El abogado de los indígenas
del Chocó
Memoria de Jairo Velásquez
-Primera Parte-
★Santiago Salazar (expresidente de ACADESAN), Luz Dary Gil (Misionera de la Madre Laura) y Jairo Velásquez. FOTO: cortesía ACADESAN. Collage: El Guarengue. |
Cuando supo de su muerte, Carlos Rosero, insigne e histórico pensador, líder y dirigente de los procesos afrocolombianos desde el PCN (Proceso de Comunidades Negras), no dudó en decir que cuando fuéramos a escribir la historia del pueblo negro de Colombia tuviéramos cuidado, para que no se nos fuera olvidar incluir el nombre y la trayectoria de Jairo Velásquez. En un mensaje de pésame dirigido a la familia, especialmente a sus hijos, la Asociación Orewa del Chocó destacó de Jairo Velásquez “que gran parte de su vida la entregó a la lucha de los pueblos indígenas de este departamento”. Y en el mismo sentido, la Federación de asociaciones de cabildos indígenas del Chocó, FEDEOREWA, expresó: “en su memoria rendimos tributo por todo el aporte que realizó en el fortalecimiento de nuestra organización madre, la antigua OREWA, a la cual acompañó incansablemente como asesor en sus procesos de lucha para consolidar el movimiento indígena en el Chocó”.
Por su parte, “con profundo afecto y solidaridad”, el Consejo Comunitario General del San Juan, ACADESAN, de cuya historia fue uno de los parteros, escribió: “Jairo deja una huella imborrable en nuestras vidas y en la historia de ACADESAN. Recordemos sus contribuciones y el impacto positivo que tuvo en todos nosotros. Que su legado nos inspire a seguir adelante y a trabajar juntos para mantener vivo su espíritu de colaboración y servicio”.
“El que sacaba a los indios de la cárcel”
Cuando Jairo Velásquez se vinculó al Chocó, los indígenas del departamento no pasaban de ser los “cholos”, de cuyas parumas y guayucos, collares y candongas, brazaletes y narigueras, desnudeces, lenguas y borracheras, todo el mundo se burlaba. El racismo contra los indígenas llegaba a tal punto que, como una especie de institucionalización del menosprecio y el lugar subordinado que en la pirámide social chocoana ocupaban hasta el último cuarto del siglo XX; la institucionalidad pública, la iglesia y la sociedad quibdoseña realizaban cada año la denominada Fiesta del Indio. “Insidiosamente inducidos al consumo desenfrenado de licor, indígenas que habían sido traídos desde diversos lugares del Chocó, eran reunidos en el parque principal de Quibdó -al final de la semana santa católica- para convertirlos en reyes de burlas, mediante su participación en juegos y concursos, y para entregarles al final unas cuantas baratijas y regalos”[2].
Este momento inicial de la relación de Jairo Velásquez con los pueblos indígenas del Chocó es relatado por Jairo Miguel Guerra, quien para entonces era misionero claretiano y formaba parte del Centro de Pastoral Indígena, CPI, que había sido fundado por esta congregación, cuyo Superior Provincial de entonces -Gonzalo de la Torre- promovería un vuelco total en la manera de interactuar con estos pueblos:
“Cuando
nos encontramos al principio, por allá en los años 1975, Jairo Velásquez era el
abogado defensor de los indios. Él aún no vivía en el Chocó, él ocasionalmente
iba al Chocó y él era quien sacaba a los indígenas que metían a la cárcel;
sobre todo los que metían a la cárcel por peleas en las Fiestas del Indio,
donde se apuñalaban y se agredían; entonces los metían a la cárcel y él se
encargaba de sacarlos; él iba y los defendía y los sacaba… Todavía no existía
esa ley de justicia propia, que los mandan a pagar pena a los resguardos. No,
él los sacaba como un ciudadano común y corriente. Pero, era impresionante la
manera de argumentar, porque indígena que él encontraba en la cárcel, él lo
sacaba. Yo no sé cómo hacía; pero, él argumentaba cosas y sacaba a esos
indígenas de allá de la cárcel y los mandaba a sus comunidades… Ese, digamos,
fue como el primer proceso en el que yo me encontré con Jairo, muy ligado a la
terminación de la Fiesta del Indio, en la cual participaron muy directamente
tanto el padre Gonzalo de la Torre, como el Padre Héctor Castrillón y el Padre
Rafael Figueroa”[3].
Pocos años pasaron para que -suprimida la oprobiosa fiesta, que de fiesta nada tenía- el incesante trabajo de los primeros líderes indígenas y de los misioneros claretianos fructificara en el Chocó. Luego de ser un grupo organizado de estudiantes, a quienes los misioneros les facilitaban estudiar bachillerato en Quibdó, nació formalmente la primera organización real de los indígenas de la región: la Organización Regional Indígena Embera Wounaan, OREWA, cuyo lema o bandera de lucha, profunda en contenido y sonora en enunciación, marcó una época de los movimientos sociales en el Chocó. “Que nuestro silencio se convierta en un solo grito: ¡Unidad, Tierra, Cultura y Autonomía!”, era el diciente y estremecedor anuncio del surgimiento de los pueblos indígenas del Chocó como sujeto étnico, social y político. Era el año 1979.
La memoria de Jairo Miguel Guerra recuerda así la participación de Jairo Velásquez en el momento fundacional de la OREWA:
“Posteriormente,
empieza el proceso organizativo y ya Jairo se viene a radicar al Chocó y en ese
proceso organizativo él contribuye fundamentalmente en la parte legal. Yo
recuerdo que a quien por primera vez le escuché algo sobre la Ley 89 de 1890
fue a Jairo, exponiendo pues todo el cuento y las ventajas y las desventajas,
en términos del lenguaje, en términos de lo que defendía, y la necesidad de apoyarse
en ella para defender los intereses de los indígenas… Yo me atrevería a decir
que a raíz de ese proceso es de donde Pacho Rojas, que era un bachiller que
trabajaba con nosotros y nos acompañaba en ese proceso en el CPI, se anima a
estudiar Derecho, porque, en realidad, Jairo motivaba, él era un apasionado del
Derecho; y no lo hacía por alardear, sino que era una persona como muy
efectiva. Así lo veía uno, como una persona supremamente efectiva en los
procesos en los cuales se metía…”[4]
Vendrá entonces un trabajo incesante a lo largo y ancho del territorio del Chocó, por parte de los Misioneros Claretianos, con la posterior participación del clero y los agentes de pastoral de la Diócesis de Quibdó, en conjunto con la OREWA. Un trabajo en el que Jairo Velásquez fue un obrero, que lo mismo redactaba una simple carta mediante la cual la organización solicitaba una reunión a un funcionario regional, que un memorial motivado y sustanciado dirigido al INCORA para radicar una solicitud de titulación de un resguardo o el estudio jurídico requerido para la realización del trámite.
Fueron años durante los cuales la OREWA hubo de construir sus propias bases en las comunidades. Años de capacitación a su gente acerca de algo elemental, pero ignorado: sus derechos. Años de sensibilización a las comunidades acerca de la necesidad de formalizar sus relaciones ancestrales, no escritas en código alguno, mediante la construcción y aprobación de reglamentos sobre el manejo de la selva y sus recursos, las relaciones internas e interétnicas, la educación, la lengua, la medicina vernácula, todos y cada uno de los elementos de su universo cultural. Era la única manera de empezar a garantizar que la estructura organizativa no fallara, no se fracturara, no se fuera a derrumbar, cuando vinieran los remezones y los sismos de la oposición de los políticos regionales y nacionales, y de los funcionarios de las instituciones.
Jairo Velásquez estaba ahí, presente, diligente. Sus luces jurídicas y políticas ilustraron e iluminaron los reglamentos de las comunidades, el funcionamiento de la organización, la relación con las instituciones y las relaciones interétnicas, que del compadrazgo secular deberían evolucionar hacia una alianza respetuosa, fructífera y verdadera. Ya no se trataba de una medianamente pacífica amistad, ni de una medianamente equilibrada transacción comercial. Ahora se trataba de construir una cooperación armónica, consciente y decidida para la defensa conjunta -entre indígenas y negros- de aquellos montes y quebradas, ciénagas y ríos, árboles y animales que por más de siglo y medio habían compartido. Una defensa conjunta de la vida, del territorio, de los derechos y de la identidad. Por todo ello habría que trabajar y ahí estaba Jairo Velásquez, listo para ayudar, presto a orientar y asesorar.
Jairo Velásquez tenía alma de profesor. Por eso se movía como pez en el agua en los espacios de formación y capacitación. FOTOS: cortesía ACADESAN. |
Llegado este momento, sin que se hubiera completado una década de formalización del proceso, en la sede de la OREWA en el barrio San Vicente, de Quibdó, ya empezaban a no saber qué hacer con el papelerío que habían acumulado en estos primeros e intensos años de trabajo; un papelerío que cada tanto había que poner a salvo de las inundaciones periódicas del Atrato y de la quebrada La Yesca.
Ya estaba visto que era posible alcanzar valiosos resultados mediante luchas como las de la titulación, ampliación y saneamiento de resguardos. Las manifestaciones o marchas de protesta, los comunicados públicos, las esporádicas alocuciones radiales, habían empezado a posicionar el trabajo organizativo indígena en escenarios como el de Quibdó, la capital del Chocó; donde la gente había pasado de la sorpresa y curiosidad inicial a la comprensión primaria de las reivindicaciones. Aquellos “cholos” y aquellas “cholas” -ellas en paruma y con el torso descubierto- desfilando y gritando consignas en embera y en wounaan, empezaban a ser vistos como sujetos étnicos, sociales y políticos que por las calles de Quibdó reclamaban su dignidad y sus derechos, en sus propias lenguas y en español.
A Jairo Velásquez se unió entonces -para fortalecer el equipo jurídico de la OREWA- la abogada Esperanza Pacheco, quien con su evidente inteligencia, su don de gentes y su sensibilidad social aportó desde el primer momento al enriquecimiento de los enfoques y métodos de trabajo de la organización, a la democratización y apropiación del conocimiento jurídico entre los líderes indígenas y a la organización y sistematización de la información acumulada en documentos, memoriales, cartas, publicaciones. A partir de ahí, con esa dupla en acción y con unos dirigentes indígenas que empezaban a perfilarse como de talla nacional -y que comprendían perfectamente el camino que estaban transitando-, la estrategia jurídica de titulación de resguardos se dinamizó, se amplió, creció. Y aquella gente de rincones ignotos del Chocó, antes despreciada y vilipendiada, silente y ausente, empezó a pronunciarse y a hacer presencia en los escenarios regionales y nacionales, como depositaria y beneficiaria de derechos: la tierra en primer lugar, como garantía del escenario material y simbólico para el ejercicio de la identidad.
“Hay
que señalar que en esta etapa ya él [Jairo Velásquez] se unió con Esperanza
Pacheco y digamos que fueron una pareja muy efectiva en términos profesionales,
y los dos seguían todos esos procesos. Uno los veía a ellos trabajar día y
noche haciendo documentos, argumentando…, con procesos de cárcel, con procesos
de titulación, con procesos de justificación de esas marchas que hacíamos, de
las jornadas de protesta… En todas estas cosas ellos hacían la parte jurídica,
la parte legal. Ellos eran los que nos aportaban el sustento para no caer en
situaciones que en esa época eran muy difíciles, porque cualquier cosa que uno
hacía la podían tildar de subversiva y convertirla en objeto de persecución…
Ellos trabajaban muy en llave y la visión que tengo yo es que los dos se
articulaban y nos llevaban a todos a entender cosas que a veces uno no
entendía, que a veces uno no solamente no las entendía, sino que uno se oponía
a aceptarlas, como posiciones, sobre todo las que tenían que ver con procesos
de lucha social o de expresiones de lucha social, de bloqueo de carreteras, de
manifestaciones, de participación, de todas estas cosas; creo que ellos eran,
Jairo y Esperanza, como los que le ponían a uno el elemento de seguridad, de
decirle a uno: ojo, si nos metemos en esto, atengámonos a las consecuencias,
porque nos van a dar duro, pero, bueno, aquí tenemos esto… y tatatá,
explicaban las cosas como con mucha claridad, y lo llevaban a uno como de la
mano en ese sentido; y uno como que poco a poco fue adquiriendo como una
confianza en donde uno esperaba siempre el concepto de Jairo o de Esperanza, o
de los dos, para uno meterse en muchos de los cuentos en los cuales en esa
época nos tocó meternos…”[5]
Tal como lo relata en su página web, ACADESAN es una de las primeras organizaciones étnico-territoriales que promovió el reconocimiento de las comunidades negras como grupo étnico, la titulación colectiva de las tierras de comunidades negras y la normatividad que respalda todo el proceso de inclusión étnica de estas en el derecho colombiano.[6]
El fervor de la causa indígena se había ido irrigando, a través de los ríos y las quebradas del territorio chocoano, en medio de las selvas compartidas con las comunidades negras. La necesidad de dejar claros los límites de la propiedad de unos y de otros, indígenas y afrochocoanos, motivó las preocupaciones iniciales de estos por trabajar en sus propios procesos de organización. Simultáneamente, se intensificó y se cualificó el trabajo de los Misioneros Claretianos, de los Misioneros del Verbo Divino, de las Agustinas Misioneras y de las Misioneras de la Madre Laura (Lauritas), en el marco de las opciones pastorales del Vicariato Apostólico de Quibdó, cuyo eje era la defensa de la vida en todas sus expresiones.
Féretro de Jairo Velásquez. Bogotá, 21 de julio de 2023. FOTO: Julio César U. H. |
La década de 1980 está terminando. Soplan vientos de renovación y cambio. A la vuelta de la esquina de la última década del siglo XX, se halla la conmemoración de los 500 años de la conquista y colonización europea en América. Jairo Velásquez es, entonces, concitado por una Laurita genuina, nacida de las entrañas territoriales del Pacífico: la Hermana Ayda Orobio Granja, y por aquel campesino de Cucurrupí que en su verbo portaba la historia del San Juan, sus afluentes y el litoral: Luis Enrique Granados. Y es allí y entonces cuando su historia se encamina hacia nuevas vivencias y acciones, hacia nuevas y a veces más procelosas aguas, y hacia nuevas misiones. Proponer la constitución de un Gran Territorio Wonaan-Negro del Bajo San Juan, que hermane a dos pueblos en latente conflicto territorial, es la nueva audacia organizativa tras de la cual Jairo Jaime Velásquez Zamudio camina y navega, con su agenda y su libreta y con sus dos libros bajo el brazo, con su pinta de tribuno clásico y de litigante cachaco.
[1]
Jesús Alfonso Flórez López, julio 22 de 2023. Entrevista vía WhatsApp
[2] El Guarengue, 4 de julio de 2022. Gonzalo de la Torre, Una vida de servicio al pueblo (2ª parte):
https://miguarengue.blogspot.com/2022/07/gonzalo-de-latorre-una-vida-deservicio.html
[3] Jairo
Miguel Guerra, julio 21 de 2023. Entrevista vía WhatsApp.
[4]
Ibidem.
[5]
Ibidem.
[6]
ACADESAN. Quiénes somos. Historia. https://acadesan.org/quienes-somos/#historia
Consulta: 23.07.2023.
Muchas gracias por este homenaje a Jairo, por ayudar a que su legado no se olvide.
ResponderBorrarExcelente reseña de el abogado que estuvo al lado de las comunidades del Chocó
ResponderBorrarGracias por tan importante reconocimiento al Dtr Jairo también fue un pilar fundamental para lograr la juntanza entre negros e indios,producto de esa juntanza pudimos limar las presas y lograr las delimitaciones de los territorios ancestrales de las comunidades negras
ResponderBorrary los resguardos indigenas parte fundamental esas delimitaciones para lograr la titulación colectiva de lo que hoy son los Concejos COMUNITARIOS en este país.
Los aportes de Jairo a la construcción de relaciones interétnicas y a la creación y funcionamiento de comisiones interétnicas para delimitación territorial son parte del próximo artículo en memoria de él, aquí en El Guarengue. Gracias por su lectura y su comentario.
BorrarNevaldo Perea p
ResponderBorrarLínea semblanza de Jairo y de sus apuestas de vida.
ResponderBorrarDesconocía la labor del abogado tan comprometido que fue Jairo Velásquez
ResponderBorrarBuena síntesis del movimiento etnico moderno de Choco en la memoria de Jairo Velasquez
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