lunes, 3 de julio de 2023

 Tres libros maravillosos 
y una sola glosa verdadera

Glosa paseada en homenaje a Licona
-2ª Parte-
Licona y los tres trabajos literarios más representativos de su obra.
FOTOS: Archivo y Julio César U. H.

“En este narrador del Chocó hay tal ímpetu en el lenguaje, tantas voces secretas, tal fuerza ancestral, que creo no equivocarme al señalar que esta desconocida región del país tiene ahora una voz que la nombra… Por estas razones, creo, merece mejor suerte que la exigua que suele conceder a los narradores el azar propio de la literatura colombiana”.  Jaime Alberto Vélez, 1983 [1].

Carlos Arturo Caicedo Licona, quien murió en Quibdó el lunes 19 de junio de 2023, cuando faltaban menos de dos meses para que cumpliera 78 años, es indudablemente uno de los más memorables escritores del siglo XX en el Chocó. Su novela corta “Glosa paseada bajo el fuego y la lluvia” (1982)[2] es, también indudablemente, una de las obras más relevantes de la literatura chocoana hasta el presente; y, junto a “La guerra de Manuel Brico Cuesta” (1984) y la colección de cuentos titulada “Historias de mi barrio” (1988), forma una triada a todas luces valiosa en el panorama literario regional y nacional. Poco leídos y a veces escasamente conocidos, incluso en el propio Quibdó, estos tres libros son parte sustancial de la biblioteca de la chocoanidad. Su reedición cuidadosa y su amplia difusión valdrían como homenaje a quien tanto lo mereció, pero nunca lo recibió.

Un relato épico de la chocoanidad[3]

Como una de las glosas que hasta hace medio siglo eran parte de la cotidianidad en los ámbitos familiares o vecinales de las aldeas y pueblos del Chocó, si uno la lee en voz alta, Glosa paseada bajo el fuego y la lluvia honra con creces su título. Tiene la sonoridad y la cadencia propias de una de esas escaramuzas verbales entre vecinas o parientas que -mientras se imprecaban mutuamente y agudamente- se paseaban sobre el pampón, el patio o el andén, en rítmico y coreografiado vaivén, acompañando el discurso fluido y espontáneo con abundantes y calculados gestos de cintura y de torso, de caderas y de talle, de las manos, de los labios, de la cara, de los ojos. En este caso, mientras impreca a la historia y se explaya con el lector, Licona se pasea a sus anchas por la geografía física, humana y simbólica del Chocó. Se riega, como verdolaga en playa.

“Por ese azar que le es común a la literatura colombiana, leí Glosa paseada bajo el fuego y la lluvia de Carlos Arturo Caicedo Licona… Ignoro quien sea Caicedo Licona, pero después de la lectura de este relato de 99 páginas, lo imagino -para utilizar una imagen suya- a la sombra de un árbol de chibugá recibiendo la solución a los problemas más intrincados de su próxima obra”, escribió el poeta, escritor y académico antioqueño Jaime Alberto Vélez, hace 40 años.[4]

Epopeya, leyenda, novela corta, mito y oralitura, Glosa paseada bajo el fuego y la lluvia constituye, sin duda alguna, un relato épico de la chocoanidad. O su “Antiguo Testamento”, como escribió el gran Daniel Valois Arce en la presentación de contraportada a la primera edición del libro, en 1982[5], donde hizo notar con precisión de exégeta que los personajes de la Glosa “son el Agua primordial, el Relámpago nunciativo del trueno, los Diluvios pluviométricos y la Tempestad sobrecogedora. Sobre todo, la Noche, esa noche definitiva de la selva chocoana, sin pasado, ni presente, ni futuro, esa Noche absoluta”[6].

En su extraordinario artículo Glosa paseada bajo el fuego y la lluvia, Cinco lentes para mirar el Chocó, la Doctora Mónica María del Valle Idárraga, investigadora y profesora universitaria, sintetiza así el conjunto narrativo de esta obra de Licona: “Glosa paseada bajo el fuego y la lluvia, del escritor chocoano Carlos Arturo Caicedo Licona, es una obra sin paralelos en la literatura colombiana. En términos del tema (la vida de dos hermanos, uno de ellos concebido para salvar a su pueblo de la destrucción), del género (un relato de mediana extensión y cronológicamente casi lineal) y de la estructura (una historia central entreverada de pequeñas escenas o fragmentos de historias), Glosa parece un escrito promedio, común. Su carácter extraordinario se afinca en el modo como imbrica los mundos de la naturaleza (animal y vegetal) y del cuerpo humano (y de paso, los articula inextricablemente a una crítica de la relación del país con la franja territorial donde ocurren los hechos de esta narración: el Chocó)”[7].

En su Glosa, Carlos Arturo Caicedo Licona (Quibdó, 1945-2023) retrata con fineza descriptiva, con detalles y recursos de literato consumado, con rebusques y sabidurías de profesor de Ecología, con saberes elementales de afrochocoano, con nostalgias, pesadumbres y dignidad de quibdoseño, la exuberancia, la fecundidad y la generosidad de la Naturaleza y de la gente, de los hombres y de las mujeres de todas las edades, del experto boga y del pescador insomne, de los curanderos y de los tamboreros, de la tejedora de escobas que en sus entrañas porta la vida y de la sabia partera que con su ciencia milenaria hace posible que esa vida llegue a este mundo.

Glosa paseada bajo el fuego y la lluvia (1982) es parte de una bella e insuperable triada literaria, junto a La guerra de Manuel Brico Cuesta (1984) e Historias de mi barrio (1988). Estos tres libros serían suficientes para que Carlos Arturo Caicedo Licona ocupara un puesto relevante en la literatura colombiana; junto a predecesores suyos, como su tocayo condoteño Carlos Arturo Truque Asprilla (1927-1970) y su predecesor certegueño Arnoldo de los Santos Palacios Mosquera (1924-2015). Al igual que los relatos de Truque y Palacios, los de Licona están dotados de una voz completamente propia, de una identidad plenamente reconocible y de notable calidad literaria. La Glosa, Manuel Brico y sus historias del barrio Pandeyuca son una buena muestra del alto grado de habilidad narrativa de Licona en los ámbitos del relato, el cuento y la novela; así como Vivan los compañeros y Las estrellas son negras han consagrado -aunque de diversas maneras y en circunstancias distintas- a Truque y a Palacios como narradores imprescindibles en el panorama de la literatura colombiana e hispanoamericana.

Licona 1978 y 1982.
Contraportadas de presentación de sus libros.
FOTOS: Archivo El Guarengue.

La guerra de los mil ríos

Publicada por Licona cuando estaba próximo a ser un cuarentón, La guerra de Manuel Brico Cuesta es también un relato breve, una novela corta, que de modo fascinante y detallado relata momentos esenciales de la Guerra de los Mil Días en el Chocó. Detrás de este maravilloso relato hay un diligente trabajo de lectura e investigación, así como detrás de su Glosa hay experiencia vital y relatos de infancia de su parentela sobre los ritos de la chocoanidad. El rebusque minucioso de detalles escondidos sobre los combatientes afrochocoanos en esa guerra partidista que desangró al país hasta en sus lugares más recónditos, incluyendo el registro de batallas que hizo Teresa Martínez de Varela en Mi Cristo negro, son fuentes de Licona para armar el escenario de su relato. Y eso hay que agradecerlo como lector, por la verosimilitud que los datos cribados por Licona le aportan a la historia, que, aunque tiene mucho de reivindicación, no cae en el discurso vacuo ni pierde por ello su condición esencial de elaboración literaria.

En La guerra de Manuel Brico Cuesta, Licona le muestra al lector las múltiples conexiones y caminos del entramado de agua de los ríos y quebradas, que son las vías ancestrales de un territorio lejano y aislado de la nación, como es el Chocó; y en el bastidor de su arte literario, los borda con precisión y colorido hasta conseguir que el lector los vea con sus propios ojos, a través de las florituras de la narración. Narra Licona también los senderos y caminos terrestres que desde las goteras del Quibdó de entonces conducen a todas partes, a través de las entrañas del monte: a las tierras de Guayabal y de Neguá, y de allí a las de Ichó, a las entrañas de Tutunendo y a las vicisitudes de Munguirrí, en el camino hacia El Carmen de Atrato; también a las comarcas de Cabí y a las del río Quito, con su lucero nocturnal, que tutela la entrada de sus afluentes aguas a las del Atrato. De modo que queda claro que el escenario de la guerra en el Chocó, más que un campo de batalla, es el monte, es el río, es la chonta con la que se fabrican lanzas, las hojas de rascadera o mafafa con las que es posible guarecerse, el diluvio que moja la pólvora, el pantano resbaladizo que impide caminar, el sigilo indispensable para no delatarse por la interrupción del silencio eterno, la sabiduría para moverse sin riesgo alguno entre las criaturas materiales e inmateriales cuyas voces son las únicas propias de ese silencio antiguo, verde y tupido.

Allí, justo allí, en dicho escenario, moviéndose a través de trochas y caminos culebreros, por las planicies y el lomerío de Bebará y Bebaramá adentro, es donde el héroe de la novela continúa batallando en el momento en el que los jefes supremos de los partidos han decretado el fin de la Guerra de los Mil días, aunque él no se haya enterado de tremenda decisión. Mientras en Quibdó desfilan los liberales por el lado izquierdo y los conservadores por el derecho de la calle primera del pueblo, el 10 de diciembre de 1902; Carlos Quinto Abadía, en el Baudó, y en Bebaramá Manuel Brico Cuesta, continúan alzados en armas. “En Bebaramá, nosotros, sin saber lo que estaba pasando ni que estas otras cosas iban a pasar, marchábamos corajudos y derechitos al peligro, ganando terreno en el avance, hasta que al jefe Manuel Brico se le atravesó el mismito diablo, torciéndole el rabo a la guerra[8]”: Virgelina Córdoba Mena fue la primera de las hembras que engrosaron las filas liberales de Manuel Brico y la maternidad del reguero de hijos que empezó a dejar.

Manuel Brico Cuesta “murió aquí en Beté el día 5 de mayo de 1924, rodeado de más de treinta hijos y ciento cincuenta nietos, sin contar los que estaban en camino, que salieron atraídos con la noticia de su agonía de estos vericuetos”[9]. Es decir, nunca salió del monte a sumarse a los coros que vitoreaban la paz de los sepulcros y el silencio transitorio de los fusiles. “La guerra de Manuel Brico Cuesta, el relato de una sublevación liberal en la selva chocoana, encabezada por el mismo Manuel Brico, se convierte en una crítica a los manejos estatales centralistas y al bipartidismo, pero el texto no es un opúsculo inflamatorio, sino una obra cuyos detalles de construcción son finamente cuidados; es decir, plenamente asentados en el plano literario”[10].

Pandeyuqueños y quibdoseños

El tercer libro de la afortunada triada literaria del escritor chocoano Carlos Arturo Caicedo Licona es una compilación de cuentos publicada hace más de 30 años, bajo el título de Historias de mi barrio. El libro consta de nueve relatos, inspirados en memorias juveniles de Carlos Arturo, su vecindario y sus amigos del barrio Pandeyuca, de Quibdó, en un plano que tiene como eje fundamental la Calle 25 y se extiende entre las carreras cuarta a séptima. El Pandeyuca, y por extensión todo Quibdó, es convertido por Licona en universo y territorio vital, con una geografía de hitos tan reconocibles como los individuos que la habitan y la pueblan, la ocupan y le infunden vida; una vida tan real como la materia de estos cuentos, historias y relatos, y tan verosímil como los hechos de infancia y juventud que les dieron origen.

“Agradezco la colaboración especial a dos cuenteros pandeyuqueños que no escriben sus cuentos: el profesor Crecenciano Valencia y el señor Isaías Córdoba -Don Cha-”; anota Licona en el primero de dos epígrafes que el libro trae antes de su índice o contenido, en donde se registran los títulos de las nueve historias: Escaladores de cocoteros, Fina puntería, Duelo de mentirosos, Muelengue, Cinco candados, IVA, La petición de Remojado, Don Pica, y Reencuentro con Totío… Los personajes distintivos del Pandeyuca de entonces desfilan a lo largo de las historias del libro. Cuando llega al cielo y le informan que antes de ser admitido allí debe pasar un tiempo en el purgatorio, donde después terminará encontrándose con Totío; por la memoria de Picalarrés (Miguel Arango Mosquera) pasa una lista exhaustiva de los rostros de sus vecinos, que incluye a más de medio barrio y que se encuentra en la página 50.

La primera historia del libro es Escaladores de cocoteros, un relato que al final es resuelto por una intervención salvífica del legendario Chungulito (Félix Rivas Martínez), declarado fuera de concurso y nombrado juez de la competencia, en el concurso para escoger el mejor trepador de “palmeras de coco Alto Pacífico”, celebrado en el barrio el 5 de enero de 1960. El cojo Jorge Isaac, Muelengue, Toni Salamandra, Pacho Maturana, José Cuesta y Gustavo Restrepo son los concursantes inscritos y la palma que deben escalar, la cual tiene más de 45 metros de altura, es la que “sembró con su propia mano el flautista Melchor Murillo cuando cumplió 10 años de edad [11]”

Aristides Buendía, Gabriel Restrepo y Jorge Perea Rivas -Totío- protagonizan el Duelo de mentirosos, “para finiquitar de una vez por todas quién de los tres era el mayor embustero del barrio”, “al calor de los cueros de la timba de Mianco, hijo de Escolástica Conto, la vocinglera sublime del barrio” [12]… Muelengue, el Pelé del barrio, dominador maestro de cocos tiernos, bolas de trapo, bola incendiada sampachera, bola numerada de caucho y balón de cuero; es el protagonista de la historia que lleva por título su sobrenombre y que gira alrededor de su magia futbolística y su birria desmedida. Esa tarde lluviosa, de un primero de noviembre, enfrentando al barrio Yescagrande, el Pandeyuca formó con la siguiente alineación: “Silvio Arias en el arco; defensas, William Cañadas, Chencho Valencia y José Cuesta; mediocampo, Pepe Durán y Lincol Candelo; delanteros, Pacho Maturana, Quiko Cuesta, Toño Cuesta, Toni Salamandra y Muelengue”[13]. Forzado al exilio en Urabá, Muelengue, “cuando ve por televisión a [Roberto] Cabañas haciendo dos, fallando una, invariablemente exclama: Agradecé, baboso, que ya estoy retirado”[14].

El entierro de Chemo, un cocinero caribe de un barco procedente de Cartagena, que es acompañado hasta el cementerio de Quibdó por el mismísimo Padre Isaac Rodríguez -un privilegio entonces reservado a gobernadores- y cuyo ataúd es cargado en parihuela por Julián Barbita y tres ayudantes ocasionales, es la materia narrativa de la historia titulada Cinco candados. Y de ahí para allá, historia tras historia, hallamos a Toni Salamandra convertido en maestro de la cauchera, capaz de atinarle en la cabeza a Lincol Candelo, con una piedra filuda, a más de cien metros de distancia. Padecemos la coprológica historia de un ñato que nadie nunca supo de dónde vino al barrio ni cuándo se fue y que era tan flaco que los profesores de anatomía le pagaban para que les dejara usar su cuerpo en las clases donde enseñaban los dos centenares de huesos del esqueleto humano. Vivimos el candor de Ernesto Córdoba Ortiz, Remojado, que en medio del devastador incendio grande de Quibdó, el 26 de octubre de 1966, cierra su negocio con dos candados, para protegerlo de los ladrones, a quienes teme más que al fuego, cuya expansión termina pidiéndole a San Pacho después de que a su tienda se la han tragado las llamas para siempre.

Licona retratado por León Darío Peláez en 2007.
Y una muestra de sus libros, en la biblioteca de El Guarengue.
Gracias, Licona

“Extensa es su obra y vasto fue su pensamiento, incluso, por momentos, hasta impenetrable… sentó cátedra donde quiera que hubiera un oído diligente y un corazón gentil que quisiera escucharle y observar el nimbo de su ciencia, que a ratos hasta lo consagró como el que podríamos llamar el Apóstol de las calles de Quibdó”, dijo su hijo Hernando ante el ataúd de Carlos Arturo Caicedo Licona, el día de sus exequias, en la Catedral San Francisco de Asís, de la capital del Chocó.

Y no le faltó razón. Con su inequívoca inteligencia y su enorme talento, Licona fue el excelso narrador que en las 235 páginas de tres libros consiguió legarnos una buena parte del antiguo testamento de la chocoanidad. Así como en el periódico Saturio y en una decena de libros adicionales, de cuyos contenidos hablaremos en la tercera parte de esta serie de El Guarengue; nos entregó sus versiones del nuevo testamento de esta tierra, para la cual soñó siempre un desarrollo propio, sostenido en el tiempo y fundamentado en las particularidades de sus ecosistemas, de sus montes, de sus ríos, de sus montañas y sus mares, de su gente y de sus ventajas territoriales. Gracias, Carlos Arturo Caicedo Licona. Maestro.



[1] Vélez, Jaime Alberto. El Mundo, Medellín. 5 de febrero de 1983. Reproducido en la contraportada de: Caicedo Licona, Carlos Arturo, La Guerra de Manuel Brico Cuesta. Medellín, Editorial Lealon, 1984. 64 pp.

[2] Caicedo Licona, Carlos Arturo. Glosa paseada bajo el fuego y la lluvia. 1ª edición, noviembre de 1982. Editorial Lealon. 99 páginas.

[3] Un análisis detallado del libro, con este título, puede leerse en El Guarengue del 22 de abril de 2019: https://miguarengue.blogspot.com/2019/04/glosa-paseada-bajo-el-fuego-y-la-lluvia.html

[4] Vélez, Jaime Alberto, 1983. Op. Cit.

[5] Caicedo Licona, Carlos Arturo. Glosa paseada bajo el fuego y la lluvia. 1ª edición, noviembre de 1982. Editorial Lealon. 99 páginas.

[6] Ibidem. Contraportada.

[7] Del Valle Idárraga, Mónica María. Glosa paseada bajo el fuego y la lluvia: cinco lentes para mirar el Chocó. Perífrasis. Revista de Literatura, Teoría y Crítica, vol. 2, núm. 4, julio-diciembre, 2011, pp.71-85. Universidad de Los Andes. Bogotá, Colombia. Pág. 72.

[8] Caicedo Licona, Carlos Arturo, La Guerra de Manuel Brico Cuesta. Medellín, Editorial Lealon, 1984. 64 pp. Pág. 51-52. N. B. El libro completo tiene 79 páginas; pero, en realidad, son 64 las que ocupan el relato de Carlos Arturo. Las restantes, bajo el nombre de “Segunda parte-CAMPEÓN DE SUEÑOS” pertenecen a dos relatos de su hermano Pedro Adán.

[9] Ibidem. Pág. 57.

[10] Del Valle Idárraga, Mónica María. Op. cit. Pág. 73

[11] Caicedo Licona, Carlos Arturo. HISTORIAS DE MI BARRIO. Editorial Lealon, Medellín, marzo de 1988. 72 pp. Pág. 11. Esta historia fue reproducida, junto a Duelo de mentirosos, en El Guarengue del 21 de septiembre de 2020: https://miguarengue.blogspot.com/2020/09/2-historias-de-mi-barrio-decarlos.html

[12] Ibidem. Pág. 23.

[13] Ibidem. Pág. 28.

[14] Ibid. Pág. 32.

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