30/12/2024

 ARISTA SON 

𝄞 Despedida de fin de año 
de El Guarengue 𝄞 

Aristarco Perea Copete (Quibdó, 1930 - Bogotá, 2006),
FOTOS: Documental ARISTA SON. Libia Stella Gómez.
Tomadas de: ¡Fuera Zapato Viejo! IDARTES, Bogotá, 2014.

Un mes antes de cumplir el sueño más grande de su vida: conocer a Cuba, murió en Bogotá el cantante y músico chocoano Aristarco Perea Copete, el 4 de septiembre de 2006. “Si Arista hubiera ido a Cuba, no se habría sentido llegando sino regresando”, dijo el poeta Juan Manuel Roca. Tenía razón. Arista no solamente nació para la música entre sones cubanos y boleros oídos en su infancia quibdoseña; sino que, además, fue siempre comparado, por diversas razones musicales, con músicos cubanos de la vieja guardia, como Benny Moré y Panchito Riset; y por razones adicionales de trayectoria con el fabuloso bolerista cartagenero Sofronín Martínez, Sofro. 

La grandeza de Arista, ampliamente reconocida en la escena cultural y en la rumba de Bogotá, fue inmortalizada por la disquera internacional MTM en grabaciones memorables.[1] Hoy, como regalo de Año Nuevo para nuestros leales lectores, Arista engalana el último Guarengue de 2024, en la voz de una mujer que merece todo honor: la cineasta Libia Stella Gómez, quien le prometió a Arista, en 1993, cuando apenas empezaba a estudiar en la Universidad Nacional de Colombia, que haría un documental sobre su vida y su obra; el cual estrenó en la Cinemateca Distrital de Bogotá, el 5 de septiembre de 2011, con el nombre del último y emblemático grupo musical del chocoano maravilloso: Arista Son.[2] 

Esta hermosa crónica sobre la vida personal y musical de Arista, que les invitamos a leer en dos entregas, es tomada de ¡Fuera Zapato Viejo!, una recopilación documental publicada hace diez años por el Instituto Distrital de las Artes, IDARTES, de Bogotá, D. C.[3] 

El Guarengue – Relatos del Chocó profundo les da la más cordial y feliz bienvenida al Año Nuevo 2025. Julio César U. H.

 

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EL BUENARISTA SOCIAL CLUB
Historia de una promesa
Por Libia Stella Gómez
(Primera parte)

En marzo de 1989 llegué a vivir a Bogotá. Como a todos los venidos de provincia, lo primero que me pegó fue el frío de nevera, luego el ruido y corre corre de la ciudad y casi de inmediato la soledad. En Bucaramanga había incursionado en el teatro y llegué a la capital con la intención de estudiar teatro, pero finalmente mis pasos se enfilaron hacia la realización cinematográfica en la Universidad Nacional. Para ayudarme con los gastos, conseguí trabajo en un sitio de la calle 19 con cuarta, muy conocido entre los intelectuales de izquierda: Buscando América Galería Bar.

Una noche del año 93 pude ver allí a un grupo de soneros. El cantante era un tipo flaco, con un timbre de voz prodigioso, parecido al de los grandes cantantes de Cuba. Lo acompañaban un hombre altísimo que tocaba los bongóes, un tipo sonriente que rasgaba alcohólicamente el tiple y un muchacho muy adusto a cargo de las tumbadoras. En el curso de la velada sabría que el cantante se llamaba Aristarco Perea –si bien todo el mundo le decía Arista– y que sus acompañantes eran Senén Mosquera, el famoso exfutbolista de Millonarios, Saulo Moreno, un condoteño muy conocido en los ambientes bohemios, y el propio hijo de Arista, Aristarco Perea Junior, a quien todos apodaban “El Moro”. Durante un descanso, emocionada por sus canciones, le conté que estudiaba cine.

–Pues entonces –me contestó muy coquetamente Arista– cuando sea famosa me hace algo. Así de pronto usted se va para arriba o yo me voy para arriba.

En lugar de responderle una formalidad, me aventuré a hacerle una contrapropuesta:

–¿Sabe qué? Cuando pueda, mejor le hago un documental.

Pasarían más de diez años antes de que esas palabras empezaran a tener algún sentido y casi quince para que yo pudiera cumplir mi promesa.

Aristarco Perea Copete nació en Quibdó en 1930. Su padre, Erasmo Perea Hinestroza, había sido primer clarinete de la Banda de San Francisco, aunque por problemas con otros intérpretes decidió hacer a un lado la música y dedicarse a la sastrería. En una entrevista que les concedió muchos años después al poeta Juan Manuel Roca y a la diseñadora gráfica Mariela Agudelo, el gran cantante chocoano recordó que el incidente había dejado a su padre “resentido con el medio musical. Nos prohibió que hiciéramos música. Si veía a alguno de sus hijos con un instrumento musical en la mano, de inmediato quería destruirlo”. No obstante las prohibiciones paternas, ya muy niño Arista empezó a dar muestras de que no sería fácil detener esa inclinación por el canto. En el Quibdó de su niñez, incluso antes de aprender a leer, aprendió a cantar y casi enseguida a componer canciones de un exaltado lirismo. A los 7 años escribió “Mi rosal” para una de sus profesoras en el colegio, una mujer de 18 años que le regalaba confites y lo trataba de forma especial. Arista creía estar enamorado y como ella se fue para el Bajo Atrato, él en su nostalgia le dedicó este bolero cuyos versos finales dicen: Y vuelve lo mismo que te fuiste, / pero no, no toques mi rosal…

En aquel tiempo era difícil separarlo de la radio o de las pocas vitrolas de su ciudad natal. En ellas escuchaba los sones del Trío Matamoros, los vallenatos de Buitrago o los merengues de Ángel Viloria. También le dejaron huella los bailes peseteros de la época, en los cuales hacía gala de sus dotes de buen parejo, así como buena parte de lo escuchado en El Jazz de Borromeo, una agrupación de chirimías en la que se tocaba porro, merecumbé y bolero siguiendo las líneas de Lucho Bermúdez y Pacho Galán.

El primer grupo con el cual Arista parece haber actuado fue La Timba de Víctor Dueñas, un gran guitarrista que nunca pisó un conservatorio pero que era incomparable con su instrumento y que además resultó decisivo en la formación de Arista. A partir de allí, el jovencísimo cantante de 12 años gastó su adolescencia en formar grupos folclóricos que ensayaban en galpones de techo de zinc bajo el calor abrasador del Pacífico. Los chiquillos espiaban tras la puerta y bailaban al calor de sus pegajosas melodías. Para esos niños, Arista era un ídolo, soñaban ser como él, mientras Arista soñaba ser como Daniel Santos.

Al alcanzar la mayoría de edad, quiso convertirse en sastre, como su padre, y durante algunos meses circuló entre linos, paños, metros y marcas de tiza (de todo aquello, solía decir, tan solo le quedó el deseo perpetuo de vestirse bien). En 1954, a los 24 años, se fue por un tiempo a Panamá con el ánimo de combinar el fútbol y la charanga. A su regreso, trabajó un tiempo en la Brigada Antimalárica fumigando pantanos con DDT, hasta que en 1963 un amigo suyo le sugirió unirse a otros músicos chocoanos para formar un grupo.

Así nacieron Los Negritos del Ritmo, conformado en un principio por Aristarco Perea, Neptolio Córdoba, Augusto Lozano, Gastón Guerrero, Ignacio Hinestroza, Víctor Dueñas, Lucho Rentería, Eduardo Halaby, el clarinetista Daniel Rodríguez, Santos Moreno Blandón, un muchacho Cañadas, Luis Palomeque, Betty Álvarez y otros. Ensayaban en un barrio llamado Huapango y muy pronto se convirtieron en la orquesta rival del entonces aclamado Peregoyo y su Combo Vacaná. Con un estilo muy cercano al de Cortijo e Ismael Rivera –hay, de hecho, una foto de los Negritos del Ritmo en Bogotá, que imita una célebre carátula del grupo puertorriqueño corriendo por el Bronx–, no tardaron en ser invitados constantes en todas las fiestas y agasajos de la ciudad.

Fundada en 1964, la agrupación musical Los Negritos del Ritmo constituye un hito en la historia de la música chocoana. En la foto, de pie a la derecha, los dos últimos son Aristarco Perea Copete (Arista) y Alfonso Córdoba Mosquera (El Brujo). FOTO: cortesía Douglas Cújar.

Siendo Arista el único cantante, y siendo entonces la variedad un valor importante para los músicos, el grupo consideró que debían buscar a alguien que alternara en algunos temas y ayudara con la calidad de los coros. Fue así como en uno de sus viajes por el río Baudó consiguieron a un joven llamado Alfonso Córdoba -“El Brujo”- y lo incorporaron a la orquesta. Por desgracia, la decisión molestó muchísimo a Arista y atizó una rivalidad que solo se zanjaría con su posterior salida, en 1967, de Los Negritos del Ritmo.

Dos años más tarde, Arista viajó a Bogotá con la idea de instalarse en la ciudad y dejar atrás los sinsabores de su vida en el Pacífico. El año anterior había estado fugazmente en la capital colombiana, adonde lo habían invitado para cantar en la visita del papa Pablo VI; pero esta vez decidió quedarse y probar suerte en el medio musical bogotano. Logró reunir un grupo de músicos exiliados de las tierras del Atrato a los que bautizó Arista y sus Estrellas e impulsó sus composiciones (que alcanzaron a ser casi trescientas). Trajo los sones, bundes, abosaos y chirimías del Chocó y le enseñó a Bogotá a bailar y escuchar el folclor de su tierra. Fueron años muy intensos, en los que, si un fin de semana cantaba para los nadaístas en el bar La Herradura, al siguiente se presentaba con Oscar Golden y Billy Pontoni en un show televisivo.

A finales de los setenta, siendo ya relativamente conocido en la capital, Arista tomó en sociedad con el locutor de televisión Alejandro Munévar un negocio llamado La Casa Folclórica Colombiana, que quedaba en el mirador del Hotel San Francisco en la carrera 4ª con Avenida Jiménez, pero posteriormente se trasladó a una vieja casona de la calle 18 entre carreras 5ª y 7ª, colindante con la casa de la Logia Masónica. Con el tiempo, Arista terminó asumiendo el negocio solo y rebautizándolo como La Casa Folclórica del Chocó.

En esa vieja construcción de casi una manzana, en la cual abundaban los cuartos y en cuyo salón principal podían verse instrumentos típicos e imágenes del Pacífico, a Arista se le recuerda como mesero, músico, administrador, propietario y hasta chef, labores que a menudo debía desempeñar al mismo tiempo. Antiguos asistentes a la Casa cuentan que a veces interrumpía abruptamente una canción y se bajaba de la tarima para atender las mesas o para salir en pos de algún avispado que se le estaba yendo sin pagar.

En la tarima de La Casa Folclórica se presentaron artistas tan reconocidos como Alfredito Linares y nacieron musicalmente intérpretes chocoanos tan valiosos como Jairo Varela, el fundador del grupo Niche, Alexis Lozano, líder de Guayacán, o Nicolás Emilio Rodríguez –Nicoyembe–, cuyo padre, músico también, había sido clarinetista de Los Negritos del Ritmo. En la Casa Folclórica del Chocó se montaban encerradas de chirimías, se comían pasteles, hayacas y sancocho, se tomaba aguardiente Platino y se bailaba toda la noche con los sones chocoanos. Allí Arista empezó a mezclar los instrumentos autóctonos de la chirimía con el bajo y el piano, siendo precursor de una simbiosis para la música folclórica a la que posteriormente le rindieron tributo grandes orquestas como Niche o Guayacán. Pero no solo en ese detalle colaboró Arista con estos músicos. Cuando Varela, Lozano y varios de los intérpretes que los acompañaban pasaron malos ratos en Bogotá, Arista les dio hospedaje en la Casa y posteriormente les permitió ensayar en alguno de sus cuartos.

Arista y su grupo en la Casa Folclórica. Bogotá.
Foto tomada de "¡Fuera Zapato Viejo!", IDARTES, 2014.

Sin embargo, por causas que nunca han sido dilucidadas, Arista se enemistó al cabo de un tiempo con Varela e impuso una distancia férrea con los demás músicos a los que inicialmente había apadrinado. La situación llegó al punto de que, al final de su vida, sostenía que el director del Grupo Niche jamás le había reconocido ser el compositor de un tema que esa misma orquesta hizo famoso: “La canoa ranchá”.

Fue otro de sus muchos conflictos. En el barrio Capellanía, donde funcionó durante años su Club Social Arista –la dirección exacta era calle 33 N° 87A-40–, tuvo varios encontrones con el cura de la parroquia. Al parecer, el sacerdote no toleraba que desde la iglesia, muy cercana a la casa de Arista, se escucharan los alegres compases de una guaracha o el cadencioso ritmo de un aguabajo mientras él celebraba una misa. Por diversos medios trató de impedir el funcionamiento del Club Social, aunque al final debió resignarse a que el Señor del Son se mantuviera en sus trece.

Cuando Arista contaba esta anécdota, solía añadir que sus problemas con los curas habían empezado desde prácticamente recién nacido. Según parece, el cura de Quibdó no quería bautizarlo con el nombre escogido por sus padres –Aristarco, patronímico de un compañero de prisión del apóstol Pablo–, y en su lugar sugería Aristóbulo o Aristides. Sin embargo, su madre, Eufemia Copete Ledesma, no dio el brazo a torcer y el niño debió ser bautizado con ese sonoro nombre bíblico que a los siete años su parentela de Pereas, Copetes, Hinestrozas y Ledesmas ya había reducido al mucho más simple “Arista”.

Pero la más compleja de las disputas que tuvo fue con los vecinos de la Casa Folclórica del Chocó: la Logia de la Masonería. Éstos presionaron para comprar y derrumbar la vieja casa que servía de pista y refugio a los bailadores de todo el Atrato. La Folclórica se incendió una noche después del cierre y Arista culpaba a los masones de ese incendio. Sin embargo, investigando en la Masonería, ellos afirman que La Folclórica ni siquiera colindaba con su edificación y que toda la bronca que Arista les tiró estaba relacionada con el hecho de que alguien le dijo que en el grupo no recibían negros. De cualquier manera, Arista terminó cerrando la Casa Folclórica del Chocó a mediados de los ochenta y entregando el lote para que la Logia construyera allí un parqueadero. De ese modo se perdió hasta la memoria urbana de uno de los sitios más alegres de la capital.

La próxima semana, 2a. Parte: La consagración de Arista


[3] Alcaldía Mayor de Bogotá. Instituto Distrital de las Artes – IDARTES. ¡FUERA ZAPATO VIEJO! Bogotá, 2014. 224 páginas. Pp. 34 – 51. ISBN 978-958-58175-4-8

23/12/2024

 Comercio y publicidad en Quibdó 1930-1934
(Segunda Parte)


El 2 de enero de 1932, en la primera página de su N° 2.513, el periódico ABC, de Quibdó, publicó un mensaje de Año Nuevo fechado el día anterior y dirigido a la ciudadanía por Emiliano Rey Barbosa, bajo el título: Alocución del señor Intendente Nacional del Chocó.

“Conciudadanos: Honrado con la confianza del gobierno que preside el Excelentísimo Señor Presidente de la República, doctor Enrique Olaya Herrera, me presento ante vosotros en mi carácter de Intendente Nacional del Chocó, a daros en el año que hoy principia mi saludo cordial con mis votos fervientes por la prosperidad y bienestar de esta importante y rica sección de la Patria”. Así comenzaba el mensaje del Intendente Rey Barbosa, quien a continuación aludía directamente a la crisis económica regional, nacional y mundial que entonces se vivía: “A causa de la depresión económica y fiscal que sufre el universo entero, se encuentra hoy el territorio chocoano en dificultades que nunca había experimentado, ni en los años de 1921 y 1922, cuando la situación del país sufrió una recia sacudida y las instituciones bancarias vieron que sus sistemas se venían abajo a causa del pánico y la desconfianza”[1].

Al igual que el resto de Colombia, la ciudad de Quibdó y toda la región chocoana vivían entonces los efectos de la crisis mundial del capitalismo, que había comenzado con la catástrofe del mercado de valores de Nueva York, en 1929, y que se prolongaría por lo menos hasta mediados de la década de los años 30. Especialmente graves eran las repercusiones en la Provincia del San Juan, en particular en Condoto[2].

Con todo y su gravedad, aquella crisis fue usada como argumento publicitario en un ingenioso y sugestivo aviso publicado en el ABC del 15 de febrero de 1930, titulado: “Victrolas en el Pasaje Bechara”, cuyo texto era el siguiente: “No le tema a la crisis. El pasaje Bechara, interesado en que el espíritu alegre del público no decaiga y la flor de su ilusión nunca se marchite, ha logrado establecer la subagencia de los afamados productos Víctor Talking Co., de Camden, Estados Unidos. Acaba de recibir la primera gran remesa consistente en un lote considerable de Victrolas Ortofónicas en todos los tamaños y estilos, mil discos fabricados en el mes pasado, siendo sobreentendido que son lo último en materia de arte musical. Agujas de gran resonancia, en cajitas de 200 cada una y a precios desconocidos en la plaza. Todo de acuerdo con la mala situación. Doble la hoja de la tristeza y no hago caso de la crisis”.[3]

Si bien no fue posible que la población del Chocó, como lo sugería el aviso, doblara la hoja de la tristeza y mucho menos que ignorara la crisis, lo que sí sucedió es que entre 1930 y 1934, como puede constatarse en el periódico ABC, de Quibdó, el comercio local siguió bastante activo y su oferta publicitaria fue profusa. Obviamente, solo sectores de la aristocracia local podían seguir accediendo con regularidad al surtido variado del comercio quibdoseño.

En la publicidad de la época, el texto de los avisos de prensa era básicamente narrativo e informativo. Eran por lo general enunciaciones textuales de la oferta comercial disponible, complementadas con frases o lemas motivacionales orientados a destacar la novedad y exclusividad de los productos, sus marcas y su procedencia extranjera, al igual que la honradez y seriedad de los comerciantes, como argumentos de venta.

En el caso de los productos de salud, su efectividad inmediata, derivada de sus propiedades casi milagrosas, y el respaldo de autoridades civiles o del médico propietario de la botica, fueron argumentos recurrentes en la publicidad difundida en Quibdó a principios del siglo XX; como podremos verlo en los ejemplos que se presentan a continuación y en las reproducciones de los avisos originales que acompañan esta edición navideña de El Guarengue - Relatos del Chocó profundo.[4]

Médicos y boticas

Para entonces, dos médicos ofrecían sus servicios a través del periódico ABC, de Quibdó: Hernán Perea Quesada, “Médico-Cirujano”, quien atendía “enfermedades tropicales y venéreas”, en su consultorio del costado occidental del Parque Centenario, de 2 a 5 p.m. Y Fausto Domínguez Arango, quien -más que sus servicios- publicitaba ampliamente su botica o farmacia en términos como los siguientes: “Despacho esmerado de fórmulas. Surtido variado y permanente de drogas extranjeras y del país. Precios módicos”.

Además de identificarse como agente de la Droguería Pasteur y como “Agente general en el Chocó” del “Polvo Maravilloso San Rafael, para curar toda clase de heridas que no sean cancerosas”, la botica del Doctor Domínguez vendía también “Cameras, o vasos para enfermos, esmaltadas, Píldoras de Witt para los riñones y el famoso Cordil Celebrina, de Ultrice, concentrado”; del cual una cucharadita equivalía a una cucharada sopera, "con los mejores efectos".

La Farmacia Ángel y la Botica Popular completaban la oferta de productos medicinales en la ciudad de Quibdó de los años 1930. Un “surtido siempre renovado y fresco”, que incluía “medicinas de patente a los más bajos precios de la plaza”, era la base de la oferta comercial de la Farmacia Ángel, cuyo aviso se publicaba en el mismo recuadro del Aserradero Ángel. La Botica Popular ofrecía un “reconstituyente especial para mujeres y niños de salud delicada”, de nombre Alvina; y “Asaya neural, para hombres cansados”.

La Librería y Papelería de ABC ofrecía también productos de este ramo, como el cosmético Aceite de Linaza, y el “Curativo Pulmonar: Lo mejor contra gripa, catarros, tos, afecciones de los bronquios en general”, fabricado por Laboratorios Román, de Cartagena, que se anunciaba como “de sabor agradable” y se expendía también en todas las boticas de Quibdó, según el aviso del periódico ABC.


“Específico Indio: Inmejorable benefactor de la Humanidad”

Había otra serie de productos que se ofrecían a través de avisos publicitarios en el famoso periódico local ABC que no contaban con información respecto a su expendio; como si su publicidad fuera pagada por las casas comerciales que los producían y comerciaban al por mayor en Quibdó.

Entre varios, uno de los que más llama la atención es el denominado Específico Indio, “preparado por J. M. Fuentes L., Cartagena”, anunciado mediante un vistoso y extenso aviso, que incluye -además de un texto descriptivo de las amplias bondades que del producto publicitan los anunciantes- un “certificado del Alcalde Municipal de la Provincia de Veraguas, República de Panamá”, fechado el 1° de junio de 1932.

El texto sobre las propiedades del producto empieza diciendo que el Específico Indio es “Inmejorable benefactor de la Humanidad”. Y a renglón seguido afirma que “no puede existir dolor donde se usa esta poderosa medicina”; pues “como remedio interno y externo es el mejor que se conoce para reumatismo agudo y crónico, cólicos, neuralgias, mordeduras de animales ponzoñosos”; además de ser “profiláctico y curativo de la viruela, dengue, enfermedades del estómago, fiebres amarilla y palúdica”. Como si todo lo anterior fuera poco, el Específico Indio “es considerado como Rival de la Quinina [y] su poder curativo se siente inmediatamente”. Todo un milagro de la farmacéutica de la época.

El “certificado” del Alcalde de Veraguas, Ernesto Sierra M., incluido en el aviso, relata con detalles la milagrosa curación de “Pedro Quintero y Victorino Yáñez, mordidos por culebras sumamente venenosas”, a quienes el propio alcalde les suministró el Específico Indio, “obrando esta gran medicina de una manera rápida como jamás he visto otra igual”. Más que un certificado, el texto atribuido en el aviso al alcalde de Veraguas (Panamá) -la tierra de Cipriano Armenteros- tiene tono testimonial de prosélito en trance de ceremonia. Su remate es la siguiente descripción: “Es preciso advertir que Pedro Quintero votaba [sic] sangre por la boca, narices y oídos y tenía cuatro grandes manchas negras en el cuerpo, desapareciendo todos estos males, en el término de 6 a 8 horas contadas desde el momento en que se comenzó a dar el famoso como excelente Específico Indio, tal como lo indica la receta que acompaña cada frasco”.

“Los atletas necesitan Mentholatum…

…para masajes antes y después de los ejercicios, para aliviar torceduras y golpes y alejar todo peligro de infección”. Así comienza otro de los avisos publicitarios de productos medicinales sin indicaciones de expendio ni respaldo médico local, publicados en el periódico ABC, de Quibdó, en las ediciones de comienzos de los años 1930. “Produce alivio y flexibilidad a los músculos cansados y doloridos”, añade. Y remata olímpicamente: “Los campeones del mundo tienen siempre a la mano y usan el famoso e inimitable Mentholatum”. En otro aviso, el Mentholatum ofrece alivio para dolores de cabeza y neuralgias: “¡Ay mi cabeza! Los dolores y neuralgias se calmarán pronto con Mentholatum”.

Lavol

Pero, no solamente el Curativo Pulmonar, el Específico Indio, el Polvo Maravilloso San Rafael, el Mentholatum, Alvina y Asaya Neural hacían milagros, según la publicidad de estos productos en el periódico ABC, de Quibdó, en la primera mitad de la década de 1930, poco antes de que se inaugurara el Hospital San Francisco de Asís.

Con la ilustración de una niña acongojada sobre cuyas erupciones en la piel cae una gota del milagroso remedio, otro aviso del diario ABC, de Quibdó, indica: “para obtener el alivio inmediato del ardor y escozor del eczema, úsese Lavol. Pruebe unas cuantas gotas sobre la piel”.

A pesar de todo

A pesar de la enorme crisis, Quibdó conserva a principios de los años 1930 su carácter cosmopolita. El río Atrato, que lo une indisolublemente al Caribe, es la conexión permanente del Chocó con el mundo y con la modernidad que por esa región llega también al interior del territorio de Colombia. En la publicidad que las casas comerciales divulgan en el periódico ABC es evidente dicha conexión, de donde deriva la familiaridad de la sociedad chocoana de entonces con el mundo allende las fronteras del país.

Boato y lujo

Un aviso de Abdalá Bechara & Cía. pregona y presume coloquialmente la abundancia y la variedad: “reviéntese la cabeza pensando qué no habremos traído en materia de mercancías y novedades para usted y su familia”. Don Raúl Cañadas V. anuncia, entre otras mercancías, vajillas europeas: “Platos hondos y pandos, floreados, de Checoeslovaquia”. Emilio Yurgaqui ofrece “el mejor reloj de bolsillo y de pulsera: Ferrocarril de Antioquia”. Edmond Y. Manasseh “despacha cualquier artículo que se necesite de la capital, a precios reducidos”, mientras que Vélez & Cía. ofrece “artículos de lujo para regalo o su uso personal”


Azar, placer y guerra

La Rifa Comercial del Magdalena pregunta a los lectores del ABC de Quibdó: “¿Desprecia la fortuna? De sábado a sábado toca a sus puertas”, y les promete, en una clara alusión a la crisis económica: “con un pequeño desembolso puede usted pasar de las estrecheces de hoy a la holgura de mañana”. Del mismo modo que, aludiendo a la guerra entre Colombia y Perú, ocurrida entre 1932 y 1933, la Librería ABC publica un aviso publicitario de una marca de tabacos o cigarros con el siguiente texto: “Estalló la Guerra!! Cigarros Foch y Santander! Al por mayor y al detal en la Librería ABC”… Un fondo creado por el gobierno para recoger donaciones en todo el país, destinadas a solventar los gastos de dicha guerra, publica también avisos en el diario ABC: “Apoye la Defensa Nal. Contribuya al Fondo de Defensa Nacional”.

Ocio y diversión

En materia de ocio y “vida social” en Quibdó, un famoso establecimiento de la época: El Encloche, se presenta como “el rendez-vous de la gente elegante, el mejor establecimiento en su clase con que cuenta la ciudad”. Resume así su oferta comercial: “Confitería. Cervezas Aguila y Bavaria frías. Helados de frutas tropicales, todas las noches. Espacioso salón de billares”. Y pondera su atención a la clientela: “El trato exquisito que este lugar de esparcimiento dispensa a sus clientes no tiene rival”.

En el mismo ramo, el Club Colombia, cuyo propietario es Leoncio Ferrer C., con un aviso más modesto, también se elogia lo suficiente como para atraer clientela: “Establecimiento de billar y juegos permitidos. Cultura para con los clientes. El establecimiento más popular de Quibdó”.

Compra de nóminas

Dos comerciantes de Lloró, Augusto Ríos G. y Arturo Paz R. también anuncian sus negocios en el periódico ABC, de Quibdó, en la década de 1930. Ríos “ofrece a su numerosa clientela, en el Barrio Atrato de Lloró, un bello surtido recientemente renovado, de mercancías, como paños, driles, telas para vestido de mujer, de todas clases, especial para la Fiesta de San Antonio que se celebrará en este lugar, finas y ordinarias, a precios sumamente bajos”. También ofrece “drogas de patente y del país completamente frescas”; al igual que “víveres a precios de competencia, rancho y adornos de fiesta de toda clase. Acuda usted y su familia, en materia de lujo”. Finalmente, Augusto Ríos G. anuncia una actividad que cobró auge en la época, a raíz de la crisis económica: la compra de nóminas nacionales e intendenciales; además de la “compra de oro en polvo, oro legal y platino”.

Por su parte, Arturo Paz R. se anuncia como “Comerciante-Comisionista”: “En su casa de comercio de Lloró vende toda clase de víveres frescos, mercancías, drogas y medicinas, rancho, abalorios, perfumes y ferretería”. Y al igual que su competencia, “Compra oro en polvo, platino, pieles y nóminas intendenciales y nacionales”.

Sastrería, flores y cirios

En la Calle 4ª – N° 10, se encuentra la sastrería de Gorgonio Palacios A., donde “una práctica de más de diez años es garantía absoluta para el cliente” y se “acepta la devolución de toda obra que no satisfaga”, pues “el buen vestir es señal de distinción”.


Dos damas de la sociedad quibdoseña de principios de los años 1930 completan esta selección de avisos publicitarios que aparecían en el periódico ABC. En la Carrera Primera, Rita María Valencia ofrece “flores naturales y flores artificiales de bellísimas clases” y advierte a su clientela que “haga sus encargos el día antes”. Mientras que Doña Eva de Carrasco ofrece “Cirios y lazos propios para Primera Comunión, bellísimos” y acabados de llegar.

De todo como en botica

Todo ello y mucho más se ofrece a principios del siglo XX en los avisos publicitarios del periódico ABC, que se publicó en Quibdó entre 1913 y 1944, y alcanzó casi 4.000 ediciones; de modo que por sus páginas pasó la vida de la ciudad y la región durante tres décadas, así como las plumas más brillantes de la naciente intelectualidad del Chocó, que dignificaron la región y la llevaron con prestancia a los escenarios políticos, sociales, académicos e institucionales de Colombia. De todo, como en botica, se anunciaba, se vendía y se compraba en aquel Quibdó y aquel Chocó que vieron nacer a sus más brillantes hijos.

"Raudales de buena ventura"

“Conciudadanos: que el nuevo año sea pródigo en beneficios para la Patria, que el Chocó se encauce por una franca corriente de engrandecimiento, y que para vosotros en particular derrame el cielo raudales de buena ventura”, concluye el mensaje de Año Nuevo de Emiliano Rey Barbosa (Intendente Nacional del Chocó entre diciembre de 1931 y diciembre de 1935) publicado por el periódico ABC, de Quibdó, el 2 de enero de 1932. Casi un siglo después, El Guarengue - Relatos del Chocó profundo se suma a la esencia de los anhelos del Intendente Rey Barbosa en su mensaje de Año Nuevo.



[1] ABC, Diario de la Tarde. Año XIX. N° 2.513. Propietario: Reinaldo Valencia. Quibdó, enero 2 de 1932. Hemeroteca del Chocó: https://utch.edu.co/nueva/inicio-hemeroteca

[2] Detalles de aquella crisis económica pueden leerse en “Doble la hoja de la tristeza y no haga caso de la crisis”. La Gran Depresión en el Chocó, 1930: https://miguarengue.blogspot.com/2022/04/doblela-hoja-de-la-tristeza-y-no-haga.html

La primera parte de este trabajo sobre comercio y publicidad en Quibdó 1930-1934 fue publicada por El Guarengue en julio de 2022:

https://miguarengue.blogspot.com/2022/07/hasta-que-llegaron-los-paisas-comercio.html

[3] Periódico ABC, Quibdó, edición Nº 2136. 15 de febrero de 1930.

[4] Todos los avisos fueron reproducidos y sus textos transcritos literalmente de diversas ediciones del periódico ABC, entre 1931 y 1934, digitalizadas por el proyecto Hemeroteca del Chocó, dirigido por el Comunicador Social e investigador Gonzalo Manuel Díaz Cañadas, creador también del Archivo fotográfico y fílmico del Chocó. https://utch.edu.co/nueva/abc


16/12/2024

 El brindis del bohemio:  
Un homenaje a Arturo, 
el mejor mecánico de Quibdó

*Arturo en Quibdó entre los 25 y los 30 años.
FOTOS: Album familiar.

Si estuviera vivo, el pasado 16 de noviembre habría cumplido 83 años el hombre que fue durante por lo menos dos décadas el mejor mecánico automotriz de Quibdó, quien murió a los 55 años y medio, el primer lunes festivo del mes de junio de hace 27 años.

Clientes y amigos

Se llamaba Arturo Herrera, Arturo Antonio Herrera Giraldo. Arturito, Arturo o Don Arturo, lo llamaba su clientela, de la cual formaba parte un copioso y selecto grupo de profesionales de la ciudad: abogados, médicos, economistas, ingenieros, periodistas, la mayoría hombres, pero también algunas mujeres, como las doctoras Helba, Mirna y Muriel. En este grupo de clientes, que siempre dijeron que sus carros no los dejaban tocar sino de Arturo, había funcionarios, políticos de profesión y políticos ocasionales; en general, todos eran buena gente, gente del viejo Chocó, del antiguo Quibdó, de la vieja guardia, cuya fama y reconocimiento popular procedían de su pulcro ejercicio profesional; muchos de ellos aficionados a los boleros e incluso a los tangos, al igual que Arturo, y por lo menos la mitad de ellos también algo aguardienteros, otra afinidad bastante sólida con Arturo, con quien un buen número de ellos terminaron construyendo una amistad real y sincera, más allá de la relación Mecánico-Cliente.

Los abogados Jaime Sarria Misas y Ely Gómez Ortega, y el famoso cirujano Américo Abadía Figueroa, eran tres integrantes de aquella clientela inolvidable, tan asiduos como principales. Con cada uno de ellos tres, además de los asuntos de sus carros (un Renault 4 color crema, un Chevrolet Samurái amarillo y un Fiat Topolino color mostaza), las charlas eran largas y amenas, en mecedoras y sillas del andén de nuestra casa, contigua al taller, o en las mesas del andén de la tienda del frente de la casa. Con el Dr. Américo, tanto la amistad como los drinks fueron más largos aún: Arturo y él, por ejemplo, dejaron de fumar juntos una tarde cualquiera y en más de una ocasión departieron en días de descanso del médico, quien iba de visita a nuestra casa. El doctor Américo, en diversas circunstancias, estuvo siempre al tanto de la salud de Arturo, lo cuidó e intervino como cirujano en su restablecimiento… Así eran las cosas entonces: en la honestidad y decencia de las relaciones profesionales y en lo genuino y respetuoso de la amistad se diluían las diferencias sociales que pudieran existir.

De la mecánica de calle a la mecánica de patio

Arturo fue construyendo esta clientela, paso a paso, desde que montó su taller en un local alquilado de la Estación Esso N° 89, la Bomba de don Pedro Abdo García, en la Calle 30 con Carrera 7ª de Quibdó, en donde también se asentó su amigo y paisano carmeleño Conrado Agudelo, quien -mientras Arturo ejercía la mecánica- se desempeñaba como montallantas y encargado de todo lo relacionado con este ramo, como los resortes o muelles y las bandas de frenos, por ejemplo. Al agua y al sol, allí se practicaba literalmente la mecánica de patio. Estaba comenzando la década de 1970.

Posteriormente, en una decisión que conllevaría grandes y en su mayor parte positivas consecuencias sobre su vida, Arturo decidió trasladar su taller hacia el naciente barrio de la Subestación, que entonces parecía más distante del centro de Quibdó; tanto que hubo gente que le recomendó que reconsiderara su decisión, pues a ese taller allá tan lejos no iba a ir nadie. Pero él estaba en lo que estaba. Ya había -como dicen ahora en lenguaje de autoayuda- visualizado el espacio y el diseño de aquel taller: una “ramada” para empezar, decía, nombrando de este modo los cuatro guayacanes de piso iniciales, con sus respectivas cerchas y soleras, y un techo de láminas de zinc reutilizadas… Para el efecto, con sus propias manos, domingo a domingo, Arturo adecuó el solar contiguo a nuestra recién construida casa, que ladrillo a ladrillo había sido levantada con dinero de un préstamo del Instituto de Crédito Territorial y habitada sin puertas interiores, sin mesón de la cocina y sin revestimiento en las paredes de planchas grises o ladrillos pelados; pero con alegría y orgullo inefables, por Arturo, su señora (mi mamá) y nosotros, sus hijos… De un terreno medio pantanoso y anegadizo, poco firme y poco plano, Arturo sacó una explanada básica sobre la cual construyó el sueño que había visualizado.

Y los carros y los clientes empezaron a llegar. Y la vida de Arturo empezó a cambiar, al punto que, desde entonces, únicamente volvió a salir de aquella lejura, que para la época eran en Quibdó los barrios Huapango arriba y la Subestación, cuando se iba a hacer motilar en la peluquería de José Félix. Yo acababa de graduarme en la Normal de Quibdó y me había ido a trabajar de maestro al Carmen de Atrato. En las vacaciones de final de año, en vez de llegar como en las de junio a la casa alquilada donde vivíamos en la Calle 30, llegué a nuestra nueva casa, que pronto incorporaría -al lado- el taller de Arturo. Era 1978.

Poco tiempo después, a comienzos de la década de 1980, llegó allí como ayudante -después de leyendas de la ayudantía de Arturo, como Limonta, Pinta y Junior (El Panameño)- un muchacho que sería el heredero natural de los conocimientos mecánicos, de los secretos del oficio, de la herramienta y de las instalaciones del taller: mi hermano Oscar Alberto, quien cuando era un niño desbarataba hasta un balín. Repitiendo la historia de su padre y mentor, después de épocas de molicie juvenil y de juerga permanente, Oscar se metió de lleno en el oficio y lo asumió como su profesión en la vida, con la misma y brillante inteligencia con la que en su recorrido escolar inconcluso había obtenido siempre reconocimientos por sus méritos académicos.

Ello le valió heredar, paulatinamente y ante el progresivo retiro de Arturo, por motivos de salud, la confianza de la clientela original, y ampliarla e incrementarla, tal como amplió, rediseñó y mejoró notablemente las instalaciones, equipos y herramientas del taller, que convirtió en un homenaje al papá, quien murió sintiéndose orgulloso de su heredero; como quizás Oscar mismo llegue a sentirse de su propio heredero, su hijo, que actualmente trabaja con él y quien seguramente en algún momento también transite sin dudarlo el camino que lo lleve a consolidar esta herencia.

De humilde y carmeleña cuna

Arturo era hijo del matrimonio entre Julio Herrera Maya, quien murió cuando sus hijos eran niños aún, e Isabel Giraldo Gallego, quien crio a sus hijos y mantuvo su casa con un carácter recio y algo hosco, aunque con un toque de picardía y de humor en los momentos de tranquilidad, y con su índole hacendosa de viuda y señora de la casa, de la más pura estirpe carmeleña. Además de Arturo, del matrimonio Herrera Giraldo nacieron sus dos hermanos: Julio, quien aún vive en Quibdó, donde trabajó desde muy joven en entidades como la Caja Agraria y el ICT o Inscredial, y fue toda la vida apoyo y sostén de su mamá y de sus hermanos, especialmente de Oscar, el menor, chofer de profesión y un poco holgazán, fallecido hace varios años.

Humilde y campesina, un tanto precaria, aunque siempre digna, la casa natal de Arturo y sus hermanos quedaba en la vereda El Porvenir, en el municipio de El Carmen de Atrato, un paraje donde él, según me contó alguna vez, echó azadón como agricultor, en su niñez y comienzos de su juventud, cuando también alcanzó a estudiar en la Escuela Vocacional Agropecuaria; antes de irse de la casa como ayudante de un camión que iba para Medellín y que posteriormente iría hacia la Costa Atlántica, por donde deambuló un tiempo, yendo y viniendo desde y hacia Medellín; un periplo durante el cual, instruido por el camionero, conoció los primeros rudimentos de la mecánica automotriz. Era casi un niño. Y siendo casi un niño trabajó también “voleando pala”, como él decía, en la carretera Quibdó-Bolívar, época de la cual recordaba las dolorosas ampollas en sus manos, su llanto y el consuelo de los obreros adultos, que le ayudaban a terminar las tareas que a él le encomendaban.

Libreta militar de Arturo en una reposición de 1976.
Foto: Julio César U, H.

La descendencia

Arturo tenía 22 años recién cumplidos, una libreta militar en la que decía que su ocupación era conductor; una licencia o patente de conducción de alta categoría; una pinta de galán de cine; una bolsa pequeña, hecha de caucho de neumático, con herramientas básicas de mecánica que usaba para trabajos callejeros; y una tendencia a la bohemia quibdoseña de entonces, cuando nació su primer hijo con mi mamá: Carlos Arturo. Diecisiete meses después nacería Teresita. Casi dos años después nacería Oscar, el heredero de la profesión, del taller y de la clientela de Arturo. Y tres años largos después llegaría Mery, la menor de la casa, en tiempos en los que Arturo se había enrolado como chofer de la firma SIARCO, que construía, junto a PERVEL, los primeros kilómetros de la Carretera Panamericana en el Chocó; un trabajo que incluía internarse monte adentro, en los campamentos, por periodos de varios meses, cumplidos los cuales salía a descansos más o menos proporcionales, con cabellera de hippie y hambres atrasadas.

Dignos hijos y dignas hijas de su padre, mis hermanos Carlos y Tere, Oscar y Mery heredaron por línea directa el inmenso talento y la prodigiosa inteligencia de Arturo, su enorme capacidad de abstracción y de resolución de problemas complejos, su lógica admirable e inagotable. Y también su humor medio corrosivo y bastante creativo… De esa inteligencia fui beneficiario, pues entre mi mamá y Arturo me enseñaron a resolver los crucigramas de los periódicos; así como a perfeccionar mi lectura en voz alta, ya que, durante mucho tiempo, así como a ella yo le leía novelas mientras cosía en su vieja máquina Singer, a él le leía casi completa una revista de mecánica a la que estaba suscrito: Motrix, en un orden que él me indicaba luego de que yo le leía el índice, mientras él descansaba al final de su jornada de trabajo. Del mismo modo, fui su primer secretario para la elaboración de facturas, cuentas de cobro, listas de repuestos y cotizaciones para sus clientes; un puesto que después ocuparon también mis hermanas Tere y Mery, y por supuesto mi hermano Oscar.

Siempre recordaré que, así como las primeras versiones de la historia local y regional de Quibdó y del Chocó las recibí de mi mamá, de Arturo recibí la primera explicación acerca de la violencia interpartidista de los años 1950 en Colombia, de cuyos crudos sucesos en El Carmen de Atrato él alcanzaba a tener memoria y de cuya memoria había nacido su militancia liberal, incluyendo el MRL del “compañero” López; por quien lo acompañé a votar en las elecciones presidenciales de abril de 1974, ataviados él y yo con pantalones de terlete de color vinotinto y camisetas rojas. La victoria de López Michelsen fue celebrada efusivamente por Arturo, a quien le bastaba que no hubieran ganado los godos con el hijo de Laureano Gómez, ni la tal María Eugenia esa, que era hija de Rojas Pinilla.

Resiliencia

Aunque la palabra y el concepto que entraña -como ha sucedido con tantas en nuestra lengua- han sido desdibujados por su uso tan repetitivo como inadecuado a raíz de la pandemia de Covid-19; no hallo otra que refleje mejor la vida de Arturo que la palabra resiliencia.

De ser abuelo sacó Arturo gran parte de la felicidad
de sus últimos años de vida.
Fotos originales y reproducción: Julio César U. H.

Aunque no llegó a ser un anciano, la vida le alcanzó a Arturo para dar la vuelta sobre sus propios pasos y rectificar literalmente el rumbo de los mismos; para convertirse en un papá mejor que el que había sido hasta entonces: un papá atento, comprensivo, con quien se podía hablar de cualquier cosa a cualquier hora y en cualquier circunstancia, y quien siempre estaba dispuesto a trabajar hasta la hora que fuera y durante los días que fuera para suplir las necesidades de la casa y de sus hijos, de todos sus hijos. Ello nos permitió conocer al mamagallista ingenioso y creativo, al repentista de las más jocosas ocurrencias frente a cualquier situación; al tipo sobrio durante largas temporadas, que podía pagarnos los tragos y los cigarrillos a los hijos sin siquiera olerlos él; al marido atento y detallista que en más de una ocasión sorprendió a mi mamá, así con esto no alcanzara a borrar del todo sus enormes errores del pasado. Y nos permitió, a Gloria Helena y a mí, cada uno a su manera, sentirnos abrazados por un padre de verdad; y a sus nietos y nietas tener el abuelo más querendón y detallista. Mi hija, que tenía tres años y medio cuando él murió, alcanza a recordarlo con afecto. A mi hijo no lo conoció, pues nació año y medio después de la muerte de Arturo.

Siempre lo llamé Arturo. Sin embargo, fuimos padre e hijo en innumerables circunstancias de nuestras vidas… Cuando después de muchos años de presentarme ante la gente como el hijo de su mujer o el hijo de Teresita, empezó a presentarme con orgullo como su hijo mayor; de modo natural y sin que para ello mediara ninguna ceremonia ni preludio alguno… Cuando viajamos juntos en un jeep Willys sin carpa entre Quibdó y Bolívar, donde lo dejamos para que le pusieran una carpa nueva, y seguimos en bus hacia Medellín, para llegar directamente al Hospital San Vicente de Paúl, donde le diagnosticarían una enfermedad de la cual pensó que moriría y de la cual salió airoso… Cuando me confesó, bajo sigilo, los efectos no visibles de las sesiones de radioterapia en su humanidad… Cuando me aconsejó y me tranquilizó en una de las circunstancias más adversas de mi vida y logró convencerme, a dúo con mi mamá, de que la vida seguía… Cuando me mostró -siendo yo un niño- cómo se doblaba el periódico para leerlo con mayor comodidad y cómo se podía introducir una mesa de cuatro patas por el vano de una puerta más angosta que la mesa… Cuando me pidió que intercediera por él ante mi mamá… Y en todas las ocasiones en las que, con el paso de los años, aprendió a expresarme explícitamente su afecto y a manifestarme lo orgulloso que estaba de mí.

El bohemio puro

Arturo Herrera fue realmente el mejor mecánico de Quibdó por lo menos durante dos décadas. Sin embargo, nunca subvaloró la sabiduría del Maestro Areiza, a quien respetaba por su conocimiento de la mecánica Diesel, ni la del Maestro Alfonso, a cuyo taller de Kennedy mandaba con frecuencia piezas de motores o de cajas para que las rectificaran o arreglaran. A ambos colegas los consultaba cuando lo creía necesario.

Arturo fue también perito de tránsito de Quibdó en tiempos en los que su amigo Ricardo Arango Mosquera (Richard) fue el Inspector Municipal. Y fue durante varios años chofer de la Fábrica de Licores del Chocó, en tiempos de Antún Bechara, cuando el aguardiente Platino se ganó un premio internacional por su excelsa calidad, de la cual él y mi mamá daban fe permanente.

Arturo fue también, aunque no lo pareciera, un melómano, bastante conocedor de la música que le gustaba, de la llamada música vieja, de los boleros, de bambucos y demás aires de la música andina colombiana, del tango más auténtico y de las milongas más puras… Tenía buena memoria para los nombres de cantantes y músicos, de agrupaciones y compositores, de ritmos y circunstancias, con una solvencia tal que trascendía el valor comercial de la música de artistas como Los Trovadores de Cuyo, Julio Jaramillo, Olimpo Cárdenas, Peronet e Izurieta, Carlos Gardel, Garzón y Collazos, y otro montón de intérpretes y compositores de su gusto, que en la mayoría de los casos fue siempre un gusto compartido con mi mamá.

Buen vecino, patrón justo en el pago de sus ayudantes, leal en la amistad, generoso y solidario con la gente que necesitara ayuda material, amigo de los amigos de sus hijos e hijas, respetuoso en el trato de sus clientes, atento y servicial con su mamá, a quien durante muchos años visitó y ayudó periódicamente; Arturo era un buen hombre, de quien uno podía aprender muchas cosas y envidiar otras, como su condición de ambidextro perfecto, que podía hacer de todo con ambas manos, con excepción de escribir.

Quizás algún 31 de diciembre de estos que nos faltan por vivir, los de su prole nos volvamos a reunir para recibir el año nuevo escuchando juntos "El brindis del bohemio", como lo hacíamos cada año con Arturo, que era nuestro bohemio puro, “de noble corazón y gran cabeza… aquél que sin ambages declaraba que solo ambicionaba robarle inspiración a la tristeza”. Recordaré entonces la incontenible risa de Arturo una vez que le dije -solo para ver qué me decía- que en la parte de esa poesía donde dice que "el bohemio calló" era del verbo caer y no del verbo callar, como siempre habíamos pensado.


09/12/2024

 Incendio en la UTCH

"El Gobernador interrogó:
-Quién es el autor del incendio?
-No sé, General. Repito que no sé. No puedo confesarme reo de este crimen". 
Las memorias del odio. Rogerio Velásquez. [1]

El antiguo Colegio de la Presentación y la vieja casona de madera donde a principios del siglo XX funcionaron el Colegio Carrasquilla y la Escuela Normal de Quibdó fueron las primeras sedes propias de la Universidad Tecnológica del Chocó Diego Luis Córdoba, ubicadas en la zona céntrica de la ciudad. FOTOS: Archivo fotográfico y fílmico del Chocó.

Atender la situación actual y el panorama de la UTCH requiere algo más que bomberos y decretos… El incendio del 2 de diciembre de 2024 en la UTCH presenta cierta semejanza simbólica con el del 26 de octubre de 1966, que semidestruyó la zona céntrica de Quibdó. Las causas y los autores del reciente incendio nunca se conocerán. El desastre, los damnificados y los daños, en ambos casos, eternamente se recordarán.

Sin norte ni timonel

¿Qué ideas en la cabeza y qué sentimientos en el corazón pueden tener quienes idearon y quienes ejecutaron el incendio provocado en la noche del 2 de diciembre de 2024 en un edificio del campus de la Universidad Tecnológica del Chocó Diego Luis Córdoba, en Quibdó; edificio en el cual -según informaciones de prensa-[2] reposaban “equipos, datos y documentos relacionados con el devenir económico, presupuesto, facturación, cartera, pagaduría, contratación, cuentas de cobro, calificaciones y certificaciones” de la UTCH?

Quizás sean las mismas ideas y los mismos sentimientos que han albergado y albergan las cabezas y los corazones de quienes, habiendo tenido la oportunidad -durante varias décadas- de convertir a la UTCH en una universidad prestigiosa por su calidad académica, respetable por el mérito profesional de sus directivos y docentes, y por la pulcritud de su administración, reconocida por el compromiso y el nivel de sus estudiantes, referenciada por su producción de conocimiento sobre las realidades del Chocó…, etc.; han elegido actuar de modo cada vez más deleznable -y deletéreo- hasta conducirla al lamentable estado en el que se encuentra desde hace tantos años: sin norte, sin rumbo, sin timonel, con infinita pena y poco o nada de gloria en su presente y en su devenir…

Mérito y honradez

Campus o Ciudadela Universitaria de la UTCH
en Quibdó. Foto: Web UTCH.

Por su origen, por su historia, por sus logros, por la dignidad del Chocó y por los derechos de su gente, es indispensable que todos los sectores responsables de la Universidad Tecnológica del Chocó Diego Luis Córdoba se sienten a pensar seriamente cómo la van a sacar de su crisis actual… Es urgente e indispensable separar a la UTCH de los procesos transaccionales y del control de los cacicazgos propios de la politiquería, para que sea el mérito honradamente reconocido el que impere en sus procesos de todo orden. “La universidad es la única esperanza de muchas familias en el Chocó, no puede perecer en una disputa”, anotó la Gobernadora del Chocó, a las 10 de la noche del 2 de diciembre, en un mensaje de su cuenta de X en el que se refirió al incendio provocado en la UTCH.[3]

El tamaño sí importa

Es necesario considerar la posibilidad de suspender por un tiempo prudencial tanto crecimiento cuantitativo (el que mucho abarca poco aprieta) y dedicar todos los esfuerzos a atender el crecimiento cualitativo de la institución (lo bueno, si breve, dos veces bueno); es decir, la sustancia intelectual, académica, ética y formativa que le da sentido a tanto boato y a tanta infraestructura y a tanto personal. Trabajar por acreditaciones de alta calidad de los programas, más allá de las formas y del papel -que puede con todo-, tendría más valía que seguir añadiendo más y más programas a una oferta de mercado académico que ha terminado -con la sumatoria del montón de instituciones de educación superior que después de creada la UTCH ahora sí llegaron al Chocó- por saturar el mercado laboral con profesionales que no tienen más que su diploma enmarcado, escaneado o celosamente guardado por su mamá en un escaparate, entre una carpeta o un sobre, pues su sueño de encontrar trabajo se estrella día a día con la realidad de una ciudad, Quibdó, que ostenta hace varios años el campeonato nacional de desempleo…

Deudas pendientes

Convertir a la UTCH en verdadero faro del conocimiento de la región, más allá de las colecciones de diplomas de posgrado, incluyendo doctorados, que suelen exhibirse como rasgos de autoridad profesional y académica, debería ser una prioridad para sus próximos cincuenta años de vida. La realidad del Chocó no puede seguir pasando -como parte del paisaje en un viaje en carro o en panga- frente a los ojos institucionales de una universidad que fue creada para ser alma mater de la región… Por ejemplo, más de tres décadas de degradación del conflicto armado y victimización de tres cuartas partes de la población, deberían haber sido suficientes para que en la UTCH se hubiera puesto en marcha un observatorio de paz y derechos humanos, dotado de herramientas modernas de registro y sistematización de información, que brindara al Estado, a la sociedad, a los organismos de derechos humanos y a la comunidad internacional, análisis y datos precisos para entender y abordar una situación que sigue matando y ahogando en el desamparo a las masas rurales y urbanas inermes e indefensas que a la pobreza extrema deben sumarle una violencia atroz, como contexto de sus vidas…

Tarea estratégica

Construir organismos poderosos de investigación, capaces de ofrecer a la región y al país estudios científicos de todo orden: sociales, humanos, biológicos, forestales, agrarios, ambientales, arquitectónicos, artísticos y culturales, políticos, educativos e ingenieriles, históricos, económicos y de salubridad, que hoy son desarrollados y presentados por grandes universidades del interior del país, por oenegés e instituciones similares; es tarea estratégica a la cual está llamada la UTCH como agente del desarrollo regional, tal como fue imaginada en su sueño fundacional…

No todo es $

Revisar profundamente en qué consiste y en qué se traduce la interetnicidad e interculturalidad de la UTCH es también una tarea urgente. Apelar, cincuenta años después, a estos atributos, no puede tener como único móvil la consecución de más y más recursos económicos, más y más dinero, más y más plata, más y más billete, para más y más triunfalismos inocuos… Proclamarse universidad interétnica e intercultural -no biodiversa, biodiverso es el territorio chocoano- no es un simple título de campeonato que se conquista para alardear y así obtener recursos adicionales del Presupuesto General de la Nación. Es, si se concretara seriamente, una responsabilidad adicional, fundamental, diferencial, histórica, con la diversidad étnica y cultural de la nación colombiana y de la región chocoana. Y esto es muchísimo más que $.

Preguntas finales

¿Se necesitaba un incendio -intencional y provocado, además- para que el gobierno nacional tomara realmente en serio la situación de la UTCH y entendiera que es verdaderamente grave lo que allí sucede? ¿Será que esta vez el Ministerio de Educación Nacional y demás instancias involucradas sí se apersonarán juiciosamente de la situación, y tomarán medidas sólidas, que no se derrumben por sus propias fisuras jurídicas y que resistan las andanadas sucesivas de abogados, rábulas, tinterillos y picapleitos? ¿El gobierno nacional coadyuvará en la rectificación del rumbo de la UTCH y se abstendrá del populismo y la condescendencia de alentar la creación de nuevas carreras -complejas, como Medicina y Antropología- antes de revisar, cualificar y estabilizar las que actualmente ofrece con deficiencias la institución…?

Foto: Web UTCH
No más traiciones

Por la ignorancia se desciende a la servidumbre, por la educación se asciende a la libertad”. Esta sentencia de Diego Luis Córdoba, que en sus comienzos fue emblema e inspiración de la Universidad Tecnológica del Chocó, que lleva su nombre; ha sido traicionada en su esencia. Del mismo modo que el monumento a su memoria, en el Parque Centenario de Quibdó, sigue siendo ultrajado sin que ninguna institución o funcionario haga algo para impedirlo. Y del mismo modo que han sido olvidadas, relegadas y deshonradas las palabras del primer rector de la UTCH, Jesús A. Lozano Asprilla, en la ceremonia inaugural de la institución, el 6 de marzo de 1972, en las instalaciones del Colegio Carrasquilla de Quibdó: “Esta Universidad del Chocó no se puede entender como una fábrica de profesionales en serie, sino que su misión consiste en servir de motor de cambio y liberación de la miseria y el abandono en que vive el Chocó”...[4]

“Educar al pueblo es hacer patria. Pues hagámosla”, escribió Rogerio Velásquez en el periódico ABC, de Quibdó, el 21 de diciembre de 1929.


[1] Rogerio Velásquez. Las memorias del odio. Colcultura-Biblioteca del Darién, volumen 3. 1993. 93 pp. Pág. 63.

[2] Chocó 7 días. Incendio en el bloque administrativo de la Universidad del Chocó. 3 diciembre, 2024. https://choco7dias.com/incendio-en-el-bloque-administrativo-de-la-universidad-del-choco/

[3] Nubia Carolina Córdoba-Curi. @NubiaCarolinaCC. 2 de diciembre 2024, 10 p.m.

https://x.com/NubiaCarolinaCC/status/1863780211642282025

[4] Ely Gómez Ortega. Así fueron las primeras clases en la UTCH. En: A propósito de la crisis de la UTCH. El Guarengue, 12 de agosto 2024: https://miguarengue.blogspot.com/2024/08/a-proposito-de-la-crisis-de-la-utch-la.html