lunes, 21 de octubre de 2019


53 años después
Así era la Carrera Primera de Quibdó cuando la quemó el incendio del 26 de octubre de 1966.
Foto 1: Fondo Nereo López, Biblioteca Nacional de Colombia.
Foto 2: Archivo Fotográfico y Fílmico del Chocó.

¡Incendio, incendio, incendio! ¡Se quema Quibdó, se quema Quibdó! ¡San Francisco de Asís, amparanos y favorecenos! Eran los gritos de decenas de quibdoseños aterrorizados y despavoridos, corriendo sin rumbo alguno, regresando de afuera (lo cercano al río) hacia adentro (lo distante del río) del pueblo grande que era entonces Quibdó, cerca de la medianoche del miércoles 26 de octubre de 1966, para contarle a todo el mundo las dimensiones de la tragedia.

En lugar de nubes, en el cielo de Quibdó había llamas y humo. Las llamas eran descomunales arreboles de fuego puro, amarillo, rojizo, anaranjado, blancuzco, de volumen y extensión nunca antes vistos. Unas llamas tan encendidas que alcanzaban a iluminar los rostros de la muchedumbre entristecida que contemplaba –sin poder hacer mayor cosa para impedirlo- la desaparición de su propio pueblo engullido por el fuego. El humo era tan denso, tan gris (de un gris tan desconocido), tan negro (de un negro tan desconocido), tan blanco (de un blanco tan desconocido), que los niños no sabían si preocuparse por lo malo que alcanzaban a entender que era o dedicarse a contemplarlo como un milagro del cielo oscuro e iluminado a la vez, como cuando llueve y hace sol porque está pariendo la Diabla.

Quibdó en llamas, 26 de octubre de 1966. Abajo a la derecha, gente rebuscando entre las ruinas del incendio.
Fotos: Archivo Fotográfico y Fílmico del Chocó
Las llamas iniciaron su avasallador paso por el almacén de Crescencio Maturana, ubicado en la parte sur de la Carrera Primera (Cabecera) y consumieron todo lo que encontraron hacia las carreras Segunda, Tercera y Cuarta (Yesquita) hasta la esquina de la Calle 25 con la Carrera Primera. El incendio duró hasta las 7 de la mañana del día 27. El espectáculo era dantesco, sólo escombros humeantes alteraban el triste panorama y unas personas apostadas en la zona miraban con tristeza en lo que habían quedado sus patrimonios después de tantos años de trabajo honesto”, contaba Carlos Díaz Carrasco, el Mono Díaz.

A esa hora de la mañana, los rescoldos todavía humeaban, las cenizas tiznaban las manos y las pequeñas brasas las quemaban. Adultos y niños rebuscaban entre las ruinas, porque ya varias personas habían salido felices, en medio de la desolación, celebrando con regocijo el hallazgo de una alhaja, de billetes que no habían terminado de quemarse, de objetos chamuscados que quizás todavía podrían tener algún valor, como un tenedor de mango labrado, al parecer de plata. Un niño de escasos cinco años, que venía desde Munguidocito a hacer un mandado, se agachó también a cavar en el suelo tibio, en la Carrera Segunda con Calle 25. Un peso y un centavo ($1,01) fue la fortuna que desenterró, distribuida en cinco monedas: una moneda de 50 centavos, dos monedas de 20 centavos, una moneda de 10 centavos y una moneda de 1 centavo, medio escaldadas; pero, en buen estado.

Monedas de la época del Incendio de Quibdó el 26 de octubre de 1966.

Mientras en la casa del afortunado niño aún estaban decidiendo qué comprar con las monedas, en tiempos en los que el salario mínimo era un poco más de 400 pesos, en las casas que habían sobrevivido al incendio y tenían radios de tubos -marca Philips casi todos- escucharon la alocución presidencial de Carlos Lleras Restrepo, quien se refirió al incendio como “gran catástrofe” y afirmó que revestía “todas las características de una tremenda calamidad” e invitó a todos los empleados del país, públicos y privados, a que destinaran un porcentaje de su sueldo de ese mes “para formar un fondo de ayuda a los damnificados de Quibdó, porcentaje que naturalmente debe ser más grande en los sueldos altos”. Lleras Restrepo informó al país que “cerca de una tercera parte de la población de Quibdó ha quedado destruida, y en esa parte están comprendidos los principales edificios públicos: la Gobernación, el edificio de telecomunicaciones, los juzgados, etc.”.

¿Qué había ocurrido? Aún no se sabía, nunca se supo, ya jamás se sabrá. Lo único cierto es que el incendio comenzó en un almacén de propiedad de Crescencio Maturana (a quien llamaban a escondidas Burro de oro), donde vendían petróleo, pólvora, dinamita, juegos pirotécnicos y gasolina. Unos decían que por un cortocircuito. Otros dijeron que fue un accidente, bien porque una rata u otro animal tumbó una lámpara sobre recipientes que contenían gasolina; o porque la lámpara esa o una vela cayó sobre unas tablas impregnadas de petróleo y el fuego continuó hacia los galones de gasolina y demás elementos inflamables que allí había. Lo cierto del caso es que nada difícil le quedó a la candela seguir su curso, casa a casa, edificación a edificación, cuadra a cuadra, manzana a manzana.

Catedral San Francisco de Asís. Quibdó.
Foto: Julio César U. H.
Pero, resulta que 22 días antes, durante la Procesión de los Gozos Franciscanos, celebrada como parte de las Fiestas Patronales de San Francisco de Asís, al amanecer del 4 de octubre, un grupo de borrachos había alterado el ambiente de piedad y devoción religiosa con el que suele transcurrir este acto. De ahí que aún hay quienes atribuyen el incendio –sea cual fuere su detonante- a un castigo divino que la imaginación mágico-religiosa del pueblo llamó Cordonazo Franciscano y cuyo origen atribuyó a la maldición del cura de turno por el blasfemo desaguisado cometido por los borrachos.

Con castigo o sin castigo de San Pacho o de Dios o de ambos, a Quibdó había que reconstruirlo. De modo que tres meses después, el 25 de enero de 1967, siendo Manuel Mosquera Garcés Presidente del Senado, Misael Pastrana Borrero Ministro de Gobierno y Abdón Espinosa Valderrama Ministro de Hacienda y Crédito Público, el Presidente de la República, Carlos Lleras Restrepo, sancionó la Ley 1 de 1967,[1] por la cual se provee a la reconstrucción de las zonas devastadas por el incendio de Quibdó, y la ayuda a los damnificados por este mismo suceso. Los primeros seis artículos de la ley prescriben lo correspondiente al otorgamiento de créditos a los damnificados, por parte del Banco Central Hipotecario y por parte de bancos comerciales, cuando no se cumplan los requisitos para acceder a los primeros. El artículo 7° establece que “toda persona natural o jurídica que tenga interés en utilizar los créditos autorizados en la presente Ley, deberá presentar al "Comité de Coordinación Ciudadana", las respectivas solicitudes dentro de los plazos y condiciones que para tal efecto determine el Gobierno”.

Vista parcial y croquis del área de Quibdó destruida totalmente por el incendio del 26 de octubre de 1966.
Foto y plano: Archivo Fotográfico y Fílmico del Chocó.

Por otra parte, durante cuatro meses se cobró en el país un recargo, denominado “Pro-ciudad Quibdó”, del 10% en el costo de las boletas de entrada a espectáculos públicos, cuyo producido debía ser “consignado en la Tesorería General de la República, a órdenes del "Comité de coordinación ciudadana", según el artículo 8° de la Ley 1 de 1967. Así como (Artículo 9º), se destinó “la suma de treinta millones de pesos ($ 30'000.000.00), para la construcción de un edificio donde funcionen las dependencias nacionales, departamentales y municipales de Quibdó y para la adquisición de los terrenos y edificios necesarios para la remodelación y reconstrucción” de la ciudad. A los contribuyentes damnificados por el incendio se les concedieron beneficios tributarios, tales como plazos de gracia, rebajas y exoneraciones (artículos 10, 11 y 12 de la Ley).

Esta ley creó el Fondo pro Remodelación de Quibdó, en el cual se sumaron el aporte nacional ordenado en la misma; las contribuciones y donaciones de entidades públicas y privadas y de personas naturales para ese fin, el producido de la cuota de recargo y toda partida presupuestal que posteriormente fuera apropiada. Este fondo tendría una duración de dos años, prorrogable por uno adicional, a criterio del Presidente de la República. Un Comité de coordinación ciudadana, nombrado por el Gobierno Nacional, fue el encargado de administrar el Fondo en todos sus aspectos.

Vista actual de las casas de la llamada Remodelación de Quibdó,
construidas a raíz del incendio del 26 de octubre de 1966.
Fotos: Julio César U. H.
De todo esto quedaron las casas igualitas de La Yesquita y el centro de Quibdó (carreras Primera y Segunda), hoy bastante deterioradas, que los quibdoseños viejos siguen llamando La Remodelación. En esas casas fue donde por primera vez hubo timbres en Quibdó, para llamar a la puerta. en lugar de tocar con los nudillos y gritar tun-tún a viva voz. Así mismo, quedó Codechocó, que fue creada como Corporación nacional para el desarrollo del Chocó, en 1968, para encargarse de la remodelación que había empezado el Fondo creado en 1967; y, por supuesto, quedó el Malecón, originalmente construido durante la gobernación de Esteban Caicedo Córdoba e inaugurado 7 u 8 años después del incendio.

A la parte del malecón adyacente al Palacio Episcopal o Convento aún hay gente que la llama El Quemado, así como todavía hay quien habla del Puerto Platanero para referirse a la sección del malecón situada al sur de la desembocadura de la Calle 25 en la Carrera Primera; y hay quienes hablan de La Cabecera, para referirse al punto donde termina la actual Plaza de Mercado, en donde sale una callecita de cascajo que viene del Puerto Arenero. El edificio principal  de esta plaza fue una donación de la Gobernación de Antioquia a Quibdó, a raíz del incendio, y se ubica al frente del actual búnker de la Fiscalía, que ocupó el lugar en el que -pocos años después del incendio- fue construido y funcionó el Instituto de Mercadeo Agropecuario, Idema, uno de los tantos institutos descentralizados que creó Lleras Restrepo, y que durante mucho tiempo fue un alivio para la economía doméstica de los quibdoseños, por los bajos precios a los que se vendían artículos como arroz, aceite, leche en polvo, azúcar, fríjoles, lentejas, etc. y uno de los primeros lugares de Quibdó en donde se pagaba en cajas registradoras, una de las cuales, la más eficiente, era atendida por la siempre amable y colaborativa señora Juanita Moldón.

Quibdó 2019.
Foto: Julio César U. H.
Douglas Cujar Cañadas, Arquitecto y Gestor Cultural quibdoseño, afirmó alguna vez que “el incendio de Quibdó, del año 1966, no solo borró de un tajo una linda y respetada arquitectura caribeña, sino que desapareció unas bellas tradiciones de un conglomerado social lleno de valores”. 53 años después de aquel incendio descomunal, Quibdó camina hacia su ruina estética, cultural, histórica, arquitectónica y patrimonial, en medio de un tráfico de inmarcesible locura y una ausencia total de gobernanza y ordenamiento territorial.

Y para un mal como este, sí, ningún fondo pro remodelación de la ciudad existe ni existirá…




[1] El texto completo de la Ley 1 de 1967 puede consultarse en: http://www.suin-juriscol.gov.co/viewDocument.asp?ruta=Leyes/1556064


No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Sus comentarios son siempre bienvenidos. Gracias.