Tres cuentos de la tradición afrochocoana
Del capítulo chocoano de este milagroso ritual, el investigador y escritor Rogerio Velásquez Murillo (Sipí, 1908 – Quibdó, 1965) recopiló para la posteridad, como parte sustancial del acervo de nuestra oralitura, una buena cantidad de relatos de la tradición campesina afrochocoana; con veinticuatro de los cuales, en la Revista Colombiana de Folclor, Órgano del Instituto Colombiano de Antropología (VOLUMEN 11 - NUMERO 4 - SEGUNDA EPOCA - AÑO 1960 – Páginas 67-120), publicó uno de sus maravillosos y pioneros artículos: LEYENDAS DEL ALTO Y BAJO CHOCÓ, una colección representativa de la más genuina tradición oral de las comunidades.
De dicha colección, les ofrecemos hoy en El Guarengue dos versiones sobre cuándo y cómo los humanos nos volvimos mortales, una de Tutunendo y otra de Munguidó; y una versión de la oralitura chocoana -recogida en Istmina por Don Rogerio- del clásico cuento Juan sin Miedo, el héroe maravilloso que a varias generaciones nos fascinó en la infancia y que aparece en diversas tradiciones del mundo entero, como en los cuentos populares alemanes compilados por los Hermanos Grimm.
Tal como aparece en la publicación original de la Revista Colombiana de Folclor, después de los tres cuentos, transcribimos el vocabulario que Rogerio Velásquez incluyó como ayuda para la comprensión más universal de cada uno de los relatos, conservando en cada transcripción el número original que fue utilizado en la publicación. La perspectiva etnológica y antropológica de nuestro insigne investigador está presente en la versión de cada cuento y en el vocabulario que incluye.
Julio César U. H.
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-Cuándo
y cómo apareció la muerte sobre la Tierra-
1ª
versión. Cuento tutunendeño
Hace muchísimo tiempo, el cielo y la tierra estaban muy juntos, hasta el punto de que Dios se asomaba al balcón de su palacio y dominaba lo que Adán y Eva hacían en el interior de su rancho, en su finca y en sus minas. La pareja estaba tan cerca de Nuestro Amo, que éste se daba cuenta si los esposos tenían vestidos nuevos, alhajas en los baúles y carne y pan en la despensa. En las fiestas, Dios los invitaba al cielo en señal de amistad.
Como nuestros primeros padres eran buenos vecinos, el Señor les daba comida, ropa a medio usar, zapatos casi nuevos, chulepas (1) de paño para los días de frío, arpones y escopetas para cacería, remedios, clavos y candados para sus habitaciones, cobijas de jerga (2), pañuelos madrases (3), fula para cotones (4), pólvora, escopetas mariconas (5), maíz escogido para rocería. En una palabra, se entendían bien Dios y sus criados.
En una ocasión Dios les envió de regalo una piedra negra, durísima. Eva la tomó y, observándola cuidadosamente, se preguntó: ¿Para qué servirá esto que no parte con hacha, ni con golpes, ni se puede moler? A esto no le entra sierra, ni diente, ni nada. Dios se divierte con nosotros, y se burla de nuestra pobreza.
Eva, llorando de ira, esperó a su marido que estaba en una minga (6) desde hacía varios días, para que decidiera lo que tenían que hacer. Informado Adán, le echó cabeza (7) al asunto. Indudablemente Dios se burlaba de ellos. Esa piedra no se podía cargar en el yesquero (8), porque era muy pesada; ni usarse en el lavadero, porque era muy pequeña; ni como mano de piedra (9), porque no se podía picar; ni ponerse de tulo (10) en el fogón, porque no se levantaban las llamas. Si esto era así, esa piedra, negra como los chamones (11) y dura como el fierro, no servía para nada.
Devuelto el regalo, Dios le dijo a Adán: Como no aceptan el regalito que les hice la otra semana, recíbanme, en cambio, este gajo de plátanos. Adán y Eva se pusieron contentos con el gajo de dominicos (12). Cuando terminaron de comérselo, Dios se les presentó, y les dijo: Quise hacerlos eternos como las piedras, pero no quisieron ser como las piedras. Prefirieron tener una vida corta como las matas de plátano. Pues serán como ellas. Nacerán, crecerán y tendrán hijos que los reemplazarán, y morirán.
Después de esto, apareció la muerte sobre la tierra.
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-Cuándo
y cómo apareció la muerte sobre la Tierra-
2ª
versión. Cuento munguidoseño
Encariñados los hombres con la vida, desearon no morir. Para esto, enviaron al tigre a decirle a Dios que cuando murieran les permitiera volver a resucitar. El tigre se puso en marcha, pero en la mitad del camino se cansó y se echó a dormir.
La culebra, que odiaba al tigre porque una vez la había pisado en un baile, se dijo: Yo me saco un ojo por ver dos afuera. Que los hombres vivan largo tiempo, santo y bueno, porque con ellos me las entiendo cara a cara. Pero que este josefino (13) y desconsiderado con las señoras sea eterno, eso sí no lo resisto. Esto no ocurrirá en mis días. Voy a decirle a Dios que cuando muramos no volvamos a resucitar.
Y arrastrándose, arrastrándose como podía, se echó a andar. Un día, después de mil y quinientos años, alcanzó a verla tigre, que le preguntó:
- -- ¿Quién va? Por mi presencia nadie cruzar sin saludar y sin decir a dónde se dirige.
- -- Soy yo, culebra. Voy a la quebrada a lavar unos
pañales y a llenar un cántaro de agua.
-- ¡Ah! Creí que fuera otro matacho (14). Y siguió durmiendo.
La culebra al fin llegó al cielo y dio el mensaje que se había propuesto. Dios le respondió que así ocurriría.
Después de mucho tiempo arrimó el tigre al palacio del Creador y avisó la razón que los hombres le habían encomendado. Pero Dios le hizo saber que la culebra había pedido lo contrario de lo que querían los hombres, y Él había aceptado esa petición.
Los hombres odiaron a tigre y a culebra al comprender
que por ellos había entrado la muerte sobre la tierra.
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JUAN
SIN MIEDO
-Cuento istmineño-
Una noche de los fieles difuntos, le dijo el tío que fuera al cementerio a traerle un libro que se había olvidado. Más presto que volando, Juan tomó el camino del camposanto, que distaba del caserío muchas varas. Camina andar, camina andar, le parecía que no andaba, y andando estaba. Al fin llegó al cementerio. Como las ánimas estaban recibiendo el fresco de la noche sobre las sepulturas, el muchacho, con la luna que hacía, vio cómo un muerto le pasaba el libro a otro que lo abría, a otro que lo fojeaba, a otro que lo pesaba, a otro que se lo acercaba al oído, a otro que lo llevaba a la cabeza, al pecho, o se lo metía debajo del brazo.
Juan, sin miedo de ninguna clase, vio hacer todo esto escondido detrás de unos árboles. Amenazando con un lazo que había llevado, indicó a las ánimas que había ido por el libro que pertenecía a su tío. Los muertos entregaron el misal. Para no hacer el viaje ñanga (23), determinó Juan llevar a su tío unas cuantas almas de esas, suponiendo que al sacerdote le agradaría ver caras conocidas. Así lo pensó, y así lo hizo. Las amarró de las manos y las fue hurriando (24) hasta la casa de su padrino. Esta gracia no le cuadró al cura, quien, temblando de miedo, ordenó llevarlas de nuevo al camposanto. Pero Juan, que estaba cansado, las amarró en un guayabo que estaba en la plaza del pueblo, y se echó a dormir.
Con este pasaje, el sacerdote juró hacer morir al sobrino. Para ello lo mandó a la casa de un rico que había muerto hacía muchos años, dejando la plata enterrada en los cuartos de su habitación. Todos decían que a la posada esa no se podía arrimar ni de día ni de noche, puesto que el espíritu del dueño vagaba por allí arrastrando cadenas, dando gritos, llamando, maldiciendo, llorando, hablando lenguaradas que no se entendían. Los que habían oído estas cosas habían muerto. Por esta razón, Juan debía dormir en el castillo hasta el otro día.
Colocado en la casa abandonada, Juan se instaló en la cocina. Encendió candela, hizo de comer, y esperó fumando a que fuera más tarde para cenar y acostarse. Sentado estaba, cuando oyó una voz que decía: "¿Caigo, Juan?" El cojonudo (25) del muchacho dijo que sí, pero que como los alimentos preparados eran escasos, no había parte para él. El ánima dejó caer primero la cabeza, después las otras partes del cuerpo que se iban soldando en donde tenían que ir. Juan comía y veía esto, como quien oye llover (26).
Mucha gracia le hizo al visitante ver cómo la lengua se metía en la boca, los brazos buscaban los hombros, que el cabello se adhiriera a la cabeza, que los ojos buscaran la frente para hundirse en las cejas, que la carne temblando se echara sobre los huesos, que las venas se fueran engordando con la sangre como rellena (27) de puerco. Le llamó la atención todo lo de este fantasma, que se vestía con ruido, ajustándose sobre la nariz unas antiparras viejas y gruesas que le tapaban los ojos.
Cuando estuvo completo el espanto, comenzó la lucha por saber cuál de los dos debía quedarse en el castillo. Juan sacó un rejo de vaca que mojaba en agua bendita y golpeaba al espíritu, y éste daba a Juan con una espada larga y mohosa. De esta forma se pasaron la noche. Al cantar los gallos, hora en que los muertos vuelven a sus tumbas, dijo el esqueleto: Vencido estoy, Juan. Con el castigo que me has dado, puedo, ahora, ver la cara de Dios. En el mundo estuve engolfado (28), y fui mal hijo. Me dejé llevar de la riqueza, y le negué a mis padres lo que les correspondía. Te dejo esta casa con todo lo que tiene. Aquí están las llaves. En el cuarto más grande hallarás riquezas, y en la cocina y los patios hay oro enterrado.
Dicho esto, el fantasma desapareció. Juan hizo trasladar al castillo a sus padres y hermanos. Vivieron felices muchos años, sirviéndole a los pobres.
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VOCES Y GIROS REGIONALES EMPLEADOS EN ESTOS CUENTOS
(1) Chulepa. Antiguo saco de paño o dril, estrecho, largo y cerrado con botones, de uso masculino. Las chulepas se usaron hasta 1910.
(2) Cobija de jerga. Manta de algodón pintarrajeada groseramente.
(3) Pañuelo madrás. Pañuelo grande usado por las mujeres para cubrirse el pecho y los hombres como pampanilla o taparrabo. En el Chocó se creía que los tales venían de la India.
(4) Cotón. Camisa corta de uso casero o en los trabajos.
(5) Maricona. Hablando de escopetas, la voz indica la de dos cañones.
(6) Minga. Sistema comunal de trabajo.
(7) Echar cabeza. Pensar mucho un asunto o negocio.
(8) Yesquero. Bolsa o carriel donde va la yesca, eslabón y tabaco, usado por los monteadores.
(9) Mano de piedra. Mortero.
(10) Tulo. Nombre de cada una de las tulpas del fogón.
(11) Chamón. Pájaro de color negro que abunda en las orillas de Atrato.
(12) Dominico. Cierto plátano.
(13) Josefino. Afeminado.
(14) Matacho. Figura deforme, mamarracho, espantajo.
[…]
(18) Ovachón. Sin oficio.
(19) Hurga la vida. Molestoso, patán, travieso.
(20) Quitar de encima. Evadir, zafar.
(21) Pereque. Cosa o persona que molesta.
(22) Cariduro. Sin vergüenza, cínico.
(23) Ñanga. Inútil.
(24) Hurriando. Echando, empujando, excitando a seguir adelante.
(26) Cojonudo. Valeroso, fuerte.
(26) Como quien oye llover. Sin importar, sin intimidarse.
(27) Rellena. Morcilla.