lunes, 29 de mayo de 2023

 Recordando el 5° EPA

★El precioso afiche del 5° EPA es obra del artista Fredy Sánchez Caballero. La portada del documento de Memoria y Conclusiones fue diseñada por el entonces Obispo de Quibdó y gran auspiciador del Encuentro, Monseñor Jorge Iván Castaño Rubio. FOTOS: Julio César U. H.

Entre el domingo 23 y el viernes 28 de junio de 1991, 220 hombres y mujeres de las iglesias locales de Brasil, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Panamá y Venezuela, vinculados por historia, por misión o por vocación a la causa afroamericana desde la Iglesia Católica de América Latina, se reunieron en Quibdó -en las instalaciones del emblemático colegio que entonces aún se denominaba Instituto Femenino Integrado, IFI- para celebrar el 5° Encuentro de Pastoral Afroamericana, 5° EPA, por delegación del 4° EPA, que había tenido lugar en la histórica población de Limón, Costa Rica, del 20 al 25 de febrero de 1989.

Obispos y dignatarios de curias, episcopados y departamentos de pastoral, sacerdotes diocesanos y misioneros, religiosos y religiosas, agentes de pastoral, seglares, laicos, maestras y maestros, profesionales al servicio de distintos sectores eclesiales y de organizaciones comunitarias de base, y gente común y corriente sin otro título que su identidad o su firme comprometimiento con esta causa, allí estuvimos. Durante cinco días, reflexionamos y dialogamos -cada quien desde su experiencia y su procedencia- sobre el camino que podría conducirnos Hacia un proyecto afroamericano de educación liberadora, que fue el tema definido para el 5° EPA; un tema en cuya enunciación -a propósito y con toda la intención histórica del mundo- los organizadores del encuentro habíamos decidido juntar las dimensiones étnica y política, religiosa y social, no formal y formal, de la educación.[1]

«Afroamérica llegó a Quibdó, un rincón de esta patria grande y negra donde la vida lucha cada día contra las amenazas de la muerte, teniendo como guía al Señor de la Historia, presente desde siempre en la Cultura de nuestro pueblo. A la cita del Quinto Encuentro de Pastoral Afroamericana (5º EPA) concurrieron los hermanos de Brasil, Costa Rica, Ecuador, Panamá, Venezuela y Colombia. Y la Diócesis de Quibdó, como sede y responsable de la Coordinación del Encuentro, los acogió a todos, con alegría y fraternidad, en espíritu de servicio y en fidelidad al Dios de la Vida, nuestro Padre». Así comenzaba la presentación del documento de Memoria y Conclusiones del 5° EPA.[2]

A los alcances, contenidos y desarrollo específico de la temática del 5° EPA, nos referiremos en detalle en próximas ediciones de El Guarengue. Por ahora, en esta primera entrega sobre la espléndida memoria de tan nutrido y sustancioso encuentro -y a propósito de la conmemoración de la afrocolombianidad en este mes de mayo- evocamos la noche inaugural de tan histórico evento, gran parte de cuya sustancia fue recogida en el documento de Memoria y Conclusiones, publicado por la Diócesis de Quibdó en septiembre de 1991, tres meses después de realizado el Encuentro. Dichas conclusiones conservan asombrosa vigencia como aporte a los debates y procesos que sobre educación popular y etnoeducación se han adelantado en diversos escenarios desde aquel entonces, cuando vivíamos una especie de momento fundacional efervescente de las luchas por la inclusión del reconocimiento étnico afroamericano en las constituciones y legislaciones de los países del continente. Estas luchas empezarían a fructificar en el proceso constituyente que condujo a la promulgación de la nueva Constitución Política de Colombia, el 4 de julio de 1991, menos de una semana después de finalizado el 5° EPA, cuya concurrencia alcanzó a enviar a la Asamblea Nacional Constituyente un mensaje similar al Telegrama Negro, exigiendo el reconocimiento étnico del pueblo negro de Colombia en la nueva Constitución. Su texto era el siguiente: 

Al Señor Presidente de la República de Colombia, a los Señores Presidentes y miembros de la Asamblea Nacional Constituyente de Colombia, a los medios de comunicación y a la opinión pública.

Los 220 participantes en el 5° Encuentro de Pastoral Afroamericana (5°EPA), reunidos en Quibdó-Chocó del 23 al 28 de junio del año en curso, provenientes de las diferentes regiones afroamericanas de Colombia: Nariño, Cauca, Valle, Chocó, Costa Atlántica y del Caribe, respaldados por los hermanos afroamericanos de Costa Rica, Panamá, Brasil, Ecuador y Venezuela, declaramos que: 1. Los afroamericanos nos reconocemos como grupo étnico. 2. Pedimos a la Asamblea Nacional Constituyente que el articulado definitivo sobre territorios étnicos se defina como "TERRITORIOS INDÍGENAS Y AFROAMERICANOS". 3. Lo que solicitamos no es un favor, ni una limosna, sino un acto de justicia histórica en beneficio de los 3.5 millones de afroamericanos desconocidos legalmente y marginados durante 470 años.

La Casa de la Cultura Jorge Isaacs, de Quibdó, era entonces tan nueva que los quibdoseños ni siquiera teníamos claro que sus instalaciones contaban con ese tremendo auditorio en el que llevamos a cabo la inauguración del 5° EPA, aquella noche del domingo 23 de junio de 1991, con lleno total y desde las 7 p.m. El Presbítero Manuel Napoleón García Anaya, uno de los primeros curas negros del moderno clero diocesano de Quibdó; y la siempre conocida y recordada profesora de múltiples generaciones de estudiantes del IFI, Luz Estela Moreno Moreno, fueron maestro y maestra de ceremonias, de aquella inolvidable y conmovedora velada, que incluyó, cómo no, música, danza y poesía, rituales y oraciones, como primeras reflexiones.

Y la reflexión, esa misma noche, comenzó. Con unas palabras bastante dicientes, novedosas en la boca de un obispo -el de Quibdó-. Y con unas rimas consonantes, al mejor estilo de la copla vernácula del pueblo negro de todo el continente, en la voz siempre sonora, recia y genuina del Poeta del Pueblo, Isnel Alecio Mosquera Rentería. A esas palabras episcopales, sencillas y profundas como su autor; y a esa poesía sencilla, elemental, de cuartetos inmejorables, del inagotable caudal creativo de este afrosanjuaneño juglar; está dedicada esta edición de El Guarengue. ¡Bienvenidos/as a esta memoria de vida!

Julio César U. H.

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 Bienvenida a los participantes en el 5° EPA
-5°Encuentro de Pastoral Afroamericana-

 
Monseñor Jorge Iván Castaño Rubio,
Obispo de la Diócesis de Quibdó
Casa de la Cultura Jorge Isaacs
Quibdó-Chocó, 23 de junio de 1991

Reciban, todos ustedes que nos honran con su presencia, los saludos más cordiales y el abrazo fraterno de la Diócesis Misionera de Quibdó. Con esta ceremonia de familia, llena de alegría, cariño y esperanza, pretendemos inaugurar el Quinto Encuentro de Pastoral Afroamericana. Al decir «el quinto encuentro», estamos afirmando que él es un paso más en un largo caminar de casi 10 años, buscando respuestas a un sinnúmero de inquietudes pastorales referentes al pueblo negro que peregrina con todos los demás hombres en esta patria grande que llamamos América Latina.

Al referirnos al pueblo negro, en esta noche memorable, queremos hacerlo con un profundo respeto, pues, en el fondo de todos los planteamientos que se pueden hacer sobre él, está nuestra certeza de fe inconmovible de que el corazón de un pueblo es sagrado, como sagrados son y serán su identidad cultural, su patrimonio histórico y sus tradiciones religiosas.

Y cuando tratamos de evocar las razones por las cuales en este nuevo mundo, multiétnico y pluricultural, se hizo presente el pueblo negro, la terrible odisea de su viaje del África hasta este continente, la violencia inconmensurable padecida a causa de la esclavitud, la explotación y la muerte en todas sus formas; a uno sólo le queda el camino de compartir el dolor por lo ya sufrido, y la esperanza de que se puede crear, de verdad, un mundo nuevo para los pueblos afroamericanos, que tienen derecho a soñarlo, a construirlo y a vivirlo.

Ningún pueblo podrá ser entendido, y menos el pueblo negro de América Latina, si no nos acercamos con respeto profundo a los temas centrales que han conformado su vida y han dejado en la historia las huellas inconfundibles de sus logros y de sus fracasos, del dolor y muerte padecida, como también de la dignidad y grandeza humana rescatadas. Nuestro interés por todo lo que fue, es y será el pueblo negro en América Latina es vital, no superficial o simplemente folclórico.

En este punto, queremos hacer nuestros los versos de Jorge Artel, quien criticaba, con razón, a los que consideran las cosas referentes a los negros como curiosidades que se venden o se exponen a viajeros de otros mundos. Estas son las palabras del poeta:

Negro soy desde hace muchos siglos.
Poeta de mi raza, heredé su dolor.
Y la emoción que digo ha de ser pura
en el bronco son del grito
y el monorrítmico tambor.
 
El hondo, estremecido acento
en que trisca la voz de los ancestros,
es mi voz.
 
La angustia humana que exalto
no es decorativa joya
para turistas.
¡Yo no canto un dolor de exportación!

En el trabajo que vamos a emprender en el día de mañana, y que va a durar toda la semana, vamos a escuchar la voz, sí, la voz del pueblo negro del Brasil, del Ecuador, de Panamá, de Costa Rica y Venezuela, de los que vienen de toda la inmensa y bella Costa Pacífica Colombiana, y también de Cartagena, en la Costa Atlántica.

Para nosotros esta voz es sagrada, porque es como el eco de muchas otras voces, la que se oyó en el gemir de las galeras, o la que resonó en el ámbito libre de los palenques, el grito de los cimarrones en Colombia, o el de los Quilombos en el Brasil... Esta voz llega viva y fuerte hasta nosotros, pero esta vez más grávida de esperanza. Sin ella, no se podría dar un paso seguro en la vida y en la historia.

Candelario Obeso, poeta negro de Mompox (Colombia), en su Canción del Boga Ausente, resumía a su manera, la historia de nuestros negros, historia como la noche, sin luz, pero soñando amaneceres. El Boga que impulsa su barca, aunque no sepa hacia dónde va, que no se queda inmóvil, que se mueve hacia adelante, aunque tal vez no llegue personalmente al puerto anhelado. Estas son sus palabras:

«Que triste que está la noche,
la noche qué triste está;
no hay en el cielo una estrella,
Remá, remá».

Pero hoy, si este personaje estuviera entre nosotros cantaría, no me queda la menor duda, así: «Qué alegre que está la noche, la noche qué alegre está» ...Sencillamente porque vería aquí a los representantes de un pueblo que rema en el río de la vida, decidido a construir una historia distinta a la vivida en el pasado, y a fortalecer la identidad cultural dentro de las diversas nacionalidades en que se encuentran insertas. Este es un compromiso de vida o de muerte, pues, cuando un pueblo pierde las raíces profundas de su cultura, ha perdido su identidad, ha perdido su rostro, y por consiguiente la razón de ser en el concierto de los demás pueblos y naciones.

Queridos participantes: ¡sean bienvenidos a esta noche, a esta noche alegre, y acompáñennos a remar, río arriba, cantando la esperanza liberadora de un pueblo, el pueblo afroamericano!

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Misa de apertura del 5° EPA, en la Catedral San Francisco de Asís, de Quibdó.
24 de junio de 1991. Fotos: Archivo El Guarengue.

Nuestro pueblo les saluda
Isnel Alecio Mosquera Rentería
-El Poeta del Pueblo-

Quibdó, Chocó, 23 de junio de 1991.
Casa de la Cultura Jorge Isaacs


En Quibdó la capital
del territorio chocoano
se realiza el 5º EPA
de los Afroamericanos.

En nombre de nuestro pueblo
le digo a los delegados
hermanos son bienvenidos
a este Chocó marginado.

Cristianos comprometidos
a todos quiero pedir
recibamos con aplausos
a Costa Rica y Brasil.

Liberemos la alegría
y nuestro humano calor
que se escuchen esas palmas
por Panamá y Ecuador.

Hermanos en Jesucristo
reunidos en hora buena
hagamos tronar las manos
por Bogotá y Cartagena

Pa’ que el entusiasmo inunde
a la tierra y las alturas
también quiero que se escuche
por Guapi y Buenaventura.

Creo, no estamos cansados
pues somos cristianos guapos
demostrémoslo aplaudiendo
por Medellín y Tumaco.

Dos regiones importantes
del Chocó presente están
démosle sus palmos fuertes
al Atrato y al San Juan.

Estarán en las sesiones
pues no son particulares
esas organizaciones
o los Grupos Populares.

Bueno, también les decimos
que nos place saludarles
a los que están con nosotros
invitados especiales.

Seguro estoy que este evento
me lo dice la conciencia
redundará en buenos frutos
pa' nuestros pueblos e iglesias

Reunidos en el EPA
pueblos y hombres hermanos
discutamos los problemas
de los Afroamericanos.

Pues fieles a Jesucristo
que murió por la verdad
no concebimos la Iglesia
de espalda a la realidad.

Esa realidad tan cruda

impuesta históricamente
que vivimos como etnia
a través del Continente.

Marginación y saqueo
nuestra cultura negada
es común en estas tierras
por nosotros habitadas.

Lo sabemos los chocoanos
y creo que a estas alturas
no se discute en Tumaco
Guapi ni Buenaventura.

Como pueblos del Pacífico
habitados por los negros
sólo ven nuestros recursos
los centralistas gobiernos.

Y es que aquí no para el cuento
nuestro mar y nuestro suelo
son por ellos entregados
a consorcios extranjeros.

Y esto yo se los digo
sin palabras de escritorio
defendamos la cultura
educación, territorio.

Somos muy discriminados
pa’ saber no es necesario
ser un doctor antropólogo
o profe universitario.

No creo que sea racismo
pedir igualdad de derechos
pues eso es lo que exigimos
como etnia y como pueblo.

Aquí no existe racismo
defendemos un derecho
también somos solidarios
con blancos e indios del pueblo.

Mis gentes tengan cuidado
el infierno tiene celos
un gran amigo del diablo
hoy quiere tentar al pueblo.

Adelante pues cristianos
nos asiste la razón
porque haya un futuro justo
un presente con tesón.


[1] El equipo de Coordinación General del 5° EPA estuvo integrado por Monseñor Jorge Iván Castaño Rubio (Obispo de la Diócesis de Quibdó), Pbro. Jesús María Urán Gallo (Vicario General de la Diócesis), Pbro. Manuel Napoleón García Anaya (Coordinador de Pastoral Afroamericana), Pbro. Jaime Salazar González CMF (Coordinador de Pastoral Social), Profesora Luz Estela Moreno Moreno (Pastoral Urbana) y Julio César Uribe Hermocillo (Coordinador de Comunicación Social de la Diócesis), quien estuvo a cargo de la Coordinación Temática del Encuentro y fue responsable de la compilación y edición final del documento de Memoria y Conclusiones.

[2] Diócesis de Quibdó. 5° EPA. Quinto Encuentro de Pastoral Afroamericana. Hacia un proyecto afroamericano de educación liberadora. Memoria y Conclusiones. Gráficas La Aurora. Quibdó-Chocó. Septiembre de 1991. 128 pp. Pág. 3.

lunes, 22 de mayo de 2023

 El día que el Santo Eccehomo
se le apareció a una lavandera en Quibdó
Un fotógrafo sin identificar inmortalizó para la posteridad la casa del barrio Nicolás Medrano, de Quibdó, en donde vivía la mujer a quien se le apareció el Santo Eccehomo, incluido en la foto; y el ambiente de romería que rodeó durante varias semanas este acontecimiento, a principios de la década de 1970. FOTO: Archivo fotográfico y fílmico del Chocó.

Si existiera un archivo sonoro de las viejas e históricas emisoras de Quibdó, quizás encontraríamos allí muchas entrevistas que, aunque en el momento de ser emitidas no pasaban de ser parte de la novedad pasajera de una noticia de noticiero radial, hoy serían piezas relevantes de la historia local y regional, que bien podrían contribuir a paliar nuestra clásica desmemoria general. Pero, no existe tal archivo. Y si hubiera existido no sería raro que se hubiera quemado en uno de tantos incendios que desde siempre han asolado a Quibdó. De modo que aquellas piezas radiofónicas no pasaron de ser palabras al aire, palabras al viento, que el aire y el viento -y la fragilidad de la memoria de quienes las oyeron- terminaron por arrastrar hacia el olvido infinito de lo insustancial.

Es el caso de una entrevista, que mi memoria de niño recuerda breve (no más de cinco minutos), transmitida en el excelente noticiero del mediodía, que -a principios de la década de 1970- presentaba la emisora Ecos del Atrato, el cual era dirigido por Emil Nauffal Dualiby, el inolvidable maestro del periodismo radial chocoano y de la buena locución, quien recogió el testimonio de una señora -lavandera ella- a quien se le acababa de aparecer el Santo Eccehomo, en una sábana que ella recién había lavado y que al principio pensó que había quedado manchada o mal lavada. La mujer vivía en el barrio Nicolás Medrano, de Quibdó, que para la época era de uno de los sectores lejanos de la ciudad.

En cuanto corrió por el pueblo la voz de este acontecimiento, Emil Nauffal Dualiby se dispuso a llegar hasta la casa de paredes de palma, techo de paja a cuatro aguas rematado en caballete, pampón delantero y guayacanes de piso que la elevaban medio metro del suelo. Con su grabadora de periodista de la época, que era un artefacto del tamaño de un adoquín y casi tan pesado como un tomo del Pequeño Larousse Ilustrado, y que para su funcionamiento necesitaba cuatro pilas Eveready de las más grandes, de las que se usaban para las linternas; Emil grabó la narración lacónica y escueta de la señora, lavandera de oficio, a quien le había ocurrido la sagrada aparición.

Cuando Emil llegó al lugar, a buscar a la señora, una romería espontánea de gente de todos los barrios y edades ocupaba el pampón delantero de la vivienda, una casa perfectamente construida en el más vernáculo estilo de la arquitectura orillera del Chocó. La leyenda había comenzado a tejerse, palabra por palabra, en cada comentario nuevo, en cada nueva versión. Cada gente allí presente se sentía casi obligada a aportar un pedacito al relato de lo ocurrido; de modo que la sábana dejó por momentos de serlo, para convertirse en funda de almohada o en trozo limpio de arpillera de los que se usaban para proteger los panes hechos en hornos de barro, que niños y mujeres salían a vender por las calles en bateas o anafes de madera; o dejó de estar tendida al sol, a la orilla de la quebrada donde la señora lavaba, para pasar a estar colgada en un tendedero de alambre dulce o de palo, según la versión que de la historia se oyera. Para algunos relatores espontáneos, la señora era muy devota. En otros relatos, ella era muy pobre y estaba muy necesitada; por lo que la aparición era una señal divina del buen futuro de su situación. La protagonista de la historia pondría en su lugar cada una de estas cosas.

Un fotógrafo anónimo inmortalizó para la posteridad aquella escena de la casa con la tela impresa colgada en su frente y dos policías custodiando la puerta -provista de una reja de madera-, mientras afuera la gente curiosea bajo el resistero. La imagen impresa sobre la tela es de una nitidez insólita, tan nítida como las palabras de la señora explicándole lo sucedido a Emil Nauffal Dualiby. Que ella no sabía por qué a ella le había pasado eso, que ella estaba tranquila lavando como tres docenas de ropa, pues de eso vivía, y cuando ya se iba, cuando la mayor parte de la ropa ya se había oreado, de modo que sería más fácil terminar de secarla en su casa, vio una especie de mancha en esa sábana, que era la única prenda de su propiedad entre todo el joto que había llevado para lavar. Contrariada, y en vista de que en el cielo amenazaba la lluvia, terminó de recoger rápidamente la ropa, dos poncheras de aluminio, un mate, el pedazo de jabón que le había sobrado, el viejo manduco que había sido de su abuela, el rallo que había heredado de su mamá y el frasco vacío que usaba para cargar el Límpido con el que despercudía la ropa de cama y la de trabajo. Y se fue en volandas para su casa, en donde se percató que lo que antes había visto como una mancha era la imagen de un Cristo claramente delineada, que ella al instante no identificó. Asustada, llamó a voces a parientas y vecinas, y les contó y la sábana les mostró. Y, acto seguido, por todo el pueblo la bola se regó.

Desde esa tarde hasta varias semanas después, la señora no tuvo un minuto de paz en su propia casa, pues siempre había gente ahí al frente, hablando, preguntando, comentando, incluso rezando, ante la imagen que ella optó por dejar afuera; aquella representación del Jesús sufriente y humillado, coronado de espinas, torturado por los esbirros del procurador romano en la provincia de Galilea; una imagen que es popularmente conocida en Hispanoamérica como el Eccehomo, famoso en Valledupar, de donde es patrono; en Popayán por su hermosa imagen de madera, de clara manufactura quiteña; en Sutamarchán, por la belleza del monasterio del siglo XVII consagrado a su nombre, que es monumento nacional; y en el antiguo poblado minero de La Raspadura, en el Chocó profundo, adonde todo chocoano debe concurrir por lo menos una vez cada año -de preferencia el Domingo de Cuasimodo- para conseguir los favores del santo y, en general, mantener de parte suya a la divinidad.

1) Procesión del Santo Eccehomo, en Raspadura (Chocó). 2) El Eccehomo de Valledupar. 3) Monasterio del Santo Eccehomo, en Sutamarchán (Boyacá). 4) El Eccehomo de Popayán. FOTOS: Andres M. Mosquera-Enamórate del Chocó, El País Vallenato, Organización Colparques, Junta Pro Culto al Santo Ecce-Homo de Popayán.

lunes, 15 de mayo de 2023

 Magisterio

☆Escudo de la Normal de Quibdó e imagen del mosaico de la promoción de Primeros Maestros Bachilleres que allí nos graduamos. FOTOS: El Guarengue.

Quizás no haya sido un modelo de innovación pedagógica ni de modernidad científica nuestra formación en la Escuela Normal Superior para Varones, de Quibdó, en donde media docena de pedagogos, unos más experimentados que otros, unos más pedagógicos que otros, se encargaron de mostrarnos -hace cincuenta años- en qué consistía el camino del magisterio y de entregarnos herramientas fundamentales para su futuro ejercicio, a quienes después nos graduaríamos con el título -vigente en ese momento- de Maestros Bachilleres, y -en la mayoría de los casos- saldríamos a trabajar en escuelas y colegios del Chocó, Caquetá, Norte de Santander, Casanare, Antioquia, Cesar, en pueblos que ni siquiera habíamos oído mencionar nunca, con otros acentos, otras culturas, otras historias, otras alimentaciones, otros atardeceres, otros presentes y futuros bastante divergentes de los que a veces -en las fantasías de los recreos escolares- soñábamos o nos imaginábamos; pero, que nos permitieron ser autónomos por primera vez en nuestras vidas, cuando aún ni siquiera teníamos cédula de ciudadanía.

Quizás nos faltó detenernos un poco más en María Montessori y en Ovidio Decroly, así como hubiera sido de enorme utilidad vital y profesional haber estudiado a Paulo Freire, a quien ni siquiera nos mencionaron en aquella época; pero, la verdad sea dicha, los rudimentos de pedagogía que recibimos de nuestros maestros, la pasión que por el oficio nos contagiaron y las herramientas básicas que nos dieron para comprender y ejecutar con acierto procesos de enseñanza-aprendizaje -como se llamaban en la época-, suplieron dichos vacíos.

Con los profesores Camilo Caicedo y Francisco Caicedo Matute, aprendimos a preparar clases, a diferenciar los métodos inductivo y deductivo, a pensar con detenimiento en ese momento inicial de una clase que se llamaba Motivación y a imaginar y producir materiales didácticos pertinentes, útiles y de calidad; labor esta para la cual fueron decisivos los talentos de nuestros condiscípulos artistas, José Mosley Tréllez y Carlos Alberto Valdez, y las sólidas lecciones de arte que nos dio el Profesor Jorge I. Moreno, artista chocoano de academia y de oficio, cuya sabiduría -oh, necia juventud- desperdiciamos.

Metodología y Técnicas de la Educación era la clase del profesor Camilo. Fundamentos y Técnicas de la Educación era la del profesor Pachín, quien posteriormente también nos acompañó de manera amable y profesional como Coordinador de Prácticas Pedagógicas, en reemplazo de la muy querida y respetable Maestra Imelba Valencia de Valencia, quien siempre tuvo una sonrisa, una lección y una solución para nuestros problemas de adolescentes y practicantes pedagógicos en la Escuela Anexa a la Normal y en las escuelas afiliadas: la Lisandro Mosquera, la escuela de Medrano y la escuelita de Cabí, en donde trabajaban la Seño Saray, esposa del Tigre Luis Carlos Mayo, nuestro prefecto de disciplina; y la Maestra Chomba, la mamá de Abrilito y de Nene Abril.

En todos los casos, los relatos y anécdotas de su vida inicial como maestros y de sus experiencias en aquellos pueblos remotos donde también a nosotros nos iban a nombrar cuando nos graduáramos y saliéramos a trabajar, que nos contaron el profesor Camilo, el profesor Matute y la Seño Imelba, nuestro director de grupo Gonzalo Moreno Lemos, nuestro profesor de Español (Plinio Palacios Muriel) y el profesor Carlos Mayo, fueron tan aleccionadores e ilustrativos sobre el papel del maestro en la comunidad y en la sociedad como las clases formales que nos dieron. De esa mezcla entre teoría y testimonios aprendimos que el maestro era alguien que, además de clases, debía dar ejemplo, en la vida cotidiana, en su comportamiento y en su ética, hasta en su forma de vestir y de hablar. Que el maestro debía promover y liderar el mejoramiento físico de las escuelas y sus entornos, incidir positivamente en la salud pública de la comunidad, en la calidad de sus relaciones interpersonales y familiares, en la generación de ambientes favorables a la convivencia pacífica, al respeto y al progreso. Así mismo, dejando a salvo que seguramente las condiciones de pobreza serían un impedimento para ello, nos enseñaron que un maestro siempre debía motivar a sus alumnos para que fueran alguien en la vida, para que estudiaran más y más y, si les era posible, llegaran a ser profesionales también o aprendieran oficios dignos que les permitieran ejercer trabajos honrados.

Administración Educativa, con Libardo Mosquera Hernández, Psicología Educativa y Filosofía e Historia de la Educación, con Francisco Díaz Bello, fueron las tres materias que completaron nuestra ruta específica de formación pedagógica, en la Normal de Quibdó; así como las lecciones que de sus palabras y de su ejemplo recibimos del director de la Escuela Anexa y del Rector de la Normal que nos correspondieron: los siempre impecables Arnulfo Herrera Lenis y Jorge Valencia Díaz, de corbata y paraguas negro los dos, serios y sonrientes a la vez, respetuosos en el trato de los estudiantes, prácticos y sabios en sus consejos y en sus palabras de aliento.[1]

La mayor parte de nuestros compañeros de aquel salón inolvidable de la Normal de Quibdó, 6° A, con quienes concluimos nuestros estudios y nos graduamos, terminaron dedicados al magisterio. Casi todos, que a la postre se convirtieron en nuestros hermanos de la vida, hoy lo siguen ejerciendo… A ellos, a nuestras maestras de 1°, 2° y 3° de primaria, Olaya y Bibiana Mena, a nuestro maestro de 4° y 5° en la Anexa, Roger Hinestroza Moreno y a quienes en la Normal de Quibdó nos enseñaron, con sus lecciones y sus recuerdos compartidos, lo que es y lo que significa ser un maestro de verdad y no un simple funcionario que a duras penas cumple un horario: ¡Feliz Día del Maestro!


[1] Otros artículos, con referencias completas a la Normal de Quibdó y a su escuela Anexa, así como a los demás maestros y profesores de la época, pueden leerse en los siguientes artículos de El Guarengue:

“Viva por siempre la Normal, madre de los institutores”

https://miguarengue.blogspot.com/2020/09/viva-por-siempre-la-normal-madre-de-los_7.html;

Recuerdos de la Normal (I): https://miguarengue.blogspot.com/2021/09/recuerdosde-la-normal-i-escuela-normal.html; y

Recuerdos de la Normal (II): https://miguarengue.blogspot.com/2021/09/recuerdosde-la-normal-i-escuela-normal.html

lunes, 8 de mayo de 2023

★Imágenes de Quibdó incluidas en el informe final del Censo de 1912 y portada de dicho informe. Foto 1: Universo Centro N° 88-julio 2017. Fotos 2, 3 y 4: reproducciones de El Guarengue.

Quibdó, Chocó. Marzo de 1912. Cuando se llevó a cabo en Colombia el Censo General del año 1912, la mayor parte de los integrantes del grupo que posteriormente sería conocido como la Generación Chocoanista eran apenas unos niños; así que -seguramente- fueron empadronados en sus poblaciones de origen: Quibdó, Neguá, Tadó, Istmina, Lloró. Jorge Valencia Lozano, uno de los más ilustres y provechosos gobernantes que ha tenido el Chocó, contaba 22 años; y su hermano Reinaldo, quien al año siguiente fundaría el periódico ABC, de Quibdó, en el que se documentó durante más de tres décadas la historia local y regional, tenía 17 años, los mismos que Sergio Abadía Arango, gestor de la Geografía Económica del Chocó en su periodo como Contralor General de la República. Eliseo Arango, Osías Lozano Quintana, Ricardo Echeverry Ferrer y Dionisio Echeverry Ferrer, miembros también de aquella generación resplandeciente que situó al Chocó en el escenario social, político e intelectual de Colombia, se hallaban entre los 11 y 12 años de edad. Alfonso Meluk Salge, una de las mentes más brillantes del proceso de departamentalización de la Intendencia Nacional del Chocó, era un niño de 9 años. Ramón Mosquera Rivas, uno de los intelectuales más lúcidos y disciplinados en el estudio de la problemática del Chocó, aún no cumplía 7 años; mientras que Diego Luis Córdoba, Manuel Mosquera Garcés y Adán Arriaga Andrade, una tripleta de verdaderas celebridades, cuya fulgurante carrera dejará una estela sin precedentes en la política y en el servicio público nacional, eran unos niños de apenas 5 años, que ni a la escuela primaria habían ingresado. Gabriel Meluk Aluma, uno de los ideólogos del Movimiento de Acción Chocoana, y quien llegó al Senado como suplente de Diego Luis Córdoba, no había cumplido 4 años de vida. Demetrio Valdés Ortiz, dos veces gobernador del Chocó, ingeniero civil y de minas pionero de la carretera Quibdó-Bolívar y de la llamada Vía al Mar, era un niño de 3 años. Daniel Valois Arce, destacado intelectual y político conservador, prolífico autor de magníficos libros, entre ellos uno sobre el canal interoceánico Atrato-Truandó, jurista eminente y director de la Biblioteca Nacional de Colombia, apenas iba a cumplir 2 años. Primo Guerrero Córdoba, ejemplar periodista y pensador liberal, intelectual de avanzada y defensor del Chocó ante el intento de Rojas Pinilla de repartirlo entre sus voraces vecinos, apenas empezaba a dar sus primeros pasos: tenía un año de nacido. Ramon Lozano Garcés y Aureliano Perea Aluma aún no habían nacido: Lozano lo haría al año siguiente; Perea Aluma, tres años después.

Según los datos del “Censo General de la República de Colombia levantado el 5 de marzo de 1912”[1], la entonces Intendencia Nacional del Chocó tenía 68.127 habitantes; a los cuales, si se quisiera obtener el total que tendría el mismo territorio que hoy ocupa el departamento, habría que sumarle la población de las comisarías de Juradó y Urabá, de existencia transitoria[2], y cuyos datos de población -dada su vigencia administrativa- se registraron por separado en el censo. Para la Comisaría de Juradó se registró una población de 8.207 habitantes. Para la Comisaría de Urabá, 6.476 habitantes.[3]

La Comisaría de Juradó comprendía las poblaciones de Pizarro, con sus corregimientos: Cuevita, Arusí y Nuquí; y Litoral, con los corregimientos de Gella[4], Nabugá y Juradó[5]. La Comisaría de Urabá comprendía las poblaciones de Acandí (su capital) y los corregimientos de Titumate, Turbo y Nicochí (SIC), que en conjunto registraron en el censo una población de 1.476 habitantes; a los cuales se sumaron “5.000 salvajes”. De modo que, redondeando, podría decirse -si uno incluye únicamente a Titumate y Acandí, y deja por fuera para el caso de Urabá el dato de los llamados "salvajes"- que el Chocó en conjunto vendría a tener unos 77.000 habitantes, aproximadamente. Pero, claro, este dato no es válido en sentido estricto. 

El total de la población de Colombia reportado por este censo de 1912 fue 5.472.604 habitantes. La población de la Intendencia Nacional del Chocó, como se dijo antes, era de 68.127 habitantes. Según los datos, en la población de la Intendencia Nacional del Chocó había 3.657 mujeres más que hombres y en Quibdó, 624. El Chocó, en total, registró 27.235 hombres y 30.892 mujeres, para un total de 58.127, a los que se sumaron “10.000 irreductibles”, que es la otra manera -además de salvajes- como llama el censo a los pueblos indígenas, de los cuales no solamente no se hizo distinción por la variable sexo ni se incluyó información sobre ningún ítem; sino que todo se redujo a incluir el cálculo aproximativo de población que hicieron las autoridades religiosas católicas, quienes calcularon la población aborigen a petición del propio gobierno.

Total de la población de la Intendencia Nacional del Chocó
y su distribución entre hombres y mujeres, según el Censo de 1912.

El informe del Censo de 1912 incluye una serie de cuadros generales, cada uno de los cuales contiene información sobre el año de fundación de cada población registrada, su distancia -en miriámetros y kilómetros- a la capital de la república, su altura en metros sobre el nivel medio del mar, su temperatura media, su latitud norte y su longitud del meridiano de Bogotá. Después de estos, ahora sí, el cuadro incluye los datos de población, discriminados en hombres y mujeres. De acuerdo con dichos datos, en marzo de 1912, Quibdó tiene un total de 15.756 habitantes, distribuidos en 7.566 hombres y 8.190 mujeres. Istmina, con 11.093 habitantes (5.366 hombres y 5.727 mujeres) es el siguiente municipio del Chocó con mayor cantidad de población.

Ordenados por mayor cantidad de población, los demás municipios del Chocó de entonces aparecen en el censo del año 1912 con los siguientes datos de población: Baudó, 6.961 habitantes (3.470 hombres, 3.491 mujeres); Nóvita, 6.078 habitantes (2.854 hombres, 3.224 mujeres); Tadó, 4.754 habitantes (2.309 hombres, 2445 mujeres); Condoto, 3.556 habitantes (1.755 hombres, 1.801 mujeres); Bagadó, 2.632 habitantes (1.300 hombres, 1.332 mujeres); El Carmen, 2.315 habitantes (528 hombres, 1.787 mujeres;  Pueblo Rico, 2.119 habitantes (1.071 hombres, 1.048 mujeres); Neguá, 1.925 habitantes (530 hombres, 1.395 mujeres); y Riosucio, 938 habitantes (486 hombres, 452 mujeres). El Carmen, Neguá y Nóvita sobresalen por la significativa diferencia entre el número de mujeres y el de hombres; y Pueblo Rico por ser el único municipio en donde hay más hombres que mujeres.

En sucesivos decretos, se fijó como día para la realización del censo de 1912 el 3 de febrero y el 15 de febrero. Finalmente, otro decreto determinó que se efectuase el 5 de marzo: “Con la voluntad de seguir las normas internacionales, en la medida de lo posible, se llevó a cabo por primera vez el censo en un mismo día con la población inmovilizada en casa”[6]. Su coordinación general estaba a cargo de una junta nacional o central y en cada uno de los departamentos, intendencias y comisarías -conforme a lo dispuesto en los decretos que reglamentaron el censo, cuyos textos están incluidos todos en el informe final- debían conformarse juntas similares, de carácter local o territorial, con el apoyo de gobernadores, intendentes, alcaldes y autoridades eclesiásticas. La Junta seccional del censo nacional en Quibdó estuvo integrada por Francisco A. Nanclares, como presidente; como vocales, Gonzalo Zúñiga Ángel y Manuel María Lozano; y Clodomiro Moreno como secretario.

Cincuenta mil pesos se destinaron para el censo en todo el país, los cuales se distribuyeron de la siguiente manera: Antioquia, 7.000; Atlántico, 1.280; Bolívar, 2.320; Boyacá, 6.000; Caldas, 2.500; Cauca, 2.400; Cundinamarca, 7.250; Huila, 2.000; Magdalena, 2.350; Nariño, 2.800; Santander, 4.000; Norte de Santander, 1.900; Tolima, 3.000; Valle, 2.000; Meta, 200; Chocó, 1.000. “Las Comisarías y Territorios distantes se adscribieron a los Departamentos más inmediatos”[7] o a las intendencias. Así, las comisarías de Juradó y Urabá quedaron a cargo de la Intendencia Nacional del Chocó. A cargo de la Intendencia Nacional del Meta quedaron las comisarías del Vaupés y Arauca. “Las Comisarías del Caquetá y La Goajira se adscriben a los Departamentos de Huila y Magdalena, respectivamente; y el Territorio del Putumayo, al Departamento de Nariño”[8].

“Las preguntas del censo estaban destinadas a cuantificar el número de hombres de cierta edad, propietarios, que sabían leer y escribir, es decir, la población con derecho al voto. Las preguntas sobre la raza y la religión pertenecen al modelo hispánico que todavía perduraba en el país. Además, las restricciones introducidas por la élite al derecho al voto eliminaban gran parte de la población masculina (indígenas, negros y mestizos). De esta manera, las ideas de ciudadanía estaban asociadas a ideales de blancura”[9].

La inclusión de variables para cuantificar leprosos en los lazaretos, ciegos y lo que en la época se denominaba “pobres de solemnidad” no constituyó una preocupación por la salud pública y el estado socioeconómico de la población. Realmente, se trataba de cuantificar “la población inepta (ciegos) o apta (los pobres) para prestar servicio militar”[10]En el mismo sentido, clasificar a los afrodescendientes como negros y a los indígenas como salvajes e irreductibles era la manera práctica de cuantificar su presencia y su ubicación en aquellos territorios que, como el Chocó, a juicio de algunos sectores políticos e intelectuales, requerían de inmigrantes “blancos” para garantizar su progreso e impulsar su desarrollo, y necesitaban la presencia salvífica de las misiones católicas para asegurar su vinculación a la naciente nación, a través de su adoctrinamiento religioso, cívico y político; en el marco del Tratado de Misiones suscrito al abrigo del Concordato de 1887 entre la República de Colombia y la Santa Sede. “En cuanto a los indígenas, la oposición etnocéntrica “civilizado” / “salvaje” fue crucial en este censo. La población aborigen se estimó —no es claro a partir de qué criterios— bajo las categorías “salvajes” e “irreductibles”. Por tanto, se trata de un tema que estuvo presente en las políticas del Estado colombiano y que continuó materializándose en este censo”[11]. Es claro que se les consideraba salvajes por no vivir conforme a los cánones de civilización establecidos como homogéneos y válidos para toda la población de Colombia; e irreductibles por resistirse -de diversos modos- a dicha homogenización forzosa.

El Censo General de la República de Colombia, de 1912, no contaba aún con los estándares admitidos en la Estadística de la época, aunque era un avance en relación con el de 1905. Sin embargo, por motivos ideológicos, religiosos y políticos, lo poco que de dichos estándares estaba presente en el censo sucumbió ante el sesgo de sectores dominantes en el poder nacional y regional. Un ejemplo bastante ilustrativo de esta situación es que, aunque los formularios originales incluían la búsqueda de información categorizada en variables económicas, educativas, de procedencia y estado civil, etc., tanto para hombres como para mujeres; los obstáculos metodológicos y operativos -complejidad de la información y tiempo disponible para recabarla- se convirtieron en motivos para que sectores de relevante influencia -como el de los políticos y gobernantes antioqueños- interfirieran hasta conseguir que los avances de este censo en relación con el anterior (1905) se diluyeran.

La Junta Nacional del Censo de 1912 registra así la situación enantes descrita: “La Junta Seccional de Medellín, a la vez que el Gobernador de Antioquia y luego muchas otras Juntas y Gobernadores, hicieron notar la imposibilidad de realizar el escrutinio de los cuadros de empadronamiento tal como acabamos de indicarlo, en tiempo menor de un año, con los pocos empleados de que las Juntas Seccionales disponían, y solicitaron el aumento de éstos en tanto mayor número cuanto menor fuera el tiempo destinado para realizar la obra”[12]. Y explica, en su informe del censo, lo que decidió al respecto: “esta Junta Central, previa la venia del Ministerio de Gobierno, dispuso: de una parte, reducir el trabajo, prescindiendo del escrutinio completo de las mujeres, excepto de las niñas de siete a catorce años que concurrieran o no a la escuela y supieran o no leer y escribir” (SIC)[13]. “…Por problemas de tiempo y de personal, el escrutinio completo de los datos de las mujeres no se realizó, dejando de lado, por ejemplo, su cuantificación por edad, así como su medición en edad de procrear. El interés general de este censo fue la enumeración específica de los ciudadanos, y no la cuantificación de toda la población”[14]. De ahí que resultaran prescindibles las mujeres, pues no ostentaban la categoría de ciudadanas.

De este modo, como lo explica el informe del censo en cada sección, los cuadros incluidos “manifiestan la edad, número de los que saben leer y escribir, concurrencia a la escuela, vacunados, estado civil, profesión, ocupación, etc., razas, nacionalidad, religión, trabajo y propietarios. Estos datos se refieren únicamente a los hombres[15]. Y según el artículo 18 del decreto número 813 de 1911 (2 de septiembre), sólo son obligatorias las siguientes declaraciones: Nombre y apellido, sexo, edad, estado civil, nacionalidad, lugar del nacimiento de los nacionales, residencia, parentesco con el jefe de la casa, religión, si sabe leer, si sabe escribir, raza, profesión, ocupación, oficio o renta, número de hijos, si es ciego o sordomudo y si está vacunado.[16] “El análisis de la documentación mostró que los censos de 1905, 1912 y 1918 buscaron cuantificar principalmente la población masculina con derecho al voto y apta para el servicio militar”[17].

Raza, nacionalidad, religión, trabajo y propiedad en la población de la Intendencia Nacional del Chocó. Censo General de 1912.
En relación con la variable racial aplicada en los formularios de empadronamiento, los datos del Censo General de la República de Colombia, de marzo de 1912, informan que en el Chocó de entonces habitaban 2.719 blancos, de los cuales 1.140 viven en El Carmen. Del total de 40.661 negros reportados para toda la intendencia, 12.754 viven en Quibdó, que es la ciudad con mayor población negra en la Provincia del Atrato y en todo el Chocó. Istmina, en la Provincia del San Juan, es la segunda ciudad con más población negra, con 7.883 personas. El Carmen (54), Acandí (900) y Pueblorrico (185) son las localidades con menor cantidad de población negra. Según el censo de 1912, la mayor cantidad de “indios” del Chocó se registra en Baudó (1.835), Y lo que el censo llama “mezclados”, se distribuye mayoritariamente en Istmina (1.812), Quibdó (1.077), Baudó (1.065). El censo registra 73 extranjeros en toda la Intendencia: 40 en Quibdó, 10 en Istmina y 13 en Condoto; los otros diez en Bagadó, Riosucio, El Carmen, Neguá y Tadó.

La sección dedicada al reporte de los datos del Chocó, en el informe del Censo de 1912, incluye un texto descriptivo de la región, en tono de panegírico sobre el carácter promisorio de estas selvas, sus inmensas riquezas minerales, forestales y agrícolas, la amplia disponibilidad de baldíos nacionales, su disponibilidad de costas en ambos mares, la navegabilidad de sus ríos y la posibilidad de construcción de un canal interoceánico. Este tipo de textos, usuales desde el siglo XIX para referirse al Chocó, casi siempre nos hablan de un territorio sin gente, del cual importan realmente su ubicación geográfica y sus riquezas. De hecho, así comienza el mencionado texto, de cinco párrafos, incluido en la página 419 del informe del censo: “Por su situación topográfica y grandes riquezas naturales, el Territorio del Chocó es uno de los de mayor porvenir en el desarrollo industrial de Colombia”.

Cuando los censos modernos -con fundamentos más científicos que ideológicos y más racionales que subjetivos- empezaron a tener lugar en Colombia y se fundó -hace 70 años, en octubre de 1953- un organismo exclusivamente dedicado a la producción y difusión de estadística oficial: el DANE; aquella constelación de próceres chocoanistas, que en el momento del censo de 1.912 vivían su infancia y su adolescencia, ya brillaba diáfana y rutilante en el firmamento intelectual y político de la nación.


[1] Censo General de la República de Colombia levantado el 5 de marzo de 1912, presentado al Congreso en sus sesiones ordinarias de 1912 por el Ministro de Gobierno, Doctor Pedro M. Carreño. Bogotá, Imprenta Nacional, 1912. 495 pp. Versión digital: Biblioteca Nacional de España. Obtenido de Biblioteca Digital Hispánica: http://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000104908&page=1

[2] Completa ilustración sobre la creación y vida administrativa de las comisarías de Juradó y Urabá se puede leer en el artículo de El Guarengue, del 18 de mayo de 2020, Una intendencia y dos comisarías: https://miguarengue.blogspot.com/2020/05/una-intendencia-y-dos-comisarias-entre.html

[3] Censo General de la República de Colombia levantado el 5 de marzo de 1912… Obra citada: pp. 50-52.

[4] Así con G (Gella) se registra esta localidad en los documentos de la época. Actualmente, es más frecuente hallarla escrita como Jella.

[5] Cuando se creó la Comisaría de Juradó, se designó a la población de Juradó como capital de la misma. Sin embargo, dadas las dificultades de acceso a esta localidad, se decidió que la capital fuera Pizarro, de modo transitorio. La comisaría se suprimió en julio de 1915, sin que la población de Juradó hubiera llegado a ser su capital.

[7] Censo General de la República de Colombia levantado el 5 de marzo de 1912… Obra citada: INTRODUCCIÓN.

[8] Ibidem. Pág. 9.

[9] Victoria Estrada Orrego, Universidad Nacional de Colombia. ¿Cuántos somos? Una historia de los censos civiles y de la organización estadística en Colombia en la primera mitad del siglo XX. Obra citada: pág. 144.

[10] Ídem, ibidem.

[11] Ibidem. Pág. 145.

[12] Censo General de la República de Colombia levantado el 5 de marzo de 1912… Obra citada: pág. 24.

[13] Ídem. Ibidem.

[14] Victoria Estrada Orrego, Universidad Nacional de Colombia. ¿Cuántos somos? Una historia de los censos civiles y de la organización estadística en Colombia en la primera mitad del siglo XX. Obra citada: pág. 145.

[15] Censo General de la República de Colombia levantado el 5 de marzo de 1912… Obra citada: pág. 95.

[16] Ministerio de Justicia y del Derecho. Sistema único de información normativa, SUIN-Juriscol. DECRETO 813 DE 1911 (septiembre 02).

[17] Victoria Estrada Orrego, Universidad Nacional de Colombia. ¿Cuántos somos? Una historia de los censos civiles y de la organización estadística en Colombia en la primera mitad del siglo XX. Obra citada: pág. 141.

lunes, 1 de mayo de 2023

 La dignidad perdida

Atardeceres en Quibdó. FOTOS: Julio César U. H.
El primer gobernador del Chocó duró en su cargo medio mes. Se llamaba Leonidas Pretelt Mendoza, era oriundo del Magdalena y había venido como Intendente Nacional a fines del año 1947, poco tiempo antes de que la Ley 13 del 3 de noviembre de ese año convirtiera en departamento a la antigua Intendencia que él había venido a administrar, cuya vida institucional había comenzado en enero de 1907, cuarenta años atrás.

En cumplimiento de la ley, el gobierno nacional del presidente Mariano Ospina Pérez había dispuesto que la vida institucional del Chocó como departamento debía comenzar el 15 de enero de 1948. Así se lo comunicaron formalmente al Intendente Pretelt, por medio de un oficio del Ministro de Justicia y encargado del despacho de Gobierno, José Antonio Montalvo, quien igualmente le comunicó su nombramiento como Gobernador del nuevo departamento.[1] De modo que, así como la intendencia había cambiado de categoría, el intendente también lo haría.

La noticia de que no era un chocoano el primer gobernador del Departamento encendió los ánimos en toda la región, especialmente en Quibdó e Istmina. Así mismo en Bogotá, entre los próceres de la chocoanidad que habían hecho posible ese sueño político de autonomía regional, los cuales hicieron uso de todas sus influencias y combinaron nuevamente sus fuerzas interpartidistas en torno a la acción chocoanista, para lograr el cambio de aquella desacertada decisión. Y lo lograron.

El 1° de febrero de 1948, cuando Pretelt solamente había ejercido el cargo durante 15 días, el Presidente de la República nombró como Gobernador del Chocó a quien acababa de consagrarse como padre del derecho laboral colombiano[2] en su ejercicio como Ministro de Trabajo, Higiene y Previsión Social, durante dos años consecutivos y en dos gobiernos diferentes (el de Alfonso López Pumarejo y el de Alberto Lleras Camargo): Adán Arriaga Andrade, oriundo de Lloró, población del Alto Atrato en donde este río recibe las caudalosas aguas del Andágueda y que entonces era corregimiento del municipio de Quibdó. Arriaga Andrade fue el primero de los cuarenta gobernadores que tuvo el Departamento del Chocó antes de que el sistema de nombramiento presidencial fuera suprimido y reemplazado por el de elección mediante voto ciudadano.

Cualquiera podría pensar -en honor a la superstición- que el reducido periodo de Leonidas Pretelt Mendoza como gobernador fue el augurio de la situación del Chocó en los últimos diez años, lapso en el cual ha tenido 13 gobernadores, el balance de cuya gestión es evidentemente insignificante. Pero, claro, no es así. No se trata de una maldición o de un sino trágico. En ese entonces eran de libre nombramiento y remoción. Ahora son elegidos para periodos determinados por la ley, de cuatro años en la actualidad, que solamente se interrumpen o se suspenden por causales de carácter ilegal.

Durante las dos décadas transcurridas entre la creación del departamento y el incendio que devastó a su capital, Quibdó, el 26 de octubre de 1966; cuál más, cuál menos, los gobernadores del Chocó y los alcaldes municipales -cuyo nombramiento era de su potestad- dieron continuidad a la idea fundacional de hacer del Chocó una región a tono con el siglo XX y orientada al bien común en todos los sentidos. Pero, otros vientos y modos de hacer política empezaron a soplar entonces y a ganar espacio en la vida nacional y regional. Dichos vientos, por lo visto, no han sido los mejores. La nave de la institucionalidad chocoana no ha hecho más que derivar en las últimas décadas, sin rumbo alguno, siempre a punto de naufragio, en estado permanente de penuria y desasosiego, con un timón sin guía, con un motor sin propela.

Mientras el Chocó sigue a la deriva, con una gobernadora y un gobernador que por un día ejercieron simultáneamente y -caricaturescamente- cada uno en su día ha debido recurrir a cerrajeros para violar las chapas de las puertas de los despachos y poder acceder a ellos…, Quibdó sigue con la mayor tasa de desempleo del país: 29.7%. Y el Hospital Departamental San Francisco de Asís vive un nuevo capítulo de su prolongada, dolorosa e indigna agonía, en las manos de su enésimo interventor, que a la ciudad acaba de llegar y -en un acto de desfachatez, típico de todos los que a ese procaz cargo han llegado- acaba de pedirle “a las fuerzas vivas de la comunidad chocoana en el territorio brindar y alinear esfuerzos tanto humanos como económicos…para habilitar el servicio médico de salud de segundo nivel en el Chocó”.[3]

Mientras el Chocó deriva sin norte, al vaivén de las olas de la codicia y del desdén de sus gobernantes, quienes -junto a sus voraces áulicos y sus insaciables camarillas- celebran la creación del feudo electoral #31: el municipio de Belén de Bajirá; la Asamblea Departamental de Antioquia está trabajando para revivir -por vías jurídicas- el conflicto de límites con el Chocó y su disputa por este nuevo municipio y sus ahora famosos corregimientos (Macondo, Blanquicet y Nuevo Oriente)[4]; territorios incluidos en el mapa del IGAC que Luis Pérez llamó “chimbo, falso, tramposo”[5]. El mismo Luis Pérez bajo cuya égida se llevó a cabo esa constelación de irregularidades y violaciones de derechos humanos llamada Operación Orión, en la comuna 13 de Medellín; el mismo que hace seis años utilizó los recursos públicos de la Gobernación de Antioquia para recolectar casi un millón y medio de firmas en contra de las decisiones legales que favorecieron al Chocó en ese diferendo limítrofe, las cuales calificó como “un insulto a los antioqueños”[6]; el mismo que fue apoyado por un tal Fico Gutiérrez, que acusó al IGAC de que "puede correr la cerca para un lado y para el otro cuando quiera"[7]; otro desvergonzado por el cual chocoanos más desvergonzados que él también han votado.


Mientras los dirigentes chocoanos siguen cultivando una especie de pequeña y regional y propia patria boba, en donde la inocuidad de la política es signo distintivo y en la que pesan e importan más el interés personal y de clientela que el bien común y el desarrollo regional; el actual gobernador del insaciable vecino Antioquia vive regado, cual verdolaga en playa, promoviendo obras de su interés privado, regional y partidista en el territorio chocoano, como si se tratara de su jurisdicción. Es el caso de un embeleco consistente en construir un túnel entre Bolívar, un municipio del suroeste antioqueño, y El Carmen de Atrato, municipio del Chocó en el que se ubica la Mina El Roble, la única mina de cobre actualmente en explotación en Colombia, que originalmente fue propiedad de su familia, la cual conserva el 10% de la propiedad y a nombre de la cual figuran los títulos mineros que dan vida a la explotación.[8]

Es claro el interés de este integrante de una familia acaudalada, propietaria de múltiples negocios en diversos ramos, entre ellos la minería, de la cual siempre -aún en los tiempos en los que presumían de liberales por su propiedad del periódico El Mundo, de Medellín- han derivado jugosas utilidades. Y dicho interés se promueve al abrigo de un engendro -obviamente legal, como toda treta de político profesional- denominado la RAP de los dos mares, una figura jurídica en virtud de la cual se asociaron el Chocó y Antioquia, del mismo modo que habrían podido hacerlo Simón el bobito y su pastelero.

Hoy, como cada 1° de mayo, las autoridades locales y regionales, incluyendo a militares y policías, se prosternarán ante el monumento a la memoria de Diego Luis Córdoba, situado en la esquina suroccidental del Parque Centenario de Quibdó, después de la misa solemne en la Catedral San Francisco de Asís; para rememorar -con discursos de ocasión- las gestas políticas y conmemorar un nuevo aniversario de la muerte -en México, en 1964- de quien ha sido considerado faro de la raza y padre del departamento, como se lee en la inscripción del monumento, ubicada debajo del busto de Diego Luis.[9]

Monumento a Diego Luis Córdoba. Parque Centenario. Quibdó, abril 2023. FOTOS: Periódico El Manduco.

Doblemente mancillado, por su frontis convertido en una cantina al aire libre y por su progresivo deterioro -tan notable como el de todo el Parque Centenario y el malecón de los atardeceres a la orilla del Atrato-; el monumento a Diego Luis Córdoba viene a ser una especie de alegoría del estado de la institucionalidad pública del Chocó. “…y pensar que alguna vez tuvimos abrigo con qué cubrir la desnudez, hasta que nos extraviamos sin vigor ni reino, por caminos donde no hay luz ni senda; y, atraídos cual serpientes por la sonaja de las panderetas, nos arrastramos cada vez más pálidos, sin nada vivificante, esperando, siempre esperando, que en otros cielos, otros dioses, armen la almadía en que flote sin riesgo esta raza, mientras cicatrizan sus quemaduras expuestas al sirimiri del agua[10].

“¡Qué diablo!... Si estas cosas dan ganas de llorar.”[11]

[1] Edgar Hidalgo T. QUÉ SABE UD. DEL CHOCÓ? ¿Qué sabe usted sobre Leonidas Pretelt Mendoza? Chocó 7 días. Edición N° 462. Quibdó, julio 16 al 22 de 2004. En:

https://www.angelfire.com/co/scipion/choco7dias/461/que_sabe_ud.htm

[2] El Tiempo. Adán Arriaga Andrade. 10 de junio 1995. En:

https://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-342424

[3] García Úsuga, Nelson Orlando, Agente Especial Interventor Nueva ESE Hospital Departamental San Francisco de Asís de Quibdó Chocó. Comunicado. 28 de abril de 2023.

[4] Laura Rosa Jiménez Valencia. Las cartas que se está ‘jugando’ Antioquia para 'recuperar' a Belén de Bajirá. El Tiempo, 26 de abril 2023. https://www.eltiempo.com/colombia/medellin/antioquia-quiere-recuperar-los-territorios-entregados-al-choco-7627299

[5] Luis Pérez califica de “chimbo” el mapa del Igac con Bajirá en Chocó. El Colombiano, 11 de junio de 2019. https://www.elcolombiano.com/antioquia/belen-de-bajira-gobernador-luis-perez-rechaza-solicitud-de-informacion-del-igac-HN10951464

[6] Juan David López. Luis Pérez acordó consultas populares con alcaldes de Turbo y Mutatá. El Tiempo, 11 de junio 2017. En: https://www.eltiempo.com/colombia/medellin/luis-perez-habla-de-mapa-de-choco-con-belen-de-bajira-97680

[7] "Los más perjudicados son los habitantes de Belén de Bajirá": Federico Gutiérrez. 12 junio, 2017 – Telemedellín. https://telemedellin.tv/belen-de-bajira-federico-gutierrez/185561/

[8] Respecto a la relación de Aníbal Gaviria y su familia con la mina El Roble, en El Carmen de Atrato, pueden verse las siguientes publicaciones:

En Twitter: https://twitter.com/elarmadilloco/status/1650892680346337283?s=20

En El Armadillo: Vanesa Restrepo. La mina del gobernador: los intereses no declarados de Aníbal Gaviria en Chocó. 25 de abril de 2023. https://elarmadillo.co/investigaciones/el-roble-la-mina-del-gobernador-de-antioquia-los-intereses-no-declarados-de-anibal-gaviria-en-choco/

[9] Diego Luis Córdoba nació en Neguá el 21 de julio de 1907 y murió en Ciudad de México el 1° de mayo de 1964, cuando se desempeñaba como Embajador de Colombia.

[10] Caicedo Licona, Carlos Arturo. Glosa paseada bajo el fuego y la lluvia. 1ª edición, noviembre de 1982. Editorial Lealon. Páginas 98-99.

[11] Luis Carlos “El tuerto” López. Medio ambiente.

https://www.poesi.as/Luis_Carlos_Lopez.htm