lunes, 25 de diciembre de 2023

 Mara Viveros y Florence Thomas: 
Un reconocimiento histórico 
al feminismo colombiano

Mara Viveros Vigoya y Florence Thomas son las primeras mujeres en la Historia de Colombia que reciben un reconocimiento del Estado por su contribución a los avances en la garantía de los derechos de las mujeres y por sus aportes académicos al feminismo y los estudios de género. FOTOS: UN Radio. Icono Editorial.

Honra y enaltece a Colombia que el Gobierno Nacional, a través del Ministerio de Relaciones Exteriores, le haya otorgado la Orden Nacional al Mérito -en grado de Gran Cruz- a las profesoras e investigadoras, lideresas y activistas, pioneras del feminismo nacional e internacional, Mara Viveros Vigoya (Cali, 1956) y Florence Thomas (Rouen, Francia, 1943, ciudadana colombiana desde 2011); por su trabajo en pro de la garantía de los derechos humanos de las mujeres, sus aportes sustanciales al establecimiento de políticas de equidad de género en distintos ámbitos institucionales del país y sus esfuerzos permanentes, denonados y sistemáticos para educar a varias generaciones de colombianas y colombianos en materia de feminismo; desde las tribunas de opinión, como la siempre aleccionante columna de Florence en El Tiempo; desde la academia, con los luminosos artículos y las lúcidas investigaciones de Mara; y desde los movimientos sociales de mujeres, que se han nutrido de la sabiduría del trabajo investigativo y educativo de estas dos admirables mujeres.

Es la primera vez que el Estado colombiano condecora y reconoce a una mujer por su contribución a los estudios feministas y de género, y por sus aportes al avance en la garantía de los derechos de las mujeres. Es la primera vez en la historia del país que se reconoce y condecora a una mujer por ser feminista y actuar como tal en defensa de sus derechos... La ceremonia de entrega del reconocimiento a Mara Viveros se realizó el 6 de diciembre. A Florence Thomas, le fue entregado el 19 de diciembre.

Pioneras

Florence Thomas, quien llegó a Colombia en 1967, es precursora de las luchas por la plena ciudadanía de las mujeres en el país y la garantía de sus derechos, con especial atención a los derechos sexuales y reproductivos, y a la equidad en todos los ámbitos de la vida pública y privada. Mara Viveros, colega de Florence en la Escuela de Estudios de Género de la Universidad Nacional de Colombia, es pionera en la introducción en el feminismo del enfoque étnico y de la interseccionalidad entre género, clase, etnia y raza. A partir del ideario compartido de esta causa esencial para la humanidad, el trabajo académico sobre género de Florence y Mara, desde el legendario Grupo de investigación Mujer y Sociedad, en la Universidad Nacional, terminó complementándose para hacer invaluables e infinitos aportes al conocimiento y a la reivindicación del enfoque feminista en Colombia.

Democracia en el país, en la casa y en la cama

Hace tres meses, en una entrevista para el diario El Tiempo, en donde su sesuda columna de opinión con temática feminista es ya un clásico y un punto de referencia sobre el devenir del feminismo en Colombia; Florence Thomas sintetizó su trayectoria y la lucha feminista en el país durante más de medio siglo: “Cuando yo llegué a Colombia, en 1967, las mujeres votaban, pero no había mucho más. En los 70, si acaso eran ocho o nueve mujeres en el Congreso. Había ausencia de las mujeres en la política. El conflicto armado tocó especialmente a las mujeres y era un problema que nos copó la agenda por completo. Había que atender el desplazamiento forzoso, las violencias sexuales. Mientras trabajábamos en este marco, seguimos trabajando por la construcción de ciudadanía, por más participación política, por más leyes a favor de las mujeres. En los 90 iniciamos con políticas públicas con enfoque de género, se crearon las primeras secretarías de la mujer. A diferencia del contexto de la generación de la cuarta ola, a nosotras nos tocó convocar a punta de teléfono para impactar lo político y social. Y aun así estábamos en las calles gritando “Mi cuerpo es mío, sobre mi cuerpo decido yo” o “Democracia en el país, democracia en la casa y democracia en la cama”. Con estas consignas empezamos a hablar de la recuperación del cuerpo. Abonamos el terreno para las legislaciones y la firma de pactos internacionales como la CEDAW[1] (Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer)”. 

En su recuento, Florence admite de modo claro y directo el vacío que existió durante mucho tiempo en torno a la inclusión de la perspectiva negra e indígena en el feminismo: “Nos reprocharon bastante la ausencia de miradas sobre las mujeres afrodescendientes e indígenas… Acepto y reconozco esas omisiones”[2].

Faro e inspiración

“Nos unimos en aplauso y gratitud a una mujer feminista cuya determinación ha marcado un camino inspirador. Que su voz perdure como faro de guía para todas las generaciones de hombres y mujeres en la búsqueda de la igualdad y la justicia de género en Colombia”, expresó el canciller Álvaro Leyva refiriéndose a Florence Thomas, a quien le entregó la distinción en un acto efectuado en el Palacio de San Carlos[3]; en el cual Florence Thomas dijo: “Una no cambia el mundo sola. Este también es un reconocimiento a todas las mujeres que, antes de mí, abrieron el camino e hicieron posible que hoy estemos aquí hablando de feminismo, de reivindicación de derechos…”[4]. Y en su cuenta de X (Twitter) expresó: “Muy contenta por haber recibido la Orden al Mérito de la República de Colombia por intermedio de la Cancillería. Es simplemente el resultado de muchos años de trabajo apoyado por el movimiento de mujeres y las feministas de Colombia. Siguen los retos”[5].

Convirtiendo en mayores los “temas menores”

Por su parte, Mara Viveros Vigoya dijo, al recibir la condecoración: “Estoy realmente muy complacida de haber recibido esta Orden al Mérito. Lo estoy de muchas maneras, en particular porque valoro el trabajo de muchas mujeres que permitieron que yo hoy estuviera acá. Por otra parte, también la recibo como un respaldo para el campo de los estudios feministas y de género. Yo pertenezco a la Escuela de Estudios de Género, un espacio que lleva 30 años también abriendo brecha en este país para democratizar las relaciones de género y para hacer un mundo mejor, como lo soñamos”[6]. A su vez, en el acto, el Canciller Álvaro Leyva Durán anotó: “La revolución feminista es, sin lugar a duda, la revolución más importante y pacifista que la humanidad ha presenciado[7].

Y Mara Viveros sí que ha sido, literalmente, una revolucionaria dentro de la revolución feminista. “Mara ha dedicado su vida a la investigación sobre desigualdades sociales, teorías de género y sexualidad, hombres y masculinidades, e intersecciones de género, sexualidad, clase, raza y etnia”[8]; tópicos estos que hasta hace muy poco no formaban parte sustancial de la agenda académica y reivindicativa de las luchas feministas, pero que ella se encargó -con tesón- de incorporar.

La propia Mara Viveros lo explicó hace muchos años, en una entrevista para Clam (Centro latino-americano em sexualidade e direitos humanos): “En el momento en que se hace el balance de lo que han sido los estudios de género en Colombia, en octubre de 2004, en Bogotá, me pareció importante señalar la ceguera del feminismo colombiano al tema de las diferencias étnico-raciales y cómo la matriz teórica del feminismo colombiano había sido el marxismo, que solo veía diferencias de clase entre mujeres, pero nunca advertía que esas clases estaban racializadas, y cómo había superposiciones entre sectores populares y sectores racializados. En ese momento no se había escrito mucho en Colombia sobre el tema”[9].

Mara Viveros y Florence Thomas en el Palacio de San Carlos, sede de la Cancillería de Colombia, en la ceremonia de entrega de la Orden Nacional al Mérito, mediante la cual el Estado colombiano reconoce los aportes al país de su praxis feminista. FOTOS: Cancillería de Colombia.
Feminismo y vejez

Admirable precursora como siempre,  hoy -a sus 80 años- además del trabajo que viene adelantando en conjunto con un sinnúmero de compañeras feministas para construir un espacio de memoria del feminismo colombiano, de su historia, como referente para el país todo y para las generaciones actuales y futuras de mujeres comprometidas con estas luchas; Florence Thomas viene incursionando en el análisis de la relación entre feminismo y vejez. Al respecto, explica: “Es un tema que ha sido poco tratado en mi generación. Pareciera que para ser feminista toca tener 30 años. En el Grupo Mujer y Sociedad envejecimos juntas y casi nunca hablamos de esto. Solo hacíamos chistes sobre que todo nos dolía. Además, conversar de esto es muy bonito, porque ahora están conviviendo hasta cuatro generaciones de mujeres por familia. En mi tiempo, si mucho eran tres generaciones. Tener contacto con las nietas y bisnietas permite envejecer de una manera muy distinta. Yo les digo a las jóvenes: “Hablen con sus abuelas antes de que se mueran. Pregúntenles por lo que han sufrido, hecho y logrado[10].

Colofón

«Mi generación se peleó durante 40 años para que visibilizaran a las mujeres y ahora han encontrado el truco para borrarnos. Ya no se habla de mujeres, sino solo de personas gestantes. Mi generación no puede aceptar eso después de lo que nos tocó luchar». Florence Thomas.[11]

«La única razón para apoyar a un movimiento es si tiene un horizonte emancipatorio, esa debe ser la brújula que nos oriente. Si no tiene ese horizonte emancipatorio, no se puede ceder y no hay que apoyarlos. La respuesta para mí es sencilla: si un movimiento que se dice progresista no es antisexista, no es antirracista, no es antihomofóbico, no tiene un horizonte emancipatorio claro». Mara Viveros Vigoya[12].


[1] Aprobada el 18 diciembre de 1979 por la Asamblea General de Naciones Unidas, la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer, CEDAW, entró en vigencia el 3 de septiembre de 1981, de conformidad con su artículo 27. Su texto oficial puede obtenerse en:

https://www.ohchr.org/sites/default/files/Documents/ProfessionalInterest/cedaw_SP.pdf

[2] 'Pareciera que para ser feminista toca tener 30 años': Florence Thomas. Entrevista: El Tiempo, 10 de septiembre de 2023.

[3] Web Presidencia de la República, Bogotá D.C., 19 de diciembre de 2023. Florence Thomas recibe Orden Nacional al Mérito por una vida en defensa de los derechos de las mujeres en Colombia. https://petro.presidencia.gov.co/prensa/Paginas/Florence-Thomas-recibe-Orden-Nacional-al-Merito-por-una-vida-en-defensa-231219.aspx

[4] Ídem. Ibidem.

[5] Florence Thomas, 19 de diciembre de 2023.  Cuenta de X (Twitter). https://x.com/Florencemujer1/status/1737144132760490406?s=20

[6] Twitter (X) Cancillería Colombia, 8 de diciembre de 2023.

https://x.com/CancilleriaCol/status/1733096397887471919?s=20

[7] Ídem. Ibidem.

[8] Volcánicas Periodismo Feminista. X (Twitter): @VolcanicasRev. 19 de diciembre de 2023. https://x.com/VolcanicasRev/status/1737215128494293439?s=20

[9] Entrevista con Mara Viveros Vigoya, por Renata Hiller. Septiembre de 2009. https://www.clam.org.br/uploads/arquivo/Entrevista%20con%20Mara%20Viveros%20Vigoya.pdf

[10] 'Pareciera que para ser feminista toca tener 30 años': Florence Thomas. Entrevista: El Tiempo, 10 de septiembre de 2023.

[11] Ídem. Ibidem.

[12] Observatorio Género y Equidad, OGE, Chile. Daniel Meza Riquelme. Entrevista a Mara Viveros Vigoya. 18 de noviembre de 2019.  https://oge.cl/mara-viveros-academica-colombiana-si-un-movimiento-que-se-dice-progresista-no-es-antisexista-antirracista-anti-homofobico-no-tiene-un-horizonte-emancipatorio/

lunes, 18 de diciembre de 2023

 LECTURAS DE VACACIONES
El día de La Ola En Tumaco y El milagro de San Buenaventura  
--2 textos de Rogerio Velásquez-- 

Rogerio Velásquez (Bogotá, 1957). Sumario o índice la Revista Colombiana de Folclor de 1960 donde Velásquez publicó su artículo sobre San Pacho y la compilación de narraciones orales del Pacífico de donde son tomadas las dos que reproducimos en esta edición de El Guarengue. FOTOS: Corporación Cuenta Chocó-RVM y El Guarengue.

La obra completa de Rogerio Velásquez Murillo (Sipí, 9 de agosto de 1908 - Quibdó, 7 de enero de 1965) debería ser parte, en Colombia, de la biblioteca básica de formación universitaria en carreras como Antropología y otras de las ciencias sociales y humanas. Sus aportes precursores y pioneros a la etnohistoria, al igual que su enorme contribución al conocimiento de dinámicas y realidades socioeconómicas, artísticas, folclóricas, religiosas y festivas de los pueblos negros, que eran prácticamente ignotas, desconocidas e ignoradas por el sector académico en Colombia hasta que él las investigó, las documentó y las publicó; convierten a Rogerio Velásquez en uno de los fundadores de los estudios afrocolombianos en la antropología nacional y continental.

Maestro, etnólogo, escritor, investigador, poeta, Rogerio Velásquez Murillo fue Jefe de la Sección de Folclor del Instituto Colombiano de Antropología, institución a la que estuvo vinculado durante largo tiempo como investigador y como asiduo colaborador de la Revista Colombiana de Folclor. Fue también Representante suplente a la Cámara, Diputado de la Asamblea del Chocó, Director de Educación Pública del Chocó, profesor de la Universidad Pedagógica Nacional, en Tunja, y de varios colegios del país, y Rector del histórico Colegio Carrasquilla de Quibdó, cargo que ocupaba cuando murió.[1]

De su artículo Leyendas y cuentos de la raza negra. Leyendas del Alto y Bajo Chocó, publicado en 1960, en la Revista Colombiana de Folclor[2], presentamos en El Guarengue dos maravillosos relatos en los que el lector puede apreciar la admirable capacidad narrativa, literaria y etnográfica de Rogerio Velásquez Murillo.  

El día de La Ola En Tumaco[3] es el relato épico y sobrecogedor de lo acontecido en el maremoto de 1906, que casi borra del mapa a dicha poblaciónCuando todo parecía perdido, a instancias del pueblo tumaqueño, el Padre Larrondo enarboló ante la ola descomunal la única hostia que quedaba en el sagrario, para conjurar el cataclismo.

En El milagro de San Buenaventura[4], Don Rogerio nos narra con vigor y colorido la fiesta de este santo y rememora cómo -un 14 de julio- San Buenaventura salvó de su desaparición al bello poblado que lleva su nombre. San Buenaventura conminó al peje malo, lo amordazó y le cerró la trompa con un candado de oro. Y así evitó que Buenaventura desapareciera entre las fauces de esta fiera.

Que los disfruten. Aquí están, en El Guarengue, como amenas lecturas de vacaciones. 

Julio César U. H.

*************************************************

El día de La Ola en Tumaco

FOTO: Edizioni San Clemente.

El tumaqueño viejo conserva un recuerdo imborrable entre los muros de su memoria. El suceso no arranca de la posesión tranquila de la tierra, sino de lo vivido el 31 de enero de 1906, fecha del maremoto que sacudió gran parte de la costa del Pacífico. Adherido a sus vivencias con emociones y gemidos, con votos de esperanzas y resplandores de milagro, ese día no ha sido olvidado por nada, ni por sombras de manglares ni por islas paradisíacas.

En aquel tiempo -dicen los negros- Dios soltó el mar para que avasallara las riberas. Dejó que el viento despertase las olas y que el turbión entrara en los puertos, en los montes, en los boquetes de los ríos. Para iluminar el mundo envió al rayo que mordiese al aire, los buques y piraguas, en tanto que el trueno, dando tumbos, hacía marchar las nubes como plumajes con alas.

Desde temprano las espumas habían intentado el asalto de las barras de arena y las resacas tormentosas. El agua hirviente se asía de los promontorios, trepaba por las rocas y volvía a caer para recomenzar con nuevos bríos. Por el cielo ennegrecido cruzaban pájaros pesados, mientras que de las madrigueras salían serpientes y escorpiones y sabandijas sin nombres. Por las verrugas de los cerros los animales domésticos corrían, cayendo y levantándose.

Cuando esto pasaba en Tumaco, por El Charco y Mosquera los terrenos, con maizales y bestias, bajaban las cabezas ante el tableteo de los elementos. El Playón de los Reyes, con sus moradores y sus cocos, lo mismo que la aldea de San Juan, ya habían caído como obedeciendo a la catástrofe. En Salahonda y El Bajito, Pasacaballos y Bocagrande los peces y las conchas, en gruesa trabazón, mostraban sus colores a los esteros revueltos que, sin miramientos de ninguna clase, enlazaban árboles, batían delfines y tiburones bandoleros.

En medio de tantas tristezas, sonaron las campanas, descendieron las imágenes, se incendiaron los altares familiares, flamearon los estandartes abrasados. Por atrás, se abrieron los sepulcros, se troncharon las palmas, se derruyeron las casas, el fuego se hizo lengua. Podría decirse que entre tantas angustias la estrella de Jacob estaba lejos de la tierra.

Por todas partes había lluvia, chaparrón denso, pesado. Goteras que taladraban los techos de paja y repiqueteaban en los de zinc, haciendo caminos por las calles. Agua encharcada en las habitaciones, lodo en las alcobas, mesas y lugares sagrados. Animales muertos, emblemas y cunas desbaratadas, estiércol. Madres que lloran a sus hijos, novias que han perdido sus más altos cariños. Quién corre, quién se arrodilla, quién batalla. Un dolor superior a las palabras flota en todos los puntos cardinales. Tiemblan las piernas y los labios. Todo el mundo evoca a alguien que salió en la mañana: éste a pescar, aquél a sembrar, el de más allá a cruzar las ensenadas...

Pero hay un momento dramático. Tumaco, a nivel del mar, ve que éste amenaza cubrirlo. Una ola gigante, mugidora, rebasa el Viudo y el Morro le llega a la cintura. A su golpe se hundirán muchas millas, y, sobre la onda, flotará lo que la fatiga ha conseguido. Ramas, leños, hojas, fieras marinas, todo se ve arriba en la cabellera del peligro que avanza...

Entonces comienzan las confesiones a gritos. El Padre Larrondo trabaja con la multitud que busca la absolución sacramental. Ahí están a sus pies los pescadores de lisas, pargos y sardinatas. Quemadores de carbón, jornaleros, gentes tiznadas de resinas, negros aserradores del Patía, blancos contrabandistas. Mojados en agua bendita se aprietan los hijos de los hombres que vuelven los ojos al cielo, en busca de su destino final. Si la noche ha llegado, es hora de encender las lámparas del alma.

El Padre Larrondo, seguro de sí, satisfecho de absolver a los incrédulos y a los vacilantes, está ante el altar que se sacude. De rodillas, con la cabeza que canea inclinada, pide por su pueblo. Ya están curados los enfermos, ya los fríos se han reconciliado con Dios, ya se han amistado los enemigos en el tribunal de la penitencia. Resuelto, abre el Copón, y con la última Forma en la mano, se dirige hacia el mar. Marcha sereno, los ojos gozosos. Va a enfrenar la ola siniestra, a poner cárcel a la hecatombe, a encararse con lo desconocido.

El pueblo lo sigue. Hay que morir con el Pastor, hacer que lo que amaga se devuelva. La cerrazón avanza llevando un tramo de cuarenta kilómetros. Penetra mar adentro, y aguarda el peligro que ensordece el espacio. "Pero -¡oh suceso maravilloso!-, dice el cronista: cuando la multitud iba a ser devorada, el Padre permanece firme, impertérrito en la arena. Levanta la Hostia sacrosanta y traza con ella la señal de la cruz, y al mismo instante se retira el mar, humedeciendo al sacerdote hasta la cintura".

Desde aquella ocasión, todos los años, el 31 de enero, hay en las iglesias de Tumaco solemnes fiestas en acción de gracias a Jesús Sacramentado. Es la evocación del día de la fe, el recuerdo del prodigio total y absoluto que vivió el pueblo que peregrina todavía.

*************************************************

El milagro de San Buenaventura

Buenaventura a principios del siglo XX.
FOTO: Biblioteca digital Universidad ICESI.

El catorce de julio es el día de Buenaventura. Celébrase entonces, entre candelas de pedreros y vuelos de campanas, murgas y chirimías locales, la fiesta tradicional del santo que le dio nombre, gracias al viejo fundador del puerto, Don Juan de Ladrilleros, cristianísimo ejemplar de la Conquista.

Justo es el regocijo. Por la loma del Continente se rompe el ritmo habitual, y la cumbia crece y se multiplica. Por abajo, en la marea, las marimbas oscilan con el zangoloteo de los negros. Escanciado el anís, los vinos de contrabando y los rones, surge el vinete de caña, traído de Anchicayá y El Raposo. Es la hora en que, apagada la moral, el hombre enciende su lujuria con besos y con vicios.

Mas si por todas partes arde la alegría, no será sólo por beber y descansar del muelle, por evadir el carguío de los fardos, por dejar la reventa de los mercados, por libertarse del peonaje. Tampoco se hace por soltar los anzuelos y las atarrayas o por hundir el corazón y el espíritu en el agua soñolienta que entra en la bahía. Por encima de todo esto va la preocupación de agradar al que amordazó al peje malo que buscaba, con branquias y aletas, con barbas y cola de gigante, echar a perder la isla de los nativos, la novia de siempre, la comarca superlativa de cien razas que piensan.

Por este homenaje sale el negro de sus habitaciones de lata y mugre, de hojas de palma y troncos de barrigona. Si por la derecha se tiran a la calle los niños sin escuela oficial, pendencieros y pintorescos en el habla y en el ropaje, por la otra banda, confundidos con los pliegues de las mariposas, brillan los vestidos de las muchachas del Dagua, de Bazán y Juan Chaco. Los mismos gringos viajeros, con camisas pintadas, corren trasladando al lienzo de los negativos el regocijo de la tierra.

Bien se lo merece San Buenaventura. Haber detenido una catástrofe como la que amenazaba a la ciudad, es obra que merece gratitud inalterable. Permitir que los bosques sigan siendo bosques, que los plantíos y hatos crezcan callados en las márgenes de los arroyos, es empresa digna de recordarse. Y se hace la evocación cantando cosas amorosas, exaltando la fidelidad, la virtud, los goces simples del conglomerado. Si hasta el tren, el tren mismo, ese bruto de hierro que enlaza montes con aldeas, baja del Piñal bufando más alegre, soltando por el espinazo un humo blanco como los grumos de algodón.

Tiene que ser así, porque lo que iba a suceder al poblado era algo sin precedentes. ¡Ni porque allí se hubieran inventado los siete pecados capitales! Se iban a hundir las casitas blancas de La Pilota, los hornos de la machina, los almacenes, el esfuerzo de los pobres. Se tragaría el monstruo las voces de los soldados, el resplandor de los hogares. Después vendría el vacío, el golpe de las corrientes saladas sobre la costa que se desmorona.

Dios no lo quiso, y encarnó su poder en el báculo y las palabras del afortunado de Toscana. Se hizo presente la Suma Bondad en el influjo del Doctor Seráfico, en el nudo de su anillo, en sus manos, en el consuelo de sus ojos. Por la sangre del Cardenal, por su pecho, cruzó la Omnipotencia. Los tiempos milagrosos renacieron, y las riberas que huían entre las fauces del demonio, continuaron como antes, firmes y quietas, fértiles en sus espigas y sus esperanzas.

La tradición cuenta que San Buenaventura bajó al piélago anchuroso por la cresta de los mangles. ¿Lo haría una mañana o una tarde, a la hora en que la naturaleza carece de olor? Nadie lo sabe. Sólo se dice que se meció sobre las olas y llamó al pez, que se acercó compungido. Conminado por sus intentos malignos, maldecido por sus depredaciones y algaras, le cerró la trompa con un candado de oro. Después de empujarlo a bastonazos, lo confinó a vivir entre el escollo de Los Negritos y la isla de La Magdalena, obligándolo a cazar algas y cardúmenes para su engorde en el destierro.

El nombre de la fiera no está determinado. Lenguado o volador, rémora o tiburón, sierra o golondrina, hipocampo o atún, caballo o torpedo, esturión o lamprea, araña o gato, cualquiera que sea, está preso definitivamente. Por semejante labor, bueno es que el catorce de julio Buenaventura, la solitaria del Pacifico, tizne la boca de sus mujeres con coloretes encendidos, partan el aire las faldas chillonas, bailen los machos cabríos y el tren baje silbando en busca del horizonte de las ondas tibias y azulencas.


[1] Recordando a Rogerio Velásquez. El Guarengue, 4 de enero de 2021. En: https://miguarengue.blogspot.com/2021/01/recordando-rogeriovelasquez-rogerio.html

[2] Velásquez Murillo, Rogerio. LEYENDAS Y CUENTOS DE LA RAZA NEGRA. Leyendas del Alto y Bajo Chocó. Revista Colombiana de Folclor (1960), Volumen 2, Número 4, Segunda Época. Pp. 67-120. 

https://www.bibliotecadigitaldebogota.gov.co/resources/2910698/

[3] Ídem. Ibidem. Pp. 80-82. 

Otras versiones sobre este acontecimiento pueden consultarse en: *Diócesis de Tumaco. Breve historia del Milagro Eucarístico. https://diocesisdetumaco.com.co/breve-historia-del-milagro-eucaristico/  *Milagro Eucarístico de Tumaco, Colombia, 1906. Edizioni San Clemente, 2006. https://www.therealpresence.org/eucharst/mir/spanish_pdf/Tumaco-spanish.pdf

[4] Ídem. Ibidem. Pp. 82-84

lunes, 11 de diciembre de 2023

 El Padre Napo, el cura que siempre quiso ser cura
-Conversación a propósito de sus 40 años como sacerdote-
El Padre Napo es uno de los pioneros
de la presencia afro en el ámbito eclesial.
Foto: MOE

Manuel Napoleón García Anaya (Manolo, Napo, el Padre Napo) es un cura afrocolombiano nacido en Lorica (Córdoba) a orillas del río Sinú, el 2 de diciembre de 1959, del matrimonio entre Napoleón García Ramírez y Ahida Anaya Negrete; criado en Unguía y en Gilgal, en el Darién chocoano, donde se encuentra el Parque Arqueológico Santa María la Antigua del Darién, que fue la primera ciudad y diócesis que la colonia española estableció en América.

El Padre Napo está celebrando 40 años de haber sido investido como sacerdote católico. Su ceremonia de ordenación sacerdotal se llevó a cabo en Unguía (Chocó), el 10 de diciembre de 1983, con la presencia de los obispos Pedro Grau Arola y Jorge Iván Castaño Rubio. En ese momento, en Colombia aún se contaban con los dedos de las manos los sacerdotes afrodescendientes y, si bien la mirada étnica empezaba a cobrar fuerza, de la mano de conceptos como el de iglesia inculturada e iglesia de los pobres, y de pioneros como Gerardo Valencia Cano, quien ya había fallecido, después de casi 20 años como Vicario Apostólico de Buenaventura; y el misionero claretiano Gonzalo María de la Torre Guerrero, en el Chocó; el llamado rostro negro de la iglesia no solamente seguía aún bastante oculto, sino que también era frecuentemente invisibilizado.

De ese contexto se deriva la enorme importancia que tiene, como hito en la historia de la iglesia chocoana, la ordenación sacerdotal de Manuel Napoleón García Anaya, cuya juventud e inteligencia (tenía 24 años cuando se ordenó) contribuyeron desde el primer momento a la renovación eclesiástica de la Diócesis de Quibdó, promovida por el obispo Jorge Iván Castaño Rubio; que derivaría, entre otras cosas, en la institucionalización de la pastoral afroamericana, la etnoeducación, la organización campesina e indígena, la reivindicación étnica y territorial de pueblos indígenas y comunidades afrochocoanas... todo ello en torno a la opción fundamental por la vida, que era una especie de sello de compromiso del Plan de Pastoral con el que Monseñor Castaño guiaría su trabajo durante todo el tiempo que estuvo en Quibdó.

Para escuchar de su propia voz el resumen de su itinerario vital como sacerdote con 40 años de ministerio, su mirada retrospectiva y sus opiniones, conversamos con el Padre Napo, el hombre que, según decían en una época en Quibdó, es el único negro al que iban a nombrar obispo y él no quiso.[1]

Julio César Uribe Hermocillo/El Guarengue: ¿Qué te lleva a tomar la decisión de convertirte en sacerdote? ¿Dónde estabas y en qué circunstancias tomas esa decisión?

Manuel Napoleón García Anaya (Padre Napo): Pienso que fue algo muy providencial. Siempre, a los sacerdotes nos enseñan que la vocación es un llamado divino, que uno no sabe cuándo o cómo ocurre. Te cuento que yo mismo me asombro, porque yo creería que desde que tengo conciencia, a los cuatro o cinco años, yo dije: Yo quiero ser Padre. Tal vez recuerdo alguno de los misioneros que fueron por allá por Unguía, que alguno andaba con su sotanita blanca y en algo me llamó la atención. No olvidar además la influencia de mi familia: mis padres siempre fueron muy religiosos. Mi madre dice que ella tentó la vida religiosa en la adolescencia; pero que la familia no la apoyó, allá en Lorica…

La figura que me inspiró fue la de Alcides Fernández, gran misionero claretiano, tú sabes que quieren abrir su causa de canonización; y él fue el que me inspiró también de alguna manera y acompañó mi infancia. Y cuando yo tenía ocho años, un pelaíto de escuela, cómo es que mis padres toman en serio mi palabra. Y le dicen al Padre Alcides: el niño dice que quiere ser sacerdote. El Padre les dice: pues yo me lo llevo. Y entonces a los 9 años me montó en el avión y me llevó al pueblo que él acababa de fundar: Balboa. Y allí conocí no solo a Justa Victoria Sánchez, Fredy, todos sus hermanos y toda su familia; sino que estuve un año bajo la tutela del sacerdote; pero, sobre todo (yo no vivía en la parroquia) una experiencia muy interesante. Él me consiguió una familia campesina paisa con los cuales yo vivía y hacía mis estudios, en la escuela: era un niño adelantado, porque tenía 9 años, hacía quinto de escuela y me preguntaban: ¿Y tú qué viniste a hacer acá? Yo quiero ser Padre. Yo vine acá a prepararme para ser Padre… Imagínate tú… Así que es algo que me acompañó toda la vida…

Y de allí seguí derechito al seminario menor, en El Carmen de Atrato, hasta 4° de bachillerato. Luego nos mandaron a Jericó a hacer 5° y 6°. De allí al Seminario Intermisional a hacer Filosofía. O sea que anduve mi caminito derecho. Y una cosa de la que uno se asombra es de todas las deserciones: desde que comencé el bachillerato las decenas y decenas de compañeros que también tenían la misma intención, pero por las circunstancias de la vida y las decisiones personales, iban desertando, desertando, desertando, desertando, caían a mi izquierda mil y a mi derecha diez mil, como dice el salmo[2]. Y bueno, imagínate, logré tener esa bendición y llegar hasta ese punto… No sin algunos tropiezos en el seminario. Me acuerdo que en el año 1981, allá en Bogotá, un rector del seminario hizo una lavada y echó un poco de gente…de pronto en esos años, que tú has de recordar, éramos como de ideas muy socialistas, los estudiantes universitarios tirapiedras… Yo, aunque era seminarista, participaba un poco y tenía algunas ideas divergentes. Me acuerdo haber criticado en alguna clase, en algún comentario al en ese momento Cardenal Aníbal Muñoz Duque, que además tenía cargo de Brigadier General… Eran los años de la seguridad nacional, si recuerdas, de los tiempos de Julio César Turbay… Yo expresé algunos comentarios, en alguna misa, en alguna clase. Eso me descalificó. Dijeron: este tipo tiene algunas ideas que no convienen, no convienen. Y la verdad fue que me expulsaron. Pero, afortunadamente, Pedro Grau[3] me comprendió y me acogió, y me dijo; pásate para acá… Y entonces fui a la Universidad Javeriana, y allí hice un año de Teología. Vivía con unos religiosos carmelitas, en el barrio Kennedy, de Bogotá; era un grupo de seminaristas que estudiaban en la universidad. Y ya luego el obispo Pedro Grau me dijo: vete al seminario de nuevo. Y entonces fui a terminar a Cristo Sacerdote[4], en La Ceja (Antioquia). Allí hice los últimos dos años. Siempre ya muy ensotanao, te cuento. Ahí ya conseguí sotana, porque era como de rigor para los actos litúrgicos y a mí me gustaba porque me protegía en el clima frío…

1984. A la derecha, el Padre Napo y Bernardo Moreno. Al centro los obispos Grau y Castaño Rubio. Agachados: los hermanos Samuel y Gabriel Jiménez Zapata. De pie: Fabio Jaramillo, Jesús María Urán, Héctor Moya, William Gallego, Héctor Ignacio Zapata, José María Vásquez y Rodrigo Maya Yepes. FOTO: Cortesía Padre Napo.

JCUH/El Guarengue: ¿Cuál fue tu primer encargo o destino como presbítero, tu primera responsabilidad, y cómo la viviste?

Padre Napo: Vine a la parroquia de Fátima[5] como coadjutor de Rodolfo Sánchez. Y me encargaron Río Quito. De manera que lo primero fue la fiesta de Paimadó, La Candelaria. Ese año recorrí mucho Río Pató, Villa Conto… La parroquia era tan grande que también los fines de semana estaba siempre por allá: San José y San Martín de Purré, Cabí, Pacurita. Ya en esos años empezaba el movimiento organizativo campesino. Me acuerdo haber llevado al equipo de las Seglares Claretianas a talleres organizativos en Purré, en Cabí. Además, como oficio, en ese entonces yo daba clases en la Normal de Varones de Quibdó, clase de Religión, en la semana. Me movía en una bicicleta, y llegaba sudaíto a la Normal y los pelaos apenas se reían… Así que en semana allá y los fines de semana sagradamente para los ríos, que siempre me han gustado: fíjate que ahora ando por acá en el Medio Atrato y ahora en la Navidad me voy a meter unos días a Munguidó.

JCUH/El Guarengue: Dime sinceramente cómo viviste la experiencia de un obispo literalmente conservador, preconciliar, como Pedro Grau, y el paso posterior al trabajo con alguien como Jorge Iván Castaño Rubio, muy posconciliar, que literalmente revolucionó la iglesia en el Chocó…

Padre Napo: Muy enriquecedora la experiencia de tener dos líderes, de dos patrones y de dos escuelas distintas. La primera me parece valiosa porque… y ahí, antes de entrar, lo ligo al hecho de haber estado en el Seminario de Cristo Sacerdote, que es un seminario de curas rezanderos y ensotanaos, y haber estado en el Intermisional y el Conciliar de Bogotá, que es un seminario de mentalidad más abierta (había Teología de la Liberación) e inclusive la Universidad Javeriana en Teología. Esos dos mundos me parece que fueron enriquecedores. ¿Por qué? Porque me parece que el cura debe tener un componente muy valioso de espiritualidad, de liturgia, de devoción, de sacramento; y a la vez un componente fundamental de sensibilidad social, de compromiso con el pueblo; o sea, como la mano izquierda y la derecha… A mí me parece enriquecedor el haber participado de esos dos espíritus. Y entonces, por lo tanto, el haber acompañado ese nacimiento de la experiencia de Jorge Iván Castaño…

Como curiosidad, te cuento que cuando Jorge Iván Castaño fue nominado como obispo, yo era Diácono, estudiaba mi último año de Teología en La Ceja, y Jorge Iván se averiguó y mandó a que me buscaran, para que le acompañara en su misa de consagración episcopal[6], en la Catedral de Medellín. Y entonces, yo estuve allí, acompañándolo, como un cura negro, con la Dalmática, que es el ornamento elegante que usan los diáconos para ceremonias pontificias… Entonces, allí estuve. Y luego Monseñor Castaño se posesionó en Quibdó y ya a la semana siguiente invitó a una primera reunión a sus evangelizadores para empezar ese proceso de renovación. Y ya yo estaba allí como parte del proceso.

JCUH/El Guarengue: Aunque por modestia le restes importancia al asunto, tu ordenación sacerdotal hace 40 años marca un hito en la historia de la iglesia en el Chocó. Cuando tú llegas a Quibdó, solamente está el Padre Hérbert, a quien poco le interesaba el movimiento étnico y social que se estaba gestando; y los claretianos chocoanos Wilson Cuevas y Antonio Mena… Así que en el Vicariato, y poco después Diócesis, eras realmente pionero. ¿Cómo te aproximaste a la causa étnica negra, estudiando desde tan joven en seminarios ajenos a dichas dinámicas…?

Padre Napo: Cuando estaba estudiando en Bogotá, allí conocí a Amir Smith, el gran líder, que realmente fue un pionero, el hombre que nos gritaba en el centro de Bogotá, en plena Carrera Séptima: ¡¡¡Negroooo!!! Y uno se sorprendía. Y esperaba y él te alcanzaba… ¿Qué haces? ¿Qué has venido a hacer aquí? Y entonces yo digo: no, yo estoy en el seminario. ¿Y eso para qué… qué estás estudiando? Filosofía. ¿Y eso le sirve al pueblo negro? Y uno pues no sabía como qué responder. Pero esa interpelación era una vaina potente, que te llamaba de una vez, y te llevaba y te regalaba periódicos “Presencia Negra”. Y uno empezaba a leer cosas que uno no sabía, ni conocía, ahí empezaba como la sensibilidad. Yo llevaba al seminario los periódicos Presencia Negra. Mis compañeros de Buenaventura, Tumaco: ey, mirá, esto está bueno, está interesante… Empezamos a conocer cuestiones de líderes, de pensadores, de escritores afro del resto del mundo.

Luego, recuerdo mucho que, en 1983, que fue mi último año en el seminario de La Ceja, Rafael Savoia, sacerdote italiano, misionero comboniano[7], mire usted, blanco, italiano, va y me localiza. Allá llegó una tarde al seminario y preguntó: aquí hay un muchacho que es diácono, negro. Y me dice: hermano, vamos a iniciar los EPA (Encuentros de Pastoral Afroamericana)[8]. Hay un encuentro en Ecuador y quiero que vayas. Y yo, pues, imagínate tú…

De manera que esos fueron los comienzos en materia de la sensibilidad con lo afro, con la pastoral afro, y allí empezamos como a liderar eso; de lo cual debo reconocer que gracias al trabajo, a esa semillita que nosotros sembramos, también Antonio Mena se interesó en esos tiempos. Y luego el trabajo de las Seglares Claretianas, que Gonzalo de la Torre lideró en el Medio Atrato, fue realmente lo que fructificó en lo que hoy en día tenemos como grandes logros: Ley 70, y toda esa otra visibilización de la afrocolombianidad en Colombia. Entonces, me parece que, en ese sentido, pues se sembró una semilla valiosa.

Amir Smith Córdoba, Rafael Savoia y Gonzalo de la Torre
fueron inspiradores del compromiso afro del Padre Napo.
FOTOS: Univalle, Revista Iglesia sin Fronteras y Archivo El Guarengue
JCUH/El Guarengue: Y se juntaron todas las cosas, se alinearon los planetas, como se dice, en un círculo virtuoso: Amir Smith en Bogotá; un nuevo obispo en Quibdó; el contacto con Rafael Savoia, que es uno de los pioneros de la pastoral afro en la iglesia continental; Gonzalo de la Torre y su maravilloso trabajo en el Medio Atrato; etcétera, etcétera… Se junta todo, ¿no?

Padre Napo: Indudablemente. Yo hoy en día, en este año, cuando se han celebrado los 30 años de la Ley 70, me llama la atención el poco de padres que se autoadjudican la Ley 70, ¿no? La cantidad de personas que dicen: nosotros fuimos, nosotros fuimos… pero, no dejo de admirar que ese es el resultado realmente del trabajo, digo yo, sobre todo de Gonzalo de la Torre y su equipo, y que de pronto en ese momento no se supo apreciar y recibió tantas críticas de parte de la misma iglesia, de algunos compañeros nuestros… Pero, mire usted, la historia termina dándoles la razón, la sabiduría le da a sus hijos la razón.

JCUH/El Guarengue: Napo, ¿cómo es esa especie de mito urbano de Quibdó, según el cual tú eres el único chocoano al que iban a nombrar de obispo y no quiso?

Padre Napo: Ese es un tema interesante. Cuando yo apenas llevaba dos años, en realidad uno y medio, Monseñor Jorge Iván Castaño me consiguió una beca para irme a estudiar a Roma. Entonces le pregunté a Gonzalo de la Torre, entre las cosas que me sugerían en el catálogo, qué podía estudiar yo…entonces él me dijo; estudiá Biblia. Le dije: listo, voy a estudiar Biblia. Todo ello se enmarca dentro de la estrategia eclesial de preparar a los sacerdotes para que sean líderes y posiblemente sean obispos; pues, tú sabes, Roma prepara sus sacerdotes y preferible si se forman en las escuelas romanas. Entonces, yo fui con una beca a la Universidad Urbaniana, de Roma, una universidad de la Santa Sede, de Propaganda Fide, como quien dice, a hacer el curso introductorio para obispo, y estuve allá juicioso, me gradué con honores y regresé.

De allí, resultó en los años siguientes una especie de leyenda, se podría decir como de esos mitos populares o vox populi: El Padre Napo fue el chocoano que mandaron a que se formara como obispo y después él no quiso. Y vos oís a algunos chocoanos que me ven y dicen: mirá, el único chocoano que lo iban a escoger obispo y él no quiso. Y te cuento que eso no es del todo falso, en la medida en que a uno lo mandaron a que hiciera el curso. Pero, ya después, sí debo decir que -digamos, después de estudiar en Roma- yo no me apliqué a hacer el curso para ser escogido, porque de alguna manera en esos tiempos no me gustó como ese tipo de vida como conventual que llevaban y todavía, de alguna manera, llevan los prelados… Es decir, ser escogido obispo es un honor personal y de grande orgullo, de gran aprecio dentro de la iglesia y de una sociedad católica; pero, para mi manera de ser, meterse en esos conventos, a llevar una vida de machosolos, dedicarse a cuestiones eclesiales todo el tiempo, de pronto ese tipo de vida no iba como con mi espíritu, y por eso esa afirmación no es del todo falsa; o sea, digamos: yo no me apliqué a hacer el curso. Eso hubiera significado como uno dedicarse a ser más conventual, más rezandero, estar más dentro del canon, estar más como echándole el incienso a los jefes, atendiendo al obispo, andar uno con clériman todo el tiempo, este tipo de cosas, ¿no? Entonces, yo dije; este como que no es el proyecto de vida que a mí me satisfaría… Y en ese sentido quería como tocar ese capítulo en esta conversación.

JCUH/El Guarengue: Pero, de todas maneras, con tu trayectoria, que incluye haber sido Vicario General de la Diócesis de Quibdó, que es el segundo cargo después del obispo, has acortado el camino del clero católico negro hacia el episcopado... ¿Qué tan lejos estamos de un obispo negro en Colombia y en Quibdó, en particular?

Padre Napo: Pienso que ya es muy próximo. Ha habido un par de obispos negros, pero que no se autoidentifican; como un obispo que estaba en Montelíbano… Ha habido como un par, que tú los ves que son de piel olivácea: estos manes son negros. Pero, estos manes no se asumen… como pasa con algunos costeños del norte.

Hay en Física algo que se llama la masa crítica: para que suceda una explosión o un cambio químico, se requiere que haya determinada cantidad de materia. Entonces, yo cojo y digo: 5.000 sacerdotes en Colombia, lo divido entre 80 o 100 obispos, se requiere en esta división más o menos 450 sacerdotes por obispo, es decir que cuando seamos 150 curas negros habrá masa crítica para que estalle un obispo; así hacía yo la operación. Y eso tiene sentido. Fíjate que cuando yo me ordené, podíamos ser quizás una decena. Hoy en día, en Colombia tal vez seamos 150, de pronto unos 200 curas afro más o menos autoidentificados. Quiere decir que ya tenemos masa crítica. Y ya eso, contando además con la visibilidad que tiene lo afro, la vicepresidenta, presidentes en otras partes, una cosa y la otra, y tal, ministros, eso implica que ya el Nuncio empieza a decir: verdad que ya es hora de que tengamos algún afro… Entonces, yo pensaría que ya estamos a punto: en el 2025 deberían estallar uno o dos, porque también hay decenas de curas afrocolombianos en el Valle, en Nariño, en la Costa Atlántica. Entonces, pienso que ya es tiempo.

Escudo de la Diócesis de Quibdó y Obispo Jorge Iván Castaño Rubio, con quien el Padre Napo comenzó su ministerio sacerdotal. FOTOS: Archivo El Guarengue.
Y termino diciendo: importante esto en cuanto a la visibilidad, a la significación; aunque ello no signifique realmente un cambio social, ¿Adónde voy? Jorge Iván Castaño no era afro ni indio, era un mestizo; pero, él fue realmente pionero. En cambio, ha habido algunos otros que, como nos puede pasar con algún gobernador, aunque tengan el color de nuestra piel, no son los que defienden ni asumen realmente nuestras banderas. Entonces en eso soy ligeramente escéptico. No porque sea negro ya va a resolver la situación, no. Es un símbolo, es una identidad. Y es algo que es significativo.

JCUH/El Guarengue: ¿Cuál es para ti la mayor alegría que te ha proporcionado ser cura… y qué es lo más difícil de ser cura? ¿Ha habido algún momento en el que hayas considerado dejar de serlo?

Padre Napo: Hay algunos años en que el desánimo, la sensación de haber hecho poco, la sensación de no haber hecho lo suficiente, de haber cometido a veces numerosos errores, lo hacen sentir a uno como fracasado y pensar en abandonar este oficio o formar otra familia aparte…y así, ha habido momentos de desánimo en los cuales he pensado como quien dice abandonar el ministerio. Y momentos buenos, podría más bien sumar los momentos sencillos de la cantidad de gente que en muchas ocasiones uno atiende, como cuando he estado en iglesias confesando y atendiendo personas que se llenan de gran alegría y que uno dice: esto me hace sentir muy alegre, ser útil, sanar almas, consolar corazones, darle bálsamo a personas deprimidas, gente que de pronto se quería quitar la vida y que encuentran un motivo nuevo para vivir, una luz en el camino; entonces, esa sencilla orientación a personas lo llena a uno de gozo. Como cuando voy a las comunidades del río Munguidó. Porque debo decirte que en algunas comunidades uno siente que su ministerio es valorado y en otras no. En otras partes tú dices: aquí como que ni me aprecian ni me valoran. Entonces, en ese sentido, en algunas comunidades donde sientes la alegría sencilla de la gente, me llena de alegría sencilla el corazón y por eso alguna vez me he dicho: ya para qué voy a dejar esto, ya como quien dice lo que fue, fue. Y esa alegría profunda de servir a la gente así, me llena entrañablemente.

JCUH/El Guarengue: Algo medio de cajón para terminar esta conversación, Napo. Al estilo de las campañas vocacionales que hace la iglesia, al cumplir 40 años de ministerio sacerdotal, ¿cuál es tu mensaje para la juventud chocoana acerca de por qué deberían considerar, entre sus opciones profesionales, estudiar para ser sacerdotes, como lo hiciste tú?

Padre Napo: Yo le diría a los muchachos que consideren este destino como una misión de vida integral, algo que llena profundamente el espíritu de uno y en el servicio a los demás. Es algo que te añade un plus, comparándolo con cualquiera de las otras carreras liberales. Es algo además que supera el límite del simple gozo material, tanto del gozo de tener una mujer o de tener unos hijos o de pronto de acumular riqueza material. Entonces, para personas que son idealistas, que tienen espiritualidad (muchos jóvenes hoy en día son así) es una opción magnífica. De manera tal que pueden considerarlo. Porque, por otra parte, tendrás trabajo seguro…(RISAS). De hecho, te cuento que con motivo del Covid murieron muchos sacerdotes ancianos en muchos países, entonces hay muchas vacantes… Por ejemplo, yo ahora, en Navidad y Año Nuevo, después de unos días en el río Munguidó, me embarco para Houston (Texas). Voy a estar un mes allá, reemplazando a Juan Fernando Gámez en Corpus Christi…[9] Otros compañeros me han dicho que me vaya para Nueva York, que allá hay parroquias que necesitan sacerdotes, que pagan bien; otros compañeros en España, en Francia, en Italia… Entonces, para los sacerdotes hay trabajo abundante, hay posibilidades reales, reconocimiento social, mucha valoración de las comunidades, mucho aprecio y autoestima…serían algunos de los valores que yo destacaría frente a la juventud.

Un año de cambios, un futuro de ilusiones

Para el Padre Napo, el 2023 fue un año de grandes y significativos cambios. Culminó su ciclo como docente o maestro o educador, y se pensionó. Pidió licencia en la Diócesis de Quibdó para ir a Medellín a dos cosas vitales: atender su salud, mediante el tratamiento con quimioterapia de un linfoma, cáncer del cual salió avante; y acompañar a su madre en la última etapa de su vida, que culminó con su fallecimiento el pasado 31 de octubre a las 11 de la noche, luego de que su propio hijo, el Padre Napo, le hubiera administrado los llamados Santos Óleos o sacramento de la Extremaunción. De modo que, por pocos días, la Señora Ahida no pudo acompañarlo en la celebración de sus 40 años de vida sacerdotal; como sí ha podido hacerlo su padre, quien actualmente tiene 94 años y ha quedado viudo después de 67 años de matrimonio y una numerosa prole.

El Padre Napo, que actualmente lee como entrenamiento para reemprender la escritura, que es una de sus habilidades, aspira a escribir en 2024 un libro de relatos cortos sobre el Chocó, inspirado en otro que comenzó durante la pandemia, con historias desde la época de Santa María de la Antigua del Darién, pasando por Manuel Saturio Valencia, hasta hoy. Para ello, está releyendo, entre otros, el libro de cuentos y relatos de Fredy Sánchez Caballero titulado “Cuando va a llover, llueve”[10], pues piensa que “bueno, verdad, este muchacho con qué talento relata las historias que Julio César y que Napo quisieran relatar, del río, de los indios, de los costeños, de los negros…”. Igualmente, planea regresar a otra de sus habilidades, el dibujo, especialmente en el formato de la caricatura política. Y, claro, seguir firme en el ejercicio de esa vocación que, como su estatura, es congénita, innata: el sacerdocio.



[1] La entrevista fue realizada el día 9 de diciembre de 2023.

[2] Se refiere al Salmo 91.

[3] Cuando la Prefectura Apostólica del Chocó se divide en los vicariatos de Quibdó e Istmina, el misionero claretiano Pedro Grau Arola es consagrado obispo y nombrado Vicario Apostólico de Quibdó. Durante su episcopado, se desarrolló el proceso formativo de Manuel Napoleón García Anaya.

[4] Se refiere al Seminario Nacional Cristo Sacerdote, creado en la Diócesis de Sonsón, en 1959, inicialmente para la formación de lo que llamaban vocaciones tardías; posteriormente sin dicha especificidad. De hecho, la mayor parte de los primeros sacerdotes de la Diócesis de Quibdó estudiaron en dicha institución.

[5] La Parroquia de Nuestra Señora de Fátima a la que se refiere el Padre Napo es en Quibdó, en el tradicional barrio de La Yesquita.

[6] Lo que en el sacerdote se llama ordenación, en los obispos es consagración: la ceremonia de investidura para tal dignidad.

[7] Los Misioneros Combonianos derivan su nombre de su fundador. San Daniel Comboni, misionero italiano que renovó dentro de la iglesia la práctica misionera en países de África. El Padre Rafael Savoia, junto al obispo Enrique Bartolucci fueron pioneros de la pastoral afroamericana en Ecuador y en todo el continente.

[8] Los EPA (Encuentros de Pastoral Afroamericana son los escenarios de convergencia entre agentes de pastoral negros e interesados en la causa negra de América. En los EPA se consolidó conceptual y eclesialmente la Pastoral Afroamericana del continente. El 5° EPA se llevó a cabo en Quibdó, en junio de 1991, y fue coordinado por el Padre Napo y Julio César U. H. Ver: https://miguarengue.blogspot.com/2023/05/recordando-el-5-epa-el-precioso-afiche.html

[9] Juan Fernando Gámez es un sacerdote afrochocoano, originalmente de la Diócesis de Quibdó. Trabaja actualmente en la ciudad de Corpus Christi, del Estado de Texas (USA), en el Golfo de México, a unos 300 km de Houston.

[10] Sánchez Caballero, Fredy. Cuando va a llover, llueve. Medellín, Colombia, noviembre 2013. Editorial Mundo Libro, 116 pp.