lunes, 28 de enero de 2019


El Profesor Roger
Historia
Nada tan limpio, refrescante, acogedor y bonito como las aguas de la quebrada Hugón en aquellos tiempos en que a los Anexos[1] nos llevaban de paseo a Guayabal, en una caminada cuya distancia acortábamos jugando y charlando o adelantándonos –mediante pequeñas degustaciones- al banquete que traíamos en ollas o en portacomidas de aluminio, cuando el reino del plástico aún no había comenzado.

Si el destino del paseo era Tutunendo, no veíamos la hora de llegar en la Línea o bus de escalera, para poder acceder a la contemplación de ese río transparente y teñido de verde por los árboles del monte, tan refrescante y bonito que daba gusto mirarlo y era un deleite escucharlo bajar raudo y elegante, acompasado, repleto de agua pura, transportando a su paso los reflejos del cielo y de la selva e incluso una que otra ilusión de la gente, cuando el reino del azogue, de la draga y de la motobomba aún no había comenzado.

Mariapalito. Foto JCUH
Pero, siempre, infaltablemente, tanta belleza, tanta frescura, tanta ilusión, tanta agua pura, tenían que esperarnos, pues en cuanto llegábamos caminando a Guayabal o en el bus a Tutunendo, luego de un pequeño descanso sentados por ahí en cualquier parte; el Profesor Roger nos reunía y nos decía que cuando uno llegaba a los pueblos lo primero que tenía que hacer era conocerlos, completamente, y buscar quién, preferiblemente la persona más vieja del lugar, le contara a uno la historia del pueblo; porque si así no se hacía el paseo incompleto quedaría y no de mucho serviría. Entonces, guiados por el Profesor Roger, caminábamos por Guayabal, caminábamos por Tutunendo, saludando a la gente que nos topábamos sentada en los dinteles de las puertas de sus casas, en los andenes de barro, en sus banquetas o en sus sillas Mariapalito o en el piso de tablas, o recostada en sus petates tendidos en la sala.

Cuando llegábamos donde la persona más vieja del pueblo, el Profesor Roger la saludaba cálidamente, con sincera cortesía y con respeto verdadero; le decía quiénes éramos los visitantes y con vivo interés le pedía que nos contara quiénes, cuándo, cómo, por qué, habían fundado ese pueblo, advirtiéndonos a nosotros sobre la importancia de escuchar con atención y en silencio la historia que ya empezaba a brotar, con palabras tan límpidas como Hugón, tan refrescantes como Tutunendo, de la boca del narrador o de la narradora de ocasión. Solamente cuando la historia terminaba podíamos acceder a la gloria de sentir aquellas aguas purificándonos y alegrándonos la vida, bajo el cuidado del Profesor Roger, satisfecho por habernos puesto al alcance de la sabiduría de esa especie de griot cuyas palabras durarían en nuestra infantil memoria durante muchos días.

➧Botánica
Aquella mañana, a primera hora, antes del recreo, el Profesor Roger nos dio un plazo de diez o quince minutos para que recogiéramos la mayor cantidad posible de hojas de todos los tamaños y formas, de todos los arbustos, matas y árboles que teníamos a nuestro alcance, ahí en ese pedazo de monte aledaño, en el camino que conducía hacia el barrio Niño Jesús, que se veía desde nuestro salón de clases de cuarto de primaria, en la Escuela Anexa a la Normal Nacional para Varones, de Quibdó.

Foto JCUH
Cuando terminamos la colecta, nos dijo que las agrupáramos según sus formas y nos fue pidiendo que le dijéramos en qué se asemejaban las de cada grupo que habíamos formado. Bajo su orientación, los grupos que cada uno de nosotros había formado se fueron sumando a grupos semejantes, hasta que formamos grupos más grandes de hojas y entre todos le fuimos explicando al Profesor Roger que unas eran más redondas que otras; que estas eran como alargadas; que unas terminaban en punta y parecían como triángulos, mientras que otras estaban como partidas y formadas por varias hojitas; y así, sucesivamente, hasta que el Profesor Roger, con aquella sonrisa bondadosa, fresca y cariñosa que tenía cuando estaba inspirado, fue cogiendo cada grupo y nos fue mostrando cosas que no habíamos visto y nos fue guiando para que, en coro, descubriéramos que había hojas en forma de corazón, en forma de huevo, como la palma de una mano, como lanzas, como flechas, hojas de 3 hojas, hojas de 5 hojas…Y así supimos que las hojas, según la forma del limbo, se clasificaban en acorazonadas, lanceoladas, sagitadas, ovaladas, palmeadas... Después aprendimos, también por nuestros propios ojos y usando nuestras propias manos, comparando, hablando, deduciendo, con la magistral orientación del Profesor Roger, que las hojas, según su borde, se clasificaban en lisas, lobuladas, dentadas o aserradas, partidas… Así como ya sabíamos que raíz, tallos, hojas, flores y frutos son las partes de una planta.

Antes de eso, en otra mañana fresca ahí en el mismo monte, cada uno con tres o cuatro hojas en la mano, habíamos aprendido, de la mano del Profesor Roger, que la superficie plana de la hoja se llamaba limbo o lámina: haz por encima, envés por debajo; que esas líneas o rayas que surcaban el limbo se llamaban nervaduras, siendo el nervio principal la raya que surcaba el centro y terminaba en la punta de la hoja, la cual se llamaba ápice; que la otra punta, a través de la cual la hoja estaba unida al tallo, se llamaba pecíolo o peciolo; que los lados se llamaban bordes; y otro montón de cosas más que el Profesor Roger complementó con uno de sus coloridos y hermosos dibujos en el tablero, los cuales hacía a puro pulso y con tizas de todos los colores. Todas estas cosas, y muchas más, además de haberlas visto en la Naturaleza, las tuvimos que dibujar en nuestros cuadernos, copiando como podíamos los artísticos dibujos del tablero.

➧Disciplina y Aprovechamiento
En ese momento, en la Escuela Anexa, éramos aproximadamente 300 alumnos, entre 7 y 11 años de edad, distribuidos en dos grupos por grado, A y B, de 1° a 5°. Los lunes, invariablemente, nos tocaba hacer fila por cursos en perfecta formación en el patio de la escuela, para recibir las instrucciones, consejos y admoniciones correspondientes, de parte de la maestra o del maestro que estuviera a cargo de la Disciplina durante esa semana. Eventualmente, cuando se trataba de un asunto trascendental como la clausura del año escolar o la bienvenida al mismo, quien se dirigía a nosotros era Don Arnulfo, el Director de la escuela, a quien todos reverenciábamos con sincero sentimiento.

Cuando el encargado era el Profesor Roger, como decían los mismos maestros para referirse al máximo de silencio posible, se podía oír el zumbido de una mosca mientras él hablaba. El silencio era tan majestuoso que él no necesitaba alzar la voz más que cuando decidía hacerlo para enfatizar algunas palabras, entre una y otra de esas pausas calculadas, que duraban segundos que nos parecían una eternidad.

El Profesor Roger se dirigía a “la comunidad”, como nos llamaban cuando estábamos así formados la totalidad de los alumnos de la escuela, desde el andén del pasadizo cubierto aledaño al cual quedaba el jardín escolar, presidido por una imagen de la Virgen María, a pocos pasos de la puerta de entrada al área donde estaban nuestros salones de clase: él de frente a la cancha de fútbol, nosotros de espaldas a ella. Pero, a ratos, se paseaba entre las filas, en silencio, observándonos, mirándonos, escrutándonos.

Hay dos puntos que el Profesor Roger siempre tocaba en aquellas intervenciones matutinas. Que por pobres que fuéramos no teníamos por qué ir a la escuela con la camisa o el overol rotos, que lo pobre no quitaba lo bien presentado, que en los rotos se podía poner un parche de tela, así fuera de otro color, y hacer un remiendo o rumbo; pues siempre era mejor llevar la ropa rumbiada que rota. Y que eso hasta uno mismo lo podía hacer, pidiéndole a la mamá hilo y aguja… Y que no tenía justificación alguna que si nosotros llegábamos a la escuela con anticipación nos pusiéramos a farolear por ahí, a ensuciar el uniforme sin siquiera haber empezado clases, en vez de ponernos a repasar, a estudiar, a calentar los cuadernos.

➧Escritura
Foto Cortesía.
De la mano de su letra clara y elegante, armónica y legible, aprendimos a escribir con estilógrafo, entre los diez y los once años de edad; incluyendo alcanzar la pericia suficiente para que la pluma nunca se torciera ni se inundara y para recargarla con la tinta que venía en esos frascos triangulares de vidrio, que tan bonitos nos parecían.

Alguna vez, cuando a varios de nosotros se nos acabó la tinta y a los compañeros que aún tenían no les alcanzaba para regalarnos una recarga del estilógrafo, así fuera incompleta, como era la costumbre entre nosotros; gracias al ingenio de quién sabe quién, recurrimos a las uvas de monte o uvas de perro que -en recreo o cuando íbamos para Cabí- comíamos hasta que los dientes y la lengua no podían estar más morados: exprimimos tantas como fueron necesarias para obtener la cantidad de jugo suficiente para recargar los estilógrafos, pensando en que nos duraran llenos hasta que en la casa nos dieran el dinero para comprar la tinta en la Papelería Santacoloma.

Obviamente, el Profesor Roger se dio cuenta de lo que habíamos hecho; pero, contrario a lo que esperábamos, su voz no tronó para regañarnos, sino que casi susurró para aconsejarnos que no lo volviéramos a hacer porque se nos dañaban los estilógrafos, se tapaban, según nos explicó; y nos dijo que los laváramos apenas llegáramos a la casa, como él nos había enseñado.

ROHINMO
Así, con una eficacia pedagógica envidiable, era como el Profesor Roger lo enseñaba todo. Quizá es por eso por lo que todos los que fuimos sus alumnos en el plantel educativo que entonces se llamaba Escuela Anexa a la Normal Nacional para Varones, de Quibdó, almacenamos en nuestras memorias cerebrales y vitales tantas cosas de aquella época en la que bajo su magisterio estuvimos. Sus clases -cuando no mediaban castigos para los pécoras- eran casi tan agradables como un paseo: uno siempre salía del salón con algo nuevo en la cabeza.

Cayenas. Foto JCUH
En ocasiones, por fuera del horario de clase o los sábados, uno pasaba por su casa, hecha de madera y zinc, bonita, medio levantada del piso con guayacanes, situada al frente de la casa cural de la Capilla de Fátima. Uno lo veía ahí sentado, trabajando en una mesa, en el interior o en el patio delantero o antejardín de la casa, en donde florecían cayenas y, si mal no estoy, hasta un palo de totumo había. Muchas veces lo que estaba haciendo era diligenciando, con la tinta negra de su estilógrafo, nuestras libretas de calificaciones y firmándolas con su firme y clara letra cursiva, con el acrónimo de su nombre completo: ROHINMO.

No supe cuándo, ni cómo, ni por qué, se murió el Profesor Roger. Solamente una vez, con Bolaños y no recuerdo quién más, cuando ya la Normal nos había graduado como Maestros-Bachilleres, lo volví a ver. Estaba por allá en ese callejón de La Yesquita en donde casi siempre acostumbraba a jugar Dominó o Rummy, con su media de aguardiente como compañía. Fue mutua la felicidad del breve reencuentro, fue edificante saber que permanecíamos en su memoria como él en la nuestra. Fue inevitable recordar, como hoy, que muchísimas cosas que con él aprendimos entre los diez y los once años, en 4° B y 5° B, nunca se nos olvidaron, como que el oro es tenaz, dúctil y maleable; o que el agua pura es inodora, insípida e incolora; o que la tierra gira sobre sí misma como un trompo gira sobre su herrón; o que todos los seres vivos nacen, crecen, se reproducen y mueren, incluso si son seres humanos tan buenos y maestros tan excelsos como el Profesor Roger Hinestroza Moreno.
Ilustración JCUH



[1] A los estudiantes de la Escuela Anexa todo el mundo en Quibdó los conocía como los Anexos.

lunes, 21 de enero de 2019


Sopa de letras
Foto e ilustración: JCUH.
En el comienzo del año escolar,
un cuento de Julio César Uribe Hermocillo

Cuando las letras vivían solas, cada una por su lado, la A sólo podía decir su propio nombre y nada más, con la E sólo se decía E, al igual que I con la I, O con la O y U con la U.

Igual le pasaba a la Be, que era solamente un apretujamiento sordo de labios y de dientes; y a la Ce, que no pasaba de ser un ruido entre el paladar y la lengua, parecido al ruido de la Ka, y ambos ruidos como de llave de agua abierta cuando no hay agua en las tuberías del acueducto y el aire ocupa su lugar.

La De vivía resignada a su monocorde vibración interdental, como la Efe a su resoplido de los dientes superiores sobre el labio inferior de la boca.

Un anuncio de que el agua estaba llegando a la tubería e iba a salir por la llave era la Ge, como la Jota era un simple respiro, sin mayor aspiración unas veces, espirando en la boca abierta otras veces.

A la Ele la aburría su palatal zumbido de lengua pegada, que se repetía dos veces en la Elle hasta transformarse en un moscardón sonoro entre los dientes apretados asomándose por la boca entreabierta, casi igualito al de la Ye cuando así sonaba en lugar de parecerse a la I, como lo hacía a veces; o en un sonoro y mojado amasijo arrevesado de lengua y saliva detrás de los dientes superiores.

La Eme aún no era la de mamá y servía solamente para intentar imitar el mugido de las vacas, con los labios pegados y enrollados hacia adentro; mientras que la Ene salía de la lengua pegada a la parte anterior del paladar, usando a la boca entreabierta como caja de resonancia para que se oyera su mugido más delgado, como de ternero huérfano.

Igual soledad vivía la Eñe, ensimismada en su grave condición nasal de sonido vacío; como la Pe en su explosión de labios despegándose y la Cu en su ignota similitud de golpe seco.

La Ere, solita en el mundo, era una sola vibración lingual, que cuando se repetía sin cesar se duplicaba gemela en la Erre, con una vibración de motor viejo y simple. Mientras que la Ese era un silbido de aire, huérfano de música, y la Te una súbita explosión un poco sorda de la lengua escondida detrás de los dientes de arriba.

Era la Ve una vibración solitaria a la que aún no le había nacido su gemela, porque la Ve Doble no existía y por eso ni se sabía que se llamaba así o que también se llamaría Doble U, cuando encontrara su cibernauta y triple oficio, muchos siglos después.

La Equis tenía una vida limitada a juntar la Ka y la Ese para poder sonar, aunque ninguna de las tres lo supiera; como no sabía la Zeta que unas veces era como una Ese y otras, cuando la lengua se iba hacia atrás, se emparentaba, aunque de lejos, con la Efe.

Así vivían, así sonaban, así se aburrían, las letras en esa época, literalmente solitarias, cada una en lo suyo e ignorante de las demás. Tan solitaria y vacía era su vida, que parecían no tener alma, sólo el cuerpo sonoro con el cual vagaban por ahí en las gargantas de la gente.

Las menos aburridas eran las vocales, porque su sonora vida solitaria era menos complicada que las de las consonantes, que ni siquiera sabían que eran consonantes, como las vocales ignoraban que poseían tal condición. La Hache era a la que peor le iba, porque ni siquiera podía dar constancia de su existencia, muda por ahí.

Hasta que una noche tormentosa, cuando un rayo todo azul descuajó un árbol florecido de marañón, en la mitad de una selva dormida a la orilla de un río descomunal como la soledad de las letras, cuando todo ser vivo se sintió urgido de refugio y protección, la O cayó, cuan redonda era, en el interior de un hueco en donde sólo parecía haberse escondido el silencio; pero, dentro del cual se encontraba la Hache, más muda que de costumbre, por el susto. La O y la Hache, aunque no se conocían, se abrazaron por instinto, para protegerse del miedo y de la lluvia, para abrigar su desamparo en la mitad de esa noche en la que el cielo se pronunciaba contundente. ¡Oh!, sonó su abrazo y ese descubrimiento las tranquilizó.

-          Oh –y se dieron cuenta de que la una hacía sonar a la otra y la sacaba de su mutismo y de su anonimato.

-          Oh, oh, oh, se la pasaron repitiendo durante más de siete rayos, quinientos milímetros de aguacero y dieciocho truenos escandalosos, en ese bajío inmenso del mundo recién nacido, abrazadas para que el frío no les entumeciera el descubrimiento.

La A, que andaba perdida y totalmente aterida, mojada hasta la cima montañosa de su figura longilínea, pisó en falso y cayó al hueco. Asustadas, la O y la Hache deshicieron su abrazo. La A, entonces, cayó sobre la Hache y el contacto sonó ¡Ah!, y el susto de la inesperada presencia se convirtió en juego de inmediato: Ah, ah, ah, un rato. Oh, oh, oh, otro rato. Un rato Oh, otro rato Ah. Ah. Oh. Oh. Ah...

Y así, divertidas estaban en medio de la tronamenta, cuando una nueva visitante, resbalada de la misma manera que la A, cayó intempestivamente sobre ésta. Era la E.

-          ¡Eah! –sonaron juntas y juntas se alegraron.
-          ¡Ahé! -se alegraron juntas de una nueva manera, empapada su sonoridad renovada.

Y así, una detrás de otra, perdidas de su rumbo solitario por la majestad terrible de la tempestad imparable, una a una fueron cayendo en el refugio del hueco todas las letras que corrían desperdigadas y monofónicas por ahí en la mitad del diluvial aguacero, como si fueran gotas gruesas de su imparable chorro de catarata celestial.

Ilustración: JCUH.

En la madrugada, el sonido polifónico de tan tumultuoso encuentro alcanzaba a sobreponerse al rumor escandaloso de la tormenta montaraz. Y fue así como la A inauguró el Amor, jubilosa y apasionada, abrazada a la M de la Magia, a la O de la Ofrenda y a la R de la Risa. La B aprendió a nombrar la Bondad, con la Ofrenda de la O, con la Niñez de la N, con la Deferencia doble de la D y con el Amor de la A. La C aprendió a decir Cariño, abrazada al Amor de la A, a la Risa de la R, a la Ilusión de la I, a la Niñez de la Ñ y a la Ofrenda de la O.

Y entonces la D dijo Deseo, abrazada doblemente a la tierna Esperanza de la E y a los Sueños de la S, y musitando una Oración redonda de la O. Lo cual, mojadas como estaban todas, incitó a la F a nombrar el Frío, con la Risa temblorosa de la R, con la I tiritando su Ilusión y la O musitando encogida otra Oración.

La G sintió que debía dar las Gracias por este feliz encuentro: una Risa congelada de la R, dos veces el Amor aterido de la A, el Cariño tibio de la C, la Ilusión inefable de la I y un Silencio adormilado de la S, le ayudaron en tan grato propósito a la G.

Animada por tanta y tan sonora compañía, entre el barro del refugio que empezaba a inundarse por la lluvia copiosa, la Hache Urdió con la U una Manta que la M ayudó a nombrar, con los cálidos colores del Amor de la A, con la Niñez hermosa de la N, repleta de Ilusiones por la I y de Deseo por la D. Y así juntas, temblando de frío, pero felices, descubrieron y fundaron, letra por letra, con ternura a la Humanidad; gracias a la mudez superada de la Hache, feliz como esa lombriz perdida que acababa de encontrar el huequecillo por donde habría de regresar a su hogar.

-    ¡Jajajajá! –se carcajeó la Jota y les propuso que siguieran Juntas, con la cómplice Unidad de la U, la Nitidez cómplice de la N niña, invadida de Ternura por la T, de Amor por la A y de Silencio por la S. Ante lo cual la K, tímida y asustada por su dificultad para relacionarse coherentemente con todas las demás letras, con sus dos brazos abiertos, sólo atinó a decir que aportaba un Kilo de Kiwi para el desayuno de mañana, ofrecimiento que fue bien recibido y a cuyo perfeccionamiento contribuyeron la Ilusión de la I, la Luz de la L y una nueva Oración redonda de la O, vestida con un Kimono, como si fuera para una fiesta de disfraces en Kuala Lumpur.

-       Mañana, –propuso la M, con ayuda amorosa de la A, de la Ñ con su cara de Ñandú y de la infaltable y alegre Niñez de la N, de la cual también la Ñ participaba juguetona, aunque algo tímida por las mismas, aunque menores, razones de la K- cuando escampe, sigamos juntas, revolviéndonos y mezclándonos.

-       ¡Buenísima idea! –intervino la P, muy sonora ella, con una Pasión hecha con el Amor de la A, la Sensualidad de la S, la Ilusión de la I, los Ojos de la O y la Nitidez de la N, iluminadas todas por el centésimo cuadragésimo octavo trueno de la noche, que estremeció a una airosa palma que cayó fulminada por el rayo, con todo y su melena de hojas y un racimo de trece cocos biches.

-   ¡Queso! –dijo la Q, blanca y apetitosa desde su redondez adornada con esa colita coqueta, con Urdimbre de U, Esperanza de E, Silencio de S y aprovechando la Ocasión que le brindó la O. Queso pondría para el desayuno.

La V ofreció Vida, con sus brazos en alto, Ilusionada por la I, en estado de Deslumbramiento por influencia de la D y colmada de Amor por la A, que parecía ella misma, pero al revés y cruzada por la línea del Amor, que es la única que puede engendrar la Vida.

La W y la X guardaron silencio, a pesar de la amistosa mirada de las demás letras, que esperaban su pronunciamiento. La H se les juntó solidaria, sin éxito alguno y tomada de la mano con la K. La Y dijo: ¿Y? La Z estaba, ya, en ese momento, cuando el bullicio del temporal amainaba y el firmamento se iluminaba con su limpieza colorida de amanecer, totalmente dormida, sola, Zzzzzzzzzz.........., sin Zapatos dormida.

Cuando el sol, tímidamente, fue apareciendo, había tanta agua en el refugio, que literalmente nadaban las letras, polifónicamente revueltas de todas las maneras posibles, celebrando cada una su propia y colectiva fiesta. Una Guagua, con G de Guartinaja y de Guatín también, pasó corriendo, toda mojada, por la mitad del tumulto que en su cueva se había formado, muerta de sueño y rumbo a su cama, salpicando con sus patas y mirando con sus ojos inquietos y saltones aquella sopa de letras acabada de hacer en la cocina del azar de este rincón ignoto del mundo conocido, para que todos los niños y todas las niñas la degustaran contentos, a partir de ahora, cuando les tocara asistir al milagro feliz de aprender a leer y a escribir.

lunes, 14 de enero de 2019


Como si fuéramos de paseo a Tutunendo...
Biblioteca Púbica Departamental Arnoldo de los Santos Palacios Mosquera, Quibdó.
Foto: Julio César U. H. Enero 2019.

Hasta el 15 de diciembre de 2017, cuando se abrió al público la Biblioteca Arnoldo de los Santos Palacios Mosquera, Quibdó no figuraba en el directorio de la Red nacional de bibliotecas públicas de Colombia, por la simple razón de que no contaba con un espacio de este tipo. Hasta entonces, la capital del departamento era el único de los 30 municipios del Chocó que no tenía biblioteca pública, mientras que Unguía, Riosucio, Litoral del San Juan y Acandí contaban cada uno con dos bibliotecas públicas, una en la cabecera municipal y otra en zona rural o indígena; todas las cuales forman parte de la mencionada red, integrada por 1.500 bibliotecas, repartidas en todo el territorio nacional, 21 de las cuales están en Bogotá, incluyendo la Virgilio Barco y la Julio Mario Santo Domingo, que se encuentran entre las más grandes del país y cuyos edificios son ejemplos notables de la arquitectura nacional.[1]
Imagen tomada de: @RNBPColombia, cuenta de Twitter de la Red Nacional de Bibliotecas Públicas de Colombia.

No se queda atrás en cuanto a capacidad y diseño apropiado la Biblioteca Pública Departamental Arnoldo de los Santos Palacios Mosquera, de Quibdó, que cuenta con todos los servicios de cualquier biblioteca moderna, en espacios agradables, limpios, climatizados y bien cuidados; con personal amable y profesional, desde la recepcionista hasta la Coordinadora y el encargado de catalogación y préstamo en sala; hasta los técnicos de las salas infantil y de sistemas. Todo lo cual redunda en un ambiente acogedor, favorable a la lectura, a la imaginación, al arte y a la creación.

En el primer piso se encuentran la Recepción o Punto de información, un hall apto para exposiciones y presidido por una fotografía de Arnoldo Palacios, la Sala General o de consulta, la Sala de Sistemas y la Sala Infantil. En el segundo piso hay un auditorio para 100 personas y un espacio originalmente pensado como Museo Aeronáutico; pero, ante la dificultad de conseguir piezas adecuadas para el mismo, se ha venido utilizando para otro tipo de exposiciones. Todo ello en busca de dinamizar la actividad cultural de Quibdó.

Vista del hall del primer piso y parte del segundo piso de la Biblioteca Pública
Arnoldo de los Santos Palacios Mosquera. Quibdó, enero 2019. Foto: Julio César U. H.

La Biblioteca es administrada por Airplan S.A.S (empresa operadora del Aeropuerto El Caraño), en convenio con la Gobernación del Chocó. Está integrada al recientemente inaugurado Centro de Servicios El Caraño, conformado además por un hotel y un centro comercial, gracias al cual, y después de varias décadas, Quibdó volvió a tener salas de cine. Fue creada mediante la Ordenanza 009 del 09 de agosto de 2014 y, desde el 26 de diciembre de 2017, hace parte de la Red Nacional de Bibliotecas Públicas[2]. Según datos suministrados por su Coordinadora, Lidia Nohemy Córdoba Mena, al finalizar el 2018, la Biblioteca había alcanzado un promedio de 100-150 visitantes diarios[3].

Sala General de la Biblioteca Pública Arnoldo de los Santos
Palacios Mosquera. Quibdó, enero 2019.
Foto: Julio César U. H.
La Sala General de la Biblioteca tiene cinco colecciones: de referencia, general, literaria, patrimonial y hemerográfica; con un total de 4.460 libros. En la Sala de Sistemas de la Biblioteca, los usuarios pueden acceder gratuitamente a internet, disfrutar de una colección audiovisual y participar en actividades formativas. “Y también tenemos la Sala Infantil, donde se realizan actividades que vayan en pro del fomento de la lectura y de la escritura, porque en los niños se ha perdido ese hábito; entonces como misión también de la biblioteca queremos fomentar ese hábito de lectura…y el año pasado (2018) realizamos muchas actividades con los padres de familia, porque, sí, está la biblioteca para ayudar a ese fomento; pero, también sabemos que es una ayuda, que los padres en su casa deben ayudarle a fomentar a los niños; entonces por eso hemos realizado actividades con los niños, pero también con los padres[4]; como lo explica con entusiasmo y convicción la Coordinadora de la Biblioteca, en cuyas palabras se refleja el gran ánimo de la Biblioteca por avanzar en cuanto al fomento de la lectura y de la escritura en Quibdó.

Si tenemos en cuenta que “en Colombia, según la más reciente Encuesta Nacional de Lectura publicada por el Ministerio de Cultura, las personas leen en promedio 2,7 libros al año. Una cifra bastante baja en comparación con países líderes como India, donde sus ciudadanos dedican, en promedio, 10 horas y 42 minutos semanales a leer y superan con creces la cifra de 5 libros al año[5]; es trascendental la existencia de una biblioteca pública en Quibdó, donde esta cifra, seguramente, debe ser significativamente menor, por falta de bibliotecas o por la baja calidad de las pocas existentes; con excepción de la del área cultural del Banco de la República, que durante años ha llenado parcialmente el vacío bibliográfico de la ciudad, especialmente para la población infantil.

Lidia Nohemy Córdoba Mena, Coordinadora
de la Biblioteca Pública Departamental
Arnoldo de los Santos Palacios Mosquera.
Quibdó, enero 2019. Foto Cortesía.
Por lo dicho, da gusto saber que la Biblioteca Pública Departamental Arnoldo de los Santos Palacios Mosquera es coordinada por alguien que tiene claro que las bibliotecas no son simples depósitos de libros, sino escenarios dinámicos y activos dentro de las sociedades de las cuales forman parte: “como la idea de nosotros es extendernos, no solamente quedarnos aquí como biblioteca, sino también poder llegar a los lugares donde las personas no pueden llegar hasta la biblioteca; hemos realizado alianza con la Secretaría de Educación municipal, para impulsar la lectura en las instituciones educativas, junto con los docentes de Español[6]. Así mismo, “el objetivo de este año (2019), es poder dejar en cada barrio un Club de Lectura, donde podamos reunir a chicos, jóvenes, que podamos nosotros enamorarlos de la lectura… Y la idea también es llevar la Maleta viajera, con libros con los que ellos se puedan quedar; luego, a la semana siguiente, nosotros poderles cambiar el libro; o sea, estarlos renovando, para que ellos vean en el libro algo diferente y no solamente ‘el libro es para estudiar y qué aburridor’; sino que es ir más allá, es ver que el libro me abre las puertas del conocimiento, es ver que en el libro yo puedo corregir la ortografía, saber expresarme, es todo eso… Y también se encuentra un mundo de ideas, de conocimiento[7]. En este sentido, para el 2019, la Biblioteca tiene previstas actividades como un Concurso de cuentos, Festival Afro, Proyecto fotografía y memoria, y un seminario sobre el legado de Arnoldo Palacios.

Haciendo honor al nombre que lleva, parte fundamental de la misión de la Biblioteca es contribuir a la salvaguarda del patrimonio departamental del Chocó, trabajo que incluye la recopilación de documentos históricos y elementos de saberes ancestrales, así como contacto y encuentros con escritores chocoanos, para obtener sus libros por donación: “lo que estamos haciendo por ahora, es tratar de recopilar la memoria del departamento, con historias ancestrales, saberes, pues la biblioteca no cuenta todavía con ese tipo de material. Pero, eso es lo que se está haciendo, la recolección”, explica al respecto la Coordinadora de la Biblioteca, Lidia Nohemy Córdoba Mena, en el agradable y espacioso hall del primer piso de la Biblioteca, en una tarde soleada de enero, cuyo sofocante calor no alcanza a invadir la suave temperatura del muy bien regulado aire de todos los espacios del lugar.

Colección completa de Tintín, en un estante de la Sala General
de la Biblioteca Pública Arnoldo de los Santos Palacios Mosquera.
Quibdó, enero 2019. Foto: Julio César U. H.
Así las cosas, y para fortuna de las generaciones presentes de quibdoseños, se pueden encontrar -en los 1.900 libros de la Colección literaria de la Biblioteca Pública Departamental Arnoldo de los Santos Palacios Mosquera- las novelas y los cuentos, las aventuras y la poesía que es menester leer en la vida para incrementar los sueños y conocer la felicidad, para saber que el mundo existe más allá de lo que nuestros ojos ven todos los días. De modo que, para el estudiante quibdoseño, la literatura en todas sus expresiones deje de ser una simple y reducida lista de títulos y autores por memorizar, como cuando estudiábamos con los libros de texto de español de Luis M. Sánchez López o Lucila González de Chaves o, posteriormente, en aquellos genéricos y en serie, sin autor a la vista, que impusieron las editoriales dedicadas a esta clase de publicaciones. María (no La María), de Jorge Isaacs (no Jorge Isaac) y Tipacoque, de Eduardo Caballero Calderón, leídos por obligación y con mínima información acerca de su valor dentro del panorama nacional, continental y mundial de las letras, ya pueden dejar de ser las únicas posibilidades de lectura de los estudiantes de secundaria; así como las lecturas incluidas en las cartillas de lectoescritura ya pueden dejar de ser la única oferta para los niños de primaria, pues en la Biblioteca los esperan la colección completa de Tintín y las aventuras de Salgari, Dickens, Verne e incluso los Hermanos Grimm.

Para lograrlo, es necesario superar la creencia de que las bibliotecas son lugares para hacer tareas escolares y asumir –sin reticencias ni reservas, con la naturalidad de quien acepta la lluvia- que así como el cuerpo físico se entrena en los campos deportivos, por gusto, sin ver en ello una tarea; que así como a Tutunendo se va por el simple placer de nadar, contemplar el paisaje, refrescar el cuerpo, compartir con familiares y amistades, dejar por un rato a un lado las obligaciones cotidianas, reír, charlar, sentirlo todo; a las bibliotecas también se puede ir por el simple y puro placer de leer, sin más compromisos que sentir, soñar, imaginar, conocer, disfrutar y gozar, zambullirse de cabeza en los libros y viajar a través de nuevos lugares y nuevas sensaciones, acompañados de personajes de cuya existencia no sabíamos, pero que pronto nos resultarán familiares, dejándonos llevar de la corriente de las narraciones y los versos o nadando contra ella para encontrar nuevos caminos desde nuestro propio entendimiento.

Borges (Jorge Luis) imaginaba el paraíso como una biblioteca. Como Borges, cada niña y cada niño, cada joven, cada hombre adulto o cada mujer adulta, en Quibdó, pueden acceder al paraíso de la Biblioteca Pública Arnoldo de los Santos Palacios Mosquera, probar los frutos de todos los árboles, deleitarse con su frescura y nutrirse con su esplendor; hasta que llegue el día en el que todos vamos a la Biblioteca por el puro gusto y con la misma  rebosante alegría con la que vamos de paseo a Tutunendo los domingos.
Torre de control del Aeropuerto El Caraño vista desde la plazoleta de ingreso
de la Biblioteca Pública Arnoldo de los Santos Palacios Mosquera,
con primer plano de las banderas del Chocó y de Colombia.
Quibdó, enero 2019. Foto: Julio César U. H.




[1] Con datos tomados del Directorio de la Red Nacional de Bibliotecas Públicas, en:

[2] Con información del sitio web del Aeropuerto El Caraño, Quibdó:

[3] Entrevista personal a Lidia Nohemy Córdoba Mena, Coordinadora de la Biblioteca Pública Departamental Arnoldo de los Santos Palacios Mosquera. Quibdó, 2 de enero de 2019.

[4] Ídem.

[5] Semana, Información de Colombia y del Mundo. Cómo leer más. 23 de diciembre de 2018 al 5 de enero de 2019. Edición N° 1912-1913. Pág. 78

[6] Entrevista personal a Lidia Nohemy Córdoba Mena, Coordinadora de la Biblioteca Pública Departamental Arnoldo de los Santos Palacios Mosquera. Quibdó, 2 de enero de 2019.

[7] Ídem.

lunes, 7 de enero de 2019


Cimarronaje

Con el alma tibia de emoción caliente entre las manos frías del sudor, Martín Carabalí Carabalí, doble y orgullosamente Carabalí, y Estefanía Caicedo, la reina del bullerengue, se han entregado esta noche a la tarea hermosamente violenta de construir un palenque de amor.

Se rumora que están profusamente armados. Se rumora que con ternura. Se rumora. Lo único que se sabe es que, con el alma tibia de emoción caliente entre las manos frías del sudor, Martín Carabalí Carabalí, doble y orgullosamente Carabalí, y Estefanía Caicedo, la reina del bullerengue, se han entregado esta noche a la tarea hermosamente violenta de construir un palenque de amor, y que es una noche de marzo, y que la luna ha estado presente y no ha querido marcharse ni siquiera al amanecer.

(Capítulo 2 de la novela Doble y orgullosamente Carabalí,
de Julio César Uribe Hermocillo).

Foto Julio César U. H.