Gonzalo
de la Torre
Una vida de servicio al pueblo
-1ª Parte-

Hoy, lunes 6 de junio de 2022, cumple 90 años de vida
Gonzalo María de la Torre Guerrero, “Misionero Claretiano, chocoano, quibdoseño
y yesquiteño”, como se presentó a sí mismo en la introducción de su hermoso
cantar de los cantares atrateño
.
En el sitio donde actualmente está situada la sede principal de la Universidad
Claretiana, en el barrio La Yesquita, de Quibdó, es exactamente donde quedaba la
casa-finca de Don Manuel Salvador de la Torre Londoño y Doña Rufina Guerrero
Vélez. Allí se crio Gonzalo, en medio de una vida laboriosa, honrada y bastante
apegada a la fe católica; rodeado de marañones, guayabos, guamos, zapotes,
caimitos, cantos de pájaros, iguanas veloces y chochoras furtivas, brisas
frescas que se colaban por el monte desde las orillas del río Atrato y la
quebrada La Yesca, aromas de azoteas sembradas de yerbas propicias para la
buena salud y la sazón gustosa, y una huerta donde crecían verduras y legumbres
frescas. También había vacas, de cuya leche fresca se alimentaba la familia y
el pequeño excedente que quedaba se vendía temprano en las mañanas de todos los
días de la semana. Cáscaras de plátano que el propio Gonzalo, al igual que sus
hermanos, recogía en una carretilla y a cambio de las cuales regalaba sal y guayabas
frescas y maduras en las casas de Quibdó, eran parte del alimento de aquellas
vacas cuya leche también alcanzaba para que la Señora Rufina y sus ayudantes de
cocina elaboraran unas deliciosas panelitas, que se vendían mientras se
producía el intercambio y cuya apetitosa fama rebasó con creces los contornos
de La Yesquita. “Mi vida, desde muy temprano, se desarrolló en el barrio La
Yesquita, de Quibdó, en donde crecí, tomé conciencia de mí mismo y establecí
esos amores barriales que durarán toda la vida, no solo como simple recuerdo,
sino como memoria profunda que marca la conciencia. Hoy…todavía me siento en
Quibdó y en el barrio La Yesquita como en mi propio sitio, pues fue aquí donde
viví y asimilé la cultura afrochocoana que marcaría mi vida”, escribió Gonzalo
hace tres años.
Cuando Gonzalo nació, la actividad misionera de los
claretianos -congregación religiosa a la que se vincularía a los 13 años, siendo
aún casi un niño- giraba en torno a tres centros misionales: Quibdó, Istmina y
Pueblo Rico. Justo en el año de su nacimiento, 1932, el entonces Prefecto
Apostólico del Chocó, Padre Francisco Sanz y Pascual, autorizó la apertura de
la misión de San Francisco Solano, en el caserío de Jella, en la Costa Pacífica
chocoana, una región que hasta entonces era atendida desde Istmina, mediante largas
y riesgosas expediciones que bajaban por el río San Juan, para luego remontar
-de sur a norte- el litoral de este no tan pacífico mar. A finales de ese mismo
año, se daría comienzo a la construcción del primer internado indígena de la
Misión Claretiana, en Purembará, proceso en el cual participó la mismísima
Madre Laura Montoya, hoy santa. Sus hermanas misioneras, ampliamente conocidas
como Lauritas, se encargarían de dicho internado a principios de 1933.
Acucioso acólito de misas en latín e infaltable discípulo
del catecismo dominical en la iglesia parroquial, hoy catedral diocesana, quizás
también impulsado por el poderoso influjo de aquellos rosarios vespertinos que
en su casa se rezaban en familia, Gonzalo salió de Quibdó con rumbo a Bosa, en
1945, para continuar su bachillerato en el seminario menor; terminado el cual fue
novicio claretiano en Sasaima durante un año, para pasar después a Zipaquirá,
donde hizo sus estudios de Filosofía en los años 1951, 1952 y 1953, en el mismo
vecindario donde hacía pocos años había deambulado y estudiado -en el Liceo
Nacional- un estudiante llamado Gabriel García Márquez.
Mientras Gonzalo culminaba sus estudios básicos de Teología
y avanzaba raudo en su formación como misionero y sacerdote claretiano (su
profesión religiosa había sido en 1950), en aquel año de 1953, en su tierra
natal finalizaba el ciclo de la Prefectura Apostólica del Chocó, con el Padre
Sanz y Pascual aún a la cabeza; y se inauguraba la era del Vicariato Apostólico
de Quibdó, al mando del cual la Santa Sede nombraría al también misionero
claretiano Pedro Grau y Arola, quien había llegado a Quibdó a finales de 1930 y
quien en los años 1980 manifestaría grandes diferencias con el enfoque de trabajo
misionero de Gonzalo de la Torre en las comunidades negras del Medio Atrato
chocoano.
Inteligente y disciplinado por naturaleza y crianza, Gonzalo
cruzó invicto todas las metas académicas y formativas indispensables para
convertirse en lo que quería ser. Su periplo cundinamarqués terminó con los
estudios de Filosofía. Pasó entonces a Manizales, donde completó cuatro años de
estudios de Teología, al final de los cuales, hace 65 años, en septiembre de
1957, recibió el sacramento del orden sacerdotal, es decir, se graduó como
sacerdote y confirmó su pertenencia a la Congregación de los Misioneros Hijos
del Inmaculado Corazón de María, más conocidos como Claretianos, en alusión a
su fundador, Antonio María Claret y Clará, quien hacía pocos años había sido
-como se dice- elevado a los altares por el Papa Pío XII.
Estudios superiores de teología en el Angelicum de Roma y de
especialización en sagradas escrituras, tanto en Roma como en el Instituto
Bíblico Franciscano de Jerusalén, y por lo menos dos años de magisterio en
establecimientos claretianos de España e Inglaterra, cimentaron su formación y
ampliaron su experiencia y su visión del mundo, entre 1958 y 1964. En este
periodo, además de la lengua inglesa, de rigor para sus periplos, y la italiana
para sus estadías en Roma, Gonzalo aprendería lenguas antiguas: griego y latín,
hebreo, arameo y quién sabe cuántas más que por modestia no reconoce, las
cuales le han permitido, durante su vida de ahí en adelante, desentrañar con
pasión y método los verdaderos sentidos de los relatos bíblicos de la historia
del pueblo de Israel, contenidos en la primera parte de la Biblia o Antiguo
Testamento, y del proyecto histórico de Jesús de Nazaret contenido en el Nuevo
Testamento. Sobre estos temas ha escrito y publicado decenas de artículos,
libros y materiales pedagógicos de altísima calidad académica y doctrinal,
mundialmente reconocidos; al punto que el nombre de Gonzalo de la Torre es todo
un emblema cuando de estudios bíblicos se trata en el mundo de los estudiosos
de estos temas, de diferentes credos y confesiones religiosas, en los cinco
continentes, todos los cuales ha visitado como conferencista y profesor
invitado a lo largo de su vida.
Además de las lenguas, sus finos y sólidos conocimientos de
arqueología, historia, antropología, teología, geografía, arquitectura,
literatura y música, han sido fundamentales para que Gonzalo haya estructurado
a lo largo de su fructífera vida una producción sin par por lo consistente y
rigurosa, admirable por la coherencia con su vida y su trabajo misionero,
popular por su claridad meridiana y su método hermenéutico y pedagógico.
Producción esta que parecería condensada, por lo menos en su esencia, en el
Museo Bíblico Claretiano, una monumental obra de su autoría, en la cual, basado
en su ingenio y en su capacidad de aprender siempre algo más, Gonzalo consiguió
poner en escena -mediante 20 maquetas arqueológicas, 120 cuadros artísticos,
150 piezas arqueológicas (varias de ellas genuinas) y una línea del tiempo
propia- prácticamente la historia de la humanidad en cuanto a la construcción
de sociedades y comunidades, en su experiencia de búsqueda de sentido vital y
de trascendencia, y en cuanto a los caminos que ha transitado en pos de la
igualdad, del amor y la justicia, síntesis del proyecto de Jesús, aquel
campesino galileo de presencia disruptiva en la historia de las sociedades tribales
y rurales, y de las ciudades e imperios descomunales de su época.
“Muchos de los que estamos aquí y de los que nos están
siguiendo vimos llegar a Colombia, a finales de los años 60, a un joven
profesor de Biblia que venía de Jerusalén, el primer doctor de Jerusalén, que
venía de una experiencia de universidad en Inglaterra y en España, y que empezó
a darnos las clases de Biblia. Fue el primero que nos mostró el texto bíblico
en sus lenguas originales y que cualquier día se sacaba del bolsillo una
bolsita con la semilla de la parábola o el pequeño dracma perdido o una de las
30 monedas de plata probablemente del negocio de Jesús. Ese profesor original,
que nos puso a volver a escribir el primer capítulo del Génesis, que quería que
nos inventáramos un poema mejor que el Cantar de los Cantares o que nos
inventáramos una parábola de los tiempos modernos, es o era el Padre Gonzalo de
la Torre”. Así se expresó cálidamente el Padre José Fernando Tobón CMF, el 29
de octubre del año pasado, en el acto de inauguración de la versión virtual de
la muestra bíblica creada por Gonzalo; una versión que si bien ayuda a
aproximar esta obra a las audiencias de todo el mundo, a través de la web, no
pasa de ser la instrumentalización virtual del trabajo original y, sin embargo,
en su extensa lista de créditos subsume de modo inapropiado el nombre de
Gonzalo y lo traslada -mediante un cargo acomodaticio- a un segundo plano de
autoría.
Terminada su etapa formativa en Europa y su recorrido
académico por Jerusalén y Palestina, Gonzalo regresó a Colombia y ejerció su
pionera labor de docencia en biblia durante cinco años, al cabo de los cuales,
en 1970, fue elegido como Superior Mayor o Provincial Claretiano de Colombia
Occidental, jurisdicción con sede en Medellín. Desde este cargo, entre otras
cosas, preocupado por el enfoque y las prácticas pastorales de sus hermanos
claretianos en los internados indígenas, los reunió a todos en Medellín, revisó
a fondo lo que hacían, quitó aquí, puso allá, y rediseñó conceptos, enfoques,
doctrina, la praxis toda de la pastoral indígena, hasta convertirla en lo que
debía ser: un proceso de apoyo y acompañamiento desde el proyecto de Jesús a la
dignificación de la vida y a la valoración de la historia y los derechos de los
pueblos indígenas. Todo lo cual desembocaría en el nacimiento de una de las
primeras y más genuinas organizaciones regionales indígenas de la época en Colombia:
la OREWA, cuya personería jurídica fue reconocida en 1979, justo cuando el
regreso de Gonzalo al Chocó empezaba a hacerse realidad.
De vuelta a su tierra, a la orilla del río que lo vio crecer
y que lo había visto partir hace tantos años, bajo ese cielo de crepúsculos
hermosos aunque nublado la mayor parte del día, con sus aguaceros eternos, de
eterno arrullo, Gonzalo estaba comenzando una nueva etapa de su vida. Luego de
seis años como provincial y de tres trabajando en Medellín, llegaba como
responsable del Equipo misionero claretiano del Medio Atrato, cuya sede había
fijado en el histórico poblado de Beté, desde donde atenderían a 45 comunidades
campesinas negras de la zona. Un mundo entero de novedades y primicias estaba
por comenzar.
Acompañado de un grupo de mujeres, Seglares Claretianas
españolas y colombianas, varias de ellas chocoanas y algunas de ellas con
formación profesional que estaban dispuestas a poner al servicio de la gente, Gonzalo
comenzó su trabajo misionero en Beté, en 1979. La conformación del equipo era
en sí misma una osadía para la época. De la Biblia, por raro que parezca, y no
de otra fuente, es de donde Gonzalo había sacado esta suerte de feminismo
precursor en la región y en la iglesia. Metódico y estructurado, responsable y
prudente, Gonzalo empezó combinando su sola presencia misionera y la atención sacramental
de la gente por demanda, con un trabajo de conocimiento, aproximación y
diagnóstico de la realidad de las comunidades, que les permitió empezar a saber
-más allá de lo empírico del día a día- que en esta zona, por ejemplo, la
mortalidad infantil era más alta que en cualquier lugar de Colombia e incluso
más que en toda Suramérica; que muy pocos adultos, si acaso uno de cada diez,
sabían leer y escribir, pues la mitad nunca había aprendido y a la otra mitad
se le había olvidado por falta de uso; situación esta que los políticos
explotaban a su favor de cuanta grotesca manera se les ocurriera, empezando por
la manipulación de las papeletas con el voto impreso que en ese entonces se
depositaban en las urnas electorales. Pero, también, Gonzalo y su equipo
misionero se habían fijado en la inmensa riqueza cultural que había en estos
pueblos y villorrios perdidos, desconocidos, ignotos, que ni en los mapas
aparecían y que para la gente en Quibdó eran una especie de mito endógeno de la
selva pura que había más allá de la vuelta del río abajo hasta donde la vista
alcanzaba, y que solamente tenía un correlato de realidad en los productos
agrícolas y en la abundante pesca con que surtían el mercado sabatino de la
ciudad, repleto de canoas y campesinos que le daban vida y colorido a la orilla
del río.
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Cartilla de alfabetización y materiales formativos para el Medio Atrato, años 1980. |
Igualmente, cómo no
si su mirada ha sido siempre integral y panorámica, Gonzalo había percibido la
turbia complejidad latente en el negocio maderero que se movía en la región,
uno de cuyos centros de operaciones era un inmenso depósito de madera en el
espacio público, en pleno malecón de Quibdó, al frente de la catedral, contiguo
al antiguo convento de los claretianos y ya entonces sede del Vicariato; en
donde largas filas de camiones se estacionaban antes de ser cargados con las
trozas o polines de las más finas especies, que transportarían hacia los
mercados antioqueños. Un negocio dentro del cual el nativo era el eslabón menor
de la cadena, mano de obra mal pagada y altamente explotada, mientras que el
intermediario, el dueño de aserrío, el empresario y todos los demás eslabones
de tan sórdida cadena de enajenación de los recursos naturales, se alzaban con
las utilidades del negocio. Al pueblo no le quedaba ni siquiera una recompensa
justa en la transacción comercial por su fuerza de trabajo; pero sí le quedaba,
cada vez, la obligación de un mayor esfuerzo para obtener la madera, que
progresivamente iba quedando más lejos en el monte adentro, en tiempos en los
que aún no se hablaba mucho, como sí lo empezaría a hacer Gonzalo, de
problemáticas ecológicas y ambientales como el agotamiento de los recursos y
sus consecuencias ecosistémicas y sociales. “No debemos permitir / que se
lleven la madera / Dobla el lomo el campesino / las ganancias van pa’fuera”: esta
copla, en la portada de uno de los fascículos de la cartilla de alfabetización,
resumía la reflexión sobre el tema de la disponibilidad, la propiedad y el
cuidado de los recursos naturales.
Así pues, con datos reales que hasta entonces no tenían ni
siquiera los gobiernos del Chocó y Quibdó, municipio al cual pertenecía esa extensa
zona, Gonzalo y su equipo fueron configurando y revelando una especie de
fotografía de la realidad del Medio Atrato en materia de necesidades básicas
(salud, educación, nutrición, ingresos, trabajo), demografía elemental,
dinámicas y ciclos productivos. A partir de estos datos, evitando cualquier asomo de
asistencialismo clásico y de nocivo paternalismo, frente a cada problema
estructural de las 45 comunidades a su cargo, empezaron a poner en marcha
principios de solución, proyectos pioneros que mostraran caminos y que
sirvieran como semilla y ejemplo para que -desde la praxis: reflexión bíblica,
análisis de la realidad e intervención en la misma- hombres y mujeres del Medio
Atrato palparan las realidades que se hacían posibles si caminaban juntos en
vez de afrontar la vida cada uno por su lado. “Uno solo no sale”, se leía en la
portada del fascículo de la cartilla de alfabetización propia en el que se
trataba el tema de la organización; y así empezaron a vislumbrarlo aquellos
campesinos, que ya veían en Gonza y sus muchachas unos verdaderos
aliados en la causa de la vida.
Gonzalo de la Torre es un chocoano ejemplar a quien su
propia tierra está en mora de homenajear, tal como se lo merece, por su generosa
vida y su magnífica obra, por su ejemplo permanente y su compromiso
indeclinable con la justicia y la paz. ¡Feliz cumpleaños, Maestro Gonzalo!
Gracias por todo lo que nos ha dado, y más a quienes tenemos la fortuna de ser
sus discípulos, amigos y compañeros de lucha. Con la venia de su infinita
modestia, en la segunda parte de esta historia hablaremos en El Guarengue
de las múltiples y maravillosas ideas suyas que trascendieron del Medio Atrato
y el Chocó hacia el Pacífico y Colombia; por ejemplo, el Telegrama Negro, la
supresión de la “fiesta del indio”, las opciones pastorales de la Diócesis de
Quibdó, la creación de la FUCLA, los murales de la Catedral de Quibdó, los
hogares infantiles y las empresas comunitarias del Medio Atrato, la
organización campesina con enfoque étnico y la reivindicación del territorio,
la historia y la cultura como emblemas de la dignidad afrochocoana.
¡Salud, Maestro! La vida está de fiesta celebrando su
existencia.
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Gonzalo M. de la Torre, fundador y primer rector de la FUCLA, en el lanzamiento o presentación pública de la universidad, hoy Uniclaretiana. Quibdó, junio 20 de 2007. FOTO: Fucla. |