El periódico Saturio y El Chocó por dentro
Glosa paseada en homenaje a
Licona
-3ª Parte-FOTOS: Biblioteca Nacional de Colombia y Corporación Cuenta Chocó-RVM
Carlos Arturo Caicedo Licona fue un narrador hábil e imaginativo, un cronista admirable de la chocoanidad, autor de una triada narrativa que lo sitúa en puesto de honor dentro de las voces regionales que enriquecen la literatura colombiana con su tono y sus temas, sus escenarios y sus personajes. Glosa paseada bajo el fuego y la lluvia (1982), La guerra de Manuel Brico Cuesta (1984), e Historias de mi barrio (1988), componen la triada emblemática de su quehacer literario.
Pero, también fue, el Maestro Licona, un pensador, conferencista y ensayista de grandes dotes, que con palabra apasionada, planteamientos avezados y entusiasmo sin igual expuso su pensamiento social, político, ecológico y cultural, en conversaciones de café y de cantina, en clases universitarias, en eventos académicos, en cursos y talleres, y a través de cinco libros de ensayos de gran originalidad: El Chocó por dentro (1980), En torno al desarrollo del Chocó (1997), Historia de la Ilustración en Chocó y Colombia (2000), Por qué los negros somos así (Libro I, 2001; Libro II, 2010); al igual que en dos biografías: la del autor de la primera novela romántica de América: Jorge Isaacs, su María, sus luchas (1989), y la de un misionero claretiano que a principios del siglo XX llegó de España al Chocó y nunca más salió de Quibdó, donde se dedicó al magisterio de la música: Isaac Rodríguez Martínez, Servidor silencioso del pueblo afrochocoano (2004); y mediante el periódico Saturio, cuyo número 1, correspondiente a la quincena del 15 al 29 de febrero de 1976, vio la luz en aquel Quibdó cuya devastación generalizada por el incendio del 26 de octubre de 1966 aún no cumplía una década.
Saturio
“SATURIO será el órgano de expresión auténticamente democrático del Chocó, del Pacífico y de Colombia. Sus páginas están abiertas a la ciencia, al arte, a la música, a la literatura; a todos los que sufren y maldicen…, a los que lloran y se escupen…; a los que meditan…, a los vagabundos y sin techos; en fin, a todos los trabajadores de la madera y el metal y a los que interese resolver el curso de la historia de nuestro pueblo, por las vías que dicho pueblo defina como democráticas”. Así concluía el Editorial del primer número del periódico Saturio, que Licona fundó en compañía de un selecto grupo de intelectuales chocoanos, la mayoría de ellos ligados al entonces recién creado Instituto Universitario Diego Luis Córdoba, que tres años después, en 1975, pasaría a llamarse Universidad Tecnológica del Chocó Diego Luis Córdoba.
Licona era el director de Saturio, Eduardo Henry Salas tenía a su cargo las finanzas y César Rivas Lara era el jefe de redacción. Los acompañaba un grupo de diez colaboradores: Miguel A. Caicedo, Carmelo Rentería, Ely Gómez Ortega, Jaime Sarria Misas, Giorgio M. Mancini, Enrique Mosquera, Roque del Río Alvarez, Nelson Serna, Armando Luna Campo y Luis Carlos Palacios. De modo que las diversas ramas del pensamiento, del arte y de la ciencia mencionadas como intereses temáticos del periódico quedaban cubiertas por las calidades de este selecto grupo de profesionales nativos, sin tacha en la escena pública y genuinamente preocupados por la suerte del Chocó. Así como en las preocupaciones intelectuales y profesionales del grupo estaban los desposeídos de la región y del país invocados como sujetos históricos de interés del periódico Saturio en su primer Editorial.
Para el editorialista, que con toda seguridad fue el mismo Licona, la creación de Saturio era también una respuesta al servilismo de la prensa nacional y regional frente a los poderes dominantes, y a su consiguiente falta de democracia. “La democratización de la prensa, en su versión no antagónica, ha sido en el Chocó tan pálida como en el resto del país. Los periódicos colombianos están al servicio del capital o de intereses particulares, advirtiendo eso sí, que uno y otro tienen un nexo obvio en esta era. Son precisamente dichos intereses especiales los que impiden que las páginas de la mayoría de diarios colombianos expresen las voces de la mayoría nacional, encubriéndose en la democracia tolerante y trazando rumbos equívocos y simplistas”.
Como es frecuente en este tipo de empresas, Saturio sucumbió a las afugias económicas propias de las aventuras intelectuales de carácter alternativo en tierras que, como el Chocó, no son consideradas más que para la provisión de materias primas o bienes primarios, mediante el enclave extractivo de sus recursos naturales. Durante el tiempo que alcanzó a circular, Saturio -de todos modos y con creces- cumplió su elevada misión informativa, analítica, de agitación de ideas a favor de los desposeídos por razones de clase y de los ninguneados por razones de raza, y del aún pacífico territorio chocoano, acerca de cuyo desarrollo ya venía reflexionando su director, Carlos Arturo Caicedo Licona.
El
Chocó por dentro
Con un libro dedicado a la memoria de su abuela, Eufemia Benítez Serna, Carlos Arturo Caicedo Licona inaugura, en 1980, la serie de publicaciones de su fructífero trasegar intelectual por los caminos de la vida y la suerte de la región chocoana, motivo central de su preocupación vital y profesional. El Chocó por dentro, cuya publicación fue patrocinada por ocho establecimientos comerciales de Quibdó y dos entidades regionales del Chocó, es una especie de compendio del pensamiento de Licona sobre el desarrollo del territorio y de la gente negra de la que entonces él llamó la Nación Afrochocoana y reivindicó como una nación dentro del Estado colombiano, al cual, una década antes del reconocimiento constitucional de esta condición ya él proclamaba pluriétnico, multicultural, plurinacional.
Este aleccionante libro de 121 páginas arranca con un magnífico prólogo del académico e intelectual, también chocoano, Carlos Calderón Mosquera (Condoto, 1927-Cali, 2012) y una Introducción de su autor, Carlos Arturo Caicedo Licona; textos que dan paso a sus tres capítulos y a tres anexos o suplementos, que son la reproducción de algunos de los documentos en los cuales se basan los análisis, las denuncias y las disquisiciones de Licona en la parte original del texto. “Este escrito no va para los eruditos; va para los de nuestra condición. Puede ser leído en cualquiera de nuestros ranchos y guardado detrás de la lamparita que ilumina el chisporroteo quejoso ofrendado a los dioses para que detengan los martillazos lacerantes en nuestros estómagos vacíos”[1], expresa Licona en su texto introductorio.
El Capítulo I. El congelamiento de las fuerzas productivas en el Chocó, se ocupa de la tesis de Licona sobre la maniobra sistemática del Estado colombiano, aupado y compelido por el poder imperial de los Estados Unidos, para boicotear el desarrollo del Chocó y de este modo mantenerlo en su condición subordinada de simple fuente de recursos naturales para la industria extranjera. Los planteamientos están fundamentados en el caso real del establecimiento y creación del Parque Nacional Natural Los Catíos, cuyas irregularidades son -según lo explica el texto- un ejemplo de cómo la política ambiental se puede traducir en un atentado a los derechos humanos y étnicos de negros e indígenas de la zona.
El Capítulo II. El fondo de la Historia, incluye una juiciosa compilación de datos demográficos y socioeconómicos del territorio chocoano, de sus recursos renovables y no renovables en el área del PNN Los Catíos, y la problematización clara de por qué el Estado colombiano y los capitales nacionales y transnacionales han impedido la construcción de vías en el Chocó, como la ruta sur de la Carretera Panamericana, y el Canal interoceánico Atrato-Truandó. El último acápite de este capítulo, bajo el título “Los negros, un problema más”, presenta reflexiones pertinentes sobre cómo afecta el racismo a la conciencia de la gente negra y cómo el racismo, larvado, termina convertido en un factor histórico de exclusión de las oportunidades de desarrollo y bienestar de la gente en territorios como el Chocó.
Las quince páginas finales del texto original de Licona, antes de los anexos o suplementos, conforman el Capítulo III. En la encrucijada, cuyo núcleo central de reflexión es -como titula Licona el primer acápite- “El despertar de la conciencia de una nación oprimida dentro de un Estado dependiente”. Con su acostumbrada fluidez y una sólida lógica Carlos Arturo expone su tesis sobre la condición del pueblo negro del Chocó como la nación afrochocoana. Este capítulo, que bien podría ser el primero del libro, es una clase magistral sobre identidad étnica, desde la perspectiva histórica de la diáspora africana en América y sus aportes a lo que Licona llama desde entonces la afrohispanoamericanidad; y sobre organización sociopolítica de la comunidad negra para su reivindicación nacional y la tutela de su propio desarrollo. Cualquiera podrá, con datos de la academia actual sobre estos temas, rebatir o complementar, incluso corregir, los planteamientos de Carlos Arturo Caicedo Licona en este capítulo. Lo que no podrá, nadie, es desconocer el carácter visionario y pionero de dichos planteamientos y su vigencia ética en el camino político de la comunidad negra, afrocolombiana, raizal y palenquera, en el país y en el Estado.
“Buscamos
un puesto en la sociedad, dado que ya lo tenemos en la Naturaleza”[2]
Carlos Calderón Mosquera y Carlos Arturo Caicedo Licona FOTOS: Open Library y Archivo El Guarengue. |
Sobre los destinatarios, los fines y las dotes intelectuales del autor, el prologuista empieza por anotar que “El Chocó por dentro es el libro que las gentes estudiosas del Chocó y de Colombia, especialmente la juventud, estaban esperando de la inteligencia y la sabiduría de Carlos Arturo Caicedo Licona… un joven profesor universitario que ha hecho del estudio y de la acción una misma cosa. Este libro [que] es un testimonio de ello”[3], “…busca crearle al pueblo, a la juventud chocoana, conciencia de lo mucho que él le ha dado a Colombia y de lo poco o nada que ha recibido de la deuda inmensa que tiene la nación colombiana para con la nación chocoana, injerta en ella, por cuidarle esta esquina oceánica”[4].
Creyente de la juventud, como maestro universitario que era, Calderón Mosquera incita a los lectores de las nuevas generaciones a estudiar El Chocó por dentro: “La juventud del Chocó y de Colombia tiene ante este libro un gran compromiso. Su deber es estudiarlo. Analizarlo. Interpretarlo como una herramienta, y otras que ya se tienen y vendrán, para transformar nuestra condición de colonizados por la de hombres libres. No en la fraseología barata de los políticos de elecciones, sino en la profunda realidad que los tiempos de hoy y de mañana demandan”[5].
Y para motivar a los potenciales lectores y puntualizar con sus propias palabras uno de los grandes temas del libro, Calderón Mosquera va al grano sobre el racismo histórico vigente en Colombia y su conexión con el clasismo excluyente: “Nuestros abuelos fueron traídos de África y al Chocó entraron en 1670, por la selva de Cartago a Nóvita, como a Tadó, donde existían reales de minas. Después de muchos años, llegaban los primeros negros, cruzando el istmo de San Pablo, a las orillas del Atrato. Padecimos afrentas colectivas. Afrentas que persisten con el trato que nos da el capitalismo antioqueño y la burocracia de la metrópoli ubicada en Bogotá, desde la época de los virreyes…”[6]; “…existe en Colombia un racismo larvado, que no da su nombre, pero muestra sus hechos. Desde los días de la colonia, al negro, al indio, al blanco pobre, se le ha mantenido alejado de los centros de poder. Y la condición de raza, la explotación y la degradación palpable, se añade a la explotación como clase”[7].
“Esa
clase dirigente acostumbrada a gobernarnos sin estar presente”[8]
Está finalizando 1980. El país vive días aciagos en materia de persecución y acoso político a los contradictores del establecimiento oficial. “Los indios, los negros, los mestizos colombianos no tienen posesión efectiva de sus tierras. El dominio es relativo, el control sobre sus ciclos productivos ninguno. La casta que usufructúa el Estado ha reservado para sí la apropiación económica de las materias primas claves de la economía, y bajo el disfraz de una política ambientalista, mientras se ordena el asalto, se conserva a contrapelo el desnivel de vida entre los habitantes de la República, y entre estos y los habitantes de las potencias que a distancia controlan esto, su fuente de materias primas baratas y necesarias, a costa del famélico vientre de nuestros pueblos”[9].
Licona documenta las irregularidades cometidas durante la creación del PNN Los Catíos, como una muestra o evidencia de su planteamiento sobre “el congelamiento de las fuerzas productivas en el Chocó”; especialmente durante el proceso de avalúo y compra de predios a los campesinos negros y mestizos, durante el cual las autoridades actuaron en connivencia con terratenientes y madereros antioqueños de la zona de Urabá; los actos de represión del campesinado por parte del ejército nacional y la militarización del área, a principios del año 1975. Todo ello como trasfondo del desarraigo, la falta de trabajo, el decrecimiento de la producción local de subsistencia, brotes de prostitución e incremento de la presencia de colonos paisas con fines de extracción maderera y apropiación fraudulenta de tierras que consideran de nadie ante la ausencia de un título formal de propiedad. Una mezcla de la cual, veinte años después, nacería el fuego arrasador de la más cruda degradación del conflicto armado colombiano, a través de todas las formas posibles de violencia contra la población civil en general y contra los pueblos étnicos en particular.
FOTOS: Biblioteca Nacional de Colombia. |
“Los negros, un problema más”[10]
Para el Estado y sus aliados del capital nacional y transnacional, indígenas y negros son un problema más, que hace compleja la operación de reserva de las riquezas del Chocó para el usufructo de los extranjeros y los voraces vecinos antioqueños. “El inconfeso pecado llega hasta la farsa de montar y alimentar en el escenario del territorio colombiano una imagen que exhibe una selva indómita, ahíta de serpientes venenosas, de caimanes, de indios antropófagos, con sus otros hijos postrados de paludismo, bajo una lluvia de siglos. Nada de lo dicho dentro o fuera de las fronteras es el Chocó; por el contrario, la verdad sobre la potencialidad del suelo y del subsuelo y su futuro prodigioso está estudiado y guardado celosamente bajo llave en Washington D.C. o en New York”, sostiene, lúcido, Licona.[11] Y añade, para que no quede duda de la farsa: “El milagro de la supervivencia de negros e indios en esta selva, lo ha propiciado la selva misma. Se puede estar seguro de que, si los instintos hubieran extraviado a los negros, llevándolos a tierras que ofrecieran menos abundancia de los medios de vida, el genocidio institucional programado contra esta nación habría llevado al exterminio de su raza”[12].
El exterminio físico y cultural de los indígenas del pueblo Tahamí del Alto Andágueda, mediante acciones conjuntas de comerciantes y mineros antioqueños de la familia Escobar, políticos nacionales y locales, la fuerza pública y la misión católica claretiana; es otro asunto ampliamente analizado por Licona, como una muestra de la vigencia de las políticas de dominación e imposición vigentes desde la época colonial y como evidencia adicional de su planteamiento acerca de la estrategia estatal de congelar las fuerzas productivas en el Chocó, para reservar sus riquezas y feriarlas al mejor postor. El nefasto papel de la misión católica es resumido por Licona de la siguiente manera: “La labor de la misión claretiana, durante 25 años, ha sido tan destructiva como la de la familia Escobar. El Internado de Aguasal como sitio para “educar” a los indígenas, es el puesto de avanzada para la destrucción de la cultura Tahamí. Allí, al indígena se le enseña un saber que no tiene ninguna funcionalidad al interior de su mundo familiar; se le imponen unos valores que rompen con los patrones de conducta tradicionales a su cultura; se le enseña a renegar de su identidad étnica y se le condiciona en el sistema de explotación más descarnado, al afianzar lazos económicos entre la comunidad y la misión. El indígena, obligado a vender su oro en la tienda del misionero José Betancur, recibe por él los precios más bajos, mientras debe comprar el aceite, la sal, las pilas para el alumbrado y todos los bienes necesarios para su subsistencia, a los precios más elevados. De tal forma que la labor de la misión en sus resultados llega a identificarse con la familia Escobar”[13].
“¿Somos
los negros una nación dentro del Estado colombiano?”[14]
“¿Somos los negros una nación dentro del Estado colombiano? Indudablemente que sí… Si de algo grave pudiera acusarse a los gobernantes en 160 años de “independencia”, es de haber ocultado, disimulado, haber tratado con indiferencia el hecho de que Colombia es un mosaico de nacionalidades”[15]. Esta pregunta y su respuesta orientan la reflexión central y el planteamiento final del libro El Chocó por dentro, de Carlos Arturo Caicedo Licona: la necesidad de que el Estado colombiano reconozca como tal a la Nación Afrochocoana, cuyos orígenes -explica Licona- se remontan al momento posterior a la “liberación” de 1851, cuando los negros “se reagruparon por instinto de conservación societal en las selvas inhóspitas del Pacífico, en sitios inaccesibles, en donde no fueran de fácil hostigamiento… Para esta época comienza a fraguarse la nación afrochocoana, con instituciones parecidas a sus ancestros, como los consejos tribales de ancianos que dirimen las querellas de los pueblos sin la presencia de otra autoridad…”[16]
Más de una década antes de la Constitución de 1991 y de la expedición de la Ley 70 de 1993 o Ley de comunidades negras, Carlos Arturo Caicedo Licona proponía el reconocimiento de personalidad jurídica para la comunidad negra, bajo la categoría de nación afrochocoana. Este reconocimiento incluía la reivindicación de la propiedad plena y el control de las tierras que habitaban hace siglo y medio; y, en general, de todas las fuerzas productivas que podrían potenciar la privilegiada situación geográfica del Chocó, “estratégicamente ubicado en las partes neurálgicas del transporte marítimo del petróleo y de los alimentos”, en una posición comparable con la “del estrecho de Gibraltar, el paso del Mar rojo y el Estrecho de Ormuz”[17]; de modo que cesara la histórica condena a ser simple “fuente abastecedora de materias primas fundamentales en la era nuclear”[18].
Sentencias
finales
“Un sistema que no da pan, techo, escuela, sanidad a su pueblo, no tiene derecho a regir su destino. Hay que enviarlo al basurero de la historia. Todos, absolutamente todos, nos dice Caicedo Licona, deben agruparse para el cambio. Los derechos no se mendigan, se conquistan luchando, le gritaba Antonio Maceo, el negro cubano, a los mambises”[19]. Clara y explícita es la interpretación del sentido final del libro, que Carlos Calderón Mosquera hace en su prólogo de El Chocó por dentro.
Luminosa, como el libro todo, es la senda de la utopía afrochocoanista de Carlos Arturo Caicedo Licona: “Ausentes de las derrotas del río y la humedad, del sofoco de nuestro trabajo, esa clase dirigente acostumbrada a gobernarnos sin estar presente, nos enseñó a luchar sin ellos; lo que habremos de agradecerles porque es posible que una guía más cierta, procedente de la administración de nuestras bregas, nos señale a poco el camino del triunfo final”[20].
[1] Caicedo
Licona, Carlos Arturo. El Chocó por dentro. Medellín, diciembre de 1980.
Editorial Lealon. 118 pp. Pág. 20 (Introducción).
[2] Caicedo Licona, Carlos Arturo. El Chocó por dentro. Medellín, diciembre de 1980. Editorial Lealon. 118 pp. Pág. 15 (Prólogo de Carlos Calderón Mosquera).
[3] Caicedo Licona, Carlos Arturo. El Chocó por dentro. Medellín, diciembre de 1980. Editorial Lealon. 118 pp. Pág. 11
[4]
Ibidem. Pág. 13
[5]
Ibidem. Pág. 14
[6]
Ibidem. Pág. 15
[7]
Ibidem. Pág. 16
[8]
Ibidem. Pág. 48
[9]
Ibidem. Pág. 27
[10]
Ibidem. Pág. 79
[11]
Ibidem. Pág. 51
[12]
Ibidem. Pág. 52
[13]
Ibidem. Pág. 60
[15] Ibidem.
Pág. 85
[16]
Ibidem. Pág. 90
[17]
Ibidem. Pág. 54
[18]
Ibidem. Pág. 52
[19]
Ibidem. Pág. 16
[20] Ibidem.
Pág. 48
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