lunes, 28 de septiembre de 2020

 Zully Murillo

Zully Murillo en el concierto inaugural del Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez.
Imagen tomada de la transmisión de Telepacífico. Foto: Julio César U. H
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Cuando Zully Murillo canta, cuenta cuentos cantados y es tal la fluidez de su límpida voz, que de ella parecieran brotar uno a uno, a torrentes, todos los ríos que pueblan esa nación de agua y selva que es el territorio afropacífico de Colombia.

Los cuentos contados cantados de Zully Murillo lo transportan a uno –en champa, en potrillo, en canoa y hasta en balsa– a través de la historia cotidiana de las aldeas negras, de los caseríos orilleros, en los cuales la vida ha nacido miles de veces durante miles de noches, de los cuerpos de las mujeres y de la simiente de los hombres, en las manos sabias de las parteras que con la luz de una vela y la de sus propios ojos han alumbrado los alumbramientos que han contribuido a perpetuar las estirpes de las que Zully Murillo cuenta y canta con esa voz que cautiva por su cadencia de marea suave, por su frescura de quebrada repentina en la mitad del monte, por su colorido abundante de semilla de marañón tapizando las orillas del Atrato.

Zully Murillo es una narradora innata en cada una de cuyas letras discurren la magia y el embrujo de los cuentos eternos y elementales de las abuelas negras que -en las noches frescas de luna llena o en las tempestuosas de aguacero eterno- embelesan a los niños en los villorrios del Atrato, el San Juan o el Baudó, Andágueda o Capá, Naya y Telembí, Timbiquí o el Saija, Mira, Iscuandé y Tapaje, Ichó, Tutunendo y Neguá, Bubuey y Buey, Raposo, Cajambre y Mayorquín, Naya, Escalerete y Yurumanguí, Bebará o el Munguidó, el Arquía o el Bebaramá, Satinga, Sanquianga, Patía y Tapaje, Condoto, San Pablo, Tanando o Iró. La misma magia y el mismo embrujo que, oyéndola contar sus cuentos cantados, hacen que uno evoque los cantos de amor de las ballenas enamoradas que hasta las mares chocoanas llegan cada año a consumar su amor o a parir los frutos del que consumado ya fue.

Foto: Alcaldía de Cali

Así, tal cual, ataviada con una falda del tamaño de una ciénaga -sobre la cual los productores de Telepacífico hicieron prodigios estéticos, con animaciones logradas mediante video mapping- Zully Murillo protagonizó el concierto inaugural de la XXIV versión del Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez, en la noche del jueves 24 de septiembre de 2020, el año de la pandémica virtualidad a la cual también se vio obligado el festival. Acompañada por una solícita y exquisita Orquesta Filarmónica de Cali, que lució bastante cómoda en la ejecución y alegre de presencia; Zully Murillo estuvo deslumbrante en este histórico concierto, que fue la mejor manera que el Petronio encontró de homenajear a esta grandiosa mujer que más a la altura de la ocasión no habría podido estar.

Foto: Julio César U. H.

La fuerza sincera y profunda de su mirada, el contoneo sutil de su talle y sus caderas, la espontánea expresividad de su cara, la delicada cadencia de sus manos y la riqueza de las palabras con las que Zully Murillo fue entretejiendo sus canciones hasta volverlas parte de una sola historia, fueron complemento perfecto para los matices tenues de su voz precisa como el cambio de puja a quiebra en el pacífico litoral, de su voz llana como la planicie cenagosa del Atrato inmenso, de su voz elocuente como los conciertos de pájaros en las madrugadas de la manigua.

Fue evidente, para quienes desde nuestras casas asistimos a este inolvidable concierto, que cada palabra, cada nota, cada gesto, cada mirada y cada movimiento, en esa noche, le salieron del fondo del alma a Zully Murillo, “una mujer nacida a orillas del Atrato, Departamento del Chocó”, como en el momento de la despedida se autodefinió.

Cuentos contados cantados, de Zully Murillo (2001)


lunes, 21 de septiembre de 2020

 

2 Historias de mi barrio,

de Carlos Arturo Caicedo Licona 

Portada y contraportada (presentación del Maestro César E. Rivas Lara) 
de Historias de mi barrio, publicado en 1988.

Estos dos relatos, tomados de su libro Historias de mi barrio[1], son una muestra más de la excelsa calidad narrativa de Carlos Arturo Caicedo Licona, uno de los más grandes escritores de la región chocoana, quien es también autor de la que podría considerarse como la novela más relevante de la literatura chocoana: Glosa paseada bajo el fuego y la lluvia, a la que en El Guarengue hemos considerado como el relato épico de la chocoanidad[2].

 

Carlos Arturo Caicedo Licona cumplió 75 años en agosto pasado. Historias de mi barrio fue publicado hace más de 30 años y está compuesto por 9 relatos inspirados en memorias juveniles de Carlos Arturo y sus amigos del barrio de su vida, el Pandeyuca, de Quibdó; el cual es convertido en universo y territorio vital, con una geografía de hitos tan reconocibles como los individuos que la habitan, la pueblan, la ocupan, le infunden vida, una vida tan real como la materia de estos relatos y tan verosímil como los hechos en los cuales están basados.

 

¡A su salud, Maestro Licona!

 

 

1

ESCALADORES DE COCOTEROS

El 5 de enero de 1960, se celebró en el Barrio Pandeyuca un concurso para escoger el mejor trepador de palmeras Alto Pacífico. Los escaladores debieron probar su destreza subiendo la palma que sembró con su propia mano el flautista Melchor Murillo cuando cumplió 10 años de edad; dicha palmera sobrepasaba ya los 45 metros de altura.

Para facilitar que subiera la tensión de las apuestas, declararon fuera de concurso al dueño de las alturas del barrio y de Quibdó, el gran Chungulito –Félix Rivas Martínez- y, para desagraviarlo, lo declararon juez de la competencia.

Contra lo que esperábamos, se inscribieron seis duros: el cojo Jorge Isaac, Muelengue, Toni Salamandra, Pacho Maturana, José Cuesta y Gustavo Restrepo. Cada uno escogió desde la navidad pasada su entrenador y cada entrenador enseñó a su pupilo la treta que aprendió de Chungulito; y así tenía que ser, porque una cosa es trepar, mi hermano, un palo de 10 metros, hazaña que cualquier muchacho del río corona con éxito, y otra cosa es pasar 20 metros de escalada sin mareos ni ya me caigo, hasta llegar a las altas cumbres de los cocoteros eternos.

Sabiamente, Gustavo Restrepo, nuestro favorito, en vez de escoger un entrenador particular, designó como tal a toda la gallada de Panamasito.

–Tomá todas las mañanas un trisito -ñingrí- de sal en ayunas para evitar los calambres, enseñó Lincol Candelo.

–El aspirante a escalador de cocoteros come bien, dijo Pepe Durán, mientras lo jalaba pa’el pampón de Ana Raquel Chaves a cazar con hondas -caucheras- pájaros de una onza, concediendo preferencia al titiribí, azulejo, arrocero y sangre de toro, que asaron por docenas en la parrilla de Foto-Moreno y banquetearon en la esquina de la Sexta haciéndonos fiero por pendejos.

–Si no completás con guabina, cocó y roízo de esta charca no pasás de un metro –dijo Toni Salamandra-, cuñando con que estos animalitos del agua tienen calcio y fósforo, necesarios en cuerpos sanos.

Pero, fue Abrahán Arias -Pata de Gallo- quien aportó el consejo más acertado: Lo que no mata, engorda; buenos son los animales que vuelan y los que nadan, pero no deben faltar los de tierra; y si comemos guaguas del monte, que no sabemos qué comen, y tragamos sin pensar iguanas y chochoras asadas, por qué no se pueden comer los limpiacasas, que son del mismo género y sangre…

Gustavo Restrepo, obediente a sus asesores de Panamasito, probó todas las tardes suculentos banquetes y, para ensartar las presas, usó las herramientas más sofisticadas, desde cuchillos de mesa y tenedores con mango de plata hasta horquetillas de guayabo y espinas de chontaduro jecho.

El día del concurso, el barrio amaneció revuelto. Favorito de otros fue el cojo Jorge Isaac. Nos metió miedo en el cuerpo, no únicamente por ser entrenado por Isaías Córdoba -Don Chá-, sino porque en las tres últimas tardes recitó en público para que todos oyéramos la oración del Ánima Sola.

Gustavo, nuestro favorito, llegó a casa de la familia Cuesta-Porras a la hora exacta, 9 de la mañana. Y en el sorteo de cara o sello le correspondió escalar el último.

Unos tras otros fracasaron en el empeño bajo la cortina de rechiflas de jóvenes y viejos. El Chungulo recibió al concursante abatido, le secó el sudor del torso, pasó por las peladuras su mano empavonada de sal, diciéndole al oído: “si me das cinco pesos, te enseño la oración de la araña y el año que viene ganás esto”.

Finalmente correspondió el turno a Gustavo Restrepo, hijo de Mamá Chón y de Papá Alonso. Recorrió los primeros 10 metros al estilo rana, los 10 metros siguientes cambió por el estilo gato y hundiendo sus uñas en la corteza de la palma escuchó ovación ensordecedora, pues los últimos 25 metros estaba rematándolos con el estilo infalible de los monos; y así se nos perdió de vista en el alto copo de la palma, oculto en la fragancia natural de sus frutos y de sus hojas… De pronto, silencio… ¡Nada!

Entonces, Quiko Cuesta caminó hasta el pie de la palmera y haciendo con ambas manos visera escrutó la copa y nos lo mostró allí, lívido, desgonzado sobre un gajo de cocos, venciendo las leyes de la física, completamente desmayado.

Ahí se acabó la fiesta. Si no interviene Chungulito, perdemos a Gustavo. Mientras que los viejos arrodillados rezaron lo que sabían para que disminuyera esa brisa norte que empezó a inclinar la palmera. El Chungulo en tres minutos trepó y llegó donde el muchacho y lo deslizó cuesta abajo, amarrado a una cuerda y metido dentro de un costal, como gato.

Como el hombre permaneció en cama tres días con fiebre alta, don Alonso hizo venir a un médico para que despejara el caso. Y el hombre de ciencia despachó la cosa diciendo que este muchacho está empachado por comer alimañas y musarañas de la selva. Para salvarlo, le dio un purgante como para dejar sin parásitos a un hombre de 80 años.

Sólo cuando él sanó conocimos su íntimo secreto de que también había ingerido, en vísperas del concurso, un plato de libélulas tostadas.

Carlos Arturo Caicedo Licona en el Malecón de Quibdó, en 2007, fotografiado por León Darío Peláez. 
Y algunos de sus libros publicados.

2

DUELO DE MENTIROSOS

Aristides Buendía, Gabriel Restrepo y Jorge Perea Rivas se enfrentaron en un diciembre para finiquitar de una vez por todas quién de los tres era el mayor embustero del barrio.

Horas antes de iniciar la función, cantamos sentados en ruedas concéntricas “Alicia la campesina”, al calor de los cueros de la timba de Mianmco, hijo de Escolástica Conto, la vocinglera sublime del barrio, en cuyo patio nos encontramos escuchando el abrebocas de quienes conversaron con el diablo, comieron con el indio de agua, jugaron vacas locas con la patasola o eran amigos personales del duende, en este caso, Jorge Perea Rivas -Totío-, quien tenía el uso de la palabra.

El cojo Jorge Isaac, intentando aguarle la fiesta a Totío, disparó esta pregunta: Si sos tan amigo del duende, decinos cómo viste y dónde duerme. Entonces, Totío entornó el único ojo que dejaba abierto en encrucijadas y respondió de pronto, así no más: El duende soy yo mismo. Ayer me pidió que le prestara mi cuerpo para asistir a este concurso sin que ustedes se asustaran.

Risas, más risas…

-Ahora sí me toca -dijo Aristides Buendía-. Todos ustedes saben que mi papá es el mejor joyero de Quibdó. Todos ustedes saben que eso no es mentira. Pero, lo que no saben es que ayer lo vi estirando oro sin ayuda de laminador, hilera o disco, como tampoco ácidos o yerbas. Lo vi haciendo un alambre de oro con sus propias manos, lo vi después partirlo en pedacitos con sus uñas y armar una hermosa rosa de oro con las yemas de sus dedos. Como sé que ustedes no me van a creer, tengo un testigo: San Francisco de Asís, ante cuya imagen hizo esto Juvenal Buendía, mi padre, apenas encomendándose a Dios y mirando la imagen sin pestañear…

Cuando Aristides regresó a su puesto en la rueda, dibujando en su rostro una huella triunfal, se levantó la espiga de Gabriel Restrepo, medio rico, y al claro de la luna llena nos soltó esta:

-Mi papá, que todos saben es ingeniero, el mejor del Ministerio de Minas de Colombia, construyó una laguna en el patio de la casa y empezó a criar en sus aguas una ballena, mucho antes de nacer yo. Pues bien, muchachos, ese animal, aprovechando las aguas subterráneas, terminó de criarse bajo tierra y ahora es tan grande que la cabeza es como si empezara en este barrio, la boca estuviera en El 18, los ojos en Ciudad Bolívar y el sifón de espiráculos por donde bota surtidores de vapor de agua en el barrio Manrique, de Medellín…

Silencio…

Como nadie soltó un jijí, apretó la cara y terminó diciendo: El que no me crea que pregunte si no es cuando ese animal se mueve que se producen deslizamientos de tierra en algunos tramos de la carretera Medellín-Quibdó…

Silencio…

 


[1] Caicedo Licona, Carlos Arturo. HISTORIAS DE MI BARRIO. Editorial Lealon, Medellín, marzo de 1988. 72 pp. Pág. 11-16 y 23-25.

[2] Ver nuestro artículo "Glosa paseada bajo el fuego y la lluvia" o el relato épico de la chocoanidad, en: https://miguarengue.blogspot.com/2019/04/glosa-paseada-bajo-el-fuego-y-la-lluvia.html

lunes, 14 de septiembre de 2020

 El Concejo dice no a Jairo Varela
Por Néstor Emilio Mosquera Perea
Septiembre 11 de 2020
 
Malecón de Quibdó. Foto: Julio César U. H.
El Profesor Millo, como se conoce popularmente en Quibdó a Néstor Emilio Mosquera Perea, fue maestro de varias generaciones, en el Colegio Carrasquilla y en la Universidad Tecnológica del Chocó. Quienes aprovecharon su sabiduría, aprendieron de él a mirar críticamente los hechos sociales y a analizar las cosas siempre en perspectiva histórica y dentro de contextos concretos y argumentados. La pedagogía sencilla, crítica y profunda del Profesor Millo es ya proverbial en la historia de la educación del Chocó durante los último 50 años.

Desde su enfoque histórico-crítico, el Profesor Millo nos ha enriquecido con una docena de textos publicados sobre temas epistemológicos, étnicos e históricos, y con su permanente y siempre valiosa opinión sobre los diversos asuntos de nuestro devenir como región chocoana. 

Así lo hace esta vez, ante la fervorosa controversia que ha suscitado la decisión del Concejo Municipal de Quibdó de no aprobar un proyecto de acuerdo destinado a bautizar el Malecón de Quibdó, a la orilla del río Atrato, con el nombre de Jairo Varela Martínez, el famoso músico que creara el Grupo Niche. 

Sorprendentemente, en la mañana de este lunes 14 de septiembre de 2020, “apareció” el Acuerdo Municipal 022, del 4 de septiembre de 2012, sancionado el 22 de septiembre por la entonces Alcaldesa, Zulia Mena García, mediante el cual ya se había decidido bautizar el malecón con el nombre de Jairo Varela Martínez; aunque en el texto del artículo primero del Acuerdo quedó mal escrito su primer apellido. Es insólito que, 8 años después, el Concejo de Quibdó tramite un proyecto de acuerdo para decidir sobre algo que ya estaba decidido y más insólito aún que decida algo diferente, sin considerar la decisión del acuerdo anterior, del cual -si a los hechos nos atenemos- los concejales actuales ni siquiera se acordaron.

Por su valor analítico, El Guarengue reproduce este escrito del Profesor Millo, que ha sido tomado de su página de Facebook:

Profesor Millo.
Foto:
https://www.facebook.com/
nestoremilio.mosqueraperea
1
Con lágrimas en los ojos, mi mujer, Luz América Delgado, me avisó de la negativa del Concejo de Quibdó de ponerle el nombre de Jairo Varela al Malecón de Quibdó. Nueve votos contra ocho. Sentí, más que dolor, vergüenza. Parecida al triunfo electoral del NO a la Paz.  Varela, fundador del Grupo Niche, sus creaciones alcanzaron fama mundial: Cali pachanguero, Atrateño, Buenaventura y caney, Gotas de lluvia, Una aventura, Sin sentimiento, etc. Hay una especial: “Mi pueblo natal”, según él, es un homenaje al Chocó.

Se inspiró en sus gentes y sus ríos. Reconoció que lo que es y cómo es, se lo debe al Chocó. En una entrevista para el periódico El Tiempo afirmó: “Yo provengo de una de las latitudes más pobres del mundo, donde se conjugan muchas cosas para uno pensar así y ser un poco taciturno. El cielo del Chocó es gris y eso lo condiciona a uno. Desde pequeño he visto mucha tristeza y hambre, tantas cosas en contra de un pueblo… Pero, al mismo tiempo, el Chocó tiene una gran herencia musical.  Eso ha hecho que lo mío tenga una marca muy original y pienso que Dios quiso que eso fuera así.

Reconoce que su tierra le dio las alas para volar por los cielos de la imaginación llevando el mensaje de la chocoanidad.  Pero, el Concejo, absurdamente, le ha negado un espacio simbólico en su Pueblo natal.  Eso obliga a una reflexión sobre el devenir de la identidad chocoana.

2
IDENTIDAD DE LA ELITE
La identidad no cae del cielo, se construye. La elite “blanca” la construyó. Por eso, fue hegemónica más de la mitad del siglo XX, en una sociedad pluriétnica.  Sabía el valor del simbolismo, del arte, la historia. Todo lo bautizaba con sus figuras representativas. A un colegio le pusieron Ricardo Carrasquilla; a la principal escuela, Jorge Valencia Lozano; a un barrio, César Conto; una calle, Heliodoro Rodríguez; el aeropuerto Álvaro Rey Zúñiga, el pueblo, después, prefirió llamarlo El Caraño. Hasta importaban ilustres, ejemplo, la Alameda Reyes (Rafael) quien, en 1907, como Presidente ordenó el asesinato de Manuel Saturio Valencia, poeta rebelde contra la discriminación.  Construían, pues, Identidad chocoana sin afroindígenas.

3
SEIS EXABRUPTOS AFROS
Pero, los afros despertaron, en parte por la acción política de Diego Luis Córdoba y en los sesenta se inicia una transición de poder y un proceso identitario.  En 1972, el escultor bogotano Luis Pinto colocó su busto en el Parque Centenario de Quibdó, a pocos metros del busto del insigne César Conto, inaugurado el 20 de julio de 1923. Los dos hijos de Neguá, representaban dos identidades chocoanas distintas. Lo reflejó un transeúnte con humor: “Como Córdoba era negro lo tienen llevando sol y agua y César Conto, blanco, está bien protegido”. Después, esta perspectiva reivindicó a Manuel Saturio Valencia, fusilado por el por complot de la élite. Sin embargo, fueron surgiendo, quizá por la enajenación sufrida, los siguientes exabruptos:

Primero. A la cárcel de Quibdó le colocan el nombre de la indígena Anayancy. Un exabrupto. Fue más un homenaje a Balboa, su amante, pues ella participó en el genocidio contra los indígenas del Darién chocoano. Segundo. Los negros fundan, en 1962, en Quibdó, una Normal Manuel Cañizales, nombre del esclavista “fundador” de la ciudad. Tercero, el Himno. De la imaginación de Miguel Vicente Garrido, negro, nace el Himno del Chocó, ejemplo grave de aculturación. Observamos la siguiente estrofa: “Carrasquilla y Mallarino / Holguin, Conto y Jorge Isaacs / son tus hijos más gloriosos” … Nadie escoge la cuna. Pero, puede asumir una posición frente a ella. Algunos del Himno la   negaron o soslayaron. El afamado periodista de la vieja elite, ABC, Reinaldo Valencia Lozano, por esas actitudes, se la pasó en los archivos buscando probar que Isaacs, Mallarino y Holguín eran chocoanos. Isaacs pidió que su tumba quedara en Medellín.  A pesar de los desaires, en el Himno del Chocó aparecen como “tus hijos más gloriosos”. Cuarto, Escudo del Chocó. Sin pudor, basado en el blasón concedido a Santa María la Antigua del Darién por el rey Carlos V, en 1515, se estampa en el escudo, sin importar que simboliza fidelidad y es insignia del poder español. No hay homenaje a Cemaco, Abenamachey, etc, que defendieron con sus vidas el territorio chocoano, sino al invasor. A través del escudo, seguimos como vasallos del imperio español. Quinto. En Quibdó, un barrio lleva el nombre de Álvaro Uribe, que iba a cercenar a Belén de Bajirá, y otros males; ¿No hay quibdoseño que lo merezca? ¡Qué exabrupto!  Sexto.  En septiembre de 2020, el poder afro, desde el Concejo, lapida a su hijo más representativo en la música y ese sí, glorioso: Varela. Se actuó como el alienado, que afirma lo que lo niega y niega lo que lo que lo puede afirmar. La elite que antecedió en eso no se equivocaba.

4
Los Estados y sociedades protegen sus artistas y creaciones porque son el patrimonio de identidad.  Miremos dos ejemplos. En Salvador, Bahía, Brasil, los personajes de Doña Flor y sus dos maridos, de Jorge Amado, denominan los sitios más emblemáticos de la ciudad, que se volvió polo turístico. La canción “Mi Buenaventura”, del porteño Petronio Álvarez, gestó la creación, el 9 de agosto de 1996, del Festival “Petronio Álvarez” en Cali, que se ha convertido en epicentro y convergencia del Pacífico. Surgió a raíz de un homenaje a autores vallecaucanos que lo excluyó; la reacción del gobernador del Valle fue crear el Festival en su nombre.

5
Los genios no nacen todos los días. Pero, cuando aparecen los destruimos. Es problema de identidad. A Varela, un ser superdisciplinado, austero, genio e hijo enamorado del Chocó, lo lapidamos, aún muerto. Cali, en cambio, honra su memoria con Museo y Plazoleta, como si fuera su hijo. Por eso se esfuma nuestra riqueza y los valores se van o se los llevan.

6
La extraña conducta se plasma en que las 300 instituciones educativas que tiene el Chocó ignoran a sus mejores y destacados valores. Ninguna lleva su nombre, exceptuase a Diego Luis y Ramón Lozano, de la Generación Dorada. Sipí ignoró a su hijo Rogerio Velásquez, Lloró a Adán Arriaga Andrade, Cértegui a Arnoldo Palacios. Prefieren santos, “conquistadores”, “fundadores” extranjeros, que no construyen identidad.  Antioquia, que no es boba, logró su propia santa, la Madre Laura.

7
El Concejo no es un tribunal ético. No es el recinto de Catón, sino de oscuras componendas y perfidias. Pero se da el lujo de flagelarlo.   Por eso, no entienden ni miden las consecuencias de lo hecho. No sopesan entre un presunto enriquecimiento ilícito, que negó existir la Procuraduría, en 1997, y la obra perenne de un genio. Éste trasciende infinitamente, mientras que sus detractores se hundirán en el sucio lodo de su mezquindad.

8
¿Qué hacer? Primero, el reconocimiento es un estímulo para que florezcan creadores y referentes. El Chocó es pluriétnico y multicultural, de ahí deben extraerse los valores, sin exclusión. Hay grandes figuras invisibilizadas: compositor Rubén Castro Torrijos, escritores: Carlos Arturo Truque (Condoto) Oscar Collazos (Bahía Solano), Gregorio Sánchez (Istmina), escultor de Riosucio Ricietl Vurkovitsky, etc. Segundo, es un imperativo reivindicar a Varela con su nombre y busto en el Malecón.  Al César lo que es del César. Lo del Concejo es un vergonzoso raponazo. Bien dijo el pintor español Pablo Picasso: negar un elogio, un reconocimiento, es quedarnos con algo que no nos pertenece.

Plazoleta Jairo Varela, Cali. Foto Twitter: @AlcaldiadeCali

lunes, 7 de septiembre de 2020


“Viva por siempre la Normal, madre de los institutores”[1]
Este 6 de septiembre se conmemoraron 84 años de existencia de la Escuela Normal Superior de Quibdó, que es una de las 137 instituciones educativas de su género que existen en Colombia y una de las 7 que hay en el Chocó. Solamente 3 departamentos del país no tienen Escuela Normal: San Andrés, Guainía y Guaviare.

Maestros inolvidables, entre otros que allí tuvimos, son:  Luis Carlos Mayo y Córdoba, Plinio Palacios Muriel, Enriqueta Chalá de Perea Aluma, Luz Amparo Mosquera, José Renán Chamorro, Tirso Quesada Martínez, Francisco Caicedo Matute, el Padre Rodrigo Maya Yepes, Camilo Caicedo, Edgar Moreno, Jesús Cuesta Porras (Envenenao), Guillermo Murillo y Gonzalo Moreno Lemos, nuestro magnífico Director de grupo durante 4 de los 6 años en la Normal. 

Inolvidable es también el gran Rector que tuvimos: Don Jorge Valencia Díaz, de tan grata memoria como Don Arnulfo Herrera Lenis, quien fuera el Director de la Escuela Anexa a la Normal cuando cursamos primaria con las maestras María Olga Mena de Calimeño (Olaya) y Bibiana Mena, y con el profesor Roger Hinestroza Moreno, a quien considero el mejor maestro que tuve durante toda mi vida estudiantil, incluyendo la educación superior.

Los integrantes del grupo de 25 estudiantes, a quienes la Escuela Normal Superior de Quibdó otorgó por primera vez el título de Maestros Bachilleres, fuimos el mismo salón –con dos o tres variaciones apenas- entre 1° y 6° (actualmente 6° a 11). Entre ellos, por lo menos 15, con ligeros cambios de grupo, hicimos juntos también los cinco años de primaria. Con dos de ellos, Jesús Alito Mena Ortiz y Adinel Chaverra Durán, cursé los once años en el mismo salón; con Rafael de Jesús Bolaños Henao y Jesús Alexis Moya Gamboa estudiamos 10 años juntos; con Jhalton Figueroa Rentería, 9 años... El último año fuimos 6º A y la lista, en el orden alfabético por apellidos y con los números con los que verificaban nuestra asistencia a clases, es la siguiente: 
  1. Asprilla Salcedo William
  2. Bolaños Henao Rafael de Jesús
  3. Córdoba Ampudia Jhon Alberto
  4. Chaverra Durán Adinel
  5. Figueroa Rentería Jhalton Abdón
  6. Flórez Cuesta Dagoberto
  7. García Osorio Luis Fernando
  8. González Tapias Saúl
  9. González Tapias Wilson
  10. Guerrero Córdoba Valentín Enoc
  11. Lemos Córdoba Jesús Wagner
  12. Machado Andrade Víctor Julio
  13. Mena Murillo Segundo
  14. Mena Ortiz Jesús Alito
  15. Moreno Moreno Dualber Benicio  
  16. Moreno Mosquera Melquisedec
  17. Moreno Serna Jesús Alberto[2]
  18. Mosquera Arce Jesús Erwin
  19. Moya Gamboa Jesús Alexis
  20. Palacios Romaña Fidelino
  21. Ramírez Mosquera José[3]
  22. Rentería Palacios Jairo
  23. Tréllez Moreno José Mosley
  24. Uribe Hermocillo Julio César
  25. Valdez Morantes Carlos Alberto.


Mosaico de los Primeros Maestros Bachilleres
graduados por la Escuela Normal
Superior de Quibdó. (JCUH)
Nuestro paso por la Escuela Normal Superior de Quibdó y nuestro grado quedaron grabados en un mosaico fotográfico, a la usanza de la época, el cual fue ejecutado por nuestro compañero José Mosley Tréllez, que era uno de los artistas del salón. Desafortunadamente para nosotros, el mosaico desapareció de la Normal. Su imagen se conserva gracias a una fotografía que el Director de Grupo, Gonzalo Moreno Lemos, mandó a hacer antes del grado, para que cada uno de nosotros la conservara de recuerdo, al igual que una reproducción del diploma. Varios de nosotros conservamos ambas fotos, laminadas, como en la época se acostumbraba.

Con mosaico o sin mosaico y aunque probablemente en la Normal nadie sepa de nosotros, como dice la última estrofa del Himno de nuestra querida institución: “Somos los normalistas / que alegres deseamos / felicidad para todos / en este día glorioso / que vivirá en nuestras almas”.

¡Viva la Normal!, gritábamos todos cuando terminábamos de cantar el himno.

Para José Ramírez, Serna y Don Cirilo Asprilla, in memoriam



[1] Dos primeras líneas de la primera estrofa del Himno a la Escuela Normal Superior de Quibdó, que fue compuesto por Armando Torres Perea.

[2] Fallecido el 15 de agosto de 2020.

[3] Fallecido en un accidente de tránsito en los años 90.