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*Escena de una chirimía. Balbino Arriaga, 1971. Bocetos para un telón. Acuarela, 35.6 x 43.2 cm. FUENTE: Alma Arriaga, colección particular. Tomada del libro "Balbino Arriaga a través de la academia. Clara Forero, Iván Benavides. Universidad Nacional de Colombia. 2018. La foto de Balbino Arriaga es la portada del libro; del cual son tomadas todas las imágenes incluidas en esta publicación de El Guarengue. |
Hace 66 años, del 19 al 30 de marzo de 1958, se llevó a cabo
en Quibdó, con el patrocinio de la Unesco, uno de los eventos de mayor
importancia y trascendencia científica que haya tenido lugar en Colombia, por
sus novedosos aportes al conocimiento mundial en los campos forestal, botánico,
hidrológico, cultural y étnico, geográfico, sociológico, ecológico y ambiental:
el Simposio Americano sobre Zonas Húmedas Tropicales; cuya organización e
impulso estuvo a cargo del naturalista colombiano Enrique Pérez Arbeláez y el
científico alemán Ernesto Guhl.
Además del gran Pérez Arbeláez y de Guhl, participaron en el simposio otros científicos nacionales y
extranjeros también de talla mundial, como José Cuatrecasas Arumí, Robert C. West, Gerardo
Budowsky, Roberto Pineda, Orlando Fals Borda, Ernesto Vautier, Francis Raymond
Fosberg, Adolpho Ducke y Lyman Bradford Smith. En su calidad de secretario
general del Simposio -nombrado por Miguel Ángel Arcos, quien era entonces Gobernador
del Chocó-, Rodolfo Castro Torrijos presentó a la concurrencia una completa
monografía titulada Chocó-Colombia, que contenía información y datos sobre
diversos aspectos de cada uno de los municipios del Chocó y de la región en
general.
La presentación de Castro Torrijos fue largamente aplaudida,
por lo apropiada y pertinente que resultaba para el simposio, dados sus
contenidos, y por su diligente trabajo de diagramación e ilustración; cuyos
dibujos, mapas, planos, cuadros estadísticos, portada y portadillas internas,
habían sido hechos por un jovencito que aún no cumplía 20 años de edad y
tampoco -como era frecuente en aquella época- había culminado sus estudios de
bachillerato, lo cual haría dos años más tarde.
Ese jovencito era el artista chocoano Balbino Arriaga Ariza
(Quibdó, 18 de junio de 1938-Bogotá, 5 de julio de 2002), hijo de Balbino
Arriaga Castro, quien además de dirigente liberal y probo funcionario, fue
consagrado y admirado maestro e intelectual; y quien, como presidente de la
junta organizadora, influyó notablemente en la concertación con la curia
claretiana de un nuevo modelo de celebración de la Fiesta Patronal de San
Francisco de Asís, en Quibdó, donde además del templo fueran también la calle y
el barrio, el vecindario y la población, escenarios y sujetos con
poder de celebración festiva y devocional. Dicha estructura rige desde finales
de la década de 1920 y principios de 1930.
La mamá de Balbino Arriaga Ariza fue Placidia Ariza Prada, hermana de los famosos profesionales y
políticos Luis Víctor y Víctor Dionisio. Balbino fue el único hombre de la prole de ella y su esposo, por lo que el niño creció
acompañado de sus siete hermanas: Carmen Elisa, Ángela Isabel, Alma del
Socorro, Placidia María, Ana Luisa, Pola del Carmen y Gloria Stella, todas ellas dotadas también de talentos artísticos y en varios casos dedicadas a su cultivo a través de las artes plásticas o las letras.
Rendimos homenaje en El
Guarengue al grandioso artista chocoano Balbino Arriaga Ariza, quien dedicó su
vida artística y profesional a la formación de nuevos talentos, en la
Universidad Nacional de Colombia, en donde trabajó durante más de 30 años y en
donde recibió -entre otros reconocimientos- el de Docencia Excepcional, que le
fuera concedido en cuatro ocasiones por el Consejo Superior de la Universidad
con base en la postulación de los egresados del Programa de Bellas Artes, varias
generaciones de los cuales encontraron en Balbino un verdadero Maestro.
Balbino Arriaga Ariza falleció a los 64 años, sin haber consolidado su obra, como lo venía haciendo desde que se retiró de la docencia. Su tempranera muerte nos privó de disfrutar aún más de lo que se puede lograr con el rico acervo que de la luminosa paleta de su alma quedó. El texto que reproducimos evoca y narra su infancia y su juventud e incluye valiosas imágenes de la vida y de la obra de Balbino.
Julio César U. H.
18.03.2024
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“Los colores del Atrato”Clara Forero, Iván Benavides
Universidad Nacional de Colombia, 2018
En 1930, empezó en Colombia la presidencia del boyacense Olaya
Herrera, que representó el fin de la Hegemonía Conservadora, periodo durante el
cual el Partido Conservador Colombiano había ostentado el poder por poco más
de cuarenta y cuatro años.
Sin embargo, a pesar de aquel cambio radical, la vida en el Chocó
transcurría impávida ante las muchas y vertiginosas transformaciones políticas
que sufría el país. Los factores que determinaron tal estado incluyeron un
aislamiento geográfico que perdura hasta hoy día y un injusto olvido por parte
del Gobierno central.
Debido a lo anterior, Quibdó se presentaba ante los ojos de
cualquier foráneo como suspendida en el tiempo, con un aire que se movía entre
lo provinciano y lo «macondiano», surcado por el constante cauce del río
Atrato.
Contrario a ello, el departamento atravesaba un auge, si no
extraordinario, cuando menos suficiente para llamar la atención de las factorías
extranjeras. Por la escasez mundial de platino, a causa de la Primera Guerra
Mundial, el Chocó entero y Quibdó, su principal centro administrativo, fueron
testigos de migraciones paulatinas de empresas británicas, que supusieron un
notable incremento de la población y una activación de la economía en la zona.
Casi inmediatamente, los hijos y herederos de aquella modesta
bonanza, junto con las poblaciones autóctonas, empezaron a configurar una clase
dirigente e intelectual urbana que el político chocoano Fernando Velásquez
Martínez denominó «mulatocracia» (citado en González, 2008, p. 117).
En medio de este contexto, vivió Ángela de los
Ríos, viuda de Quejada, la bisabuela de Balbino Arriaga. Una cartagenera que
llegó al Chocó a comienzos del siglo XX y que, en la década de los cuarenta,
decidió asentarse en Riosucio para dedicarse al comercio de tagua y caucho. Con
personas como ella, comenzó la paulatina colonización de aquella zona del
Pacífico.
La vida de aquella mujer —que en los relatos de
sus bisnietos parece inmersa entre el mito y la realidad— fue, por demás,
peculiar. Según parece, provenía de una familia de artesanos dedicados a la
elaboración de tapices y biombos, cosa que determinó para ella un aprestamiento
en ciertos oficios manuales, que posteriormente plasmaría en pequeñas
pinturas, tejidos, bordados, calados y flores de papel y de cera. Al tiempo, es
probable que haya tenido acceso a una buena educación para la época, puesto
que le gustaba declamar, y se sabe que, aparte de ser una ávida lectora, educó
a su nieto, Balbino Arriaga Castro, nacido el 27 de febrero de 1900, hasta un
nivel tal que pudo iniciar sus estudios de bachillerato sin haber cursado el
nivel primario.
Balbino Arriaga Castro, padre de Arriaga Ariza,
tuvo acceso a una extensa bibliografía, a través de la cual el pensamiento
humanista se instaló en su hogar de forma permanente. Arriaga Castro fungió
como secretario y juez municipal de Quibdó, así como contralor departamental
del Chocó, durante varios años. Aunque el Quibdó de antaño lo recuerda especialmente
por su labor como docente del Colegio Carrasquilla, por sus clases de
literatura y por su enorme biblioteca. De forma
paralela, Placidia Ariza, la madre de Balbino, estaba emparentada con toda una
generación de políticos y dirigentes locales que contribuyeron a la
industrialización y el fomento de la educación del Chocó, entre las décadas de
los cuarenta y cincuenta.
Parece claro que el nacimiento de nuestro hombre
se gestó en un ambiente propicio para el desarrollo intelectual. La prosperidad
que la explotación del platino y el oro dejó en el departamento y el nuevo
clima cultural, así como la búsqueda de una participación más activa del pueblo
chocoano frente a la política nacional para lograr su propio desarrollo,
constituyeron fuertes motores de progreso para la región y para la formación
de una generación más crítica.
Balbino Arriaga Ariza nació el 18 de junio de
1938. Fue el segundo de siete hijos y el único varón. La vida de la familia se
desenvolvió entre dos casas. La primera, situada a un costado del Colegio
Carrasquilla, tenía grandes patios y en ella se hallaba una enorme biblioteca
que, con el tiempo y hasta el fatal incendio de 1966, se convirtió en una
suerte de centro cultural para los colegiales. La segunda, ubicada a las
afueras de la ciudad, rodeada de árboles que ofrecían gustosos sus marañones,
naranjas y guayabas, era más bien una quinta de estilo californiano, una casa
arrullada permanentemente por la corriente del Atrato, cuyos recovecos Balbino
conoció muy bien, de acuerdo con el relato de Ángela Arriaga, una de sus
hermanas.
El río le dio a Balbino motivos, colores y formas
de toda clase para desarrollar su trabajo creativo. Desde su niñez, el impacto
de este sobre él se reflejó en su trabajo. Su infancia transcurrió en un tiempo
en el que el Atrato se dejaba navegar por enormes barcos con motores centrales,
semejantes a los que cruzaban por el Misisipi. Uno de los más destacados
recuerdos de Carmen Elisa, otra de sus hermanas, es el del paseo que Balbino y
ella hicieron junto a su padre desde Quibdó hasta Riosucio, donde residía su
bisabuela. Los Arriaga emprendieron rumbo a la manera de una historia de Mark
Twain: los caballeros con sombrero corcho y la pequeña con un vestido blanco.
En aquella ocasión, abordaron el «Cartagena de Indias», cuyo itinerario les
permitió visitar Puerto Martínez, Vigía del Fuerte, Bella Vista y, finalmente,
llegar a su destino.
Una vez se instalaron, emprendieron un corto paseo
por el río Truandó y el río Salaquí. Balbino padre, que no dejaba pasar
ocasiones como aquellas para ofrecer a sus hijos una cátedra de geografía,
biología y ecología, les pidió que juntaran sus oídos a unas enormes
formaciones rocosas que encontraron a mitad del trayecto. Se alcanzaba a oír un
trémulo sonido: la «resaca» del Pacífico. El padre anotó que si aquellas rocas
fueran extraídas sería posible ver el Pacífico y así concluir el anhelo
colombiano de conectar ambos océanos.
De vuelta en la casa de la bisabuela, Balbino hijo
pidió afanoso algunos materiales y se puso a dibujar lo que había visto. Sería
este uno de muchos momentos que marcaron el inicio de una recurrente
fascinación por el paisaje, el agua, el reflejo y los cielos arrebolados.
Por otro lado, el paulatino desarrollo de Quibdó
le permitió encontrarse con otra docena de estímulos. Quizá, uno de los
primeros y más llamativos fue su interés por el diseño de trajes, vestidos y
disfraces. Cabe señalar que su madre se formó de manera autodidacta como
costurera, de tal suerte que los libros de la biblioteca de Balbino Arriaga
Castro llegaban siempre en compañía de revistas y magazines ilustrados con
figurines, vestidos, cortes y plantillas, que la modista imitaba a la
perfección.
Es más que probable que aquel contacto cercano con
el diseño textil haya motivado al joven Balbino a realizar sus propios
experimentos. En efecto, las fiestas de disfraces y los jolgorios de las
fiestas de San Pacho fueron ocasiones propicias para que diseñara los trajes
de las comparsas, los vestidos para sus amigas, la pintura facial de sus
hermanas e incluso las carrozas del barrio César Conto, que en vista de sus
cualidades solicitaban regularmente sus servicios.
Del mismo modo, la llegada del cine al Chocó fue
una influencia determinante para su obra posterior. Cuando era todavía un niño,
instaló en su casa un enorme telón para exhibir películas de Charles Chaplin,
utilizando un proyector Pathé. Solía cobrar cinco centavos por la entrada y,
cuando la cinta empezaba a rodar, se convertía en el relator que complementaba
cada episodio. Años más tarde, frecuentó los teatros Quibdó, Salón Colombia y
Salón Claret. Las anécdotas coinciden en narrar los tratos que Balbino tenía
con sus compañeros de colegio, acostumbraba dibujar los mapas e ilustraciones
de sus amigos a cambio de dinero, que luego gastaba en el cine.
Sin embargo, por encima del río, de las telas o
del cine, estaban sus tizas y sus colores, las primeras herramientas de las que
dispuso y, en cierta forma, las que le harían célebre muchos años más tarde, ya
convertido en profesor universitario.
Cierto día, la tía de Balbino, Luisa Ariza, Lucha,
que trabajaba en el Instituto Pedagógico Femenino, le regaló algunas tizas de
colores, con las que hizo varios dibujos en el piso de su casa. El padre de
Balbino acostumbraba dejar aquellos garabatos por cierto tiempo y así poder
mostrarlos a los recurrentes visitantes. Uno de aquellos fue el señor César
Arriaga, intendente del Chocó, que en ocasiones llevaba al pequeño Balbino y a
sus hermanas a pasear en el carro de la intendencia, por entonces, uno de los
pocos vehículos que había en Quibdó.
A su llegada, después de uno de esos recorridos,
Balbino procedió, tizas en mano, a dibujar un carro en el piso de la casona. El
dibujo inquietó a Carmen Elisa, que inquirió sobre aquella extraña imagen de un
carro con tan solo dos ruedas. Desde luego, el pequeño Balbino, cuya edad no
excedería los tres años, explicó que aquello se debía a la posición frente a
la cual se había puesto con respecto al coche. Atisbando así, para sorpresa de
sus padres y de César Arriaga, nociones elementales de dibujo, como la
profundidad y la perspectiva. De ahí en adelante, sus padres le alentaron
incondicionalmente. Don Balbino Arriaga le suministró tantos materiales como
fue posible, muchos de los cuales debían ser llevados hasta Quibdó en barco
desde Cartagena.
Ahora bien, aunque su temprana formación artística
fue, en términos generales, autodidacta, Arriaga tuvo la oportunidad de conocer
a algunos de los más destacados docentes, artistas y artesanos de su región.
Pese a que la influencia que tuvieron sobre él es incierta, fueron estos
encuentros los primeros aprendizajes informales que obtuvo en tierra chocoana.
Se sabe, por ejemplo, que Balbino trató con cierta
regularidad a las educadoras Belén Perea y Esperanza Luna, avezadas artesanas
y personajes medulares dentro de la tecnificación artesanal en el Chocó. Al
respecto, en un informe sobre la artesanía del «cabecinegro», preparado
por Marta Lucía Bustos para Artesanías de Colombia (1989, p. 2), se menciona
lo siguiente: “La artesanía en damagua y cabecinegro, se inicia, entre la
población negra, con las educadoras Belén Perea, Judith Ferrer y Cruz
Esperanza Luna, quienes a finales de la década de los treinta enseñaron a sus
alumnos en Tadó, Istmina y Quibdó a trabajar dichas materias primas. Se hacían
entonces bolsos, carteras, individuales, vestidos, cuadros típicos y tapetes”.
Asimismo, mientras Balbino realizó sus estudios de
bachillerato en el Colegio Carrasquilla de Quibdó pudo trabar amistad y ser el
asistente del docente boyacense Hugo León, a quien eventualmente se le
comisionaron murales para esa misma institución. También pudo conocer al
célebre Francisco Mosquera Agualimpia, posteriormente llamado «el pintor de las
gentes y las costumbres del Chocó», que por entonces ofrecía su cátedra de
dibujo en el mismo colegio. Este pintor, gracias a una beca, había podido
adelantar tres años de estudios en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad
Nacional de Colombia, en Bogotá, entre las décadas de los treinta y cuarenta.
De acuerdo con Carmen Elisa Arriaga, hermana de
Balbino, es probable que Mosquera hubiese dado algunos consejos a Arriaga;
incluso es plausible que le haya exhortado a viajar a Bogotá para estudiar en
la misma escuela. Sea como fuere, al parecer, el pintor introdujo a Balbino en
el uso del lápiz y el carboncillo, técnicas que fueron fundamentales para su
obra y que constituyen los espacios de expresión en los que Arriaga consiguió
sus más prolíficas producciones.
A pesar de ello, el avance de Balbino en el dibujo
y la pintura contrastaba con sus calificaciones académicas y sus planes
futuros. Él había cursado sus estudios elementales en el Colegio de la
Presentación y después en la escuela anexa a la Normal Superior de Quibdó. Esa
época coincide con políticas liberales que mucho tuvieron que ver con la
laicización de la educación y con un proyecto construido a partir de las
novedades pedagógicas más vanguardistas (Reyes, 2012, pp. 37-38). No obstante,
ya en el quinto grado, Balbino expresó su renuencia a continuar con su
formación como docente normalista y tomó la decisión de trasladarse al Colegio
Carrasquilla, donde cursó cuatro años más de estudio. Mientras sus
calificaciones en dibujo y arte fueron siempre de 5.0, sus notas en aritmética
y matemáticas fueron motivo de más de una reprimenda por parte de su padre.
Debido a su larga trayectoria administrativa, para don Balbino Arriaga Castro,
era esencial que sus hijos aprendieran los fundamentos del pensamiento lógico.
Sin embargo, la persistencia de Balbino por dedicarse a las artes y su
indudable virtud para el dibujo le propiciaron poco tiempo después la oportunidad
perfecta para combinar dos escenarios, el de la política y el del arte, que
hasta entonces parecían irreconciliables.
En 1958, con motivo del simposio Tierras
húmedas tropicales, realizado en Quibdó, Balbino fue convocado por el
gobernador del Chocó, Miguel Ángel Arcos, y por el contralor departamental,
Rodolfo Castro Torrijos, para ilustrar el libro Chocó-Colombia. Una
especie de informe que recogía las conclusiones más importantes del encuentro.
Don Balbino Arriaga, quien también había ocupado el cargo de contralor años atrás,
recomendó a su hijo para que elaborara las ilustraciones que acompañarían al
texto y que serían esenciales para representar varios aspectos de la región:
geología, mineralogía, biodiversidad y etnografía.
Por esto, a Balbino se le asignó la elaboración de
mapas, planos, cuadros estadísticos y maquetas, así como un par de viñetas,
entre las que sobresale la imagen que se usó como portadilla del libro. Se
trataba de una rana desamparada que esperaba bajo su paraguas que amainaran las
fuertes lluvias que caracterizan los bosques húmedos del Chocó. Al mismo
tiempo, se le encargó hacer una serie de acuarelas que representaban los
pueblos y ciudades más importantes del Chocó y la cuenca del Atrato.
Lastimosamente dichas acuarelas no pudieron ser recuperadas.
Las hermanas de Balbino evocan la habilidad con la
que pudo recrear la mayor parte de las imágenes a partir de las memorias de su
infancia. Momento en el que, junto a su padre, conoció Istmina, Tadó, Condoto,
Andagoya y el Carmen del Atrato. Pero fue todavía más sobresaliente el grado de
rigor con el que pintó poblados que desconocía y que reconstruyó basado en las
anécdotas de su padre y de los invitados al simposio.
Al final, el resultado fue editado en dos
volúmenes mimeografiados en papel periódico. En la introducción del primer
tomo, Castro Torrijos (1958, p. 2) dice de Balbino: «Es un joven estudiante y
artista cuyo pincel acuarelista y ágil plumilla hacen milagros, y quien
colabora con todas las gráficas y cartas de este estudio».
Después de aquella oportunidad, Balbino sugirió a
su padre la idea de abandonar el bachillerato y continuar trabajando como
dibujante. Don Balbino Arriaga se opuso a tal idea y, en cambio, lo convenció
de culminar sus estudios de bachillerato en el Liceo Nacional Marco Fidel
Suárez de Medellín para, de esa forma, poder iniciar sus estudios como artista
en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Colombia, en
Bogotá.
Evidentemente, la falta de escuelas de arte en
Quibdó y la posibilidad de más y mejores oportunidades en otras ciudades
fueron factores decisivos para que Balbino dejara el Chocó de forma definitiva.
Arriaga no fue un caso aislado, por el contrario, hace parte de toda una
generación de inmigrantes, si bien él no tenía las necesidades económicas que
caracterizaban a la mayoría de esta población.
Medellín representó para Balbino el preludio de
las posibilidades que involucró su llegada a Bogotá. César Martínez, profesor
de la Facultad de Artes, narra cómo el rector del Liceo Marco Fidel Suárez le
dio a Arriaga el impulso definitivo para iniciar sus estudios como artista
(Mora, 2001). Aunque su padre jamás se opuso a los deseos y vocaciones de sus
hijos, no faltó la oportunidad en la que le insinuara la conveniencia de
estudiar una carrera con «más y mejores proyecciones», como arquitectura, por
ejemplo.
Balbino culminó el bachillerato en 1960 y un año después inició
formalmente sus estudios en la Universidad Nacional de Colombia, en una época
en la que no muchas personas se decidían a cursar una carrera universitaria.
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Estudio de mujer frente al río Atrato-Balbino Arriaga Ariza, 1990. Lámina en acuarela, 35.6 x 43.2 cm. Fuente: Alma Arriaga, colección particular. |