El Padre Napo, el
cura que siempre quiso ser cura
-Conversación a
propósito de sus 40 años como sacerdote- |
El Padre Napo es uno de los pioneros de la presencia afro en el ámbito eclesial. Foto: MOE |
Manuel Napoleón García Anaya (Manolo, Napo, el Padre Napo)
es un cura afrocolombiano nacido en Lorica (Córdoba) a orillas del río Sinú, el
2 de diciembre de 1959, del matrimonio entre Napoleón García Ramírez y Ahida
Anaya Negrete; criado en Unguía y en Gilgal, en el Darién chocoano, donde
se encuentra el Parque Arqueológico Santa María la Antigua del Darién, que fue
la primera ciudad y diócesis que la colonia española estableció en América.
El Padre Napo está celebrando 40 años de haber sido investido como
sacerdote católico. Su ceremonia de ordenación
sacerdotal se llevó a cabo en Unguía (Chocó), el 10 de diciembre de 1983, con
la presencia de los obispos Pedro Grau Arola y Jorge Iván Castaño Rubio. En ese
momento, en Colombia aún se contaban con los dedos de las manos los sacerdotes
afrodescendientes y, si bien la mirada étnica empezaba a cobrar fuerza, de la
mano de conceptos como el de iglesia inculturada e iglesia de los pobres, y de
pioneros como Gerardo Valencia Cano, quien ya había fallecido, después de casi 20 años como Vicario Apostólico de Buenaventura; y el misionero claretiano Gonzalo María de la Torre Guerrero, en el Chocó; el
llamado rostro negro de la iglesia no solamente seguía aún bastante oculto, sino que también era frecuentemente invisibilizado.
De ese contexto se deriva la enorme importancia que tiene,
como hito en la historia de la iglesia chocoana, la ordenación sacerdotal de
Manuel Napoleón García Anaya, cuya juventud e inteligencia (tenía 24 años cuando se ordenó) contribuyeron desde
el primer momento a la renovación eclesiástica de la Diócesis de Quibdó,
promovida por el obispo Jorge Iván Castaño Rubio; que derivaría, entre otras
cosas, en la institucionalización de la pastoral afroamericana, la
etnoeducación, la organización campesina e indígena, la reivindicación étnica y
territorial de pueblos indígenas y comunidades afrochocoanas... todo ello en torno a la opción fundamental por la vida, que era una especie de sello de compromiso del
Plan de Pastoral con el que Monseñor Castaño guiaría su trabajo durante todo el tiempo que estuvo en Quibdó.
Para escuchar de su propia voz el resumen de su itinerario
vital como sacerdote con 40 años de ministerio, su mirada retrospectiva y sus opiniones, conversamos con el Padre Napo, el hombre que, según decían
en una época en Quibdó, es el único negro al que iban a nombrar obispo y él no
quiso.
Julio César Uribe Hermocillo/El Guarengue: ¿Qué te
lleva a tomar la decisión de convertirte en sacerdote? ¿Dónde estabas y en qué
circunstancias tomas esa decisión?
Manuel Napoleón García Anaya (Padre Napo): Pienso que fue algo muy
providencial. Siempre, a los sacerdotes nos enseñan que la vocación es un
llamado divino, que uno no sabe cuándo o cómo ocurre. Te cuento que yo mismo me
asombro, porque yo creería que desde que tengo conciencia, a los cuatro o cinco
años, yo dije: Yo quiero ser Padre. Tal vez recuerdo alguno de los misioneros
que fueron por allá por Unguía, que alguno andaba con su sotanita blanca y en
algo me llamó la atención. No olvidar además la influencia de mi familia: mis
padres siempre fueron muy religiosos. Mi madre dice que ella tentó la vida
religiosa en la adolescencia; pero que la familia no la apoyó, allá en Lorica…
La figura que me inspiró fue la de Alcides Fernández, gran
misionero claretiano, tú sabes que quieren abrir su causa de canonización; y él
fue el que me inspiró también de alguna manera y acompañó mi infancia. Y cuando
yo tenía ocho años, un pelaíto de escuela, cómo es que mis padres toman en
serio mi palabra. Y le dicen al Padre Alcides: el niño dice que quiere ser
sacerdote. El Padre les dice: pues yo me lo llevo. Y entonces a los 9 años me
montó en el avión y me llevó al pueblo que él acababa de fundar: Balboa. Y allí
conocí no solo a Justa Victoria Sánchez, Fredy, todos sus hermanos y toda su
familia; sino que estuve un año bajo la tutela del sacerdote; pero, sobre todo
(yo no vivía en la parroquia) una experiencia muy interesante. Él me consiguió
una familia campesina paisa con los cuales yo vivía y hacía mis estudios, en la
escuela: era un niño adelantado, porque tenía 9 años, hacía quinto de escuela y
me preguntaban: ¿Y tú qué viniste a hacer acá? Yo quiero ser Padre. Yo vine acá
a prepararme para ser Padre… Imagínate tú… Así que es algo que me acompañó toda
la vida…
Y de allí seguí derechito al seminario menor, en El Carmen
de Atrato, hasta 4° de bachillerato. Luego nos mandaron a Jericó a hacer 5° y 6°. De allí al Seminario
Intermisional a hacer Filosofía. O sea que anduve mi caminito derecho. Y una
cosa de la que uno se asombra es de todas las deserciones: desde que comencé el
bachillerato las decenas y decenas de compañeros que también tenían la misma
intención, pero por las circunstancias de la vida y las decisiones personales,
iban desertando, desertando, desertando, desertando, caían a mi izquierda mil y
a mi derecha diez mil, como dice el salmo.
Y bueno, imagínate, logré tener esa bendición y llegar hasta ese punto… No sin
algunos tropiezos en el seminario. Me acuerdo que en el año 1981, allá en
Bogotá, un rector del seminario hizo una lavada y echó un poco de gente…de
pronto en esos años, que tú has de recordar, éramos como de ideas muy
socialistas, los estudiantes universitarios tirapiedras… Yo, aunque era
seminarista, participaba un poco y tenía algunas ideas divergentes. Me acuerdo
haber criticado en alguna clase, en algún comentario al en ese momento Cardenal
Aníbal Muñoz Duque, que además tenía cargo de Brigadier General… Eran
los años de la seguridad nacional, si recuerdas, de los tiempos de Julio César
Turbay… Yo expresé algunos comentarios, en alguna misa, en alguna clase. Eso me
descalificó. Dijeron: este tipo tiene algunas ideas que no convienen, no
convienen. Y la verdad fue que me expulsaron. Pero, afortunadamente, Pedro Grau
me comprendió y me acogió, y me dijo; pásate para acá… Y entonces fui a la
Universidad Javeriana, y allí hice un año de Teología. Vivía con unos
religiosos carmelitas, en el barrio Kennedy, de Bogotá; era un grupo de
seminaristas que estudiaban en la universidad. Y ya luego el obispo Pedro Grau
me dijo: vete al seminario de nuevo. Y entonces fui a terminar a Cristo
Sacerdote,
en La Ceja (Antioquia). Allí hice los últimos dos años. Siempre ya muy ensotanao,
te cuento. Ahí ya conseguí sotana, porque era como de rigor para los actos
litúrgicos y a mí me gustaba porque me protegía en el clima frío…
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1984. A la derecha, el Padre Napo y Bernardo Moreno. Al centro los obispos Grau y Castaño Rubio. Agachados: los hermanos Samuel y Gabriel Jiménez Zapata. De pie: Fabio Jaramillo, Jesús María Urán, Héctor Moya, William Gallego, Héctor Ignacio Zapata, José María Vásquez y Rodrigo Maya Yepes. FOTO: Cortesía Padre Napo. |
JCUH/El Guarengue: ¿Cuál fue tu primer encargo o
destino como presbítero, tu primera responsabilidad, y cómo la viviste?
Padre Napo: Vine a la parroquia de Fátima
como coadjutor de Rodolfo Sánchez. Y me encargaron Río Quito. De manera que lo
primero fue la fiesta de Paimadó, La Candelaria. Ese año recorrí mucho Río
Pató, Villa Conto… La parroquia era tan grande que también los fines de semana
estaba siempre por allá: San José y San Martín de Purré, Cabí, Pacurita. Ya en
esos años empezaba el movimiento organizativo campesino. Me acuerdo haber
llevado al equipo de las Seglares Claretianas a talleres organizativos en
Purré, en Cabí. Además, como oficio, en ese entonces yo daba clases en la
Normal de Varones de Quibdó, clase de Religión, en la semana. Me movía en una
bicicleta, y llegaba sudaíto a la Normal y los pelaos apenas se reían… Así que
en semana allá y los fines de semana sagradamente para los ríos, que siempre me
han gustado: fíjate que ahora ando por acá en el Medio Atrato y ahora en la Navidad
me voy a meter unos días a Munguidó.
JCUH/El Guarengue: Dime sinceramente cómo viviste la
experiencia de un obispo literalmente conservador, preconciliar, como Pedro
Grau, y el paso posterior al trabajo con alguien como Jorge Iván Castaño Rubio,
muy posconciliar, que literalmente revolucionó la iglesia en el Chocó…
Padre Napo: Muy enriquecedora la experiencia de tener
dos líderes, de dos patrones y de dos escuelas distintas. La primera me parece
valiosa porque… y ahí, antes de entrar, lo ligo al hecho de haber estado en el
Seminario de Cristo Sacerdote, que es un seminario de curas rezanderos y ensotanaos,
y haber estado en el Intermisional y el Conciliar de Bogotá, que es un
seminario de mentalidad más abierta (había Teología de la Liberación) e
inclusive la Universidad Javeriana en Teología. Esos dos mundos me parece que
fueron enriquecedores. ¿Por qué? Porque me parece que el cura debe tener un
componente muy valioso de espiritualidad, de liturgia, de devoción, de
sacramento; y a la vez un componente fundamental de sensibilidad social, de
compromiso con el pueblo; o sea, como la mano izquierda y la derecha… A mí me
parece enriquecedor el haber participado de esos dos espíritus. Y entonces, por
lo tanto, el haber acompañado ese nacimiento de la experiencia de Jorge Iván
Castaño…
Como curiosidad, te cuento que cuando Jorge Iván Castaño fue
nominado como obispo, yo era Diácono, estudiaba mi último año de Teología en La
Ceja, y Jorge Iván se averiguó y mandó a que me buscaran, para que le
acompañara en su misa de consagración episcopal,
en la Catedral de Medellín. Y entonces, yo estuve allí, acompañándolo, como un
cura negro, con la Dalmática, que es el ornamento elegante que usan los
diáconos para ceremonias pontificias… Entonces, allí estuve. Y luego Monseñor
Castaño se posesionó en Quibdó y ya a la semana siguiente invitó a una primera
reunión a sus evangelizadores para empezar ese proceso de renovación. Y ya yo
estaba allí como parte del proceso.
JCUH/El Guarengue: Aunque
por modestia le restes importancia al asunto, tu ordenación sacerdotal hace 40
años marca un hito en la historia de la iglesia en el Chocó. Cuando tú llegas a
Quibdó, solamente está el Padre Hérbert, a quien poco le interesaba el
movimiento étnico y social que se estaba gestando; y los claretianos chocoanos
Wilson Cuevas y Antonio Mena… Así que en el Vicariato, y poco después Diócesis, eras realmente pionero. ¿Cómo te aproximaste a la causa étnica negra,
estudiando desde tan joven en seminarios ajenos a dichas dinámicas…?
Padre Napo: Cuando estaba
estudiando en Bogotá, allí conocí a Amir Smith, el gran líder, que realmente
fue un pionero, el hombre que nos gritaba en el centro de Bogotá, en plena Carrera
Séptima: ¡¡¡Negroooo!!! Y uno se sorprendía. Y esperaba y él te alcanzaba… ¿Qué
haces? ¿Qué has venido a hacer aquí? Y entonces yo digo: no, yo estoy en el
seminario. ¿Y eso para qué… qué estás estudiando? Filosofía. ¿Y eso le sirve al
pueblo negro? Y uno pues no sabía como qué responder. Pero esa interpelación
era una vaina potente, que te llamaba de una vez, y te llevaba y te regalaba
periódicos “Presencia Negra”. Y uno empezaba a leer cosas que uno no sabía, ni
conocía, ahí empezaba como la sensibilidad. Yo llevaba al seminario los
periódicos Presencia Negra. Mis compañeros de Buenaventura, Tumaco: ey, mirá,
esto está bueno, está interesante… Empezamos a conocer cuestiones de líderes,
de pensadores, de escritores afro del resto del mundo.
Luego, recuerdo mucho que, en 1983, que fue mi último año en
el seminario de La Ceja, Rafael Savoia, sacerdote italiano, misionero comboniano,
mire usted, blanco, italiano, va y me localiza. Allá llegó una tarde al
seminario y preguntó: aquí hay un muchacho que es diácono, negro. Y me dice:
hermano, vamos a iniciar los EPA (Encuentros de Pastoral Afroamericana).
Hay un encuentro en Ecuador y quiero que vayas. Y yo, pues, imagínate tú…
De manera que esos fueron los comienzos en materia de la
sensibilidad con lo afro, con la pastoral afro, y allí empezamos como a liderar
eso; de lo cual debo reconocer que gracias al trabajo, a esa semillita que
nosotros sembramos, también Antonio Mena se interesó en esos tiempos. Y luego el trabajo de las Seglares Claretianas, que Gonzalo de la Torre lideró en el
Medio Atrato, fue realmente lo que fructificó en lo que hoy en día tenemos como
grandes logros: Ley 70, y toda esa otra visibilización de la afrocolombianidad
en Colombia. Entonces, me parece que, en ese sentido, pues se sembró una
semilla valiosa.
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Amir Smith Córdoba, Rafael Savoia y Gonzalo de la Torre fueron inspiradores del compromiso afro del Padre Napo. FOTOS: Univalle, Revista Iglesia sin Fronteras y Archivo El Guarengue |
JCUH/El Guarengue: Y se juntaron todas las cosas, se
alinearon los planetas, como se dice, en un círculo virtuoso: Amir Smith en
Bogotá; un nuevo obispo en Quibdó; el contacto con Rafael Savoia, que es uno de
los pioneros de la pastoral afro en la iglesia continental; Gonzalo de la Torre
y su maravilloso trabajo en el Medio Atrato; etcétera, etcétera… Se junta todo,
¿no?
Padre Napo: Indudablemente. Yo hoy en día, en este
año, cuando se han celebrado los 30 años de la Ley 70, me llama la atención el
poco de padres que se autoadjudican la Ley 70, ¿no? La cantidad de personas que
dicen: nosotros fuimos, nosotros fuimos… pero, no dejo de admirar que ese es el
resultado realmente del trabajo, digo yo, sobre todo de Gonzalo de la Torre y
su equipo, y que de pronto en ese momento no se supo apreciar y recibió tantas
críticas de parte de la misma iglesia, de algunos compañeros nuestros… Pero, mire
usted, la historia termina dándoles la razón, la sabiduría le da a sus hijos la
razón.
JCUH/El Guarengue: Napo, ¿cómo es esa especie de mito
urbano de Quibdó, según el cual tú eres el único chocoano al que iban a nombrar
de obispo y no quiso?
Padre Napo: Ese es un tema interesante. Cuando yo
apenas llevaba dos años, en realidad uno y medio, Monseñor Jorge Iván Castaño
me consiguió una beca para irme a estudiar a Roma. Entonces le pregunté a
Gonzalo de la Torre, entre las cosas que me sugerían en el catálogo, qué podía
estudiar yo…entonces él me dijo; estudiá Biblia. Le dije: listo, voy a estudiar
Biblia. Todo ello se enmarca dentro de la estrategia eclesial de preparar a los
sacerdotes para que sean líderes y posiblemente sean obispos; pues, tú sabes,
Roma prepara sus sacerdotes y preferible si se forman en las escuelas romanas.
Entonces, yo fui con una beca a la Universidad Urbaniana, de Roma, una
universidad de la Santa Sede, de Propaganda Fide, como quien dice, a hacer el
curso introductorio para obispo, y estuve allá juicioso, me gradué con honores
y regresé.
De allí, resultó en los años siguientes una especie de
leyenda, se podría decir como de esos mitos populares o vox populi: El Padre
Napo fue el chocoano que mandaron a que se formara como obispo y después él no
quiso. Y vos oís a algunos chocoanos que me ven y dicen: mirá, el único
chocoano que lo iban a escoger obispo y él no quiso. Y te cuento que eso no
es del todo falso, en la medida en que a uno lo mandaron a que hiciera el
curso. Pero, ya después, sí debo decir que -digamos, después de estudiar en
Roma- yo no me apliqué a hacer el curso para ser escogido, porque de alguna
manera en esos tiempos no me gustó como ese tipo de vida como conventual que
llevaban y todavía, de alguna manera, llevan los prelados… Es decir, ser
escogido obispo es un honor personal y de grande orgullo, de gran aprecio
dentro de la iglesia y de una sociedad católica; pero, para mi manera de ser,
meterse en esos conventos, a llevar una vida de machosolos, dedicarse a
cuestiones eclesiales todo el tiempo, de pronto ese tipo de vida no iba como
con mi espíritu, y por eso esa afirmación no es del todo falsa; o sea, digamos:
yo no me apliqué a hacer el curso. Eso hubiera significado como uno dedicarse a
ser más conventual, más rezandero, estar más dentro del canon, estar más como
echándole el incienso a los jefes, atendiendo al obispo, andar uno con clériman
todo el tiempo, este tipo de cosas, ¿no? Entonces, yo dije; este como que no es
el proyecto de vida que a mí me satisfaría… Y en ese sentido quería como tocar
ese capítulo en esta conversación.
JCUH/El Guarengue: Pero, de todas maneras, con tu
trayectoria, que incluye haber sido Vicario General de la Diócesis de Quibdó, que es el segundo cargo después del obispo, has acortado el camino del clero católico negro hacia el episcopado... ¿Qué tan
lejos estamos de un obispo negro en Colombia y en Quibdó, en particular?
Padre Napo: Pienso que ya es muy próximo. Ha habido
un par de obispos negros, pero que no se autoidentifican; como un obispo que
estaba en Montelíbano… Ha habido como un par, que tú los ves que son de piel
olivácea: estos manes son negros. Pero, estos manes no se asumen… como pasa con
algunos costeños del norte.
Hay en Física algo que se llama la masa crítica: para que
suceda una explosión o un cambio químico, se requiere que haya determinada
cantidad de materia. Entonces, yo cojo y digo: 5.000 sacerdotes en Colombia, lo
divido entre 80 o 100 obispos, se requiere en esta división más o menos 450
sacerdotes por obispo, es decir que cuando seamos 150 curas negros habrá masa
crítica para que estalle un obispo; así hacía yo la operación. Y eso tiene
sentido. Fíjate que cuando yo me ordené, podíamos ser quizás una decena. Hoy en
día, en Colombia tal vez seamos 150, de pronto unos 200 curas afro más o menos
autoidentificados. Quiere decir que ya tenemos masa crítica. Y ya eso, contando
además con la visibilidad que tiene lo afro, la vicepresidenta, presidentes en
otras partes, una cosa y la otra, y tal, ministros, eso implica que ya el
Nuncio empieza a decir: verdad que ya es hora de que tengamos algún afro…
Entonces, yo pensaría que ya estamos a punto: en el 2025 deberían estallar uno
o dos, porque también hay decenas de curas afrocolombianos en el Valle, en
Nariño, en la Costa Atlántica. Entonces, pienso que ya es tiempo.
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Escudo de la Diócesis de Quibdó y Obispo Jorge Iván Castaño Rubio, con quien el Padre Napo comenzó su ministerio sacerdotal. FOTOS: Archivo El Guarengue. |
Y termino diciendo: importante esto en cuanto a la
visibilidad, a la significación; aunque ello no signifique realmente un cambio
social, ¿Adónde voy? Jorge Iván Castaño no era afro ni indio, era un mestizo;
pero, él fue realmente pionero. En cambio, ha habido algunos otros que, como
nos puede pasar con algún gobernador, aunque tengan el color de nuestra piel, no
son los que defienden ni asumen realmente nuestras banderas. Entonces en eso
soy ligeramente escéptico. No porque sea negro ya va a resolver la situación,
no. Es un símbolo, es una identidad. Y es algo que es significativo.
JCUH/El Guarengue: ¿Cuál es para ti la mayor alegría
que te ha proporcionado ser cura… y qué es lo más difícil de ser cura? ¿Ha
habido algún momento en el que hayas considerado dejar de serlo?
Padre Napo: Hay algunos años en que el desánimo, la
sensación de haber hecho poco, la sensación de no haber hecho lo suficiente, de
haber cometido a veces numerosos errores, lo hacen sentir a uno como fracasado
y pensar en abandonar este oficio o formar otra familia aparte…y así, ha habido
momentos de desánimo en los cuales he pensado como quien dice abandonar el
ministerio. Y momentos buenos, podría más bien sumar los momentos sencillos de
la cantidad de gente que en muchas ocasiones uno atiende, como cuando he estado
en iglesias confesando y atendiendo personas que se llenan de gran alegría y
que uno dice: esto me hace sentir muy alegre, ser útil, sanar almas, consolar
corazones, darle bálsamo a personas deprimidas, gente que de pronto se quería
quitar la vida y que encuentran un motivo nuevo para vivir, una luz en el
camino; entonces, esa sencilla orientación a personas lo llena a uno de gozo. Como cuando voy a las comunidades del río
Munguidó. Porque debo decirte que en algunas comunidades uno siente que su
ministerio es valorado y en otras no. En otras partes tú dices: aquí como que
ni me aprecian ni me valoran. Entonces, en ese sentido, en algunas comunidades
donde sientes la alegría sencilla de la gente, me llena de alegría sencilla el
corazón y por eso alguna vez me he dicho: ya para qué voy a dejar esto, ya como
quien dice lo que fue, fue. Y esa alegría profunda de servir a la gente
así, me llena entrañablemente.
JCUH/El Guarengue: Algo medio de cajón para terminar
esta conversación, Napo. Al estilo de las campañas vocacionales que hace la
iglesia, al cumplir 40 años de ministerio sacerdotal, ¿cuál es tu mensaje para
la juventud chocoana acerca de por qué deberían considerar, entre sus opciones profesionales, estudiar para ser sacerdotes, como lo hiciste tú?
Padre Napo: Yo le diría a los muchachos que consideren
este destino como una misión de vida integral, algo que llena profundamente el
espíritu de uno y en el servicio a los demás. Es algo que te añade un plus,
comparándolo con cualquiera de las otras carreras liberales. Es algo además que
supera el límite del simple gozo material, tanto del gozo de tener una mujer o
de tener unos hijos o de pronto de acumular riqueza material. Entonces, para
personas que son idealistas, que tienen espiritualidad (muchos jóvenes hoy en
día son así) es una opción magnífica. De manera tal que pueden considerarlo.
Porque, por otra parte, tendrás trabajo seguro…(RISAS). De hecho, te cuento que
con motivo del Covid murieron muchos sacerdotes ancianos en muchos países,
entonces hay muchas vacantes… Por ejemplo, yo ahora, en Navidad y Año Nuevo,
después de unos días en el río Munguidó, me embarco para Houston (Texas). Voy a
estar un mes allá, reemplazando a Juan Fernando Gámez en Corpus Christi…
Otros compañeros me han dicho que me vaya para Nueva York, que allá hay
parroquias que necesitan sacerdotes, que pagan bien; otros compañeros en
España, en Francia, en Italia… Entonces, para los sacerdotes hay trabajo
abundante, hay posibilidades reales, reconocimiento social, mucha valoración de
las comunidades, mucho aprecio y autoestima…serían algunos de los valores que
yo destacaría frente a la juventud.
Un año de cambios, un futuro de ilusiones
Para el Padre Napo, el 2023 fue un año de grandes y
significativos cambios. Culminó su ciclo como docente o maestro o
educador, y se pensionó. Pidió licencia en la Diócesis de Quibdó para ir a
Medellín a dos cosas vitales: atender su salud, mediante el tratamiento con
quimioterapia de un linfoma, cáncer del cual salió avante; y acompañar a su
madre en la última etapa de su vida, que culminó con su fallecimiento el pasado
31 de octubre a las 11 de la noche, luego de que su propio hijo, el Padre Napo,
le hubiera administrado los llamados Santos Óleos o sacramento de la Extremaunción. De modo
que, por pocos días, la Señora Ahida no pudo acompañarlo en la celebración de
sus 40 años de vida sacerdotal; como sí ha podido hacerlo su padre, quien
actualmente tiene 94 años y ha quedado viudo después de 67 años de matrimonio y
una numerosa prole.
El Padre Napo, que actualmente lee como entrenamiento para
reemprender la escritura, que es una de sus habilidades, aspira a escribir en
2024 un libro de relatos cortos sobre el Chocó, inspirado en otro que comenzó
durante la pandemia, con historias desde la época de Santa María de la Antigua
del Darién, pasando por Manuel Saturio Valencia, hasta hoy. Para ello, está
releyendo, entre otros, el libro de cuentos y relatos de Fredy Sánchez
Caballero titulado “Cuando va a llover, llueve”,
pues piensa que “bueno, verdad, este muchacho con qué talento relata las
historias que Julio César y que Napo quisieran relatar, del río, de los indios,
de los costeños, de los negros…”. Igualmente, planea regresar a otra de sus
habilidades, el dibujo, especialmente en el formato de la caricatura política.
Y, claro, seguir firme en el ejercicio de esa vocación que, como su estatura, es congénita, innata: el sacerdocio.