Gonzalo de la
Torre
Una vida de
servicio al pueblo
(2ª parte)
FOTO: Misioneros Claretianos
Provincia Colombia-Venezuela.
Provincia Colombia-Venezuela.
El
Telegrama Negro
Hay quienes dicen que diez mil. Otros hablan de cien mil o más. No se sabe cuántos telegramas o marconis pidiéndole a la Asamblea Nacional Constituyente y al gobierno nacional el reconocimiento de la existencia y los derechos del pueblo negro de Colombia fueron enviados -entre marzo y mayo de 1991- por decenas de comunidades de los ríos, los montes y los esteros de la región del Pacífico. Hombres y mujeres del campesinado negro de todas las comarcas de esta región juntaban monedas para ajustar el valor calculado de envío -a través de la empresa estatal Telecom- de aquel texto originalmente redactado por el Misionero Claretiano Gonzalo María de la Torre Guerrero, quien para entonces dirigía la Misión Claretiana del Medio Atrato y quien, el pasado 6 de junio, cumplió 90 años de una vida ejemplar, dedicada enteramente al servicio de la causa de la justicia y la paz, que en sus siempre claras e inspiradoras palabras es la Causa del Reino, del Evangelio, de Jesús: la Causa del Amor. El Telegrama Negro era el nombre de esta campaña, concebida por Gonzalo una noche de domingo, en la casa de los Claretianos, en el barrio La Esmeralda, de Quibdó, y que en pocos días se convirtió en un suceso nacional que cumplió su cometido de llamar la atención tanto del alto gobierno como de los constituyentes, que en ese momento estaban avocados a la recta final de la redacción del texto constitucional que a partir del 4 de julio de ese año reemplazaría un vejestorio jurídico anacrónico que databa de 1886.[1]
Pionero
y precursor
Pionero en casi todos los campos del conocimiento y del desarrollo social en los que ha incursionado como estudioso y como misionero, Gonzalo de la Torre eligió los estudios bíblicos como marco para el entendimiento de la sociedad y su transformación hacia condiciones de justicia y equidad. Un camino que parecería obvio, por su condición de sacerdote y religioso católico; pero que, a la hora de la verdad, no lo es tanto, pues, incluso entre altos jerarcas eclesiásticos, es más frecuente el errático uso de la biblia como un recetario moral o como catálogo de frases de autoayuda -motivacionales o intimidantes- que como luz para la comprensión de las sociedades y realidades actuales a partir de los relatos de las realidades y sociedades antiguas, como el pueblo de Israel, y de los relatos de la vida pública de Jesús.
Dotado de una lucidez envidiable, de la que deriva su capacidad -tan natural como inagotable- de anticiparse al futuro cuando de solucionar problemas se trata, para Gonzalo de la Torre estaba claro, hace cuarenta años, que en las comunidades afroatrateñas pervivían una tradición, una cultura y una identidad expresas en sus formas de tenencia, posesión y herencia de la tierra; manifiestas en sus peculiares ciclos y sistemas ancestrales de producción; patentes en sus expresiones religiosas propias, en sus redes de parentesco y en su extensa forma de ser familia; visibles en sus manifestaciones artísticas, en su inconmensurable oralidad, en sus rituales de todo orden, en sus diáfanas relaciones con todos y cada uno de los seres y espacios de su entorno natural… Una tradición, una cultura y una identidad sobre las cuales se cimentaba la vida de estos pueblos que durante varios siglos se habían empeñado -contra todo mal y adversidad, contra toda ignominia y negación de su ser- a construir y a vivir un modo propio de ser y estar en el mundo, basado en principios de armonía, en un sentido comunitario y plural de la vida, en formas de ser y estar orientadas a que todos pudieran ser y estar juntos, en las orillas de sus ríos, en los senderos de los montes que llevaban trazados en la memoria… De allí que Gonzalo llegó al hito creativo del Telegrama Negro, por el camino de la convicción que siempre lo acompañó, desde 1979, cuando dio comienzo a su trasegar misionero en el Medio Atrato chocoano, de que las comunidades afroatrateñas -y por extensión las comunidades afrodescendientes de toda Colombia- eran portadoras y sujetos de una tradición, de una cultura, de una identidad, que, desde su punto de vista, debían ser reconocidas por la nación colombiana, como en efecto lo fueron por vez primera en la historia nacional a través del artículo transitorio 55 de la Constitución Política de Colombia de 1991, que hizo posible que dos años después, el 27 de agosto de 1993, el presidente de la república sancionara en Quibdó la Ley 70 o Ley de comunidades negras, que el año entrante cumple treinta años de expedición y vigencia.
Más de una década antes, Gonzalo María de la Torre Guerrero había comenzado a construir lo que sabia y hábilmente resumió en la docena de palabras que componían el párrafo del Telegrama Negro. Treinta y cuatro años después de haber salido del Chocó, cuando apenas contaba trece años de edad, para adelantar su proceso de formación como misionero claretiano, “en enero de 1979, regresé al Chocó y la obediencia religiosa me ubicó en el Medio Atrato, con la responsabilidad de atender unos 45 caseríos afrodescendientes, de los cuales el entonces Corregimiento de Beté era el centro geográfico. Aquí, recorriendo comunidades, conviviendo con ellas y acompañándolas en su organización social, en sus pequeños proyectos comunitarios, aprendí a vivir a fondo la negritud, recuperando y fortificando mis esquemas simbólicos mentales afroatrateños originales que a la hora de la verdad no habían muerto, a pesar de tan larga ausencia”[2].
En
el Medio Atrato
Para afrontar la problemática de desatención de la primera infancia en el Medio Atrato en los años 1980, Gonzalo de la Torre y su equipo de seglares claretianas idearon los hogares infantiles comunitarios, trasladando a la organización formal la red natural de apoyo que entre las mujeres negras de la región ha existido desde siempre en cuanto al cuidado y la crianza de los hijos. La esencia de su funcionamiento fue la base utilizada en la estructuración del modelo de atención a la primera infancia que posteriormente, a instancias de la señora Carolina Isakson de Barco, sería adoptado por el ICBF (Instituto Colombiano de Bienestar Familiar), un modelo que aún sigue vigente.
Frente a los graves problemas de salud en la población medioatrateña de todas las edades, Gonzalo y su equipo diseñaron los primeros programas de atención integral que incluían de manera sólida componentes orientados a la prevención de enfermedades y dolencias recurrentes. A estos programas invitaron y vincularon tanto a las promotoras oficiales que trabajaban en los escasos y destartalados puestos de salud, como a yerbateros y parteras, sobanderos y todo tipo de agentes tradicionales de la medicina popular; quienes -apoyados por médicos y enfermeras que hacían trabajo voluntario- participaban en talleres y practicaban sus saberes de modo organizado y bajo un modelo comunitario y solidario. Médicos como Jorge Carvajal, universidades como la de Antioquia y experimentados conocedores de plantas medicinales como Lucho Trujillo formaron parte de estas experiencias, a instancias de Gonzalo. De modo que, por ejemplo, hace cuarenta años, cuando aún esta práctica era casi una herejía contraria al canon vigente de atención en salud, ya Gonzalo estaba promoviendo el reconocimiento de las parteras tradicionales, la valoración de su sabiduría y conocimientos, y la cualificación y mejoramiento de sus prácticas mediante el diálogo de saberes entre ellas, los facultativos, las promotoras oficiales y las enfermeras profesionales. Yerbateros, lectores de orina, componedores de huesos, curanderos de oficio, matronas sabias en los artilugios de la preparación de baños y bebidas medicinales para todo tipo de males, tuvieron cabida en condiciones de equidad en los programas de salud ideados y promovidos por Gonzalo, en los cuales fue decisiva la participación de mujeres nacidas para sanar y amparar a los demás, como Martha Inés Asprilla, mi madrina, de manos milagrosas y corazón infinito; Justa Victoria Sánchez, la siempre cálida y presente Justy; e Idalides Córdoba, a quien asistían la fuerza de un ciclón y una bondad de brisa fresca a la hora del calor.
De las ideas de Gonzalo salió también el programa de alfabetización comunitaria y educación popular del Medio Atrato, que bebió de fuentes como la alfabetización liberadora de Paulo Freire y la educación popular del grupo de Dimensión Educativa en Colombia. Bajo la consigna de Leer la realidad, este programa incluyó un creativo y riguroso proceso de construcción de cartillas como material didáctico propio de alfabetización y postalfabetización, cuyos contenidos fueron construidos en equipo y cuyos elementos visuales fueron dibujos exclusivos del gran artista claretiano Maximino Cerezo Barredo, autor del tríptico mural sobre la evangelización de América Latina, en el ábside de la Catedral de Quibdó. Con ustedes. Fe y acción, unas cartillas de formación bíblica dirigidas a las comunidades eclesiales de base (CEB) que el equipo misionero venía organizando con la gente de la región fueron un antecedente clave en este proceso educativo dentro del cual se formaron muchos de los líderes y lideresas que posteriormente promoverían y dirigirían la naciente organización campesina, Asociación Campesina Integral del Atrato (ACIA), que posteriormente se convertiría en COCOMACIA, el Consejo Comunitario Mayor de comunidades negras más grande del país y con el título de propiedad territorial colectiva más extenso que haya sido otorgado en el marco de la Ley 70 de 1993. “El día en que los campesinos se dieron cuenta de que educándose valían el doble”, llamó Gonzalo al trascendental acontecimiento del programa de alfabetización.
Una
mente prodigiosa
Observador profundo y respetuoso del detalle y la esencia de los procesos, Gonzalo de la Torre analizó la organización de las mortuorias o mutuales funerarias de las comunidades negras del Atrato y del Chocó, que hacían posible que la muerte de un miembro cualquiera de la comunidad se convirtiera en un asunto de todos y, además de ayudarlo a bien morir, a transitar de este mundo al de los ancestros, los enormes costos de lo que ya se había venido convirtiendo en un lujoso negocio también fueran asumidos por todos mediante aportes solidarios y creativas formas de ahorro y apoyo colectivo. Igualmente, se ocupó detalladamente de entender las formas de intercambio de mano de obra entre vecinos, familias y parientes, así como el funcionamiento y organización de formas colectivas y solidarias de trabajo mediante las cuales se facilitaba la recolección de cosechas, la construcción de viviendas, la ejecución de obras comunales y la suplencia de ausencias por enfermedad de las cabezas de los troncos familiares. En esta especie de instituciones comunitarias (mortuorias, mingas, mano cambiada), se inspiró Gonzalo para empezar a trabajar con su equipo misionero y con la gente en el establecimiento de proyectos comunitarios de diversas escalas, en áreas económicas que formaran parte de los sistemas productivos locales, los cuales respondían a lógicas y ciclos perfectamente delimitados a lo largo del año, según las condiciones climáticas y los ritmos de la naturaleza, la tradición histórica y el cuidado de los suelos. De allí nacieron iniciativas de economía local, comunitaria, propia, como los trapiches, las trilladoras de arroz, los talleres de carpintería y ebanistería, de manualidades y costura, y las primeras experiencias e intentos de comercialización conjunta de productos entre diversos productores de cada comunidad. La miel de caña de los trapiches entró a formar parte de la canasta familiar, en reemplazo de la costosa azúcar que había que traer de Quibdó. El arroz bien trillado y de buena calidad garantizó el aprovisionamiento permanente de las familias y pequeños excedentes por venta a los hogares infantiles comunitarios. Los talleres de carpintería proveyeron materiales para el mejoramiento de las viviendas. La venta organizada de los productos y su traslado a mercados externos como Quibdó incrementaron los ingresos. Estaba en marcha una experiencia de economía alternativa novedosa, fundamentada en las prácticas culturales de las comunidades, cuyas ideas originales habían nacido de la prodigiosa mente de Gonzalo de la Torre; de modo que, cuarenta años atrás, cuando nadie daba un peso por la capacidad empresarial de los campesinos negros del Medio Atrato para sacar adelante iniciativas de esas que hoy llaman emprendimientos, Gonzalo ponía su nombre como garantía para que su congregación religiosa y diversas agencias e instituciones de cooperación aportaran recursos económicos para desarrollar este tipo de proyectos. Fe y acción, evangelio y vida, iglesia, pueblo y compromiso, eran realidades ineludibles y constitutivas de la vocación misionera de Gonzalo.
Fotos: Archivo personal y Steve Cagan (izq.) |
En el mismo sentido de estos procesos con las comunidades negras afroatrateñas, Gonzalo de la Torre había actuado en pro de la dignidad y los derechos de las comunidades indígenas del Chocó, especialmente durante los seis años (1970-1976) en los que se desempeñó como Superior de la Provincia Occidental de Colombia de los Misioneros Claretianos, momento en el cual quibdoseños de su generación soñaban con que muy pronto tendrían un amigo obispo.
Para la historia queda, por ejemplo, que fue Luz Colombia Zarkanchenko de González, actuando como Gobernadora del Chocó, quien suprimió por decreto un oprobio racista que se llamaba la “Fiesta del Indio”, a instancias de Gonzalo de la Torre, quien como Superior Provincial le había brindado todos los argumentos sobre la inconveniencia de mantener ese acto institucional de racismo. Insidiosamente inducidos al consumo desenfrenado de licor, indígenas que habían sido traídos desde diversos lugares del Chocó, eran reunidos en el parque principal de Quibdó -al final de la semana santa católica- para convertirlos en reyes de burlas, mediante su participación en juegos y concursos; y para entregarles al final unas cuantas baratijas y regalos. La Gobernadora Luz Colombia, fallecida hace dos años en Miami, donde residía, suspendió para siempre ese denigrante disparate, atendiendo la sugerencia y la solicitud de Gonzalo, quien como superior de su congregación también había dado un vuelco al anacrónico y poco evangélico manejo que algunos de sus compañeros claretianos venían dándole a los internados indígenas, como el de Aguasal, en el Alto Andágueda; dando comienzo a una completa renovación de la pastoral indígena, que incluyó la creación de un centro especializado en esta área misionera y la promoción de procesos educativos y organizativos que conducirían, en 1979, al surgimiento de la Organización Regional Embera Wounaan, OREWA, que durante muchos años fue faro de la dignificación de la vida de estos pueblos, la titulación de sus resguardos y el reconocimiento de sus derechos políticos, sociales, económicos, culturales.
Pequeñas
revoluciones
Especialista en Sagradas Escrituras, con un grado, entre otros, del Instituto bíblico franciscano, de Jerusalén, donde estudió arqueología, historia, lingüística, hermenéutica, recorrió palmo a palmo y con ojos de investigador la llamada Tierra santa, y tuvo sus primeras inspiraciones acerca de todo lo que podría hacer cuando regresara a Colombia; Gonzalo ha sido siempre un dedicado estudioso y un juicioso autor de artículos especializados sobre diversas materias bíblicas. Sus aleccionadores cursos sobre la creación en el Génesis, las parábolas que narró Jesús, las mujeres en la biblia y el método hermenéutico de su propia cosecha que ha promovido en los escenarios académicos desde hace varias décadas, al igual que sus múltiples publicaciones en diversos medios especializados, lo han convertido en una referencia indispensable cuando de estudios bíblicos serios y rigurosos se trata. Desde ese lugar teológico, Gonzalo ha influido profundamente, a lo largo de su vida, en las instancias de la iglesia por donde ha pasado, como la Congregación Claretiana, a la que pertenece, y la iglesia quibdoseña, en la cual ha estado inserto desde que era prefectura apostólica del Chocó, después como vicariato y posteriormente como diócesis. Gonzalo de la Torre no solamente promovió, sino que él mismo participó en su redacción, una de las declaraciones eclesiales de mayor impacto en la historia de la presencia católica en el Pacífico colombiano: las opciones pastorales del Vicariato Apostólico de Quibdó (1983), originalmente siete, y que como Diócesis se han venido complementando hasta llegar a once en la actualidad. La opción fundamental por la vida, expresa en las opciones por los pobres y oprimidos, por una evangelización liberadora, por las comunidades eclesiales de base, por las organizaciones de base, por la defensa del territorio y por una iglesia inculturada, constituyeron una pequeña revolución pastoral y misionera para esta jurisdicción y desde hace cuarenta años han guiado un trabajo comprometido por la defensa de los derechos de las comunidades negras, de los pueblos indígenas y de la sociedad chocoana en general.
El Obispo Jorge Iván Castaño Rubio, también claretiano, lideró la renovación de la iglesia de Quibdó y su puesta a tono con la historia. En ese sentido apoyó y auspició las ideas de su hermano de congregación Gonzalo de la Torre en cuanto a opciones pastorales. Así mismo Monseñor Castaño y Gonzalo promovieron e hicieron posible el trabajo artístico en Quibdó de otro claretiano universal, uno de los artistas sacros más importantes del siglo XX: Maximino Cerezo Barredo, autor del bello escudo diocesano y del tríptico mural sobre la historia de la evangelización en América Latina, en el ábside de la Catedral San Francisco de Asís, que es una obra monumental, bella, precisa y testimonial, que desafortunadamente ha sido subvalorada por sectores oficiales de la propia iglesia, que no pierden oportunidad de ocultarla a los ojos del público y que, buscando reemplazarla por telones y decorados con frecuencia bastante tridentinos han empezado incluso a deteriorarla. Esta obra debería ser declarada bien patrimonial de la ciudad.
Y
así sucesivamente
Y así sucesivamente, podríamos seguir evocando acciones y procesos en los que Gonzalo María de la Torre Guerrero ha sido un precursor y un pionero, áreas y materias en las que se adelantó a su tiempo con iniciativas que -hace cuarenta o cincuenta años- eran miradas con desdén y recelo, y que hoy forman parte del repertorio discursivo hasta de los más retrógrados; tales como la inclusión del enfoque de género y de la perspectiva étnica y territorial en el trabajo misionero, en los procesos educativos y organizativos; la promoción de la etnoeducación y de la educación popular; el fomento a la literatura regional del Chocó, mediante el apoyo y mecenazgo a escritores reconocidos (Miguel A. Caicedo, Carlos Arturo Caicedo Licona) y en su momento aún no del todo reconocidos (Isnel Mosquera, el Poeta del Pueblo); el rescate y posicionamiento del alabao chocoano, su resignificación e introducción en escenarios diferentes al fúnebre, y la recuperación de la copla campesina como elemento de la tradición y como herramienta de comunicación y educación. Etcétera, etcétera.
Gonzalo de la Torre es, además, un escritor talentoso, poeta y narrador: la colección “Amada negra, Amada-Pueblo”, de la cual ha publicado ya cuatro volúmenes, es una muestra de su talento; y su cuento Chombalinda, inédito, es un ejemplo de lo que podría haber hecho si hubiera tenido más tiempo para la literatura. Es también un fotógrafo impecable, que en tiempos de fotografía análoga tenía su propio cuarto oscuro para revelar sus negativos y copiar sus fotos. Y no lo hace nada mal como compositor, como podrá corroborarlo quien oiga el himno de la Universidad Claretiana[3], cuyos arreglos los hizo Alexis Lozano, con letra y música de Gonzalo. Tampoco la erra en diseño y arquitectura: durante dos décadas orientó la construcción de infraestructura promovida por los claretianos en el Medio Atrato y en Quibdó, con base en planos correctamente elaborados en papel milimetrado o en hojas cuadriculadas de tamaño oficio.
“Todo
comenzó en un rincón de la selva chocoana”[4]
Gonzalo María de la Torre Guerrero es, indudablemente, un Maestro, en todo el sentido de la palabra y con inicial mayúscula. De ahí que sea a él a quien se le haya ocurrido la creación de una universidad en el Chocó, aún en contra de quienes pensaban que fundarla en Quibdó era una mala idea y que Medellín o Cali eran una mejor opción. Su infinita paciencia, su inquebrantable fe y su admirable persistencia triunfaron: la inicialmente FUCLA, hoy Uniclaretiana, con él como fundador, nació en Quibdó y su sede principal allí se quedó, en el mismo lugar del barrio La Yesquita en donde Gonzalo se crio.
Gonzalo María de la Torre Guerrero es, indudablemente, uno de los mejores seres humanos que uno pueda conocer en la vida.
[1]
Además de la campaña del Telegrama Negro, las organizaciones ACIA, ACADESAN,
OBAPO, con el apoyo de la Diócesis de Quibdó y de la OREWA, protagonizaron una
toma pacífica de varios días a la Catedral, la Alcaldía y la sede del INCORA en
Quibdó, así como una visita sorpresiva a la Embajada de Haití en Bogotá; como
mecanismos de presión para que la Constituyente incluyera a las comunidades
negras en la nueva constitución política de Colombia.
[2] De
la Torre Guerrero, Gonzalo M. Mi contexto histórico. En: Amada Negra,
Amada-Pueblo. Proyecto y claves de comprensión. Medellín, 2020. 90 pp. Pág. 8.
[3] El Himno de Uniclaretiana puede oírse aquí: https://uniclaretiana.edu.co/simbologia
[4]
Esta expresión la usó Gonzalo en su discurso de presentación pública de la
Universidad Claretiana, el 20 de junio de 2007, en Quibdó.
Es un SER UNICO
ResponderBorrarDe acuerdo.
BorrarGracias hermano por este significativo reconocimiento al padre Gonzalo de la Torre. Me siento afortunada de conocerlo y haber sido influenciada por sus ideas y perspectivas.
ResponderBorrarSí, manita, uno se siente honrado de conocer a Gonzalo y compartir con él tantas y tan edificantes cosas.
BorrarMi agradecimiento eterno. Si, él no hubiera pasado por mi vida. No sería lo que hoy soy como persona, ser humano y profesional. Mis hijos también, lo recuerdan con mucho afecto y agradecimiento. Me emociona hasta las lágrimas. Que bueno que esto se haga en vida. Gonza, cómo yo lo llamo es un ser infinitamente humano.
ResponderBorrarGracias,Julio César, por los reconocimientos escritos al padre, Gonzalo de la Torre, uno de los grandes Chocoanos. Lástima la sempiterna miopía y egoísmo de la clase "dirigente" que no han magnificado su obra.
ResponderBorrarGracias, Pe. Gonzalo, fueron pocas horas, pero mucho lo que recibí de ti...
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