lunes, 28 de noviembre de 2022

 Reinas
(1ª parte)

Zulma Zúñiga Conde, Señorita Chocó 1947. Primera representante del departamento en el reinado de Cartagena. FOTOS: Facebook-Monarcas de Venezuela y Mundiales. Archivo fotográfico y fílmico del Chocó.

Hace dos semanas se llevó a cabo la 69ª edición del cada vez más venido a menos Concurso Nacional de Belleza (CNB)®, de Cartagena, que otrora concentraba durante por lo menos tres días de noviembre la atención y el interés nacional y regional, incluso de aquellas regiones que no tenían representación en el reinado, como los denominados Territorios Nacionales.

La costumbre nacional de hacer reinados y elegir reinas es una herencia colonial profundamente arraigada en Colombia y que ha recorrido su geografía festiva desde hace por lo menos ciento veinte años. Los reinados se fueron estructurando en el país y sus regiones como parte sustancial de las fiestas locales y nacionales en honor a símbolos patrios, cívicos, culturales, religiosos, económicos, etcétera. Así se llegó a considerar a Colombia como un país de reinas y reinados, en alusión al hecho de que el país terminó teniendo una reina para cada ocasión; tal como quedó retratado por García Márquez en Los funerales de la Mamá Grande, en donde, en el segundo puesto del cortejo fúnebre, aparecen las reinas de todo lo habido y por haber: “En segundo término, en un sereno transcurso de crespones luctuosos, desfilaban las reinas nacionales de todas las cosas habidas y por haber. Por primera vez desprovistas del esplendor terrenal, allí pasaron, precedidas de la reina universal, la reina del mango de hilacha, la reina de la ahuyama verde, la reina del guineo manzano, la reina de la yuca harinosa, la reina de la guayaba perulera, la reina del coco de agua, la reina del frijol de cabecita negra, la reina de 426 kilómetros de sartales de huevos de iguana, y todas las que se omiten por no hacer interminables estas crónicas”; todas las cuales formaban parte de los bienes inmateriales de la matriarcal difunta.

La creación del Concurso Nacional de Belleza (CNB), de Cartagena, en 1934, por parte de Ernesto Carlos Martelo, fundador de la revista Diners, empresario, político y periodista que dos años atrás había sido alcalde de la ciudad, marcaría un hito definitivo en este tipo de eventos. Por su alcance nacional, el CNB rápidamente se posicionaría como el más representativo y prestante del país, toda vez que para los departamentos de Colombia se fue convirtiendo en un escenario privilegiado de representación de lo propio y de emulación en materia de belleza y manifestaciones culturales, como las que se mostraban en los trajes típicos que cada candidata lucía y en los regalos que las delegaciones llevaban hasta Cartagena para compartir entre ellas; todos los cuales, más que muestras de opulencia, pretendían ser signos de identidad. Por lo menos hasta que, además de los dineros oficiales y los aportes de las élites regionales, ingresaron al reinado billetes de bastante tenebrosa procedencia, que fueron los que a la postre llevaron este concurso a su declive progresivo.

En un país que a principios del siglo XX intentaba construir identidades e instituciones, símbolos y escenarios de concordia y de paz, luego de las guerras civiles que hacía poco habían finalizado y se habían trasladado a la escena estatal de las disputas interpartidistas entre conservadores y liberales; los juegos florales, carnavales, festivales y reinados, con sus propósitos de encuentro e intercambio entre distintos sectores de la sociedad y la nación, contribuyeron grandemente a tales fines. Es así como, en este contexto y aun con todas sus características e implicaciones coloniales, patriarcales, elitistas, segregacionistas y excluyentes; por lo menos durante los primeros cincuenta años de su celebración, es decir, hasta principios de la década de 1980, el Concurso Nacional de Belleza, de Cartagena, fue una cita anual casi obligatoria para millones de colombianos, que vieron en él un espacio de representación de su departamento, pues la reina personificaba -en el imaginario con el que fue construido el certamen- la identidad cultural y las riquezas propias del terruño representado, amén de su belleza, mayormente celebrada en cuanto más se ajustara a los cánones dominantes, enraizados en el patriarcado subyacente en el evento y alimentados por sus ideales estéticos, sociales, morales e incluso raciales.[1]

Al principio por miles, después por millones, los colombianos cumplieron su cita anual con el Concurso Nacional de Belleza, de Cartagena, a través de la radio y la prensa escrita -en sus primeras ediciones- y frente a sus televisores a partir de la inauguración de la televisión nacional y el comienzo de las transmisiones por este medio. Familias enteras encontraban en esta transmisión un motivo para reunirse y disfrutar juntas, cada 11 de noviembre, la ceremonia de elección y coronación de la Señorita Colombia®; durante la cual le hacían -literalmente- barra a su candidata, conjeturando -también en familia- acerca de los resultados y decisiones del jurado y celebrando -cómo no- los aciertos correspondientes.

Los eventos previos a esa noche eran profusamente informados por los medios, de modo que media Colombia estaba pendiente, por ejemplo, del denominado “Vuelo Real”, que una aerolínea, para entonces tan colombiana como responsable -Avianca-, hacía exclusivamente para transportar a las candidatas, todas juntas, de Bogotá a Cartagena, donde la población local abarrotaba el viejo aeropuerto de Crespo para ver con sus propios ojos a esas mujeres deslumbrantes que los periodistas llamaban beldades y que serían las soberanas de la ciudad durante por lo menos una semana. Ocurría igual con los desfiles de las candidatas en distintos trajes y su entrevista con el jurado.

Amelia Vélez Domínguez, Señorita Chocó 1949.
Blanca Isabel "Betsy" Ángel Castro, Señorita Chocó 1955.
FOTOS: Facebook-Monarcas de Venezuela y Mundiales.

La sucesión de eventos, su popularización y seguimiento a través de los medios de comunicación, que paulatinamente fueron dedicándole más tiempo al reinado de Cartagena y especializando a algunos de sus periodistas en el cubrimiento del mismo, contribuyeron a consolidar una visión y un sentimiento de representación regional o departamental, agenciado por las reinas de belleza que competían en el concurso. Estas percepciones fueron cobrando una importancia especial y ganando relevancia en regiones como el Chocó y su capital Quibdó. Para un departamento ignoto en Colombia o reducido a dos o tres estereotipos tergiversadores de su realidad, la reina se convertiría en una suerte de embajadora de la cultura y de la historia, del folclor y de la geografía, de la gente y, cómo no, de la belleza de la región. De cierta manera, además de la corona y el cetro de la belleza chocoana, la reina departamental portaba la esperanza de que Colombia supiera que el Chocó era algo más que esos estereotipos, sumando así elementos a la enorme labor que -desde la década de 1930- habían adelantado los políticos e intelectuales que integraron la generación chocoanista y encabezaron el proceso de departamentalización del Chocó y la construcción de institucionalidad estatal, que había empezado desde los tiempos de la Intendencia.

Recién creado como departamento, el Chocó envió en 1947 su primera representante al Concurso Nacional de Belleza, en Cartagena: Zulma Zúñiga Conde, quien -aunque no obtuvo ningún galardón en el concurso- fue recibida apoteósicamente y multitudinariamente cuando regresó a Quibdó, en un hidroavión que acuatizó en la orilla del Atrato a finales de noviembre de ese año. La primera Señorita Chocó compitió con otras 14 candidatas y, junto a Tolima, Norte de Santander y Nariño, fue debutante en el concurso. Zulma era de los Zúñiga de ascendencia popayaneja que en la segunda década del siglo XX establecieron en Quibdó el Salón Colombia, bar, salón social, de diversiones y espectáculos, donde por primera vez se vio cine en el Chocó. El papá de Zulma era Julio César Zúñiga Ángel, hermano de Gonzalo, Ernesto e Ibrahim, este último conocido popularmente como el Mono. La señora Josefina Conde era la mamá de la primera Señorita Chocó.

Dos años más tarde, en la tercera edición (1949) del reinado de Cartagena, la representante del Chocó, Amelia Vélez Domínguez, fue elegida como una de las cuatro princesas, junto a sus compañeras de Antioquia, Cundinamarca y Magdalena. El Chocó no participó en las dos ediciones siguientes del concurso. Regresó en la sexta edición, cuya noche de elección y coronación se llevó a cabo el 12 de noviembre de 1955 y contó con la presentación artística del mejicano Agustín Lara y de la argentina Berta Singerman. La Señorita Chocó 1955 fue Blanca Isabel Ángel Castro, popularmente conocida como Betsy, famosa por el esplendor de su sonrisa, quien precedió a una de las reinas más recordadas que ha tenido el Chocó, tanto por su belleza y su reinado, como por su inteligencia y su posterior desempeño en la escena política nacional.

Nazly Helen Lozano Eljure, a quien sus amistades cercanas y sus parientes llaman familiarmente Chachi, fue la Señorita Chocó 1957. Nació en Condoto, de padre chocoano (Mario Lozano) y de madre de ascendencia sirio-libanesa (Zureya Eljure). Fue compañera de concurso de Doris Gil Santamaría, representante de Antioquia, quien fue elegida Señorita Colombia, pero renunció al año siguiente para casarse; y fue reemplazada por la Virreina, Luz Marina Zuluaga Zuluaga, quien a la postre pasaría a la historia por ser elegida como Miss Universo. Después del reinado de Cartagena, la Señorita Chocó 1957, Nazly Lozano Eljure, se graduó como abogada y desarrolló una destacada carrera pública, que incluyó importantes cargos regionales y nacionales. Actualmente reside en Cali.[2]

Nazly Helen Lozano Eljure, Señorita Chocó 1957.
FOTOS: Facebook-Monarcas de Venezuela y Mundiales. 
Archivo fotográfico y fílmico del Chocó
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El Chocó, al igual que Boyacá, Córdoba, Huila y Valle, no participó en el Concurso Nacional de Belleza, en Cartagena, en 1959. Tampoco en 1961. En 1962, cuando el concurso retomó su realización anual, luego de llevarse a cabo cada dos años durante siete ediciones, el Chocó regresó a Cartagena con Carmen Emilia Arango Rivas, quien fue elegida como mejor compañera.

En la edición de 1963, el Concurso Nacional de Belleza decidió reemplazar la participación de los departamentos por la de ciudades del país. Isabel Meluk Castro participó como Señorita Quibdó. Treinta ciudades fueron invitadas a concursar, en vez de los diecisiete departamentos que entonces conformaban a Colombia. Dieciséis ciudades participaron finalmente en el reinado, cuya corona nacional fue ganada por la muy recordada Leonor Duplat Sanjuán, en representación de la ciudad de Cúcuta.

Quince ciudades, entre ellas El Carmen de Bolívar, Puerto Colombia, San Gil, San Jacinto y San Marcos, compitieron en el 12º Concurso Nacional de Belleza, cuya ceremonia final se realizó el 13 de noviembre de 1964, en Cartagena. Quibdó no participó en esta edición y tampoco en la siguiente, la 13ª, que se llevó a cabo el 21 de noviembre de 1965, en Cartagena, y fue presentada por Víctor Nieto Núñez, director y fundador del Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias. La Señorita Ibagué, Edna Margarita Rudd Lucena, quien había nacido en la hoy desaparecida población de Armero, fue elegida como Señorita Colombia 1965 y coronada en el Teatro Cartagena.

El Concurso Nacional de Belleza retomó -en su 14ª edición, en el año 1966- la representación por departamentos, luego de tres ediciones (1963, 1964 y 1965) en las que las concursantes representaban ciudades de Colombia. En consideración a su condición de capital de la república, se incluyó a Bogotá, como se había hecho hasta el año 1962. Un incendio verdaderamente devastador, considerado como uno de los peores de la historia del Chocó, ocurrido desde la noche del 26 de octubre de 1966 hasta el día siguiente, condujo a la decisión departamental de no participar ese año en el certamen. El palo no estaba para cucharas. La desolación no estaba para reinados. En 1967, con la ciudad de Quibdó aún en reconstrucción, tampoco el Chocó participó en el reinado de Cartagena.

En agosto de 1968, cuando aún eran visibles huellas físicas y emocionales, colectivas e individuales, del gran incendio de 1966, Quibdó fue escenario de una protesta social de proporciones inusitadas: la Huelga de Agua y Luz. En una ciudad parcialmente en ruinas aún, con algunos sectores en proceso de reconstrucción y remodelación, estudiantes, líderes cívicos y ciudadanos del común salieron a las calles a exigir estos dos servicios básicos y elementales, de los cuales parecía imposible que un conglomerado humano de la importancia de Quibdó pudiera carecer. La situación era grave.

A pesar del estado de cosas que se vivían en aquel 1968, particularmente en Quibdó, la gobernación decidió enviar una representante del Chocó al reinado de Cartagena. “En 1959, mi familia abandonó el Chocó, para instalarnos en Bogotá. No volví al lugar donde nací, hasta que, en 1968, fui requerida por los estudiantes chocoanos de la Universidad Libre de Colombia, que promovieron mi candidatura para representar a mi departamento en el Concurso Nacional de Belleza Señorita Colombia. Recibí el encargo con cetro y corona, de manos del entonces gobernador del Chocó, Esaú Becerra”[3], relata quien fuera la candidata elegida, quien en una autobiografía añade que “fue la primera mujer 100% negra en lograr un reinado de belleza en Colombia, al ser elegida Señorita Chocó en 1968”[4]. Poeta, modelo, activista, diseñadora de modas, empresaria, periodista, esta reina chocoana reside en España hace más de medio siglo, en donde ha forjado una carrera multifacética. De ella y otras cuantas hablaremos en una próxima entrega de este especial de reinas, en El Guarengue.



[1] Un completo, fundamentado y riguroso análisis de la cuestión racial, a partir de los discursos y representaciones de la prensa sobre blancura y belleza y sobre la mayor o menor blanquitud de las reinas en Colombia, se puede leer en: Blancos, no blancos, casi blancos. Cuerpo, color y belleza en Colombia, segunda mitad del siglo XX. Pietro Pisano. Tesis de investigación presentada como requisito para optar al título de Doctor en Historia. Universidad Nacional de Colombia Facultad de Ciencias Humanas, Departamento de Historia. Bogotá, Colombia. 2019. 399 pp.

[2] Lea en El Guarengue: 3 chocoanas inolvidables, para más detalles sobre la trayectoria profesional de Nazly Lozano Eljure. En: https://miguarengue.blogspot.com/2020/03/3-chocoanas-inolvidables.html

[3] Laura Victoria Valencia Rentería. Chocó tierra de quereres, amores, placeres, vida y emoción. En: Africanidad, web del Centro Panafricano. https://www.africanidad.com/2016/07/choco-tierra-de-quereres-amores.html

[4] LAURA VICTORIA VALENCIA. Escritora Y Periodista · Experta En Moda · Activista Social. Biografía de Laura Victoria Valencia Rentería. 

En: https://www.lauravictoria.es/2016/02/biografia-de-laura-victoria-valencia.html

lunes, 21 de noviembre de 2022

 Derroteros y exámenes finales

Noviembre era un mes de trabajo arduo y abundante en las escuelas quibdoseñas de hace medio siglo. El declive del año no traía consigo una disminución de responsabilidades y tareas, sino que -por el contrario- implicaba un incremento sustancial y significativo de estas, que debía ser afrontado con total idoneidad si se quería obtener su conclusión halagüeña, que no era otra que ganar el año.

Se llamaban derroteros. Cabían, usualmente, en un pliego doble de papel tamaño oficio rayado, es decir, en cuatro caras de aproximadamente unos cuarenta renglones cada una. Eran resúmenes de todo lo visto en cada una de las materias durante todo el año, elaborados por el maestro o la maestra mediante un conjunto de preguntas, entre 15 y 30, que luego copiaban en el tablero -cada una con su respuesta- para que uno las reprodujera en esas hojas de papel especialmente destinadas para ello. Igualmente, a veces el maestro o la maestra dictaban los derroteros y en ese caso uno primero los copiaba en el cuaderno de tareas y después, en su casa, los pasaba a dichas hojas y posteriormente los presentaba en limpio para su revisión. En ambos casos, copiados del tablero o del dictado, las hojas de los derroteros debían quedar impecables y legibles, sin errores, sin enmendaduras, sin tachones, con las preguntas enumeradas secuencialmente y escritas con lapicero de tinta roja, y las respuestas escritas con lapicero o estilógrafo de tinta azul. Los tres dedos con los que uno agarraba el lapicero y el estilógrafo quedaban magullados después de escribir un derrotero de esos, con la primera falange aplanada y adolorida, especialmente la del dedo del corazón. La mano quedaba tan cansada que uno se pasaba horas agitándola o moviéndola para todos los lados dizque para que descansara o dejándola caer en peso, por la inercia del brazo, hacia un lado del cuerpo, con el mismo fin.

Más o menos una semana completa nos tardábamos en esta labor de copiar los derroteros de todas las materias o asignaturas, casi siempre la primera semana de noviembre, pues entre la segunda y la tercera semana se llevaban a cabo los exámenes finales, cuyas preguntas -ya que para eso habían sido inventados- salían de esos derroteros, cuya extensión variaba según la materia de la que se tratara; siendo los derroteros de aritmética y geometría, lenguaje, geografía e historia los más largos: entre 20 y 30 preguntas por materia; aunque los de ciencias naturales, si se sumaban las tres materias que por separado se estudiaban: mineralogía, botánica y zoología, eran más largos que cualquiera de los otros, pues bien podían ajustar entre 40 y 50 preguntas en total.

De trabajos manuales y canto no había derrotero. Un trabajo manual libre, elaborado en barro, arcilla o peña, complementado con trozos de madera, hojas o flores, según de lo que se tratara, era el examen final de trabajos manuales. El de canto consistía simple y llanamente en aprenderse una canción, cualquiera, la que uno eligiera, del género que fuera: bolero, canción típica chocoana, vallenato, tango, vals, pasillo; armarse de valor y salir al frente de todos los compañeros, con la maestra o el maestro como jurado calificador, a cantar dicha canción. En ambos casos, trabajos manuales y canto, nadie perdía el examen final. Se obtenía como mínimo una nota de tres raspado, pues los maestros eran conscientes de que no todos éramos cantantes innatos ni teníamos habilidades para ello y que abundaban más las voces de tarro que otra cosa; así como tenían claro que no todos poseíamos talento artístico para modelar, diseñar, esculpir, armar y presentar de buena manera una figura o una escena, pues éramos más quienes no pasábamos de una bolita de barro a la que le acomodábamos dos piedrecitas diminutas como ojos, un trocito de paja de escoba como nariz y con la uña del dedo pulgar le hacíamos una hendidura que simulara una boca sonriente; le acomodábamos dos pedazos pequeños de barro como orejas y de ahí para allá seguíamos añadiendo trozos que simularan el tronco y las extremidades, hasta obtener algo que se nos pareciera a una figura humana, así al resto de los compañeros y al maestro no se les pareciera mucho, no por exigentes, sino porque en realidad la calidad del monigote era bastante deficiente.

Una vez completados los derroteros, los maestros nos informaban el horario de exámenes finales y nosotros diligentemente lo copiábamos, para mostrárselo a la mamá, que era lo mandado. Distribuidos en dos semanas, la segunda y la tercera de noviembre, en ese lapso uno solamente iba a la escuela a presentar el examen o los exámenes que tocaran -máximo dos por día- y el resto del tiempo se la pasaba estudiando en su casa, a ratos solo y casi siempre con algunos compañeros, hasta aprenderse totalmente de memoria el dichoso derrotero de cada materia y así llegar preparado al examen correspondiente. Los pocos bombillos que había en las casas se encendían al anochecer, cuando ponían en funcionamiento la planta eléctrica que prestaba el servicio a todo Quibdó. Alumbraban menos que una lámpara de querosín o una vela arrimadas plenamente a la hoja del derrotero, e incluso menos que la luna llena o nueva. Por ello, era mejor estudiar de día, después de llegar de la escuela y antes de que se oscureciera; o, por recomendación de los maestros, sobre todo para las materias cuyos derroteros eran más extensos y prolijos, uno se levantaba cuando aún estaba oscuro, en la madrugada, de modo que cuando asomara el sol uno ya estuviera listo y alcanzara a estudiar por lo menos una hora o una hora y media antes de desayunar e irse hacia la escuela.

Visto en la perspectiva del tiempo transcurrido, teniendo en cuenta que cuando vivimos esto teníamos entre siete y once años, y estudiábamos en la Escuela Anexa a la Normal Nacional para Varones de Quibdó -que así se llamaba entonces-, uno podría ver en estas prácticas de estudio una exigencia desmesurada e irracional o un esfuerzo titánico e inapropiado para niños tan pequeños; pero, en aquel tiempo, uno simplemente lo hacía así y lo asumía como parte de ser estudiante. Incluso, podría decirse que uno vivía este tiempo como una especie de rito anual que se concelebraba con los compañeros, que eran también amigos y condiscípulos, vecinos y casi hermanos, con quienes terminaba convirtiendo el aprendizaje de los derroteros en juego y diversión, y en una oportunidad de ayuda mutua y solidaria, especialmente con quienes tuvieran dificultades para memorizar ese montón de preguntas y respuestas. Conjeturar qué preguntas serían materia de cada examen era parte del juego y reírnos sin parar celebrando cuando lográbamos adivinarlas era parte de la satisfacción colectiva de ganar los exámenes, así como lamentar que alguien los perdiera era también parte del ritual.

Al igual que los derroteros, los exámenes finales se presentaban en esas hojas dobles de papel rayado, tamaño oficio, que se conseguían en cualquier tienda de Quibdó, donde a final de año se convertían en artículos tan demandados como el arroz y la manteca, los paqueticos de aliños y las cuatro onzas de fideos, las cuatro onzas de queso, las papeletas de café, la media libra de lentejas o de fríjoles, la media libra de papas o el plátano bien verde, los confites de anís y de menta o los coloridos bolones de chicle, que reposaban en esos frascos grandes de tapas metálicas, encima de los mostradores de madera, al lado de la vitrina protegida con anjeo o vidrio en donde se guardaba el queso para la venta y el cuchillo con el cual se cortaba y se limpiaba.

Antes de comenzar el examen, todos debíamos proceder a escribir en el centro del primer renglón de la hoja: Examen Final de… y en los renglones sucesivos: Presentado por…, Curso… y el nombre del maestro o la maestra; por ejemplo, Bibiana Mena, en segundo y tercero, y Roger Hinestroza en cuarto y quinto. Acto seguido, la maestra o el maestro empezaban a copiar en el tablero, con su caligrafía legible y bonita, los puntos o preguntas del examen, que por lo general eran cinco. En silencio absoluto, que solamente era posible romper si el maestro o la maestra lo permitían para aclarar individualmente alguna duda, transcurrían una o dos horas que era el tiempo fijado para cada examen. Quien terminaba levantaba la mano y con un gesto era autorizado a pararse de su puesto e ir hasta el escritorio del maestro o la maestra a entregarle el examen. Con una mirada rápida, ella o él se cercioraban de que el alumno hubiera respondido todos los puntos y entonces se despedían con un hasta mañana. Uno salía al patio de la escuela a esperar que sus compañeros de caminada diaria entre la casa y la escuela, y viceversa, terminaran su examen y salieran también, para emprender el regreso hablando sin parar del examen presentado y del que seguía; con excepción del último día, cuando la conversación derivaba hacia si se había o no ganado el año y cuándo era la clausura.

En la cuarta semana de noviembre, los maestros y las maestras terminaban de calificar, computaban, escribían las notas en las libretas de calificaciones, que traían cuatro hojas en donde estaban preimpresos los listados de las materias y los cajones para escribir las notas mensuales, la calificación definitiva y las faltas de asistencia; así como una sencilla pasta doble de cartulina en cuya portada había espacios para anotar los datos personales de cada alumno, incluyendo el nombre de su acudiente, el curso, el nombre de la escuela, y el del maestro o la maestra; y en cuya contraportada casi siempre venían impresos los llamados Deberes del alumno. La libreta de calificaciones incluía también, entre los textos del cuadernillo donde iban las notas, las normas reglamentarias del plan de estudios, aprobadas por el Ministerio de Educación Nacional, los espacios para las firmas de acudientes y maestros, y unas cuantas líneas para las observaciones mediante las cuales los maestros resumían el desempeño parcial o definitivo del alumno, incluyendo felicitaciones o admoniciones más o menos severas. De acuerdo con los resultados de cada alumno, los maestros definían y consignaban en la libreta de calificaciones su promoción al siguiente grado escolar o la repetición del mismo, por pérdida, al año siguiente. Todo ello a mano, con sus propios estilógrafos y lapiceros, libreta por libreta, hasta tenerlas listas para el día de la clausura del año escolar, que se hacía casi siempre entre el 25 y el 30 de noviembre de cada año; pasado lo cual empezaban las vacaciones, que se prolongaban hasta el 20 de enero del año próximo.

La Normal de Quibdó (izq.) y su Escuela Anexa (der.) empezaron a funcionar en el año 1936. En esta foto de 1942 se ven sus edificios recién inaugurados y está en construcción la cancha de fútbol. FOTO: Archivo fotográfico y fílmico del Chocó.

De los derroteros y los exámenes finales nos quedaron un montón de datos que jamás olvidaremos. La capacidad de sumar, restar, multiplicar y dividir a mano y mentalmente... Los nombres y las partes de seis o siete figuras geométricas... Las llamadas teorías sobre el poblamiento de América, incluyendo la de un señor cuyo nombre conocimos desde aquel entonces: Paul Rivet... La historia de los caciques Guasebá y Quibdó... Las insólitas y supuestas razones por las cuales el Chocó lleva su nombre: un conquistador español que, al regresar a su tierra y ante la pregunta de cómo le habían parecido estos parajes, expresó: “esa tierra me chocó”; y unos pájaros que al atardecer, en el San Juan o en el Atrato, pasaban volando en bandada y cantando algo que se escuchaba como: “ay, chocó, ay, chocó”... La importancia de Diego Luis Córdoba, Adán Arriaga Andrade, Manuel Mosquera Garcés, César Conto Ferrer, Miguel Vicente Garrido... Los nacimientos y desembocaduras de los tres grandes ríos del Chocó y los llamados “primitivos pobladores” de la región... Y las características del oro: tenaz, dúctil y maleable… Por mencionar unas cuantas cosas entre tantas que uno recordaría -si se pusiera a hacer memoria- y que formaban parte de esos enmarañados cuestionarios que eran los derroteros con los cuales había que prepararse para presentar los exámenes finales.

Del mes de noviembre como momento culminante de cada año escolar, son inolvidables los actos de clausura, en donde casi siempre había números artísticos, como presentaciones musicales y declamaciones, además de las palabras de Don Arnulfo, el director de la escuela y la entrega, alumno por alumno, de las libretas de calificaciones. Allí se hacían públicos los reconocimientos a los mejores alumnos de cada curso en aprovechamiento, conducta y disciplina; y se despedía a quienes terminaban el quinto grado y por ello dejaban la Escuela Anexa, para pasar a la Normal o al Colegio Carrasquilla. En estos casos, solía incluirse un breve discurso de parte de uno de los alumnos de quinto y un premio especial a quienes, habiendo cursado los cinco años de primaria ahí en la escuela, hubieran tenido un rendimiento destacado durante todo su paso por ella. Lágrimas no faltaban, de madres emocionadas y conmovidas por el nuevo peldaño al que sus hijos ahora ascendían, en esa escalera que simbólicamente era la educación, la cual nos conduciría, algún día, a un punto de la vida llamado futuro.

A la alegría de haber ganado el año se sumaba entre nosotros la felicidad de saber que venían casi dos meses de aquellas vacaciones que consistían en jugar de sol a sol en las calles y en las casas, en las quebradas y zanjas, en los montes y pantaneros; incluyendo convidar a los amigos como compañía para hacer los mandados de la casa, apertrechado cada uno con su aro o rueda de llanta de carro recortada, que empujábamos y guiábamos con un pedazo de palo que hacía las veces de timón y propulsor. El tiempo nos era leve mientras jugábamos y cantábamos con las muchachas del barrio, en las noches claras; o mientras nos bañábamos en el aguacero, recorriendo el pueblo a toda carrera, en busca de los chorros más abundantes que cayeran de los techos; o mientras contábamos cuentos de Tío Tigre y Tío Conejo, de los hermanos Pedro, Juan y Diego, del diablo y de la diabla; o mientras echábamos mentiras y hablábamos paja sentados en los andenes y en las esquinas, en las noches oscuras, cuando los rayos y los truenos anunciaban la tormenta.

lunes, 14 de noviembre de 2022

 Hoy como ayer

*Archivo El Guarengue

Creada por el decreto 1347 del 5 de noviembre de 1906, firmado por el General Rafael Reyes como presidente de Colombia, la Intendencia Nacional del Chocó empezó a funcionar a partir del 1º de enero de 1907, como lo ordenaba el mismo decreto. Año y medio después, desde el 5 de agosto de 1908 y hasta el 1º de enero de 1910, la Intendencia fue transitoriamente reemplazada por la figura del Departamento de Quibdó, creado mediante una reforma administrativa del mismo presidente Rafael Reyes, que incluyó la creación de 34 departamentos en todo el país, como parte de una estrategia de negociación con sus contradictores políticos que le permitiera mantenerse en el poder.

Para la creación del Departamento de Quibdó, el gobierno de Reyes segregó del territorio original de la Intendencia los municipios de Murindó, Riosucio y Turbo, que pasaron al Departamento de Antioquia; El Carmen, que fue anexado al Departamento de Jericó; y las poblaciones del Silencio, Argelia, Salmelia, Florida, Versalles y Cajamarca, que de la Provincia del San Juan pasaron al Departamento de Buga. Posteriormente, los municipios de Riosucio y El Carmen fueron reintegrados al territorio chocoano, mas no ocurrió lo mismo con el Corregimiento de Arquía y las poblaciones de Isleta y Vegáez, que entraron a formar parte del Municipio de Urrao y toda la banda oriental del Atrato, que también pasó a engrosar el territorio del Departamento de Antioquia. Así mismo, las poblaciones del Distrito del Silencio terminaron integradas al Municipio de Toro (Valle del Cauca). Todo ello cuando finalizó el transitorio experimento de Rafael Reyes, que concluyó con su reemplazo en el poder y el regreso del país a la organización política del año 1905. De modo que, depuesto Reyes en 1909, todas sus medidas de organización política y administrativa de Colombia serían revertidas al comenzar el año 1910; con lo cual la región chocoana regresó a la categoría de Intendencia Nacional.

Así las cosas, el informe cuyo fragmento subtitulado OBRAS PÚBLICAS reproducimos a continuación fue presentado cuando la Intendencia Nacional del Chocó a duras penas había tenido en total una vida institucional de un poco más de tres años, 38 meses exactamente. Fechado el 30 de julio de 1911 y suscrito por el entonces Intendente Nacional del Chocó, Justiniano Jaramillo Arango, el informe nos muestra cómo desde los comienzos de su vida institucional moderna, a comienzos del siglo XX y cuando en todo el país se celebró el centenario de la Independencia Nacional, el Chocó ha clamado por la construcción de infraestructura básica como fundamento para su desarrollo económico y social.

Hoy, más de un siglo después de aquel informe, el antiguo camino Quibdó-Bolívar es una riesgosa carretera aún sin terminar. El antiguo hospital de caridad, inaugurado en la década de 1930, no tiene los recursos ni el nivel necesario para atender la salud regional; y la región clama por hospitales de alta y mediana complejidad. La navegación fluvial se convirtió en un problema, y no solamente por el señorío de la guerra. Los servicios de acueducto y alcantarillado siguen siendo precarios e insuficientes y el agua potable es como la luz eléctrica para grandes masas de población chocoana: desconocida, inexistente. Los caminos y carreteras internas no existen o son de pésima calidad. Funcionaba más el antiguo telégrafo de Quibdó e Istmina, de hace 111 años, que los servicios de telefonía celular e internet que para el Chocó parecieran no haberse acabado de inventar. Y así... Etcétera, etcétera. Como hace más de un siglo atrás, cuando todo estaba por hacer.

JCUH

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OBRAS PÚBLICAS

(Fragmento del Informe del Intendente Nacional del Chocó al Señor Ministro de Gobierno. Edición Oficial. Bogotá, Imprenta Nacional, 1911. 31 pp. Pág. 23-27).

Quibdó, 1925. FOTO: Misioneros Claretianos.

“Como asunto de vital importancia para el desarrollo y progreso de esta comarca, ha tenido el Gobierno Intendencial el fomento material de las obras públicas, tanto de las que se consideran por su naturaleza como nacionales, como de aquellas otras que, por estar estrechamente ligadas a intereses locales, pudieran depender exclusivamente de los municipios.

Entre las obras públicas son, sin duda, las más importantes para un pueblo aislado, las vías de comunicación, porque el mismo aislamiento de los pueblos es como el compañero obligado del atraso…

[…]

Ahora bien: no pudiendo el Chocó pensar en el lujo de los ferrocarriles que lo liguen a la capital de la república ni a los grandes centros comerciales, porque esa sería empresa superior a los recursos de que actualmente dispone el país, sí es conveniente, y más que conveniente, necesario, el mejoramiento de las únicas vías terrestres que tiene iniciadas, ya que las fluviales, que son las más numerosas, apenas reclaman ligeramente la intervención humana, siendo caminos que andan, según la hermosa expresión de uno de nuestros grandes escritores.

Las vías de comunicación más importantes del Chocó, y a las cuales ha dado el gobierno especial preferencia, son:

1. El camino de Quibdó a Bolívar, en el Departamento de Antioquia, que se construye hoy bajo la dirección del ingeniero señor Rodolfo Castro B. y de una junta autóctona, creada por el gobierno de la Intendencia con plena autorización del señor Ministro de Obras Públicas.

2. El camino de Tamaná, o sea el que arranca de Puerto Chaves, en el Cauca (paso de Anacaro), y que debe terminar en Nóvita o en Istmina, si se toma otro ramal desde Juntas de Tamaná.

3. El camino de Apía o de Chamí, que une a Apía, en el Departamento de Caldas, con Tadó, por el trazado que hizo el doctor Griseldino Carvajal.

4. El camino de Potedó, o sea la ruta que debe unir la parte navegable del San Juan con el Valle del Cauca, transmontando la cordillera, arriba de Sipí.

5. El de Quibdó a Istmina por la vía de Cértegui y Raspadura.

6. El camino de Raspadura, entre Istmina, capital de la Provincia del San Juan, y la quebrada de Raspadura en su parte navegable.

7. El camino del Tronquito, entre el Andágueda y el San Juan.

De estas vías, la más importante entre todas es el camino de Quibdó a Bolívar, que está actualmente en construcción.

[…]

La vía proyectada entre Quibdó y Bolívar tiene poco más o menos veintidós leguas, que pueden descomponerse así: Entre Quibdó y Tutunendo, cuatro leguas. Entre Tutunendo y Munguirrí, dos leguas. Entre Munguirrí y el Raicero, vías nuevas de empalme, cinco leguas. Entre el Raicero y el Carmen, diez leguas. Entre el Carmen y el límite con Bolívar, una legua.[1]

El primer trayecto entre Quibdó y Tutunendo tiene algunas rectificaciones para quitar las pendientes mayores del 10 por 100, y está actualmente en vía de refección, sea mejorando los pasos malos, sea haciendo las rectificaciones de acuerdo con los últimos trazados. Hay actualmente tres cuadrillas de trabajadores en la vía y, con un gasto aproximativo de $ 4,000, la comunicación quedará perfecta entre Quibdó y Tutunendo. El segundo trayecto, o sea de Tutunendo a Munguirrí, fue construido desde el año antepasado por el ingeniero señor Roberto J. White, quien trazó esta desviación e hizo la vía en las mejores condiciones posibles. Falta únicamente rozarla, pues la exuberancia de la vegetación ha obstruido nuevamente la vía, sin alterar el piso. Entre Munguirrí y el Raicero se está practicando actualmente un desmonte de veinte metros de anchura, y despalización de cinco metros hasta empalmar en el Raicero con la vía antigua. Este trayecto tiene cinco leguas, y su gasto hasta la macadamización ha sido calculado en $ 10,000, suma reducida si se tiene en cuenta que es la parte más difícil de la obra y que, terminada esta parte, puede establecerse el tráfico de una vez entre Quibdó y Bolívar, mientras paulatinamente puede perfeccionarse toda la vía. Conceptúa el ingeniero que esta importante empresa, de trascendental importancia para la Intendencia y para el departamento vecino, puede terminarse en un año, con un costo aproximativo de $ 20,000 a $ 25,000; pequeño sacrificio que será compensado con creces apenas esté terminado.

Después de la vía de Quibdó a Bolívar sigue en importancia la vía de Apía, que une al Chocó con los departamentos de Caldas y Antioquia. Esta vía se divide en dos ramas: una que termina en el Andágueda, y la principal que se extiende a Tadó e Istmina. La longitud total de esta vía puede estimarse en veinte leguas, pero gran parte de su trayecto puede recorrerse con bestias de carga, y no sería difícil, componiendo algunos pasos malos, recorrer del mismo modo toda la vía. Sin embargo, por la naturaleza del terreno, la abundancia de aguas y, por ende, la necesidad de construir muchos puentes, hace que la construcción general de la vía sea más costosa que la de Quibdó a Bolívar, lo cual ha contenido a los empresarios particulares que han querido encargarse de la dirección de los trabajos por medio de contratos. El Alcalde de Bagadó, señor Ángel Arias, con interés que lo honra, ha dirigido los trabajos del camino entre el Andágueda y el San Juan, lo que facilita el tráfico a esta rica comarca, que está en pleno desarrollo minero.

El camino de Tamaná tiene veintinueve leguas de longitud, pero las primeras once leguas fueron construidas desde el año de 1896, de modo que hoy lo que falta por construir es solamente un trayecto de diez y ocho leguas, o sea una distancia casi igual a la que existe entre Quibdó y el Carmen, por el camino de Bolívar. El gasto del camino de Tamaná ha sido calculado en $ 150,000 oro, incluyendo los trabajos ya hechos, que, como lo he dicho al principio, son muy importantes.

El camino de herradura entre Quibdó e Istmina atraviesa una región baja y anegadiza que hace costosa y difícil la obra, pero no imposible. Calculado su gasto en $ 80,000, ha parecido excesivo, por lo cual se prefiere la línea fluvial, a pesar de los inconvenientes que presenta el poco caudal de aguas de la quebrada de Santa Mónica hasta llegar al Tambo, a legua y media de Istmina. Este último inconveniente se ha subsanado con la apertura de una trocha que, partiendo del Tambo, viene a terminar en la boca de Raspadura, dos leguas más abajo, donde, siendo el caudal de aguas mayor, la navegación es más cómoda y no es interrumpida por la sequedad. El transporte de carga entre Raspadura e Istmina se hace por esta vía terrestre en cuatro horas, con lo cual se evitan los inconvenientes y penalidades de la mala navegación.

El mejoramiento de esta vía se debe al Distrito de Istmina, el cual ha propendido a su rápida terminación, aun cuando, por su importancia, la vía es nacional.

Complemento necesario de las vías de comunicación es también el mejoramiento de la navegación en el Atrato y el San Juan, canalizando algunas de las bocas de ambos ríos, y con especialidad una de las principales del Atrato. Con esto se facilitaría la entrada a las aguas del majestuoso río, que en su parte baja es un mar interno, de buques de mayor calado y de mayor tonelaje que los que actualmente surcan sus aguas. Además, se ensancharía considerablemente el comercio de importación y exportación, no solamente de la región chocoana, sino también del vecino Departamento de Antioquia, que por la vía de Urrao al Atrato ha procurado hacerse con una vía propia para la salida de todos sus productos al mar.

Sin la canalización de las bocas del Atrato la navegación se restringe considerablemente, y si es verdad que algunos inconvenientes podrían subsanarse trayendo la carga en grandes buques marítimos para transbordarla en el Golfo a otros más pequeños, el transbordo tiene siempre sus inconvenientes, y además esta medida comportaría la necesidad de grandes depósitos para la carga en Turbo o en algún otro puerto accesible del Golfo, lo que sería más costoso.

Dejando a un lado las vías de comunicación, de las cuales hemos reconocido, por otra parte, la importancia primordial, todavía queda mucho que hacer en el Chocó en materia de obras públicas. Tanto en Quibdó, capital de la Intendencia, como en las cabeceras de los Distritos, hay infinidad de obras públicas que en parte pudieran considerarse como municipales y en parte también como dependencias inmediatas de la entidad intendencial. Las principales de Quibdó que necesitan el concurso del Gobierno Nacional por medio de auxilio, son: el Hospital de Caridad, iniciado con motivo de las fiestas del Centenario, y que cuenta con escasos recursos para su terminación; el Parque del Centenario, iniciado en la misma época, y que por falta de recursos no se ha podido terminar; el edificio del mercado público, uno de los más hermosos y más vastos de la Intendencia, y que está en igual estado. Falta además local adecuado para cárcel pública o lugar de detención, y por el cual se están pagando mensualmente a los particulares sumas de consideración.

Un auxilio nacional moderado para cada una de estas obras, y el Chocó tendría poco más que desear. Para el hospital de Quibdó se necesitan $ 2,000. Auxilio a la plaza de mercado, $ 1,000. Parque del Centenario, $ 1,000. Construcción o compra de un edificio para cárcel, $ 5,000. Canalización de las bocas del Atrato, $ 2,000. El municipio debe atender a la sanidad de las calles y solares de la población, a la construcción de acueductos y desagües, a la construcción y nivelación de las calles, a la mejora de las alamedas y refección del matadero público, y finalmente, a la construcción de un muelle en el Atrato, que dé fácil acceso a las embarcaciones que llegan al puerto.

Los demás distritos tienen también obras pequeñas relacionadas con el mejoramiento de las diversas localidades. De ese asunto tratarán detenidamente los alcaldes municipales en su información a los Prefectos, cuyos informes serán recopilados”.

El Intendente Jaramillo en la primera página del periódico ABC, de Quibdó, el 6 de agosto de 1914.


[1] 1 legua = 4.82803 km.

lunes, 7 de noviembre de 2022

 La irresponsabilidad social de Caracol TV

~FOTOS: Pinterest, Caracol TV y RCN TV.

La contratación de Marbelle como una de las figuras de su nuevo concurso de cantantes aficionados, por parte del canal colombiano Caracol TV, es uno de los actos de racismo abierto y consciente más deleznables y groseros, cínicos y agresivos, que se hayan producido -dentro de la industria nacional del entretenimiento- en la historia reciente del país; equiparable únicamente al protagonizado -contra la actual Vicepresidenta de Colombia, Francia Márquez- por la propia Marbelle, una mujer que se autopromociona y presenta como cantante y que, además de racista, suele ser bastante procaz y tosca tanto en sus nada atractivas formas como en sus bastante escasos contenidos.

Este despreciable acto de irresponsabilidad institucional de Caracol TV con la sociedad colombiana, la cual con su sintonía le proporciona el índice de audiencia necesario para la obtención de sus cuantiosas ganancias monetarias anuales, fue resumido por Mónica Rodríguez, en un texto publicado en su cuenta de Twitter el pasado 31 de octubre, dos días antes de la primera emisión del refrito televisivo: “Así es la vida. Premian el racismo y la vulgaridad. El rating vale más que la moral”[1]. Con toda razón, pues no se puede entender de otra manera que un canal privado de TV, de propiedad de uno de los tres grupos económicos más poderosos del país, no se haya dado cuenta de la enorme insensatez y el irrespeto infinito que implica -para amplios sectores de la sociedad colombiana en general y afrocolombiana en particular- un acto tan desafortunado y contrario a la ética como darle tribuna televisiva, en horario estelar, a alguien que sistemáticamente y de manera reiterada y prolongada en el tiempo cometió el delito de racismo contra la Vicepresidenta Márquez, con la desfachatez y el descaro de la autodenominada cantante; quien, además, vilipendió alevosamente al ahora Presidente de Colombia, Gustavo Petro, cada vez que quiso, como quiso y con las vulgaridades que quiso, dentro de su amplio repertorio; incluyendo una promesa incumplida de marcharse del país si ambos dignatarios fueran elegidos, promesa esta que Caracol TV, ampliando su falta de ética y cordura, su irresponsabilidad social e institucional, utilizó como leitmotiv para la campaña publicitaria de expectativa de su nuevo programa, junto a la imagen de la infame racista.

Caracol TV cree que la repartición de unos premios a quienes considera titanes de la sociedad y de regalos navideños -que le regalan para que los regale- a niños colombianos de todas las regiones, son expresiones de responsabilidad social corporativa, cuando es notorio que el móvil de estas acciones es más publicitario que solidario. Pero, no ve su total falta de dicha responsabilidad institucional, con todo y lo buena persona corporativa que presume ser, en el hecho de contratar e imponer como estrella a alguien que se ensañó en su racismo contra Francia y se encarnizó en su desprecio contra Petro, hasta convertirse en paradigma de racismo, clasismo e intolerancia política. De este modo, Caracol TV no solamente desestima un bien común -reconocido mediante precepto constitucional- como es el carácter pluriétnico y multicultural de la nación colombiana; sino que también irrespeta y subvalora a su teleaudiencia, sometiéndola a la desventurada decisión de tratar de sacarle partido y rentabilidad, en sintonía y utilidades, a la comisión de un delito, que debe parecerle menor o que seguramente considerará saldado mediante la babosa e insípida disculpa que -obligada por la justicia- balbució la presunta cantante en su momento, gracias a la generosidad de Francia Márquez, quien bien pudo haber continuado con el proceso judicial sin aceptar la tal conciliación esa, quimérico escenario que no es más que una demostración de la exigua importancia que en el sistema se le da al racismo como delito.

Siervos obsecuentes de la dictadura del rating, medios masivos de comunicación como Caracol TV, que en la realidad son empresas vinculadas a conglomerados financieros y empresariales en donde las utilidades mandan la parada; hace muchísimo tiempo que retiraron de sus horizontes las fronteras o límites éticos que antiguamente contribuían a cierto grado de autorregulación y autocontrol. Fenómenos como las fake news y el clickbait reemplazaron cualquier consideración deontológica o ética y se erigieron en puntas de lanza para la multiplicación infinita de las ganancias y de las fortunas de los empresarios de los medios, mediante la obsecuencia de sus empleados, los productores, los creativos, los directores, los periodistas, etcétera, etcétera. De ahí que acciones tan demenciales y dañinas como la imposición de Marbelle dizque como mentora, en su nuevo concurso de cantantes, barriendo debajo de la alfombra institucional la ignominia de su racismo y cohonestando así con él, no generen ninguna duda en Caracol TV ni le inspiren a sus directivos -y menos a sus propietarios- la más ínfima consideración moral o ética.

Habrá, pues, que ver si somos capaces, entre todos, de conducir al fracaso comercial a este nuevo concurso de Caracol TV, mediante la sencilla acción de no sintonizar ese canal en los días y en los horarios en los que el programita ese es transmitido y evitando a toda costa participar en tendencias digitales favorables al mismo o en la lectura de contenidos que lo promocionen. De paso, podríamos dejar de ver -así como una vez lo hicimos con el de RCN- su noticierito de pacotilla, tendencioso y recargado a la derecha; con presentadoras a las que -salvo contadas excepciones- uno no les cree ni la hora y que miran a la cámara, es decir, al televidente, con chocante aire de superioridad moral o con ínfulas de top model; con titulares y entradas mal redactadas y mal escritas en la pantalla, repleto de frases de cajón (“¿qué es lo último, Winton de Farías?”) y formulitas insignificantes y absurdas (como esa de que Fulanito “nos amplía”); no vaya y sea que un mediodía de estos la inculta esa promocionada al estrellato por Caracol TV termine convertida -mediante los titulares amañados de su noticiero- en “la polémica cantante”, cuando todos sabemos -hasta ellos mismos- que no pasa de ser una mediocre y patética racista.


[1] Twitter: Mónica Rodríguez. @MONYRODRIGUEZOF.

https://twitter.com/MONYRODRIGUEZOF/status/1587090927025328129