2 Historias de mi barrio,
de
Carlos Arturo Caicedo Licona
Portada y contraportada (presentación del Maestro César E. Rivas Lara)
de Historias de mi barrio, publicado en 1988.
Estos dos relatos, tomados de su
libro Historias de mi barrio, son una muestra más de la
excelsa calidad narrativa de Carlos Arturo Caicedo Licona, uno de los más
grandes escritores de la región chocoana, quien es también autor de la que
podría considerarse como la novela más relevante de la literatura chocoana: Glosa paseada bajo el fuego y la lluvia,
a la que en El Guarengue hemos considerado como el relato épico de la
chocoanidad.
Carlos Arturo Caicedo Licona cumplió
75 años en agosto pasado. Historias de
mi barrio
fue publicado hace más de 30 años y está compuesto por 9 relatos inspirados en
memorias juveniles de Carlos Arturo y sus amigos del barrio de su vida, el
Pandeyuca, de Quibdó; el cual es convertido en universo y territorio vital, con
una geografía de hitos tan reconocibles como los individuos que la habitan, la
pueblan, la ocupan, le infunden vida, una vida tan real como la materia de
estos relatos y tan verosímil como los hechos en los cuales están basados.
¡A su salud, Maestro
Licona!
1
ESCALADORES
DE COCOTEROS
El 5 de enero de 1960, se celebró en el
Barrio Pandeyuca un concurso para escoger el mejor trepador de palmeras Alto
Pacífico. Los escaladores debieron probar su destreza subiendo la palma que
sembró con su propia mano el flautista Melchor Murillo cuando cumplió 10 años
de edad; dicha palmera sobrepasaba ya los 45 metros de altura.
Para facilitar que subiera la tensión de
las apuestas, declararon fuera de concurso al dueño de las alturas del barrio y
de Quibdó, el gran Chungulito –Félix Rivas Martínez- y, para desagraviarlo, lo
declararon juez de la competencia.
Contra lo que esperábamos, se inscribieron
seis duros: el cojo Jorge Isaac, Muelengue, Toni Salamandra, Pacho Maturana,
José Cuesta y Gustavo Restrepo. Cada uno escogió desde la navidad pasada su
entrenador y cada entrenador enseñó a su pupilo la treta que aprendió de
Chungulito; y así tenía que ser, porque una cosa es trepar, mi hermano, un palo
de 10 metros, hazaña que cualquier muchacho del río corona con éxito, y otra
cosa es pasar 20 metros de escalada sin mareos ni ya me caigo, hasta llegar a
las altas cumbres de los cocoteros eternos.
Sabiamente, Gustavo Restrepo, nuestro
favorito, en vez de escoger un entrenador particular, designó como tal a toda
la gallada de Panamasito.
–Tomá todas las mañanas un trisito -ñingrí-
de sal en ayunas para evitar los calambres, enseñó Lincol Candelo.
–El aspirante a escalador de cocoteros come
bien, dijo Pepe Durán, mientras lo jalaba pa’el pampón de Ana Raquel Chaves a
cazar con hondas -caucheras- pájaros de una onza, concediendo preferencia al
titiribí, azulejo, arrocero y sangre de toro, que asaron por docenas en la
parrilla de Foto-Moreno y banquetearon en la esquina de la Sexta haciéndonos
fiero por pendejos.
–Si no completás con guabina, cocó y roízo
de esta charca no pasás de un metro –dijo Toni Salamandra-, cuñando con que
estos animalitos del agua tienen calcio y fósforo, necesarios en cuerpos sanos.
Pero, fue Abrahán Arias -Pata de Gallo-
quien aportó el consejo más acertado: Lo que no mata, engorda; buenos son los
animales que vuelan y los que nadan, pero no deben faltar los de tierra; y si
comemos guaguas del monte, que no sabemos qué comen, y tragamos sin pensar
iguanas y chochoras asadas, por qué no se pueden comer los limpiacasas, que son
del mismo género y sangre…
Gustavo Restrepo, obediente a sus asesores
de Panamasito, probó todas las tardes suculentos banquetes y, para ensartar las
presas, usó las herramientas más sofisticadas, desde cuchillos de mesa y
tenedores con mango de plata hasta horquetillas de guayabo y espinas de
chontaduro jecho.
El día del concurso, el barrio amaneció
revuelto. Favorito de otros fue el cojo Jorge Isaac. Nos metió miedo en el
cuerpo, no únicamente por ser entrenado por Isaías Córdoba -Don Chá-, sino
porque en las tres últimas tardes recitó en público para que todos oyéramos la
oración del Ánima Sola.
Gustavo, nuestro favorito, llegó a casa de
la familia Cuesta-Porras a la hora exacta, 9 de la mañana. Y en el sorteo de
cara o sello le correspondió escalar el último.
Unos tras otros fracasaron en el empeño
bajo la cortina de rechiflas de jóvenes y viejos. El Chungulo recibió al
concursante abatido, le secó el sudor del torso, pasó por las peladuras su mano
empavonada de sal, diciéndole al oído: “si me das cinco pesos, te enseño la
oración de la araña y el año que viene ganás esto”.
Finalmente correspondió el turno a Gustavo
Restrepo, hijo de Mamá Chón y de Papá Alonso. Recorrió los primeros 10 metros
al estilo rana, los 10 metros siguientes cambió por el estilo gato y hundiendo
sus uñas en la corteza de la palma escuchó ovación ensordecedora, pues los
últimos 25 metros estaba rematándolos con el estilo infalible de los monos; y
así se nos perdió de vista en el alto copo de la palma, oculto en la fragancia
natural de sus frutos y de sus hojas… De pronto, silencio… ¡Nada!
Entonces, Quiko Cuesta caminó hasta el pie
de la palmera y haciendo con ambas manos visera escrutó la copa y nos lo mostró
allí, lívido, desgonzado sobre un gajo de cocos, venciendo las leyes de la
física, completamente desmayado.
Ahí se acabó la fiesta. Si no interviene
Chungulito, perdemos a Gustavo. Mientras que los viejos arrodillados rezaron lo
que sabían para que disminuyera esa brisa norte que empezó a inclinar la
palmera. El Chungulo en tres minutos trepó y llegó donde el muchacho y lo
deslizó cuesta abajo, amarrado a una cuerda y metido dentro de un costal, como
gato.
Como el hombre permaneció en cama tres días
con fiebre alta, don Alonso hizo venir a un médico para que despejara el caso.
Y el hombre de ciencia despachó la cosa diciendo que este muchacho está
empachado por comer alimañas y musarañas de la selva. Para salvarlo, le dio un
purgante como para dejar sin parásitos a un hombre de 80 años.
Sólo cuando él sanó conocimos su íntimo
secreto de que también había ingerido, en vísperas del concurso, un plato de
libélulas tostadas.
Carlos Arturo Caicedo Licona en el Malecón de Quibdó, en 2007, fotografiado por León Darío Peláez.
Y algunos de sus libros publicados.
2
DUELO DE MENTIROSOS
Aristides Buendía, Gabriel Restrepo y Jorge
Perea Rivas se enfrentaron en un diciembre para finiquitar de una vez por todas
quién de los tres era el mayor embustero del barrio.
Horas antes de iniciar la función, cantamos
sentados en ruedas concéntricas “Alicia la campesina”, al calor de los cueros
de la timba de Mianmco, hijo de Escolástica Conto, la vocinglera sublime del
barrio, en cuyo patio nos encontramos escuchando el abrebocas de quienes
conversaron con el diablo, comieron con el indio de agua, jugaron vacas locas
con la patasola o eran amigos personales del duende, en este caso, Jorge Perea
Rivas -Totío-, quien tenía el uso de la palabra.
El cojo Jorge Isaac, intentando aguarle la
fiesta a Totío, disparó esta pregunta: Si sos tan amigo del duende, decinos
cómo viste y dónde duerme. Entonces, Totío entornó el único ojo que dejaba
abierto en encrucijadas y respondió de pronto, así no más: El duende soy yo
mismo. Ayer me pidió que le prestara mi cuerpo para asistir a este concurso sin
que ustedes se asustaran.
Risas, más risas…
-Ahora sí me toca -dijo Aristides Buendía-.
Todos ustedes saben que mi papá es el mejor joyero de Quibdó. Todos ustedes
saben que eso no es mentira. Pero, lo que no saben es que ayer lo vi estirando
oro sin ayuda de laminador, hilera o disco, como tampoco ácidos o yerbas. Lo vi
haciendo un alambre de oro con sus propias manos, lo vi después partirlo en
pedacitos con sus uñas y armar una hermosa rosa de oro con las yemas de sus
dedos. Como sé que ustedes no me van a creer, tengo un testigo: San Francisco
de Asís, ante cuya imagen hizo esto Juvenal Buendía, mi padre, apenas
encomendándose a Dios y mirando la imagen sin pestañear…
Cuando Aristides regresó a su puesto en la
rueda, dibujando en su rostro una huella triunfal, se levantó la espiga de
Gabriel Restrepo, medio rico, y al claro de la luna llena nos soltó esta:
-Mi papá, que todos saben es ingeniero, el
mejor del Ministerio de Minas de Colombia, construyó una laguna en el patio de
la casa y empezó a criar en sus aguas una ballena, mucho antes de nacer yo.
Pues bien, muchachos, ese animal, aprovechando las aguas subterráneas, terminó
de criarse bajo tierra y ahora es tan grande que la cabeza es como si empezara
en este barrio, la boca estuviera en El 18, los ojos en Ciudad Bolívar y el
sifón de espiráculos por donde bota surtidores de vapor de agua en el barrio
Manrique, de Medellín…
Silencio…
Como nadie soltó un jijí, apretó la cara y
terminó diciendo: El que no me crea que pregunte si no es cuando ese animal se mueve
que se producen deslizamientos de tierra en algunos tramos de la carretera
Medellín-Quibdó…
Silencio…