lunes, 22 de julio de 2024

 “Si un día, Colombia, llego a rebelarme, 
te pido, mi patria, sepas perdonarme”[1]

-A propósito de los 100 años de relaciones 
diplomáticas entre Colombia y Panamá-

1-Mapa de Juan Ogilby, 1671. Foto: IGAC. 2-Quibdó 1925, Foto: Misioneros Claretianos. 3 y 4-Promoción concierto conmemorativo. Fotos: Fundación Nacional Batuta de Colombia.

Se conmemoran cien años de relaciones diplomáticas entre Colombia y Panamá. El 9 de julio de 1924, cuando se acreditó por primera vez un diplomático colombiano ante el gobierno panameño, es considerada fecha oficial del comienzo de la relación entre los dos países[2]; que -más allá del lugar común- sí son literalmente hermanos, por razones biogeográficas, históricas, étnicas y culturales.

Aunque durante un siglo ha sido tramitada formalmente por las cancillerías, desde Bogotá o Ciudad de Panamá, como capitales y sedes de gobierno, una buena parte de la relación entre estos dos países ocurre en la práctica en escenarios diferentes a dichas metrópolis, entre la gente de los pueblos de la Provincia de Darién (capital: La Palma) y las comarcas indígenas de Guna Yala (cabecera: Gaigirgordub) y Embera-Wounaan (cabecera: Unión Chocó), del lado panameño; y al otro lado, en la esquina de Colombia, el Departamento del Chocó, cuyo territorio septentrional cubre la totalidad de la frontera, a través de los municipios de Acandí en el Atlántico y Juradó en el Pacífico.

Por ello, resulta de interés darle una mirada a algunas percepciones, imaginaciones y decisiones de las autoridades de Colombia y del Chocó, durante los años previos y cercanos a la aceptación nacional del hecho de que Panamá, aunque ya no nos pertenecía políticamente -y había que reconocerla como una igual y no verla como una hija levantisca e insumisa- seguía siendo una hermana, de sangre, de historia y de cultura, que cantaba y danzaba, sentía y contaba, vivía y soñaba, como su parentela chocoana de Juradó y Acandí, Bahía Solano y Nuquí, y su gente Caribe del Caribe colombiano; por donde pasaba y hasta donde llegaba una gasolina (canoa con motor) llamada La Pangora (cangrejo de piedra o de roca), que además de llegar a Taboga (isla Panameña) sube hasta el Cabo de la Vela:

“De todas las gasolinas / me gusta más La Pangora/ porque es la que más camina/ con ella llego a Taboga/ … / Que yo me voy pa’ Cartagena / me voy con la niña Elena/ … /Ya voy subiendo al Cabo de la Vela/ me voy con la niña Elena/ ...Una canoa e’ pambile/ y un motorcito ‘e Taboga/ para irme con mi morena/ gozando sobre las olas”[3]

Una cierta sospecha y una cierta mirada

Dos décadas transcurrieron antes de que Colombia, el 8 de mayo de 1924, finalmente reconociera a su antiguo Departamento de Panamá como una república independiente; para, dos meses después, dar comienzo a las relaciones diplomáticas cuyo centenario se está conmemorando.

En esos veinte años largos de tensión, de ires y venires, dimes y diretes, el vecino más próximo a la incipiente nación, es decir, el Chocó, fue objeto de todo tipo de sospechas y vigilancias, prevenciones y señalamientos; sotto voce unas veces, otras a grito herido, por parte de sectores de poder conservadores y militares del centro del país. Ello contribuyó, en parte, a que la región chocoana obtuviera de los gobiernos nacionales una mirada más atenta; pues, según las malas lenguas, un día habría también un grito de independencia en el Chocó, seguido de su anexión al que un Intendente militar del Chocó llamaba el “departamento rebelde”: Panamá.

El afán de “vigilar las fronteras del Chocó … para asegurar en dichos lugares la integridad del territorio nacional, amenazada por usurpación de los panameños”[4], y prevenir la posible secesión del Chocó, conduciría, por ejemplo, a la fundación -en 1935- de una colonia agrícola en la bahía de Solano, con colonos de diversos sitios del país; y, a comienzos de la segunda década del siglo XX, a incentivar procesos de colonización en Acandí, basados en ofertas de concesión de áreas de explotación de recursos naturales; a reforzar la presencia del Estado, mediante la construcción de escuelas, el establecimiento de puestos militares y de policía en las poblaciones fronterizas, y el nombramiento de inspectores y corregidores; así como, en un momento de alta tensión, a la creación de sendas comisarías militares en Juradó y Acandí, en junio de 1911.

La soberanía como vigilancia

Informe del Gobernador de Quibdó, 1910. 
Archivo El Guarengue.

De su propia cosecha, en el ámbito regional, el gobernador -entre agosto de 1909 y abril de 1910- del transitorio departamento de Quibdó, Guillermo O. Hurtado, promovió la creación de un mecanismo de guardia y custodia de tráfico y comercio en las áreas colindantes, para el cual solicitó un velero; en lugar de una gasolina, que era como se denominaban las primeras canoas o lanchas motorizadas, que posteriormente serían llamadas Johnson, en alusión a la marca de los primeros motores fuera de borda que se popularizaron en la región costera del Pacífico chocoano y panameño.

En su informe al Ministerio de Gobierno, en 1910, el gobernador Hurtado anota al respecto: “Para vigilar la frontera, impedir el sondeo de nuestras bahías y el estudio de las regiones limítrofes con Panamá y para celar el contrabando, solicité la creación de un Resguardo Ambulante en las Costas del Pacífico desde Utría hasta Punta Ardita y obtuve la expedición del Decreto Ejecutivo N° 519 de 22 de noviembre [de 1909], al cual sólo faltó que se autorizase a dicho Cuerpo para adquirir un velero, ya que no una gasolina apropiada a sus correrías… Por Decreto Número 560 de 6 de diciembre se creó otro Resguardo en Nuquí…”[5]. Dado que al final de su informe presenta algunas propuestas acerca de cómo reestructurar el funcionamiento de la Intendencia, el Gobernador Hurtado concluye que el entonces Municipio de El Litoral (que comprendía los actuales Nuquí, Bahía Solano y Juradó) podría convertirse en una entidad militar, que cubriera tanto la seguridad de la frontera como el recaudo de rentas y el control de mercancías. “Si al organizarse la Intendencia en la forma que más adelante propongo, el Municipio de El Litoral pasa a ser una Prefectura Militar y se radica allí una sección de la Gendarmería Nacional, podrá eliminarse el Resguardo Ambulante”.[6]

Concluido el experimento, del presidente Rafael Reyes, de la departamentalización masiva de ciudades y regiones del país, el Chocó regresó a su condición de Intendencia Nacional, lesionado en su territorialidad anterior; pues, por ejemplo, Murindó, Turbo y Arquía se quedaron en Antioquia y varios poblados del suroccidente (Argelia, Salmelia, Florida, Versalles y Cajamarca) se integraron al territorio del Valle del Cauca.[7] Para suceder al Gobernador Guillermo Hurtado, fue nombrado como Intendente Nacional el General Justiniano Jaramillo, quien había llegado a Quibdó en calidad de Administrador de Hacienda Nacional y por delegación oficial había presidido el Consejo verbal de guerra que sentenció a la pena capital a Manuel Saturio Valencia, en mayo de 1907.[8]

Periódico ABC, Quibdó,
agosto 6 de 1914.
Foto: Archivo fotográfico
y fílmico del Chocó.

El General Jaramillo había, también, dirigido expediciones oficiales por Salaquí, Cacarica, Acandí y otros poblados del Darién chocoano de Colombia, para corroborar la situación de las fronteras en cuanto a posibles intenciones separatistas. Precisamente, su antecesor en el gobierno de la región, el Gobernador Hurtado, lo había nombrado jefe de una de esas misiones, a la que viajaría acompañado del famoso ingeniero Rodolfo Castro Baldrich, quien fuera varias veces Ingeniero de Obras de la Intendencia del Chocó, además de responsable del trazado y constructor principal de las carreteras Quibdó-Bolívar (Antioquia) y Quibdó-Istmina, así como constructor del antiguo Hospital San Francisco de Asís y del primer puente sobre el río San Juan para cruzar del centro de Istmina al barrio Pueblo Nuevo; y, además, padre de los famosos profesionales Rubén, Néstor y Ligia Castro Torrijos, quienes también fueron músicos y compositores de gran aporte al patrimonio musical del Chocó.

El General Justiniano Jaramillo y el ingeniero Rodolfo Castro fueron nombrados mediante el Decreto número 37 del 28 de agosto de 1909, que fue aprobado por el Ministro de Guerra, General Luis Enrique Bonilla, y "por el cual se dispone el envío de una Misión al Municipio de Acandí"[9]. El gobernador Hurtado justifica ampliamente y con detalle la expedición de este decreto: “Los límites entre este Departamento y el de Panamá en la Costa Atlántica, que las leyes y contratos fijan en el Cabo Tiburón, venían siendo motivo de dudas y disputas entre las autoridades que gobiernan las vegas del río La Miel. Siempre ha poseído y administrado el Cauca (ahora el  Chocó) la banda oriental de dicho río, siendo sus aguas el verdadero lindero entre las dos entidades; pero como en algunos  documentos oficiales no se menciona ese  río sino el  Cabo Tiburón, lo que  nos quitaría diez  kilómetros de  costas  valiosas, y una bahía de  buen  fondo, si así  fuese, empezaron las  autoridades de  Panamá a ejercer actos de jurisdicción de este lado de La  Miel, a ganarse  las simpatías de los naturales y a visitar con frecuencia la bahía de Sapzurro en  gasolinas tripuladas  por  Gendarmes, hechos que me movieron a dictar el Decreto número 37 de 28 de Agosto…”[10].

Jaramillo y Castro entregan un informe de misión, acompañado de un detallado mapa de la zona, incluyendo los posibles límites con Panamá. El gobernador Guillermo Hurtado se deshace en elogios sobre su trabajo y los nombra “acreedores de la gratitud nacional” por el valioso servicio prestado: “El Informe que han rendido y el Mapa que lo acompaña son obras que honran a sus autores y los hacen acreedores a la gratitud nacional. Los derechos de Colombia en la región del Atlántico limítrofe con Panamá han quedado comprobados con el testimonio jurado de personas imparciales y de hoy en adelante el Gobierno encontrará en el informe y mapa ameritados todos los datos que necesite sobre extensión, riqueza, puntos estratégicos, puertos, producciones y administración de aquel pedazo de su territorio”[11]. Una comisión similar habrá de hacerse, muy pronto, al área limítrofe del Pacífico chocoano.

“Llegado el caso todos los chocoanos sabrán cumplir con su deber”[12]

Llega, pues, al cargo de Intendente Nacional del Chocó el General Justiniano Jaramillo, que ejercerá entre diciembre de 1910 y 1912; luego de haber desempeñado varias funciones oficiales en la región.

Para el General Jaramillo, está claro que son infundios todas las aseveraciones sobre posibles tendencias secesionistas en el pueblo chocoano y su naciente dirigencia. Y así se lo hace saber al gobierno nacional en el informe de gestión que presenta el 30 de julio de 1911, en el que de entrada explica: “Es de advertirse que el Chocó nunca ha sido refractario a los beneficios de la paz, como lo han insinuado al Gobierno Nacional individuos poco escrupulosos... De este falso concepto nació la leyenda del separatismo latente en el corazón de los chocoanos; fábula en la que nadie cree y de la cual se han servido personas apasionadas, acaso insidiosamente o sin medir el alcance de tan odiosa especie, que hiere a un pueblo patriota, exponiéndolo al desprecio del resto del país”[13].

Sin ocultar que parte de su tarea ha sido investigar sobre el particular en la región chocoana, continúa el Intendente Jaramillo su informe: “Afortunadamente se ha hecho la luz en esta tenebrosa intriga. El Gobierno tiene datos fidedignos sobre el particular, y la justicia persigue a los calumniadores. Se sabe, por otra parte, que los hijos del Chocó nunca han puesto en peligro la integridad nacional y que, por el contrario, este territorio, en donde abunda el sentimiento patriótico de la nacionalidad, será baluarte inexpugnable en donde encallarán las pretensiones de aventureros e invasores que quisieran panamizarlo”[14]. Es el Chocó, según el General Jaramillo, cuando sus pesquisas se lo confirman: “…Pueblo leal, enemigo de quimeras, que a cada paso puede dar pruebas del más acendrado patriotismo”, de “índole pacífica… sencillez y patriotismo…”[15]. “En la tierra chocoana crece el sentimiento patrio, no como planta exótica, sino libre y espontáneamente. Llegado el caso todos los chocoanos sabrán cumplir con su deber”[16], concluye rotundo.

La presunta complicidad chocoana con fuerzas panameñas o americanas

Con la misma claridad con la que elogia al Chocó, el informe de 1911 del General Jaramillo como Intendente, ilustra acerca de los móviles de la presencia de tropas en este territorio; los cuales están claramente relacionados con la creencia, en las diversas instancias de gobierno, incluida la administración intendencial, en manos de Jaramillo ahora y antes en las de Pedro Sanz Rivera, Intendente entre junio y diciembre de 1910, y posteriormente secretario de la Sala de Asuntos generales de la Corte Suprema de Justicia; de que existía una conspiración chocoana en contra de la nación colombiana. Al respecto, el informe anota:

“La venida al Chocó de la fuerza pública obedeció, según se dijo, al peligro de ocupación a mano armada de parte del territorio colombiano en los Distritos de Acandí y el Litoral por fuerzas panameñas o americanas, en connivencia con algunas personas del Chocó”[17].

Es decir, aun con la abundancia de declaraciones elogiosas sobre el patriotismo chocoano contenidas en el informe del General Jaramillo, queda claro que la presencia de la fuerza pública en el Chocó de entonces tenía como fin principal establecer la realidad de las acusaciones que rondaban en diversos ámbitos políticos sobre la existencia de un complot regional.

De hecho, como lo revela el General Justiniano Jaramillo, en su Informe como Intendente Nacional del Chocó, al comandante militar Coronel Humberto Armella lo movía más la animosidad que el amor patrio cuando vino al Chocó: 

“El Jefe de la guarnición mencionada, con bastante franqueza, manifestó después de su regreso a Bolívar, haber venido al Chocó bajo la más desagradable de las impresiones, creyendo encontrar un pueblo rebelde, empapado en la idea de separatismo, idea que debía tener muchos prosélitos. Por fortuna vino, vio y juzgó. La visita de este soldado de la República, completamente imparcial, es la justificación más completa del pueblo chocoano. Su información ha sido decisiva”[18].

Para el gobierno nacional, era necesario que un oficial militar y su tropa recorrieran el Chocó investigando, para asegurarse de la lealtad nacionalista de la región y su gente hacia la patria colombiana. Cumplido lo cual, al General lo asiste la tranquilidad suficiente para afirmar gradilocuentemente: “Ya nadie recuerda la traición de Panamá, sino como motivo de execración o para rechazar la insistencia malévola de quienes han querido dar a un pueblo altivo el sambenito de separatista”[19]. Y para sostener, a pesar del dictamen del soldado imparcial, que “cuanto más premunido está el Gobierno contra toda asechanza o agresión extranjeras, habrá más conveniencia, y por lo mismo la presencia de una guarnición respetable en la Intendencia Nacional del Chocó, lejos de ser un inconveniente, es y ha sido siempre medida de precaución bien importante”[20].

Tropas, adoctrinamiento e inmigrantes

Militarizar las fronteras, crear en ellas colonias agrícolas para inmigrantes del interior del país y convertir las escuelas en centros de adoctrinamiento en materia de amor patrio y oposición a cualquier propaganda separatista, son las propuestas de ejercicio de soberanía del Intendente Jaramillo, en su informe de 1911. El Chocó es el escenario donde se resuelve y concreta esta perspectiva poco diplomática de relacionamiento con Panamá, el “departamento rebelde”.

El General Jaramillo considera que las Comisarías militares de Juradó y Acandí deben ser útiles “tanto para vigilar las fronteras del Chocó como para asegurar en dichos lugares la integridad del territorio nacional, amenazada por usurpación de los panameños”.[21] Algo así como lo que medio siglo después se llamarían campañas cívico-militares: “Con entidades especiales en las fronteras se vigilará directamente y se evitará toda usurpación de dominio, haciendo al mismo tiempo de aquellos lugares incultos y despoblados, colonias agrícolas cuya importancia y utilidad a nadie se le esconden”.[22]

En ese mismo sentido, la apertura de establecimientos educativos tiene un fin claro, que no es precisamente honrar el derecho a la educación: “…es de imprescindible necesidad crear ante todo escuelas en Acandí, Titumate y Fernández Madrid, situadas en el litoral occidental del golfo de Urabá; así como en el Valle, Cupica y Juradó, en las costas del Pacífico, territorios ambos adyacentes al Departamento rebelde. Escuelas estas que deben tener por primordial objeto sembrar e intensificar el amor a la Patria y contrarrestar la emigración y la propaganda adversa de los hijos desnaturalizados que han abandonado el territorio colombiano.[23]

“Colombia, mi patria, por qué no me quieres / por qué tú me niegas lo que otros ya tienen”[24]

De alto valor simbólico es el hecho de que 11 músicos, de edades entre 12 y 17 años, de la Orquesta Sinfónica Libre y la Fundación Batuta, de Quibdó, en compañía de otros 11 del Putumayo, hayan sido parte del acto central de conmemoración de los 100 años de relaciones diplomáticas entre Colombia y Panamá; en el concierto Sonidos del Centenario, en Ciudad de Panamá, este 19 de julio. Y que uno de los temas escogidos haya sido El chocoanito inconforme, del Maestro Neivo de J. Moreno, gran parte de cuya letra podría ser cantada indistintamente por el Chocó o por Panamá para recordarle a Colombia su maternal y patria indolencia con algunos de sus hijos.

Don Delfino Díaz Ruiz, egregio intelectual, periodista y político chocoano, fue Cónsul ad honorem de la República de Panamá en el Chocó, desde 1925. Su hijo, Delfino Díaz Mendoza, padre del inolvidable Mono Díaz, lo reemplazó en el cargo en octubre de 1930. FOTO: Archivo fotográfico y fílmico del Chocó.


[1] Canción: El chocoanito inconforme, composición del Maestro Neivo de J. Moreno.

[2] Cancillería. Embajada de Colombia en Panamá. Colombia y Panamá, Cien años de relaciones diplomáticas. Grandes hitos 1924-2024. Julio de 2024. 38 pp. Pág. 3.

[3] Aunque la transcripción incluida en la presentación del video no es la más correcta, esta versión del Grupo Bahía, de Hugo Candelario González, es una de las más fieles a la letra y cadencia original de La Pangorahttps://www.youtube.com/watch?v=h-92YztXinI 

La famosa canción Taboga, una de cuyas versiones más conocidas es de la Dimensión Latina, de Venezuela, https://www.youtube.com/watch?v=PRsWFQONl00es obra del compositor panameño Ricardo Fábrega (1905-1973) - (https://panamapoesia.com/pt55.htm)

[4] Informe del Intendente Nacional del Chocó al Señor Ministro de Gobierno. Edición oficial. Bogotá, Imprenta Nacional, 1911. 31 pp. Pág. 10.

[5] Informe del Gobernador del Departamento de Quibdó al Señor Ministro de Gobierno. 1910. Quibdó, Imprenta Oficial. 51 pp. Pág. 31.

[6] Ídem. Ibidem.

[8] Velásquez, Rogerio. Las memorias del odio. Colcultura, Biblioteca del Darién N° 3. Noviembre de 1992. 95 pp. Pág. 64, 81.

[9] Informe del Gobernador del Departamento de Quibdó al Señor Ministro de Gobierno. 1910. Quibdó, Imprenta Oficial. 51 pp. Pág. 34.

[10] Ídem. Ibidem. Pág. 33-34

[11] Ibidem. Pág. 34

[12] Informe del Intendente Nacional del Chocó al Señor Ministro de Gobierno. Edición oficial. Bogotá, Imprenta Nacional, 1911. 31 pp. Pág. 5

[13] Ídem. Ibidem.

[14] Ibidem.

[15] Ibidem. Pág. 6

[16] Ibidem. Pág. 5

[17] Ibidem. Pág. 6

[18] Ibidem.

[19] Ibidem.

[20] Ibidem. Pág. 5

[21] Ibidem. Pág. 10

[22] Ibidem. Pág. 7

[23] Ibidem. Pág. 22

[24] Canción: El chocoanito inconforme, composición del Maestro Neivo de J. Moreno.

Concierto Sonidos del Centenario: https://fb.watch/tu9OYxLZLY/


lunes, 15 de julio de 2024

 Marco Realpe Borja 
Hugo Salazar Valdés 
Rogerio Velásquez Murillo 
3 poemas, 3 poetas, 3 chocoanos –

*1-Marco Realpe Borja conArmando Orozco Tovar, poeta bogotano de ascendencia chocoana. Foto: Proclama del Cauca. 2-Hugo Salazar Valdés. 3-Rogerio Velásquez. (2 y 3: Archivo El Guarengue).
Como un “Homenaje al Primer Congreso de la Cultura Negra de las Américas”, realizado en Cali del 24 al 28 de agosto de 1977, la revista Letras Nacionales -una publicación que fue un hito literario, editorial y cultural en la historia de las letras de Colombia- dedicó su N° 35 a “El negro en la literatura colombiana”
.

“Fundada en 1965 por Manuel Zapata Olivella, la revista Letras Nacionales …se propuso darle voz a los escritores colombianos, al igual que reivindicar un lugar a los indígenas, mestizos y negros en el relato histórico nacional a través de expresiones culturales como la música, el arte, el folclore y el lenguaje. Después de 20 años de actividad incesante nos dejó un legado de 46 números publicados”[1].

Además de un relato de Arnoldo Palacios (Entre nos, hermano) y un extraordinario cuento de Carlos Arturo Truque Asprilla (Sonatina para dos tambores), en aquella histórica edición monográfica de Letras Nacionales, una revista que llegó a ser libro de cabecera de los profesores de literatura de los colegios de bachillerato del país, a quienes se les ofrecía un descuento del 50% en la suscripción; se publicaron tres poemas -de tres chocoanos- que ni entonces ni ahora son los más conocidos.

Los tres poemas de autores chocoanos fueron publicados al lado de poemas hoy clásicos de la literatura afrocolombiana, como los de Jorge Artel, Candelario Obeso, Helcías Martán Góngora, Juan Zapata Olivella, Javier Auqué Lara, Hernando Santos Rodríguez, Alfredo Vanín, José Luis Díaz Granados, y -algo innovador para la época, hace menos de 50 años- un poema de Edelma Zapata Pérez (hija de Manuel Zapata Olivella); y otro de la poeta chocoana Luz Colombia Zarkanchenko Mosquera de González, quien fuera Gobernadora del Chocó y Alcaldesa de Quibdó, y a quien cabe el honor de haber suprimido un adefesio racista que denominaban la fiesta del indio y se celebraba en la semana santa en Quibdó.

Aquí están -en El Guarengue- aquellos tres poemas, significativos e históricos; precedido cada uno de una síntesis de la importancia de su autor, para honra y prez de la literatura afrochocoana y de su lugar en la literatura colombiana y afrocolombiana. De Marco Realpe Borja, Orfeo negro. Salmo de los obreros, de Hugo Salazar Valdés, Y del gran Rogerio Velásquez Murillo, Palabras sobre el hijo.

I
Marco Realpe Borja (Quibdó, 1927 – Bogotá, 2014) es el menos conocido de estos tres chocoanos cuya poética voz quedó inscrita en la historia de la poesía de Colombia. “Nació en Quibdó el 28 de marzo de 1927. Pedagogo, escritor y poeta. Funcionario del Ministerio de Educación. Obras: Un canto civil a Whitman y otros poemas, Bogotá, 1959. La barca de Ulyses. Poesía. Bogotá, 1976”; nos informa la revista Letras Nacionales[2]. Y Armando Orozco Tovar, un poeta bogotano de ascendencia chocoana, con notoria admiración, profundo respeto y evidente afecto, nos cuenta que, según decía Realpe, en su juventud en el Chocó, “la única avanzada de la “civilización” eran las dragas de la compañía gringa “Chocó Pacifico”, la empresa yanqui extractora del oro y del platino en Andagoya”[3].

“Realpe recordaba a mi abuelo paisa, oriundo de Yarumal, Antioquia, quien llegó a ser en Istmina un próspero comerciante y luego funcionario encargado de pagar las nóminas de maestros. Me habló de mi padre, autor de poemas como: “Papitú”, “Gualí” y “Romance del negro minero”; que fue su profesor de educación física”; rememora Orozco y concluye: “Realpe fue maestro y un hombre sabio, parco y elegante” y dejó “una novela inédita, que nunca terminó”[4].

El Orfeo negro de Marco Realpe Borja es una expedición vital, casi una peregrinación, hacia el ser y la identidad. “Mi madre me parió a la orilla de un río… Aquí estoy… Soy un alba insaciable…”; pregona, clara, su voz poética, afrochocoana.

Orfeo negro
Marco Realpe Borja

Mi madre me parió a la orilla de un río
no tuve médicos ni enfermeras
Me envolvieron el ombligo
con el cuero de una culebra

Y aquí estoy:
Hombres blancos.

Nací junto al río
Y una cauda de caimanes
arrulló mis gemidos
No como vosotros que congeláis la luna
detrás de una ventana.

Porque la luna es el parto
en las oscuras mitades de la noche.
Porque la luna es el vientre
de una mujer en el río.

Me embrujaron los ojos de los venados en la sombra
y fui tras una jauría en el atardecer.
En las manos de un indio los monos aulladores
me despertaron entre los maizales

Mi sangre se balancea
en el pulso de las aguas,
y así nació mi instinto.

Porque soy lo indescifrable entre vosotros
he nutrido mi sangre en las húmedas plumas
de un pájaro multicolor
y traigo un loco almizcle
de la algarabía de los micos.

Pero oídme: ya no tiemblan mis lanzas
como antaño en las selvas del Congo,
ni desfallezco en los atardeceres
que hunden su cola
donde empieza lo verde.

Por mi nariz no cabe todo el viento
que necesito, ni el dilatado espacio.
Ya no danzo ni grito
y menos gesticulo,
porque llevo en mis manos
el certero arpón.

Soy un alba insaciable.
Ansia de un río y magia de mi canto:

Aquí estoy,
Hombres blancos.

(Tomado de su libro LA BARCA DE ULYSES. Bogotá, 1976. Pp. 13-14)


II
Hugo Salazar Valdés (Condoto, 28 de febrero de 1922 – Cali, 8 de febrero de 1977) es un poeta consumado, que destinó a la poesía una buena parte de su vida, hasta construir su propio y soberano mundo poético y hallar en él su propia y legítima voz, con sonoridades y acentos de su tierra patria afrochocoana, afrocolombiana, afroamericana; y con solidaridades y compromisos de clase como los de su estremecedor Salmo de los obreros. Todo lo cual forma un conjunto que lo sitúa como el poeta afrochocoano de mayor reconocimiento en la literatura colombiana y afrocolombiana, y “como un escritor de conocimiento obligatorio para construir el panorama de la poesía colombiana y latinoamericana”[5].

Salmo de los obreros
Hugo Salazar Valdés

Morid, obreros del planeta,
caed, esclavos del desastre,
servid de abonos a la tierra
que es el destino de la carne;
hundid los huesos hasta el polvo
y en el silencio de los árboles,
porque en el tiempo que vivimos
otro derecho es un ultraje.

Caed, caed, negras hormigas,
cebado pasto de animales,
foscos murciélagos del día,
coro de tisis galopante,
caed de fiebre y beriberi
en la inconciencia del magnate,
que habla de amor y democracia
y promete nuevas edades
en un futuro fementido
encarcelado por sus llaves.

Morid, lechuzas, perros, sapos,
fétida tribu denigrante;
morid de sed y de miseria
que vuestra vida hay que explotarse,
mientras otros, en los salones,
con aspavientos y donaires,
hacen rodar vuestras migajas
en su alegría desbordante,
porque vosotros, chusma oscura,
sois la canalla despreciable.

Morid, caed, escarabajos,
obreros no: ¡raza de mártires!
caed ahora que mañana
vuestros hijos serán iguales
a vuestros príncipes de hoy
en los estrados populares,
donde una fuerza incorruptible
hará las leyes inviolables.

Han de caer como los ídolos
porque son de barro deleznable
y porque el polvo de los muertos
que se pudrieron bajo el aire
cuajó una masa de centellas
y fieros rayos fulminantes
que viene ahondando en forma sísmica
como los monstruos seculares.

Caed ahora que mañana
seréis la cruz del estandarte
en que se apoya la alegría
de las anchas manos cordiales,
y al nuevo mundo que vendrá,
humanizado, de verdades,
de puro amor, de fe en el hombre,
y en el derrumbe de las cárceles,
cobren fulgor vuestras memorias
en el coro de himnos triunfales.[6]

III
Rogerio Velásquez Murillo (Sipí, 9 de agosto de 1908 – Quibdó, 7 de enero de 1965) es más conocido por su trabajo como etnólogo, como investigador de las sociedades y culturas del Pacífico colombiano, particularmente de las comunidades afrodescendientes de la región, y en especial las afrochocoanas. De ahí que la revista Letras Nacionales lo presente como “pedagogo, escritor, poeta, cuentista y, sobre todo, un penetrante investigador de la cultura negra en nuestro país”, que “tiene inédita una gran obra investigativa”[7]. Su prosa pulcra y sin rebusques, su vívida capacidad narrativa y la profundidad de sus contenidos, son marcas distintivas del trabajo de Don Rogerio; aunque los momentos poéticos notables que alcanza en su novela Las memorias del odio prefiguran al poeta, que es menos conocido que el narrador.

Publicado originalmente en una antología de poesía colombiana, en 1964, su poema Palabras sobre el hijo es un recorrido histórico y simbólico por la América diversa, plural, una tierra donde caben cien patrias, cuyos hijos portarán un día estandartes de justicia y libertad. Un periplo por la tristeza de Atahualpa y las cimas del Aconcagua, por el Grito de Ipiranga y las tierras del Baudó.

Palabras sobre el hijo
Rogerio Velásquez

Moreno como arcilla,
limpio como una espada,
cocido por un mundo
que tiene los ardores de una fragua,
libre como el espacio
que cobija tierra de cien patrias,
ha nacido tu hijo
pregón de nuestra raza.

En alto la cabeza
donde la luz del cristianismo canta.
Con un pueblo de herencias en la sangre
que vienen de mi África.
Los dedos retorcidos
como un bosque de anclas.
Con los brazos tendidos
para cruzar los ríos
que siempre van al mar y que se encaran
con el cristal de voces de las algas.
Tu hijo, nuestro hijo,
será un haz de laureles y de lanzas.

Yo lo llevé en las minas y en los mástiles
Bajo los socavones me iba quemando el alma.
En la fiebre del golfo
era procela nave que cruzaba
como joya y espíritu.
Allá en el Cabo Grande,
en Cuba y Panamá, como suspiro
subía a mis palabras.

Con señales mandingas
habló en Barquisimeto
cuando el hombre era flor que se moría
inmóvil, indeciso, con su rabia.
San Martín y Bolívar en tu hijo
encontraron la esencia de sus lágrimas.

Tu hijo es un anillo
de la tristeza de Atahualpa.
Del pensar y el sentir de los araucos
lebreles de candela de las pampas.
En la noche terrible fue alarido
bronco, raudo, feroz como una garra.
Tu hijo en San Mateo quemó el cielo.
Tu hijo que ha nacido
de tu dolor y mis entrañas,
tiró a los aires sus rugidos secos
en el dentado grito de Ipiranga.

Tierra de promisión será tu hijo
como el Baudó que le acompaña.
Equilibrado como las alturas
que se arrodillan en el Aconcagua.
Soñador, en su acción, cantará triste
a los dioses que fueron, en tu habla...
¡América, tu hijo
será una suma de estandartes libres
y la justicia de cien patrias!

(Tomado del libro 21 AÑOS DE POESÍA COLOMBIANA 1942-1963. Bogotá, 1964. Pág. 379-371)

Hugo Salazar Valdés publicó varias antologías poéticas. La poesía de Rogerio Velásquez es menos conocida que sus artículos antropológicos e históricos y su novela Las memorias del odio. La barca de Ulyses es el poemario emblemático de Marco Realpe Borja. FOTOS: Mercado Libre y archivo El Guarengue.
...Tres poemas, tres poetas, tres chocoanos, que podrían formar parte de una antología poética regional, si se atendiera la urgencia patrimonial de organizar y publicar una Biblioteca de la Chocoanidad; para que sus voces y otras tantas fueran leídas, oídas y sentidas por su gente en todo el Chocó y desde allí para Colombia y el mundo.

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[1] Garcés, José Luis. Revista Letras Nacionales. Universidad del Valle. Centro Virtual Isaacs. Portal cultural del Pacífico Colombiano. https://zapataolivella.univalle.edu.co/letras-nacionales/

[2] Letras Nacionales N° 35, agosto 1977. Pág. 116.

[3] Armando Orozco Tovar. El último poeta negro del Chocó. Proclama, 18 octubre, 2015. https://www.proclamadelcauca.com/el-ultimo-poeta-negro-del-choco/

[4] Ibidem.

[5] Martínez, Fabio. Hugo Salazar Valdés: una poética olvidada. Poligramas 35, primer semestre 2011, ISSN 0120-4130. Pp. 43-53. Pág. 43.

[6] A diferencia de los otros dos poemas de autores chocoanos, la revista Letras Nacionales no incluye la fuente de donde fue reproducido este poema de Hugo Salazar Valdés.

[7] Letras Nacionales N° 35, agosto 1977. Pág. 113.

lunes, 8 de julio de 2024

 Del pensamiento de Diego Luis Córdoba

Foto Obando, 1933.
Tomada de: Retorno al Olvido,
María Eugenia García Córdoba.

A 117 años de su nacimiento en Neguá y a 60 años de su muerte en México, Diego Luis Córdoba sigue siendo relevante en la historia de las ideas políticas y el ejercicio parlamentario en Colombia. Su pensamiento, avanzado para la época; y sus famosos discursos, coherentes y contundentes, siguen siendo estudiados en claustros universitarios, investigaciones y trabajos de grado: “Probablemente el personaje chocoano más importante del siglo XX sea Diego Luis Córdoba, el abogado neguaseño que impulsaría la transformación de la sociedad chocoana de principios de siglo “agobiada por fricciones interétnicas, negación de derechos culturales y discriminación sociorracial y educacional” (Friedemann, 1997), y que muchos años después de su muerte serviría como “inspirador del proceso de reivindicación socioeconómica y política de las comunidades negras” (Friedemann, 1997)”.[1]

Su esclarecida inteligencia y su sólida formación sociojurídica y humanística, unidas a su autorreconocimiento como negro, como chocoano y como defensor de los derechos de su gente y de sectores de clase o de especial vulnerabilidad en la Colombia de los años 1930 -cuando comienza su rutilante carrera política-, como los obreros, los campesinos y las mujeres; convirtieron a Diego Luis en una figura de gran reconocimiento en el panorama político y en las luchas sociales de su época.

“Amo al Chocó hasta lo indecible, con un amor más acendrado que el amor del hijo por el padre, lo amo con el amor de la madre por su hijo. Me doctoré en Derecho, para defender los de mi tierra; me licencié en Filosofía y Letras para pensar más hondo en sus problemas y cantar con regocijo sus virtudes”; declararía Diego Luis en su discurso durante la celebración de sus 30 años de trabajo parlamentario, organizada por la Dirección Nacional Liberal, a la cual pertenecía.[2]

Y en Cértegui (Chocó), la tierra del gran Arnoldo Palacios, ante la multitud campesina arrobada por su presencia de caudillo, había proclamado, en una de sus extensas giras políticas por las orillas y los montes del Chocó: “Compañeros trabajadores: el negro y el blanco son iguales. La tierra es del que la cultiva; desde ahora ninguno de vosotros pagará más derechos por trabajar la tierra legada por Dios a todos los hombres; hasta hoy los terratenientes en el Chocó. Tanto el negro como el blanco tienen derecho a educarse y obtener becas del gobierno. Vosotros, trabajadores, obreros y campesinos del universo, uníos para luchar contra las oligarquías, contra los patrones, contra las dictaduras”[3].

Jorge Artel, el grandioso poeta cartagenero, lo inmortalizaría con su sencillo, profundo y sentido “el pueblo te quiere a ti, Diego Luis, el pueblo te quiere a ti”[4]. Y los campesinos de las orillas del Chocó, en las salas de estar de cuyas casas hubo durante muchos años un retrato enmarcado de Diego Luis, entre trago y trago de biche o anisado, lo consagraron en su proverbial consigna: “¡Viva el gran partido liberal, viva el negro Diego Luis Córdoba, y al que no le guste que se muerda el codo y beba agua!”[5].

Soberanía regional y nacional

El intelectual y escritor chocoano Libardo Arriaga Copete, como lo registró el investigador Pietro Pisano, relata una anécdota según la cual el joven Diego Luis Córdoba, interrogado una vez sobre los confines del Chocó, contestaría que: “El Chocó limita por el norte con el Mar de las Antillas, por donde llegaban los bajeles cargados de negros esclavos con destino a las minas de oro; por el sur, con el Valle del Cauca, de donde eran los blancos despiadados que atormentaban a los negros esclavos en las minas; y, por el oriente, con Antioquia, donde los blancos llevaban el hierro en las manos, porque en el cuello lo llevaban los negros”[6]Esta última parte de la declaración de aquel joven Diego Luis es una clara alusión a la cuarta estrofa del Himno antioqueño, de Epifanio Mejía, que proclama a los cuatro vientos: “Yo que nací altivo y libre / sobre una sierra antioqueña / ¡Llevo el hierro entre las manos, / porque en el cuello me pesa!”.

Varias décadas después de aquella juvenil declaración, el ya no tan joven, pero tampoco viejo, Diego Luis, en el discurso que pronunció como agradecimiento al homenaje que le brindó la Dirección Nacional Liberal, el 5 de diciembre de 1963 (tenía 57 años), para celebrar sus 30 años como parlamentario; ratificó el sentido de su frase en relación con el vecindario del Chocó. “Me encumbré a los escaños del Congreso para hacer del Chocó un departamento, al igual de Antioquia, de Caldas y del Valle del Cauca. Pero, quiero denunciar a la Madre Colombia que estos hermanos son injustos. Del Chocó se aferran para limitarle el territorio y acrecentar el de ellos; en vez de invadir a su hermano con el pito de las fábricas, con el mugido de sus ganados y con el oro verde de la energía eléctrica…”, expresó Diego Luis con firmeza y precisión, con clarividencia.[7]

En el mismo sentido, pero esta vez en defensa de la soberanía nacional, mediante un histórico discurso, que Luis Eduardo Nieto Caballero reportó como el más extenso pronunciado en el Congreso de Colombia y “récord en la oratoria mundial”[8], Diego Luis rechazó de plano la aprobación parlamentaria del Tratado de Comercio de 1935 con Estados Unidos. “Con clarividencia de la cuestión nacional, Diego Luis Córdoba dejaba constancia en el Senado de que “el tratado es un obstáculo insalvable para el progreso industrial del país”[9]. Dicho tratado había sido suscrito por los delegados del gobierno nacional en septiembre de 1935; “en febrero del año siguiente fue aprobado por la Cámara de Representantes con sólo cinco votos en contra y en abril del mismo año el Senado le dio el visto bueno con un solo voto en contra, el históricamente valioso de Diego Luis Córdoba del Chocó”[10].

Las ideas socialistas

Diego Luis comenzó sus estudios universitarios de Derecho en la Universidad de Antioquia, en Medellín. De allí fue expulsado, en 1928, a causa de su liderazgo en una protesta estudiantil en exigencia del mejoramiento de la calidad académica. “Diego Luis Córdoba, Mario Aramburo, Julián Uribe Cadavid, Emilio Robledo Uribe, Francisco Barrera”, Gerardo Molina y otros, “buscamos el alero protector de la Universidad Nacional de Bogotá”[11], cuenta el Maestro Gerardo Molina, con quien Diego Luis cultivaría larga y fructífera amistad, y compartiría ideales y luchas en la capital del país, como ya lo había hecho en las aulas universitarias de Medellín. En la Universidad Nacional de Colombia, Diego Luis y el Maestro Molina se graduarían como abogados en 1932 y juntos emprenderían búsquedas políticas que fueron claves para la consolidación de ideas contemporáneas, progresistas y revolucionarias, en el panorama político nacional.

El Maestro Gerardo Molina recuerda que él y Diego Luis fueron partícipes activos en la campaña electoral de Olaya Herrera, que lo conduciría a la presidencia como el primer gobernante del periodo de la República Liberal. “Córdoba y yo, y otros muchos, participamos en la campaña, pronunciando discursos, y saboreamos los jugos de la victoria”[12]. Este hecho contribuyó al ingreso de ambos a la vida política activa, más allá de la militancia, en un momento en el que nacían en su ideario las tendencias socialistas: “Con esto se nos abrieron las avenidas de la vida pública. Provistos de un título universitario, nuestros nombres figuraron en las listas para ir al Congreso. Pero nuestro cerebro empezaba a albergar ideas que no eran aún el Socialismo, pero que apuntaban en esa dirección. ¿Por qué ocurrió eso? No era de la enseñanza recibida en las aulas, porque allí las doctrinas políticas no tenían sitio; no era tampoco consecuencia de nuestras lecturas al respecto, que aún eran precarias: era más bien el producto de nuestros orígenes sociales. Diego Luis venía del Chocó, donde reina un atraso horrendo, que se traducía en pavorosos niveles de vida para la mayoría de la población… Yo venía de las tierras antioqueñas, sensibilizado por la desprotección de los pequeños campesinos y de los mineros y por el poder inverosímil de los clérigos… El hecho fue que constituimos en la Cámara lo que se llamó “la pareja socialista”.[13]

Una explicación similar del origen de las ideas socialistas en el pensamiento de Diego Luis la proporcionó Arnoldo Palacios, en su clásico reportaje de 1945, publicado en el semanario Sábado. “Como socialista-marxista-revolucionario, ha sido compañero con Gerardo Molina. El socialismo de Diego Luis Córdoba no se formó en la lectura de Marx, porque esos libros le sirvieron para saber la denominación de las doctrinas que él sentía, para sistematizarlas y aprenderlas científicamente. Había observado grandes terratenientes explotadores del campesino cultivador de la tierra durante toda su existencia; había sentido la desigualdad económica, política, social; había comprendido el prejuicio contra su raza. Por eso, cuando leyó a Marx exclamó: “Yo he sido socialista”.[14]

FOTO: Archivo
fotográfico y fílmico
del Chocó.
Desde esa perspectiva, a su combativa labor parlamentaria, en la que desde un principio descolló por la inteligencia y agudeza de sus análisis y por la calidad y profundidad de su oratoria; Diego Luis le sumó una activa participación en el apoyo y la defensa de las luchas obreras nacionales.

Más de cuatrocientas huelgas se llevaron a cabo en Colombia, entre 1919 y 1945, según el diligente registro realizado por Mauricio Archila en su valiosa investigación sobre el movimiento obrero en ese periodo.[15] Cinco de ellas se desarrollaron en el Chocó. En julio de 1920 y en abril de 1935, fueron a huelga los trabajadores del Ingenio Sautatá, en el Bajo Atrato. En 1938, ciento diez braceros de Cértegui (septiembre) y los trabajadores del Municipio de Quibdó (noviembre) recurrieron también a la huelga. Y, en 1941, dos mil obreros de la empresa minera estadounidense Chocó Pacífico, se declararon en huelga durante casi dos meses, del 3 de julio al 26 de agosto, en Andagoya y otros sitios de operación de la compañía.[16]

Diego Luis Córdoba apoyó a los trabajadores petroleros de Barrancabermeja, en abril de 1938: “No quedándoles más alternativa, los petroleros se lanzaron a la huelga, recibiendo apoyo político de las fuerzas lopistas a lo largo del país. Cuando el dirigente socialista Diego Luis Córdoba pronunciaba un discurso de solidaridad con los huelguistas, las fuerzas del orden dispararon contra la multitud que lo escuchaba, con saldo de tres muertos y varios heridos”[17].

Igualmente, “cuando la huelga de las obreras de El Papagayo, ellas inmediatamente mandaron llamar a Diego Luis, quien enseguida abandonó el recinto del Congreso y fue a servirles. La policía se le atraviesa para no dejarlo hablar, pero se trepa a una tapia y comienza su arenga. La policía obstinada contra él pide a los bomberos; estos le apuntan un chorro de agua, como si fuesen a apagar un incendio; efectivamente, Córdoba estaba incendiando el ambiente con su verbo. Al fin no logró resistir la potencia de la manguera y cayó al suelo, destrozándose el brazo derecho”[18]. Se trataba de 40 trabajadoras de la Fábrica de Confites y Galletas El Papagayo, quienes se tomaron las instalaciones de la fábrica en Bogotá, entre el 5 y el 27 de diciembre de 1935.[19]

Conciencia étnica, conciencia de clase

Consciente y convencido de que “en el Chocó coincide la clase proletaria con el pueblo de raza negra, ultrajado como proletario y como negro”, rápidamente en su juventud y en los comienzos de su vida intelectual, Diego Luis se autorreconoció como negro y a su identidad racial le sumó sus ideas liberales y socialistas. Su amistad con Natanael Díaz contribuiría a que Diego Luis se vinculara al brillante y valeroso grupo de intelectuales negros del Pacífico y del Caribe que para ese momento formaban parte de lo que el investigador Francisco Javier Flórez Bolívar ha denominado inteligentemente “La vanguardia intelectual y política de la nación”, en su maravilloso trabajo de “Historia de una intelectualidad negra y mulata en Colombia, 1877-1947”.[20]

Diego Luis Córdoba y Natanael Díaz (3° y 4° de izquierda a derecha) con sus colegas congresistas. Bogotá, 1947. Fuente: Archivo familiar Eduardo Díaz Saldaña. Tomada de: Tesis de grado de Maestría, de Rosa María Chamorro Cuello. Pontificia Universidad Javeriana.

El 20 de junio de 1943, en Bogotá, un grupo de jóvenes universitarios protagonizó una protesta que daría origen a la primera organización afrodescendiente de Colombia. En la Biblioteca Nacional, “exigieron canciones de Marian Anderson y Paul Robeson… luego declamaron versos del poeta momposino Candelario Obeso y el poeta cartagenero Jorge Artel en varios bares del centro de la capital y finalizaron en la Plaza de Bolívar, plantándose frente a la estatua del Libertador para recriminarle no haber cumplido la promesa que le había hecho a Alexandre Pétion de abolir la esclavitud tan pronto como coronara la victoria en la lucha por la Independencia”.[21] Estos jóvenes eran Natanael Díaz, Manuel Zapata Olivella, Helcías Martán Góngora, Marino Viveros, Delia Zapata Olivella, Adolfo Mina Balanta y Víctor Viveros, y unos cuantos más; y tenían como objetivo decirle a la sociedad colombiana que aquí existían negros, cuyos aportes también habían contribuido a la construcción de la nación.

Estos jóvenes negros, que provenían del Caribe y del Pacífico de Colombia, una vez graduados en sus respectivas profesiones, irrumpirían luminosamente en la escena intelectual, política, social y artística de Colombia, y por primera vez en la historia del país reivindicarían públicamente su condición racial y étnica de negros como un factor histórico y cultural, como un símbolo de identidad.

Aquel día de junio, que aquellos jóvenes denominaron el Día Negro, se constituyó el Club Negro de Colombia, cuyo principal legado fue la creación del Centro de Estudios Afrocolombianos, en 1947. “La primera Junta Directiva del Centro de Estudios Afrocolombianos, CEA, estuvo integrada por Manuel Zapata Olivella, Marino Viveros, César Alonso y Carlos Calderón Mosquera, y un equipo asesor de lujo, integrado por Natanael Díaz, Diego Luis Córdoba, Baldomero Sanín Cano, Alberto Miramón, Gregorio Hernández de Alba, Dulcey Vergara, Guillermo Nanneti y el profesor Luis Duque Gómez, director del Instituto Etnológico Nacional”.[22] Arnoldo Palacios también se vincularía poco después al CEA, hasta su viaje a París, en 1949.

Diego Luis había llegado, pues, al lugar apropiado para darle continuidad al cultivo de su formación humanística, a la cualificación de su pensamiento y sus ideas, al pulimiento y consolidación de su compromiso. “Yo soy marxista y como tal, no puedo ser racista ni tener complejo racial alguno, ni de superioridad, ni de inferioridad. Para el marxista todas las razas son intrínsecamente iguales. Lo que acontece es que a algunas les falta oportunidad para que sus capacidades se manifiesten… La raza negra, por estar en posición de inferioridad económica, urge a sus integrantes la realización de algo por su levantamiento…Yo he sido afortunado respecto de lo aludido, porque el Chocó tiene el noventa por ciento de población negra, que vive en condiciones económicas primarias. Entonces para mí como socialista, el plato lo he encontrado servido, porque coincide con la lucha de clases propiciada por los marxistas, con la lucha de razas. En el Chocó la clase explotada es la negra y la explotadora es la blanca. Hay desde luego, excepciones, negros explotadores. Por eso, mis convicciones y mi campaña me han hecho chocar con algunos hermanos de raza. Como marxista me preocupo por la lucha de clases, pero en el Chocó al tiempo que lucho, como he dicho, por los ideales socialistas, lucho por mi raza. El día en que los negros tengan las posiciones económicas, intelectuales y sociales a que tienen derecho, ese día no tendrá razón mi lucha racial”; le explica Diego Luis a Natanael Díaz en una entrevista que este le hace y publica en el semanario Sábado bajo el título “Un negro visto por otro negro”, el 9 de agosto de 1947.[23] Años atrás, el 10 de enero de 1939, había declarado al periódico ABC, de Quibdó: “Mi lucha no ha consistido nunca en decretar la guerra del negro contra el blanco, sino en reclamar para el negro iguales oportunidades”.

Un final monumental

A 117 años de su nacimiento en Neguá y a 60 años de su muerte en México, ante la vista de la ciudadanía y de la institucionalidad pública, bajo el cielo atrateño de la orilla del río y del malecón, se deteriora desde hace ya varios años el monumento a la memoria de Diego Luis Córdoba, en el que se le declara padre del departamento del Chocó y faro de la raza; situado en la esquina suroccidental del céntrico Parque Centenario de Quibdó, contiguo al edificio del Banco de la República. Del mismo modo, es notoria la ruina de la totalidad de este histórico lugar que es el parque, donde también se encuentran el templete en homenaje a César Conto Ferrer, que en octubre de este año cumple cien años, y la columna conmemorativa del centenario de la independencia de Colombia, inaugurada hace más de un siglo.[24]

Cada tarde el otrora digno monumento, inaugurado poco después de su muerte, es convertido en parte del local y el mobiliario de un ventorrillo callejero que utiliza a su antojo el espacio público, ante la mirada de la ciudadanía y de la institucionalidad. Como si nadie supiera o a nadie le importara quién es Diego Luis, cuyas ideas conservan una vigencia extraordinaria, como suele ocurrir con el pensamiento de aquellos seres humanos cuya grandeza les reserva un puesto memorable dentro de la Historia.

Monumento a Diego Luis Córdoba. Quibdó, Parque Centenario, marzo 2024. Fotos; Julio César U. H.


[1] Hernández Maldonado, Juan Fernando (2010). Pontificia Universidad Javeriana. Facultad de Ciencias Sociales. Carrera de Historia. Trabajo de Grado presentado para optar al título de Historiador. 88 pp. Pág. 36.

[2] Diego Luis Córdoba. Discurso en el Homenaje a sus 30 años de parlamentario, ofrecido por la Dirección Nacional Liberal. Diciembre 5 de 1963. https://youtu.be/nbw9oGfUa7Q

[3] Palacios, Arnoldo. Diego Luis Córdoba. Publicado en: Sábado, 28 de julio de 1945. Incluido en: Cuando yo empezaba. Biblioteca Digital de Bogotá-Alcaldía Mayor. Edición digital: Bogotá, febrero de 2014. ISBN: 978-958-8877-13-6. 155 pp. Pág. 18-27.

[4] Diego Luis Córdoba en la voz de Jorge Artel. En: https://www.senalmemoria.co/articulos/diego-luis-cordoba-en-voz-de-jorge-artel Fecha de grabación: ca. 1994. Fecha de emisión: 1994. Lugar de grabación: Bogotá.

[5] Palacios, Arnoldo. Cuando yo empezaba. Biblioteca Digital de Bogotá-Alcaldía Mayor. Edición digital: Bogotá, febrero de 2014. ISBN: 978-958-8877-13-6. 155 pp. Pág. 20.

[6] Pisano, Pietro. Liderazgo político “negro” en Colombia 1943-1964. Universidad Nacional de Colombia, 2012. 260 pp. Pág. 155.

[7] Diego Luis Córdoba. Discurso en el Homenaje a sus 30 años de parlamentario, ofrecido por la Dirección Nacional Liberal. Diciembre 5 de 1963. https://youtu.be/nbw9oGfUa7Q

[8] Palacios, Arnoldo. Cuando yo empezaba. Biblioteca Digital de Bogotá-Alcaldía Mayor. Edición digital: Bogotá, febrero de 2014. ISBN: 978-958-8877-13-6. 155 pp. Pág. 24.

[9] Ocampo, José Fernando. El Tratado de Comercio de 1935 con Estados Unidos: Antecedente para no repetir. Deslinde. Edición 34, junio 15 de 2009. 11 pp. Página 6. https://deslinde.co/el-tratado-de-comercio-de-1935-antecedente-para-no-repetir/

[10] Ibidem.

[11] Rivas Lara, César E. Perfiles de Diego Luis Córdoba. 1ª edición, octubre 1986. Medellín, Editorial Lealon. 467 pp. Pág. 14.

[12] Ibidem.

[13] Ibidem. Pp. 14-15

[15] Ibidem. Pág.421-435

[16] Sobre la situación de los trabajadores en el Ingenio Sautatá, el cuento Monedas de aluminio, de Manuel Lozano Peña, brinda una excelente perspectiva: Lozano Peña, Manuel. Monedas de Aluminio y otras Narraciones. Primera edición: agosto de 1989. Editorial Lealon, Medellín. 102 pp. Pág. 25.

Sobre el sindicato de la Chocó Pacífico y las irregularidades de esta empresa minera norteamericana, se pueden leer en El Guarengue:

*Confluencias, 27 de enero de 2020. 

*2 renuncias memorables: Eladio Enrique Martínez Chaverra y Ramón Lozano Garcés, 4 de septiembre de 2023 https://miguarengue.blogspot.com/2023/09/2-renuncias-memorables-eladio-enrique.html 

*DYNA N° 9 - 1934. Un retrato del Chocó de entonces. 3ª Parte. https://miguarengue.blogspot.com/2023/04/dyna-n-9-1934-un-retrato-del-choco-de.html

[17] Archila Neira, Mauricio. Cultura e identidad obrera en Colombia: 1910-1945 / 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: CLACSO; Bogotá: CINEP, 2024. Libro digital, PDF - (Temas) Archivo Digital: descarga y online-ISBN 978-987-813-712-4. 516 pp. Pág. 298.

[18] Palacios, Arnoldo. “Diego Luis Córdoba”. Publicado en: Sábado, 28 de julio de 1945. Incluido en: Cuando yo empezaba. Biblioteca Digital de Bogotá-Alcaldía Mayor. Edición digital: Bogotá, febrero de 2014. ISBN: 978-958-8877-13-6. 155 pp. Pág. 22-23.

[19] Archila Neira, Mauricio. Obra citada. Pág. 430.

[20] Flórez Bolívar, Francisco Javier. La vanguardia intelectual y política de la nación. Historia de una intelectualidad negra y mulata en Colombia, 1877-1947. Primera edición: marzo de 2023. Editorial Planeta Colombiana S. A. 383 pp.

[21] Chamorro Cuello, Rosa María. Los Ochenta Años del Club Negro de Colombia. Cedetrabajo, 21 de junio de 2023. https://cedetrabajo.org/los-ochenta-anos-del-club-negro-de-colombia/

[22] Chamorro Cuello, Rosa María. El Club Negro de Colombia, de 1943, suceso intelectual y político. El cruce de los conceptos de raza y clase en las ideas de Manuel Zapata Olivella y Natanael Díaz. Tesis de grado para optar al título de Maestra en Estudios Afrocolombianos que otorga la Pontificia Universidad Javeriana de Colombia. Pontificia Universidad Javeriana. Facultad de Ciencias Sociales. Maestría en Estudios Afrocolombianos. Noviembre 2023. 141 pp. Pág. 24-25

[23] Citada en: Chamorro Cuello, Rosa María. El Club Negro de Colombia, de 1943, suceso intelectual y político. Obra citada. Pág. 86-87-

[24] Ver: El Parque Centenario o las ruinas de la Historia del Chocó. https://miguarengue.blogspot.com/2023/07/el-parque-centenario-o-las-ruinas-de-la.html