lunes, 31 de julio de 2023

 ACIA, ACADESAN, ACABA, OCABA y OPOCA,
PCN, COCOCAUCA y ACAPA
-Memoria de Jairo Velásquez (2ª Parte)-
Junto a la OREWA, ACADESAN fue central en la dedicación y el fervor profesional de Jairo Velásquez, quien caminó sus primeros pasos en esta organización con la Hermana Ayda Orobio Granja y el líder sanjuaneño Luis Enrique Granados. FOTOS: cortesía ACADESAN.

Los diez años transcurridos entre 1983 y 1993 conforman una de las décadas más complejas, decisivas y trascendentales en la historia de los territorios indígenas y negros del Chocó y el Pacífico colombiano, y de sus pobladores ancestrales. En el lapso de esta década, se dio una conjunción de hechos y acontecimientos, sin par en la historia reciente de Colombia, que transformaron para siempre y significativamente el país y sus instituciones. Jairo Jaime Velásquez Zamudio, fallecido en su natal Bogotá el pasado 19 de julio, y quien se constituyó en el abogado de los indígenas del Chocó durante más de tres décadas[1], fue partícipe y artífice de las profundas transformaciones que en esa década memorable se produjeron.

La ACIA y el Paro Cívico, la OREWA y el Vicariato

En 1983, las empresas madereras que ya habían depredado los bosques de cativo del Bajo Atrato empezaron a hacer inventarios forestales en los bosques del Medio Atrato, como parte de su empeño por conseguir un permiso de explotación en esta nueva área del Chocó. Ese mismo año, como comienzo del trabajo pastoral del nuevo Obispo, Jorge Iván Castaño Rubio, el Vicariato Apostólico de Quibdó -cuyos equipos misioneros trabajaban con las comunidades cuya morada eran aquellos codiciados bosques- proclamó públicamente las bases de su Plan de Pastoral; las cuales se resumían en su opción fundamental por la vida, bien fundamental en cuya defensa -según la histórica declaración- la Iglesia asumía un decidido compromiso con los pobres y oprimidos, con una evangelización liberadora, con las comunidades eclesiales de base y las organizaciones comunitarias de base, con la defensa de los recursos naturales y con una iglesia inculturada.

La coincidencia de estos dos disímiles hechos condujo a las comunidades campesinas del Medio Atrato a movilizarse intensamente en pro de generar su propio proceso organizativo, mediante sucesivos encuentros campesinos en Beté y Las Mercedes, en septiembre y diciembre de 1984. “Las comunidades del Medio Atrato presienten la hecatombe. Todo está dado para que su existencia física y cultural conozca el final. Para ese momento la empresa Pizano S. A., una de las depredadoras con más historia en la destrucción de los bosques de cativo, inicia los inventarios para solicitar un permiso de explotación para toda la región media del Atrato[2]”. Ha llegado el momento de poner en práctica lo que campesinos y equipos misioneros han venido reflexionando, como un proceso de fe y acción, en las comunidades eclesiales de base de Beté y comunidades vecinas. Nace entonces la Asociación Campesina Integral del Atrato, ACIA, cuya personería jurídica es reconocida por el Ministerio de Agricultura a mediados de mayo de 1987. A finales de ese mismo mes, se desarrolla en Quibdó y otros municipios uno de los paros cívicos regionales del Chocó más intensos, combativos y fructíferos; a cuya instancia de coordinación (el Comité Cívico) son convocados -por primera vez en la historia de los movimientos sociales de la región- los pueblos indígenas como sujetos étnicos y políticos autónomos y válidos.

Además de Kunta Kinte (Eulides Blandón), Oscar Maturana y Marco Tobías Cuesta; a la derecha de la foto, con mochila al hombro, se ve a Alberto Áchito, en una de las concentraciones del Paro Cívico del Chocó de 1987, en el atrio de la Catedral de Quibdó, frente al Parque Centenario. FOTO: Archivo fotográfico y fílmico del Chocó.

Alberto Áchito Lubiaza, Euclides Peña Ismare y Baltazar Mecha Forastero concurren como voceros indígenas a la preparación y realización del Paro Cívico de 1987, asesorados por Jairo Velásquez, su abogado de confianza, soporte socio-jurídico y político del nacimiento y la consolidación de la Organización Regional Embera Wounaan, OREWA, que desde 1979, en menos de una década, había conseguido que el Estado colombiano diera respuesta a sus exigencias de adelantar procesos de constitución, saneamiento y ampliación de sus resguardos, atención en educación y salud, apoyo a sus proyectos de economía y producción.

Una nueva Constitución, un nuevo país

La ACIA enfoca su trabajo hacia la protección de los bosques en peligro y hacia el reconocimiento del pueblo negro como sujeto étnico; en un momento en el que el centenario de la anacrónica Constitución Política de Colombia del año 1886 trae consigo una eclosión de conciencia nacional acerca de la necesidad de repensar el país y sus instituciones, de ponerlo a tono con los tiempos, de avanzar hacia a un Estado social de derecho, incluyente, que reconozca su diversidad y el pluralismo cultural de la nación.

Está comenzando la década de 1990. A la Asociación Campesina Integral del Atrato, ACIA, se suman en el Chocó la Organización Campesina del Bajo Atrato, OCABA; la Organización Popular y Campesina del Alto Atrato, OPOCA; la Asociación Campesina del San Juan, ACADESAN; y la Asociación Campesina del Baudó, ACABA. Y en el Pacífico Sur se suman, entre otros procesos, el PCN (Proceso de Comunidades Negras) en Buenaventura, JUNPRO y Cococauca en Guapi, Timbiquí y López de Micay; y ACAPA (Asociación Campesina del Patía Grande, sus brazos y la Ensenada de Tumaco). Basada en sus opciones pastorales, la Iglesia convierte cada templo en ágora de las comunidades negras y pone a disposición de su causa financiación, logística y asesoría profesional. De modo que, aunque para ello fue necesario recurrir a mecanismos de presión y protesta, como las tomas de la Alcaldía, la sede del Incora[3] y la Catedral de Quibdó, y la Embajada de Haití en Bogotá, finalmente se logra la inclusión de un artículo transitorio en la nueva Constitución Política de Colombia, proclamada en julio de 1991. El artículo transitorio 55 ordenaba la expedición de una ley que reconociera la propiedad territorial, la identidad cultural y los derechos de las comunidades negras y por su mandato nació la Ley 70 de 1993 o Ley de comunidades negras, de cuya expedición se cumplen 30 años el próximo 27 de agosto.

Jovanny Salazar, un profesional que durante dos décadas estuvo vinculado a los procesos organizativos y al sistema de Naciones Unidas en el Chocó; amigo personal y compañero de trabajo de Jairo Velásquez, rememora estos años:

“Conocí a Jairo en 1990, cuando llegué a trabajar al CPI (Centro de Pastoral Indígena) en el acompañamiento a las comunidades indígenas Wounaan y comunidades negras del Bajo San Juan, en un proceso que pretendía reconocer la territorialidad de las comunidades negras e indígenas, llamado el Gran territorio Negro Wounaan del Bajo San Juan (proceso liderado por ACADESAN y OREWA).

 

En los años siguientes coincidimos en todo el proceso de la Asamblea Nacional Constituyente, ANC, incluyendo el apoyo a iniciativas como la toma pacífica de la Catedral, la Alcaldía y la oficina de INCORA en Quibdó, y la Embajada de Haití, en Bogotá; así como la semana del Telegrama Negro, para que la ANC reconociera en la constitución del 91 los derechos de las comunidades negras.

 

Después de la nueva Constitución, nos encontramos en todo el proceso de construcción de propuestas para la reglamentación del artículo transitorio 55, que terminó en la Ley 70 de 1993. Posteriormente, empezamos a trabajar conjuntamente en la elaboración con las comunidades negras de las propuestas de titulación colectiva, iniciando con la de la Asociación Campesina Integral del Atrato, ACIA.  Este trabajo se realizó junto a un equipo interdisciplinario de personas que nos encontrábamos en Quibdó, y luego vinieron las del Baudó y el San Juan, entre otras”[4].

El trabajo del Vicariato Apostólico y después Diócesis de Quibdó fue definitivo en el proceso de formación, organización y acción que condujo al reconocimiento constitucional y legal de los derechos étnicos y territoriales de las comunidades negras de Colombia en la Constitución de 1991 y en la Ley 70 de 1993. El Obispo Jorge Iván Castaño Rubio y el misionero claretiano chocoano Gonzalo de la Torre fueron artífices de este trabajo. FOTOS: Archivo El Guarengue.

Derecho étnico

Junto a otros abogados de diversas procedencias, entre ellos varios profesionales afrocolombianos, Jairo Velásquez y Esperanza Pacheco hicieron parte del equipo etnojurídico que contribuyó a traducir a lenguaje legal las amplias discusiones sobre identidad y derechos de las comunidades negras en los textos originales de la Ley 70 de 1993. Las diversas definiciones o conceptos en los que se fundamenta esta ley, así como los mecanismos y procedimientos establecidos para el reconocimiento de la propiedad colectiva, contaron con las luces de Jairo y Esperanza. Posteriormente, cuando se materializó la primera propuesta de titulación colectiva de un territorio, el del Medio Atrato, Jairo Velásquez y Esperanza Pacheco, junto con los primeros abogados chocoanos al servicio de la ACIA, trabajaron en equipo con los líderes indígenas de la OREWA y los líderes negros de la ACIA en la creación, conceptualización y puesta en marcha de comisiones interétnicas que contribuyeron a la delimitación precisa y mutuamente respetuosa de los territorios de cada grupo étnico. Un proceso impecable y ejemplar que contribuyó a dejar a salvo los derechos de cada una de las partes.

La antigua ACIA, que a partir de su título de propiedad colectiva de casi 700.000 hectáreas del territorio del Medio Atrato se convirtió en el Consejo Comunitario Mayor de la Asociación Campesina Integral del Atrato, COCOMACIA; expresó el pasado 21 de julio, en su mensaje público de condolencia por la muerte de Jairo Velásquez,  que él “aportó a la creación de nuestra organización desde el punto de vista jurídico y organizativo en procura de la defensa del territorio, sus comunidades, sus recursos naturales y sobre todo en la consecución de nuestra amada ley 70 de 1993 y el proceso de titulación colectiva”. Jairo “ayudó a hacer una lectura del Derecho en clave de la defensa del territorio para los pueblos indígenas y afrocolombianos”, anotó Jesús Alfonso Flórez, académico y activista que en ese entonces formaba parte del clero diocesano de Quibdó[5].

Aunque la mayor parte de su contenido continúe sin reglamentar y su aplicación en materia de desarrollo propio, etnoeducación y manejo sostenible de los recursos naturales, bosques y minería, aún esté pendiente; la Ley 70 de 1993 es hito y símbolo con el que se cerró aquella década de inmarcesible brillo en la historia nacional. Jairo Velásquez será siempre recordado por sus significativos aportes profesionales a la fundamentación conceptual de esta norma, por su contribución a la creación de mecanismos expeditos de relaciones interétnicas entre indígenas y afrochocoanos y por sus enseñanzas sobre las posibilidades étnicas de la nueva institucionalidad del Estado y del nuevo orden jurídico que la Constitución de 1991 introdujo.

Medio ambiente y desarrollo

No obstante los logros constitucionales y legales derivados de la Constitución de 1991, una nueva amenaza se cernía sobre los pueblos indígenas y las comunidades negras del Chocó y del Pacífico colombiano: la llamada Apertura Económica al Pacífico, inaugurada por Belisario Betancur (periodo presidencial 1982-1986) y Virgilio Barco (presidente en el periodo 1986-1990), y amplificada por César Gaviria (periodo presidencial 1990-1994), el mismo que había promovido la Constituyente y había apoyado la expedición de la Ley 70 de 1993.

Jairo Velásquez fue uno de los primeros asesores de las organizaciones indígenas y negras del Chocó y del Pacífico en levantar una voz de alarma o campanazo de alerta sobre las consecuencias de dicha estrategia gubernamental. De modo que las temáticas referentes a la relación entre desarrollo y medio ambiente se convirtieron rápidamente en una materia más de estudio, preocupación y trabajo comunitario. La ecología, hasta ese momento vista como un asunto casi superfluo de la hegemonía anglosajona o de las privilegiadas élites nacionales en búsqueda de recursos económicos para sus oenegés, en nombre del tema de moda; cobró su real sentido y se convirtió en un punto céntrico de igual peso que la dimensión étnica de la población. Si a las comunidades las distinguía y les daba identidad su pertenencia étnica, su historia, su cultura y su ancestralidad; al territorio lo caracterizaba la enorme y codiciada riqueza de su biodiversidad, sus recursos naturales y una serie de tesoros ambientales incalculables e incluso desconocidos, que en conjunto contribuían al equilibrio del planeta Tierra en la misma medida que la Amazonía.

Esta nueva materia organizativa conduciría los procesos comunitarios del Chocó y del Pacífico a escenarios de la nueva institucionalidad, establecida por la Constitución Política de 1991, como el sistema nacional ambiental -SINA-, introducido por la Ley 99 de 1993, que creó el Ministerio de Medio Ambiente y los institutos de investigaciones ambientales; y que -con recursos del Fondo Mundial de Medio Ambiente -GEF- puso en marcha el Proyecto Biopacífico. Todo ello en el marco de la ola ambientalista levantada por la Cumbre de Río (1992)... Jairo Velásquez estuvo siempre ahí, presto para ilustrar a la gente acerca del significado y trascendencia de estas novedades.


Gonzalo Manuel Díaz Cañadas, periodista chocoano, creador del Archivo fotográfico y fílmico del Chocó, quien conoció a Jairo Velásquez en la década de 1990, lo recuerda cuando trabajaron juntos en el IIAP, al cual Jairo se vinculó desde el mismo momento de su creación:

“En los años 2000 a 2006 trabajamos en el Instituto de investigaciones Ambientales del Pacífico, con Germán Casamá y Evelis Andrade, ellos como representantes de los intereses de las organizaciones indígenas. Participamos durante dos años en la construcción de la Agenda Pacifico XXI, donde Jairo contribuyó a la construcción de una visión de desarrollo para los grupos étnicos. Hizo parte de la oficina de Planeación, programa Teoría Social. Era un hombre serio, responsable, crítico y dialogal, que acompañaba la reivindicación de las organizaciones indígenas por el territorio, la autonomía y un modelo de desarrollo propio”[6].

Jovanny Salazar también lo recuerda por su trabajo en el IIAP: “Posteriormente, seguimos encontrándonos en diferentes procesos, como fue la creación del Instituto de Investigaciones Ambientales del Pacifico, donde Jairo entregó grandes aportes y acompañó fuertemente el proceso”.

“Aunque se fue del Chocó, el Chocó no se iría de él”

Así las cosas, aunque aquellos procesos organizativos de base habían conseguido transformar la institucionalidad pública del Estado colombiano, en pro del reconocimiento de su identidad étnica y sus derechos; nuevos desafíos, nuevos riesgos y nuevas amenazas surgían para las comunidades del Chocó y del Pacífico. Valentina Pellegrino, historiadora, sobrina de Jairo Velásquez, rememoró para El Guarengue la vida de su tío en aquel momento histórico del país y de la región:

“A mediados de los noventa, los ojos del gobierno y de algunas instituciones multilaterales se posaron en el Pacífico. Así surgió el Plan Pacífico, que prometía mediante proyectos, inversiones y actividades promover lo que en ese entonces llamaron el Desarrollo Humano. Jairo hizo parte de muchas de estas iniciativas, así como de las que estaban más directamente vinculadas con procesos de conservación ambiental mediante el fortalecimiento de las comunidades afro e indígenas... Había esperanzas de que tanto ese nuevo interés en la región, como las nuevas leyes, ayudaran a que se consolidaran procesos que con tanto fervor habían empezado las comunidades y que Jairo se había empeñado por construir hombro a hombro, por más de una década.

 

Pero, la esperanza que llegó con las nuevas leyes, con la Constitución de 1991 y con el Plan Pacífico se enfrentaría a la realidad brutal de la violencia, especialmente con la llegada del nuevo milenio. Jairo empezó a notar con preocupación la presencia cada vez mayor de actores armados que, ante la imposibilidad de amenazar a la gente para que vendiera sus tierras por dos pesos, ya que no podían venderse, resolvieron matar a la gente a diestra y siniestra. Finalizados los años noventa, el Chocó era escenario de una violencia mayor a la que había en el resto del país, que es mucho decir. Jairo siguió en su empeño de fortalecer a las comunidades y de brindar su voz, sus textos y sus conocimientos de la ley, para denunciar las atrocidades y proteger a la gente. Eso casi le cuesta la vida, pues las amenazas de muerte no se hicieron esperar. Fue la solidaridad y la hermandad a toda prueba de las comunidades chocoanas la que blindó a Jairo del peligro de aquellos años.

 

Jairo tuvo que dejar el Pacífico, que durante dos décadas había sido su hogar y su utopía, por buscar un futuro menos arriesgado no para él, sino para sus hijos. Así, se reinstaló en Bogotá… Aunque se fue del Chocó, el Chocó no se iría de él y su gente lo acompañó hasta el final”[7].

Igualmente, Jovanny Salazar recuerda el compromiso de Jairo con la gente, aun en los peores momentos: “Hasta el 2008 que salí de Quibdó, Jairo continuaba trabajando de la mano con diferentes procesos de comunidades negras e indígenas del Pacífico, en especial del Chocó. Su proceso y legado lo encontramos hoy en ACADESAN y en el acompañamiento fuerte al Cabildo Mayor del Alto Andágueda. A finales de los 90, cuando la violencia toma mayor fuerza en el Chocó, Jairo continuó apoyando a las comunidades, con las denuncias y diligencias judiciales, pero sobre todo las siguió acompañando para que no dejaran de soñar con un mundo mejor”[8].

Un buen tipo

Elías Córdoba -experimentado profesional chocoano que asistió también al nacimiento de la ACIA, a finales de la década de 1980- al conocer la noticia del deceso de Jairo Velásquez escribió en su cuenta de Twitter: “Lamento su partida, un hombre con buena formación que aportó a los procesos sociales y étnico territoriales en el Chocó; de agradable trato y buen verbo. Descanse en paz”[9]. Mery Herrera, Ingeniera Civil chocoana, que lo conoció a raíz de la elaboración de un plan de manejo ambiental de la OREWA para una microcentral hidroeléctrica en el Pacífico chocoano, expresó: “Buen profesional y buena gente Jairo. Recuerdo a Jairo y Esperanza con aprecio y gratitud. QEPD”.

“En lo personal, Jairo fue un gran amigo. Recuerdo muchas tardes y noches de largas conversas sobre la vida, la política y literatura. Aprendí a querer y acercarme a escritores desconocidos para mí, por Jairo. Siempre que llegaba de Bogotá traía nuevos libros en los brazos y en las maletas. La convivencia fue grata. Fue un hombre de principios y convicciones políticas, que lo llevaban a que a veces pareciera terco. Un hombre que trabajó como una hormiga por los procesos de comunidades negras e indígenas, solo con la convicción de una mejor vida para estas comunidades. Jairo nunca tuvo mayor pretensión que la Justicia. Doy gracias al Dios de la Vida por habérmelo encontrado en mi vida; fueron muchas las lecciones y aprendizajes a su lado”, escribió Jovanny Salazar[10].

RIP

Pasa, pues, a la eternidad de nuestra memoria común un profesional profundamente comprometido con las causas étnicas y populares de las comunidades del Pacífico colombiano, con su dignidad y sus derechos, con su bienestar, con su vida. Como escribió su sobrina Valentina, en su bello texto sobre la vida y la lucha de Jairo Velásquez: “Hoy, cuando Jairo regresa al infinito de donde venimos todos, esperamos que ese infinito lo lleve nuevamente por las aguas del Atrato[11]

Ojalá también la eternidad lo lleve por las aguas del Baudó, donde igualmente sembró semillas organizativas junto a su amigo Rudecindo Castro, cimarrón contemporáneo y líder histórico de ACABA. Y por las aguas del San Juan, donde el recuerdo de Jairo Velásquez perdurará en cada reunión, en cada taller, en cada acierto, en cada dificultad, en cada proceso de ACADESAN, una organización que -junto a la OREWA- fue motivo central de su dedicación personal y profesional.

“Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles”. Bertolt Brecht.

Féretro de Jairo Velásquez en la capilla de velación
y en el momento final de su ingreso al horno de cremación.
Bogotá, 22.07.2023. FOTOS: Julio César U. H.


[1] En la primera parte de esta Memoria de Jairo Velásquez, en El Guarengue, se pueden leer los detalles de su vinculación y su trabajo con la OREWA. Ver: El abogado de los indígenas del Chocó

[2] Villa, William. 1998. “Movimiento social de comunidades negras en el Pacífico colombiano. La construcción de una noción de territorio y región”. En: Geografía humana de Colombia. Tomo VI: Los afrocolombianos. Pp. 431-448. Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura Hispánica. Pág. 434.

[3] La sigla INCORA corresponde al Instituto Colombiano de la Reforma Agraria, que fue reemplazado en el 2003 por el Incoder, que a su vez fue reemplazado por la Agencia Nacional de Tierras.

[4] Jovanny Salazar, julio 23 de 2023. Entrevista vía WhatsApp.

[5] Jesús Alfonso Flórez López, julio 22 de 2023. Entrevista vía WhatsApp.

[6] Gonzalo Díaz Cañadas, julio 24 de 2023. Entrevista vía WhatsApp.

[7] Pellegrino Velásquez, Valentina, julio 21 de 2023. Un relato sobre la vida y la lucha de Jairo Velásquez. 4 pp. Pág. 3.

[8] Jovanny Salazar. Entrevista precitada.

[10] Jovanny Salazar. Entrevista precitada.

[11] Pellegrino Velásquez, Valentina, julio 21 de 2023. Un relato sobre la vida y la lucha de Jairo Velásquez. 4 pp. Pág. 4.

lunes, 24 de julio de 2023

 El abogado de los indígenas del Chocó
Memoria de Jairo Velásquez
-Primera Parte-

★Santiago Salazar (expresidente de ACADESAN), Luz Dary Gil (Misionera de la Madre Laura) y Jairo Velásquez. FOTO: cortesía ACADESAN. Collage: El Guarengue.

En la noche del miércoles 19 de julio de 2023, dos meses después de cumplir 69 años, falleció en Bogotá -de donde era oriundo- el abogado Jairo Jaime Velásquez Zamudio, quien durante casi 40 años años -desde mediados de la década de 1970- trabajó hombro a hombro con los pueblos indígenas y las comunidades negras del Chocó y del Pacífico colombiano en la creación, diseño y consolidación de sus procesos organizativos, para la defensa de sus derechos al territorio, a la etnicidad, a la educación, a la salud, a la cultura y a la vida. La “lectura del Derecho en clave de la defensa del territorio para los pueblos indígenas y afrocolombianos”[1] quizás sea su mayor herencia profesional.

Cuando supo de su muerte, Carlos Rosero, insigne e histórico pensador, líder y dirigente de los procesos afrocolombianos desde el PCN (Proceso de Comunidades Negras), no dudó en decir que cuando fuéramos a escribir la historia del pueblo negro de Colombia tuviéramos cuidado, para que no se nos fuera olvidar incluir el nombre y la trayectoria de Jairo Velásquez. En un mensaje de pésame dirigido a la familia, especialmente a sus hijos, la Asociación Orewa del Chocó destacó de Jairo Velásquez “que gran parte de su vida la entregó a la lucha de los pueblos indígenas de este departamento”. Y en el mismo sentido, la Federación de asociaciones de cabildos indígenas del Chocó, FEDEOREWA, expresó: “en su memoria rendimos tributo por todo el aporte que realizó en el fortalecimiento de nuestra organización madre, la antigua OREWA, a la cual acompañó incansablemente como asesor en sus procesos de lucha para consolidar el movimiento indígena en el Chocó”.

Por su parte, “con profundo afecto y solidaridad”, el Consejo Comunitario General del San Juan, ACADESAN, de cuya historia fue uno de los parteros, escribió: “Jairo deja una huella imborrable en nuestras vidas y en la historia de ACADESAN. Recordemos sus contribuciones y el impacto positivo que tuvo en todos nosotros. Que su legado nos inspire a seguir adelante y a trabajar juntos para mantener vivo su espíritu de colaboración y servicio”.

“El que sacaba a los indios de la cárcel”

Cuando Jairo Velásquez se vinculó al Chocó, los indígenas del departamento no pasaban de ser los “cholos”, de cuyas parumas y guayucos, collares y candongas, brazaletes y narigueras, desnudeces, lenguas y borracheras, todo el mundo se burlaba. El racismo contra los indígenas llegaba a tal punto que, como una especie de institucionalización del menosprecio y el lugar subordinado que en la pirámide social chocoana ocupaban hasta el último cuarto del siglo XX; la institucionalidad pública, la iglesia y la sociedad quibdoseña realizaban cada año la denominada Fiesta del Indio. “Insidiosamente inducidos al consumo desenfrenado de licor, indígenas que habían sido traídos desde diversos lugares del Chocó, eran reunidos en el parque principal de Quibdó -al final de la semana santa católica- para convertirlos en reyes de burlas, mediante su participación en juegos y concursos, y para entregarles al final unas cuantas baratijas y regalos”[2].

Este momento inicial de la relación de Jairo Velásquez con los pueblos indígenas del Chocó es relatado por Jairo Miguel Guerra, quien para entonces era misionero claretiano y formaba parte del Centro de Pastoral Indígena, CPI, que había sido fundado por esta congregación, cuyo Superior Provincial de entonces -Gonzalo de la Torre- promovería un vuelco total en la manera de interactuar con estos pueblos:

“Cuando nos encontramos al principio, por allá en los años 1975, Jairo Velásquez era el abogado defensor de los indios. Él aún no vivía en el Chocó, él ocasionalmente iba al Chocó y él era quien sacaba a los indígenas que metían a la cárcel; sobre todo los que metían a la cárcel por peleas en las Fiestas del Indio, donde se apuñalaban y se agredían; entonces los metían a la cárcel y él se encargaba de sacarlos; él iba y los defendía y los sacaba… Todavía no existía esa ley de justicia propia, que los mandan a pagar pena a los resguardos. No, él los sacaba como un ciudadano común y corriente. Pero, era impresionante la manera de argumentar, porque indígena que él encontraba en la cárcel, él lo sacaba. Yo no sé cómo hacía; pero, él argumentaba cosas y sacaba a esos indígenas de allá de la cárcel y los mandaba a sus comunidades… Ese, digamos, fue como el primer proceso en el que yo me encontré con Jairo, muy ligado a la terminación de la Fiesta del Indio, en la cual participaron muy directamente tanto el padre Gonzalo de la Torre, como el Padre Héctor Castrillón y el Padre Rafael Figueroa”[3].

 

Más de 40 años después de la fundación de la OREWA, aunque el número de organizaciones indígenas del Chocó se ha multiplicado; se conservan los procesos esenciales de defensa de los derechos culturales, políticos y territoriales. Fotos: ASOREWA.
La OREWA

Pocos años pasaron para que -suprimida la oprobiosa fiesta, que de fiesta nada tenía- el incesante trabajo de los primeros líderes indígenas y de los misioneros claretianos fructificara en el Chocó. Luego de ser un grupo organizado de estudiantes, a quienes los misioneros les facilitaban estudiar bachillerato en Quibdó, nació formalmente la primera organización real de los indígenas de la región: la Organización Regional Indígena Embera Wounaan, OREWA, cuyo lema o bandera de lucha, profunda en contenido y sonora en enunciación, marcó una época de los movimientos sociales en el Chocó. “Que nuestro silencio se convierta en un solo grito: ¡Unidad, Tierra, Cultura y Autonomía!”, era el diciente y estremecedor anuncio del surgimiento de los pueblos indígenas del Chocó como sujeto étnico, social y político. Era el año 1979.

La memoria de Jairo Miguel Guerra recuerda así la participación de Jairo Velásquez en el momento fundacional de la OREWA:

“Posteriormente, empieza el proceso organizativo y ya Jairo se viene a radicar al Chocó y en ese proceso organizativo él contribuye fundamentalmente en la parte legal. Yo recuerdo que a quien por primera vez le escuché algo sobre la Ley 89 de 1890 fue a Jairo, exponiendo pues todo el cuento y las ventajas y las desventajas, en términos del lenguaje, en términos de lo que defendía, y la necesidad de apoyarse en ella para defender los intereses de los indígenas… Yo me atrevería a decir que a raíz de ese proceso es de donde Pacho Rojas, que era un bachiller que trabajaba con nosotros y nos acompañaba en ese proceso en el CPI, se anima a estudiar Derecho, porque, en realidad, Jairo motivaba, él era un apasionado del Derecho; y no lo hacía por alardear, sino que era una persona como muy efectiva. Así lo veía uno, como una persona supremamente efectiva en los procesos en los cuales se metía…”[4]

Vendrá entonces un trabajo incesante a lo largo y ancho del territorio del Chocó, por parte de los Misioneros Claretianos, con la posterior participación del clero y los agentes de pastoral de la Diócesis de Quibdó, en conjunto con la OREWA. Un trabajo en el que Jairo Velásquez fue un obrero, que lo mismo redactaba una simple carta mediante la cual la organización solicitaba una reunión a un funcionario regional, que un memorial motivado y sustanciado dirigido al INCORA para radicar una solicitud de titulación de un resguardo o el estudio jurídico requerido para la realización del trámite.

Fueron años durante los cuales la OREWA hubo de construir sus propias bases en las comunidades. Años de capacitación a su gente acerca de algo elemental, pero ignorado: sus derechos. Años de sensibilización a las comunidades acerca de la necesidad de formalizar sus relaciones ancestrales, no escritas en código alguno, mediante la construcción y aprobación de reglamentos sobre el manejo de la selva y sus recursos, las relaciones internas e interétnicas, la educación, la lengua, la medicina vernácula, todos y cada uno de los elementos de su universo cultural. Era la única manera de empezar a garantizar que la estructura organizativa no fallara, no se fracturara, no se fuera a derrumbar, cuando vinieran los remezones y los sismos de la oposición de los políticos regionales y nacionales, y de los funcionarios de las instituciones.

Jairo Velásquez estaba ahí, presente, diligente. Sus luces jurídicas y políticas ilustraron e iluminaron los reglamentos de las comunidades, el funcionamiento de la organización, la relación con las instituciones y las relaciones interétnicas, que del compadrazgo secular deberían evolucionar hacia una alianza respetuosa, fructífera y verdadera. Ya no se trataba de una medianamente pacífica amistad, ni de una medianamente equilibrada transacción comercial. Ahora se trataba de construir una cooperación armónica, consciente y decidida para la defensa conjunta -entre indígenas y negros- de aquellos montes y quebradas, ciénagas y ríos, árboles y animales que por más de siglo y medio habían compartido. Una defensa conjunta de la vida, del territorio, de los derechos y de la identidad. Por todo ello habría que trabajar y ahí estaba Jairo Velásquez, listo para ayudar, presto a orientar y asesorar.

Jairo Velásquez tenía alma de profesor. Por eso se movía como pez en el agua en los espacios de formación y capacitación. FOTOS: cortesía ACADESAN.  
Esperanza

Llegado este momento, sin que se hubiera completado una década de formalización del proceso, en la sede de la OREWA en el barrio San Vicente, de Quibdó, ya empezaban a no saber qué hacer con el papelerío que habían acumulado en estos primeros e intensos años de trabajo; un papelerío que cada tanto había que poner a salvo de las inundaciones periódicas del Atrato y de la quebrada La Yesca.

Ya estaba visto que era posible alcanzar valiosos resultados mediante luchas como las de la titulación, ampliación y saneamiento de resguardos. Las manifestaciones o marchas de protesta, los comunicados públicos, las esporádicas alocuciones radiales, habían empezado a posicionar el trabajo organizativo indígena en escenarios como el de Quibdó, la capital del Chocó; donde la gente había pasado de la sorpresa y curiosidad inicial a la comprensión primaria de las reivindicaciones. Aquellos “cholos” y aquellas “cholas” -ellas en paruma y con el torso descubierto- desfilando y gritando consignas en embera y en wounaan, empezaban a ser vistos como sujetos étnicos, sociales y políticos que por las calles de Quibdó reclamaban su dignidad y sus derechos, en sus propias lenguas y en español.

A Jairo Velásquez se unió entonces -para fortalecer el equipo jurídico de la OREWA- la abogada Esperanza Pacheco, quien con su evidente inteligencia, su don de gentes y su sensibilidad social aportó desde el primer momento al enriquecimiento de los enfoques y métodos de trabajo de la organización, a la democratización y apropiación del conocimiento jurídico entre los líderes indígenas y a la organización y sistematización de la información acumulada en documentos, memoriales, cartas, publicaciones. A partir de ahí, con esa dupla en acción y con unos dirigentes indígenas que empezaban a perfilarse como de talla nacional -y que comprendían perfectamente el camino que estaban transitando-, la estrategia jurídica de titulación de resguardos se dinamizó, se amplió, creció. Y aquella gente de rincones ignotos del Chocó, antes despreciada y vilipendiada, silente y ausente, empezó a pronunciarse y a hacer presencia en los escenarios regionales y nacionales, como depositaria y beneficiaria de derechos: la tierra en primer lugar, como garantía del escenario material y simbólico para el ejercicio de la identidad.

“Hay que señalar que en esta etapa ya él [Jairo Velásquez] se unió con Esperanza Pacheco y digamos que fueron una pareja muy efectiva en términos profesionales, y los dos seguían todos esos procesos. Uno los veía a ellos trabajar día y noche haciendo documentos, argumentando…, con procesos de cárcel, con procesos de titulación, con procesos de justificación de esas marchas que hacíamos, de las jornadas de protesta… En todas estas cosas ellos hacían la parte jurídica, la parte legal. Ellos eran los que nos aportaban el sustento para no caer en situaciones que en esa época eran muy difíciles, porque cualquier cosa que uno hacía la podían tildar de subversiva y convertirla en objeto de persecución… Ellos trabajaban muy en llave y la visión que tengo yo es que los dos se articulaban y nos llevaban a todos a entender cosas que a veces uno no entendía, que a veces uno no solamente no las entendía, sino que uno se oponía a aceptarlas, como posiciones, sobre todo las que tenían que ver con procesos de lucha social o de expresiones de lucha social, de bloqueo de carreteras, de manifestaciones, de participación, de todas estas cosas; creo que ellos eran, Jairo y Esperanza, como los que le ponían a uno el elemento de seguridad, de decirle a uno: ojo, si nos metemos en esto, atengámonos a las consecuencias, porque nos van a dar duro, pero, bueno, aquí tenemos esto… y tatatá, explicaban las cosas como con mucha claridad, y lo llevaban a uno como de la mano en ese sentido; y uno como que poco a poco fue adquiriendo como una confianza en donde uno esperaba siempre el concepto de Jairo o de Esperanza, o de los dos, para uno meterse en muchos de los cuentos en los cuales en esa época nos tocó meternos…”[5]

 El Gran Territorio Wounaan-Negro del Bajo San Juan

Tal como lo relata en su página web, ACADESAN es una de las primeras organizaciones étnico-territoriales que promovió el reconocimiento de las comunidades negras como grupo étnico, la titulación colectiva de las tierras de comunidades negras y la normatividad que respalda todo el proceso de inclusión étnica de estas en el derecho colombiano.[6]

El fervor de la causa indígena se había ido irrigando, a través de los ríos y las quebradas del territorio chocoano, en medio de las selvas compartidas con las comunidades negras. La necesidad de dejar claros los límites de la propiedad de unos y de otros, indígenas y afrochocoanos, motivó las preocupaciones iniciales de estos por trabajar en sus propios procesos de organización. Simultáneamente, se intensificó y se cualificó el trabajo de los Misioneros Claretianos, de los Misioneros del Verbo Divino, de las Agustinas Misioneras y de las Misioneras de la Madre Laura (Lauritas), en el marco de las opciones pastorales del Vicariato Apostólico de Quibdó, cuyo eje era la defensa de la vida en todas sus expresiones.

Féretro de Jairo Velásquez. Bogotá, 21 de julio de 2023. FOTO: Julio César U. H.

Equipos combinados de religiosos y monjas, curas diocesanos, evangelizadores laicos y seglares -portadores todos de una nueva concepción de iglesia- y profesionales, hombres y mujeres dispuestos a apoyar sin tregua esta especie de epopeya étnica regional, con el apoyo del Obispo Jorge Iván Castaño Rubio, que había gestionado para el efecto recursos de cooperación internacional de la iglesia alemana (Misereor), fueron desplegados por todo el territorio chocoano. El descreído Jairo Velázquez, sorprendido buenamente en su proverbial escepticismo, termina trabajando de la mano de las Misioneras Lauritas, en un proceso tan genuino como uno de sus primeros dirigentes: Lucho Granados, aquel hombre de complexión minúscula e inteligencia mayúscula, que con su voz grave y ronca ilustraba con creces a los sorprendidos auditorios quibdoseños acerca de la situación territorial de la antigua provincia del San Juan.

La década de 1980 está terminando. Soplan vientos de renovación y cambio. A la vuelta de la esquina de la última década del siglo XX, se halla la conmemoración de los 500 años de la conquista y colonización europea en América. Jairo Velásquez es, entonces, concitado por una Laurita genuina, nacida de las entrañas territoriales del Pacífico: la Hermana Ayda Orobio Granja, y por aquel campesino de Cucurrupí que en su verbo portaba la historia del San Juan, sus afluentes y el litoral: Luis Enrique Granados. Y es allí y entonces cuando su historia se encamina hacia nuevas vivencias y acciones, hacia nuevas y a veces más procelosas aguas, y hacia nuevas misiones. Proponer la constitución de un Gran Territorio Wonaan-Negro del Bajo San Juan, que hermane a dos pueblos en latente conflicto territorial, es la nueva audacia organizativa tras de la cual Jairo Jaime Velásquez Zamudio camina y navega, con su agenda y su libreta y con sus dos libros bajo el brazo, con su pinta de tribuno clásico y de litigante cachaco.



[1] Jesús Alfonso Flórez López, julio 22 de 2023. Entrevista vía WhatsApp

[2] El Guarengue, 4 de julio de 2022. Gonzalo de la Torre, Una vida de servicio al pueblo (2ª parte): 

https://miguarengue.blogspot.com/2022/07/gonzalo-de-latorre-una-vida-deservicio.html

[3] Jairo Miguel Guerra, julio 21 de 2023. Entrevista vía WhatsApp.

[4] Ibidem.

[5] Ibidem.

[6] ACADESAN. Quiénes somos. Historia. https://acadesan.org/quienes-somos/#historia Consulta: 23.07.2023.

lunes, 17 de julio de 2023

 El Parque Centenario
o las ruinas de la Historia del Chocó
Parque Centenario. Quibdó, julio 2023.
FOTO: Julio César U. H.

Ubicado en uno de los sectores más céntricos de la ciudad de Quibdó, al frente del malecón del río Atrato, entre carreras primera y segunda y calles 25 (Pandeyuca) y 26 (Alameda Reyes), rematado al norte por la Catedral San Francisco de Asís y al sur por el edificio de la Agencia Cultural del Banco de la República; el Parque Centenario es una especie de resumen o microcosmos de la historia local de la capital del Chocó y de la historia de toda la región. Sendos monumentos a dos prohombres chocoanos de renombre y valía regional, nacional e internacional: Diego Luis Córdoba y César Conto Ferrer; y una columna u obelisco conmemorativo del centenario de la muerte del Libertador, construida a comienzos de la década de 1930; al igual que las edificaciones y puntos de referencia que lo circundan, le dan al Parque un peso histórico y cultural que, aunque no se le note, por el lamentable estado de deterioro en el que se encuentra, es altamente significativo en el ámbito simbólico, espacial y monumental de la ciudad.

El Parque de la Independencia o de los Libertadores

El actual Parque Centenario fue inaugurado en 1910, como Parque de la Independencia o Parque de los Libertadores, en el marco del intenso movimiento nacional de conmemoración del primer centenario de la independencia de Colombia, promovido desde el Estado central; que condujo a la construcción de parques conmemorativos en poblados y ciudades a lo largo y ancho del territorio nacional. Como lo explica el arquitecto e historiador Luis Fernando González Escobar, en un artículo sobre la aparición del parque como escenario público en la arquitectura urbana de ciudades y pueblos de Colombia: “Con la fiebre centenarista de 1910, esta vez no referida a los natalicios de los próceres sino a la independencia del país, fueron varias las ciudades y poblaciones que hicieron el tránsito de plaza a parque”; como Pasto, “donde el Parque del Centenario o Plaza de Nariño se configuró, para las celebraciones de ese año, sobre la antigua plaza llamada de la Constitución”; la plaza fundacional de Manizales, el parque José María Cabal, de Buga, y el Parque Centenario, de Quibdó, entre otros[1].

El parque como símbolo de unidad e identidad nacional

Por todo el país se replicó el diseño y se adoptó el modelo constructivo inspirado en el Parque Centenario, de Bogotá, incluyendo casi siempre un templete y una estatua de Simón Bolívar, con el claro propósito de establecer referencias urbanas en escenarios públicos, que funcionaran como símbolos de identidad y de unidad nacional, en un país que venía de perder a Panamá y de padecer la cruenta Guerra de los Mil días, que en el Chocó tuvo diversos escenarios, batallas y participantes de ambos bandos[2].

El establecimiento de dichos símbolos implicó la búsqueda de cierto grado de uniformidad, que, además de contribuir a la mencionada unidad, aportara a la idea dominante de incluir elementos civilizatorios y ornamentales de corte europeo en la puesta en escena de esta nueva nacionalidad en el espacio público urbano. González Escobar describe y explica los principales detalles arquitectónicos del modelo: “Un amoblamiento que incluía bancas, faroles de hierro fundido, columnas historicistas, fuentes, un templete o quiosco de la música, entre otras amenidades. Y en el perímetro, una verja de hierro fundido, generalmente traído de Europa, que delimitaba el jardín urbano y daba acceso por sus respectivas portadas, en número de cuatro a ocho, con la monumentalidad requerida para marcar el acceso y el prestigio del mismo. Este fue un modelo que, con sus variaciones, se siguió en un buen número de ciudades colombianas, pequeñas o grandes, con mayor o menor desarrollo urbano, pero que, igual, querían seguir el ejemplo civilizador y de ornato de la capital de la república[3].

A la izquierda, templo parroquial, 1925,
y panorámica de Quibdó 1930.
A la derecha, Parque Centenario, década de 1960.
FOTOS: Misioneros Claretianos
y Archivo fotográfico y fílmico del Chocó.
De la Independencia Nacional al Centenario del Libertador

Cuando los Misioneros Claretianos, llegados a la ciudad en febrero de 1909, construyeron el templo parroquial de Quibdó, el Parque de la Independencia se integró como espacio complementario al atrio del templo y a sus dinámicas socioculturales, como lugar de encuentro a la salida de la misa dominical, al final de las celebraciones de la semana santa y durante las retretas de la banda local de música. En el plan de urbanismo que a solicitud de la Intendencia Nacional del Chocó elaboró, a principios de la década de 1920, el arquitecto catalán Luis Llach Llagostera -de cuya autoría y la del Hermano Vicente Frumencio Galicia Arrué, misionero claretiano, son los diseños y construcciones de la mayor parte de los bienes de interés cultural nacional con los que cuenta Quibdó- subrayó el papel del parque como plaza central y punto de referencia y convergencia de su idea de ciudad. De allí que a Llach le viniera como anillo al dedo el encargo intendencial de construir un templete en homenaje a César Conto Ferrer, el cual fue inaugurado el 12 de octubre de 1924, incluyendo el bien logrado busto de Conto, en el costado noroccidental del Parque Centenario.

En 1930, nuevamente bajo el influjo fervoroso y entusiasta del gobierno nacional para la conmemoración del primer centenario de la muerte de Simón Bolívar, Quibdó no solamente fue escenario de una profusa y solemne celebración de esta efeméride[4]; sino que, además, su Parque de la Independencia pasó a denominarse Parque del Centenario del Libertador, en cuyo homenaje, a finales de ese año, tal como lo informó el periódico ABC del 21 de noviembre, “se han principiado los trabajos para erigir una columna simbólica en el Parque del Centenario”. Posteriormente, comenzando la década de 1970, es inaugurado el monumento en homenaje a Diego Luis Córdoba, quien había fallecido en mayo de 1964, en Ciudad de México, cuando se desempeñaba como Embajador de Colombia en ese país.

Tres monumentos y unos cuantos hitos históricos

Así, pues, el Parque Centenario, de Quibdó, alberga y resume hitos históricos de mayúsculo significado local, regional y nacional, que en conjunto brindan un panorama bastante comprehensivo del devenir social, político, cultural, étnico y económico de Quibdó y el Chocó durante los siglos 19, 20 y 21. Los dignos monumentos a César Conto Ferrer y a Diego Luis Córdoba, el obelisco conmemorativo del primer centenario de la muerte de Bolívar, la Catedral San Francisco de Asís, la primera sede y la moderna y actual sede del Banco de la República, el antiguo Colegio de la presentación y primera sede propia de la Universidad Tecnológica del Chocó, la Carrera Primera, el Malecón del río Atrato y el río mismo, son un conjunto de referentes inmediatos y adyacentes, del plano histórico de tan simbólico lugar.

Un templete casi centenario

La pródiga vida intelectual de César Conto Ferrer como poeta y filólogo, periodista y maestro, diplomático, político y combatiente en las guerras civiles. Sus aportes a la construcción de la nación como caudillo radical del liberalismo en el Cauca y como presidente de este Estado. Sus luchas frontales contra los esclavistas y encomenderos del Cauca y sus ejecutorias en pro de “la educación popular, sin tributos al escolasticismo, libre, laica, científica”[5]; entre otros aspectos, podrían contarse -si uno se detuviera a hacerlo- en el templete que le rinde homenaje en la esquina noroccidental del Parque Centenario de Quibdó, que el próximo año cumple 100 años de haber sido inaugurado.[6]

Diego Luis

La trayectoria luminosa de Diego Luis Córdoba, “padre del departamento y faro de la raza”, como se le denomina en la inscripción de una de las deslucidas placas conmemorativas del monumento que en su homenaje está ubicado en la esquina suroccidental del Parque Centenario, de Quibdó; podría ser difundida y reconocida, como símbolo de la pléyade chocoanista de la cual él formó parte; una generación admirable que -durante la primera mitad del siglo XX- sacó al Chocó de su aislamiento y exclusión, y lo situó en el centro de la escena política nacional, con profundos e inteligentes debates sobre exclusión social, económica y racial. Hasta hacer realidad su sueño de autonomía regional, consistente en conseguir para esta tierra la categoría de departamento, como un medio de defensa de la soberanía sobre los recursos naturales y de reivindicación de derechos como la educación, que permitiera a las mujeres campesinas, negras, del Chocó, cambiar su delantal de sirvientas por un título de maestras, como se los prometió Diego Luis; y a toda la población experimentar la verdad de su emblemática frase: “Por la ignorancia se desciende a la servidumbre, por la educación se asciende a la libertad”.

La iglesia catedral

El antiguo templo parroquial de Quibdó, al que en su momento Diego Luis Córdoba llamara “caserón destartalado”, que debía ser reemplazado por una edificación acorde a la ciudad, es hoy la Catedral San Francisco de Asís, cuya construcción duró más de 30 años. Contar su historia es relatar la historia de la iglesia en el Chocó, incluyendo las Fiestas de San Pacho y el tríptico mural sobre la Historia de la evangelización en América Latina, pintado en el ábside de este templo por el más grande pintor sacro actualmente vivo en el mundo: Maximino Cerezo Barredo; un mural que los párrocos de la catedral y sus comités de la feligresía se empeñan en mantener oculto casi todo el año, con burdos trapos y feos telones, como si ocultarlo fuera a cambiar o a borrar la historia real.[7]

Conjunto monumental
del Parque Centenario y Catedral de Quibdó.
FOTOS 1, 2 y 3: Julio César U. H.
FOTO 4: Enamórate del Chocó.
La Primera y el Atrato

Mirar desde el Parque Centenario, de Quibdó, cómo discurre el “majestuoso y ancho río” Atrato, transportando hacia el Caribe todos los aguaceros que hasta este punto ha recogido, es rememorar cómo fue este río el que salvó al Chocó del ostracismo durante más de medio siglo 20; mediante la navegación comercial y de pasajeros entre Cartagena y Quibdó, y mediante el acuatizaje de los hidroaviones, cuyo primer vuelo cumplirá 100 años, el 5 de agosto de 1923. Es rememorar cómo ha sido este río, a lo largo de la historia, el que ha permitido que centenares de pueblos orilleros hayan podido comunicarse entre ellos para forjar una historia, para construir una cultura.

Mirar desde el Parque Centenario el río que para Humboldt fue un gran lago andante es remembrar que, en su calle paralela de Quibdó, la Carrera Primera, se escenificó por iguales partes la prosperidad comercial y económica de toda una región, y una historia de apartheid no declarado, pero vigente durante casi un siglo. Historia ésta que incluye las restricciones de ingreso de las niñas negras al Colegio de La Presentación; las diatribas racistas de la revista La Aurora y del púlpito del Padre Anglés; las vesánicas reducciones de indígenas de los Misioneros Claretianos en los internados y su silencio obsecuente frente a la ignominia; hasta finales del siglo XX, cuando misioneros como Gonzalo de la Torre rompieron los moldes y se situaron al lado del pueblo y de su historia real, como lo manda el Evangelio.

La Dieguito

Del mismo modo que mirar la Carrera Primera, recorrer la Carrera Segunda en el contorno del Parque Centenario -entre calles 25 y 26- es recorrer un siglo y más de historia viva de Quibdó, dentro de la cual siempre habrá de recordarse como un hito inolvidable de la Historia del Chocó que el antiguo Colegio de La Presentación, emplazado como una mole de casi una manzana de área, fue la primera sede propia de la Universidad Tecnológica del Chocó Diego Luis Córdoba. Y que -siguiendo la Carrera 2ª hacia el nororiente- está la primera edificación de arquitectura racionalista en Quibdó, la primera sede del Banco de la República, inaugurada en 1937; enseguida de la cual se ubica una cafetería que en tiempos de la UTCH -cuando le decían La Dieguito- fue el tumultuoso escenario de los recreos de las clases universitarias, sitio de tertulias y romances, y también tribuna de pensadores y apasionados como Carlos Arturo Caicedo Licona: El Diálogo.

El incendio, los polines…

Sentarse en el Parque Centenario a mirar el insensato y suicida tráfago de la actual Carrera Primera, por donde pasan más motos que gente y más gente que golondrinas viajeras, es recapitular el incendio del 26 de octubre de 1966, a causa del cual no hay casas al otro costado de la calle, sino al otro lado del río. Es también recordar que hubo una década -tan larga que parecían dos- durante la cual la infamia del saqueo maderero del Chocó se producía ante los ojos de todo el mundo, incluidas las autoridades que lo habrían podido impedir, pues en esa época los bloques o polines de las maderas más finas de las selvas de Atrato arriba y abajo de Quibdó eran arrumados en perfecta y simétrica armazón, como un juego de Jenga, pero de la vida real, ahí mismo al frente de la Catedral, mientras gigantescos camiones vacíos provenientes de Medellín o de Pereira hacían fila para llevarle esa fortuna a sus nuevos propietarios.

y la guerra

Por el río Atrato han llegado a Quibdó, gota a gota -como decían las agencias internacionales cuando este drama desmesurado comenzó- o masivamente, tantas víctimas de desplazamiento forzado que su número alcanzó para fundar otra ciudad, tan extensa y alejada de la original que los quibdoseños de antes no la conocen o no pueden transitar por ella porque la autoridad irregular de la delincuencia ejerce allí el control sobre las vidas, las honras y los bienes de la ciudadanía, ante los ojos distantes y displicentes de las autoridades legales. El Parque Centenario atestigua esta dolorosa historia.

Quibdó desde el río Atrato, 2019.
A la izquierda, el Convento, sede de la Diócesis.
Al centro, Catedral San Francisco de Asís.
A la derecha, Banco de la República. 
Malecón y Parque Centenario.
FOTO: Julio César U. H.
Las ruinas de la Historia

El Parque Centenario es un escenario de memoria histórica y cultural del Chocó y de Quibdó, que incluso fue declarado por el Concejo Municipal bien patrimonial local, en septiembre de 2002. Sin embargo, como casi todo en la ciudad y en la región, el Parque Centenario ha sido abandonado a su suerte como un espacio sin dios ni ley. Su actual deterioro lo tiene a punto de ruina, totalmente deslucido por la nueva e indecorosa condición de galería de ventorrillos de todo tipo, olímpicamente impuesta ante el desdén de una alcaldía que llegó incluso a permitir que el monumento al “padre del departamento y faro de la raza” -Diego Luis Córdoba- fuera convertido a la vista de todos en una cantina vespertina.

Sin embargo, este 20 de julio, como cada año, las mismas autoridades que esta tragedia cultural han permitido seguramente saldrán de la Catedral, luego de asistir emperifollados a la consabida misa con tedeum incluido, portando coronas de flores que -sin pudor alguno- depositarán ante los escombros de lo que antes fuera el conjunto monumental mejor logrado de la ciudad en memoria de su historia y de su riqueza cultural. ¿“Quibdó, ciudad querida, Quibdó, ciudad de vida?”[8]


[1] González Escobar, Luis Fernando. El parque en la ciudad colombiana en la transición del siglo XIX al siglo XX. Credencial-Historia. Abril de 2018.

[2] Menciones y detalles sobre la participación del Chocó en la Guerra de los Mil días pueden hallarse, entre otros, en los siguientes artículos de El Guarengue: *Estampas quibdoseñas (II), 21 de marzo de 2022: https://miguarengue.blogspot.com/2022/03/estampas-quibdosenasii-luis-padilla.html *Tres libros maravillosos y una sola glosa verdadera. Glosa paseada en homenaje a Licona -2ª Parte-, 3 de julio de 2023: https://miguarengue.blogspot.com/2023/07/tres-libros-maravillosos-y-una-sola.html

[3] González Escobar, Luis Fernando. El parque en la ciudad colombiana en la transición del siglo XIX al siglo XX. Credencial-Historia. Abril de 2018.

[4] Ver detalles en el artículo de El Guarengue: Quibdó 1930. Las solemnidades de un centenario, del 15 de noviembre de 2021. https://miguarengue.blogspot.com/2021/11/quibdo-1930-las-solemnidades-de-un.html

[5] César Conto Ferrer. Testamento Político. Repertorio americano, Universidad Nacional de Costa Rica, 1924.

[6] La historia completa del templete en homenaje a César Conto Ferrer y una semblanza de su vida pueden leerse en El Guarengue del 1° de julio de 2019: https://miguarengue.blogspot.com/2019/07/el-dilecto-hijo-dequibdo-monumento-en.html

[7] La historia de la Catedral San Francisco de Asís puede leerse en El Guarengue del 8 de junio de 2020: La Catedral de Quibdó, de caserón destartalado a popurrí arquitectónico. https://miguarengue.blogspot.com/2020/06/la-catedral-de-quibdo-de-caseron.html

[8] Fragmento del Himno oficial de Quibdó, composición de Mary Nancy Moreno Perea.

En el artículo titulado Para MinCultura, desde Quibdó, publicado en El Guarengue el 23 de enero de 2023, se incluyen menciones y propuestas detalladas sobre el deterioro del Parque Centenario y sus posibilidades de recuperación, restauración, dinamización y resignificación como escenario de memoria histórica y cultural de la ciudad y de la región. 

Se puede leer en: https://miguarengue.blogspot.com/2023/01/para-mincultura-desdequibdo-quibdo-ayer.html