lunes, 28 de marzo de 2022

 Los comienzos del acueducto de Quibdó

-Tanques del acueducto de Quibdó. ca. 1970-
FOTO: Archivo fotográfico y fílmico del Chocó.

El primer análisis de calidad de aguas del río Cabí, practicado en 1930 como parte de los trabajos preliminares de diseño del acueducto de Quibdó, concluyó que “el agua, químicamente, es potable”. Fue hecho por el doctor Federico Lleras Acosta, científico bogotano que estuvo entre los primeros graduados como veterinario, a principios del siglo XX, en la recién fundada escuela de veterinaria de la Universidad Nacional de Colombia; y quien posteriormente estudió también bacteriología en la misma universidad y montó el primer laboratorio particular de bacteriología, parasitología y química orgánica que existió en el país; desde el cual fue pionero en la realización de este tipo de análisis y exámenes como apoyo a procesos de diagnóstico y a estudios de salud pública. “Lleras contribuyó en forma significativa a establecer la medicina moderna, al fundar, en 1906, un laboratorio que se convirtió en eficaz auxiliar para los médicos que habían estudiado en Europa las nuevas concepciones”[1]. El doctor Lleras Acosta también fue famoso por su dedicación de varios años al estudio de la lepra, enfermedad que en aquella época asolaba al país. Su hijo, Carlos Lleras Restrepo, fue presidente de Colombia entre 1966 y 1970.

El análisis químico del agua del río Cabí hecho en el laboratorio del doctor Lleras Acosta hace casi un siglo fue solicitado por el ingeniero civil quibdoseño Luis Felipe Valencia Lozano, como parte de los trabajos de diseño del acueducto de Quibdó que le habían sido encargados por la Intendencia Nacional del Chocó y para dar comienzo a los cuales arribó a la ciudad el 5 de marzo de 1930, tal como quedó registrado en el periódico ABC:

“El avión de hoy trajo a esta ciudad a nuestro viejo y gran amigo el doctor Luis Felipe Valencia, ingeniero graduado a principios del año pasado y cuya labor ha merecido grandes elogios de la prensa capitalina. El doctor Valencia ha sido llamado por la Intendencia para que se encargue del estudio y levantamiento de los planos para el alcantarillado y acueducto de esta ciudad, cosa que, a no dudarlo, hará con la satisfacción de quien aprende a servir a su ciudad nativa, y con la pericia que lo ha distinguido en todos los trabajos que se le han confiado”[2].

Considerado por el insigne educador e intelectual Matías Bustamante Mesa como un “ingeniero meritísimo, crisol de virtudes ciudadanas”, Luis Felipe Valencia Lozano regresaría a Quibdó a finales del año, en noviembre de 1930, cuando ya su hermano Jorge Valencia Lozano había sido reemplazado por Heliodoro Rodríguez en el cargo de Intendente Nacional del Chocó; con el fin de rendir informe sobre el cumplimiento del encargo que le había sido hecho. Entrevistado por un redactor del periódico ABC, fundado y dirigido por su hermano Reinaldo Valencia Lozano, el ingeniero Luis Felipe dijo sobre su trabajo: “Como usted sabe, fui encargado por el gobierno del Chocó, presidido en ese entonces por el doctor Jorge Valencia Lozano, para el levantamiento y elaboración de los planos del acueducto de esta ciudad, tarea que emprendí aquí y terminé en Bogotá por las facilidades que hay en la capital para esta clase de trabajos. El levantamiento del plano y adquisición de datos tenía que hacerse sobre el terreno, pero ya la elaboración del plano para servirse de él en la construcción de la obra necesitaba de elementos que sólo podía conseguir en gabinetes de Bogotá. Deseaba, como lo desearía un profesional cualquiera, verificar un trabajo nítido y preciso[3].

Diez planos impresos en papel ferroprusiato contenían el trabajo de diseño del acueducto de Quibdó llevado a cabo por el ingeniero civil Luis Felipe Valencia Lozano, quien explicó al periodista de ABC que, “para proyectar esta obra, se tuvo como mira principal poder combatir los incendios con probabilidades de éxito y suministrar a sus habitantes una cantidad de agua suficiente para sus necesidades. Se proyectó la obra para una población futura de 10.000 habitantes dentro de 25 años y tomando como base los censos nacionales de 1918 y 1928”[4]. El diseño comprendía una bomba, un tanque metálico elevado y la red de distribución: “las tuberías y sus accesorios, como hidrantes contra incendio, válvulas, ventosas de aire etc.”[5].

Habría que esperar casi cuatro años para que el gobierno nacional hiciera efectivo el auxilio de Treinta mil pesos ($30.000) asignado al acueducto de Quibdó a través de la Ley 34 de 1926[6], expedida en el gobierno de Miguel Abadía Méndez, siendo Ministro de Hacienda y Crédito Público J. A. Gómez Recuero y Presidente del Senado Alejandro Galvis Galvis. Dicha ley, en su artículo 1°, había dispuesto que “en los Presupuestos anuales a contar de la vigencia próxima, y por el termino de cinco años, se apropiará la cantidad de novecientos mil pesos ($ 900.000) para auxiliar a los municipios del país en la construcción de sus acueductos” e incluía los detalles de las asignaciones, distribuidas para 251 municipios de 14 departamentos y Quibdó, capital de la Intendencia Nacional del Chocó, única jurisdicción de los llamados Territorios Nacionales incluida en dicha ley. Una condición para recibir los auxilios, como el de treinta mil pesos que le correspondía a Quibdó para la construcción de su acueducto, era el carácter público de las obras: “Artículo 9°. Será condición indispensable para recibir los auxilios, que las obras para las cuales se conceden tengan carácter oficial. Por ningún motivo se dará a empresas particulares”. 

El 17 de julio de 1934, desde Bogotá, en donde se encontraba adelantando gestiones varias ante el gobierno nacional, el Intendente Adán Arriaga Andrade ordenó a su secretario de gobierno proceder a la constitución de la Junta del Acueducto de la ciudad, con el fin de poder tramitar el mencionado auxilio nacional que permitiría dar comienzo a la obra. El artículo 7° de la ley 34 de 1926 establecía que “la ejecución de las obras referidas estará en cada Municipio a cargo de una Junta, compuesta por el presidente del Concejo Municipal, el Alcalde, el Personero y dos vecinos notables nombrados por la respectiva Municipalidad. Donde hubiere Ingeniero Municipal, éste hará parte de dicha Junta”, y en su artículo 8° preveía que el recaudo y manejo de los fondos estaría a cargo del Secretario Tesorero de dicha junta, “funcionario que prestará su caución ante el Alcalde a satisfacción del Concejo, y rendirá sus cuentas al Tribunal de Cuentas o Contaduría del respectivo Departamento”.

Diligentemente, los funcionarios de la Intendencia del Chocó y del Municipio de Quibdó actuaron de inmediato y la Junta del acueducto de la ciudad fue conformada e instalada oficialmente el día 27 de julio de 1934, con los siguientes integrantes: el Alcalde, Jorge E. Díaz; el Presidente del Concejo, Benjamín Medina G.; el Personero Municipal, Alonso Restrepo, quien había sido nombrado por el concejo una semana antes; y en representación de la ciudadanía, en calidad de vocales, los señores Conrado Coutin y Vicente Barrios. Tal como se hizo constar en el acta respectiva, “de común acuerdo, los miembros de la junta acordaron aplazar el nombramiento de secretario tesorero, hasta consultar con el señor Contralor de la República si tal nombramiento puede recaer en el señor Administrador General de la Intendencia, para evitar así la constitución de la fianza que forzosamente tendría que otorgar el nuevo empleado, ya que es difícil la consecución de un individuo que se comprometiera a ello, tanto por razón de la cuantía, así como por los gastos consiguientes[7].

Finalmente, el puesto de Secretario Tesorero de la Junta del Acueducto fue ocupado por el Tesorero Municipal, señor Neftalí Murillo, quien a 28 de diciembre de 1934 informaba que había recibido cinco mil pesos del auxilio nacional, más dos mil cuatrocientos pesos en bonos de la defensa nacional depositados en el Banco de la República; y calculaba: “Nosotros creemos que se le presenta a la Intendencia la oportunidad de cumplir las promesas que ha venido haciendo de reservar este año aunque sean $3.000, con lo cual se viene a tener el 31 de diciembre diez mil pesos, base para iniciar la obra del acueducto, por medio de contrato”[8]. Sus cálculos se cumplieron. El Consejo Administrativo de la Intendencia Nacional del Chocó, por Acuerdo Nº 2, del 19 de marzo de 1935, firmó el presupuesto de rentas y gastos para ese año y lo envió al Ministerio de Gobierno para su consideración y refrendación. Dicho presupuesto incluía un auxilio de $ 5.000 para la construcción del acueducto de Quibdó. La obra comenzaría entonces en una agradable loma del sur de la ciudad, al pie de la quebrada La Yesca, relativamente cercana al río Cabí, que había sido identificada como el lugar más propicio para la ubicación del tanque metálico que, alimentado por bombeo desde el límpido caudal de Cabí, surtiría de agua las casas y edificios públicos de Quibdó, a partir de 1942, cuando fue inaugurado.

Aún quedaba por resolver una parte sustancial del problema del saneamiento de la ciudad, mediante la construcción de un alcantarillado moderno, que reemplazara los albañales y desagües que cumplían dicha función. “Construir un alcantarillado sin acueducto, no parece lo racional, porque alcantarillas sin aguas corrientes no resuelven el problema. Mal o bien, los desagües actuales, al amparo de las abundantes lluvias, invirtiendo en ellos algunas sumas para acondicionarlos mejor seguirían desempeñando su papel”, anotaba un artículo de prensa de la época[9]. Adán Arriaga Andrade era consciente de ello y lo había planteado recurrentemente como “un problema de humanidad”, por ejemplo, en su artículo sobre los grandes problemas del Chocó, publicado en febrero de 1935 en el periódico ABC.

“Una de las razas fuertes y mejor conformadas para la conquista del trópico está en vía de desaparecer. Cerca de la mitad de la población campesina, es decir, 40.000 escombros humanos que agonizan, roídos por el pian y la miseria, sobre el suelo más rico de Colombia, exigen la inmediata intervención del Estado.

 

Pero, no es el pian el único flagelo de esa raza: la anemia tropical, el paludismo y la tuberculosis requieren una acción oficial de saneamiento y asistencia verdaderamente eficaz. Ni una sola de las poblaciones chocoanas ha sido dotada de acueducto y alcantarillado. Ni un solo sanatorio tuberculoso se ha erigido en un sitio accesible para esos 100.000 compatriotas”[10].

El ingeniero Luis Felipe Valencia Lozano advertía que la construcción de un alcantarillado en Quibdó debía enfrentar las dificultades provenientes de las constantes alzas y bajas del caudal del río Atrato, y anotaba que la construcción del acueducto era un buen comienzo, pues por lo menos se reducía el riesgo de contaminación por consumo de agua no potable y la consiguiente presencia de enfermedades de origen hídrico.

“El doctor Valencia Lozano ha sostenido que el alcantarillado de Quibdó es un problema de bastante entidad debido a las constantes alzas y bajas del caudal del río Atrato y opina que debe comenzarse por el acueducto, porque, con su construcción se eliminan por lo menos las enfermedades de origen hídrico, y desde el punto de vista de la seguridad, ya que aquí no aseguran las compañías por falta de acueducto, se disminuye el peligro de incendios”[11].

En un “Apéndice” de su tesis de grado como Ingeniero Civil y de Minas, en la Universidad Nacional (Medellín, noviembre de 1935), dedicado a la Higiene en el Chocó, Ramón Mosquera Rivas planteaba: “el saneamiento de las poblaciones del Chocó es una de sus más apremiantes necesidades. A este respecto nada se ha hecho. Solo ahora empieza la preocupación por dotar a Quibdó de acueducto y alcantarillado. Pero la labor en este sentido debe hacerse extensiva a todas las ciudades que componen la Intendencia. La actual provisión de agua es inadecuada y encierra toda clase de peligros. Sin acueducto y alcantarillado no se puede pensar en la modernización de la comarca. De aquí la necesidad de acometer, en cuanto sea posible, trabajos firmes y bajo la dirección de personas conocedoras del problema” [12].

Vista de los tanques del acueducto de Quibdó
desde el barrio La Yesquita, 1985. FOTO: Julio César U. H.

Inaugurado en 1942, con un sistema proyectado para unas 10.000 almas, el acueducto de Quibdó empezó a ser insuficiente por el crecimiento intensivo de la ciudad a partir de la segunda mitad del siglo XX. Desde entonces, se transformó en una ficción política recurrente. No existe, en los últimos 50 años, un político colombiano en campaña electoral que no le haya prometido al Departamento del Chocó solucionar sus gravísimos problemas de acceso al servicio de agua potable y alcantarillado. Al inolvidable Virgilio Barco, que incluso era ingeniero civil, se le ocurrió en pleno paro cívico regional de 1987 que bastaba purificar con cloro las descomunales cantidades de agua que en el Chocó producían las lluvias y los ríos. El vicepresidente Vargas Lleras, bisnieto del doctor Federico Lleras Acosta, fue más allá: dio por cierta la ficción política y declaró inaugurado un acueducto que, según él y su séquito público-privado, proveía a todo Quibdó de agua potable durante 24 horas. La cobertura real del acueducto, para el mes de diciembre del 2021, según el propio concesionario del servicio, es del 49.6% de la población total de Quibdó. El servicio, como le consta a los usuarios, no tiene nada de permanente.



[2] Planos del acueducto de Quibdó. Periódico ABC, Quibdó. 5 de marzo de 1930, edición 2148.

[3] Sobre el acueducto de Quibdó. Periódico ABC, Quibdó. 28 de noviembre de 1930, edición Nº 2319.

[4] Ibidem.

[5] Ibidem.

[6] La Ley 34 de 1926 puede consultarse en el Sistema único de información normativa, SUIN-Juriscol: https://www.suin-juriscol.gov.co/viewDocument.asp?id=1590355

[7] Se instaló la junta del acueducto. Periódico ABC, Quibdó, 27 de julio de 1934, edición Nº 2.859.

[8] El tesoro municipal consignó en el Banco de la República $2.400 en bonos para la Defensa Nacional, para el acueducto de Quibdó. Periódico ABC, Quibdó, 28 de diciembre de 1934, edición Nº 2931.

[9] El problema del agua. Periódico ABC, Quibdó, 5 de noviembre de 1934, edición Nº 2908.

[10] Periódico ABC, Quibdó. Febrero de 1935, edición Nº 2955.

[11] El problema del agua. Periódico ABC, Quibdó, 5 de noviembre de 1934, edición Nº 2908.

[12] Mosquera Rivas, Ramón (2013). El Istmo de San Pablo. Medellín, Universidad Nacional de Colombia, 141 pp. Pág. 21.

lunes, 21 de marzo de 2022

 Estampas quibdoseñas (II)

Luis Padilla Abadía,
General de la Guerra de los Mil días,
quibsoseño y liberal.

Corrían los años treinta del siglo veinte. La Empresa de Automóviles Meluk y Nauffal ofrecía en su publicidad del periódico ABC, de Quibdó, “los mejores automóviles de la ciudad, los más cómodos y silenciosos”, con “choferes cultos” caracterizados por su “complacencia con los clientes”. Chagüí Hermanos, firma comercial de importadores y exportadores, con negocios en Cartagena, Cereté, Quibdó e Istmina, a través de su empresa de navegación fluvial, ofrecía a su clientela los buques Bogotá, por el río Atrato, Damasco, por el río Sinú, Leonor María y Sinú, por el río Magdalena. Además de comprar platino, oro y caucho, Chagüí Hermanos vendía abarrotes, comestibles y leche Klim, “la mejor de las leches conservadas”. “Cuide a sus hijos alimentándolos con la inmejorable Leche Klim”, recomendaba su aviso publicitario en el periódico ABC, donde también se anunciaba la firma de los hermanos Meluk, “agentes del Vapor Atrato, uno de los más cómodos y rápidos de cuantos hacen el recorrido de Cartagena a esta ciudad, de la Compañía Colombiana de Tabaco, de los específicos Zendejas y de los productos de los famosos Laboratorios Uribe Ángel de Medellín, los más grandes y acreditados del país”.

Iglesia parroquial de Quibdó, 1930.
FOTO: Misioneros Claretianos.

El lunes 18 de marzo de 1935, además de los avisos publicitarios, en la sección Notas locales del periódico ABC, los quibdoseños leyeron: “Continúa gravemente enfermo el General Luis Padilla. Sería muy grato para nosotros poder anunciar su restablecimiento[1]Pero, este anuncio no fue posible, pues dos días más tarde, el miércoles 20 de marzo, a escasos veinte días de cumplir 67 años de vida, falleció en Quibdó, donde también había nacido, este general liberal de la Guerra de los Mil días, recordado por sus triunfos en Istmina, Aguadulce (Panamá), el Morro de Tumaco, Tutunendo y Tadó, por su papel como jefe civil y militar del Atrato y el San Juan, y por su valentía y lealtad a la causa liberal y al General Benjamín Herrera, el mismo cuyo busto -levantado en su homenaje por la Intendencia del Chocó en 1936- ocupó durante varios años el centro de una glorieta al pie del edificio de la Gobernación del Chocó, en Quibdó, y fue destruido y vendido como chatarra, según reportes y denuncias del reconocido arquitecto y Vigía del patrimonio Douglas Cújar Cañadas[2]

Cuatro años y medio antes de su fallecimiento, Luis Padilla Abadía -nacido el 8 de abril de 1868, de la pareja formada por Emiliano Padilla y Mercedes Abadía-, se había posesionado como alcalde de la ciudad ante el Juzgado municipal de Quibdó, en la mañana del viernes 5 de septiembre de 1930. Su nombramiento, junto con el de Manuel María Arcos como Prefecto de la Provincia de Atrato, lo había hecho pocas horas antes, en la tarde del jueves, el también recién posesionado Intendente Nacional del Chocó Heliodoro Rodríguez, quien hasta ese momento se desempeñaba como Juez segundo del Circuito de Atrato, cargo en el cual fue reemplazado por el famoso intelectual y educador Matías Bustamante Mesa.

El periódico ABC registró los nombramientos del prefecto y el alcalde, en su edición del 5 de septiembre de 1930: “En las horas de la tarde de ayer fueron nombrados por la intendencia, los señores Manuel María Arcos y Luis Padilla, prefecto de Atrato y alcalde de Quibdó, respectivamente”, en una nota en la que se refirió a ambos funcionarios en los mejores y más elogiosos términos:

“De la actitud y honradez del señor Arcos, quien ha desempeñado por algún tiempo ese puesto, nada tenemos que decir. Su designación ha sido recibida con satisfacción por parte de todos los elementos que saben de los profundos conocimientos de que dispone este caballeroso amigo, sin distingos políticos.

 

En cuanto al señor Padilla, hombre aplomado, progresista y de capacidades para el desempeño de ese puesto, no es una amenaza para nadie. Un reportero de este diario tuvo una corta conversación con él, en la cual se mostró muy optimista con respecto al futuro de la ciudad. Dijo el señor Padilla: Mis esfuerzos tenderán a buscar la armonía entre todos los que soliciten justicia. La política quedará proscrita en la administración que voy a iniciar. Por el momento trato de buscar un secretario que posea capacidades y buena voluntad. Otro de mis empeños será el de armonizar en lo posible mis actuaciones con las del concejo.

 

El señor Padilla expuso un corto programa de gobierno que, si las circunstancias le permitieren llevar a cabo, Quibdó podrá decir “tenemos un buen alcalde” [3].

Seis semanas después de su posesión, acompañado de su secretario, Balbino Arriaga Castro, el alcalde Padilla Abadía viajó a Yuto con el fin de recibir el edificio de la nueva escuela, que había sido construido conjuntamente por la Intendencia y el municipio. El último día de octubre, los dos funcionarios firmaron el “decreto número 56 de 1930 (octubre 31) por el cual se crea la junta organizadora de las solemnidades del centenario de la muerte del Libertador”, integrada, según lo mandado en el decreto, por Julio Strauch (quien se desempeñaba como Secretario de Gobierno de la Intendencia), Agustín Rey Barbosa, Rodolfo Castro Baldrich, Manuel Agustín Santacoloma, Vicente Martínez Ferrer, Miguel Ángel Ferrer y el padre José Miró, cura párroco de la ciudad.

Por esos días, Quibdó vivía un gran fervor patriótico, incentivado por los preparativos para la conmemoración del centenario de la muerte del Libertador, de los cuales formaba parte aquel decreto.[4] Cuatro años y cinco meses después, moriría el ya exalcalde y veterano de la Guerra de los Mil días, General Luis Padilla Abadía, el 20 de marzo de 1935. Consternado, el Directorio Liberal Municipal expediría la resolución “por la cual se honra la memoria de un eminente ciudadano liberal”.

El Directorio Liberal Municipal

 

Considerando:

Que acaba de fallecer en la ciudad el señor general don Luis Padilla, destacada unidad del liberalismo;

Que el extinto, desde su juventud, prestó a la causa de sus predilecciones el contingente de sus simpatías, esfuerzos y servicios, en todo campo;

Que desde la guerra civil de 1899 a 1902 Padilla actuó al lado de otros jefes liberales como unidad sobresaliente y desempeñó el cargo de jefe civil y militar de la Provincia del San Juan que le confiere el de jefe supremo de la guerra en el Chocó; el de jefe de estado mayor y el de jefe civil y militar del Chocó;

Que en esas actividades tocó a Padilla medir las armas liberales con las del adversario, con resultados positivos para las de nuestra santa causa;

Que es deber de las sociedades cultas y bien organizadas rendir homenaje a los que se esfuerzan por servirlas, en cualquiera de los campos de acción.

 

Resuelve:

Artículo 1º.- El Directorio Liberal Municipal de Quibdó lamenta la desaparición del señor general don Luis Padilla, decidido servidor de la causa; reconoce públicamente los importantes servicios que él le prestó y recomienda a la ciudadanía sus ejemplos y virtudes como dignos de ser imitados.

 

Artículo 2º.- Copia autógrafa de esta resolución será publicada por la prensa y puesta en manos de la señora viuda e hijos del extinto jefe, por una comisión compuesta de tres miembros de este directorio.

 

Dada en Quibdó, marzo 20 de 1935. El presidente, Gregorio A. Conto y Q.

Cuatro días después de la sentida resolución motivada por el fallecimiento del veterano patricio liberal Luis Padilla Abadía, se reuniría “la Asamblea Liberal del Atrato convocada por la Dirección Nacional del Partido con el objeto de elegir Directorio Liberal de la Provincia”, con la participación de una veintena de delegados de los diversos municipios: por Quibdó, Neftalí Murillo, suplente de Emilio Meluk; Ricardo Ferrer F., Cicerón Quejada, Conrado Coutin R., Juan María Moreno, Camilo Mayo C. Por Bagadó, Guadalupe Rivas Polo, Diego Torrijos B. Por Riosucio, Juan R. Córdoba, Armando Meluk. Por El Carmen, Rodolfo Castro Aluma, Miguel Ángel Ferrer. Por Acandí, Simón Mosquera, Teliso Vivas, Ernesto Cuesta M. Por Juradó, Andrés Fernando Villa, David Ochoa. Por Nuquí: Vicente Murillo, Roque J. Peñate. “Auguramos completo éxito a las labores que ha desarrollado la Asamblea Liberal que se instala en los momentos de una crisis dentro de la disciplina del partido, y sin la cual no hay posibilidades de éxito en los próximos comicios”, remataba su nota informativa el periódico ABC.[5]

En ese momento, gobernaba la Intendencia Adán Arriaga Andrade, quien hacía poco más de un mes había inaugurado y puesto al servicio del pueblo chocoano el Hospital San Francisco de Asís, concluyendo la gestión que había comenzado y financiado en su etapa final el Intendente Jorge Valencia Lozano. El ingeniero jefe de la carretera Quibdó-Bolívar había telegrafiado al Intendente Arriaga Andrade, para informarle del comienzo de las obras.[6] Treinta soldados y un oficial al mando estaban próximos a llegar para resguardar el orden público en El Carmen hasta las próximas elecciones, a petición de los pocos liberales del pueblo, a quienes no se les permitía ni siquiera salir a las calles.[7]

El presupuesto de la Intendencia Nacional del Chocó para ese año 1935 sumaba en total $ 55.075. Incluía partidas para la conclusión del Palacio Intendencial, el Colegio de Señoritas de Istmina y el puerto aéreo de Quibdó, a orillas del río Atrato. Para la carretera Quibdó – Tutunendo y para los caminos Condoto – Valencia, Tadó – Guarato, Bagadó –   Playa de Oro y Cértegui – Las Ánimas, y para el puerto de Acandí. Igualmente, incluía auxilios intendenciales para el acueducto, el nuevo templo y la Sociedad de mejoras públicas de Quibdó; para el templo, el parque y el puente de la quebrada La Sucia, en El Carmen; para el cementerio de Istmina y la planta eléctrica de Nóvita…

En las noches quibdoseñas se solía escuchar música y noticias del interior del país y del mundo, a través de la emisora de la Intendencia. Los parroquianos del Salón Colombia -cine, cantina, teatro y salón social- y de El Encloche -cantina y centro social- hacían tiempo hasta las nueve o diez, antes de ir a sus casas a dormir. Los pasos de los transeúntes y fragmentos de sus conversaciones y de las charlas de adentro de las casas se alcanzaban a oír. Poco a poco, la vida de este pueblo grande se iba adormilando, de modo que cuando llegaba la media noche, si acaso, se escuchaban risas y algo de música antillana en los bares de la zona de tolerancia. Los marineros de agua dulce, de los barcos que pernoctaban en el puerto de la ciudad, dormían plácidamente en sus hamacas, movidas levemente por la brisa del río en la madrugada. Alguno de ellos soñaba con campanas de duelo, como las que se habían escuchado llamando al funeral del General Luis Padilla Abadía. Con la dicción enrevesada de quienes hablan mientras duermen, el marinero repetía que nunca había visto tanta gente en un entierro.


[1] Periódico ABC, Quibdó. 18 de marzo de 1935, edición Nº 2970.

[3] Periódico ABC, Quibdó. 5 de septiembre de 1930, edición Nº 2269.

[4] Detalles al respecto se pueden leer en el artículo de El Guarengue “Quibdó 1930. Las solemnidades de un centenario”: https://miguarengue.blogspot.com/2021/11/quibdo-1930-las-solemnidades-de-un.html

[5] Periódico ABC, Quibdó. 24 de marzo de 1935, edición 2973.

[6] En El Guarengue, sobre este tema, “Por la trocha del olvido”:

https://miguarengue.blogspot.com/2019/04/por-la-trocha-del-olvido-foto-esteban.html

[7] Periódico ABC, Quibdó. Notas locales, 18 de marzo de 1935.

lunes, 14 de marzo de 2022

 De la Dieguito a la UTCH
-50 años de la Universidad Tecnológica 
del Chocó “Diego Luis Córdoba”-

Antiguo Colegio de La Presentación, en Quibdó.
Primera sede propia de la UTCH.
FOTO: Archivo fotográfico y fílmico del Chocó.

En sus comienzos, y durante varios años, la Universidad Tecnológica del Chocó “Diego Luis Córdoba” fue conocida por la gente en Quibdó como “La Dieguito”. Así la llamaban incluso muchos de sus propios estudiantes, en una muestra de cercanía, familiaridad y cariño similar a aquella que -sin menoscabo de su majestad- convirtió en un quibdoseño San Pacho al italiano San Francisco de la distante Asís. No faltaron quienes, medio acomplejados y descreídos en cuanto a las posibilidades regionales de progreso material e intelectual, usaron el empático apelativo para subvalorar la institución y desconocer su indiscutible condición de pionera y precursora de la educación superior en la región.

Inaugurada hace 50 años, el 6 de marzo de 1972, a veinte días del domingo de ramos de la semana santa, cuando el departamento apenas iba a cumplir 25 años de creado y cuando nomás habían transcurrido cinco años largos de aquel incendio que por poco se lleva el edificio del antiguo colegio de monjas que posteriormente sería su primera sede propia; la UTCH fue la primera institución de su género y la primera de carácter público establecida en el Chocó, en la propia tierra chocoana, por gente chocoana y para la gente chocoana, rompiendo de este modo con un siglo de historia de acceso limitado o nulo de la chocoanidad común y corriente a este nivel educativo, por las obvias dificultades de todo tipo derivadas del hecho de tener que salir de la región para poder gozar de ese privilegio.

Hasta el momento en el que la UTCH entró en funcionamiento, los bachilleres chocoanos con posibilidades económicas de hacerlo debían viajar a Medellín, Bogotá, Cali o Popayán, para matricularse en universidades públicas como la Universidad Nacional de Colombia, la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, la Universidad de Antioquia, la Universidad del Valle o la Universidad del Cauca; y en unos pocos casos en universidades privadas, como la Universidad Pontificia Bolivariana en Medellín, la Universidad Libre en Bogotá y la Universidad Santiago de Cali, entre otras.

En el gremio del magisterio chocoano, en particular el de Quibdó, aun siendo la mayoría del profesorado bastante competente en su desempeño, para la época en que empezó la UTCH eran escasos quienes contaban con títulos universitarios de licenciatura en las áreas del conocimiento en las que se habían desempeñado durante años. Casi todos se habían vinculado al magisterio inmediatamente después de graduados en las escuelas normales y jamás habían tenido la oportunidad de estudiar en una universidad, por razones económicas y logísticas. La UTCH entró a llenar este vacío y puso a su alcance la posibilidad que ya muchos maestros -por razones de edad y de pérdida de motivación- y muchas maestras -por su edad y por sus obligaciones y rutinas hogareñas como esposas y madres- veían tan remota que parecía improbable: estudiar y obtener el título de licenciatura en educación en las áreas a las que habían dedicado su vida docente. De ahí que tres cuartas partes de los primeros estudiantes matriculados en la UTCH ingresaron a la Facultad de Educación, a los programas de Licenciatura en Matemáticas y Física, Ciencias sociales y económicas, Biología y Química, Psicopedagogía y Administración educativa, e Idiomas.[1] Durante varios años, hasta su graduación, gran parte de los profesores de los colegios de secundaria de Quibdó eran maestros en el día y estudiantes en la noche. Su sueño de titulación académica y de progreso profesional dentro de la carrera docente se estaba cumpliendo gracias a la UTCH y este solo hecho ya convertía a La Dieguito en un hito insuperable dentro de la historia de la educación en el Chocó y en el Litoral Pacífico de Colombia.

Ocurría igual con los alumnos de aquellos maestros que fueron los primeros estudiantes de la UTCH. Gran parte de ellos en situación de pobreza, los alumnos de secundaria hallaban como único camino útil para su futuro personal y laboral el de graduarse como maestros en la Normal o como bachilleres técnicos en alguna de las modalidades que se ofrecían en Quibdó en establecimientos como el Instituto Femenino Integrado y el Colegio Carrasquilla, con su Escuela Industrial. Inevitablemente, con el paso de los años, no hubo plazas para tanto maestro disponible ni empleo para tanto bachiller varado. Emigrar hacia otros departamentos fue la solución en el caso de los maestros, que además de encontrar empleo rápidamente continuaban la tradición de presencia de normalistas chocoanos en diversos rincones de Colombia. Quienes no emigraban ingresaban a la economía del rebusque o a las crecientes clientelas de funcionarios y contratistas estatales, que en los años setenta, cuando nació la UTCH, habían empezado a convertir la hacienda pública en la más jugosa fuente de ingresos para ellos y sus favorecidos. Puesta en marcha la UTCH, aún sin tener empleo, muchos maestros y bachilleres optaron por estudiar allí en lugar de emigrar. Los económicos costos de la matrícula universitaria hicieron posible este acontecimiento por primera vez en el Chocó.

Antes de que existiera la Universidad Tecnológica del Chocó “Diego Luis Córdoba”, el único antecedente en cuanto a facilidades de acceso del estudiantado chocoano a educación superior provino de los gobiernos nacionales de la llamada República Liberal, los de Enrique Olaya Herrera, Alfonso López Pumarejo y Eduardo Santos Montejo; cuyas políticas de modernización y universalización de la educación incluyeron un amplio y generoso programa de becas, pensiones estudiantiles y subsidios, canalizados a través de la Intendencia del Chocó entre 1930 y 1945, aproximadamente. Este programa resultó fundamental para el futuro de la región. Por una parte, contribuyó a que el talento regional accediera a formación de alta calidad en las mejores universidades del país, en profesiones liberales como medicina, derecho, ingeniería, agronomía, etc., que de otro modo habrían sido inalcanzables para la mayoría, especialmente para los jóvenes negros. Por otro lado, el programa sirvió para cimentar las bases del movimiento intelectual y político que dedicaría lo mejor de sus años a trabajar por el bienestar del Chocó como una causa común, sin distingos partidistas, empezando por liderar el proceso de elevación de la intendencia a la categoría de departamento. Diego Luis Córdoba, Adán Arriaga Andrade, Manuel Mosquera Garcés, Ramón Lozano Garcés, Alfonso Meluk, Daniel Valois Arce, Ramón Mosquera Rivas, Toribio Guerrero V., Heraclio Díaz, Amín Meluk, Abraham Rentería, Miguel Rumié, José María Orrego, Eduardo Murillo, Roberto Rentería, Camilo Mayo Caicedo, Juan B. Luna, Fernando Martínez V., Marco Tulio Ferrer S. y Miguel A. Caicedo Mena son algunos de los chocoanos prominentes que formaron parte de la lista de beneficiarios de tan magnífico programa de becas universitarias.

Matías Bustamante Mesa, en una sentida nota del periódico ABC, publicada en la edición del viernes 21 de marzo de 1930, a propósito del regreso a Quibdó del médico chocoano Hernán Perea Quesada, resume la halagüeña perspectiva que le brinda al Chocó contar con una nueva generación de doctores que -culminados sus estudios- regresen a ponerse al servicio de su tierra:

“Primicias de nuestro adelanto, de nuestro surgimiento, son estos jóvenes doctores que ya vuelven a su tierra a luchar y a esforzarse por su bienestar. Son Luis Felipe Valencia, ingeniero meritísimo, crisol de virtudes ciudadanas, y Hernán Perea Quesada, médico eminente. Que como ellos continúe regresando la falange que hoy descuella en todos los centros del país; que vengan todos a esta tierra nuestra y, unidos en abrazo cordial, sepamos imponernos, sepamos defender la herencia de los padres enseñando a la nación que somos ya un pueblo apto para todas las luchas y que es burda mentira que el Chocó carezca de hombres que la representen y la rijan. ¡Chocoanos: paso de vencedores que llegan nuestros hombres!”.[2]

Especial relevancia como antecedente histórico de la educación superior de carácter público en la región, antes de la fundación de la UTCH, tiene una vertiente del programa oficial de becas inteligentemente agenciada por Adán Arriaga Andrade como Intendente Nacional del Chocó y Vicente Barrios Ferrer como responsable de la Dirección de Educación Pública de la Intendencia. En una visionaria decisión, Arriaga y Barrios vincularon al Chocó a un programa financiado con recursos públicos para la formación de talento humano en materia pedagógica, promovido por la Revolución en marcha de López Pumarejo como parte de la renovación del sistema educativo público. El programa contemplaba formación de alta calidad, mediante la introducción de los más modernos principios pedagógicos europeos que estaban en boga -por ejemplo, el Método Montessori-, con base en los cuales se crearían los institutos pedagógicos, los liceos y gimnasios, y las escuelas normales de varones y de señoritas. Como parte de dicho programa, del Chocó viajaron a Bogotá a recibir dicha formación excelsas profesionales de la educación: María Dualiby Maluf, Judith Ferrer, Carmen Isabel Andrade, Eyda Castro Aluma y Margarita Ferrer Cuesta; así como un grupo de hombres que, como ellas, darían brillo a la educación chocoana: Nicolás Rojas Mena, Marcos Maturana Chaverra, Ramiro Álvarez Cuesta, Saulo Sánchez Córdoba, Vicente Ferrer Serna y Nicolás Castro Aluma. A Popayán, con los mismos fines y dentro del mismo programa, viajó otro grupo de grandes y memorables maestras: Tulia Moya Guerrero, Edelmira Cañadas, Julia Sánchez, Clara Rosa Perea, Tita Quejada, Visitación Murillo, Teresa Campos, Digna Asprilla y Josefina Rodríguez.[3]

De este modo, el programa oficial de becas incidió también en la consolidación institucional y en el mejoramiento sustancial de la educación pública de niveles primario y secundario en el Chocó, haciendo posible que tanto los colegios intendenciales fundados por Arriaga Andrade y Barrios Ferrer, como el Colegio Carrasquilla y la Normal de Varones, completaran entonces su ciclo formativo hasta el sexto grado; evitando así que los jóvenes debieran viajar a Medellín a cursar quinto y sexto grados en el Liceo Antioqueño, como le tocó, por ejemplo, al poeta Miguel A. Caicedo Mena y al médico Juan B. Luna Garrido. Mostrando el acierto de la idea del gobierno intendencial, los bachilleres graduados en Quibdó tuvieron rendimientos destacados y reconocidos en los ámbitos académicos de las universidades en las que después estudiarían apoyados también por el programa de becas.

Si bien su cobertura en cuanto a la cantidad de jóvenes chocoanos que se beneficiaron del mismo no tuvo alcances de universalización, pretensión que tampoco tenía; aquel programa de becas para el acceso de estudiantes del Chocó a educación superior en universidades públicas de las principales ciudades de Colombia, canalizado a través de la Intendencia, fue un acontecimiento trascendental para la historia del Chocó, un antecedente de incontrovertible mérito y prominente repercusión en cuanto a sus aportes a la formación de profesionales chocoanos con un acrisolado sentido de compromiso con el futuro de su tierra. De hecho, la conciencia chocoanista que ellos promovieron no solamente propició la elevación de la antigua intendencia a categoría de departamento, sino que, pocos años después de este logro, inspiró la lucha en contra de la desmembración del departamento e impidió su repartición entre los codiciosos vecinos: Caldas, Antioquia y Valle del Cauca.

A cambio de las becas, a los estudiantes se les pedía prestar sus servicios profesionales durante una temporada en la jurisdicción de la Intendencia. En todos los casos, ellos fueron más allá y, como grata retribución por el apoyo recibido, trabajaron por la transformación y mejora de la región y soñaron para esta un proyecto social, territorial y político de relevancia sin par durante por lo menos los últimos setenta y cinco años de vida institucional del Chocó. Finalizado este programa gubernamental, básicamente por circunstancias fiscales derivadas del paso de la intendencia a departamento y de las condiciones políticas que envolvieron al país a partir del medio siglo XX, a raíz de la violencia interpartidista y el llamado Frente Nacional; las oportunidades de la juventud chocoana para acceder a estudios universitarios quedaron limitadas nuevamente a las posibilidades económicas de sus familias para financiar su estadía en las ciudades principales del país. El instituto estatal de crédito educativo (Icetex), creado en los años 50, siendo Manuel Mosquera Garcés el Ministro de Educación Nacional, absorbió los programas de financiación y apoyo para educación superior.

Conocida coloquialmente como "la Universidad de madera",
esta vieja casona, situada en la esquina de la carrera 2ª
con calle 26 de Quibdó, también fue sede de la UTCH
en sus primeros años de funcionamiento.
FOTO: Archivo fotográfico y fílmico del Chocó.

La ruptura definitiva de ese círculo de imposibilidades de acceso del estudiantado del Chocó a estudios superiores llegaría, entonces, con la Universidad Tecnológica del Chocó “Diego Luis Córdoba”, que enhorabuena acaba de cumplir 50 años de existencia. Gracias a la UTCH, por ejemplo, hoy es posible que muchos bachilleres chocoanos tengan como principal ocupación la de ser estudiantes, en su propia ciudad, en su propia región, con matrícula gratuita para amplios sectores vulnerables de la población.

La profesionalización del magisterio chocoano a través de su Facultad de Educación, con los consiguientes beneficios institucionales, profesionales y personales para la formación impartida en escuelas y colegios de la región, es uno de los grandes logros de la UTCH en medio siglo de vida, quizás el primero que debe ser resaltado. A este fin dedicó la institución por lo menos su primera década de existencia. Copada la oferta regional de empleo, también a los licenciados graduados en la UTCH en diversas áreas les tocó emigrar a otras regiones de Colombia, como otrora lo hicieran los maestros rasos.

Otro logro altamente significativo de la UTCH en sus primeros cincuenta años de vida institucional es la paulatina y permanente ampliación de su oferta de programas académicos, tanto de pregrado como de posgrado; lo cual le ha permitido la ampliación progresiva y extraordinaria de su cobertura, al punto que hoy parecieran numéricamente insignificantes los primeros doscientos estudiantes en comparación con cifras actuales de matrícula que oscilan entre once mil y catorce mil alumnos en sus veintiséis programas de pregrado, distribuidos en ocho facultades, así como en sus programas de posgrado y de educación continuada, propios o en convenio con otras instituciones.

El notable incremento de la capacidad de admisión de estudiantes de la UTCH en el lapso de estos cincuenta años ha ido de la mano con el crecimiento de su infraestructura física, a partir de la construcción de la ciudadela universitaria, que fue un logro del paro cívico departamental del mes de mayo del año 1987. Igualmente, cómo no, su planta de personal directivo, administrativo y docente, y los consiguientes compromisos salariales y prestacionales, así como la cantidad de docentes adscritos a la universidad por prestación de servicios de hora cátedra, han crecido de tal modo que la UTCH es hoy por hoy una de las estructuras de contratación de personal y de servicios más grande del Chocó, si no la más grande.

Así las cosas, y sin entrar en detalles mayores sobre cada uno de los aspectos enunciados, puede decirse que los logros alcanzados por la UTCH en estos cincuenta años de existencia (1972-2022) en cuanto a acceso, cobertura y profesionalización del talento humano de la región, el consiguiente desarrollo institucional y el crecimiento y ampliación de la estructura en todos sus aspectos, son aceptables y plausibles, y forman parte de los propósitos para los cuales fue creada la universidad; superando en algunos casos las expectativas y planes de quienes la idearon.

De manera que la Universidad Tecnológica del Chocó “Diego Luis Córdoba” bien puede declararse satisfecha por tan valiosos logros, por el impresionante crecimiento que ha tenido durante los cincuenta años que merecidamente está celebrando y que le permitieron simbólicamente pasar de ser La Dieguito modesta y casera, manual y pequeña de los primeros años, a convertirse en la nacionalmente conocida y descomunal UTCH de la época actual. Teniendo en cuenta que la celebración de los cumpleaños debe ir más allá de soplar las velas, engalanar la casa y recibir a los invitados con bebidas y ponqué, los actuales directivos de la UTCH y el conjunto de su comunidad educativa bien podrían incluir como parte de la conmemoración reflexiones sistemáticas sobre lo vivido, sobre el pasado y los orígenes, sobre el presente y la realidad, sobre el porvenir y el destino futuro de la Universidad, que es un patrimonio de la chocoanidad. Quizás sería bueno para provecho de los próximos cincuenta años sentarse a pensar un buen rato sobre la conveniencia de detener por un tiempo tanto crecimiento cuantitativo y dedicar todos los esfuerzos a atender el crecimiento cualitativo de la institución, es decir, la sustancia intelectual, académica, ética y formativa que le da sentido a tanto boato y a tanta infraestructura y a tanto personal.

Sacar a la UTCH de los procesos transaccionales y del control de los cacicazgos propios de la politiquería, para que sea el mérito honradamente reconocido el que impere en sus procesos de todo orden, es una encomiable y urgente tarea para bien del Chocó. La UTCH se lo merece… Trabajar por acreditaciones de alta calidad de los programas, más allá de las formas y del papel que puede con todo, tendría más valía que seguir añadiendo más y más programas a una oferta de mercado académico que ha terminado -con la sumatoria del montón de instituciones que después de creada la UTCH ahora sí llegaron al Chocó- por saturar el mercado laboral con profesionales que no tienen más que su diploma enmarcado, escaneado o celosamente guardado en una cómoda, entre una carpeta o un sobre, pues su sueño de encontrar trabajo se estrella día a día con la realidad de una ciudad, Quibdó, que ostenta hace varios años el campeonato nacional de desempleo… Convertir a la UTCH en verdadero faro del conocimiento de la región, más allá de las colecciones de títulos de posgrado que se exhiben como rasgo de autoridad profesional y académica, debería ser una prioridad para sus próximos cincuenta años de vida. La realidad del Chocó no puede seguir pasando -como parte del paisaje- frente a los ojos institucionales del alma mater de la región. Por ejemplo, más de tres décadas de degradación del conflicto armado y victimización de tres cuartas partes de la población, deberían haber sido suficientes para que en la UTCH se pusiera en marcha un observatorio de paz y conflicto armado dotado de herramientas modernas de registro y sistematización de información, que brindara al Estado, a la sociedad y a la comunidad internacional datos precisos para abordar una situación que sigue matando y ahogando en el desamparo a las masas rurales y urbanas inermes e indefensas, que a la pobreza extrema deben sumarle una violencia atroz, como contexto de sus vidas… Construir organismos poderosos de investigación capaces de ofrecer a la región y al país estudios científicos de todo orden, sociales, humanos, ambientales, arquitectónicos, artísticos y culturales, políticos, educativos e ingenieriles, históricos, económicos y de salubridad, que hoy son desarrollados y presentados por grandes universidades del país, por oenegés e instituciones similares; es tarea estratégica a la cual está llamada la UTCH como agente del desarrollo regional, tal como fue imaginado dentro de su sueño fundacional…

A la izquierda, la primera sede propia de la UTCH.
En el centro, el lote donde posteriormente fue construido 
el edificio de la oficina del Banco de la República en Quibdó.
FOTO: Archivo fotográfico y fílmico del Chocó.

Los 50 años de existencia de la Universidad Tecnológica del Chocó “Diego Luis Córdoba”, que todos celebramos con regocijo e ilusión, son un momento inmejorable y propicio para hacer el clásico alto en el camino, para revisar profundamente y repensar juiciosamente los asuntos claves de la vida institucional, teniendo en mente la frase de Diego Luis Córdoba que durante tantos años presidió la entrada de la primera sede de la Universidad en el antiguo Colegio de La Presentación, en la carrera segunda de Quibdó: “Por la ignorancia se desciende a la servidumbre, por la educación se asciende a la libertad”.


[1] Datos al respecto, incluyendo listas de los primeros estudiantes, pueden consultarse en: Rivas Lara, César E. RESEÑA HISTÓRICA DE LA UNIVERSIDAD TECNOLÓGICA DEL CHOCÓ “DIEGO LUIS CÓRDOBA”. 2018. Medellín, Léanlo editores. 213 pp., pág. 45-50.

[2] Bustamante Mesa, Matías. El médico Dr. Hernán Perea Quesada. En: Periódico ABC, Quibdó. Edición 2160, marzo 21 de 1930.

[3] Al respecto, se puede leer en El Guarengue De excluidas a pioneras. Mujeres y educación en el Chocó: https://miguarengue.blogspot.com/2021/03/deexcluidas-pioneras-mujeres-y.html

lunes, 7 de marzo de 2022

 Clamores de paz

--Velatón en la Catedral de Quibdó. Sábado 5 de marzo de 2022--
FOTO: Twitter-@ONUHumanRights

A las nueve y media de la noche del 18 de noviembre de 1999, una embarcación procedente de Murindó, que transportaba una comisión humanitaria de la Diócesis de Quibdó, estaba arribando a esta ciudad después de una agotadora jornada de navegación por el río Atrato. A la altura del barrio Kennedy, una ribera en donde también se ubican el hospital de la ciudad y la sede del gobierno departamental del Chocó, una panga de fibra de vidrio y provista de motores de gran potencia apareció de la nada a gran velocidad y embistió con tal fuerza a la otra embarcación que la partió en dos, provocando su naufragio, de modo que sus ocupantes fueron a parar a las aguas de la mitad del curso del crecido río, en medio de la oscuridad de esa noche de jueves. Ocho pasajeros se salvaron. Otros dos no y sus cadáveres solamente serían encontrados tres días después, el domingo 21 de noviembre de 1999. El joven sacerdote chocoano Jorge Luis Mazo Palacio (34 años), oriundo de El Carmen de Atrato y quien en ese momento ejercía como párroco de Bellavista (Bojayá), fue hallado a unos ochenta kilómetros aguas abajo del sitio del ataque. Íñigo Eguiluz Tellería, un español de 24 años, integrante de la oenegé Paz y Tercer Mundo, fue encontrado el mismo día a la altura del barrio El Reposo, más o menos a un kilómetro del sitio del ataque.

Un año después de este despiadado crimen, que mostraba hasta dónde podían llegar la sevicia y la degradación del conflicto armado que se había enseñoreado en la región, sin que el Estado colombiano hiciera algo diferente a patrullar en medio de la población civil y convertir en una carrera de obstáculos la navegación de los campesinos e indígenas por el río Atrato; se realizó en Quibdó un acto de recordación de la memoria de los jóvenes Mazo y Eguiluz, que incluyó un foro sobre derechos de los pueblos. En esta actividad participaron integrantes del cuerpo diplomático acreditado en Colombia, agencias de cooperación internacional, representantes del sistema de Naciones Unidas, algunas autoridades civiles, e incluso militares, de la región; así como un nutrido grupo de líderes y lideresas de las organizaciones étnicas indígenas y negras, de organizaciones campesinas y de comunidades eclesiales de base.

En dicho foro, recordando que también hacía dos años, el 18 de septiembre de 1998, próximo a cumplir 26 años e igualmente en una orilla del Atrato cerca de Lloró, había sido asesinado el religioso Miguel Ángel Quiroga Gaona, de la comunidad Marianista; el entonces Obispo de la Diócesis de Quibdó, el claretiano Jorge Iván Castaño Rubio, dirigiéndose a la concurrencia, expresó con toda firmeza:

“En medio de la actual coyuntura de guerra generalizada que cada día se degrada y agudiza más y más, nuestra posición como Iglesia no puede ser de neutralidad, que siempre resulta ambigua y a la postre cobarde. Nosotros desde tiempos atrás hemos tomado partido por el pueblo pobre y oprimido y ahora, en medio de la guerra, estamos al lado de las víctimas indefensas y en contra de los métodos de los victimarios y sus mecanismos de impunidad”.[1]

Para entonces, desde hacía más de una década en ese momento, los pueblos indígenas y las comunidades negras y campesinas del Chocó venían siendo aniquilados en su propio territorio y sometidos a todo tipo de vejámenes y violaciones de derechos, incluyendo el sometimiento de miles de hombres y mujeres de todas las edades a la impiedad del desplazamiento forzado, que transformaría para siempre la demografía de Quibdó y su poblamiento, así como vincularía sus barrios a nuevas expresiones del conflicto armado y de la violencia delincuencial aparejada al mismo. Plenamente consciente de ello, Monseñor Castaño Rubio agregó entonces en su intervención:

“El recuerdo de nuestros mártires que derramaron su sangre en esta tierra chocoana no podrá hacerse al margen de nuestro compromiso mayor por la causa de la justicia y defensa de la vida empobrecida de nuestro pueblo. Aquí estaría centrado nuestro mejor homenaje al sacrificio que ellos realizaron”.[2]

Más de veinte años después de aquel profético discurso de quien hoy es obispo emérito de Quibdó, casi tres cuartas partes del territorio chocoano padecen una grave crisis humanitaria, que afecta gravemente a la población e incluye el confinamiento de las comunidades, desplazamiento y reclutamiento forzado de adultos y niños, asesinatos selectivos y amenazas individuales y colectivas, limitaciones a la movilidad y a la producción agropecuaria de las comunidades, implantación de minas antipersona y violencia sexual contra mujeres de todas las edades; todo ello en abierta violación de la autonomía de los territorios étnicos, en una cruenta dinámica de guerra motivada por la disputa de rentas ilegales del narcotráfico y el tráfico de armas, la explotación ilícita de minerales y su comercio ilegal, la extorsión, y la custodia de porciones estratégicas de territorio a favor de capitales orientados a la financiación de actividades y proyectos extractivos de gran magnitud en los inmensos y pródigos bosques de la región.

El gobierno colombiano ha insistido en negar la realidad de esta situación, controvirtiendo incluso las cifras de la propia Defensoría del Pueblo, negando la validez de los pronunciamientos de la representante en Colombia de la Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, y acusando a las organizaciones sociales y a los obispos del Chocó, particularmente al de Quibdó, de difundir información falsa. Ha insistido, igualmente, el gobierno colombiano, en abordar la situación como si se tratara de un simple problema de orden público o a lo más de una situación de seguridad: los consejos de seguridad en Quibdó, que son reuniones de altos o medianos funcionarios nacionales con comandantes militares y de policía, en donde los funcionarios regionales poca participación y menos decisión tienen, están a la orden del día; y de ellos salen las declaraciones altisonantes, la magnificación de pequeñas victorias de guerra y el recurrente aumento del llamado pie de fuerza: un soso y repetitivo menú carente de sazón democrática y sin ni siquiera una pizca de compromiso o de solidaridad con las víctimas de la situación.

Refiriéndose a la gravedad de esta crisis humanitaria, de este estado de guerra permanente en el que vive el Chocó, el actual Obispo de Quibdó, Monseñor Juan Carlos Barreto Barreto, en su saludo de bienvenida a visitantes y participantes locales en la Velatón por la paz y la dignidad del Chocó, realizada este sábado 5 de marzo en la Catedral de San Francisco de Asís, manifestó: “Esta situación ha tocado límites impensables en otra época y que no han tenido la respuesta necesaria. Sin embargo, esta comunidad está aquí para gritar el valor de la esperanza, la necesidad de la unidad, el compromiso que todos debemos asumir mayormente”.[3]

Monseñor Rueda Aparicio, Presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia.
Velatón por la paz y la dignidad del Chocó, 5 de maro de 2022. Catedral de Quibdó.
Fotos: Facebook Parroquia San Francisco de Asís de Quibdó
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La Velatón, un acto simbólico de clamor por las víctimas y en favor de la paz, fue convocada conjuntamente por la Diócesis de Quibdó y la Conferencia Episcopal de Colombia, inicialmente para que se llevara a cabo al aire libre, en el malecón de la orilla del río Atrato. Debido a la lluvia, el significativo acto se desarrolló en la Catedral de Quibdó, en donde se reunieron ocho obispos: los tres anfitriones, de las diócesis de Quibdó, Istmina-Tadó (Mario de Jesús Álvarez Gómez) y Apartadó (Hugo Alberto Torres Marín); más el Arzobispo de Bogotá y Primado de Colombia, actual Presidente de la Conferencia Episcopal (Luis José Rueda Aparicio); el Secretario General de dicha conferencia y Obispo Auxiliar de Bogotá (Luis Manuel Alí Herrera); Francisco Javier Múnera Correa, Arzobispo de Cartagena; Orlando Olave Villanova, Obispo de Tumaco; y Carlos Correa Martínez, Vicario Apostólico de Guapi. Los presbíteros Héctor Fabio Henao y Rafael Castillo Torres, director actual y director entrante del Secretariado Nacional de Pastoral Social, completaban la delegación eclesiástica nacional.

Así, la iglesia católica colombiana, de modo colegiado, unía su voz al clamor chocoano por la paz y frente a la negación de la crisis humanitaria: “Ustedes son el pueblo de Dios que vive, ora y trabaja en el Chocó, y la Iglesia católica en Colombia, la Conferencia Episcopal de Colombia se une con ustedesestamos esta noche aquí porque Colombia ama al Chocó y se preocupa por esta región rica y hermosa donde ustedes habitan y trabajan”, expresó Monseñor Rueda Aparicio al comenzar su intervención, cuando ya en toda la catedral refulgían los cirios y titilaba la llama de las velas en las manos de los asistentes, que siguieron atentamente sus palabras y en diversas partes las aplaudieron con emoción y sinceridad. “Venimos a decirles tres cosas concretamente”, anunció con voz pausada, con tono firme y sin estridencia alguna, el presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia. Y empezó con un llamado al amor como fuerza colectiva para afrontar todas y cada una de las violentas expresiones de la crisis humanitaria regional:

Primero: No se cansen de amar el Chocó… El amor es más fuerte que la guerra. El amor es más fuerte que el narcotráfico. El amor es más fuerte que las armas. El amor es más fuerte que la muerte. El amor nunca pasará. No se cansen de amar al Chocó, de amarse unos a otros desde sus familias, desde sus organizaciones eclesiales, misioneras y sociales. No se cansen de amar. El amor es la única fuerza que nos motiva todos los días a levantarnos con esperanza y a tendernos la mano unos a otros para caminar juntos. Amen incluso a aquellos que han asesinado los jóvenes en Quibdó y en todas las regiones del Chocó. Amen incluso a aquellos que crean barreras y fronteras invisibles. Amen a aquellos que, por corrupción, por dinero, han vendido al hermano o a la hermana. No se cansen de amar. Y el amor cristiano es un amor más allá de la lógica humana, ama incluso a los enemigos, como lo hizo el señor Jesús que desde la cruz por amor estaba diciendo: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen. No se cansen de amar y de amarse, e incluso de amar a los enemigos. Venzan el odio y la guerra y la violencia, el narcotráfico y la corrupción con el amor”.

La concurrencia aplaudió. El arzobispo Rueda Aparicio los miró con benevolencia y dejó que sus ojos fueran hasta el final de la nave central de la Catedral de Quibdó y se posaran en la inscripción grabada en el retablo interno de la puerta principal de entrada al templo hasta leerla: HIC DOMUS DEI. Volvió a sus notas y, un poco más enérgico que en el primer punto, llenó el templo con su voz y sus palabras que a todos los participantes en la Velatón les hicieron recordar a un ministro de la entraña misma del actual gobierno que en lugar de escuchar y dialogar -como manda la gobernanza- eligió descalificar y agraviar -como mandan el desgobierno y la tiranía- a las organizaciones y a los obispos del Chocó cuando presentaron detalles de la gravedad de la situación regional, tildando de falsas y extravagantes sus afirmaciones:

Segundo: Ustedes están diciendo la verdad, la están diciendo desde el dolor de lo que está pasando en el Chocó, en las zonas rurales y en los cascos urbanos. Ustedes no están mintiéndole al país. Lo hemos constatado, así lo creemos firmemente. Los hemos escuchado y le decimos -desde esta catedral- a toda Colombia y a la comunidad internacional que los obispos del Chocó no están mintiendo y que las organizaciones sociales del Chocó no mienten. Están hablando desde sus heridas, desde sus dolores, desde sus afanes y también desde sus esperanzas, reclamando sus derechos. Los indígenas, los campesinos, los afro, que son el grupo mayoritario que vive y trabaja en el Chocó, dicen la verdad desde el dolor, se atreven a decir la verdad y a veces la verdad duele o cerramos los oídos o no queremos escuchar esa verdad; pero no se cansen de decir la verdad, no se cansen de decirla con la fuerza de la ternura, con la fuerza de la organización, con la fuerza de la espiritualidad chocoana… no se cansen de decir la verdad y de anunciarla levantando la voz sin agredir, levantando la voz unidos”.

Un aplauso cerrado y la emoción visible de la gente en la Catedral de Quibdó confirmó su adhesión a las palabras del arzobispo, quien, antes de invitar al rezo de una de las oraciones clásicas del catolicismo, el Padrenuestro, redondeó su intervención con un llamado a la unidad:

Y lo tercero: no se cansen de orar y de caminar juntos. Esta velatón es una respuesta hermosa de no violencia, ante la grave crisis humanitaria que aqueja esta bella región de Colombia. No queremos que el pesimismo, que el negativismo, nos abrume. Y para eso necesitamos orar y caminar juntos, las dos cosas, porque orando y caminando juntos se vence el individualismo, el pesimismo, el egoísmo, la rivalidad. No se cansen de orar, porque Dios con su santo espíritu pasa por este valle de huesos secos para darle vida y solo Dios, solo el Señor de la Historia, el Príncipe de la Paz, solamente el Dios que nos da la vida logra unirlos a ustedes como esos huesos secos que estaban dispersos, y como lo han hecho ustedes en esta noche, en este signo de la velatón y en muchas ocasiones, nadie les puede arrancar del corazón a Dios a los chocoanos. Y Dios es un dios que escucha el clamor de su pueblo y que responde con poder transformando la Historia, la sociedad y el corazón de cada uno de nosotros”.

Ducho en homilética, Monseñor Luis José Rueda Aparicio, Arzobispo de Bogotá y Primado de Colombia, actual presidente de la Conferencia Episcopal, cerró su mensaje al pueblo chocoano, en la noche sabatina del 5 de marzo de 2022, en la Catedral de Quibdó, con un sencillo y eficaz resumen de lo que había dicho: “Los amamos. No se cansen de amar. Los admiramos, hermanos obispos y organizaciones sociales y parroquias, porque dicen la verdad y la profetizan con valentía. No se cansen de anunciar la verdad. Y tercero, no se desorganicen, no se dividan, no se separen. Dios los une. Somos una fraternidad de hombres y mujeres, hijos del único Dios vivo y verdadero. No se separen, no pierdan la unidad, no pierdan la fraternidad. Serán fuertes y vencedores en el amor de Dios”. Los aplausos fueron nuevamente unitaria señal de ratificación del mensaje archiepiscopal por parte de la comunidad chocoana reunida para clamar por la paz, por la dignidad, por la vida.

“Ya que los líderes políticos, que son los llamados a enfrentar la situación del Chocó, no hacen nada, le toca a la iglesia y a sus fieles mostrar su capacidad de movilización por la causa. Dios quiera que se logre el propósito esperado”; escribió a través de un grupo de WhatsApp un chocoano que hace más de cuarenta años emigró en busca de trabajo y que seguía la transmisión en directo desde la pantalla de su computador portátil. Mientras tanto, el justamente llamado Poeta del Pueblo, Isnel Alecio Mosquera Rentería, se recuperaba de los golpes que una de las miles de motos que hacen intransitables y peligrosas las calles de Quibdó le había propinado cuando estaba a punto de llegar a la Catedral para unirse a la Velatón con una de sus magistrales creaciones, en la que resume la situación actual de la región:


Como en septiembre de 1954, cuando el pueblo chocoano se unió en fervoroso clamor para impedir que el gobierno suprimiera el departamento y lo repartiera entre sus vecinos ávidos de sus riquezas, esta noche del sábado 5 de marzo de 2022, en la Catedral de San Francisco de Asís, a la orilla del Atrato, en Quibdó, también se cantó Lamento Chocoano, la clásica y proverbial canción de Miguel Vicente Garrido, que desde aquella época acompaña todo momento de la chocoanidad en el que de clamar por la justicia se trate: “Óyeme, Chocó, oye, por favor / tú no tienes por qué estar sufriendo así / La resignación de tu corazón se agotará / Y el día llegará de tu redención”. Así sea.


[2] Ibidem.

[3] Esta y las demás citas de aquí en adelante fueron transcritas directamente de la grabación del acto en la página de Facebook de la Parroquia de la Catedral de Quibdó, que hizo transmisión en directo del mismo en la noche del sábado 5 de marzo de 2022.

https://www.facebook.com/468210657306605/videos/512926447107647