lunes, 27 de septiembre de 2021

De devoción colonial a patrimonio de la humanidad

 San Pacho en Quibdó:
De devoción colonial 
a patrimonio de la humanidad

Doce barrios de Quibdó, llamados barrios franciscanos, presiden -sucesivamente y durante un día cada uno- las Fiestas de San Pacho, entre el 21 de septiembre y el 2 de octubre de cada año. Estos doce días constituyen una especie de núcleo territorial de la celebración y forman parte de los casi veinte días que dura en su totalidad la fiesta, la cual empieza el 19 de septiembre con la lectura del bando y concluye el 5 de octubre con el ritual de bajada de banderas, un día después de la majestuosa y solemne procesión religiosa, que es presidida por una vívida imagen del santo que hace casi un siglo fue traída de España y que durante el resto del año permanece en la Catedral que lleva su nombre. Tomás Pérez, Kennedy, Las Margaritas, La Esmeralda, Cristo Rey, El Silencio, César Conto, Roma, Pandeyuca, Yesquita, Yescagrande y Alameda Reyes son los nombres de los doce barrios franciscanos cuyas banderas son batidas incesante y cadenciosamente, al ritmo de la chirimía chocoana, en el desfile del 20 de septiembre, que marca el comienzo de la programación barrial junto con la solemne misa inaugural.

Aunque data de mediados del siglo XVII, cuando Fray Matías Abad celebra una procesión por el Atrato con grupos de indígenas en canoas, en homenaje al santo patrono de la población recién fundada; la Fiesta de San Francisco de Asís o San Pacho, en Quibdó, se empieza a configurar y organizar, del modo como hoy la conocemos, en las tres primeras décadas del siglo XX, especialmente en la de 1920-1930, cuando los Misioneros Claretianos ya se han insertado en la sociedad quibdoseña, adonde arribaron en febrero de 1909 procedentes de España, y han establecido plenamente la estructura eclesiástica de la Prefectura Apostólica del Chocó: “Con la presencia de los misioneros de origen español, la manifestación religiosa y la devoción a San Francisco se va a enriquecer con el aporte que éstos realizan en lo musical, lo teatral y en general en las manifestaciones artísticas asociadas a la fiesta, rasgos que ya se expresan en la segunda década del siglo XX y que tienen como mentor al misionero Nicolás Medrano[1].

A finales de la primera década del siglo XX, recién terminada en Colombia la llamada Guerra de los Mil días y consumada con inicua intervención estadounidense la secesión de Panamá, Quibdó se convierte en capital de la Intendencia Nacional del Chocó y empieza a vivir un rápido crecimiento que terminará convirtiendo aquel pequeño poblado de otrora en un emplazamiento urbano moderno, conectado mercantilmente con el mundo entero, dueño de una activa vida social y cultural: todo un sueño de modernidad. “Es en este escenario de inicios del siglo XX donde la Fiesta de San Francisco de Asís comienza a adquirir relevancia y se convierte en manifestación que le confiere identidad a la población afrochocoana, que representa aproximadamente el 90% de las familias del pequeño poblado, que para ese momento no superaba los 4.000 habitantes y que fundamentalmente era población que mantenía una alta movilidad y estacionalmente vivía en espacios rurales[2].

A la intervención entusiasta y con fines devocionales de los Misioneros Claretianos, se sumarán el entusiasmo y espíritu creativo de mujeres y hombres de los barrios, cuyos liderazgos han ido emergiendo en los espacios festivos populares, paulatinamente configurados por fuera del epicentro de la Carrera Primera, paralela al río Atrato, donde se desarrolla toda la actividad comercial, social y política bajo el control y dominio de las elites. A la dinámica surgida de la suma del entusiasmo misionero y los nuevos liderazgos de arraigo barrial se incorporan también las ideas de equidad social y reivindicación racial de los primeros profesionales negros y mestizos, quibdoseños y chocoanos, que han accedido a la educación superior y que han empezado a ocupar instancias de administración y gobierno regional, además de comenzar a brillar en el escenario político nacional. Será en ese contexto en el que, simbólicamente, la Fiesta de San Pacho devendrá en escenario de protagonismo y predominio de nuevos sujetos sociales, así como en espacio de metafórica disolución temporal y transitoria de las diferencias del plano social en el ámbito y en el lenguaje del carnaval. De este modo, “es hacia la década de los treinta cuando se introducen igualmente otras innovaciones en la fiesta, como por ejemplo la banda de San Francisco de Asís, y se asumen Los Gozos o Himno del Santo. Estas innovaciones tienen la marca de la acción que despliega el misionero y en ello cumple papel importante el Padre Nicolás Medrano, personaje de primer orden en la historia de la fiesta y quien, además de aportar en la configuración de lo básico del ritual en los aspectos de su liturgia, al mismo tiempo introduce elementos asociados al modo como se asume la fiesta en la calle[3].

Finalizando la tercera década del siglo XX, el peso específico de la fiesta se ha incrementado de modo significativo y evidente. Los rituales de vecindario y de fraternidad barrial introducidos a la fiesta por los sectores populares terminan siendo reconocidos y refrendados, validados y asumidos, por parte de la iglesia y de la nueva dirigencia regional de origen negro y mestizo, así como por sectores progresistas de las elites. Ello incide positivamente en el posicionamiento de las fiestas dentro del calendario anual de la sociedad quibdoseña, con suficiente prestancia para que su celebración motive vacaciones intendenciales, como las que ordena el entonces Intendente del Chocó, Heliodoro Rodríguez, mediante la promulgación del Decreto N° 254 de 1930 (1° de octubre), por el cual se conceden vacaciones con motivo de las festividades de San Francisco: El Intendente Nacional del Chocó, en uso de sus atribuciones legales, decreta: Artículo único. Con motivo de las festividades del Santo Patrono de la ciudad de Quibdó, San Francisco de Asís, decláranse en vacaciones las oficinas públicas los días 3 y 4 del presente mes. Publíquese y ejecútese[4].

El martes 7 de octubre de 1930, en un artículo titulado Las fiestas de San Francisco Patrono de Quibdó, el emblemático periódico quibdoseño ABC, del ilustre Don Reinaldo Valencia Lozano, publicó un balance o resumen de la celebración de la fiesta de ese año, que corrobora lo dicho sobre el progresivo aumento de su importancia, su expansión a toda la sociedad y las mejoras evidentes en su estructura y organización:

“La fiesta del patrono de la ciudad va tomando día por día mayores ímpetus. Los que se mantenían al margen hoy participan de ella, y todo promete que en los años venideros tendrá resonancia que ni siquiera se imaginan. Gentes de todos los contornos, con la proximidad de la fiesta –única de Quibdó– acuden presurosos a participar de ella. Y los nativos que pueden hacerlo costean viajes, no importa la distancia, para desempeñar ciertos papeles que les tocan, en sus barrios. Los festejos de San Francisco han tomado algo más de tres días. Nadie ha tenido en cuenta los agudos momentos por los que atraviesa el país y la fiesta se hizo con esplendor no visto.

 

Como números de sensación vimos el descenso efectuado desde la torre del reloj al parque del Centenario por la aplaudida artista señora Teresa Medina de Echavarría, del Circo Imperial de Variedades. Se usó para ello una manila en vez del cable de acero que se acostumbra, y estuvo a punto de sufrir grave percance por haber cedido la cuerda más de lo esperado. Este número, que dio muestras del gran valor de esta artista, conquistóle a la compañía el aprecio de todas las capas sociales, que con entusiasmo no registrado antes han llenado el cupo de su teatro provisional para presenciar las tres funciones que llevan hasta ahora dadas. Para Quibdó ha sido una fortuna la llegada del circo en horas en que ni siquiera se podía contar con la diversión cinematográfica.

 

La procesión que la lluvia impidió el sábado, se verificó el domingo con gran solemnidad. Los barrios, como siempre, vistieron sus mejores galas, luciendo, ante todo, magníficos trabajos ejecutados por hábiles manos de mujer. La bendición de los campos ayer, desde la colina de la Virgen, solemnísima, y las artillerías no cesaron en sus descargas en todos estos números. En el acto habló en nombre de la junta organizadora de las fiestas el señor Balbino Arriaga Castro. Su oración versó sobre 'la ley' y al final fue muy aplaudido.

 

Las fiestas concluyeron con un último rugido del Goliat, cañón de la época de los españoles, que se conserva y dispara en muy determinadas fechas. La banda de San Francisco alertó a la ciudad con magníficos estrenos musicales y en cuanto a las murgas, que con frecuencia salían a las calles, pusieron una nota alegre en todos los semblantes.

 

Felicitamos a la junta organizadora de estos festejos en honor del patrono de Quibdó y muy especialmente al Reverendo Padre Miró, párroco de la ciudad, por sus esfuerzos que a cada momento puso en acción para que la fiesta resultara digna de Quibdó y de su patrono”[5].

No en vano las ideas contemporáneas de equidad social e inclusión racial -de origen liberal e incluso socialista- agenciadas por los primeros dirigentes e intelectuales autóctonos de la región, los mismos que promovieron para la intendencia el proceso llamado de departamentalización, empezaron a permear la sociedad local y regional de Quibdó y el Chocó, y a generar rasgos primigenios de conciencia de derechos en la población, a partir de la segunda década del siglo XX. El influjo de estas nuevas ideas dio cabida a las expresiones culturales, musicales y folclóricas del pueblo raso y de sus artistas de todos los estratos. Progresivamente, dichas expresiones vernáculas, conjugadas con las reminiscencias españolas de los misioneros y los aires modernistas de las elites, se irán integrando a los rituales oficiales de la fiesta patronal. Así, además de escenario colectivo de celebración, gradualmente inclusivo de los sectores secularmente marginados de la sociedad, las Fiestas patronales de San Francisco de Asís o de San Pacho, en Quibdó, se tornaron también en espacio transaccional entre clases y sectores, durante cuya celebración solamente importa rendir homenaje a tan alta hierofanía como es el santo, bajo cuya inspiración y por unos días todos se desean paz y bien y se tratan como hermanos, evocando la fraternidad y el espíritu franciscano.


[1] Plan Especial de Salvaguardia de las Fiestas de San Francisco de Asís en Quibdó. Fundación Fiestas Franciscanas de Quibdó/Ministerio De Cultura. Quibdó, junio 2011.

[2] Ídem. Ibidem.

[3] Ídem. Ibidem.

[4] Vacaciones intendenciales por fiestas franciscanas. Periódico ABC, Quibdó, 2 de octubre de 1930.

[5] Las fiestas de San Francisco Patrono de Quibdó. Periódico ABC, Quibdó, 7 de octubre de 1930.

lunes, 20 de septiembre de 2021

El hijo espurio

 El hijo espurio

Foto Facebook: 
https://www.facebook.com/astrid.sancchezmontesdeoca

En el año 2020, en Quibdó, capital del Departamento del Chocó, la tasa de homicidios por cada 100.000 habitantes alcanzó a ser significativamente más alta que la de Bogotá. Al paso que vamos, el dato del 2021 no será diferente, pues cuando aún quedan más de tres meses del año, ya estamos a pocas muertes de los 100 homicidios. Así, a pesar de las promesas constantes del alto gobierno, del constante lavatorio de manos de los funcionarios locales y regionales, y de la inane repetición -por unos y otros- de diagnósticos superfluos y poco o nada fundamentados; el traslado, calco y reproducción en Quibdó de la comuna 13 medellinense de los tiempos de la Operación Orión ha continuado su mortal e inobjetable marcha, incluyendo la atrocidad de matar niños con machete y decapitar a las víctimas, así como tirotear las casas de quienes no acceden al pago de las cuotas económicas exigidas en las extorsiones.

Cinco meses después del último y, como siempre, inocuo consejo de seguridad del 19 de abril de 2021, en el que se reiteraron y ampliaron las promesas hechas en el anterior, que había sido realizado el 25 de enero de 2021 por insistente solicitud de Astrid Sánchez Montes de Oca, Representante a la Cámara por el Departamento del Chocó; dicha parlamentaria propuso y logró que en el coliseo cubierto de Quibdó se llevara a cabo -este jueves 16 de septiembre y bajo el título ¡Chocó seguro!- una sesión descentralizada de la Comisión II Constitucional de la Cámara de Representantes de Colombia, o Comisión de Relaciones Internacionales, a la cual ella pertenece.[1]

Citados o convocados a la sesión, al coliseo llegaron el Ministro de Defensa, el Viceministro del Interior, la Viceministra de Política Criminal del Ministerio de Justicia y su director de política criminal y penitenciaria, el Segundo comandante del Ejército Nacional, el Subdirector de la Policía Nacional, el Comandante de la Fuerza de Tarea Titán, el Comandante de la VII División del Ejército, el Comandante de la Región de Policía Nº 6 y el Comandante de Policía del Departamento del Chocó; es decir, una parte sustantiva de la flor y nata del manejo de la seguridad y del orden público del país. A ellos se sumaron el Alcalde de Quibdó y el Gobernador encargado del Chocó, el Director de la Unidad Nacional de Protección y el Director encargado de la Unidad Nacional de Víctimas, una delegada de la Alta Consejería presidencial para los Derechos Humanos, la Coordinadora de Enfoque Diferencial del Departamento de Prosperidad Social; un funcionario de la Consejería presidencial para la Estabilización y la Consolidación, otro de la Procuraduría delegada para Asuntos étnicos, y la Directora General del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, ICBF.[2] Por supuesto, ahí estuvieron los representantes de la Comisión II Constitucional de la Cámara de Representantes de Colombia, cuya sesión descentralizada era el motivo de la presencia de tan prestante nómina gubernamental en la ciudad.

Actuando como presidente de la sesión descentralizada, el Representante a la Cámara por Antioquia Germán Blanco manifestó en su intervención de apertura que la reunión parecía un consejo de gobierno ampliado, en referencia a la cantidad y calidad de los participantes. Como en cualquier reunión de este tipo y con tan espinoso tema, se conjugaron la reiteración de peticiones, quejas y reclamos, promesas y compromisos, con el reporte de supuestos avances en cuanto a las acciones empeñadas a lo largo de este año y este gobierno en relación con la situación de Quibdó y el Chocó, una situación que ha llegado a ser tan grave que en la última semana ocupó durante cuatro días seguidos la primera plana de los telenoticieros del prime time y en los tres principales tuvo espacio a través de informes especiales.

El Obispo de la Diócesis de Quibdó, Juan Carlos Barreto B.,
y la Representante a la Cámara por el Chocó Astrid Sánchez M., 
durante la Sesión descentralizada de la Comisión II Constitucional
de la Cámara de Representantes, en el Coliseo cubierto de Quibdó.
Foto: https://www.facebook.com/astrid.sancchezmontesdeoca

Precisamente, los noticieros nacionales de televisión informaron acerca de la sesión descentralizada de la Comisión II de la Cámara de Representantes, realizada en Quibdó. Además del consabido resumen de las promesas reiteradas, revisadas y aumentadas de los funcionarios nacionales, encabezados por el Ministro de Defensa, los noticieros resaltaron el que debe haber sido uno de los minutos de mayor estrés que este funcionario haya vivido a lo largo de su muelle vida. Revestido de la proverbial simpatía que les toca derrochar a los funcionarios en sus idas a la “Colombia profunda”, el ministro saludó con un choque de puño cerrado a un grupo de jóvenes que ocupaban una gradería del Coliseo Cubierto Wladimiro Garcés Machado, de Quibdó. Uno de los jóvenes le pidió atención al ministro y acto seguido le cantó la tabla mediante coros y rimas fraseados en el llamado ritmo urbano: “Me quito el tapabocas pa’ que me pueda escuchar. Acá en Quibdó nos están matando. Acá en Quibdó, DISPAC nos está robando. En serio, nos están asesinando y esta es la voz del pueblo que aquí les está hablando”, rapeó el joven de 21 años.[3] Azorado, el ministro no supo bien qué hacer, balbuceó cualquier cumplido, lo saludó nuevamente de mano y se despidió, en compañía de la locuaz directora del ICBF, cuya intervención en tono condescendiente y pretendidamente comprensivo con los jóvenes de la ciudad, principales víctimas de la horrorosa situación que se vive en Quibdó, fue otra de las notas destacadas de la sesión.

Es difícil predecir milimétricamente cuánto de todo lo dicho se cumplirá, pues cuando las cosas llegan a límites como el que actualmente ha alcanzado la situación en Quibdó, igual que sucedió otrora en la comuna 13 de Medellín, algo les toca inventarse a los gobiernos nacional, departamental y municipal; máxime cuando -como ahora- se acercan las elecciones. Lo que sí es fácil saber es que no será mucho lo que hagan y que no habrá nada ni siquiera medio parecido a cambios estructurales o soluciones de fondo. No obstante, aunque el cumplimiento será mediocre, el gobierno lo pregonará de tal modo que las masas electorales terminarán convencidas de que fue satisfactorio; algo así como los aguardientes que en la cantina del pueblo pedía Gaviota, en la telenovela Café: sencillos, pero con cara de dobles.

El Chocó recibe de Colombia un trato similar al que -hasta hace unos 50 años- les daba la iglesia a los llamados hijos naturales, a quienes, en sus partidas de bautismo, en el espacio destinado a escribir el nombre del padre y aunque la avergonzada madre repitiera una y otra vez el dato, el cura de turno les anotaba: “hijo de padre desconocido”. De este modo, a la supina irresponsabilidad y el inhumano desprecio de su progenitor, que ni siquiera los reconocía como sus vástagos, estos inocentes niños debían añadirle el desprecio moral y la proscripción canónica de los dueños y señores de los asuntos de Dios en la Tierra.

A la usanza de algunos de los “padres desconocidos” de aquellos "hijos naturales", de vez en cuando Colombia le suelta al Chocó unas cuantas monedas de consuelo o unas migajas de pan de su opípara mesa. Pero, aunque en noviembre cumplirá 74 años de vida departamental, para Colombia el Chocó aún no pasa de ser un hijo espurio, un hijo natural que no sirve más que para causarle problemas, como se lo dicen con alguna frecuencia sus "hijos legítimos”, algunos de ellos arrogantes vecinos del Chocó, a cuyas expensas han crecido.



[1] "La Comisión Segunda Constitucional está compuesta por diecinueve (19) miembros en la Cámara de Representantes y trece (13) miembros en el Senado de la República; esta conocerá de temas relacionados con: 1. Política Internacional; 2. Defensa Nacional y Fuerza Pública; 3. Tratados Públicos; 4. Carrera Diplomática y Consular; 5. Comercio Exterior e Integración Económica; 6. Política portuaria; 7. Relaciones Parlamentarias, Internacionales y supranacionales; 8. Asuntos diplomáticos no reservados constitucionalmente al gobierno; 9. Fronteras; 10. Nacionalidad; 11. Extranjeros; 12. Migración; 13. Honores y monumentos públicos; 14. Servicio militar; 15. Zonas francas y de libre comercio; 16. Contratación Internacional”. Ver: https://www.camara.gov.co/comision/comision-segunda-o-de-relaciones-internacionales

[2] La lista fue tomada de la que leyó públicamente en la sesión la Secretaria de la Comisión II, en: https://www.facebook.com/astrid.sancchezmontesdeoca

lunes, 13 de septiembre de 2021

Recuerdos de la Normal (II)

 Recuerdos de la Normal (II)

Mosaico de la primera promoción de Maestros-Bachilleres
y Escudo de la Normal de Quibdó. Fotos: El Guarengue.

La Escuela Normal Superior de Quibdó, que comenzó labores en 1936, es una de las siete instituciones educativas de su género que existen en el Chocó y una de las 137 que existen en Colombia[1]. Su edificio original es un diseño del famoso arquitecto colombiano Alberto Wills Ferro, el mismo que diseñó la Biblioteca Nacional de Colombia. La construcción de la Normal y del antiguo edificio del Banco de la República, este último a cargo de la firma barranquillera Cornelissen & Salcedo, en 1937, marca una transición de Quibdó hacia la arquitectura moderna y racionalista, según lo ha explicado ampliamente el arquitecto e historiador Luis Fernando González Escobar[2].

Aunque muchos de sus egresados no volvimos a saber prácticamente nada de ella, por lo menos por parte de su personal directivo, docente y administrativo, e incluso el mosaico conmemorativo de nuestra graduación como Primeros Maestros-Bachilleres, elaborado por uno de los artistas del salón (José Mosley Tréllez Moreno), desapareció hace algunos años sin que nadie diera razón de él; nunca hemos dejado de sentirnos orgullosos de haber estudiado en esta inolvidable institución, en cuyos salones, patios, canchas y claustros pasamos once años de nuestras vidas, orientados por maestras y maestros de grata y admirable memoria, encabezados por Don Arnulfo Herrera Lenis como Director de la Escuela Anexa y por Don Jorge Valencia Díaz como Rector de la Normal.

Para la lluvia o el sol, Don Jorge Valencia Díaz siempre andaba con su paraguas negro, así como era frecuente que usara corbata con sus camisas de manga corta de colores claros, sus pantalones bien planchados, sus zapatos negros siempre lustrosos y su sonrisa amable con todos los estudiantes, a quienes solía saludar por el nombre o apellido, o con el apelativo de "Joven". Su firma de perfecto y elegante trazo, de caligrafía clara y legible, era una especie de símbolo de la dignidad con la que Don Jorge ejercía su cargo y la majestad que al mismo le daba.

Membrete de la papelería de la Normal de los años 1970 y firma del Rector, Don Jorge Valencia Díaz,
quien aparece en la foto con Rafael Bolaños Henao, en Nuquí, en marzo de 2020.
Collage de El Guarengue. Foto: cortesía de Rafael Bolaños H.

Solamente una vez, y por razones que más válidas no podrían ser, Don Jorge se puso casi bravo con nosotros y en su amplia y ordenada oficina de la Rectoría, ubicada en la esquina suroriental del segundo piso del magnífico edificio del colegio, nos reprendió y nos pidió explicaciones, principalmente a Rafael Bolaños Henao (Nabuco) y a mí, porque nos había dado por liderar una protesta en contra de la supuesta expropiación de la cancha de fútbol, de la que sería objeto la Normal. Cursábamos Sexto (el Once de hoy). Recientemente habíamos regresado de las vacaciones de mitad de año, con lo cual estábamos a menos de seis meses de nuestra graduación. Algunas informaciones transmitidas por Ecos del Atrato y Brisas del Citará, las dos emisoras que en Quibdó todos oíamos, sumadas a comentarios oídos a algunos adultos, nos llevaron a concluir que aquella cancha, a la que ya le habían construido la gradería occidental, unas cabinas para periodistas y una rústica pista de atletismo, para los Primeros Juegos Deportivos del Litoral Pacífico, que se habían celebrado exitosamente hacía dos años, se la iban a quitar a la Normal e iba a ser propiedad de Coldeportes o del Departamento o del Municipio. Así que nos quedaríamos sin la cancha de toda la vida, sin dónde jugar fútbol y sin dónde tener clases de educación física; y a la Normal le quitarían injustamente algo que le pertenecía, sin entregarle nada a cambio, sin ninguna contraprestación económica. Contra eso, amenazando con hacer un “paro escalonado” hasta no volver a clases, y solicitando una indemnización económica para la Normal, nos manifestamos a través de un montón de carteles hechos en cuartos y octavos de cartulina, y en el lado limpio de hojas usadas del mimeógrafo del colegio, que pegamos en todas las columnas y paredes de los claustros del primer piso un viernes en la tarde, antes de irnos a la casa. Después de suspendernos durante tres días, mediante una orden comunicada el lunes por el Profesor Luis Carlos Mayo y Córdoba, Prefecto de Disciplina, y el Capellán del colegio y profesor de Religión, Padre Rodrigo Maya Yepes, a unos cuantos nos hicieron comparecer en la Rectoría, y allí nos dijeron que si no abandonábamos esa idea del paro y no despegábamos esos carteles y no ofrecíamos disculpas por la protesta y no venían nuestros acudientes a una reunión, nos cancelarían la matrícula, avisarían a todas las normales de Colombia para que en ninguna nos recibieran y así no nos pudiéramos graduar ni este año ni nunca.

Finalmente, nos fue bien, mejor de lo que pudo haber sido. Ante la promesa de disciplinarnos y aconductarnos, que hicieron nuestras mamás en la reunión, Don Jorge les informó que nos iban a perdonar porque siempre habíamos sido buenos estudiantes, así que ni siquiera nos iban a poner matrícula condicional, como lo pedían de modo insistente algunos profesores; pero, que sí nos iban a suspender por otros dos días y nosotros teníamos que asumir las consecuencias de la inasistencia a clases, poniéndonos al día por nuestra propia cuenta y repitiendo las prácticas pedagógicas que esa semana nos tocaran. Sin rabia alguna, con el respeto y la nobleza que siempre le conocimos, Don Jorge nos dijo que nunca volviéramos a actuar sin pensar y preguntar antes, y nos explicó que no era cierto que a la Normal le fueran a quitar la cancha, que los normalistas podríamos seguir usándola como siempre y que, en cualquier caso, si la cancha se llegara a convertir en el Estadio de Quibdó, habría algún tipo de acuerdo entre el gobierno y la Normal. Nunca supimos qué pasó después. Y ya no le podemos preguntar a Don Jorge, porque ya no está, se fue en octubre del año pasado y ahora mora en la eternidad.

Los meses pasaron después de aquella fallida protesta. A instancias de quien fuera nuestro Profesor de Historia Moderna y Contemporánea de América (así se llamaba la materia) y nuestro Director de Grupo durante cuatro años, de 3º a 6º, el inolvidable Gonzalo Moreno Lemos, seguimos juiciosos haciendo rifas y tómbolas, bailes con cuota y pequeñas contribuciones económicas individuales cada semana, con el propósito de incrementar un fondo económico destinado a celebrar lo más dignamente posible nuestro grado y a hacer el mosaico recordatorio, que implicaba no solamente pagar por las fotografías de cada estudiante y cada profesor, sino además correr con los gastos de ejecución de la obra en madera de Triplex, con pinturas de los colores verde y amarillo de la Normal y bajo el diseño elaborado por el mismo artista, es decir, Mosley. Además, el profesor Gonzalo se empeñó en que cada uno tuviera una copia de la fotografías tamaño documento usada para el mosaico, con su respectivo negativo, así como una fotografía laminada del mosaico y una del diploma, todas en blanco y negro, que muchos del grupo aún conservan. El dinero recolectado nos alcanzó para una comida de fiesta, una copa de vino barato y unos cuantos tragos de Platino, en una celebración a la que asistimos en compañía de nuestras mamás y algunos papás, y que hicimos en la casa de Melquisedec Moreno Mosquera, en el barrio El Silencio, en cuya cocina -bajo la coordinación de Mamá Pacha, la abuela de Melqui- nuestras propias y muy felices mamás prepararon la comida y algunos pasabocas.

En la ceremonia de grado nos acompañaron todos los que habían sido nuestros maestros, quienes en su mayoría estaban tan contentos como nosotros. Allí estaba el profesor Plinio Palacios Muriel, quien fue el maestro de ceremonias de la ocasión, y quien había sido nuestro profesor de Castellano, Redacción y Ortografía, en primero y segundo, y de Español en tercero; nos había enseñado a declamar las poesías El Renacuajo Paseador (El hijo de Rana, Rin Rin Renacuajo / salió esta mañana muy tieso y muy majo...) y ¿Cuál? (Cuál ha de ser, Dios Mío, cuál ha de ser / Yo al esposo miré y él me miró…) y nos había puesto a leer el libro que eligiéramos de la biblioteca para un trabajo final del curso tercero. Margot Salge, la bibliotecaria, me insistió para que no eligiera Así hablaba Zaratustra y me ofreció otras opciones menos rebuscadas; pero, la juventud suele ser terca.

Con su cariño de siempre, con el mismo con el que nos enseñó Geografía, con su sonrisa amplia, su cara radiante, su vestido colorido y un turbante o pañoleta roja, ahí estaba también la querida Maestra Enriqueta Chalá de Perea Aluma. Luz Amparo Mosquera, nuestra profesora de Introducción a las Ciencias, de Biología y de Química, estaba también ahí, con los rezagos de acento bogotano que aún le quedaban, pues de la capital había llegado con título de Licenciada y después de varios años de trabajo, y con una actitud férrea que en realidad ocultaba una mujer de espíritu juvenil, alegre y divertida, así nos amenazara a ratos con “clavarnos” a todos “un 1 estilo chance”, es decir, una raya descendente desde el primer nombre de la lista hasta el último alumno, indicando que la calificación de todos era 1, como lo hacían los chanceros para indicar en las casillas del talonario que la apuesta de todos los números era de 1 peso.

Tirso Quesada Martínez, quien nos enseñó inglés con English this way y New concept English for Colombia, desde 3º hasta 6º; y Guillermo Murillo Rentería, quien entre clase y clase de Educación Idiomática nos enseñaba a dibujar las letras en alfabeto gótico; ambos en ese momento esforzados estudiantes pioneros del programa de Licenciatura en Idiomas de la Universidad Tecnológica del Chocó, también estaban ahí en la ceremonia de nuestro grado, compartiendo sonrientes y dicharacheros con nosotros.

Así mismo, estuvieron en nuestro grado El Tigre, Luis Carlos Mayo y Córdoba, Prefecto de Disciplina; Don Camilo Caicedo, nuestro profesor de Metodología y Técnicas de la Educación; Libardo Mosquera H., profesor de Administración Educativa, famoso por las rifas que nunca se hacían y los emprendimientos cuyo resultado uno nunca veía; Francisco Caicedo Matute, profesor de Fundamentos y Técnicas de la Educación y posteriormente Coordinador de Prácticas Pedagógicas en reemplazo de la muy querida y respetable Maestra Imelba Valencia de Valencia; el Profesor José Renán Chamorro, de Biología Animal; el Profesor Héctor Moya Guerrero, de Comportamiento y Salud; el profesor Pacho Díaz (Francisco Díaz Bello), de Psicología Educativa y de Filosofía e Historia de la Educación; el profesor Wilson Leudo, de Trigonometría; y el Padre Rodrigo Maya Yepes, inolvidable por la novedad de sus materiales didácticos en clase de Religión, los cuales incluían programas de diapositivas o filminas sobre diversos temas, y radiodramas como los de la serie “El Padre Vicente, Diario de un cura de barrio”, de autoría de Mario Kaplún (1923-1998), famoso maestro, escritor, teórico de la comunicación, quien desde la perspectiva educativa de Paulo Freire impulsó el concepto de comunicación transformadora en la radio popular y educativa de América Latina (https://radioteca.net/audioseries/el-padre-vicente-diario-de-un-cura-de-barrio/); mediante estos materiales y las reflexiones que con ellos suscitaba en nosotros, el Padre Maya nos introdujo en las novedades de la cuestión social y el humanismo que a la iglesia habían llegado con el Concilio Vaticano II.

Allí estuvo también Envenenao, el profesor Jesús Cuesta Porras, apasionado, frenético y bravucón en el tablero de enseñanza de Física y de Análisis Matemático, quien en un arranque de enojo con nosotros nos dejó una vez más de 50 problemas de los libros de Física de Acosta y de Quiroga para entregarlos resueltos al otro día; lo cual logramos hacer trabajando divididos en cuatro subgrupos, hasta la media noche, en unos salones del colegio Cañizales que nos permitió usar el papá de nuestro compañero William Asprilla Salcedo, Don Cirilo Asprilla, quien trabajaba como celador de ese colegio. Es justo añadir que, en un arranque de entusiasmo, también Envenenao nos puso 10 de calificación en un bimestre a los cinco primeros que resolvimos un problema de dos trenes que salían de puntos opuestos A y B y en el cual se trataba de hallar, entre otras cosas, el punto de un plano donde se encontrarían y el tiempo que gastarían en encontrarse.

El profesor Edgar Moreno, quien por su enorme paciencia con quienes no entendían a la primera explicación, por su pedagogía tan carente de afanes y rebosante de metodología que convertía la demostración de teoremas en una actividad divertida, por los recursos didácticos que desplegaba con sus cajas de tizas de colores en los dos tableros del salón y por su inmensa capacidad de explicar de varias maneras el mismo concepto, fue el mejor profesor de Aritmética, de Álgebra y de Geometría que hayamos podido tener, también estuvo ahí, en nuestro grado, con su camisa de manga larga, su amable sonrisa y su argolla de oro en la mano derecha.

Estuvieron, por supuesto, Gonzalo Moreno Lemos, mentor satisfecho de nuestro logro y aquel magnífico Rector cuya administración nos correspondió durante todo el periplo normalista:  Don Jorge Valencia Díaz. Era un viernes 2 de diciembre. Emocionadas hasta las lágrimas, la mayoría de nuestras madres sintieron que con nuestro grado en la Normal la vida les había empezado a sonreír.

Dos semanas después, con el respectivo par de estampillas Pro-Desarrollo del Chocó y las firmas de Osías Lozano Díaz como Gobernador y de Eliécer Lemos como Secretario de Educación, en la Gobernación nos devolvieron el diploma ya totalmente válido, pues lo habíamos llevado a registrar, como lo mandaban las normas de la época. Ahora podíamos dedicarnos a buscar trabajo para ayudar a nuestras familias y para empezar a asegurar la posibilidad de estudiar algún día en una universidad, un propósito que todos logramos años después. Más de la mitad eligió permanecer en el magisterio, tanto en el Chocó como en otras regiones del país. De los 25 que ese día nos graduamos, ahora quedamos 22, pues hace muchos años -en un accidente de tránsito- pereció José Ramírez Mosquera y, en el último año, el Covid-19 acabó con la vida de Jesús Alberto Moreno Serna y Jesús Erwin Mosquera Arce. Su recuerdo, el de ellos tres, nos acompañará perennemente, pues terminamos siendo un grupo de hermanos y amigos de la vida, para siempre.

“¡Viva por siempre la Normal / Madre de los institutores / También que vivan eternamente / sus estudiantes y profesores”.

 


[1] En el país únicamente no hay escuelas normales superiores en los departamentos de San Andrés, Guainía y Guaviare.

[2] González Escobar, Luis Fernando. Quibdó, contexto histórico, desarrollo urbano y patrimonio arquitectónico. Centro de publicaciones Universidad Nacional de Colombia Sede Medellín, febrero 2003. 362 pp. Pág. 304-308.

lunes, 6 de septiembre de 2021

Recuerdos de la Normal (I)

 Recuerdos de la Normal (I)

Escuela Normal Superior de Quibdó, aprox. 1942.
Foto: Archivo fotográfico y fílmico del Chocó.

En la Escuela Normal Superior de Quibdó, que hoy cumple 85 años de existencia, vivimos once de los mejores años de nuestras vidas: cinco de ellos en su Escuela Anexa y como normalistas los otros seis, junto a unos 20 compañeros, con quienes a la postre nos convertimos en hermanos y amigos para siempre.

Pensar en esos años es asistir a un desfile olímpico de recuerdos tan pintoresco y bonito como el que realizábamos cada 6 de septiembre por las calles de Quibdó, bajo la resolana de la media mañana y el sol abrumador del mediodía, vestidos todos con la camiseta conmemorativa recién desempacada y oliendo a nueva, que cada año había que comprar para participar en este desfile y cuya entrega cada año, sin falta, se convertía en un tropel desordenado de tallas equivocadas, pagos que no aparecían en las listas y hasta entregas duplicadas. Esa camiseta y el pastel de arroz chocoano que nos daban después del desfile eran, quién lo niega, dos motivos fundamentales de nuestra alegría en las fiestas normalistas, que empezaban el 3 de septiembre y terminaban el 7, e incluían también un desfile de antorchas, en la noche del 5 de septiembre, con las teas que nosotros mismos hacíamos con tarros vacíos de leche en polvo (Klim o Nido) fijados con uno o dos clavos o puntillas y amarrados con alambre dulce a un palo de escoba o a una vareta de madera ordinaria recogida de los escombros de alguna carpintería; cuya mecha mojada en querosín estaba hecha de costal de fique o de estopa de hilo o de retazos de tela. Una charla en el patio central del colegio, casi siempre a cargo del Profesor Carlos Mayo, nos recordaba cada año los principales hitos de la Normal, su importancia histórica para el Chocó y sus aportes al magisterio colombiano,

Al pensar en esos años sobreviene un caudal de recuerdos tan fluido como el río Cabí, que entonces formaba parte de nuestro patio escolar, de nuestros recreos a media mañana y media tarde, de nuestras clases de Educación Física. Un caudal de recuerdos tan abundante, variado e inmenso como el monte espeso que comenzaba en las ventanas de nuestros salones de clase y se prolongaba a lo largo y ancho de los contornos de aquellos edificios amplios y bonitos que eran la Anexa y la Normal, allí donde aprendimos a leer y a escribir, y a enseñar a leer y a escribir. Pensar en esos años es traer a la mente a nuestras maestras y nuestros maestros, aquellas seños y esos profes de quienes aprendimos los rudimentos de ciencias, artes y lenguas que nos han acompañado a lo largo de los años, al igual que los principios básicos de responsabilidad, disciplina, respeto y cumplimiento en cuestiones académicas, éticas y relacionales.

La Maestra Olaya (María Olga Mena de Calimeño), cuyos hijos también estudiaban en la Anexa, culminó -con la cartilla Coquito y con su letra legible de firme trazo- la tarea de enseñarnos a leer y a escribir, que en varios casos nuestras mamás habían empezado en la casa; como la mía, que lo había hecho con dos libros de literatura un tanto maltrechos, a los que le faltaban varias páginas y la portada -Flor de fango, de Vargas Vila, y María, de Jorge Isaacs-, con ejemplares viejos de las revistas Vanidades y Buenhogar, con sus figurines de modista, con su lápiz y su cuaderno de apuntes de las medidas de los vestidos de sus clientas de costura, con ediciones actuales o pasadas de El Colombiano o El Espectador y con las fotonovelas de Corín Tellado. La Seño Olaya fue quien nos llevó por primera vez al viejo aeropuerto El Caraño, de Quibdó, para que viéramos aterrizar y despegar un avión; y a la orilla del río Atrato, en la Carrera Primera, para explicarnos que en Quibdó desembocaban a este río sus afluentes Cabí y Quito, y poniéndonos a mirar hacia la orilla del río opuesta a la ciudad, en donde había unas cuantas casas de paredes de palma y techo de paja, nos contó que si uno pudiera caminar en línea recta desde esas casitas a través del monte llegaría a Bahía Solano, un pueblo de la Costa Pacífica chocoana, que quedaba más o menos en la mitad del mapa departamental.

La Seño Bibiana Mena, que era hermana de la Maestra Olaya, nos enseñó a sumar y restar hasta por cuatro cifras, a multiplicar y a dividir hasta por dos cifras, y nos hizo avanzar en la lectura fluida y entonada, con la cartilla Pablito. Nos introdujo en el universo regional de la Geografía y la Historia del Chocó, mediante aquellas inolvidables clases en las que nos explicó las leyendas sobre el origen del nombre Chocó, nos enseñó que el Atrato, el San Juan y el Baudó eran nuestros tres ríos principales y nos habló de nacimientos y desembocaduras de La Aurora, La Yesca y el Caraño, las quebradas de Quibdó en las que vivíamos, jugábamos y nos bañábamos; al igual que nos dictó los productos agrícolas, los fundadores y las fechas de fundación de los municipios principales, y nos habló de la piel cobriza, el pelo largo, abundante y negro, la baja estatura y las lenguas propias de los llamados primeros pobladores del Chocó. La Seño Bibiana nos contó también las biografías de chocoanos maravillosos: Diego Luis Córdoba, Ramón Lozano Garcés, Adán Arriaga Andrade, Jorge Valencia Lozano, Manuel Saturio Valencia, Manuel Mosquera Garcés y Rogerio Velásquez, entre otros, siempre alrededor de un retrato de cada personaje, que presidía la clase colgado en el centro del tablero inmenso y verde que era a su vez el centro de acción de aquellas aulas amplias, limpias, ventiladas y confortables en donde había cajas de tiza de todos los colores y un juego de instrumentos geométricos de madera lacada (reglas, escuadra, compás y transportador) que en nuestras manos infantiles parecían artefactos de gigantes.

El Profesor Roger Hinestroza Moreno, estricto con todos e intransigente con los holgazanes o pécoras, nos enseñó botánica en el monte y mineralogía en el barro de la orilla del río. De las colecciones de hojas que nos hacía reunir después de un pequeño recorrido entre el bosque aledaño a la escuela y que nos ponía a comparar individualmente y por grupos, sacaba los conceptos de la clasificación de las hojas y nos enseñaba el nombre de árboles, arbustos y matas; así como, haciéndonos notar los distintos colores y consistencias del barro, nos hablaba de las capas o estratos del suelo y de su composición química y mineralógica. De él aprendimos, por ejemplo, que el oro es tenaz, dúctil y maleable. Por extensión, su explicación continuaba hasta las riquezas naturales del Chocó, muchas de las cuales -nos decía- las podíamos ver si observábamos bien el monte alrededor de la escuela, el camino hacia Cabí, las orillas y el cauce de los ríos y quebradas, y la plaza de mercado los sábados. Igualmente, cada vez que de la escuela nos llevaban a un paseo escolar hasta pueblos como Tutunendo, La Troje o Guayabal, el Profesor Roger nos acostumbró a que lo primero que había que hacer, antes de irnos a jugar y a bañarnos en el río, era buscar a un/a anciano/a de la comunidad, para que nos contara la historia del pueblo, y a otra persona adulta que nos hablara de las actividades económicas y de los productos que allí se daban. Al contenido de esas charlas regresábamos después del paseo, ya en la escuela, el lunes o martes siguiente. Así mismo, el Profesor Roger nos guio magistralmente por los vericuetos de las operaciones aritméticas más complejas, reglas de tres simples y compuestas, proporciones y cálculo mental, solución de problemas con elementos de la vida cotidiana, como las raciones de plátano, las onzas de queso, las ensartas de pescado, los racimos de chontaduro, las macetas de pepas de árbol del pan o las caminadas diarias de dos o tres kilómetros desde nuestras casas hasta la escuela. Así mismo, El Profesor Roger nos llevó de viaje por los ríos, las montañas y las regiones de Colombia a través de los mapas planos y en alto relieve, los cuales dibujábamos y coloreábamos en el cuaderno, y esculpíamos en barro o arcilla sobre una tabla o un pedazo de cartón, en la clase de Trabajos Manuales. También resumió para nosotros las épocas históricas de la Colonia española, de la Independencia y de la República, y nos enseñó a escribir con buena letra, con buena ortografía y con estilógrafo de tinta azul. Ser responsables con el estudio y obedientes con los mayores, no avergonzarnos de la pobreza evidente en la escasez, el desgaste o los remiendos de la ropa, valorar absolutamente las ocupaciones y el trabajo de nuestras madres y nuestros padres, por humildes que estos fueran y como signos inequívocos de su sacrificio por nosotros, eran los temas recurrentes de sus consejos proverbiales.

Con la Seño Olaya en primero, la Seño Bibiana en segundo y tercero, y el Profesor Roger en cuarto y quinto, así transcurrió nuestra educación primaria en la Escuela Anexa a la Normal Superior de Quibdó, dirigida entonces por otro Maestro insigne, siempre serio e impecable, riguroso y afable: Don Arnulfo Herrera Lenis, para quien parte de su trabajo como Director era conocer y ayudar a solventar las dificultades de todos y cada uno de los alumnos de la escuela. De sus manos recibimos el diploma de 5º grado, que a la mayoría nos dio paso a continuar nuestros estudios en la Escuela Normal Superior de Quibdó, en donde también tuvimos maestros inolvidables, como Plinio Palacios Muriel, Enriqueta Chalá de Perea Aluma, Luz Amparo Mosquera, José Renán Chamorro, Tirso Quesada Martínez, Francisco Caicedo Matute, el Padre Rodrigo Maya Yepes, Camilo Caicedo, Edgar Moreno, Jesús Cuesta Porras (Envenenao), Guillermo Murillo, Luis Carlos Mayo y Córdoba, y Gonzalo Moreno Lemos, nuestro magnífico Director de Grupo durante 4 de los 6 años en la Normal, hasta que nos graduamos como los primeros Maestros-Bachilleres. A ellos y al también inolvidable y gran Rector que tuvimos: Don Jorge Valencia Díaz, dedicaremos la próxima entrega de esta recordación de la Normal de Quibdó que en aquellos tiempos nos tocó, a propósito del 85º aniversario de su existencia.

Cancha de fútbol de la Normal de Quibdó, aprox. 1970.
Foto: Archivo fotográfico y fílmico del Chocó.