentran sumamente sumergidos en la profundidad del conflicto armado”, manifiesta al respecto el Comisionado de la Verdad Leyner Palacios[8].

“No podemos seguir soportando los niveles de connivencia entre algunos sectores de las fuerzas militares y no podemos dejar sometido a este pueblo al vaivén y a la voluntad de los grupos armados como el ELN y el Clan del Golfo. Es muy importante que le apostemos a la paz, que le apostemos a la materialización de los derechos de las víctimas y una manera de reconciliarse con Bojayá es reclamarle al Estado colombiano que por fin los proteja”, concluye Leyner Palacios Asprilla, quien acaba de graduarse como abogado en la Universidad Tecnológica del Chocó “Diego Luis Córdoba”, en Quibdó.

20 años después, la gente de Bojayá espera que su vida sea preservada y sus derechos garantizados, que su bienestar deje de ser una ilusión vana, que se queden atrás para siempre la crueldad desmesurada y el enorme desprecio por la vida humana que dieron origen a este dolor que no pasa.

 

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Para Julius Plaza, Yebraíl Alvarez, Alirio Ortiz y las queridas AM: 
Carmen Garzón, Dennis Ramírez, Claribel Vásquez y Rosa Isabel Cuéllar 
…por los tiempos aquellos.

Para José Óscar Córdoba Lizcano, atrateño, amigo y compañero de caminos,
in memoriam, en el primer aniversario de su muerte.

 



[2] Oficina en Colombia del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Informe de la Oficina en Colombia del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos sobre su Misión de Observación en el Medio Atrato. 20 de mayo de 2002. 56 pp. Pág. 23.

[3] Comisión de la Verdad. Conmemoración de los 20 años de la Masacre de Bojayá, Chocó. Reflexiones de Leyner Palacios. En: https://www.youtube.com/watch?v=iLNmLpP-lZw

[4] Ibidem.

[5] Unidad para la atención y reparación integral a las víctimas En 20 años de la masacre, la Unidad presenta balance de acciones en Bojayá. Mayo 01 2022. En:

https://www.unidadvictimas.gov.co/es/conmemoraciones/en-20-anos-de-la-masacre-la-unidad-presenta-balance-de-acciones-en-bojaya/72771

[6] Comisión interétnica de la verdad de la región Pacífico-CIVP. Bojayá entierra sus muertos 17 años después. Noviembre 20, 2019. En: https://verdadpacifico.org/bojaya-entierra-sus-muertos-17-anos-despues/

[7] EL PAÍS. Bojayá despide a sus muertos. Por CATALINA OQUENDO. Bojayá (Chocó) - 17 NOV 2019 - 17:14 Actualizado:18 NOV 2019.

En: https://elpais.com/internacional/2019/11/17/actualidad/1574027935_181763.html

[8] Comisión de la Verdad. Conmemoración de los 20 años de la Masacre de Bojayá, Chocó. Reflexiones de Leyner Palacios. En: https://www.youtube.com/watch?v=iLNmLpP-lZw