28/10/2024

Tres cuentos de la tradición afrochocoana

Pionero y precursor de los estudios sobre las sociedades y culturas negras del Pacífico y del Chocó, Rogerio Velásquez contribuyó con su trabajo a la preservación de repertorios sustanciales de la oralitura afrochocoana. Gran parte de sus trabajos fueron publicados como artículos en la Revista del Instituto Colombiano de Antropología, en el cual trabajó como investigador. FOTOS: Archivo fotográfico y fílmico del Chocó. Archivo El Guarengue.
A lo largo de la historia de la humanidad, han sido las noches el reino de los relatos y los cuentos, de la memoria y la fantasía, de los arcanos de la tradición y de la vida. En las noches de brisa, de luna y estrellas, o en las noches de tempestad y aguacero, relámpagos y truenos, durante millares de años, ha acontecido el ritual consuetudinario de la tradición oral.

Del capítulo chocoano de este milagroso ritual, el investigador y escritor Rogerio Velásquez Murillo (Sipí, 1908 – Quibdó, 1965) recopiló para la posteridad, como parte sustancial del acervo de nuestra oralitura, una buena cantidad de relatos de la tradición campesina afrochocoana; con veinticuatro de los cuales, en la Revista Colombiana de Folclor, Órgano del Instituto Colombiano de Antropología (VOLUMEN 11 - NUMERO 4 - SEGUNDA EPOCA - AÑO 1960 – Páginas 67-120), publicó uno de sus maravillosos y pioneros artículos: LEYENDAS DEL ALTO Y BAJO CHOCÓ, una colección representativa de la más genuina tradición oral de las comunidades.

De dicha colección, les ofrecemos hoy en El Guarengue dos versiones sobre cuándo y cómo los humanos nos volvimos mortales, una de Tutunendo y otra de Munguidó; y una versión de la oralitura chocoana -recogida en Istmina por Don Rogerio- del clásico cuento Juan sin Miedo, el héroe maravilloso que a varias generaciones nos fascinó en la infancia y que aparece en diversas tradiciones del mundo entero, como en los cuentos populares alemanes compilados por los Hermanos Grimm.

Tal como aparece en la publicación original de la Revista Colombiana de Folclor, después de los tres cuentos, transcribimos el vocabulario que Rogerio Velásquez incluyó como ayuda para la comprensión más universal de cada uno de los relatos, conservando en cada transcripción el número original que fue utilizado en la publicación. La perspectiva etnológica y antropológica de nuestro insigne investigador está presente en la versión de cada cuento y en el vocabulario que incluye.

Julio César U. H.

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 -Cuándo y cómo apareció la muerte sobre la Tierra-
1ª versión. Cuento tutunendeño

Hace muchísimo tiempo, el cielo y la tierra estaban muy juntos, hasta el punto de que Dios se asomaba al balcón de su palacio y dominaba lo que Adán y Eva hacían en el interior de su rancho, en su finca y en sus minas. La pareja estaba tan cerca de Nuestro Amo, que éste se daba cuenta si los esposos tenían vestidos nuevos, alhajas en los baúles y carne y pan en la despensa. En las fiestas, Dios los invitaba al cielo en señal de amistad.

Como nuestros primeros padres eran buenos vecinos, el Señor les daba comida, ropa a medio usar, zapatos casi nuevos, chulepas (1) de paño para los días de frío, arpones y escopetas para cacería, remedios, clavos y candados para sus habitaciones, cobijas de jerga (2), pañuelos madrases (3), fula para cotones (4), pólvora, escopetas mariconas (5), maíz escogido para rocería. En una palabra, se entendían bien Dios y sus criados.

En una ocasión Dios les envió de regalo una piedra negra, durísima. Eva la tomó y, observándola cuidadosamente, se preguntó: ¿Para qué servirá esto que no parte con hacha, ni con golpes, ni se puede moler? A esto no le entra sierra, ni diente, ni nada. Dios se divierte con nosotros, y se burla de nuestra pobreza.

Eva, llorando de ira, esperó a su marido que estaba en una minga (6) desde hacía varios días, para que decidiera lo que tenían que hacer. Informado Adán, le echó cabeza (7) al asunto. Indudablemente Dios se burlaba de ellos. Esa piedra no se podía cargar en el yesquero (8), porque era muy pesada; ni usarse en el lavadero, porque era muy pequeña; ni como mano de piedra (9), porque no se podía picar; ni ponerse de tulo (10) en el fogón, porque no se levantaban las llamas. Si esto era así, esa piedra, negra como los chamones (11) y dura como el fierro, no servía para nada.

Devuelto el regalo, Dios le dijo a Adán: Como no aceptan el regalito que les hice la otra semana, recíbanme, en cambio, este gajo de plátanos. Adán y Eva se pusieron contentos con el gajo de dominicos (12). Cuando terminaron de comérselo, Dios se les presentó, y les dijo: Quise hacerlos eternos como las piedras, pero no quisieron ser como las piedras. Prefirieron tener una vida corta como las matas de plátano. Pues serán como ellas. Nacerán, crecerán y tendrán hijos que los reemplazarán, y morirán.

Después de esto, apareció la muerte sobre la tierra.

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-Cuándo y cómo apareció la muerte sobre la Tierra- 
2ª versión. Cuento munguidoseño

Encariñados los hombres con la vida, desearon no morir. Para esto, enviaron al tigre a decirle a Dios que cuando murieran les permitiera volver a resucitar. El tigre se puso en marcha, pero en la mitad del camino se cansó y se echó a dormir.

La culebra, que odiaba al tigre porque una vez la había pisado en un baile, se dijo: Yo me saco un ojo por ver dos afuera. Que los hombres vivan largo tiempo, santo y bueno, porque con ellos me las entiendo cara a cara. Pero que este josefino (13) y desconsiderado con las señoras sea eterno, eso sí no lo resisto. Esto no ocurrirá en mis días. Voy a decirle a Dios que cuando muramos no volvamos a resucitar.

Y arrastrándose, arrastrándose como podía, se echó a andar. Un día, después de mil y quinientos años, alcanzó a verla tigre, que le preguntó:

-     -- ¿Quién va? Por mi presencia nadie cruzar sin saludar y sin decir a dónde se dirige.

-     -- Soy yo, culebra. Voy a la quebrada a lavar unos pañales y a llenar un cántaro de agua.

-- ¡Ah! Creí que fuera otro matacho (14). Y siguió durmiendo.

La culebra al fin llegó al cielo y dio el mensaje que se había propuesto. Dios le respondió que así ocurriría.

Después de mucho tiempo arrimó el tigre al palacio del Creador y avisó la razón que los hombres le habían encomendado. Pero Dios le hizo saber que la culebra había pedido lo contrario de lo que querían los hombres, y Él había aceptado esa petición.

Los hombres odiaron a tigre y a culebra al comprender que por ellos había entrado la muerte sobre la tierra.

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 JUAN SIN MIEDO
-Cuento istmineño-

Este era un hombre casado con su mujer, y la mujer casada con su marido. Al cabo del tiempo tuvieron un hijo que llamaron Juan. Para criarlo, se lo entregaron a un pariente que era sacerdote. Mal dirigido, sostenido ovachonamente (18), se volvió travieso, un hurga la vida (19), por lo que el cura se lo quería quitar de encima (20), es decir, zafarse ese pereque (21). Mas, como el muchacho era cariduro (22), no se iba de la casa cural.

Una noche de los fieles difuntos, le dijo el tío que fuera al cementerio a traerle un libro que se había olvidado. Más presto que volando, Juan tomó el camino del camposanto, que distaba del caserío muchas varas. Camina andar, camina andar, le parecía que no andaba, y andando estaba. Al fin llegó al cementerio. Como las ánimas estaban recibiendo el fresco de la noche sobre las sepulturas, el muchacho, con la luna que hacía, vio cómo un muerto le pasaba el libro a otro que lo abría, a otro que lo fojeaba, a otro que lo pesaba, a otro que se lo acercaba al oído, a otro que lo llevaba a la cabeza, al pecho, o se lo metía debajo del brazo.

Juan, sin miedo de ninguna clase, vio hacer todo esto escondido detrás de unos árboles. Amenazando con un lazo que había llevado, indicó a las ánimas que había ido por el libro que pertenecía a su tío. Los muertos entregaron el misal. Para no hacer el viaje ñanga (23), determinó Juan llevar a su tío unas cuantas almas de esas, suponiendo que al sacerdote le agradaría ver caras conocidas. Así lo pensó, y así lo hizo. Las amarró de las manos y las fue hurriando (24) hasta la casa de su padrino. Esta gracia no le cuadró al cura, quien, temblando de miedo, ordenó llevarlas de nuevo al camposanto. Pero Juan, que estaba cansado, las amarró en un guayabo que estaba en la plaza del pueblo, y se echó a dormir.

Con este pasaje, el sacerdote juró hacer morir al sobrino. Para ello lo mandó a la casa de un rico que había muerto hacía muchos años, dejando la plata enterrada en los cuartos de su habitación. Todos decían que a la posada esa no se podía arrimar ni de día ni de noche, puesto que el espíritu del dueño vagaba por allí arrastrando cadenas, dando gritos, llamando, maldiciendo, llorando, hablando lenguaradas que no se entendían. Los que habían oído estas cosas habían muerto. Por esta razón, Juan debía dormir en el castillo hasta el otro día.

Colocado en la casa abandonada, Juan se instaló en la cocina. Encendió candela, hizo de comer, y esperó fumando a que fuera más tarde para cenar y acostarse. Sentado estaba, cuando oyó una voz que decía: "¿Caigo, Juan?" El cojonudo (25) del muchacho dijo que sí, pero que como los alimentos preparados eran escasos, no había parte para él. El ánima dejó caer primero la cabeza, después las otras partes del cuerpo que se iban soldando en donde tenían que ir. Juan comía y veía esto, como quien oye llover (26).

Mucha gracia le hizo al visitante ver cómo la lengua se metía en la boca, los brazos buscaban los hombros, que el cabello se adhiriera a la cabeza, que los ojos buscaran la frente para hundirse en las cejas, que la carne temblando se echara sobre los huesos, que las venas se fueran engordando con la sangre como rellena (27) de puerco. Le llamó la atención todo lo de este fantasma, que se vestía con ruido, ajustándose sobre la nariz unas antiparras viejas y gruesas que le tapaban los ojos.

Cuando estuvo completo el espanto, comenzó la lucha por saber cuál de los dos debía quedarse en el castillo. Juan sacó un rejo de vaca que mojaba en agua bendita y golpeaba al espíritu, y éste daba a Juan con una espada larga y mohosa. De esta forma se pasaron la noche. Al cantar los gallos, hora en que los muertos vuelven a sus tumbas, dijo el esqueleto: Vencido estoy, Juan. Con el castigo que me has dado, puedo, ahora, ver la cara de Dios. En el mundo estuve engolfado (28), y fui mal hijo. Me dejé llevar de la riqueza, y le negué a mis padres lo que les correspondía. Te dejo esta casa con todo lo que tiene. Aquí están las llaves. En el cuarto más grande hallarás riquezas, y en la cocina y los patios hay oro enterrado.

Dicho esto, el fantasma desapareció. Juan hizo trasladar al castillo a sus padres y hermanos. Vivieron felices muchos años, sirviéndole a los pobres.

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VOCES Y GIROS REGIONALES EMPLEADOS EN ESTOS CUENTOS

(1) Chulepa. Antiguo saco de paño o dril, estrecho, largo y cerrado con botones, de uso masculino. Las chulepas se usaron hasta 1910.

(2) Cobija de jerga. Manta de algodón pintarrajeada groseramente.

(3) Pañuelo madrás. Pañuelo grande usado por las mujeres para cubrirse el pecho y los hombres como pampanilla o taparrabo. En el Chocó se creía que los tales venían de la India.

(4) Cotón. Camisa corta de uso casero o en los trabajos.

(5) Maricona. Hablando de escopetas, la voz indica la de dos cañones.

(6) Minga. Sistema comunal de trabajo.

(7) Echar cabeza. Pensar mucho un asunto o negocio.

(8) Yesquero. Bolsa o carriel donde va la yesca, eslabón y tabaco, usado por los monteadores.

(9) Mano de piedra. Mortero.

(10) Tulo. Nombre de cada una de las tulpas del fogón.

(11) Chamón. Pájaro de color negro que abunda en las orillas de Atrato.

(12) Dominico. Cierto plátano.

(13) Josefino. Afeminado.

(14) Matacho. Figura deforme, mamarracho, espantajo.

[…]

(18) Ovachón. Sin oficio.

(19) Hurga la vida. Molestoso, patán, travieso.

(20) Quitar de encima. Evadir, zafar.

(21) Pereque. Cosa o persona que molesta.

(22) Cariduro. Sin vergüenza, cínico.

(23) Ñanga. Inútil.

(24) Hurriando. Echando, empujando, excitando a seguir adelante.

(26) Cojonudo. Valeroso, fuerte.

(26) Como quien oye llover. Sin importar, sin intimidarse.

(27) Rellena. Morcilla.

(28) Engolfado. Creído, engreído, poseído demasiado

21/10/2024

 La diatriba de Don Rogerio 
y las primeras lecturas de Arnoldo Palacios: 
Dos notas históricas sobre libros y bibliotecas en el Chocó

Rogerio Velásquez y Arnoldo Palacios.
Archivo El Guarengue.

¿Hay instrucción en nuestro pueblo?, pregunta el escritor e intelectual chocoano Rogerio Velásquez (Sipí, 1908-Quibdó, 1965) en un artículo con dicho título, publicado en el periódico ABC, de Quibdó, el 21 de diciembre de 1929.

Con su agudeza característica y su talante visionario, Don Rogerio, uno de los más grandes intelectuales de la chocoanidad, pionero y precursor de las ciencias sociales y humanas en Colombia en diversos campos, como la etnohistoria, y la antropología de comunidades negras del Chocó y del Pacífico colombiano, cuyo universo cultural documentó con tino, riqueza y versatilidad etnográfica y literaria; expresa sin rodeos hace casi un siglo:

“La poca introducción de libros en el territorio chocoano es la causa de la ignorancia que impera en nuestro pueblo. La muchedumbre no lee, no investiga, porque no tiene en dónde […] Los gobiernos seccionales no se han preocupado. Han enseñado con su silencio al pueblo que el libro no se necesita. Han tenido a las masas en la noche de su propia estulticia, sin preocuparse en darles la luz de la civilización”.[1]

Osadía y honestidad

El Chocó lleva en ese momento un poco menos de tres décadas de haber sido desprendido del Cauca y establecido como Intendencia Nacional mediante la unión de sus dos provincias históricas: el Atrato y el San Juan. El periodo conocido como la Hegemonía Conservadora está llegando a su fin en Colombia, para darle paso a la llamada República Liberal. De modo que es una osadía de Rogerio Velásquez la publicación de esta opinión en el histórico y leído ABC, pues a sus 21 años -la edad de la ciudadanía en ese entonces- ya se cuenta como militante del Partido Conservador.

Dicha osadía, una muestra de la honestidad intelectual de Rogerio Velásquez, nos ilustra acerca del hecho palmario de que el acceso popular a la lectura de libros y su promoción a través de bibliotecas son procesos que podrían no tener más de un siglo de existencia en el Chocó; dado que, antes de la vida intendencial, la región chocoana era simple apéndice del Cauca y, por su intermedio, de la Nación, que la consideraban básicamente como proveedora y fuente, casi inagotable, de extracción de metales preciosos y de riquezas de la selva, para beneficio económico de los empresarios popayanejos y vallunos, caribes y extranjeros (turcos, gringos, ingleses, y hasta rusos y alemanes), y posteriormente antioqueños. Un escenario en el que no eran precisamente la difusión pública de libros y la instalación de bibliotecas públicas las preocupaciones centrales de la institucionalidad vigente.

Antes de la pequeña revolución

Cuando Rogerio Velásquez publica este artículo en el periódico ABC, de Quibdó, ya existen -aunque prioritariamente para el servicio de los hijos e hijas de las élites- un colegio de varones, posteriormente denominado Colegio Carrasquilla, y los colegios de mujeres creados por las monjas de La Presentación en Quibdó e Istmina; así como sendas escuelas públicas de varones y de niñas. Aún faltan escasos cinco años para que se produzca, a instancias de Adán Arriaga Andrade como Intendente Nacional del Chocó y Vicente Barrios Ferrer como director de Educación Pública, aquella pequeña revolución de marzo de 1934, que marcaría para siempre la historia de la educación en la región, mediante el comienzo real del acceso masivo de la población negra a la vida escolar, antes vedada por diversos medios y mecanismos.[2]

Obrerismo

Son tiempos en los que Quibdó e Istmina, como ejes del desarrollo regional, viven opíparas prosperidades económicas, como efecto de la bonanza que al capital extractivista le ha traído el jugoso monopolio del platino de Condoto, que ha reemplazado al de los Montes Urales en la producción mundial. Llegan también hasta las orillas del Atrato y del San Juan las ideas del movimiento obrero, que la Rusia bolchevique, la República Francesa y las masas trabajadoras inglesas y norteamericanas le han aportado al mundo. Así, los trabajadores de la empresa minera Chocó Pacífico crean su sindicato, en el Corregimiento de La Vuelta, en noviembre de 1934, para defender sus intereses y derechos frente a las arbitrariedades y felonías de esa compañía norteamericana.[3] Al año siguiente, es creada la Sociedad Obrera del Chocó, que asumirá las banderas regionales del obrerismo chocoano.[4]

El libro: nuevo Sinaí de la sabiduría

El contexto descrito explica los términos en los que aquel lúcido y joven Rogerio Velásquez le da continuidad al argumento central de su artículo acerca de la instrucción del pueblo chocoano. El libro, un objeto o elemento hasta entonces extraño al pueblo en general y al obrerismo en particular, es el símbolo que Don Rogerio enarbola para su reclamo sobre la educación, la instrucción, la lectura y el ejercicio del conocimiento como bienes comunes y derechos públicos de la gente.

“Entiendo yo que hay que instruir a las masas. Hay que enseñarlas. Hay que hacerlas comprender que el libro es el nuevo Sinaí de la sabiduría. Hay que decirle al obrerismo que el libro es conductor de pueblos, develador de revoluciones, piedra, faro, luz. Hay que enseñar que debe ser soldado del ideal escrito, para que de esa manera labre su victoria en justicia y libertad, luchando hasta coronar la meta, convencido evidentemente de que será fuerte y potente, espíritu y no carne, antorcha y no tea, hombre y no cosa, en el no lejano futurismo social”.[5]

El remate de su sensato reclamo no es menos claro ni diciente. Maestro innato como es, Rogerio Velásquez cree firmemente en el valor de las bibliotecas y los libros como medios para la democratización del conocimiento y para la ilustración del pueblo chocoano:

“Educar al pueblo es hacer patria. Pues hagámosla. Colmémoslo de ilustración hasta donde sea posible, por medio de bibliotecas, de conferencias, etc., etc., que esa semilla en el surco del pueblo germinará maravillosamente”.[6]

Las primeras lecturas de Arnoldo Palacios

Cuando Rogerio Velásquez publica este valioso texto en el ABC, Arnoldo Palacios está próximo a cumplir cinco años. Aunque todavía no ha entrado a la escuela, Arnoldo ya sabe qué es un libro y conoce varios. Comprende perfectamente qué es leer y ha visto cómo leen varios adultos de Cértegui, entre ellos su padre, en cuyas piernas se sienta frecuentemente, en las mañanas, mientras él lee periódicos y revistas que le llegan de Bogotá. Igualmente, Arnoldo ha oído en primera fila los relatos de viajeros atrateños y sanjuaneños, bagadoseños y tadoseños, quibdoseños y condoteños, que pasan semanalmente, mensualmente, por su pueblo, por su casa, por los dominios de su balcón; así como las múltiples historias y los cuentos de todo tipo que en las noches de asueto han contado sus parientes y vecinos.

Cumplida la edad reglamentaria, Arnoldo ingresa a la escuela y en un santiamén aprende a leer y a escribir, guiado por el maestro Argemiro. El diccionario de su papá y el periódico ABC, de Quibdó. La Biblia de Joselaó. El vademécum del curandero Juan Domingo Ramírez. Las mil y una noches de su tío Juan. Los códigos y la Constitución Política, del vecino Carlos. Una edición maltratada de El Parnaso colombiano. Romeo y Julieta. La divina comedia. La Ilíada. Quo Vadis. Don Quijote. María…son algunos de los primeros libros a los que Arnoldo Palacios Palacios tiene acceso.

La biblioteca escolar de Cértegui

A juzgar por lo que él cuenta en "Buscando mi madredediós", Cértegui en su infancia es un pequeño paraíso literario: clásicos de la literatura universal y nacional, y relatos de la tradición oral de la región, conforman un universo narrativo que despertará aún más la curiosidad y la sed de saber de aquel Arnoldo Palacios niño, que crece en una familia en donde la actividad intelectual, así no se nombrara de esta manera, tiene igual importancia que el trabajo del campo. 

A escasos dos meses de la publicación de Rogerio Velásquez en el ABC, comienzan los gobiernos de la República Liberal, que traen consigo valiosos cambios en materia de desempeño institucional en el Chocó. El incremento significativo del número de escuelas rurales en la región, la creación de colegios para mujeres en Istmina y en Quibdó, y el programa intendencial de becas para el apoyo a estudios secundarios y universitarios -como parte de la democratización del acceso a la educación pública- son hitos casi épicos de aquella historia. La biblioteca escolar de Cértegui, que Arnoldo Palacios rememora en Buscando mi madredediós, no se queda atrás en cuanto a su valor histórico:

“…en esa época, el gobierno nacional, por iniciativa del Partido Liberal, decidió enviar una colección de obras, seguramente a todos los pueblos de Colombia, porque a Cértegui también llegaron los libros. Si mal no recuerdo, dicha remesa se denominaba biblioteca escolar”.[7]

Acceder libremente a los libros es ahora una posibilidad real e infinita, que incrementa el fervor literario y narrativo de Arnoldo Palacios:

“¡Visto y no oído! Con mi lamparita de kerosín, echado yo en el suelo raso, me sorprendían las doce de la noche, la una, las dos, tres de la mañana. A veces, mi mamá me regañaba, tratando de hacerme entender que yo arriesgaba a enfermarme dedicado todo el santo día y la santa noche a esas lecturas”.[8]

Nace una estrella… negra

El sueño del joven Rogerio Velásquez empezaba a cumplirse. El aventajado escolar Arnoldo Palacios leía y leía y leía, soñaba y soñaba y soñaba.

“Llegó el momento en que no encontré más que leer en Cértegui. Me veía obligado a releer: Esquilo, Sófocles, Eurípides, Homero, Virgilio. Me gustaban mucho los capítulos de la historia del arte consagrados a Leonardo da Vinci y Miguel Ángel. De la biografía de Dante me impresionó que este se hubiese enamorado de Beatriz desde la edad de nueve años. Dante contemplaba a Beatriz no más desde lejos. Podía uno enamorarse desde chiquito. Yo quería como él tener una novia joven, que fuera algo así como un sueño.[9]

Aunque en ese momento no lo supiera, el autor de “Las estrellas son negras” estaba naciendo para la literatura. Rogerio Velásquez, pionero y precursor, iluminaba el camino.


[1] Periódico ABC, Quibdó, 21 de diciembre de1929. Rogerio Velásquez Murillo. ¿Hay instrucción en nuestro pueblo?

[2] Para conocer detalles del hito histórico de la popularización de la educación pública en el Chocó, estos son algunos artículos publicados en El Guarengue:

Cuando estudiar era un lujo. https://miguarengue.blogspot.com/2019/06/cuando-estudiar-era-un-lujo-miguel-a.html

De excluidas a pioneras. Mujeres y educación en el Chocó. https://miguarengue.blogspot.com/2021/03/deexcluidas-pioneras-mujeres-y.html

De la Dieguito a la UTCH. 50 años de la Universidad Tecnológica del Chocó “Diego Luis Córdoba”. https://miguarengue.blogspot.com/2022/03/de-ladieguito-la-utch-50anos-de-la.html

[4] Ver en El Guarengue: El primer 1º de mayo de la Sociedad Obrera del Chocó. https://miguarengue.blogspot.com/2021/04/elprimer-1-de-mayo-de-la-sociedad.html

[5] Ídem. Ibidem.

[6] Ídem. Ibidem.

[7] Arnoldo Palacios. Buscando mi madredediós. Universidad del Valle y Ministerio de Cultura, 2009. 344 pp. Pág. 331-332.

[8] Ibidem. Pág. 332.

[9] Ídem. Ibidem.

14/10/2024

 Isnel Alecio Mosquera:
verdaderamente “El Poeta del Pueblo”
La fuerza poética de Isnel Alecio Mosquera Rentería y su capacidad extraordinaria para plasmar en sus versos el alma cultural, la historia y las luchas sociales y políticas del Chocó le hacen merecedor inobjetable de su título de Poeta del Pueblo. Sin duda, su obra ocupa un lugar meritorio en la poesía afrocolombiana y afroamericana. FOTOS: Portadas libros: El Guarengue; Isnel Mosquera: Corpografías-Bojayá.

Este texto fue escrito y publicado en junio de 1990 como presentación del libro Canto a mi pueblo, primera publicación de Isnel Alecio Mosquera Rentería, reconocido con justa razón como El Poeta del Pueblo. La edición fue realizada por la Diócesis de Quibdó, con el patrocinio de Misereor, con bellas ilustraciones originales del artista Fredy Sánchez Caballero, diseño y diagramación de Adolfo Gamboa Valencia e impresión de Gráficas La Aurora (Quibdó-Chocó), bajo la coordinación editorial de Jaime Salazar. 154 páginas y 48 poemas, distribuidos en dos partes: Despierta ya Pueblo mío (I Parte) y Opinión de un Campesino (II Parte) conforman el libro; que en mayo de 2014 encontró una especie de continuidad -como saga poética- en Sigo cantando a mi pueblo, publicado por la Universidad Claretiana y la Diócesis de Quibdó, con presentación del intelectual, profesor y escritor chocoano Néstor Emilio Mosquera Perea.

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“Mi pueblo es el cuerpo de mi canto
mi canto es sentimiento de mi pueblo
es mi voz de mi pueblo risa y llanto
porque mi boca es boca de mi pueblo”
Isnel Mosquera

Isnel Mosquera afirma que el Maestro del verso tradicional chocoano es Miguel A. Caicedo Mena. Es un reconocimiento sincero, que comparto como admirador irrevocable del trabajo poético de Caicedo y como estudioso del mismo desde hace varios años. Sin embargo, puedo decir que, así la maestría de Caicedo sea cierta, Isnel Mosquera no se queda atrás, ni es solo un discípulo aventajado de Caicedo; sino la renovación de Caicedo, el contrapunto necesario para la revitalización del patrimonio literario chocoano, que ha venido quedándose un tanto a la zaga, por lo menos en cuanto a escritura de oficio se refiere. ¿Y qué es lo que hay de revitalización en Isnel? Digamos algunas palabras que su obvia modestia, esa modestia honesta de los grandes cantores populares, impediría que él las dijera.

En primer lugar, como paralelo y no como comparación, veo en Isnel una mirada más hacia el futuro, desde las condiciones objetivas del presente, en cuanto a los temas de la chocoanidad se refiere: mientras Caicedo da cuenta perfectamente de las más hondas prácticas culturales chocoanas, en tanto cosmovisión y vida cotidiana; Isnel va más allá, ve a su pueblo como un hecho cultural, pero también como un hecho social y político. O sea que Isnel intuye y entiende que no se es ser cultural por separado del ser social y político. Mejor dicho: no solamente se tienen unas costumbres y se habla de tal o cual manera o se cuentan tales cosas y se comen tales otras. También -además- se analiza la vida críticamente, se discute sobre la situación estructural del entorno donde la cultura se desarrolla y se tienen en mente proyectos de lucha para la liberación socio-económica-política. En síntesis, en las poesías de Isnel, el pueblo chocoano es pueblo en cuanto cultura vernácula y tradicional -como en las poesías de Caicedo-; pero, simultáneamente, el pueblo chocoano es opresión, marginación, es segregación étnica y, por lo mismo, es proyecto organizativo popular para la liberación y el cambio, es etnia empobrecida en pie de lucha por sus derechos como etnia y como clase social.

El Maestro Caicedo es el pionero, ante cuyo ejemplo Isnel Mosquera renueva las banderas poéticas y les introduce una dimensión de corte integral, totalizante y englobante de una realidad multideterminada, de la cual sus poesías, como toda verdadera literatura, dan cuenta sin rodeos innecesarios, sin compromisos que reduzcan el quehacer literario a un servilismo político que descuide lo estético; combinando con maestría inobjetable el acto literario (momento de la creación) con el acto político (análisis de la realidad y fuente temática del poema)... Isnel Mosquera es verdaderamente el Poeta del Pueblo. Del pueblo sale, en él se mueve, como pueblo se reclama y reivindica, y al pueblo sirve con su arte. Reconocerle ese título a Isnel es lo más acertado que se haya podido hacer, porque en el título de Poeta del Pueblo está dicho todo lo que de él se puede decir.

Puesto que rebasa las intenciones de un prólogo, no es posible en esta ocasión adentrarnos en detalles analíticos de la obra de Isnel que ahora está en las manos del lector. Me limito, en espera de una ocasión más propicia, a decir que en este libro hay de todo y para todos los gustos, conservando siempre dos líneas fundamentales: el devenir cultural y el devenir histórico del pueblo empobrecido del Chocó, como trasfondo. Lo cual hace de Isnel un vocero autorizado de su etnia, de su pueblo, con las calidades poéticas de los mejores, a la altura de Candelario Obeso, Jorge Artel, Miguel A. Caicedo y, sin exagerar, de Nicolás Guillén, el cubano que le dio un grito negro al imperialismo envilecedor.

El honor que para mí significa prologar esta primera publicación de Isnel Mosquera posiblemente me haría decir más cosas; pero está bueno ya y no quiero retrasarle al lector, en caso de que no se haya saltado estas líneas, la delicia profunda de leer a un excelente poeta, que revela a un hombre igualmente excelente, cuyo trabajo (hay que oírlo cuando declama) es un grito al Chocó, a Colombia y al mundo sobre esta realidad afrochocoana, indígena y mestiza de opresión; un grito escrito con el lenguaje del pueblo, en los términos expresados en los versos que encabezan esta nota… Un grito de acción, cuya fuerza se capta mejor cuando uno lo escucha a él personalmente, con esa peculiar manera de decir, ese acento y esa energía propios de la tradición oral… Un grito de acción mediante el cual, en eso confiamos todos los que estamos comprometidos con la causa popular, este pueblo grande y valiente reduzca a sus tiranos a “los obscuros basureros de la historia”, como escribe Isnel, y siga la invitación de su Poeta a la organización para el cambio: “Despierta ya pueblo mío / a construir nuestra unión / pues al calor de la lucha / tendremos liberación”.

Julio César Uribe Hermocillo 
Quibdó, junio de 1990.

 

07/10/2024

 Tres voces entrañables de la poética afrocolombiana

Jorge Artel, Edelma Zapata, Helcías Martán. 3 voces cálidas de la poética afrocolombiana. FOTOS: 1) Semanario Voz. 2) El Pilón. 3) Centro Cultural Isaacs-Universidad del Valle.

Desde el 2021, el 12 de octubre dejó de llamarse en Colombia con el equívoco nombre de día de la raza, para pasar a denominarse Día de la Diversidad Étnica y Cultural de la Nación Colombiana, un nombre claramente más apropiado y apegado a la realidad histórica nacional, que evoca nuestra diversidad como un atributo histórico y presente, y no como un rasgo borroso y desdeñable del pasado. En homenaje a esta idea, comenzamos octubre con tres voces poéticas afrocolombianas en El Guarengue:

Jorge Artel (Cartagena, 1909 – Malambo, 1994), uno de los pioneros de la poesía negra en Colombia, heredero de la tradición de Candelario Obeso; el poeta de Getsemaní le añadió a sus versos (Tambores en la noche) el fuego de las reivindicaciones de justicia para la masa empobrecida. En una ocasión visitó a Quibdó, y de allí sus ojos tuvieron con qué inmortalizar la noche del Chocó y de paso a Diego Luis: “el pueblo te quiere a ti, Diego Luis, el pueblo te quiere a ti…”.

Helcías Martán Góngora (Guapi, 1920 – Cali, 1984), bardo de los esteros, vate de los ríos, juglar de la selva y de su gente, El Poeta del Mar es una voz oceánica por la universalidad de su palabra luminosa y vasta; un asiduo de nuestros relatos del Chocó profundo; en este Guarengue donde somos devotos de su Humano Litoral y de sus Evangelios del hombre y del paisaje.    

Edelma Zapata Pérez (La Paz, 1954 – Valledupar, 2010), una digna hija de su padre, una poeta cuya muerte tuvo tanto de temprana como de lacerante y triste para la poesía afrocolombiana: “Detrás de la ventana / una rosa esparce la fragancia, / desde la tierra sube al cielo / un suave olor a primavera”; entonamos sus versos ante la memoria de su ausencia.



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NOCHE DEL CHOCÓ
Jorge Artel

Carmen Herrera-WomensArt 
X: @womensart1

En tus currulaos,
tus velorios y tus cortejos fluviales,
se prolongan los ritos,
como voces perdidas,
que hablan a mi raza del primitivo espanto
frente a la eternidad.

Un viento grávido
desordenado de malezas
y atrabiliarios ríos,
en el que circulan fatalistas creencias,
pesa sobre la estentórea
desolación de tus comarcas.

El ensueño limita con la selva,
la mirada limita con la selva,
la esperanza limita con la selva,
cuyos árboles nacen en la sangre
y aferran sus raíces
a la vida del hombre.

Tus horas son profundas y remotas,
como el rostro sombrío del Quibdó
constantemente flagelado
por el azote de la lluvia electrizada
de resplandores dramáticos.

Ahúman las riberas
robles y ceibas crepitantes,
espectros calcinados, almas en pena
que se consumen en sus fantásticos infiernos.

Noche del Chocó, ¡maestra en estrellas y silencios!,
vas perfumando el corazón de las maderas;
bajo el fondo de los ríos,
proteges un mundo mineral
de increíbles tesoros;
sobre la piel del habitante,
extiendes tu sombra
impregnada de misterios.

¡Alma de los caminos,
llave secreta de los pueblos!
Entre las cuencas impalpables
de tus manos con brisas
traes las yerbas
que ponen escorpiones de locura
en la fiebre de los mineros
y en la fatiga de los bogas solitarios.

Tú conduces el eco de los canaletes
donde los pescadores mandan sus mensajes
y sabes borrar las huellas
de aquellos que en la selva no encontraron su mañana,

Noche del Chocó,
¡propietaria absoluta
de todos los abismos!

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Georgia O'Keeffe-WomensArt
X: @womensart1
PRELUDIO PARA LEONOR GONZÁLEZ MINA
Helcías Martán Góngora

Si digo que tu voz es una mina
de plata y esmeraldas, yo me entrego
a un melódico juego
de palabras, Leonor González Mina
Alondra negra, peregrina
vestal de oscura porcelana
que el amor ilumina
con su llama africana
y el ancestro conmina
a oficiar la liturgia americana
en la meseta andina.

Tañe tu cuerpo de arpa de obsidiana
el viento, con sus remeros de palmera
Y el cantar es profética proclama
del negro que aún espera.
La sombra en ti se ufana
y traza una melódica frontera
en tu remota aldea,
al sur de una campana.
 
Tallada fuiste en la fluvial madera
en que se labra el lecho y la canoa
Erguida estás en la sonora proa,
isla para el rumor de la marea,
icono de carbón, diosa de brea.
Sea por ti mi loa,
en la sombra estelar,
tu preludio, ¡Leonor!
sobre el tambor
del mar.

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Amy Sherald-WomensArt
X: @womensart1
NEGRA
Edelma Zapata Pérez

Descendiente de africanos,
dicen que nací negra,
dicen que soy hija
de esclavas y de siervos,
dicen que por mi sangre
corre sangre de hombres
oscuros y desiertos.
Dicen que soy negra,
como la oscuridad de una noche
sin cielo,
sin estrellas blancas
que iluminen mi cuerpo.
Dicen que soy negra,
negra como la tierra,
que entre mis manos lloran
muchas cadenas viejas,
oxidadas por la sangre y por
el transcurrir del tiempo.
Es cierto que soy negra,
como el vestido oscuro
con que lloran al muerto.
Es cierto que soy negra
porque en mis venas llevo
el recuerdo, dulce y grato,
de esta raza de hombres
que fundieron lo negro,
el silencio y el tiempo.

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N.B. El poema Noche del Chocó fue tomado de LiteraPura: https://soundcloud.com/user-940821827/jorge-artel-noche-del-choco 

Los poemas de Helcías Martán y Edelma Pérez son tomados de la Revista Letras Nacionales N° 35, agosto 1977.