20/01/2025

 Armando Luna Roa 
El hombre que amaba a todo el mundo

Armando Luna Roa (ca. 1950). FOTO: Archivo Fotográfico y Fílmico del Chocó.

“Veo aquí a todo un pueblo congregado ante los despojos humanos de este amigo tan querido y me pregunto: ¿por qué todo el mundo quería a Armando Luna? La respuesta salta espontánea como era su sonrisa: porque Armando Luna amaba a todo el mundo”. Senén Mosquera Lozano, Intervención en el sepelio de Armando Luna Roa. Noviembre de 1961.

El pasado 1° de enero se cumplió el 107° aniversario del nacimiento en Condoto del egregio intelectual y educador chocoano Armando Luna Roa, quien era rector del histórico Colegio Carrasquilla de Quibdó (que en el 2025 cumple 120 años de existencia) cuando allí se graduaron los primeros bachilleres, en 1948.[1]

Fundadores

Armando Luna Roa, quien falleció en Quibdó el 18 de noviembre de 1961, cuando apenas iba a cumplir 44 años, forma parte de la brillante generación de primeros chocoanos, hombres y mujeres, que se graduaron como profesionales de la educación y -a partir de la creación de la Intendencia Nacional del Chocó, especialmente desde la década de 1930- trabajaron con denuedo por la universalización de la educación pública en la región; mediante la creación y organización de los colegios intendenciales, la consolidación del bachillerato completo en el Colegio Carrasquilla y el comienzo de la formación de maestros en la Normal de Varones de Quibdó, y la consiguiente multiplicación de escuelas públicas urbanas y rurales a todo lo largo y ancho del territorio regional, hasta cuyos confines fueron llegando las maestras y los maestros oriundos del propio Chocó.

De dicha generación de educadores e intelectuales hicieron parte Rogerio Velásquez Murillo, Nicolás Rojas Mena, Marcos Maturana Chaverra, Ramiro Álvarez Cuesta, Saulo Sánchez Córdoba, Vicente Ferrer Serna y Nicolás Castro Aluma, entre otros. Igualmente, un grupo de educadoras que terminarían siendo las pioneras de la irrupción de la mujer chocoana en la escena pública y las adelantadas del magisterio rural en los ríos, montes y caseríos del remoto y profundo Chocó de entonces: Tulia Moya Guerrero, Edelmira Cañadas, Julia Sánchez, Clara Rosa Perea, Tita Quejada, Visitación Murillo, Teresa Campos, Digna Asprilla, Josefina Rodríguez, Carmen Isabel Andrade, Eyda Castro Aluma, María Dualiby Maluf, Judith Ferrer, Margarita Ferrer Cuesta, Leonor Londoño y María Ezequiela Urrutia, son algunas de ellas.[2]

Estos hombres y estas mujeres, a quienes la historia regional debe un capítulo completo, son los fundadores de la educación pública accesible a todos los sectores sociales de la población chocoana. Con su trabajo y dedicación, ellas y ellos materializaron los sueños de César Conto de convertir la educación en un derecho para todos: “la educación popular, sin tributos al escolasticismo, libre, laica, científica”, como lo expresó Conto hace un siglo en su Testamento Político; y materializaron la promesa de Diego Luis de cambiar los delantales de la servidumbre por los diplomas del bachillerato y el magisterio.

Las políticas educativas de los gobiernos de la República Liberal y el trabajo regional de Adán Arriaga Andrade como Intendente Nacional y de su director de Educación, Vicente Barrios Ferrer, favorecieron este hito trascendental e histórico del desarrollo del Chocó, que fue posible gracias a la labor de profesionales chocoanos como Armando Luna Roa y sus coetáneos, muchos de ellos beneficiarios del programa de becas del Gobierno Nacional y la Intendencia del Chocó, establecido en la región desde comienzos del siglo XX.

Licenciados

Armando Luna Roa pertenece a una sucesión insigne de colombianos que se formaron en la Escuela Normal Superior de Tunja, germen de los programas de estudios superiores de educación en Colombia y precursora de la Universidad Pedagógica y Tecnológica. Bajo la tutela académica de la Universidad Nacional de Colombia, la Normal Superior graduó valiosas promociones de institutores, maestros superiores y licenciados, con diversos énfasis (sociología, antropología, geografía). Graduado como Institutor, en 1941, y en 1942 como Licenciado en Ciencias Sociales y Económicas, con énfasis en Sociología, Armando Luna Roa compartió aulas con Virginia Gutiérrez de Pineda y Luis Duque Gómez, quienes posteriormente -luego de sus estudios en el Instituto Etnológico Nacional- serían colegas de otro chocoano, Rogerio Velásquez Murillo, en la gesta del desarrollo de la antropología en Colombia.

Allí, en la Normal Superior, Luna Roa fue discípulo de intelectuales como José Francisco Socarrás, el insigne médico que fundó y dirigió esa institución, el geógrafo Pablo Villa y pedagogos de la talla de Manuel José Casas Manrique, Agustín Nieto Caballero y Antonio García, entre otros maestros y condiscípulos que -al abrigo de los gobiernos de la República Liberal- darían lustre a la educación y a las ciencias sociales y humanas en la Colombia contemporánea.

Nicolás Rojas Mena, Saulo Sánchez Córdoba, Eugenio Peña C., Carlos A. Mosquera, Abraham Rentería S. y Miguel A. Caicedo Mena son parte de la pléyade de educadores chocoanos profesionales que contribuyeron a la fundación y universalización de la educación pública en el Chocó, a partir de la década de 1930. FOTOS: Archivo Fotográfico y Fílmico del Chocó. Edición: El Guarengue.

Educador

De regreso a Quibdó, “su primer empleo fue el de Profesor de Sociales en la Escuela Normal para Varones de Quibdó, en 1943”.[3] Su clase de Historia de la Educación fue famosa y apreciada entre las primeras generaciones de normalistas quibdoseños. En 1948 fue rector del Colegio Carrasquilla, de Quibdó, y en 1950 del Colegio Simón Araújo, de Sincelejo. Igualmente, “fue profesor de Filosofía, Pedagogía, Psicología, Historia y Geografía en los principales centros de educación secundaria de Quibdó, donde brilló por su exquisita personalidad y profundos conocimientos, premio a su insaciable sed de estudio y de consagración a la enseñanza”.[4]

“La Historia habrá de juzgar la obra del licenciado Armando Luna como educador… El día llegará en que sus innumerables descendientes espirituales escriban con justicia lo que fue este conquistador de almas para la cultura de esta tierra, que tan mal paga en ocasiones a sus mejores servidores”; expresó su gran amigo Senén Mosquera Lozano, en el panegírico que leyó en el sepelio de Armando Luna Roa, ante una multitud compungida, triste por la partida de uno de sus mejores coterráneos y maestros.

Servidor público

Además de su trayectoria como educador, Armando Luna Roa fue Diputado de la Asamblea departamental y ejerció la Dirección de Educación del Chocó, desde donde trabajó en la consolidación de la educación pública en la región y, preocupado por la delincuencia infantil, creó la Correccional de Tanando, primer centro destinado a la rehabilitación de menores infractores; así como impulsó la difusión de contenidos culturales a través de la emisora La Voz del Chocó.

Se desempeñó también como Síndico de la Beneficencia del Chocó, cargo que ostentaba el día de su fallecimiento, y desde el cual destinó recursos para la posterior construcción del famoso edificio sede de la entidad (el Ocho pisos) y el Teatro César Conto, de Quibdó. Fue corresponsal, durante más de una década, de los periódicos El Espectador y El Tiempo, y colaborador de varias revistas culturales nacionales; así como miembro fundador del Club de Leones de Quibdó.

Pedagogo e investigador

Haciendo honor a su formación académica y a su condición de estudioso permanente de las ciencias sociales, humanas, económicas y de la educación, y de observador sistemático de la realidad de su tierra, Armando Luna Roa dejó -además de una colección de artículos periodísticos publicados en su labor de corresponsal, y de textos y discursos escritos como funcionario y como educador- por lo menos dos libros terminados e inéditos: “La Escuela en el Chocó” y “Breves noticias histórico-geográficas del Departamento del Chocó”. El primero es un completo análisis sobre la institución escolar en la región, el papel de la educación y del maestro en la sociedad, y recomendaciones sobre diversos tópicos pedagógicos, morales sociales acerca de la labor educativa. El segundo es un texto de uso escolar para el conocimiento y la enseñanza de estas materias en los establecimientos educativos, que abarca desde la prehistoria hasta la independencia y la república, con un acápite especial dedicado a las diferentes versiones sobre la fundación de Quibdó.[5]

En su trabajo sobre la escuela en la región, Armando Luna Roa expresa claramente que “la función social de la escuela en el Chocó jamás ha sido una realidad”, pues se limita a la enseñanza rutinaria, con métodos caducos, en lugar de sembrar inquietudes en un pueblo tradicionalmente conformista y que “todavía continúa siendo víctima de iniquidades”.[6]

Con admirable lucidez y sentido histórico, Armando Luna Roa caracteriza el contexto del Chocó de mediados del siglo XX: “El abandono criminal en que ha permanecido esta región, reputada como una de las más ricas del mundo, ha permitido toda clase de abusos, que a diario perpetran las compañías imperialistas que arruinan la riqueza nacional y acaban con el capital humano”.[7]

Además del atraso en la educación pública, debido a su reciente expansión en el Chocó, Armando Luna Roa plantea claramente en su obra el grave problema de la desintegración regional producida por el aislamiento interno, que impide el trabajo mancomunado. “…Nuestros pueblos están aislados, sin una conexión que facilite la cooperación de una provincia a otra, de uno a otro municipio. Este aislamiento no les permite mantener un intercambio de ideas, métodos de enseñanza, etc., por lo cual no pueden colaborar en la obra común y necesaria: un Chocó grande”.[8]

En ese sentido, Armando Luna Roa exhorta al magisterio a que tenga en cuenta que “está en nuestras manos la suerte de una porción del territorio patrio, la suerte de un pueblo, de una raza”.[9] Y aboga por pedagogías acordes con estas realidades, así como por la formación permanente y continua del maestro, para que pueda ejercer su trabajo con responsabilidad y conciencia del deber. Su crudo diagnóstico al respecto lo dejó escrito así: “Uno de los males de que adolece el magisterio radica en el total abandono del estudio, en esa indolente despreocupación por los libros… La mayor parte de los maestros que actualmente se encuentran en actividad, con pocas excepciones, están rutinizados y claro que así tiene que ocurrir en una región tan olvidada como es el Chocó”.[10]

Su trabajo “La Escuela en el Chocó” concluye con recomendaciones y consejos sobre algunas cualidades del maestro, como el optimismo y la constancia, el amor a la niñez, que le deben dar fuerzas para no desfallecer en su labor educativa. Y para subsanar las carencias formativas del magisterio, Armando Luna Roa recomienda al Ministerio de Educación que incluya en las bibliotecas escolares material pedagógico en cartillas breves, no en libros voluminosos. Finalmente, el experimentado educador plantea la necesidad de que las autoridades hagan justicia con el magisterio en materia de sus salarios y prestaciones, que para la época no se compadecen con la misión que estos profesionales cumplen en la sociedad.

Portada y contraportada de la recopilación de textos biográficos sobre Armando Luna Roa, publicada por el Maestro Miguel A. Caicedo Mena en agosto de 1993. FOTO: Archivo El Guarengue.

“Adiós, Armando querido…”

Su amigo Senén Mosquera Lozano, cuya intervención en el sepelio de Armando Luna Roa fue una de las más sentidas y emotivas, resaltó sus virtudes y lamentó su pronta partida: “Hijo modelo, hermano cariñoso y comprensivo, esposo amante e inimitable padre de familia, Armando Luna deja inconcluso su periplo, porque le faltaba mucho por realizar, porque la patria, su familia y sus amigos esperaban mucho más de lo que había hecho, con ser mucho…”.[11] Y remató su estremecedora despedida, en el Cementerio San José, de Quibdó, en noviembre de 1961, con estas palabras: “Adiós, Armando querido, sabes que por mi boca te habla Tadó, ese pueblo que amaste más que si hubiera sido la cuna de tus primeros gestos a la vida, y no podía faltar la voz de ese pueblo tan sincero, que no tiene puerta para las almas nobles como la tuya…”.[12]

Tristes y conmovedoras como pocas, concurridas como las que más, en las honras fúnebres de Armando Luna Roa no hubo ojos que no lloraran su partida, ni corazones que no agradecieran -en el silencio de la tristeza- lo  provechosa que fue su corta vida.


[1] Rivas Lara, César E. Reseña histórica del Colegio Carrasquilla, Alma Máter de la cultura chocoana, 115 años: 1905-2020. Léanlo Editores, Medellín, 2020. 361 pp. Pág.117-118

[2] Caicedo M., Miguel A. Sólidos pilares de la educación chocoana. Mayo de 1992, Editorial Lealon. 75 pp. Pág. 32-33

[3] Caicedo M., Miguel A. Armando Luna Roa. Editorial Lealon, Medellín, Quibdó, agosto de 1993. 57 pp. Pág. 13.

[4] Ibidem. Pág. 14.

[5] Caicedo M., Miguel A. Armando Luna Roa. Editorial Lealon, Medellín, Quibdó, agosto de 1993. 57 pp. Pág. 29-43

[6] Luna Roa, Armando. La escuela en el Chocó. Citado por Caicedo M., Miguel A. Armando Luna Roa. Obra citada. Pág. 30.

[7] Ídem. Ibidem.

[8] Ídem. Ibidem.

[9] Ídem. Ibidem.

[10] Ibidem, pág. 37.

[11] Caicedo M., Miguel A. Armando Luna Roa. Editorial Lealon, Medellín, Quibdó, agosto de 1993. 57 pp. Pág. 20

[12] Ibidem, pág. 21

13/01/2025

 ARISTA SON 
(3ª Parte)

*En la década de 1970, Arista (2° de izquierda a derecha) y sus Estrellas le aportaron a la noche y a la escena musical bogotana nuevas sonoridades y ritmos musicales. Según palabras de Libia Stella Gómez: le enseñaron a Bogotá a bailar y escuchar el folclor de su tierra. Fueron años muy intensos, en los que, si un fin de semana Arista cantaba para los nadaístas en el bar La Herradura (Calle 72 con Carrera 7), al siguiente se presentaba con Oscar Golden y Billy Pontoni en un show televisivo. FOTO: ¡Fuera Zapato Viejo! IDARTES, Bogotá, 2014.

La publicación en El Guarengue de la semblanza de Aristarco Perea Copete, ARISTA (Yuto, 1930 – Bogotá, 2006), escrita por Libia Stella Gómez, cineasta colombiana que creó y dirigió el documental Arista Son (2011), despertó gran entusiasmo entre fans chocoanos y no chocoanos de diversas generaciones, que lo conocieron y que alcanzaron a bailar su música en Bogotá o en Quibdó. De ellos recibimos diversos comentarios sobre el texto publicado en dos entregas, así como nuevos datos acerca de la vida, la trayectoria y el valor de Arista dentro de la historia musical y cultural del Chocó; algunos de los cuales se pueden leer en la sección de comentarios de El Guarengue-Relatos del Chocó profundo.

Uno de dichos aportes es un breve texto del abogado y artista Américo Murillo Londoño, de reconocida estirpe de músicos y cantantes, quien es además un memorioso cronista de la vida quibdoseña de otros tiempos. Ameriquito, como es ampliamente conocido en Quibdó, escribió para El Guarengue un relato sobre los tiempos en los que Arista convirtió en escenario musical y de la bohemia quibdoseña un sótano del otrora famoso y elegante Teatro César Conto. Esperamos que disfruten este cierre de la serie sobre Arista, nuestro gran sonero y bolerista.

Julio César U. H.

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 Arista y sus Estrellas

Por Américo Murillo Londoño

Aristarco Perea Copete, más conocido como “Arista”, nació en Yuto. Era hijo del comerciante Erasmo Perea, también de esa población, que tenía entre sus actividades principales la compra y venta de oro y en especial de platino. La madre de Arista se llamaba Eufemia Copete Ledesma, y era natural de Tadó.

Desde muy joven, Aristarco tuvo una conexión con la música Cubana, inclinándose por los boleros y sones, teniendo como referente al gran Benny Moré. Cuando Aristarco era un joven, en Quibdó se hablaba mucho de Panamá y particularmente de Colón, que movía mucho comercio a la par que ritmo y rumba; razón por la cual personas conocidas en la localidad se aventuraron por esos lares, entre otros: Aurelianito Ortiz, Ovidio Asprilla Palacios, Leonidas Chaverra Córdoba, Arcelio Mosquera Machado y por supuesto Aristarco, que no se podía quedar atrás.

A su regreso a Quibdó, Aristarco abre una tienda en la esquina de la Carrera 3ª con Calle 25 (Barrio Pandeyuca) frente al Café Andágueda y en las noches, con sus amigos, al son de guitarras interpretaban música variada que concitaba a melómanos reconocidos. Por sus condiciones innatas para el canto, Arista es convocado para formar parte de la agrupación musical en ciernes Los Negritos del Ritmo, para desempeñarse como vocalista junto con Alfonso Córdoba” El Brujo”. En cuestiones de música, Aristarco era muy exigente, ordenado en extremo; por eso lo tildaban de resabiado y, como siempre soñó ser una estrella en la música, se retira de los Negritos del Ritmo y organiza su propia agrupación musical: “Arista y sus Estrellas”.

El antiguo Teatro César Conto, de Quibdó, tenía un sótano, con acceso por la Carrera Tercera, más o menos por donde queda actualmente el pasaje que comunica a la Carrera 4ª. Aristarco tomó en arriendo este lugar, lo adecuó como un bar, ubica mesas, sillas, ventiladores, instala iluminación y organiza una pequeña tarima para los artistas. Al local no lo identificó con nombre alguno, siempre fue denominado como “El Sótano”. Arista se hizo acompañar musicalmente por guitarristas de talla, como Víctor Dueñas Porras, Ciro Murillo y Francisco García (padre)

El Sótano se volvió muy popular, muy frecuentado por amantes de la música y Arista desde la tarima hacía las veces de animador, y desde allí controlaba a los meseros, con micrófono abierto y las maracas en las manos no dudaba en indicarles en qué mesa estaban pendiente del pedido, e instaba a los asistentes a no fumar porque era perjudicial para la salud; en fin, Arista sin duda alguna era un personaje peculiar.

En El Sótano, por su condición de tener un techo bajito, el calor era sofocante, debido a que los ventiladores de poco o nada servían, ya que no había sistema de circulación de aire, y para colmo de males en tiempos de mucha lluvia, que el Atrato se crecía, El Sótano se inundaba debido a que el nivel freático del sector era muy alto. Lo anterior ocasionó que la dicha y el encanto de El Sótano se fuera esfumando y con el público escaseando llegó el ocaso de ese sitio de diversión bien chévere.

El cierre de El Sótano significó para Arista un simple tropezón en la vida, que lo estimuló para soñar y   buscar una nueva oportunidad. Es así como convoca al veterano Neptolio Córdoba y a nuevos talentos, para abrirse paso en Bogotá, tales como Manuel (Manolo) Moreno Valencia, bajista; Juan (Juancito) Maturana Guevara, baterista; Juan de Dios Cuesta, Senén Cuesta Lozano y otros.

El viaje de Arista y sus Estrellas cayó como anillo al dedo ante la colonia Chocoana, que era numerosa y requería de un espacio de diversión propio, diferente a lo que había en la capital, y a fe que Arista lo logró, se posicionó y triunfó.

Finalmente, debo anotar que Don Erasmo, como le decían al padre de Arista, fue un comerciante con sedes en Quibdó y Tadó; una de sus líneas de negocio fue la compraventa de oro y platino, metal éste que le ayudó a posicionarse aún más, económicamente, en razón a que su demanda aumentó en tiempos de la II Guerra Mundial, debido a que ese metal servía para la fabricación de explosivos; dicha guerra culminó en 1945. Erasmo Perea tuvo cuatro hermanos más, entre las cuales se contaba a la educadora Clara Perea de Mosquera, la mamá del médico Jesús Alberto Mosquera Perea (Chucho).


06/01/2025

 ARISTA SON
(2ª Parte)

*Aristarco Perea Copete, ARISTA (Quibdó, 1930-Bogotá, 2006).
FOTOS: tomadas de "¡Fuera Zapato Viejo!", 
IDARTES, Bogotá, 2014.

En el Cementerio Central de Bogotá reposan los restos de Aristarco Perea Copete, el gran Arista, una de las voces más prodigiosas del pentagrama chocoano y antillano, quien -con todo y sus excelsas dotes artísticas- solamente pudo grabar tres discos y lo hizo cuando ya había cumplido 70 años: Canto a la Naturaleza, con sus propios recursos económicos y medios técnicos limitados; y los dos que la disquera MTM le grabó, con renovado conjunto musical y en condiciones profesionales: Así es la vida y Arista Son. Los cuales se vendieron en Bogotá y fuera de Colombia con la misma presteza con la que en la Casa Folclórica del Chocó se vendían el aguardiente Platino, el sancocho chocoano o los pasteles de arroz.

Arista nació en Yuto, entonces corregimiento de Quibdó, en 1930. Y murió en Bogotá en septiembre de 2006, un mes antes de la fecha prevista para su viaje a Cuba, que habría sido el viaje más maravilloso de su vida, ya que su mayor sueño siempre fue conocer la isla caribeña y tocar allí su música. De hecho, en este viaje, Arista tenía programadas presentaciones musicales en un festival en Santiago de Cuba y en otras ciudades de la isla. Tanto su partida de Bogotá como su periplo cubano serían celosamente documentados por un equipo profesional de cine, como parte del documental ARISTA SON, cuya premiere se llevó a cabo en el año 2011, el mismo día en el que se cumplía el quinto aniversario de su muerte, ante un público conmovido hasta las lágrimas, en la Cinemateca Distrital de Bogotá.

El documental fue concebido y realizado por la directora de cine Libia Stella Gómez, quien se lo había prometido a Arista en una charla coloquial, cuando ella apenas comenzaba a estudiar cinematografía en la Universidad Nacional de Colombia. De Libia Stella Gómez es también la bella semblanza cuya primera parte presentamos en la anterior edición de El Guarengue-Relatos del Chocó profundo; y cuya segunda parte presentamos hoy, para que, de la mano y en las palabras de quien tanto lo conoció, conozcamos nosotros qué pasó desde la desilusión por la pérdida de la Casa Folclórica del Chocó, a finales de los años 1980, hasta la muerte de Arista, a sus 76 años, cuando aún le faltaba tanto por hacer, tanto por cantar, tanto por componer, tanto por alegrar a la escena musical nacional e internacional… y tanto por esperar a que su tierra chocoana lo recordara.[1]

Julio César U. H.

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EL BUENARISTA SOCIAL CLUB
Historia de una promesa
Por Libia Stella Gómez
(Segunda parte)

El sabor de la adversidad no lo dejó abatido y puso cerca de la calle 22 con carrera 9ª una oficina en donde se ofrecían servicios musicales. Sus músicos de esa época, compañeros de infortunio, fueron reclutados en los cafés y billares, de entre los bohemios y borrachos juglares que, a diario, al calor de los aguardientes y con la guitarra debajo del brazo, esperan la llegada del cliente enamorado que busca brindar una serenata. Dando shows por cualquier peso, de un negocio a otro, de aquí para allá, logró sobrevivir con dificultad los años noventa.

Finalizando esa década, los aires cambiaron y empezó a ser oído. En 1997 con la ayuda de Fernando Garzón, el dueño de Buscando América, Arista consiguió un toque en la Casa del Teatro La Candelaria, donde el recién creado Ministerio de Cultura rendía un homenaje al maestro Santiago García. Allí lo escucharon Ramiro Osorio, el primer titular de la cartera, y Fanny Mickey, la directora del Teatro Nacional, que de inmediato empezaron a contratarlo para amenizar fiestas en el norte de la ciudad.

Algunos dueños de restaurantes como Gerardo Marín también le abrieron sus puertas en el barrio La Macarena y de allí pasó a ser una figura habitual en los saraos de la vieja guardia rumbera. En 1998 enganchó con Salsa al Parque y con ello vinieron contratos y mejores épocas. Poco a poco fue dejando el centro de Bogotá y su 22 con novena, para trasladar sus toques a lugares tan lejanos como el restaurante Andrés Carne de Res en la vecina población de Chía.

Por esa buena racha consiguió en el año 2000 su primer viaje internacional. En el aeropuerto El Dorado este grupo de veteranos del son tuvo que dejar al trompetista porque tenía una prohibición para salir del país. Y así, con el grupo incompleto, se fueron para el Festival de la Cultura Colombiana en México. Arista contaba que en ese viaje, y por primera vez en su vida, le llovieron las peticiones de autógrafos y hasta el deseo inverosímil de un fan. Una noche, después de un show en un local nocturno, un auto misterioso los persiguió a él y a la orquesta mientras volvían caminando al hotel. Arista trató de esconderse creyendo que se trataba de algún problema relacionado con el músico que habían dejado en Bogotá, pero solo era un hombre que había presenciado su show y estaba tan emocionado que quería tomarle una foto al músico chocoano besando a su mujer en la boca.

Antes del viaje, había logrado grabar unos cuantos temas en un estudio casero y hacer una pequeña edición de 300 CD. A pesar de que en México logró vender casi todas las copias de Canto a la naturaleza, no estaba totalmente satisfecho con el disco, le disgustaban la carátula fotocopiada, el sonido de garaje y los tropiezos en el acompañamiento. Recuerdo que, cuando lo conocí, Arista peleaba constantemente con los músicos, tratando de sacarles su mejor interpretación, porque no alcanzaban con los instrumentos la monumentalidad de su voz.

Al volver de México lo contactaron de MTM para grabar ahora sí en toda la regla. El primer requisito de la disquera fue utilizar un grupo distinto y para ello tuvo que abandonar a sus viejos compañeros de luchas, en aras de alcanzar un sonido más profesional. Conservando únicamente al Moro, se incorporaron a su grupo el tresista cubano Santiago Domingo, el arreglista Luis H. Cortéz “Nanico” y el trompetista Jaime Gómez. El nuevo disco, titulado Así es la vida, contenía los mismos temas de la grabación casera, pero presentaba un acompañamiento que hacía honor a su voz y por primera vez Arista se sintió orgulloso de lo que había hecho. El CD se agotó rápidamente.

Si los sones de ese disco y también de los posteriores parecen cubanos es porque estas músicas comparten las mismas raíces africanas. A pesar de que mantenía un nutrido repertorio de Cuba, en composiciones como “Mi tierra” Arista reflejaba el orgullo que sentía por su folclor, por su Chocó, por esos sones que siempre buscó posicionar y popularizar. En otras, como “Al pan pan, al vino vino”, añadía componentes de protesta, pero no con el ánimo de sumarse a la corriente social de la salsa estilo Rubén Blades, sino porque él buscaba, de forma honesta, alzar su voz en contra de la desigualdad y la injusticia social. También escribía temas llenos de humor como “El galandro”, en el cual ese sistema de pesca utilizado en el Atrato le servía como metáfora para hablar de sus dotes de galán y conquistador, cualidad de la que se ufanaba, y, finalmente, cuando quería sacarle el máximo provecho a su voz, cuando quería dejar a la audiencia embelesada, nos regalaba “Amantes”, un precioso bolero que nos habla de la imposibilidad del amor.

Arista y el poeta Juan Manuel Roca fueron grandes amigos. Muertos de la risa solían contarle a todo el que quisiera oírlos que ellos dos habían fundado el Club de los sombrerones. FOTOS: ¡Fuera Zapato Viejo! IDARTES, Bogotá, 2014; y Sílaba editores.

El primer disco llevó con bastante rapidez al segundo, titulado Arista Son, y a una celebridad tardía del cantante chocoano. Pese a que su fanaticada crecía y los conciertos se multiplicaban, Arista siguió llevando una vida humilde. Para sobrevivir tuvo que poner en el Centro Comercial Nutabes, en la calle 19 con carrera 4ª, una pequeña tienda llamada El Señor del Son, en donde vendía el periódico Chocó 7 Días, aguardiente Platino, jugo de borojó, sus discos y los de otros músicos y despachaba cerveza a los esporádicos visitantes. Allí pasaba tardes enteras el poeta Juan Manuel Roca conversando con el Maestro y ufanándose, ambos, de que habían creado el “club de los sombrerones”. El negocio lo atendía en persona, siempre vestido de manera impecable, siempre solícito y siempre hablando de que algún día tenía que “subirse en la tarima de los grandes”.

Arista era una especie de cubano nacido por equivocación en Colombia. Eso se le notaba en los modales, en la picardía y el donjuanismo, en la elegancia de dandy del Pacífico. Su mismo estilo de cantar, que parecía expresar en cada nota el sentimiento de la raza negra, era alto, agudo y sincopado como el de Benny Moré, con quien siempre lo compararon –bueno, también con Panchito Riset, con Compay Segundo–, pero él, muy orgulloso, rechazaba esas comparaciones y enfatizaba que para él lo decisivo era que lo recordaran como Arista. Pese a lo cual uno de sus chistes preferidos era sostener que “yo dizque fundé en Colombia el Buenarista Social Club”.

En su vocabulario, “subirse a la tarima de los grandes” quería decir viajar a Cuba. Durante años había intentado ir a la Isla, pero la mala situación económica, además de otras contrariedades, le habían impedido hacerlo. Curiosamente, fue ese anhelo suyo lo que volvió a ponerlo en mi camino.

En esa época –hablo del año 2003– yo ya había terminado mi carrera como realizadora de cine y logrado conseguir la financiación para mi primer largometraje, La historia del baúl rosado. Mientras hacíamos la postproducción de la película, se me ocurrió que para una de las escenas podría venir muy bien un bolero de Arista. Le puse al montajista chileno Gabriel Baudet uno de sus discos y él quedó maravillado. Gabriel me animó a retomar la vieja idea de hacerle un documental y fue entonces, ya con el nombre y la experiencia adquiridos, que me sentí capaz de cumplirle mi antigua promesa a Arista.

Como el más grande de sus sueños era conocer Cuba, me pareció que podía usar el documental como excusa para llevarlo a La Habana y a Santiago y ponerlo a tocar con sus pares de la isla. Federico Durán, mi productor, se entusiasmó con el proyecto y rápidamente nos pusimos manos a la obra. El objetivo inicial del documental era inscribirlo en un festival del son y poner en imágenes una bellísima frase de Juan Manuel Roca: “Si Arista hubiera ido a Cuba, no se habría sentido llegando sino regresando”.

Tratamos de trabajar rápidamente, pero la escasez de recursos y la falta de eco hicieron que no fuera sino hasta el año 2005 que recibiéramos del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico el apoyo económico para emprender la travesía.

Arista y la cineasta Libia Stella Gómez, creadora y directora del documental Arista Son. Galería Café Libro de la 93, Bogotá, 2006. FOTOS: ¡Fuera Zapato Viejo! IDARTES, Bogotá, 2014.

Mauricio Silva, nuestro fotógrafo, quería que antes del viaje hiciéramos una prueba de iluminación, pues las pieles negras no son fáciles de filmar y él no quería tener ningún contratiempo en medio del rodaje. Con ese fin Arista y yo tuvimos una larga conversación en la Galería Café Libro de la 93; allí me habló de su temprana pasión por la música, me cantó fragmentos de sus temas y se explayó sobre diferentes episodios de su vida. Nuestro objetivo no era incluir esa charla en el documental; se trataba simplemente del punto de arranque de la filmación.

Adelantamos la preproducción, lo inscribimos en un festival de son en Santiago de Cuba y les enviamos sus tres CD a los músicos santiagueños que lo acompañarían. Arista estaba ilusionado con el viaje, se lo decía a todo el mundo y quizá por ello ocultaba el lacerante dolor en su pierna izquierda, atacada por la arterioesclerosis, aunque él pensaba que era gota y se automedicaba con PPG cubano (un medicamento popular que baja el colesterol y aumenta la libido). Una tarde en que estábamos definiendo ciertos pormenores, lo vi hinchado, se notaba que estaba reteniendo líquidos y le pregunté si aplazábamos el viaje. Él se limitó a decirme que no, que estaba listo.

El 7 de octubre de 2006 planeábamos tomar en el aeropuerto las imágenes de nuestro entrañable viejo embarcándose al viaje que por tantos años había esperado. Sin embargo, el 5 de septiembre de ese mismo año, un mes antes de irnos, recibí una llamada de su hijo el Moro. Arista había muerto la noche anterior, sin haber cumplido su sueño y dejando trunco el mío de hacerle un gran homenaje en vida. Su entierro en el Cementerio Central fue doloroso y emocionante al mismo tiempo. Varios grupos de músicos chocoanos fueron a darle el último adiós.

Su muerte fue un duro golpe para la realización del documental. Tardé un año en encontrar la disposición de ánimo para retomar el proyecto. Solo intentar editar el material me dolía. Sin embargo, logré sobreponerme y aquella conversación en Galería Café Libro, que solo era una prueba de iluminación, terminó convirtiéndose en la columna vertebral del documental.

Lo reedité una y otra vez, porque no estaba contenta con el resultado. Luego vino el problema con los derechos de algunas canciones: “Lágrimas negras” y “Tú me acostumbraste” estuvieron a punto de salir porque no teníamos el dinero para pagarle a Sayco. Finalmente, el 5 de septiembre de 2011, pudimos estrenar el documental en la Cinemateca con una emocionada reacción del público.

Esa noche no solo mostramos el trabajo; el antiguo grupo de Arista, con Nicoyembe en la voz principal, nos regaló algunas de sus interpretaciones. De repente, Ketty Perea, la hija del Maestro, tomó el micrófono y dijo unas sentidas palabras en las cuales resaltó mi terquedad para sacar adelante el proyecto. Por supuesto, yo me emocioné y se lo agradecí casi con lágrimas, pero no creía haber hecho nada extraordinario. Al fin y al cabo, solo estaba siendo fiel a unas palabras dichas quince años atrás. [2]


[1] Una lista de canciones de Arista puede escucharse aquí:

https://www.youtube.com/playlist?list=PLbkWFCjOSzp15moQ7lmsQyP5PVMuusPgJ

[2] El documental Arista Son, de Libia Stella Gómez, puede verse aquí:

https://rtvcplay.co/peliculas-documentales/arista-son

N. B. Al igual que la primera parte, el texto de Libia Stella Gómez: EL BUENARISTA SOCIAL CLUB. Historia de una promesa, fue tomado del libro ¡Fuera Zapato Viejo!: Alcaldía Mayor de Bogotá. Instituto Distrital de las Artes – IDARTES. ¡FUERA ZAPATO VIEJO! Crónicas, retratos y entrevistas sobre la salsa en Bogotá. Bogotá, 2014. 224 páginas. Pp. 34 – 51. ISBN 978-958-58175-4-8

30/12/2024

 ARISTA SON 

𝄞 Despedida de fin de año 
de El Guarengue 𝄞 

Aristarco Perea Copete (Quibdó, 1930 - Bogotá, 2006),
FOTOS: Documental ARISTA SON. Libia Stella Gómez.
Tomadas de: ¡Fuera Zapato Viejo! IDARTES, Bogotá, 2014.

Un mes antes de cumplir el sueño más grande de su vida: conocer a Cuba, murió en Bogotá el cantante y músico chocoano Aristarco Perea Copete, el 4 de septiembre de 2006. “Si Arista hubiera ido a Cuba, no se habría sentido llegando sino regresando”, dijo el poeta Juan Manuel Roca. Tenía razón. Arista no solamente nació para la música entre sones cubanos y boleros oídos en su infancia quibdoseña; sino que, además, fue siempre comparado, por diversas razones musicales, con músicos cubanos de la vieja guardia, como Benny Moré y Panchito Riset; y por razones adicionales de trayectoria con el fabuloso bolerista cartagenero Sofronín Martínez, Sofro. 

La grandeza de Arista, ampliamente reconocida en la escena cultural y en la rumba de Bogotá, fue inmortalizada por la disquera internacional MTM en grabaciones memorables.[1] Hoy, como regalo de Año Nuevo para nuestros leales lectores, Arista engalana el último Guarengue de 2024, en la voz de una mujer que merece todo honor: la cineasta Libia Stella Gómez, quien le prometió a Arista, en 1993, cuando apenas empezaba a estudiar en la Universidad Nacional de Colombia, que haría un documental sobre su vida y su obra; el cual estrenó en la Cinemateca Distrital de Bogotá, el 5 de septiembre de 2011, con el nombre del último y emblemático grupo musical del chocoano maravilloso: Arista Son.[2] 

Esta hermosa crónica sobre la vida personal y musical de Arista, que les invitamos a leer en dos entregas, es tomada de ¡Fuera Zapato Viejo!, una recopilación documental publicada hace diez años por el Instituto Distrital de las Artes, IDARTES, de Bogotá, D. C.[3] 

El Guarengue – Relatos del Chocó profundo les da la más cordial y feliz bienvenida al Año Nuevo 2025. Julio César U. H.

 

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EL BUENARISTA SOCIAL CLUB
Historia de una promesa
Por Libia Stella Gómez
(Primera parte)

En marzo de 1989 llegué a vivir a Bogotá. Como a todos los venidos de provincia, lo primero que me pegó fue el frío de nevera, luego el ruido y corre corre de la ciudad y casi de inmediato la soledad. En Bucaramanga había incursionado en el teatro y llegué a la capital con la intención de estudiar teatro, pero finalmente mis pasos se enfilaron hacia la realización cinematográfica en la Universidad Nacional. Para ayudarme con los gastos, conseguí trabajo en un sitio de la calle 19 con cuarta, muy conocido entre los intelectuales de izquierda: Buscando América Galería Bar.

Una noche del año 93 pude ver allí a un grupo de soneros. El cantante era un tipo flaco, con un timbre de voz prodigioso, parecido al de los grandes cantantes de Cuba. Lo acompañaban un hombre altísimo que tocaba los bongóes, un tipo sonriente que rasgaba alcohólicamente el tiple y un muchacho muy adusto a cargo de las tumbadoras. En el curso de la velada sabría que el cantante se llamaba Aristarco Perea –si bien todo el mundo le decía Arista– y que sus acompañantes eran Senén Mosquera, el famoso exfutbolista de Millonarios, Saulo Moreno, un condoteño muy conocido en los ambientes bohemios, y el propio hijo de Arista, Aristarco Perea Junior, a quien todos apodaban “El Moro”. Durante un descanso, emocionada por sus canciones, le conté que estudiaba cine.

–Pues entonces –me contestó muy coquetamente Arista– cuando sea famosa me hace algo. Así de pronto usted se va para arriba o yo me voy para arriba.

En lugar de responderle una formalidad, me aventuré a hacerle una contrapropuesta:

–¿Sabe qué? Cuando pueda, mejor le hago un documental.

Pasarían más de diez años antes de que esas palabras empezaran a tener algún sentido y casi quince para que yo pudiera cumplir mi promesa.

Aristarco Perea Copete nació en Quibdó en 1930. Su padre, Erasmo Perea Hinestroza, había sido primer clarinete de la Banda de San Francisco, aunque por problemas con otros intérpretes decidió hacer a un lado la música y dedicarse a la sastrería. En una entrevista que les concedió muchos años después al poeta Juan Manuel Roca y a la diseñadora gráfica Mariela Agudelo, el gran cantante chocoano recordó que el incidente había dejado a su padre “resentido con el medio musical. Nos prohibió que hiciéramos música. Si veía a alguno de sus hijos con un instrumento musical en la mano, de inmediato quería destruirlo”. No obstante las prohibiciones paternas, ya muy niño Arista empezó a dar muestras de que no sería fácil detener esa inclinación por el canto. En el Quibdó de su niñez, incluso antes de aprender a leer, aprendió a cantar y casi enseguida a componer canciones de un exaltado lirismo. A los 7 años escribió “Mi rosal” para una de sus profesoras en el colegio, una mujer de 18 años que le regalaba confites y lo trataba de forma especial. Arista creía estar enamorado y como ella se fue para el Bajo Atrato, él en su nostalgia le dedicó este bolero cuyos versos finales dicen: Y vuelve lo mismo que te fuiste, / pero no, no toques mi rosal…

En aquel tiempo era difícil separarlo de la radio o de las pocas vitrolas de su ciudad natal. En ellas escuchaba los sones del Trío Matamoros, los vallenatos de Buitrago o los merengues de Ángel Viloria. También le dejaron huella los bailes peseteros de la época, en los cuales hacía gala de sus dotes de buen parejo, así como buena parte de lo escuchado en El Jazz de Borromeo, una agrupación de chirimías en la que se tocaba porro, merecumbé y bolero siguiendo las líneas de Lucho Bermúdez y Pacho Galán.

El primer grupo con el cual Arista parece haber actuado fue La Timba de Víctor Dueñas, un gran guitarrista que nunca pisó un conservatorio pero que era incomparable con su instrumento y que además resultó decisivo en la formación de Arista. A partir de allí, el jovencísimo cantante de 12 años gastó su adolescencia en formar grupos folclóricos que ensayaban en galpones de techo de zinc bajo el calor abrasador del Pacífico. Los chiquillos espiaban tras la puerta y bailaban al calor de sus pegajosas melodías. Para esos niños, Arista era un ídolo, soñaban ser como él, mientras Arista soñaba ser como Daniel Santos.

Al alcanzar la mayoría de edad, quiso convertirse en sastre, como su padre, y durante algunos meses circuló entre linos, paños, metros y marcas de tiza (de todo aquello, solía decir, tan solo le quedó el deseo perpetuo de vestirse bien). En 1954, a los 24 años, se fue por un tiempo a Panamá con el ánimo de combinar el fútbol y la charanga. A su regreso, trabajó un tiempo en la Brigada Antimalárica fumigando pantanos con DDT, hasta que en 1963 un amigo suyo le sugirió unirse a otros músicos chocoanos para formar un grupo.

Así nacieron Los Negritos del Ritmo, conformado en un principio por Aristarco Perea, Neptolio Córdoba, Augusto Lozano, Gastón Guerrero, Ignacio Hinestroza, Víctor Dueñas, Lucho Rentería, Eduardo Halaby, el clarinetista Daniel Rodríguez, Santos Moreno Blandón, un muchacho Cañadas, Luis Palomeque, Betty Álvarez y otros. Ensayaban en un barrio llamado Huapango y muy pronto se convirtieron en la orquesta rival del entonces aclamado Peregoyo y su Combo Vacaná. Con un estilo muy cercano al de Cortijo e Ismael Rivera –hay, de hecho, una foto de los Negritos del Ritmo en Bogotá, que imita una célebre carátula del grupo puertorriqueño corriendo por el Bronx–, no tardaron en ser invitados constantes en todas las fiestas y agasajos de la ciudad.

Fundada en 1964, la agrupación musical Los Negritos del Ritmo constituye un hito en la historia de la música chocoana. En la foto, de pie a la derecha, los dos últimos son Aristarco Perea Copete (Arista) y Alfonso Córdoba Mosquera (El Brujo). FOTO: cortesía Douglas Cújar.

Siendo Arista el único cantante, y siendo entonces la variedad un valor importante para los músicos, el grupo consideró que debían buscar a alguien que alternara en algunos temas y ayudara con la calidad de los coros. Fue así como en uno de sus viajes por el río Baudó consiguieron a un joven llamado Alfonso Córdoba -“El Brujo”- y lo incorporaron a la orquesta. Por desgracia, la decisión molestó muchísimo a Arista y atizó una rivalidad que solo se zanjaría con su posterior salida, en 1967, de Los Negritos del Ritmo.

Dos años más tarde, Arista viajó a Bogotá con la idea de instalarse en la ciudad y dejar atrás los sinsabores de su vida en el Pacífico. El año anterior había estado fugazmente en la capital colombiana, adonde lo habían invitado para cantar en la visita del papa Pablo VI; pero esta vez decidió quedarse y probar suerte en el medio musical bogotano. Logró reunir un grupo de músicos exiliados de las tierras del Atrato a los que bautizó Arista y sus Estrellas e impulsó sus composiciones (que alcanzaron a ser casi trescientas). Trajo los sones, bundes, abosaos y chirimías del Chocó y le enseñó a Bogotá a bailar y escuchar el folclor de su tierra. Fueron años muy intensos, en los que, si un fin de semana cantaba para los nadaístas en el bar La Herradura, al siguiente se presentaba con Oscar Golden y Billy Pontoni en un show televisivo.

A finales de los setenta, siendo ya relativamente conocido en la capital, Arista tomó en sociedad con el locutor de televisión Alejandro Munévar un negocio llamado La Casa Folclórica Colombiana, que quedaba en el mirador del Hotel San Francisco en la carrera 4ª con Avenida Jiménez, pero posteriormente se trasladó a una vieja casona de la calle 18 entre carreras 5ª y 7ª, colindante con la casa de la Logia Masónica. Con el tiempo, Arista terminó asumiendo el negocio solo y rebautizándolo como La Casa Folclórica del Chocó.

En esa vieja construcción de casi una manzana, en la cual abundaban los cuartos y en cuyo salón principal podían verse instrumentos típicos e imágenes del Pacífico, a Arista se le recuerda como mesero, músico, administrador, propietario y hasta chef, labores que a menudo debía desempeñar al mismo tiempo. Antiguos asistentes a la Casa cuentan que a veces interrumpía abruptamente una canción y se bajaba de la tarima para atender las mesas o para salir en pos de algún avispado que se le estaba yendo sin pagar.

En la tarima de La Casa Folclórica se presentaron artistas tan reconocidos como Alfredito Linares y nacieron musicalmente intérpretes chocoanos tan valiosos como Jairo Varela, el fundador del grupo Niche, Alexis Lozano, líder de Guayacán, o Nicolás Emilio Rodríguez –Nicoyembe–, cuyo padre, músico también, había sido clarinetista de Los Negritos del Ritmo. En la Casa Folclórica del Chocó se montaban encerradas de chirimías, se comían pasteles, hayacas y sancocho, se tomaba aguardiente Platino y se bailaba toda la noche con los sones chocoanos. Allí Arista empezó a mezclar los instrumentos autóctonos de la chirimía con el bajo y el piano, siendo precursor de una simbiosis para la música folclórica a la que posteriormente le rindieron tributo grandes orquestas como Niche o Guayacán. Pero no solo en ese detalle colaboró Arista con estos músicos. Cuando Varela, Lozano y varios de los intérpretes que los acompañaban pasaron malos ratos en Bogotá, Arista les dio hospedaje en la Casa y posteriormente les permitió ensayar en alguno de sus cuartos.

Arista y su grupo en la Casa Folclórica. Bogotá.
Foto tomada de "¡Fuera Zapato Viejo!", IDARTES, 2014.

Sin embargo, por causas que nunca han sido dilucidadas, Arista se enemistó al cabo de un tiempo con Varela e impuso una distancia férrea con los demás músicos a los que inicialmente había apadrinado. La situación llegó al punto de que, al final de su vida, sostenía que el director del Grupo Niche jamás le había reconocido ser el compositor de un tema que esa misma orquesta hizo famoso: “La canoa ranchá”.

Fue otro de sus muchos conflictos. En el barrio Capellanía, donde funcionó durante años su Club Social Arista –la dirección exacta era calle 33 N° 87A-40–, tuvo varios encontrones con el cura de la parroquia. Al parecer, el sacerdote no toleraba que desde la iglesia, muy cercana a la casa de Arista, se escucharan los alegres compases de una guaracha o el cadencioso ritmo de un aguabajo mientras él celebraba una misa. Por diversos medios trató de impedir el funcionamiento del Club Social, aunque al final debió resignarse a que el Señor del Son se mantuviera en sus trece.

Cuando Arista contaba esta anécdota, solía añadir que sus problemas con los curas habían empezado desde prácticamente recién nacido. Según parece, el cura de Quibdó no quería bautizarlo con el nombre escogido por sus padres –Aristarco, patronímico de un compañero de prisión del apóstol Pablo–, y en su lugar sugería Aristóbulo o Aristides. Sin embargo, su madre, Eufemia Copete Ledesma, no dio el brazo a torcer y el niño debió ser bautizado con ese sonoro nombre bíblico que a los siete años su parentela de Pereas, Copetes, Hinestrozas y Ledesmas ya había reducido al mucho más simple “Arista”.

Pero la más compleja de las disputas que tuvo fue con los vecinos de la Casa Folclórica del Chocó: la Logia de la Masonería. Éstos presionaron para comprar y derrumbar la vieja casa que servía de pista y refugio a los bailadores de todo el Atrato. La Folclórica se incendió una noche después del cierre y Arista culpaba a los masones de ese incendio. Sin embargo, investigando en la Masonería, ellos afirman que La Folclórica ni siquiera colindaba con su edificación y que toda la bronca que Arista les tiró estaba relacionada con el hecho de que alguien le dijo que en el grupo no recibían negros. De cualquier manera, Arista terminó cerrando la Casa Folclórica del Chocó a mediados de los ochenta y entregando el lote para que la Logia construyera allí un parqueadero. De ese modo se perdió hasta la memoria urbana de uno de los sitios más alegres de la capital.

La próxima semana, 2a. Parte: La consagración de Arista


[3] Alcaldía Mayor de Bogotá. Instituto Distrital de las Artes – IDARTES. ¡FUERA ZAPATO VIEJO! Bogotá, 2014. 224 páginas. Pp. 34 – 51. ISBN 978-958-58175-4-8

23/12/2024

 Comercio y publicidad en Quibdó 1930-1934
(Segunda Parte)


El 2 de enero de 1932, en la primera página de su N° 2.513, el periódico ABC, de Quibdó, publicó un mensaje de Año Nuevo fechado el día anterior y dirigido a la ciudadanía por Emiliano Rey Barbosa, bajo el título: Alocución del señor Intendente Nacional del Chocó.

“Conciudadanos: Honrado con la confianza del gobierno que preside el Excelentísimo Señor Presidente de la República, doctor Enrique Olaya Herrera, me presento ante vosotros en mi carácter de Intendente Nacional del Chocó, a daros en el año que hoy principia mi saludo cordial con mis votos fervientes por la prosperidad y bienestar de esta importante y rica sección de la Patria”. Así comenzaba el mensaje del Intendente Rey Barbosa, quien a continuación aludía directamente a la crisis económica regional, nacional y mundial que entonces se vivía: “A causa de la depresión económica y fiscal que sufre el universo entero, se encuentra hoy el territorio chocoano en dificultades que nunca había experimentado, ni en los años de 1921 y 1922, cuando la situación del país sufrió una recia sacudida y las instituciones bancarias vieron que sus sistemas se venían abajo a causa del pánico y la desconfianza”[1].

Al igual que el resto de Colombia, la ciudad de Quibdó y toda la región chocoana vivían entonces los efectos de la crisis mundial del capitalismo, que había comenzado con la catástrofe del mercado de valores de Nueva York, en 1929, y que se prolongaría por lo menos hasta mediados de la década de los años 30. Especialmente graves eran las repercusiones en la Provincia del San Juan, en particular en Condoto[2].

Con todo y su gravedad, aquella crisis fue usada como argumento publicitario en un ingenioso y sugestivo aviso publicado en el ABC del 15 de febrero de 1930, titulado: “Victrolas en el Pasaje Bechara”, cuyo texto era el siguiente: “No le tema a la crisis. El pasaje Bechara, interesado en que el espíritu alegre del público no decaiga y la flor de su ilusión nunca se marchite, ha logrado establecer la subagencia de los afamados productos Víctor Talking Co., de Camden, Estados Unidos. Acaba de recibir la primera gran remesa consistente en un lote considerable de Victrolas Ortofónicas en todos los tamaños y estilos, mil discos fabricados en el mes pasado, siendo sobreentendido que son lo último en materia de arte musical. Agujas de gran resonancia, en cajitas de 200 cada una y a precios desconocidos en la plaza. Todo de acuerdo con la mala situación. Doble la hoja de la tristeza y no hago caso de la crisis”.[3]

Si bien no fue posible que la población del Chocó, como lo sugería el aviso, doblara la hoja de la tristeza y mucho menos que ignorara la crisis, lo que sí sucedió es que entre 1930 y 1934, como puede constatarse en el periódico ABC, de Quibdó, el comercio local siguió bastante activo y su oferta publicitaria fue profusa. Obviamente, solo sectores de la aristocracia local podían seguir accediendo con regularidad al surtido variado del comercio quibdoseño.

En la publicidad de la época, el texto de los avisos de prensa era básicamente narrativo e informativo. Eran por lo general enunciaciones textuales de la oferta comercial disponible, complementadas con frases o lemas motivacionales orientados a destacar la novedad y exclusividad de los productos, sus marcas y su procedencia extranjera, al igual que la honradez y seriedad de los comerciantes, como argumentos de venta.

En el caso de los productos de salud, su efectividad inmediata, derivada de sus propiedades casi milagrosas, y el respaldo de autoridades civiles o del médico propietario de la botica, fueron argumentos recurrentes en la publicidad difundida en Quibdó a principios del siglo XX; como podremos verlo en los ejemplos que se presentan a continuación y en las reproducciones de los avisos originales que acompañan esta edición navideña de El Guarengue - Relatos del Chocó profundo.[4]

Médicos y boticas

Para entonces, dos médicos ofrecían sus servicios a través del periódico ABC, de Quibdó: Hernán Perea Quesada, “Médico-Cirujano”, quien atendía “enfermedades tropicales y venéreas”, en su consultorio del costado occidental del Parque Centenario, de 2 a 5 p.m. Y Fausto Domínguez Arango, quien -más que sus servicios- publicitaba ampliamente su botica o farmacia en términos como los siguientes: “Despacho esmerado de fórmulas. Surtido variado y permanente de drogas extranjeras y del país. Precios módicos”.

Además de identificarse como agente de la Droguería Pasteur y como “Agente general en el Chocó” del “Polvo Maravilloso San Rafael, para curar toda clase de heridas que no sean cancerosas”, la botica del Doctor Domínguez vendía también “Cameras, o vasos para enfermos, esmaltadas, Píldoras de Witt para los riñones y el famoso Cordil Celebrina, de Ultrice, concentrado”; del cual una cucharadita equivalía a una cucharada sopera, "con los mejores efectos".

La Farmacia Ángel y la Botica Popular completaban la oferta de productos medicinales en la ciudad de Quibdó de los años 1930. Un “surtido siempre renovado y fresco”, que incluía “medicinas de patente a los más bajos precios de la plaza”, era la base de la oferta comercial de la Farmacia Ángel, cuyo aviso se publicaba en el mismo recuadro del Aserradero Ángel. La Botica Popular ofrecía un “reconstituyente especial para mujeres y niños de salud delicada”, de nombre Alvina; y “Asaya neural, para hombres cansados”.

La Librería y Papelería de ABC ofrecía también productos de este ramo, como el cosmético Aceite de Linaza, y el “Curativo Pulmonar: Lo mejor contra gripa, catarros, tos, afecciones de los bronquios en general”, fabricado por Laboratorios Román, de Cartagena, que se anunciaba como “de sabor agradable” y se expendía también en todas las boticas de Quibdó, según el aviso del periódico ABC.


“Específico Indio: Inmejorable benefactor de la Humanidad”

Había otra serie de productos que se ofrecían a través de avisos publicitarios en el famoso periódico local ABC que no contaban con información respecto a su expendio; como si su publicidad fuera pagada por las casas comerciales que los producían y comerciaban al por mayor en Quibdó.

Entre varios, uno de los que más llama la atención es el denominado Específico Indio, “preparado por J. M. Fuentes L., Cartagena”, anunciado mediante un vistoso y extenso aviso, que incluye -además de un texto descriptivo de las amplias bondades que del producto publicitan los anunciantes- un “certificado del Alcalde Municipal de la Provincia de Veraguas, República de Panamá”, fechado el 1° de junio de 1932.

El texto sobre las propiedades del producto empieza diciendo que el Específico Indio es “Inmejorable benefactor de la Humanidad”. Y a renglón seguido afirma que “no puede existir dolor donde se usa esta poderosa medicina”; pues “como remedio interno y externo es el mejor que se conoce para reumatismo agudo y crónico, cólicos, neuralgias, mordeduras de animales ponzoñosos”; además de ser “profiláctico y curativo de la viruela, dengue, enfermedades del estómago, fiebres amarilla y palúdica”. Como si todo lo anterior fuera poco, el Específico Indio “es considerado como Rival de la Quinina [y] su poder curativo se siente inmediatamente”. Todo un milagro de la farmacéutica de la época.

El “certificado” del Alcalde de Veraguas, Ernesto Sierra M., incluido en el aviso, relata con detalles la milagrosa curación de “Pedro Quintero y Victorino Yáñez, mordidos por culebras sumamente venenosas”, a quienes el propio alcalde les suministró el Específico Indio, “obrando esta gran medicina de una manera rápida como jamás he visto otra igual”. Más que un certificado, el texto atribuido en el aviso al alcalde de Veraguas (Panamá) -la tierra de Cipriano Armenteros- tiene tono testimonial de prosélito en trance de ceremonia. Su remate es la siguiente descripción: “Es preciso advertir que Pedro Quintero votaba [sic] sangre por la boca, narices y oídos y tenía cuatro grandes manchas negras en el cuerpo, desapareciendo todos estos males, en el término de 6 a 8 horas contadas desde el momento en que se comenzó a dar el famoso como excelente Específico Indio, tal como lo indica la receta que acompaña cada frasco”.

“Los atletas necesitan Mentholatum…

…para masajes antes y después de los ejercicios, para aliviar torceduras y golpes y alejar todo peligro de infección”. Así comienza otro de los avisos publicitarios de productos medicinales sin indicaciones de expendio ni respaldo médico local, publicados en el periódico ABC, de Quibdó, en las ediciones de comienzos de los años 1930. “Produce alivio y flexibilidad a los músculos cansados y doloridos”, añade. Y remata olímpicamente: “Los campeones del mundo tienen siempre a la mano y usan el famoso e inimitable Mentholatum”. En otro aviso, el Mentholatum ofrece alivio para dolores de cabeza y neuralgias: “¡Ay mi cabeza! Los dolores y neuralgias se calmarán pronto con Mentholatum”.

Lavol

Pero, no solamente el Curativo Pulmonar, el Específico Indio, el Polvo Maravilloso San Rafael, el Mentholatum, Alvina y Asaya Neural hacían milagros, según la publicidad de estos productos en el periódico ABC, de Quibdó, en la primera mitad de la década de 1930, poco antes de que se inaugurara el Hospital San Francisco de Asís.

Con la ilustración de una niña acongojada sobre cuyas erupciones en la piel cae una gota del milagroso remedio, otro aviso del diario ABC, de Quibdó, indica: “para obtener el alivio inmediato del ardor y escozor del eczema, úsese Lavol. Pruebe unas cuantas gotas sobre la piel”.

A pesar de todo

A pesar de la enorme crisis, Quibdó conserva a principios de los años 1930 su carácter cosmopolita. El río Atrato, que lo une indisolublemente al Caribe, es la conexión permanente del Chocó con el mundo y con la modernidad que por esa región llega también al interior del territorio de Colombia. En la publicidad que las casas comerciales divulgan en el periódico ABC es evidente dicha conexión, de donde deriva la familiaridad de la sociedad chocoana de entonces con el mundo allende las fronteras del país.

Boato y lujo

Un aviso de Abdalá Bechara & Cía. pregona y presume coloquialmente la abundancia y la variedad: “reviéntese la cabeza pensando qué no habremos traído en materia de mercancías y novedades para usted y su familia”. Don Raúl Cañadas V. anuncia, entre otras mercancías, vajillas europeas: “Platos hondos y pandos, floreados, de Checoeslovaquia”. Emilio Yurgaqui ofrece “el mejor reloj de bolsillo y de pulsera: Ferrocarril de Antioquia”. Edmond Y. Manasseh “despacha cualquier artículo que se necesite de la capital, a precios reducidos”, mientras que Vélez & Cía. ofrece “artículos de lujo para regalo o su uso personal”


Azar, placer y guerra

La Rifa Comercial del Magdalena pregunta a los lectores del ABC de Quibdó: “¿Desprecia la fortuna? De sábado a sábado toca a sus puertas”, y les promete, en una clara alusión a la crisis económica: “con un pequeño desembolso puede usted pasar de las estrecheces de hoy a la holgura de mañana”. Del mismo modo que, aludiendo a la guerra entre Colombia y Perú, ocurrida entre 1932 y 1933, la Librería ABC publica un aviso publicitario de una marca de tabacos o cigarros con el siguiente texto: “Estalló la Guerra!! Cigarros Foch y Santander! Al por mayor y al detal en la Librería ABC”… Un fondo creado por el gobierno para recoger donaciones en todo el país, destinadas a solventar los gastos de dicha guerra, publica también avisos en el diario ABC: “Apoye la Defensa Nal. Contribuya al Fondo de Defensa Nacional”.

Ocio y diversión

En materia de ocio y “vida social” en Quibdó, un famoso establecimiento de la época: El Encloche, se presenta como “el rendez-vous de la gente elegante, el mejor establecimiento en su clase con que cuenta la ciudad”. Resume así su oferta comercial: “Confitería. Cervezas Aguila y Bavaria frías. Helados de frutas tropicales, todas las noches. Espacioso salón de billares”. Y pondera su atención a la clientela: “El trato exquisito que este lugar de esparcimiento dispensa a sus clientes no tiene rival”.

En el mismo ramo, el Club Colombia, cuyo propietario es Leoncio Ferrer C., con un aviso más modesto, también se elogia lo suficiente como para atraer clientela: “Establecimiento de billar y juegos permitidos. Cultura para con los clientes. El establecimiento más popular de Quibdó”.

Compra de nóminas

Dos comerciantes de Lloró, Augusto Ríos G. y Arturo Paz R. también anuncian sus negocios en el periódico ABC, de Quibdó, en la década de 1930. Ríos “ofrece a su numerosa clientela, en el Barrio Atrato de Lloró, un bello surtido recientemente renovado, de mercancías, como paños, driles, telas para vestido de mujer, de todas clases, especial para la Fiesta de San Antonio que se celebrará en este lugar, finas y ordinarias, a precios sumamente bajos”. También ofrece “drogas de patente y del país completamente frescas”; al igual que “víveres a precios de competencia, rancho y adornos de fiesta de toda clase. Acuda usted y su familia, en materia de lujo”. Finalmente, Augusto Ríos G. anuncia una actividad que cobró auge en la época, a raíz de la crisis económica: la compra de nóminas nacionales e intendenciales; además de la “compra de oro en polvo, oro legal y platino”.

Por su parte, Arturo Paz R. se anuncia como “Comerciante-Comisionista”: “En su casa de comercio de Lloró vende toda clase de víveres frescos, mercancías, drogas y medicinas, rancho, abalorios, perfumes y ferretería”. Y al igual que su competencia, “Compra oro en polvo, platino, pieles y nóminas intendenciales y nacionales”.

Sastrería, flores y cirios

En la Calle 4ª – N° 10, se encuentra la sastrería de Gorgonio Palacios A., donde “una práctica de más de diez años es garantía absoluta para el cliente” y se “acepta la devolución de toda obra que no satisfaga”, pues “el buen vestir es señal de distinción”.


Dos damas de la sociedad quibdoseña de principios de los años 1930 completan esta selección de avisos publicitarios que aparecían en el periódico ABC. En la Carrera Primera, Rita María Valencia ofrece “flores naturales y flores artificiales de bellísimas clases” y advierte a su clientela que “haga sus encargos el día antes”. Mientras que Doña Eva de Carrasco ofrece “Cirios y lazos propios para Primera Comunión, bellísimos” y acabados de llegar.

De todo como en botica

Todo ello y mucho más se ofrece a principios del siglo XX en los avisos publicitarios del periódico ABC, que se publicó en Quibdó entre 1913 y 1944, y alcanzó casi 4.000 ediciones; de modo que por sus páginas pasó la vida de la ciudad y la región durante tres décadas, así como las plumas más brillantes de la naciente intelectualidad del Chocó, que dignificaron la región y la llevaron con prestancia a los escenarios políticos, sociales, académicos e institucionales de Colombia. De todo, como en botica, se anunciaba, se vendía y se compraba en aquel Quibdó y aquel Chocó que vieron nacer a sus más brillantes hijos.

"Raudales de buena ventura"

“Conciudadanos: que el nuevo año sea pródigo en beneficios para la Patria, que el Chocó se encauce por una franca corriente de engrandecimiento, y que para vosotros en particular derrame el cielo raudales de buena ventura”, concluye el mensaje de Año Nuevo de Emiliano Rey Barbosa (Intendente Nacional del Chocó entre diciembre de 1931 y diciembre de 1935) publicado por el periódico ABC, de Quibdó, el 2 de enero de 1932. Casi un siglo después, El Guarengue - Relatos del Chocó profundo se suma a la esencia de los anhelos del Intendente Rey Barbosa en su mensaje de Año Nuevo.



[1] ABC, Diario de la Tarde. Año XIX. N° 2.513. Propietario: Reinaldo Valencia. Quibdó, enero 2 de 1932. Hemeroteca del Chocó: https://utch.edu.co/nueva/inicio-hemeroteca

[2] Detalles de aquella crisis económica pueden leerse en “Doble la hoja de la tristeza y no haga caso de la crisis”. La Gran Depresión en el Chocó, 1930: https://miguarengue.blogspot.com/2022/04/doblela-hoja-de-la-tristeza-y-no-haga.html

La primera parte de este trabajo sobre comercio y publicidad en Quibdó 1930-1934 fue publicada por El Guarengue en julio de 2022:

https://miguarengue.blogspot.com/2022/07/hasta-que-llegaron-los-paisas-comercio.html

[3] Periódico ABC, Quibdó, edición Nº 2136. 15 de febrero de 1930.

[4] Todos los avisos fueron reproducidos y sus textos transcritos literalmente de diversas ediciones del periódico ABC, entre 1931 y 1934, digitalizadas por el proyecto Hemeroteca del Chocó, dirigido por el Comunicador Social e investigador Gonzalo Manuel Díaz Cañadas, creador también del Archivo fotográfico y fílmico del Chocó. https://utch.edu.co/nueva/abc