lunes, 24 de octubre de 2022

 Recuerdos del Incendio

*Así era la ciudad de Quibdó que destruyó el incendio del 26 de octubre de 1966. FOTO: Archivo fotográfico y fílmico del Chocó.

“Yo sé que cuando Quibdó desaparezca de las primeras páginas de los periódicos, de la pantalla de televisión, y la desgracia no sea más una noticia para la avidez y el sentimentalismo del público, entonces el Chocó volverá a desaparecer del mapa, cercenado, condenado a su negritud sin porvenir. Un manto de indiferencia y olvido caerá inexorable, con sus lluvias eternas, sobre la desolación de ese territorio.

 

Nadie volverá a pensar en Quibdó, en su pobreza, en su desamparo. Y esa indiferencia futura —y no sus escombros— es lo que constituye para mí el drama de su situación actual; que el Chocó es un drama eterno. El de antes del incendio, el de después, el de siempre. Y ese drama, hermano, no se resolverá con una estera de caridad, ni con un tarrito de leche Klim, ni con un recital nadaísta. Porque después de la estera y del tarrito de leche, ¿qué? Ese es el problema: lo que vendrá. O sea, la impunidad del hambre, la desesperación, la negra nada”. 

Gonzalo Arango, noviembre de 1966.[1] 

Cincuenta y seis años, toda una vida, se cumplen pasado mañana de aquel incendio que durante por lo menos ocho horas continuas consumió a Quibdó de sur a norte, desde la cabecera del pueblo hasta las inmediaciones del templo parroquial, que para entonces aún no estaba consagrado como catedral; en la noche del 26 de octubre de 1966, que fue una noche más bien oscura, aunque sin signo alguno de lluvia.

El famoso periodista Carlos Díaz Carrasco (El Mono Díaz) resumió así el recorrido del incendio y la visión que a los ojos del aterrado caminante ofrecía Quibdó al otro día:

“Las llamas iniciaron su avasallador paso por el almacén de Crescencio Maturana, ubicado en la parte sur de la Carrera Primera (Cabecera) y consumieron todo lo que encontraron hacia las carreras Segunda, Tercera y Cuarta (Yesquita) hasta la esquina de la Calle 25 con la Carrera Primera. El incendio duró hasta las 7 de la mañana del día 27. El espectáculo era dantesco, sólo escombros humeantes alteraban el triste panorama y unas personas apostadas en la zona miraban con tristeza en lo que habían quedado sus patrimonios después de tantos años de trabajo honesto”[2].

En su alocución del jueves 27 de octubre en la noche, a través de la Radiodifusora Nacional, Carlos Lleras Restrepo, quien aún no cumplía ni tres meses como presidente de Colombia, informó al país sobre lo ocurrido: “Cerca de una tercera parte de la población de Quibdó ha quedado destruida, y en esa parte están comprendidos los principales edificios públicos: la Gobernación, el edificio de telecomunicaciones, los juzgados, etc.”[3]. Los estragos ocasionados por el incendio abarcaron también el área comercial, fabril y portuaria de la ciudad, y una significativa parte del área residencial, en donde vivían decenas de familias ampliamente conocidas y cuyas casas, en la gran mayoría de los casos, eran referentes e hitos de la nomenclatura urbana.

Un inventario de damnificados de aquel incendio, hecho por Armando Mosquera Aguilar, de memoria y a ojo e incluyendo indistintamente edificaciones, comercios y familias, es el siguiente:

“Familias conocidas lo perdieron todo. La heladería de Reinaldo Valencia, en la vía a San Vicente; la carnicería del paisa Parra; el aserradero de Pompeyo Paz; la tienda de Rafael Martínez (Colorado); el edificio y negocio de los Bechara; la farmacia de Jota Jota Jaramillo; el negocio de José Martínez; el cucurucho de Remojao; la familia de Gilberto Cano; la familia Henao; el negocio del Ñato Aquileo; el depósito La Confianza; la plaza de mercado; el hotel San Judas, de Miguel Toral y Carlota Murillo; la familia Zúñiga (callejón de la Paz); los negocios de Fernando Ramírez (Blanco y Negro); el hotel San Juan; Almacén La Prendería, de Tulio Rivera Vélez; almacén de Raúl Cañadas; compraventa de oro de Luis Vivas; librería y papelería Santacoloma; almacén Londres, de Luis Mosquera Aguilar (Carbonerito); el Palacio Nacional; el Palacio Intendencial; almacén Teflores, de Pastor Mosquera Aguilar; el Café Bola Roja; almacén Mi Casita, de Amelia Barrios Ferrer; la familia Arrunátegui; la familia Díaz Paz; almacén de Arnoldo López; almacén de los Valladares Osorio; almacén Familiar, de Vendo-Vendo; la bodega de Adriano Rivas, Panadería El Paisa; bodega de Epifanio Álvarez, negocio de Pedro Abdo García; tienda de Luis Ignacio Bejarano Benítez; la Choricería; Café Andágueda; Teatro y Heladería Quibdó; Almacén Gentleman, de Belisario Valencia (Chúpela); Almacén María, que administraba el profesor Heraclio Sánchez; almacén de Roberto Valdez; negocio de Pedro Porras; farmacia de Víctor Hugo Lozano; bodega de Calixto Castillo; trilladora de maíz del paisa Pacho; familia Osorio Dualiby; familia del paisa Tiberio Rivera; familia Posso; familia Barcha; familia García Ayala; y una veintena más de negocios y casas con algunos pequeños rebusques, que había en el Voladero de las Pavas y los puertos Platanero y del Chere”[4].

Área de la ciudad totalmente destruida por el incendio. FOTOS: Archivo fotográfico y fílmico del Chocó.

Mientras cosía en su máquina Singer, de pedal y mueble antiguos, de cuatro cajones -dos por lado- y en la mitad una gaveta con tres compartimientos; con una tapa que además servía como mesa de costura y plano de sostén de la tela o prenda que al momento se estuviera cosiendo, mi mamá lamentó docenas de veces aquel incendio descomunal. Sus ojos y los de sus amigas de toda la vida, como Marina Mejía, Astrid Henao y Zulma Morantes, se encharcaban cada vez que se encontraban y de la tragedia hablaban. A instancias del presidente Lleras Restrepo, el país conmovido hizo donaciones en efectivo a un Fondo de Remodelación de Quibdó creado por ley, así como donaciones en especie y en servicios de atención médica, que fueron llegando en aviones militares desde Bogotá; en camiones desde Medellín; y en barcos de cabotaje y lanchas de carga desde Cartagena, a través del río Atrato. El incendio de la capital del Departamento del Chocó, gobernado entonces por el Ingeniero civil y de minas Ramón Mosquera Rivas, ilustre hijo de Istmina e integrante de aquella pléyade de profesionales de la región que la reivindicaron en todos los ámbitos de la nación, fue noticia nacional durante varios días e incluso hasta esta orilla del Atrato llegaron corresponsales y fotógrafos para documentar el desastre. Esto no sucedía desde aquella ocasión en la que Gabriel García Márquez, para entonces periodista de El Espectador, vino a informar sobre el movimiento de protesta contra la desmembración del departamento que el General Rojas Pinilla -aupado por los interesados vecinos del Chocó- había decidido desde su despacho en Bogotá .

La ciudad entera era presa de la desolación y el desconcierto. Hermanos en la desdicha, los quibdoseños aún lloraban cuando amaneció el otro día, con lágrimas o sin ellas, contemplando las ruinas que todavía humeaban después de que las llamas se habían extinguido por sí solas, cuando no encontraron a su paso nada más por consumir y una leve llovizna en la madrugada aplacó un poco la temperatura. Ni San Pacho bendito, “nuestro padre y protector”, que a principios de siglo había obligado a las llamas de otro incendio a zambullirse en las aguas del río Atrato hasta desaparecer, había podido hacer nada para detener la desgracia esta vez. Quizás porque, como lo seguían afirmando algunos, Quibdó estaba pagando la maldición de un cura, proferida con todo el encono posible en la procesión solemne del 4 de octubre anterior.

Durante varios días, por lo menos la primera semana, nadie en sus cabales atinaba a saber qué hacer. Los adultos salían sin rumbo fijo a las calles, a deambular y contemplar nuevamente las ruinas del pueblo de su vida. Los niños jugábamos en donde podíamos, excavando el suelo con pedazos de palo dizque para ver si nos encontrábamos alguna moneda entre los escombros. La gente vivía con la sensación de haber perdido algo entrañable, así no hubiera perdido nada porque no tenía nada que perder o porque su casa quedaba tan lejos de las llamas que habría sido imposible daño alguno. Era la sensación, como lo oí decir en una conversación de gente mayor, un mes largo después del incendio, de saber que lo que se había quemado era parte de su historia y quizás nunca volvería a ser como antes fue. Calles, aceras, casas de madera de dos y tres plantas y llamativos balcones, tiendas y boticas, cacharrerías y cantinas, edificios públicos y puertos, de los que muchas veces no existía ni siquiera una foto completa para poderlos recordar más allá de la siempre huidiza memoria, conformaban el rápido inventario de aquel desamparo.

La Navidad de ese año fue una de la más tristes que la gente de entonces recordó el resto de su vida. En la noche del 24 de diciembre, al templo parroquial no le cabía un alma más. Devotos y no tan devotos se conmovieron oyendo un extracto del libro del profeta Isaías que tomaron como propio: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande”. Nunca antes el “Gloria a Dios en el cielo” y la proclama de que había nacido un salvador tuvo tanto sentido para la multitud conmovida que abarrotaba la iglesia y sus alrededores y que al final de la misa prorrumpió en un aplauso espontáneo. Media hora o más duró la despedida, a la salida del templo, de aquellos hombres y aquellas mujeres que no deseaban más que regresar, si fuera posible, a una vida sin los estragos del incendio.

Con la entrada del año nuevo, el panorama empezó a aclararse en cuanto a lo que haría el gobierno nacional por la ciudad y por los damnificados del incendio. El 17 de enero de 1967, el Congreso Nacional, presidido entonces por Manuel Mosquera Garcés, cuya familia también había sufrido los estragos de este infortunio, aprobó la ley primera de ese año, “por la cual se provee a la reconstrucción de las zonas devastadas por el incendio de Quibdó, y la ayuda a los damnificados por este mismo suceso”. Ocho días después, el 25 de enero, la ley fue sancionada por el presidente Lleras Restrepo, quien la firmó junto a sus ministros Abdón Espinosa Valderrama, de Hacienda y Crédito Público, y Misael Pastrana Borrero, de Gobierno. Escritas estaban en la ley todas las previsiones necesarias para el otorgamiento de créditos de vivienda, el reconocimiento de ayudas y subsidios, y otra serie de medidas para lo que el texto llamaba la remodelación de Quibdó.

Aunque gran parte de la remodelación se cumplió, no fue posible que Quibdó renaciera de sus ruinas y se levantara, así fuera con unacara nueva , para renovar sus viejas glorias. Más bien, y como si se tratara de un incendio sin llamas, lo que quedaba de la vieja ciudad fue desapareciendo y convirtiéndose en un inmenso, desordenado y sucio mercado en el que vivir ya no es posible y adonde solamente se va a comprar o a vender. La antigua arquitectura, de madera o de cemento, fue demolida estrepitosamente para darle paso a una cantidad absurda de esperpentos y adefesios sobre los que nadie con autoridad dice nada: cajones de cemento que más feos no podrían ser y de tantos pisos de altura como la cantidad de plata disponible le permita a los nuevos dueños de la ciudad construir.

Quizás únicamente la entrañable profundidad de un fado o la tristeza de un alabao podrían describir a cabalidad la tristeza inmensa que del pueblo quibdoseño de la época se apoderó durante tanto tiempo, desde aquella noche del 26 de octubre de 1966. Y su desolación al ver que, con el paso de los años, ni siquiera las ilusiones volvieron a nacer, pues -sin que mediara el menor pudor- metro a metro la ciudad pasó a manos de otros dueños cuyo emblema son sus negocios y ganancias individuales, y no el bien común que se edifica sobre los sueños.

Escenas del incendio de Quibdó en la noche del 26 de octubre de 1966. Abajo a la derecha, escena de la mañana del 27 de octubre. FOTOS: Archivo fotográfico y fílmico del Chocó.


[1] Arango Gonzalo. Chocó en llamas. Cromos N° 2.565. Bogotá, noviembre 28 de 1966, pp. 10-12. En: https://www.gonzaloarango.com/ideas/choco-en-llamas.html

[2] Carlos Díaz Carrasco. Monerías. Hechos y personajes. CD, sin fecha. Corte 6: El incendio de Quibdó.

[3] Alocución del Presidente de la República Carlos Lleras Restrepo a propósito del incendio del 26 de octubre de 1996 en Quibdó. En: https://www.senalmemoria.co/la-voz-del-poder/carlos-alberto-lleras-restrepo

[4] Mosquera Aguilar, Armando. Octubre 26 de 1966: “Incendio, incendio, se quema Quibdó”. Chocó 7 días, 30 de noviembre de 2020. https://choco7dias.com/octubre-26-de-1966-incendio-incendio-se-quema-quibdo/ La cita es textual, con excepción de la puntuación, que fue ajustada para mayor comprensión del listado.

10 comentarios:

  1. Excelente crónica de un hecho del qué fuí testigo a mis 8 años, casi 9

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  2. No lo olvidaré nunca porque es la fecha de mi cumpleaños y a las 10 de la noche que estaba en cine con mi mamá, cuando salimos fue a correr porque ya se veían las llamas en la cabecera, terrible noche

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    1. De acuerdo, fue una terrible noche: el fuego arrasó con lo de todos y lo de cada uno.

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  3. Recuero imborrable.Asisti comp delegado de la Cruz Roja del Atlantico, con ayudas materiales y un equipo medico.

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    1. Me imagino la cantidad de recuerdos que tiene sobre esta tragedia. Saludos.

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  4. ......TRAGEDIA QUE ESPEREMOS NO SE REPITA,FUIMOS DAMNIFICADOS TODOS EN ABSOLUTO......HOY TENEMOS UNA CATÁSTROFE DONDE LAS CAUSAS Y CONSECUENCIAS SON INIMAGINABLES.....LA CORRUPCIÓN, EL HAMPAY LO QUE ES PEOR EL DESINTERÉS DE TODOS......DEBEMOS DESPERTAR Y UNIRNOS EN UNA SOLA VOZ EN BIEN DE ESE GRAN PUEBLO MÍ PUEBLO....VIVA EL CHOCO

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    1. Gracias por su lectura y comentario. Sí, hace falta encontrar caminos ciertos para nuestro futuro común como pueblo.

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  5. Recuerdo en mi memoria de niña, pues ese 26 de octubre cumplí 3 años, las intimidadoras llamas, que impidieron una transición social pausada, en mi amado Quibdó.

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