lunes, 27 de julio de 2020


Ignominias
Quibdó antes del incendio del 26 de octubre de 1966.
Foto: Archivo fotográfico y fílmico del Chocó.

Los cuartos que se les asignaban para que pernoctaran durante su estadía en la casa, que podía durar meses o años, y para que pasaran allí estrictamente los tiempos del día en los que no estaban dedicadas al trabajo, quedaban generalmente ocultos y retirados de la vista de los visitantes. Eran piezas oscuras y simples, desprovistas de cualquier detalle constructivo distinto al cerramiento de tablas de madera burda que delimitaba el espacio fijado como útil para los menesteres. Sus puertas, que no pasaban de ser tres o cuatro tablas clavadas a dos travesaños horizontales, se fijaban a medias en el vano, de modo que levantándolas levemente pudieran arrastrarse hasta cerrarlas, y no tenían pestillos ni aldabas, pues la privacidad de quienes allí habitaban no formaba parte del diseño.

Tales piezas o habitaciones estaban situadas junto a los depósitos y alacenas, en donde se almacenaban y conservaban provisiones, herramientas, materiales sobrantes de refacciones y objetos inútiles de aquellos que se guardan por si algún día vuelven a servir para algo; y junto a las cocinas y los patios, en donde transcurría la mayor parte de sus jornadas ordinarias de trabajo. El conjunto así formado, sin importar como fuera su composición y distribución exactas, se ubicaba en la parte trasera o posterior de los primeros pisos de aquellas casas de fachada elegante y vistosa, construidas por maestros carpinteros inspirados al principio en reminiscencias españolas y posteriormente en técnicas y detalles caribeños, traídos a la región por los jamaiquinos y panameños que vinieron a construir los enclaves urbanísticos de los gringos de las empresas mineras, luego de haber desarrollado toda una escuela en la exclusiva Zona del Canal de Panamá.

Aunque casi ninguna lo sabía y, cuando una que otra vieja ya casi centenaria lo mencionaba, elegían no creerle y tomar sus historias como parte del extravío de una mente anciana; aquellos cuartos habilitados para que ellas durmieran juntas tenían notables semejanzas -tanto en su rusticidad como en sus usos- con las barracas que servían de albergue durante la época esclavista. Dormían juntas, sobre bastos petates de palma tendidos en el piso de madera, repartidos del modo que el espacio disponible lo permitiera. Sin toldillos que las resguardasen del ataque de los zancudos, que abundaban en una ciudad entonces bastante insalubre por la proliferación de pantanos, aguas estancadas, cloacas y albañales. Con una que otra sábana desgastada para protegerse de los fríos que en este trópico húmedo de selva pura invadían las noches de temporales infinitos o las madrugadas de frío atrateño. Y sin siquiera un abanico para refrescarse en las noches ardientes, cuando se soplaban unas a otras con lo que encontraran: la tapa de una olla, una hoja de bijao o de Santa María de Anís, la pollera dominguera de alguna de ellas.

Llegaban a ser hasta cinco o seis por vivienda y se encargaban de todo: aseo, preparación de alimentos y cuidado de menores y adultos.

El movimiento de la cocina empezaba desde la madrugada cuando ellas se levantaban a la luz de mechones o velas y se prolongaba hasta la hora de la noche en la que los patrones les permitieran acostarse, luego de una decena de recomendaciones sobre oficios previos, que les impartían desde sus camas y dormitorios ubicados en los segundos pisos de las casas. Tan importantes labores estaban a cargo de dos cocineras: una experta y una ayudante práctica, a la vez aprendiz. La experta dominaba técnicas, recetas y manejo de ingredientes de diferentes gastronomías, de modo que siempre le daba a la comida sus propios toques de ingenio propio y sabiduría heredada en materia de sazón y condimentación. La ayudante se defendía en cuanto a preparaciones básicas y, con instrucciones de la experta, podía acercarse en algunos casos a sus delicias culinarias.

Por el aseo respondían dos. Una lavandera y planchadora, que además de despercudir debía almidonar toda la ropa y, cuando los veranos se prolongaban, debía salir de la casa a lavar la ropa en las quebradas. Y una encargada del aseo general, a la que le tocaba barrer, sacudir, ordenar, lustrar objetos de plata, lavar patios y balcones, hallar objetos perdidos, ordenar salas, salones y dormitorios, cómodas y escaparates, limpiar zapatos y ayudar a preparar valijas para los viajes de los señores.

El cuidado de los dueños de la casa, los patrones y las patronas, los señores, las señoras, las niñas y los niños, los y las jóvenes, incluía labores de crianza, compañía y enfermería. La nana, aya o niñera, ayudaba en la crianza de niñas y niños menores, y servía –cuando se le demandaba y ella podía- como mamá de leche o nodriza de los bebés a quienes su madre no podía o rehusaba alimentar con sus pechos. Estas nanas respondían ante sus patronas por el bienestar completo de la niñez de la casa, a la que debían prodigarle todo lo necesario para evitarles cualquier llanto o incomodidad; lo cual incluía divertirlos con juegos, cuentos, rondas y danzas, muchos de ellos de su propia tradición y cosecha cultural, motivo por el cual a veces eran rechazados por las señoras.

A las nanas, frecuentemente, se añadían una o dos jóvenes, que ejercían como damas de compañía de las púberes, preadolescentes o adolescentes y de las señoras de la casa cuando se ocupaban de manualidades como decoración, tejido, bordado o costura; o cuando salían a pasear por la ciudad, a hacer visitas a familiares y amistades o a efectuar compras que por su importancia no podían delegarse.

Desde principios del siglo XX, ellas, solamente ellas y únicamente para esas labores, podían pernoctar y transitar por todos los espacios de las casas de las carreras primera, segunda y tercera, paralelas al río; con excepción de los sitios secretos en donde se guardaban los cofres de alhajas y caudales. Sirvientas las llamaban y eran negras. Vivían sometidas a una servidumbre doméstica bastante parecida a la esclavitud forzada, expropiadas de su autonomía y excluidas de la educación y de los más mínimos derechos. Ocurrió en Quibdó, en el sector central de la ciudad, habitado por la élite blanca heredera del poder colonial y por unas cuantas familias negras acaudaladas, desde principios del siglo XX hasta finales de la década de los años 1960, luego de que un incendio devastador quemó la exclusiva zona simbólicamente demarcada para tan vil segregación.

Muchas familias que, a raíz del gran incendio, se marcharon de Quibdó hacia Bogotá, Cali, Medellín, Popayán, Cartagena, Barranquilla, prolongaron este modelo de servidumbre, a partir de los años 1970: mandaban por una muchacha a Quibdó, preferiblemente del campo, para que trabajara en sus casas citadinas y ahora se encargara –ella sola- de todos los oficios. La mísera paga o el cambio de título, de sirvienta a empleada o muchacha, no marcó ninguna diferencia en la mayoría de los casos; como no la ha marcado la eufemística y difundida costumbre de llamar a las empleadas domésticas de hoy la chica o la muchacha o la señora que nos ayuda en la casa.

Toda la razón del mundo tuvieron estas mujeres y sus parentelas extensas en su idolatría a Diego Luis Córdoba luego de que él les prometiera, en 1933, cambiar su delantal de sirvientas por un título de maestras.


lunes, 20 de julio de 2020


Recordando a Diego Luis
Diego Luis Córdoba a la salida de una sesión parlamentaria.
Atrás, de sombrero, Adán Arriaga Andrade.
Foto Twitter: @MemoriaUN
Decía un liberal de vieja data que cuando uno habla de Diego Luis en materia de historia política nacional, todo el mundo en Colombia sabe que se está refiriendo a Diego Luis Córdoba.

Por lo que representó tanto para la región chocoana como para toda la nación colombiana, lo recordamos hoy en El Guarengue, a propósito del aniversario 113º de su nacimiento, que se cumple este 21 de julio; pues ese día, del año1907, nació Diego Luis en Neguá. Lo recordamos, mediante unas palabras introductorias de Pietro Pisano, que incluyen una fabulosa anécdota de la infancia de Diego Luis, y a través de un texto del mismo autor sobre las mujeres en el Cordobismo, un tópico a veces poco conocido.

Dice Pisano: “los relatos sobre Córdoba lo describen como un paladín de la causa de la gente negra, tanto en el Chocó como en Colombia, predestinado a realizar su mejoramiento. Como ejemplo de esto, el escritor chocoano Libardo Arriaga Copete relata una anécdota según la cual el niño Diego Luis Córdoba, interrogado una vez sobre los confines del Chocó, contestaría que:

“El Chocó limita por el norte con el Mar de las Antillas, por donde llegaban los bajeles cargados de negros esclavos con destino a las minas de oro; por el sur, con el Valle del Cauca, de donde eran los blancos despiadados que atormentaban a los negros esclavos en las minas; y, por el oriente, con Antioquia, donde los blancos llevaban el hierro en las manos, porque en el cuello lo llevaban los negros”.

“Desde niño, entonces, Diego Luis Córdoba tendría aquella conciencia racial que guiaría toda su carrera política, la cual se construiría sobre la emancipación de la gente negra de la subordinación de la cual era víctima por parte de los blancos.

“Por lo general, se atribuyen a este personaje tres logros, que llevarían al mejoramiento de la gente negra: la contribución en la creación de una identidad afrocolombiana (o afrochocoana) (Rausch,2003), la liberación de la gente negra del Chocó a través del estímulo de la educación y su emancipación política a través de la elevación de la región a departamento en 1947”[1].

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Las mujeres (negras) en la ideología cordobista:
la educación como medio de mejoramiento social[2]
Pietro Pisano

Hemos visto que el movimiento cordobista, surgido en 1933, se fundó en la búsqueda de un cambio en las relaciones raciales y sociales que habían caracterizado el Chocó desde la Colonia, poniendo fin al dominio de la elite blanco-mulata y logrando una mayor participación de los sectores marginados, socialmente pobres y racialmente “negros”, en la vida política, cultural y económica de la región. Es interesante destacar que, aunque con algunos límites que serán analizados más adelante, la condición femenina encontró un lugar importante en su programa. La razón de dicha importancia arraiga en la influencia que las ideas marxistas tuvieron en el movimiento cordobista.

En efecto, el marxismo ha tenido una interpretación que ha ido más allá de los problemas de clase y ha abarcado, no sin contradicciones, otras cuestiones, como las relaciones raciales y de género (Pisano, 2010). Al explicar su interpretación del marxismo, en un artículo publicado en la revista El Sábado en 1951, Diego Luis Córdoba esbozó la manera en que, a través de ello, se buscaba un cambio en las distintas formas de dominación y subordinación que afectaban los diferentes sectores de la sociedad. De acuerdo con él, el socialismo debía: “esforzarse por abolir todas las injustas diferencias de niveles de vida, seguridad y oportunidad entre los sexos, entre los grupos sociales, entre la ciudad y el campo, entre las comarcas y entre los grupos étnicos y raciales” (Córdoba, 1951, pág. 5).

Diego Luis Córdoba, 1933.
Foto Twitter: @colombia_hist
El programa cordobista se esforzó entonces por generar el mejoramiento de aquellos grupos que por género, “raza” o clase estaban marginados: las mujeres, la gente negra y los sectores populares. En lo que tiene que ver con la cuestión femenina, el cordobismo parece articular indirectamente estos ámbitos de subordinación. En efecto, siendo un movimiento dirigido al mejoramiento de la gente negra, término que en el Chocó de esa época indicaba generalmente personas que pertenecían a los sectores más pobres de la sociedad (Pisano, 2010), al hablar de las mujeres se dirigía particularmente a un sector específico de ellas, afectado por una subordinación que era al mismo tiempo de ‘raza’, de género y de clase, siendo las mujeres en cuestión también ‘negras’ y de sectores populares. Es más, justamente las mujeres negras parecían expresar la condición de marginación que toda la gente negra padecía en el Chocó dado que, en falta de instituciones educativas, quedaban en mayor medida relegadas a trabajos humildes y mal remunerados.

En particular, se podría plantear que el hecho de que muchas de ellas trabajaran como empleadas al servicio de la elite fue interpretado como una metáfora de la sumisión padecida históricamente por todo el grupo y que recordaba la esclavitud. De ahí que, por un movimiento que se proponía la “liberación” de la gente negra de las nuevas formas de sumisión y “esclavitud” a la cual había sido sometida tras la emancipación decretada en el siglo XIX (Pisano, 2010), el mejoramiento de las mujeres adquiriere un rol peculiar. Como ocurrió con la gente negra en general, también el objetivo de mejorar las condiciones de las mujeres chocoanas se expresó en el estímulo de la educación.

Este ámbito, en efecto, fue considerado fundamental tanto para desmentir los estereotipos que consideraban a la gente negra como incapaz de contribuir culturalmente en la vida del país, así como superar su sumisión política, económica y cultural respecto a los blancos (Pisano, 2009 & 2010). Es justamente en el discurso sobre la educación que la cuestión femenina emerge con más frecuencia. Ya en 1932, en una proclama pronunciada en Quibdó para anunciar su programa de cambio para el Chocó, Diego Luis Córdoba declaró: Vengo a tomarme el Concejo del municipio de Quibdó, para desde allí comenzar la transformación que el Chocó necesita; vengo a sacar a las señoritas del Chocó de la servidumbre y la ignorancia; vengo a proponer y dar el cambio social que nuestro pueblo anhela; vengo a educar a mi pueblo y a mi raza (Testimonio de Onofre Londoño Palacios. En Rivas, 1986, pág. 199)

De la misma manera, en otra ocasión, tras el rechazo demostrado por la aristocracia hacia un proyecto sobre la creación de “colegios para señoritas” en Quibdó y en Istmina, el mismo Diego Luis Córdoba afirmaría: “Yo les prometo a las madres chocoanas que pronto cambiaremos los delantales de sus hijas por diplomas de maestras” (Caicedo, 1992, pág. 29). En esos discursos el político chocoano no hace referencia explícita a la pertenencia racial de las mujeres de las cuales estaba hablando. Sin embargo, el hecho de que las mujeres negras eran las que más estaban excluidas de la educación permite plantear la hipótesis de que eran ellas las que mayoritariamente se beneficiarían de su programa sobre el estímulo de la educación femenina. De hecho, considero significativo que en la memoria popular chocoana el relato sobre estos discursos atribuye a las mujeres una pertenencia racial muy específica. Por ejemplo, según un testimonio recogido en Quibdó en la proclama de 1932 Diego Córdoba juraría “cambiar los delantales de las mujeres negras por diplomas de maestra” (citado en Pisano, 2010, pág. 143), evidenciando así el carácter racial de la política educativa del cordobismo.

Diego Luis en su oficina
de parlamentario, en Bogotá.
Foto: Archivo fotográfico
y fílmico del Chocó.
Llegado al poder, el cordobismo se preocupó por solucionar el problema de la educación femenina, particularmente el de las mujeres de sectores populares y, por ende, de la gran mayoría de las mujeres negras chocoanas. En 1934, el gobierno intendencial creó dos Colegios “para señoritas” en Quibdó y en Istmina, que hubieran proporcionado a sus estudiantes una formación secundaria y normalista (Caicedo, 1992). De acuerdo con Caicedo (1977), el Colegio Intendencial de Quibdó fue considerado el contrapeso del Colegio de la Presentación en el cual, como hemos visto, la entrada de las estudiantes negras era particularmente dificultosa. Gracias a las medidas tomadas por el cordobismo, un número impreciso de mujeres chocoanas pudieron acceder entonces a los estudios, tanto de primaria como secundarios, así como a los programas de becas que ese movimiento creó para favorecer la formación de los estudiantes de la región en los grandes centros del país (Pisano, 2009 & 2010).

Así, bajo la gestión del Secretario de Educación Vicente Barrios Ferrer, algunas estudiantes chocoanas tuvieron la oportunidad de participar en cursos de formación pedagógica en Bogotá, Popayán y en la Costa Atlántica (Caicedo, 1977; Martínez, 1983). Como afirma Teresa Martínez de Varela (1987), de las becas creadas por el cordobismo pudieron beneficiarse tanto estudiantes blancos como “negros”. En el caso que nos interesa, en el listado presentado por Caicedo (1977) localizamos al menos dos mujeres de la elite blanca de la ciudad: María Dualiby Meluk y Judith Ferrer. Sin embargo, también las mujeres negras de los sectores pobres o de la clase media negra quibdoseña pudieron acceder a esos programas de estudio. Muchas de ellas pudieron graduarse en el Instituto Pedagógico Femenino de Quibdó, creado por impulso de Diego Luis Córdoba y entrar en el mundo de trabajo ya no como empleadas domésticas o como vendedoras sino como maestras. A este propósito, un testimonio recogido en Quibdó relató que, gracias a la política cordobista, se produjo un aumento de mujeres en el mercado laboral chocoano, donde las maestras negras egresadas de las nuevas instituciones educativas remplazaron las que anteriormente llegaban del Cauca. En otros casos, esas profesionales pudieron acceder también a cargos en oficinas públicas (político chocoano de 78 años, entrevista realizada en Quibdó el 30 de septiembre de 2008).

La falta de datos no permite establecer con exactitud cuántas mujeres pudieron beneficiarse de las reformas realizadas en el sector educativo. Algunos datos contenidos en un informe presentado en el Congreso en 1946 en el marco del debate sobre la creación del Departamento del Chocó proporcionan elementos que confirman que muchas se dedicaron a la enseñanza, suscitando la preocupación de los hombres para el cambio de estatus social que esto implicaba. En efecto, el documento denunció el “avanzadísimo índice” de la Intendencia del Chocó en el sector educativo, tan avanzado que, según los autores, sobrepasaba las necesidades de la región. En particular, denunció los altos costos invertidos en la construcción y en la remodelación de edificios escolares, así como el gasto representado por la creación de becas, que sumaba $40.330 de la época. A este propósito, afirmó que en ese momento 94 estudiantes chocoanos eran becados para estudiar fuera de la Intendencia y 60 para estudiar en las instituciones educativas de Quibdó e Istmina.

El informe denunció además el énfasis dado a la educación humanística, que había provocado una “superproducción de maestros de ambos sexos”, que eran 217 para una población escolar de 8.514 niños. Por el contrario, resaltó la ausencia de una formación más “práctica”, auspiciando que: “El Chocó produjera técnicos, hombres prácticos, buenos oficinistas, de los cual carece, y mujeres útiles en la vida del hogar, cuya escuela no las desadaptará para convertirlas en serio problema económico para sus padres” (Anales del Congreso, 1946, pág. 7). Este documento confirma la entrada de muchas chocoanas en el mercado del trabajo en posiciones más prestigiosas respecto al pasado, así como la importancia que la enseñanza tuvo en este proceso. Al mismo tiempo, confirma la preocupación de sus autores por el cambio que esto determinaba en el rol tradicionalmente reservado a las mujeres, que se saldrían del ámbito doméstico al cual estaban relegadas históricamente o de la condición de servidumbre que caracterizaba las de los sectores pobres de la sociedad.

El “Informe sobre la Intendencia del Chocó” (1946) deja entender que las políticas actuadas por el cordobismo en materia educativa fueron interpretadas como la subversión de varios órdenes de dominación: por un lado, un orden socio-racial general, dado que muchas personas negras estaban dejando sus trabajos subordinados para volverse “maestros”, o sea estaban adquiriendo una posición laboral y un rol social más prestigioso. Por el otro, la educación femenina pareció subvertir el orden social, racial y de género: en efecto, muchas mujeres pudieron dejar la vida doméstica a la cual estaban relegadas tradicionalmente o en el caso de las mujeres de sectores populares, acceder a la instrucción, de la cual anteriormente estaban excluidas por la falta de instituciones educativas. Desde el punto laboral, muchas tuvieron la posibilidad de dejar de ser empleadas en las casas de la elite y, como lo había anunciado Córdoba en su proclama de 1932, volverse ellas también “maestras”. De esta manera, los sectores subalternos ya no estaban en el lugar que les había sido asignado históricamente: la gente negra estaba adquiriendo las herramientas para liberarse de la subordinación a la blanca; las mujeres negras se estaban emancipando de su opresión racial y de género.




[1] Pisano, Pietro. Liderazgo político “negro” en Colombia 1943-1964. Universidad Nacional de Colombia, 2012. 260 pp. Pág. 155.

[2] El presente texto es un fragmento de un escrito del autor basado en los resultados de su investigación “Liderazgo político negro en Colombia 1943-1964”, que fue realizada como base de la tesis de grado del mismo título para la Maestría en Historia en la Universidad Nacional de Colombia, aprobada en 2010. Tomado de:

lunes, 13 de julio de 2020


2 Homenajes
Atrato. Foto: Guillermo Ossa, El Tiempo.
El Guarengue evoca la memoria de la recién fallecida Dominga Bejarano de Moreno, a quien la historia recordará por su infatigable liderazgo en los procesos organizativos locales y regionales del Medio Atrato, el Chocó y el Pacífico, a los cuales dedicó más de media vida. En tiempos en los que era una rareza que las mujeres saltaran de los roles domésticos -a los que eran reducidas- a la escena pública de construcción de procesos de reivindicación de derechos étnicos, políticos, económicos y sociales; Dominga y otras mujeres medioatrateñas contribuyeron vivamente a la generación de hitos como el nacimiento de COCOMACIA.

Igualmente, recordamos en El Guarengue al maestro y poeta Carlos Mazo, quien al decir de Don Alfredo Cujar Garcés es “el antioqueño que más nos ha querido[1]; y quien vivió en Quibdó entre 1922 y 1926, combinando su trabajo pedagógico (fue profesor del Colegio Carrasquilla) con la consolidación de su oficio poético. A orillas del río tutelar de la ciudad, Mazo escribió el que se considera como su más excelso poema: Canto al Atrato.

A una atrateña de nacimiento, que en las orillas de este río nació, vivió y murió, y a quien deslizó su pluma sobre el papel en blanco para tributar su arte al gran lago andante, un homenaje compartido.

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I
Dominga
Luego de más de media vida dedicada al servicio de la causa de los procesos organizativos de las comunidades negras, especialmente en el Medio Atrato, este jueves 9 de julio de 2020, murió la señora Dominga Bejarano de Moreno, quien el pasado 15 de junio había cumplido 86 años de edad.
Dominga Bejarano de Moreno, 2015. Foto: Mónica Castaño, FAO.

Durante muchos años, Dominga fue Presidenta de la ANUC Seccional Chocó. También de FEPRIA (Federación de Productores del Río Atrato), una organización apoyada por la cooperación holandesa (Proyecto DIAR-Desarrollo Integral Agrícola y Rural), que trabajó en la comercialización de arroz en los años 1980; y de ASPRODEMA (Asociación de Productores del Medio Atrato), un proyecto campesino surgido a principios de este siglo, a partir de recursos de ECOFONDO, el fondo ambiental extinto hace ya una década. Igualmente, cómo no, Dominga lideró y presidió el Consejo Comunitario Local de su pueblo, Tagachí, como parte de COCOMACIA (Consejo Comunitario Mayor de la Asociación Campesina Integral del Atrato), que es quizás la organización más emblemática en la historia de los procesos organizativos de las comunidades negras en Colombia y de la cual Dominga fue artífice y cofundadora. Como ella misma lo reconocía siempre que contaba su historia de vida, Dominga fue precursora de dichos procesos organizativos gracias a la formación social que recibió en los procesos de comunidades eclesiales de base (CEB) y de Alfabetización popular, promovidos por el Equipo Misionero del Medio Atrato, las Seglares Claretianas, el Vicariato Apostólico y la Diócesis de Quibdó.

Dominga es inolvidable, como aquellas compañeras de su época que aportaron desde su ser de mujeres de claro liderazgo en el Medio Atrato: Ana Victoria Torres, Zulma Cornelia Chaverra, Teresa Moya y Encarnación Machado. Todas ellas fueron pioneras de la causa campesina y de la causa feminista, en tanto, sin mucho discurso; pero, con una praxis inagotable, abrieron caminos y espacios para que las mujeres pasaran de cocinar en los encuentros campesinos a liderar, dirigir y orientar los procesos organizativos desde su perspectiva de mujeres, pobres, campesinas y negras. Sus voces vigorosas, sus ideas sólidas, sus figuras representativas y comprometidas con el bienestar y el desarrollo de su gente, siempre estarán en la memoria y en la historia de la lucha por los derechos de las comunidades negras en Colombia, así muchas veces no figuren en las narrativas ni en la memoria de quienes –incluso sin saberlo- gracias a ellas enarbolan hoy esas banderas.

Paz en la tumba de Dominga Bejarano de Moreno, sea perpetua la memoria de su vida.


II
Carlos Mazo
Carlos Mazo. Pintura
de Darío Sevillano Álvarez (2015),
Pinacoteca municipal sopetranera.
Trashumante y andariego, después de recorrer, entre 1916 y 1921, prácticamente todos los pueblos de Antioquia como educador, Carlos Mazo Argüelles recaló en Quibdó a los 27 años de edad. A la orilla del Atrato, en ese claro de la modernidad en medio de la selva que era entonces la ciudad, permaneció entre 1922 y 1926.

En Quibdó, Mazo vivió una especie de retiro o quinquenio sabático, pues, aunque ejerció el magisterio en el Colegio Carrasquilla, buena parte de su tiempo lo dedicó a las tertulias en los salones sociales, a la organización de actividades culturales en los teatros de la ciudad y a la consolidación de su obra poética, de la cual la Alcaldía de Quibdó publicó la primera antología.

Carlos Mazo nació en Sopetrán el 4 de noviembre de 1895. Allí mismo, al occidente de Antioquia, al pie del fervoroso Cauca, falleció el 10 de julio de 1939. Para recordarlo, a 81 años de su muerte, nada mejor que releer el que es considerado su poema mejor logrado.



Canto al Atrato
Carlos Mazo

Te hablo de aquí, de la ciudad bañada,
por tu espesa corriente aletargada
en la quietud profunda de un remanso.
De la ciudad que a ti se inclina,
como si se inclinara sobre el ancho lomo
de un gran león adormecido y manso.

El cielo se ennegrece; nubarrones inmensos
llegan en oscuro enjambre
como águilas que buscan en legiones
con qué saciar los ímpetus del hambre.
Rompe la lluvia su ánfora crujiente,
rebrama el huracán, revienta el trueno;
mas tú impasible, espléndido y sereno,
te vas hinchando silenciosamente.
Y sigues entre espumas multiformes,
sin visos de pavor ni aullidos roncos,
meciendo dulcemente los enormes
cadáveres de ramas y de troncos.

Y eres, cuando el misterio de la luna
derrama en ti su luminoso lampo,
como una inmensa y pálida laguna
en la infinita soledad del campo.
La ciudad duerme: místico momento
del rito nocturnal. Nada se escucha…
La selva calla…
Se ha apagado el viento…
En una lejanísima casucha
un trémulo fulgor apenas brilla.
Y los árboles altos de tu orilla,
al destacarse en el confín incierto,
fingen en mí fantásticos delirios,
que son enormes y dolientes cirios.
Te vas hinchando silenciosamente…
al pie del lecho de un monarca muerto.

¡Adiós!... Te hablé de la ciudad bañada
por tu espesa corriente aletargada
en la quietud profunda de un remanso…
De la ciudad que a ti se inclina,
como si se inclinara sobre al ancho lomo
de un gran león adormecido y manso.






[1] LA COLUMNA DE MENA MENA. ¿Ingratitud y olvido? (Nadie ha engrandecido tanto al Chocó como sus cantores y poetas). En: http://www.angelfire.com/co/scipion/choco7dias/445/mena_mena.htm

lunes, 6 de julio de 2020


Hitos y coincidencias
Diego Luis Córdoba y Adán Arriaga Andrade nacieron en el mismo año en el que fue creada la Intendencia Nacional del Chocó y forman parte de una generación excelsa y meritoria de chocoanos verdaderamente comprometidos con la suerte de su tierra natal.

Un poco menos de 50.000 almas, como se solía decir en aquella época, poblaban este territorio cuando fue creada la Intendencia Nacional del Chocó [1], mediante un decreto dado en Madrid (Cundinamarca) y firmado por Rafael Reyes como Presidente de la República. Era el Decreto Nº 1347, del 5 de noviembre de 1906, que en su quincuagésimo primero y último artículo establecía su vigencia desde el 1º de enero de 1907 [2], y en sus artículos segundo y tercero establecía, respectivamente, los límites y la organización político administrativa de la Intendencia en dos provincias, Atrato y San Juan, compuestas por un total de trece municipios, diez de los cuales ya existían como tales y tres eran creados por el mismo decreto.

Cuando el General Rafael Reyes -boyacense y Conservador- asumió la Presidencia, Colombia aún olía a pólvora interpartidista de la Guerra de los Mil días y en la conciencia de sus dirigentes, aún los más pérfidos y taimados, pesaba como una flota de buques la “pérdida” de Panamá. En la tierra chocoana, antes hermana de tamborito y mejorana de la tierra panameña, y ahora su simple y limítrofe vecina, también se percibía ese aroma y se sentía dicho peso. De modo que una naciente dirigencia provincial -varios de cuyos integrantes habían sido soldados, capitanes y coroneles de la guerra-, conformada por comerciantes e incipientes empresarios, presionó al triunfante Conservatismo para que reemplazara a Popayán por Bogotá como centro de poder y gobierno; y así las provincias del Atrato y del San Juan dejaran de pertenecer al Cauca y juntas formaran una nueva unidad territorial que fuera administrada directamente desde la capital del país.

Era el sentir de esa dirigencia que Popayán no solamente quedaba distante, a veces tanto como Bogotá, sino que para su aristocracia las tierras del Chocó eran únicamente fuente de metales preciosos, de maderas finas y otros productos de la selva, y su gente no era más que mano de obra barata y siempre disponible, cuando más socios empresariales minoritarios o centinelas de sus intereses por estos lares. El Presidente Reyes, en nombre de la reconstrucción de la nación y de la salvaguarda de su soberanía, estaba dispuesto a crear –como efectivamente lo hizo- cuanta entidad territorial sirviera a sus propósitos políticos a la vez que previniera nuevas secesiones territoriales,pues el palo no estaba para cucharas y el país no resistiría otra Panamá.

Así las cosas, efectivamente, el decreto de creación de la Intendencia Nacional del Chocó ordenaba en su artículo 1º: “Sepáranse del Departamento del Cauca las Provincias de San Juan y del Atrato, las cuales constituirán la Intendencia nacional del Chocó, que será administrada directamente por el Gobierno”. La Provincia del San Juan quedó conformada (artículo 3º) “por los municipios de Baudó, Condoto, Sipí, Tadó, Novita e Istmina (San Pablo), que será su cabecera”. Y la del Atrato compuesta por cuatro municipios ya existentes: Quibdó (cabecera provincial), Bagadó, Carmen y Lloró, y por tres municipios que  el mismo decreto creaba: San Nicolás de Titumate, San Rafael de Neguá y Litoral del Pacífico.[3] Un año después, Titumate sería regresado a su condición de corregimiento y posteriormente sería parte del Municipio de Acandí. La capital de la Intendencia se fijó en Quibdó.

Carta geográfica de la Intendencia 
del Chocó, 1928.
La estructura de gobierno y el periodo del gobernante intendencial fueron definidos en el Capítulo II-Administración y personal, del Decreto Nº 1347, del 5 de noviembre de 1906: “La Intendencia será administrada por un empleado superior, Agente inmediato del Gobierno, que se denominará Intendente; por los Alcaldes provinciales, por los Alcaldes municipales y por los inspectores de policía. El Intendente durará en su destino por un período de tres años, y servirá de fecha inicial el 1º de enero siguiente al de su elección[4].

Aun en su condición de empleado y agente inmediato del gobierno nacional, al Intendente se le fijaron, además de las funciones vigentes para los gobernadores departamentales, unas treinta funciones adicionales, que abarcaban los más diversos campos de la administración y el ejercicio de la autoridad, en los campos de la instrucción pública, comunicaciones, vías y caminos, navegación fluvial, presupuestos y personal, infraestructura pública y reglamentación de las más diversas materias.

El desarrollo y cumplimiento de tales funciones permitió un evidente avance en las condiciones de vida de la región, ya que los presupuestos elaborados por el Intendente y su Consejo de Administración, aunque sujetos a la refrendación del Gobierno Nacional, hicieron posible la creación de escuelas urbanas y rurales, la apertura de caminos y carreteras, la construcción de edificios públicos, procesos de urbanización y ornato de las cabeceras municipales y la atención organizada de graves problemas sociales de salud y alimentación. Por ejemplo, casi por primera vez, se adelantaron obras de saneamiento básico de los poblados, como la desecación de pantanos, la construcción de cloacas y albañales; y se desarrollaron campañas sistemáticas de vacunación y visitas médicas in situ para atención primaria en salud, en un territorio que era presa permanente de epidemias de pian, tuberculosis, anemia, paludismo y otras enfermedades tropicales. 

Igualmente, la Intendencia tramitó ante Bogotá el nombramiento de los llamados Agrónomos Nacionales, que recorrían el territorio brindando asesoría y promoviendo programas de fomento agropecuario a través de los cuales se buscaba la diversificación de los campos y su modernización, la mejora de los ingresos y la garantía de alimentación de los campesinos negros, cuyas vidas transcurrían lejos de los centros de poder y del poder mismo, lejos de los beneficios del crecimiento económico que empezaba a vivir la región, reducidos a ser proveedores agrícolas y de productos maderables y no maderables del bosque en un mercado dominado por los comerciantes y empresarios blancos. Del mismo modo, en cabeceras municipales como Quibdó e Istmina, la gente negra del común estaba sujeta a la servidumbre doméstica y a la práctica de oficios como cargue y descargue, albañilería y ayudantía de construcción, carpintería, rocería, entre otros; y a su utilización como mano de obra en minas que funcionaban de manera similar a como lo hacían en la Colonia, aunque sin relación formal de esclavización.

Al Intendente se le encargó también “atender con el mayor interés a la civilización de los habitantes del territorio, procurando reducir a poblaciones fijas a los indígenas errantes y acostumbrarlos por medios suaves a la obediencia y sujeción de las leyes, para lo cual debe fomentar el establecimiento y desarrollo de las misiones[5]. Este propósito nacional estaba enmarcado en el Tratado de Misiones suscrito con base en el Concordato de 1887 entre el Estado Vaticano y la República de Colombia, en virtud del cual y bajo mandato de Rafael Núñez, el Estado colombiano se proclamó tan confesional como su contraparte, condición que le duraría más de un siglo, hasta la Constitución de 1991.

Mapa de la Prefectura Apostólica
del Chocó, 1925.
Regionalmente, tal propósito "civilizador" se cumplió con creces a partir de la creación de la Prefectura Apostólica del Chocó, en 1908, desde la cual los Misioneros Claretianos, llegados a Quibdó en febrero de 1909, establecieron internados indígenas en Catrú, para la zona del Baudó; en Aguasal, para el Alto Andágueda; y en Lloró, para el Alto y Medio Atrato; como centros de castellanización, cristianización y aculturación de cuanto indígena chocoano tuvieran a su alcance. Así mismo, fundaron pueblos y estaciones misionales desde los cuales, además de desplegar sus esfuerzos hacia los indígenas, impartían catecismo y sacramentos a la población negra, en cuyos asentamientos construyeron templos y promovieron prácticas religiosas formales, que hasta hoy subsisten, como las fiestas patronales, las oraciones y rezos, y el uso devocional de la imaginería católica 

El Decreto Nº 1347, del 5 de noviembre de 1906, mediante el cual se crea y organiza la Intendencia Nacional del Chocó, incluye también capítulos referentes a las siguientes materias: legislación aplicable en la nueva entidad administrativa, régimen municipal, organización judicial, notariado y registro, elección, escuelas, colonización y misiones, vías de comunicación, establecimientos de castigo, policía, publicaciones oficiales y disposiciones varias. 51 artículos y 15 capítulos lo componen.

Tal como lo ordena el mismo decreto, la Intendencia Nacional del Chocó nace oficialmente el 1º de enero de 1907. Cuatro meses y una semana después, el martes 7 de mayo, es fusilado en Quibdó el abogado, músico y poeta negro Manuel Saturio Valencia, quien también combatiera como Capitán del bando conservador en la Guerra de los Mil días; bajo la acusación de incendiario de la ciudad, en hechos supuestamente ocurridos en la noche del 1º de mayo, que según la mayoría de sus biógrafos no fueron más que una falsedad orquestada por la élite para cobrarle a Saturio, con su vida, el haber desafiado de diversas maneras el poder blanco dominante.

Seis meses después del nacimiento de la Intendencia, en Neguá, el domingo 21 de julio, nacería Diego Luis Córdoba [6]. Siete meses después, nació en Lloró Adán Arriaga Andrade, el sábado 24 de agosto [7]. Ramón Mosquera Rivas había nacido un año y medio antes, en San Pablo, cabecera municipal de Istmina, el jueves 13 de julio de 1905 [8]. Los tres son miembros de una generación excelsa que no solamente obtuvo un merecido sitio en el ámbito intelectual y político de Colombia, sino que también combinaron sus esfuerzos, voluntades y talentos para que la región igualmente tuviera un lugar más digno en los escenarios nacionales.

El nacimiento institucional del Chocó en el siglo XX coincide, pues, con la muerte y el nacimiento de preclaros símbolos de la lucha racial en el campo de la política regional y nacional; una lucha y una causa cuyo primer fruto de trascendencia fue el acceso de profesionales negros a instancias políticas de gobierno y representación, desde las cuales lideraron el proceso que condujo -cuarenta años después de la creación de la Intendencia- a la creación del Departamento del Chocó, como un escalón más hacia el reconocimiento de este territorio y de su gente. Curiosamente, los actos legislativos que dan vida a ambos hitos fueron firmados por presidentes de la república adscritos al Partido Conservador: Rafael Reyes firmó el decreto que creó la Intendencia, Mariano Ospina Pérez firmó la ley que creó el Departamento del Chocó. La Calle 26 de Quibdó lleva el nombre de Alameda Reyes. La desaparecida Escuela Industrial de Quibdó llevaba el nombre de Mariano Ospina Pérez. Manuel Saturio Valencia también pertenecía al Partido Conservador.

Rafael Reyes firmó el decreto que creó la Intendencia.
Mariano Ospina Pérez firmó la ley que creó el Departamento del Chocó.