lunes, 25 de noviembre de 2019


Venga, negrita linda,
yo la pongo aquí
-Diatriba a dos voces sobre el racismo de FUCSIA-
(Segunda parte)


Por
Jamitah Encendida / Norma Londoño
Julio César Uribe Hermocillo / El Guarengue

Hace dos meses, en su edición de septiembre de 2019, la revista Fucsia, del grupo de Publicaciones Semana, publicó como artículo de portada uno titulado JULIETA PIÑERES en el Petronio Álvarez, al cual nos referimos la semana pasada aquí en El Guarengue. Este artículo, junto con una entrevista a la Ministra de Cultura de Colombia y una serie de fotografías de mujeres negras, conforman un Especial de la revista sobre el Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez, que se realiza anualmente en Cali y que se ha erigido como un escenario de culto a las tradiciones artísticas, gastronómicas, estéticas y narrativas de los pueblos negros de la Región del Pacífico de Colombia, desde cuyas orillas mareñas y ribereñas, desde cuyos rincones de manigua y eterno aguacero llegan hasta Cali hombres y mujeres de todas las edades y condiciones, para cumplir una cita consigo mismos, con su gente y su historia, con su tradición.

Sin embargo, lo que a primera vista parecía un homenaje al Festival, de parte de una revista de circulación nacional, nomás leídas las primeras letras y vistas con atención las fotografías derivó en algo diferente. El conjunto del Especial responde a un concepto editorial -y de este modo hay que decirlo, sin edulcorantes discursivos, sin eufemismos farisaicos- de corte abiertamente racista, subordinante, mercantilista y hegemónico hacia la cultura negra.

Así que, en esta segunda parte de nuestra diatriba a dos voces, Jamitah Encendida (http://jamitah.com/) y El Guarengue (https://miguarengue.blogspot.com/) conversamos acerca de los contenidos de las páginas 62 a 68 de la revista Fucsia-edición de septiembre de 2019, en donde aparecen las imágenes de una docena de mujeres negras más o menos conocidas, fotografiadas en estudio, con una cuidadosa puesta en escena y una producción cargada de estéticas explícitas e implícitas, más de modelaje que de documental, y con narrativas visuales y escritas que para nada son el homenaje que al principio uno cree.


**********************************

“De África al Pacífico Colombiano”.
En las páginas 62 a 68 de la revista Fucsia del mes de septiembre de 2019, se incluye una serie de fotografías de mujeres afro del Pacífico, que fueron seleccionadas como parte del Especial de la revista sobre el Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez, que, como vimos la semana pasada, resultó siendo más un homenaje a la modelo Julieta Piñeres que al mismo festival… 

La introducción a la serie fotográfica dice así: “De África al Pacífico colombiano. Una tendencia que cada vez toma más fuerza es la influencia de África, tanto en las telas, como en la moda y en el diseño colombianos”. O sea que la única referencia que puede encontrar la revista Fucsia sobre África en relación con el Pacífico colombiano es el tema de la moda. Pero, la moda concebida como tendencia del mercado, no como expresión cultural. De resto, nada, porque es evidente que no les interesó profundizar en cuáles son las conexiones que hay entre el continente africano y el Pacífico colombiano; sino que, simplemente, como está de moda, como se puso de moda, entonces esa es la referencia para abordar el tema de la relación entre África y el Pacífico colombiano.

Se hace referencia es a una tendencia, no a un hecho histórico: según la lógica de Fucsia, así como antes se usaron prendas o telas vaporosas, de esas que llamaban “hindúes”, ahora se usan telas y colores africanos, o sea, de África; o sea que África es un país, no un continente, pues no existen telas de tal o cual nación, sino telas del continente… No es un asunto de la lucha por la reivindicación de la herencia africana en Colombia, ni de que las comunidades del Pacífico cada vez están tomando más fuerza para reconocerse, para reconocer ese hilo que las liga con el continente africano; no es nada de eso, es que lo africano es una tendencia y es una tendencia que está pegando tan fuerte que ya influenció el mundo de la moda. Ya. Eso es todo.

Es la socorrida mención de África que usan para todo cuando les conviene. Como si África fuera un país. Aquí no se está hablando de identidad, no se está hablando de cultura, a pesar de que se supone que este Especial está derivado o enlazado con el asunto del Festival Petronio Álvarez. La revista Fucsia lo único que ve es moda. Pasa por encima de todo lo que tiene que ver con cultura, identidad e historia y lo único que ve es la tendencia de moda. Incluso porque la sección de la revista en la que está publicada la serie de fotografías se llama, precisamente, Historia de Moda.

Bueno, vamos a ver cómo presentan a las mujeres cuyas fotografías publicaron.

Sabemos que Fucsia es una revista sobre temas de moda y no estamos esperando de su parte un gran reportaje etnográfico sobre lo negro. Pero, no por ello es admisible que se banalice de este modo una relación tan profunda como la que existe entre África y el Pacífico colombiano. El título de la secuencia gráfica está construido alrededor de dicha relación y, por tanto, eso es lo que el lector espera que le muestren en las fotos y en los textos; pero, no es así. Veamos.

La primera mujer fotografiada es Danna Rendón. La leyenda de la foto la presenta como una “empresaria, abogada y presentadora de televisión” a quien “le dicen que es el Pacífico colombiano personificado”. ¿Costaba mucho ilustrar esa afirmación, mencionando la fuente y la razón de la misma? ¿Basta mirar el colorido y los estampados para concluir que ahí está África vistiendo a esta personificación de la región…? Obviamente, no. Es el juego de los espejismos, del relato de la cultura negra reducida al cliché, a tal punto que no merece un texto narrativo sobre sus estéticas, las cuales son reemplazadas totalmente por la imagen, por una imagen única; así como la feminidad negra es trasladada a la categoría del modelaje de estudio para una foto que tiene toda la producción necesaria para garantizar el concepto editorial, que no es África, que no es el Pacífico, que no es lo negro, sino la moda; un concepto al cual la fotografía es totalmente funcional.

Foto: Julio César U. H. Reproducción revista Fucsia impresa
La siguiente fotografía tiene como pie de foto: “LUA. Con la figura de una modelo de pasarela internacional, de aquellas codiciadas por los diseñadores, es la hija de una tradición, y su madre es una reconocida emprendedora”. ¿Nos queda claro quién es LUA? Una negra con figura de modelo, hija de una emprendedora. Y ya. Está clarísimo que es su figura de modelo y no su origen lo que a Fucsia le importa, como tampoco le importa mostrar o decir quién es realmente ella, aparte del símil de cajón sobre la pasarela internacional. Es decir, ella es una simple figura bonita, llevada a lo exótico mediante la producción en estudio de esta fotografía; ninguneada en cuanto a su ser e identidad; enunciada como el objeto de codicia de los diseñadores de moda, razón ésta por la cual, seguramente, Fucsia la eligió.

Arcenia Grueso y Mary Luz Angulo. Son cocineras tradicionales de Guapi y su sueño es fundar un restaurante donde se preparen todas las exquisiteces de la región, pero acompañadas de unos bellos textos”. A los de Fucsia les pesa la lengua para decir algo completo de estas mujeres. Muy prestos y acuciosos en cuanto a producción y escenografía, vestuario y demás, para alcanzar una imagen óptima; pichicatos para contarles a sus lectoras y lectores quiénes son estas mujeres, más allá de su condición de cocineras; aunque, por lo menos en esta ocasión, mencionaron su origen. ¿Qué será eso de los bellos textos? Algún día, quizás, lo sabremos.

Karen Valencia. Es heladera artesanal. Sus creaciones son de chontaduro, borojó, badea y arazá, transformados en crema de helado”. Y ya. Karen no es más que eso, Karen no tiene patria chica, Karen no tiene historia, Karen no tiene más que el oficio que la revista le endilga y, en virtud del mismo, unas creaciones en forma de crema de helado. Karen no es nada más. Karen no es nadie más, según Fucsia, que la hizo sentar sobre heno de cobertizo de rancho gringo, con un helado en la mano y unos chontaduros maquillados para la foto.

Karen Valencia y Emilia Eneida.
Foto: Julio César U. H. Reproducción revista Fucsia impresa
Emilia Eneida. Es activista, docente, investigadora y gestora cultural. Trabaja en el proyecto “Tejiendo Esperanza”. Tanto por decir sobre la producción intelectual de esta mujer; pero, no, Fucsia no lo dice, Fucsia lo calla, Fucsia quizás ni lo sabe, porque a Fucsia no le importa más que su escenografía de estudio, para poner al personaje como el culmen de la misma. Y ya. Es la negación, por silencio y ocultamiento, del conocimiento producido por una mujer negra a quien ni siquiera nombran con sus apellidos.


Foto: Julio César U. H.
Reproducción revista Fucsia impresa
Timbiáfrica. Banda compuesta por músicos del Valle del Cauca que, con sus letras y ritmos, refleja la historia del pueblo afro y las luchas de sus mujeres”. Hasta que por fin: medio punto para Fucsia. Les tocó decir algo un poco diferente a las simplezas anteriores.

Todos esos párrafos son de una pobreza descriptiva y narrativa increíble, en comparación con el artículo de portada, en el cual se explayaron tanto que hasta se excedieron en la adjetivación del sustantivo Julieta Piñeres. ¿Por qué en las leyendas de estas fotos tienen que ser tan secos, tan pobres, tan incompletos, tan cicateros? ¿Por qué niegan y ocultan orígenes, historias, militancias, producciones intelectuales, y se quedan en la superficie?  ¿Por qué se niegan a decir lo no evidente, pero no por ello intrascendente? ¡So reduccionistas!

Angélica Mayolo.
Tomada de Instagram: fucsia
La serie fotográfica concluye con cuatro fotografías que comparten la página 68 de la revista, bajo el título “Personajes del Petronio”. Estas cuatro mujeres, si de homenajear al Petronio se trataba, debieron tener el mismo despliegue de las anteriores, en gracia de su papel en el festival. Veamos lo que dicen acerca de ellas.

Angélica Mayolo. Ha ocupado importantes cargos y, en la actualidad, desde la Alcaldía de Cali, emprendió una gran cruzada para que el Pacífico se haga visible”. Es claro para quien sepa algo de ella, que este párrafo genérico no la describe realmente, no la narra en su esencia. Podría ser cualquier mujer y no ser negra, y el párrafo le saldría.


Rosmilda Quiñones.
Tomada de Instagram: fucsia.
Rosmilda Quiñones. Es partera tradicional y fabricante de bebidas tradicionales de contundencia afrodisiaca. Nació en Magüí Payán”. No merece comentario alguno esa recurrencia de esta gente en la banalización y en la reducción a cliché sexual de las bebidas tradicionales. Dizque contundencia afrodisiaca: ¿habrase visto?

Aura María. Es una cantadora tradicional que recoge en sus letras todo el arsenal memorioso del arte popular del Pacífico”. A la señora Aura María, tan venerable por lo que el mismo texto dice que ella hace, curiosamente Fucsia le escamotea sus apellidos, ni siquiera uno le ponen. ¿Por qué? ¿Ni siquiera pueden decir completo lo obvio? Y, más grave aún: el Festival este año fue en honor a esta señora y esto no son capaces de decirlo, como no son capaces ni siquiera de ponerle un apellido. Y aquí vuelven a la perspectiva antropológica de Julieta Piñeres, vuelven sobre lo popular, no sobre lo negro. A esta señora, que fue homenajeada en el festival de música del Pacífico más grande de Latinoamérica, y la música del Pacífico de la que estamos hablando es música negra, le atribuyen que recoge la memoria de lo popular, no la memoria de lo popular negro, ni la memoria de lo negro. Fucsia vuelve, conscientemente, sobre su propio equívoco, en el cual se inspiran para construir este párrafo sobre la cantadora; del mismo modo que la contundencia afrodisiaca proviene de lo narrado acerca del -para la revista- pícaro y travieso paso de Julieta por el camino de bebidas y comidas del Petronio.

Foto: Julio César U. H.
Reproducción revista Fucsia impresa
Nancy Lozano Cuesta. Lleva más de veinte años participando en el Petronio y convirtió los turbantes en el símbolo del evento”. Es el Festival de música del Pacífico, pero, ¿el símbolo es el turbante? ¿Luego no era el pañuelo blanco con el que los bailarines esparcen la alegría, les coquetean a las bailarinas e intentan atraerlas hacia ellos, a la vez que saludan la paz y la armonía del Festival?

Para Fucsia se trata, evidentemente, de unas negras para mostrar, con unos vestidos que probablemente la mayoría de ellas no usaría en sus vidas cotidianas, por gustos o por costos. Sus historias, su identidad, sus orígenes, su compromiso con el mundo negro al cual pertenecen, son cosas que poco le importan a la revista, que las puso en escena solamente por su exótica espectacularidad de negras bonitas y/o importantes, y no por su negrura o por su negritud étnica, racial, histórica y cultural, propiamente dichas. Además, ellas no son Julieta Piñeres, que descendió sobre el Petronio para darle valor; Julieta a quien le ponen un narrador a que la siga y venga a contárnoslo todo sobre su tour por el reino del exotismo. Ellas, que son hijas de los pueblos y ciudades que le dieron vida al Petronio, solamente se merecen un parrafito ahí cualquiera. Hay una mezquindad narrativa, un desprecio casi total por cada una de estas mujeres, que no alcanzan a recibir ni siquiera un tratamiento de personajes. De ahí los puestos que ocupan en la revista: una está en la portada, las demás están por allá adentro. Julieta recibe una página completa de narración acerca de hasta su más mínimo gesto, las demás si acaso una línea y muy poco diciente.

¿Por qué pasa todo esto? ¿Por qué no podían darle otro tratamiento al Festival? ¿Por qué no podían ser más cuidadosos al elegir las narrativas y los narradores?

Sabemos que es un asunto que está enraizado en una mirada racista de lo negro aquí en el país. Pero, también, detrás de esto hay intereses comerciales. Así que digamos que una más de las expresiones racistas que tiene el mundo blanco-mestizo hacia todo lo que tiene que ver con el mundo negro en Colombia es que siempre y cuando haya unos intereses que sean favorables a su privilegio, para decidir qué es interesante y qué no, entonces ese privilegio se traduce en alguna relación mercantil o de utilidad. Precisamente, ya ellos determinaron que lo africano es una tendencia y, como es tendencia, tienen que encontrar los argumentos para justificarlo, para fundamentar desde su lógica por qué lo africano ahora se valida y ahora se convierte en tendencia de la moda, principalmente. Detrás de esto está eso. Este era como su campanazo de entrada. Eso quiere decir: mire, ya nos dimos cuenta de que lo africano es tendencia, entonces ahora necesitamos justificarlo de alguna forma. Y encuentran en el Petronio, en este recurso con estas mujeres, tanto en la portada como dentro de la revista, su mayor aliado para permitirse esa entrada a ese mundo. Y eso, obviamente, es una expresión más de lo que viene siendo la apropiación cultural.

¿Y estas mujeres por qué aceptan participar en esto? ¿Sienten que tomarles las fotos y publicarlas es realmente un homenaje a ellas?

Efectivamente. Pero, yendo más allá, la situación nos remite a la debilidad conceptual que hay alrededor de todo lo que tiene que ver con la identidad cultural negra en Colombia. Eso es lo que devela que personas como esas mujeres que están retratadas ahí acepten hacer parte de este tipo de experiencias, y no solamente las que están retratadas, también otras que participaron de otra manera, las diseñadoras y demás.

Además, esto quiere decir que, a la gente quizás le falta estudiar más, conocer más, profundizar, alrededor de lo étnico, de lo negro, de la historia, de la significación y, sobre todo, de la lucha política… Si no lo estudia, no lo profundiza, no lo analiza, se queda muy fácilmente en los discursos que posicionan ciertos referentes, ciertos espacios. Y al no profundizarlo, al no estudiarlo, obviamente su entendimiento es incompleto.

Tomada de:
https://www.un.org/es/events/africandescent
decade/promotional-materials.shtml
También vemos que hay mucha influencia de ese concepto de la inclusión, en virtud del cual se cree que hacer parte de una experiencia como esta es algo válido, sí, porque nos están validando. Y si nos están validando, nos están reconociendo y, en esa lógica, entonces estamos avanzando. Eso quiere decir que le seguimos dando mucha importancia a ese sector de la sociedad que antes excluía a los negros y que ahora, por su interés particular, que habla desde su privilegio, los acoge. Y nosotros, muy ingenuamente tal vez, vamos ahí detrás agradeciendo que nos reconozcan, que nos vean. Nos parece más importante ser visibles en ese contexto que ser visibles en nuestros entornos propios. Por eso es que, en el tema de la moda, a la gente le parece mucho más importante que una revista como Fucsia reconozca que lo africano es una tendencia de moda a que la gente de nuestras propias comunidades valore la estética negra como algo suyo, como algo propio, no necesariamente de moda, sino como algo suyo, algo propio. Y ahí hay un problema grave, hay una brecha todavía bastante grande para entender eso. Por eso también nos preguntábamos por el vestuario de estas mujeres que están en esas fotos, en una sección que se llama Historia de Moda y bajo un título que habla de África y del Pacífico…: ¿esos atuendos con los que ellas están ataviadas de qué parte de África son? ¿Y cuál es la conexión con la parte del Pacífico a la que pertenece cada una de esas mujeres? No tenemos ni idea y nadie pregunta por eso y nadie profundiza en eso, porque a la hora de la verdad ese realmente no es el interés. La revista lo deja claro: su interés no es ese; su interés es simplemente validar que han elegido fijarse en lo africano como nueva tendencia de moda, y necesitaban validarlo de alguna manera… ¿Qué mejor escenario que el Petronio Álvarez, qué mejor escenario para validarse que unas mujeres que son referentes, que son reconocidas?

También hay una utilización explícita de la mujer negra como un elemento más, entre otros, de la puesta en escena de Fucsia, ¿cierto?

Se sigue reforzando la idea de esa necesidad de reconocimiento. Hay una necesidad tan grande de reconocimiento que no nos damos cuenta que somos artífices de otra forma más de cosificación por el solo hecho de decir: no, lo que pasa es que la revista Fucsia me eligió para ser homenajeada en su Especial sobre el Petronio. Pero, no vemos que detrás de eso lo que hay es una cosificación, desde el orden de la subordinación de la mujer negra como tal; sí, porque ahí, en ninguna de esas fotos está realmente, ni siquiera en lo que está narrado, ahí no se está reivindicando nada: ni de mujer, ni de negra. Estamos justamente jugando al jueguito de “Venga, negrita linda, yo la pongo aquí…”. Y eso es cosificarse y eso es dejarse poner en un lugar de subordinación. Porque otra cosa muy distinta sería que el Especial se basara justamente en profundizar quiénes son cada una de estas mujeres, sin necesidad de disfrazarlas de africanas, sino mostrar quiénes son… La que es heladera yo la muestro en su entorno natural haciendo sus helados. La que es cocinera. La que es abogada. Pero, no tengo que disfrazarla, no tengo que ponerla linda como me parece, no tengo que sacarla de su contexto y llevarla a un estudio fotográfico con una parafernalia puramente fotográfica: ¿solamente de esa manera es válido reconocerla, de lo contrario no? Y eso sigue y sigue reproduciendo una mirada de exotismo hacia lo que es la mujer, la mujer negra… Aquí lo único que importa es la moda. Esa es otra forma de invalidar las luchas de los pueblos afro del Pacífico colombiano.

Foto: Julio César U. H.
Ninguna de las retratadas se pronunció frente a la polémica que se desató por la publicación de la revista. De entrada, eso podría interpretarse como una aceptación de su lugar de subordinadas, ante la gran necesidad de representación; y la aceptación de la lógica de la gratitud frente a la condescendencia, porque nadie más va a hacer ese reconocimiento y es esta la única forma en la que aparecerán representadas en los grandes medios de comunicación. Entonces, como la única forma que hubo y el único recurso que hubo fue la revista Fucsia, sea como haya sido, lo acepto y lo agradezco, me quedo callada.

Ojalá no fuera así, ojalá no sea así.


lunes, 18 de noviembre de 2019


Diatriba a dos voces

sobre el racismo de FUCSIA

(Primera parte)


Por
Jamitah Encendida / Norma Londoño
Julio César Uribe Hermocillo / El Guarengue

Hace dos meses, en su edición de septiembre de 2019, la revista Fucsia, del grupo de Publicaciones Semana, puso en su portada a Julieta Piñeres, modelo y presentadora de la sección de farándula del Noticiero CM&, con un atuendo que más que vestida la hace parecer disfrazada, aunque no se sabe bien de qué. El título de portada es: JULIETA PIÑERES en el Petronio Álvarez. Y conduce, a quien quiera leer de qué se trata, a las páginas 58 a 68 de la revista. La página 58 es ocupada completamente por una foto de Julieta Piñeres, con un atuendo también bastante llamativo, como el de la portada. La página 59 está dedicada a un escrito de género inclasificable (pretende ser crónica o reportaje, pero no lo consigue) que se titula como la portada y cuyo tema es estrictamente el que su título anuncia, firmado por Iván Beltrán Castillo, con una nota entre paréntesis, que informa que es “Especial para Fucsia”. En las páginas 60 y 61 se publica una entrevista con Carmen Vásquez, a quien en el título se denomina “La ministra de los tiempos naranja”; y se incluye una foto suya. Las páginas 62 a 68 son dedicadas a la publicación de sendas fotografías de doce mujeres negras que gozan de algún reconocimiento público regional o nacional, con un evidentemente alto nivel de producción y diseño en estudio, y bajo el título “De África al Pacífico colombiano”.

Cuando esta edición de Fucsia salió a la venta y sus fotografías y algunos textos fueron publicados en la cuenta de Instagram de la revista, en algunos sectores de estudiantes universitarios, profesionales e intelectuales negros de Colombia, se levantaron voces de protesta fundamentalmente contra el concepto editorial de la portada de la revista: en lugar de la modelo blanca, cartagenera, Julieta Piñeres, bien pudieron haber puesto en ese privilegiado lugar de la publicación a una de las doce mujeres negras del Pacífico fotografiadas en las páginas interiores de la revista o alguna más de tantas mujeres negras bellas, talentosas, famosas, modelos, empresarias, etcétera. Pues ello tendría más lógica si se trataba de resaltar el Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez. Pero, al parecer no era eso lo que Fucsia quería.

En medio de la discusión, Jamitah Encendida (http://jamitah.com/) y El Guarengue (https://miguarengue.blogspot.com/) coincidieron en que el asunto iba más allá de un simple cambio de modelo en la portada. Lo cual corroboraron cuando, con la revista impresa entre sus manos y ante sus ojos, leyeron los textos de las páginas 59 a 61 y las leyendas o pie de fotos de las fotografías de las páginas subsiguientes; y miraron y volvieron a mirar las puestas en escena, las estéticas explícitas e implícitas, el conjunto de las narrativas visuales y escritas de Fucsia en torno a su eje central: Julieta Piñeres en el Festival. Decidieron entonces conversar sobre el asunto. Lo que publicamos a continuación es el resultado de la primera parte de la conversación y se refiere a la portada y al escrito sobre Julieta Piñeres, de la página 59. A muchos quizás ya se les había olvidado este caso. A nosotros no.

**********************************

Bueno, ¿qué es lo que a nosotros nos molesta de esta portada?

Obviamente, lo principal, lo que salta a la vista de inmediato, es que es una mujer blanca mestiza con unas ropas llamativas, coloridas, ataviada del modo que hoy llaman vestida como una mujer africana. Tiene un tocado bastante estrambótico en la cabeza, que de entrada no se sabe a cuál de todas las culturas que hay en África está representando, como tampoco las telas. Pero, se supone pues que está vestida como una mujer africana y de entrada pues eso es molesto porque no hay una conexión entre el hecho de que una mujer mestiza, blanco-mestiza, sea la protagonista principal de una portada que se supone que quiere hablar de una expresión cultural tan importante para el pueblo negro de Colombia, como lo es el Festival Petronio Álvarez…

También llama la atención el titular de la portada: “Julieta Piñeres en el Petronio Álvarez”. Como si todos supiéramos quién es ella. Algo así como si en los periódicos de España de aquella época hubieran titulado: “Ernest Hemingway en San Sebastián” o en Colombia: “Gabo en el Festival Vallenato”. Pero, cuando uno dice “Julieta Piñeres en el Petronio Álvarez” … Puede ser que para Fucsia y su público asiduo ella sea significativa; pero, para el resto de la población su nombre es un referente muy cercano de nada. Así que es muy curioso, de una forma no positiva, que pongan de referente a una completa desconocida en un festival tan importante que tiene que ver con la cultura negra de Colombia. Además, ¿a cuento de qué esta revista (de moda, farándula y entretenimiento) sale con eso? ¿Cuál es el interés de una revista que, además, maneja una temática que no tiene nada que ver con la cultura negra, de venir a hacer un “Especial” sobre el Petronio Álvarez y poner como protagonista a una modelo y presentadora de farándula, que no es referente para nada en relación con la población negra? Así que es muy infortunada esa portada.

¿Por qué a algunos sectores negros o afrocolombianos o afrodescendientes les pareció que el problema del que estamos hablando se solucionaba poniendo una mujer negra en la portada, en lugar de Julieta Piñeres? ¿Sí es una solución?

Eso me parece terrible, porque no soluciona absolutamente nada. Porque el núcleo de la problemática con esta portada no es el hecho de que no haya una mujer negra. Es el hecho de que hay una mujer mestiza en el centro de la portada haciendo uso –aparentemente- de la estética negra y convirtiéndose como en un supuesto referente para una expresión cultural como el Festival de Música del Pacífico. Entonces no es que con el solo hecho de poner una mujer negra en la portada ya con eso hubiese quedado bien. Yo seguiría igual con la misma inquietud: ¿a son de qué la revista Fucsia viene a hacer lo que sea que pretenda hacer con el tema del Festival Petronio Alvarez y por qué introducirlo de esa manera…? Si se supone que es un homenaje a la cultura del Pacífico, pues entonces pongan una foto del Festival o una foto de la señora que este año estuvo homenajeada a través del Festival. Una foto que dé referencia del Festival como tal. No es poner a cualquier persona negra ahí, porque entonces significa que la persona negra es cualquier cosa que se objetiviza o se objetualiza, y se puede poner en la portada, en el centro, atrás, en cualquier lado; pero, el solo hecho es “pongan una negra en cualquier lado” que con eso se soluciona todo… Y es una negra, no tiene nombre, ni historia…, es simplemente poner una negra.

Es claro, pues, que el asunto no se reduce a que se ponga una mujer negra en la portada. No es que ya con eso hubiese quedado todo bien, es obvio que no. Es también el componente estético… Digamos, aquí no dice quién armó esta pinta con la que vistieron a Julieta Piñeres. Entonces no se sabe si ahí realmente hay un concepto estético que venga de alguna propuesta particular o simplemente escogieron ahí un matachín y pusieron una tela sobre la otra, porque como entonces eso es africano y lo africano es colorinches, entonces pongamos ahí cualquier cosa.

La banalización del Petronio es tan evidente
que el artículo fue incluido
en la sección Moda de la revista.
¿Cuál era el concepto editorial de la portada, querían hacer un homenaje al Festival Petronio Álvarez?

Pues no lo parece, pues la homenajeada es ella: el homenaje es a Julieta Piñeres y la comunidad negra le tiene que agradecer a Fucsia y al mundo que Julieta Piñeres haya ido al Petronio Álvarez. De este modo, Julieta Piñeres es el vehículo a través del cual hay un reconocimiento para la cultura negra y para cientos de años de tradiciones de la América de raíz africana, de las construcciones culturales del Pacífico y, en particular, del Festival Petronio Álvarez, que es como el símbolo del asunto. Entonces le tenemos que agradecer a Fucsia por habernos prestado a Julieta Piñeres, para que Julieta Piñeres sea quien nos diga -a los colombianos en general y a la población negra en particular- que el Festival es grande. La expresión simbólica del Festival es entonces Julieta Piñeres. Ahí hay un gran equívoco en términos editoriales, en cuanto se están arrogando el derecho de validar -por la presencia de una modelo que ellos eligen, con unos atuendos que ellos eligen, con un titular que ellos eligen- un evento cultural de gran trascendencia para la cultura negra, con 23 años de existencia.

La experiencia "reveladora" de Julieta Piñeres en el Petronio

Dice Fucsia en su titular y en el resumen de su artículo de la página 59:
Julieta Piñeres en el Petronio. Una de las grandes presentadoras de la televisión colombiana asistió por primera vez al Festival Petronio Álvarez, en la ciudad de Cali, y lo consideró una experiencia reveladora”.

Es decir, ¿la gran novedad del Petronio Álvarez 2019 es que asistió Julieta Piñeres, quien es “una de las grandes presentadoras de la televisión colombiana”? ¿Qué la hace gran presentadora? ¿El título de gran presentadora es porque es presentadora de farándula…?

Ella consideró el Petronio como una experiencia reveladora. Le revela algo a ella, que es una persona que no conoce un Festival que existe desde hace 23 años. Entonces es ella quien conoce el festival, es ella quien se acerca al festival; pero, nosotros somos quienes tenemos que sentirnos expectantes acerca de qué descubrió ella en el festival. ¿Por qué razón? Es un postulado que no tiene sentido.

El texto del artículo está escrito por Iván Beltrán Castillo, como un trabajo especial para Fucsia, sea por quien sea él o sea porque se trata de narrar a Julieta Piñeres. Comienza así: “No había asistido nunca a ese festival tocado por una magia indescriptible, y como sacado de los cuadros de un pintor naif, pero, cuando arribó a él, sintió que se asomaba a un territorio de libertad, imaginación y belleza, de aquellos que terminan por ser botín universal” … Aunque es un párrafo bastante enredado y rebuscado, confuso, la comparación del festival con un cuadro naif es una alusión directa a lo infantil, a lo ingenuo, a lo simple, es decir, a lo atrasado o premoderno.


Una vez dentro del Petronio Álvarez, caminó -los ojos centelleantes- por entre los tenderetes de comida, gozando de los colores que caracterizan las viandas del Pacífico: los mariscos rozagantes, los espléndidos pescados, los jugos de tonos eróticos e impetuosos, los patacones que crujen con sólo mirarlos, los arroces generosamente abiertos…

Julieta Piñeres, narrada en aura de majestad, ha ingresado al Petronio. Y allí hay tenderetes y tenderete suena a cuchitril y cuchitril es despectivo para referirse a lo que hay allá, que son unos stands muy bien manufacturados, muy bien hechos. Así como la descripción grandilocuente y pretendidamente literaria de las comidas no es más que una absurda exotización, producto del prejuicio, una sexualización de cuanto componente de la cultura negra hay; porque, por ejemplo, ¿cuáles son los tonos eróticos y cómo un jugo de borojó, de mango, de lulo, de mora, tiene un tono erótico…?

Sobra decir que cometió varios pecadillos gastronómicos y que, homenajeada por los restauranteros, probó aquí y allá las suculencias tropicales”.

No se sabe cuál es el pecado: ¿comer o comer comida hecha por negros? ¿Dónde está el pecadillo que ella está cometiendo? ¿Acaso la gastronomía negra, la gastronomía del Pacífico, no es apta o sana para el régimen alimenticio de la modelo?

Lo otro es que, al parecer, ella va desfilando por entre los tenderetes esos y todos se rinden a sus pies. Otra vez vuelve a haber una referencia de ella como magnificación de la presencia de una persona que, por el solo hecho de ir al Petronio y el solo hecho de que la veamos caminar alrededor de los pabellones de gastronomía, ya eso per se es suficiente para que la gente deba homenajearla, por el solo hecho de que va por ahí… Y tiene implícito entonces que ellos, los restauranteros, saben quién es ella o que su presencia es tan majestuosa que inmediatamente uno sabe que debe rendirle homenaje y a su paso se deben rendir todas las comidas que haya, así sean “pecadillos” … Es una combinación de ambas cosas: algunos, muchos obviamente, deben conocerla porque trabaja en televisión; pero, otros no. Simplemente es que ese tipo de personajes saltan a la vista, rompen, precisamente por sus estéticas, por su color de piel…

Se paseó traviesa y divertida por los puestos de licores artesanales elaborados en alambiques desde hace muchos siglos, y que llevan nombres insinuantes capaces de sonrojar señoras: arrechón, siete polvos, levantamuertos, curao…”

¿Qué quiere decir eso de “capaces de sonrojar señoras”? Quiere decir que es una cosa vulgar. Del color erótico de los jugos pasamos a una cosa que es tan vulgar que sonroja a las señoras; pero, a qué señoras sonroja, pues el biche lo fabrican señoras; o sea que estas señoras son señoras que no se sonrojan y que son muchas de ellas autoras de esos nombres. Entonces, o no son señoras o son señoras que tienen una moral diferente y esto no las sonroja, en cambio a las otras sí las sonroja… Quizás es que no son consideradas señoras, pues Señora es una categoría muy alta, una categoría muy de alcurnia, de élite; y desde esa interpretación, entonces, las señoras del Pacífico no son señoras, son negras, no clasifican (de clase), no llegan hasta el rango de señoras y mucho menos se van a sonrojar, pues ellas son las autoras del biche, de sus derivados y de sus diferentes nombres.

Julieta Piñeres se paseó “traviesa y divertida”. ¿La travesura es ir al Petronio, porque qué hace un personaje de esa magnitud yendo al Petronio? ¿O la travesura es el licor y el licor con esos nombres que sonrojan y ella se sonrojaría seguramente? Y va divertida porque pronuncia los nombres de los licores y se sonroja y si se equivoca al decir un nombre y la corrigen, pues se sonroja más al decirlo… Claro, por eso, como dice el texto: “le hicieron gracia las historias de los “publicistas” de estos elíxires, que los ofrecen como “el viagra del Pacífico” y que, según juran, convierten al más inofensivo monaguillo en un amante digno del Decamerón”. Sexualización tras sexualización hasta la vulgarización. Exotización tras exotización hasta la banalización.

Y después, ella, adelantada en tendencias del vestir contemporáneo, gozó infinitamente con el pabellón de moda donde los diseñadores afro muestran su desatada y audaz fabulación, y donde, por precios tolerables, se compran ornamentos coquetos, sensuales pañoletas, maquillajes, balacas y turbantes, o se mandan a hacer ilusorias mantas y vestidos preciosos, algunos de ellos con las ahora muy cotizadas telas africanas” …

Esos adjetivos le saltan a uno a los ojos. Cuánto rebusque y qué carga semántica tan pesada. El trabajo de los diseñadores afro es una fabulación, pero, no cualquier fabulación: es desatada y audaz. Son tolerables los precios, coquetos los ornamentos, las pañoletas sensuales e ilusorias (o sea, engañosas, irreales, ficticias, carentes de valor o nulas) las mantas. Y cotizadas, ahora, las telas africanas, a las que llaman así por simple asimilación de lo africano a su inclusión en las estéticas negras del Pacífico: lo que sea negro es del Pacífico, lo que sea del Pacífico y negro es africano.  Ahora muy cotizadas, muy valoradas por quién; antes no eran muy valoradas por quién y ahora son muy valoradas por quién. Y quién es el que les da el valor a las telas llamadas africanas. Y además en qué radica que ahora sí tengan valor. Qué hay detrás del hecho de que ahora sí sean valoradas.


Julieta Piñeres va recorriendo, dándole valor y resaltando y haciendo importante cada cosa que ella toca. A lo rey Midas que a su paso todo lo convierte en oro simbólico para decir que sí vale: ya pasamos por la comida, por las bebidas y ahora vamos en la ropa. Todo eso es lo mismo, es de la misma calaña, del mismo origen, del mismo y racista sistema simbólico de producción.

No había venido nunca antes al Petronio –afirmó con una leve sonrisa-. Pero, me siento genuina y feliz. Aquí todo es solidaridad y comunión, y eso mismo sucede en casi todas las fiestas y rituales salidos de la costumbre y la tradición popular, incluida mi Cartagena natal”.

Ella está resaltando es lo popular, no lo étnico. Lo popular para ella es solidaridad y comunión. Y uno podría decir que eso teóricamente es correcto: lo popular por antonomasia se caracteriza porque todo se comparte, todo es de todos durante el instante de la fiesta. Pero, es que como ella no está solamente en una fiesta popular, sino en un festival de cultura negra… Ella pasa por encima de eso. Ella no ve eso. Y nunca había ido al Petronio, el Petronio es el festival más importante de música negra de América Latina; pero, ella no ve lo negro, ella ve lo popular solamente. O sea que hay una asimilación o no lo ve. O lo ve parcialmente: lo ve en la comida y en la bebida, lo ve por los nombres, por lo erótico, por lo exótico… O sea que lo ve en determinadas producciones nada más; pero, en la simbología completa, en el ambiente, no lo está viendo, está viendo solamente lo popular, el populacho ahí divirtiéndose y el populacho cuando se divierte siempre comparte el trago y otras cosas más.

Antes de entrar a los medios de comunicación, estudió Antropología con la finalidad, como casi todos los que se internan en este saber, de hacer contacto con “los otros”, entender “lo diferente” y entrar en comunión con las formas de vivir de aquellos que, erradamente, fueron considerados inferiores, pero que en realidad tienen para nosotros primicias y sabiduría”.

Este párrafo, evidentemente, es una paráfrasis de una respuesta de la modelo ante la pregunta sobre por qué estudió Antropología. Según esto, el antropólogo condesciende a entender a los otros que nadie entiende, a acercarse a los otros a los que nadie valora, y entonces pobrecitos, pero, tranquilos, que para eso estamos los antropólogos… Sin embargo, los otros “en realidad tienen para nosotros primicias y sabiduría”. Los otros tienen entre ese poco de cosas raras que tienen algunas cosas que nos pueden enseñar o mostrar. Pero, no es válido si no soy yo quien esté yendo a verlo y si no soy yo quien dice que es bueno. O sea, siempre y cuando no haya alguien de nosotros que se acerque para validar, nada de lo que esté allá es bueno. La mirada especializada. Es el especialista el único que puede ir y ver en el otro unas cosas que pueden tener valor y asumir un papel de vocería y reivindicación de ese otro. Vaya perspectiva la de esta antropóloga.

Claro que hace unos años –dijo, mientras observaba a su alrededor- no habría sido posible un encuentro tan formidable como el que atestiguamos hoy. Era un tiempo en el que nunca se miraba para adentro, y lo recorría un sentimiento vergonzante hacia lo nuestro, lo propio, lo que está en nuestras raíces. En aquel tiempo, tal vez nadie habría entendido la belleza y el valor de todo esto”.

O sea, antes esto era una vergüenza. Lo popular, lo negro. Ahora no, y yo lo atestiguo. Ella se enuncia desde un lugar de élite. Ella está es bajando a tocarnos a nosotros, los simples mortales negros.

Sí, soy cartagenera y por supuesto que muchas veces debí ver cómo, absurdamente, algunos anacrónicos practicaban la exclusión, señalando y estigmatizando al que, por razones económicas, sociales o de procedencia, se le antojaba menos que ellos. Pero, esta situación felizmente ha cambiado”.

Nunca menciona lo racial. Ella no menciona lo racial. Lo racial no existe. Esta es otra forma más de blanqueamiento a la que fenómenos o expresiones como el Petronio son sometidos, van siendo sometidos paulatinamente. Entonces ya el Petronio no es de negros. Le pertenece a toda Colombia, es de todos. Y ahí es donde uno termina no estando de acuerdo en su totalidad con las declaratorias de patrimonio. Cuando las declaratorias de patrimonio se traducen en quitarle el título de propiedad a usted: deje de estar pensando que eso es suyo; porque, como ahora es patrimonio, eso nos pertenece a todos. Muchísimas gracias a usted por haberlo cuidado tanto tiempo; pero, ya es patrimonio, así que suelte eso, que eso ya nos pertenece a todos, porque es que la cultura es de todos, eso no es apenas para usted…

Entonces ahora ese es el asunto con el Petronio: el festival de cultura negra; sí, pero es que lo negro es de todos, porque todos tenemos parte en la historia, a todos nos pertenece. Entonces se le quita el mérito… Especialmente se soslaya el hecho de cómo la gente negra, desde la exclusión, siguió trabajando por la conservación y la construcción de sus propias expresiones. Desde la exclusión. Entonces ahora luego maravillosamente dicen: ay, qué maravilla, eso es patrimonio. Entonces ya se pierde todo ese carácter de lucha.

Fue un lujo ver cómo Julieta y el Petronio hacían unas bodas espléndidas, observarla transmutada en una de esas mujeres picarescas, llenas de dulzura e ingenio, y que han terminado, después de siglos de ser negadas, siendo embajadoras. Verla hablar de la necesaria búsqueda de la naturalidad, de la estética del alma y de cómo ama el rescate de las raíces. Parece increíble, pero ahí están las fotos para demostrarlo”.

En este reino del rebusque idiomático, en esta especie de feria del adjetivo, el autor del artículo pareciera querer decir que es increíble que Julieta Piñeres haya estado ahí, en el Petronio: ¿cómo es posible que semejante ser, parido por los dioses, pulcro, blanco y casto, se haya untado de pueblo…? Pero, ahí están las fotos, para probarlo.

¿Se imaginan ustedes las espléndidas bodas de Julieta y el Petronio? El ascenso social del Petronio está garantizado por este desposorio. Y así Julieta volverá a las raíces.

¿Se imaginan ustedes a Julieta transmutada, transfigurada, convertida en una de esas mujeres…? Pícara, dulce e ingeniosa, así será. Porque embajadora ya lo es: Julieta Piñeres la Embajadora del racista y clasista reino de Fucsia en el Petronio.

El artículo es bastante rebuscado. Podría servir, en una clase sobre narración y redacción, como un ejemplo de mala escritura: por su abuso de los adjetivos y sus vanos y fallidos y continuos intentos de construir metáforas y símiles llamativos o macondianos, sin conseguirlo, sin ir más allá de una juntura de palabras rimbombantes para rendirle tributo a una modelo. Al fin y al cabo, era la modelo, blanca, mestiza, elegante, famosa, y hasta estudiada, el verdadero motivo de todo esto; y no el Petronio.

De estas dos secciones del "Especial" de la revista Fucsia sobre el Festival Petronio Álvarez nos ocuparemos en la próxima entrega de nuestra Diatriba a dos voces sobre el racismo de Fucsia.


lunes, 11 de noviembre de 2019


Andagoya 
Andagoya, noviembre 2019. Foto: Julio César U. H.
En Andagoya, parece que el tiempo se hubiera detenido, en las palabras de la señora Fulvia, que lo rememora todo como si hoy fuera ayer y en su rostro que parece veinte años menor que ella; y en esas casas desvencijadas, descoloridas y mayestáticas del barrio Las Palmeras, en donde ayer vivieron y trabajaron los gringos y su gente.

La señora Fulvia, además de memoriosa, es una narradora natural como el platino de su tierra y fluida como el río que veloz atraviesa el pueblo. Lo puede entretener a uno durante horas, con sus historias de minera artesanal, de las de batea y almocafre; de partera sabia y eficaz; de curandera del mal de ojo en los niños; de sobandera y yerbatera de bebedizos y sobijos para males varios, incluyendo los de amor; de cantadora insigne de alabaos en las noches eternas de velorio; de cocinera experta de comidas de la tradición gastronómica negra del pueblo y de la región.

La señora Loira Cristina también canta. Y escribe poesías, románticas algunas, la mayoría costumbristas, en las que recoge instantes de la historia local, remembranzas de ayer y sueños de paz y bienestar. Tiene un compendio de ellas impreso y encuadernado, trajinado por los viajes, pues –aunque se las sabe todas de memoria- carga con su cuadernillo a donde sea que la inviten a declamar. Cocina también, con una sazón inolvidable, de esas que convierten hasta el menor ingrediente en un manjar mayor de la cocina tradicional.

El esposo de la señora Fulvia es un jubilado que en su época fue motorista de la Gerencia de la Compañía y que prefiere que sea su esposa quien hable, así haya sido él quien allá trabajó.

El señor Quiñónez es un barbacoano expresivo y simpático que se quedó viviendo aquí desde que los gringos lo sacaron de los confines de su tierra negra nariñense y lo trajeron hasta estas lejanías, para que siguiera trabajando como electricista hasta completar su tiempo de jubilación.

El profesor Héctor habla con frases escuetas, lacónicas, de no más de veinte palabras cada una. No se precipita para hablar, así conozca muy bien el asunto del que le están preguntando. Lo asiste la calma, no lo mueve el afán.

Ellas y ellos piensan que en Andagoya todo era mejor cuando existía la Compañía; pero, la de los gringos, pues creen que entonces todo funcionaba bien, los salarios se pagaban completos y a tiempo, el hospital era tan bueno que de todo el Chocó venía gente a que allí le hicieran cirugías, y los hijos de los trabajadores se beneficiaban con la oportunidad de irse a estudiar bachillerato y carreras profesionales a Quibdó y otras ciudades de Colombia.

Ellas y ellos creen, incluso, que la Compañía, ya nacionalizada y puesta en manos del protervo expresidente que ahora gobierna desde el Senado, aún funcionaba, así estuviera camino hacia su liquidación. Y que dejó de funcionar cuando cayó en las manos de un político chocoano de apellido Lozano, que –según cuentan- se llevaba el oro en recipientes plásticos de un galón; un recipiente en el cual, hechas las cuentas de densidad, peso y capacidad, caben setenta y tres kilogramos de oro. Sí, 73.

Ellas y ellos parecieran no saber de males. Porque son tan buenos seres humanos, tan elementales como el oro o el platino, que en su conciencia solamente cabe el bien; o porque su bondad connatural tiene un alto contenido de ingenuidad. La señora Fulvia, suave y enérgica a la vez; la señora Loira Cristina, afable y toda bonita ella; el modesto esposo que prefiere no hablar; el barbacoano Quiñónez Landázuri, simpatía pura y con las mujeres sutil coquetería; y el apacible profesor Héctor, no incluyen en sus historias las expresiones y palabras saqueo, más de cincuenta años, ignominia, apartheid, sumisión, sujeción, explotación, tragedia, ambiental, contaminación, enclave, imperialismo, daño, irreversible.

El río Condoto pasa por la mitad del pueblo, tan raudo que lo hace pensar a uno que el Atrato, que ha sido descrito como un gran lago andante, no es lento, sino léntico. El río Condoto pasa tan raudo y tan veloz, tan precipitado y tan de afán, como si quisiera dejar atrás todo lo que ha vivido, como si quisiera marcharse para siempre. O como si quisiera llevar las noticias de su historia a todos los lugares del mundo adonde sus aguas terminarán llegando.

De todos modos, y aunque hace seis meses se inauguró una Panadería bautizada Makerule, en Andagoya el tiempo, realmente, pareciera haberse detenido.


******

Desde La Orilla

La Orilla es todo esto que somos nosotros aquí, en Quibdó, en el Chocó. En La Orilla se va la luz. En La Orilla no se reciben más que desatenciones, oropeles, abandonos y olvidos de parte de un país que no pasa de ser una bandera tricolor. En la Orilla la muerte triunfa frecuentemente sobre la vida. En La Orilla los señores de la guerra son -además de señores- dueños. Pero, en La Orilla también se siente el orgullo de ser negro y se le reclama identidad a quien no la exhibe con orgullo. En La Orilla se juega sabroso, en la pampa y en la calle, al Mirón, mirón, mirón, a la Lleva y al Congelado, haya o no haya luz, y se grita con estruendosa alegría cuando llega la luz que se había ido, o la energía, como dicen ahora. Y también en La Orilla se protesta y se le hace saber a Colombia que “¡el pueblo no se rinde, carajo!”. Y en La Orilla los muchachos y las muchachas se enamoran y se regalan flores y sonrisas para celebrar y afirmar su amor.

En el transcurso de una hora, a través de una puesta en escena sobre fondo negro, música incidental de autor local y arreglos musicales de inspiración transatlántica y urbana, una veintena de muchachas y muchachos actúan, danzan, representan, cuentan, cantan, exclaman, declaman, proclaman –usando varios planos narrativos y moviéndose sobre planos físicos del escenario claramente delineados- todo lo necesario para que el espectador quede atrapado por la narración, embelesado por el ritmo y las cadencias, imbuido en el espíritu de la historia. Logran así que el espectador siga paso a paso el recorrido que este grupo de la Corporación Jóvenes Creadores del Chocó hace por varios hitos y referentes históricos y culturales del Chocó y de Quibdó, territorialmente unificados en la obra y bautizados como La Orilla, en clara alusión al lugar físico, vital y simbólico en el que transcurren la vida y la muerte de cualquier quibdoseño o chocoano.

La introducción y la despedida -que hace una vocera y directiva de la Corporación- podrían trabajarse y prepararse mejor, orientándolas hacia el núcleo de sentido de la obra, casi convirtiéndolas en un parlamento adicional que amplifique los alcances de lo visto en el escenario; en lugar de incurrir en lugares comunes sobre las dificultades y tropiezos, económicos ya se sabe y de otros órdenes, que viven este tipo de iniciativas culturales en nuestra región. No queda nada bien que en la despedida o cierre, cuando ya actores y actoras han concluido su trabajo y expectantes asisten a la expresión de reacciones por parte del público, su vocera incurra en el desliz –obviamente nada intencional- de pedir públicamente apoyo para presentarse en un escenario mejor que este, con mejores luces y más público, para obtener mayor trascendencia; en vez de empezar agradeciendo la posibilidad del escenario y de los asistentes de esa noche y –como sí lo hizo- agradecer la asistencia a quienes eligieron venir a ver Desde la Orilla, en el casi lleno auditorio de la Universidad Claretiana de Quibdó, en vez de irse al cierre de un festival llamado Detonante, en el Malecón, en esta noche del viernes 8 de noviembre de 2019.

Así mismo, el equipo de libretos de la obra, podría pulir un poco más los parlamentos y declaraciones del principio, excesivamente e innecesariamente panfletarios; recurriendo de modo más creativo a metáforas, hipérboles y símiles relacionados con el río, con la orilla. No todas las veces el lenguaje llano de la queja convencional es el más expedito para la denuncia teatral.

Por lo demás, con ligeras fallas en la planimetría de los movimientos y ubicaciones en el escenario, en el tono de algunos actores para la expresión verbal y en una que otra incoherencia dramática de uno u otro actor que no logra transmitir del todo lo que actúa y lo que dice; Desde la Orilla es una rica obra, que mezcla adecuadamente el teatro y la actuación con la danza, con el canto y hasta con la acrobacia, con un trasfondo histórico claro y creativo, tan visible como el negro del telón de fondo, el manejo de luces, los claroscuros, las pausas (en las que por euforia el público aplaudía, rompiendo así la continuidad), las transiciones y las intersecciones de planos narrativos.

No queda más que aplaudir y felicitar a este grupo de la Corporación Jóvenes Creadores del Chocó por su maravilloso trabajo, por permitirnos a los espectadores acceder a toda su creatividad y calidad; y animarlos, si necesario fuera, a no dejarse enredar en las tramas de la imposibilidad. Si ya fueron capaces de todo esto, lo serán de mucho más.