lunes, 8 de marzo de 2021

De excluidas a pioneras: Mujeres y educación en el Chocó

 De excluidas a pioneras
Mujeres y educación en el Chocó


En una entrevista de hace cinco años, cuando le pidieron aconsejar a las nuevas generaciones, Nazly Lozano Eljure respondió sin dudarlo: “a todas las mujeres afrodescendientes, mi consejo es que estudien; porque el estudio es lo que lo saca a uno adelante. Si uno sabe desempeñar el cargo, a uno no lo pueden discriminar. Entonces hay que estudiar y prepararse cada día más[1].

Chachi, como es popularmente conocida la doctora Lozano Eljure entre sus paisanos de Condoto, sus amistades y familiares, fue la primera mujer afrodescendiente y chocoana en ocupar un ministerio en el gobierno nacional de Colombia, el de Justicia, a principios de marzo de 1984. El Presidente de la República era Belisario Betancur, quien la nombró Ministra en uno de los momentos más aciagos de la historia delictiva del país, cuando los carteles del narcotráfico acababan de asesinar al ministro titular, Rodrigo Lara Bonilla, con quien ella trabajaba como viceministra. Gestionar la primera extradición de un narcotraficante en Colombia fue parte de su trabajo como titular del Ministerio.

Lozano Eljure, quien fue también Secretaria de Educación del Departamento del Chocó a mediados de la década de los años 1960, sabía de qué estaba hablando al recomendar la educación como el camino de las mujeres afrodescendientes para salir adelante. Fue justamente la educación, desde comienzos del siglo XX, la que contribuyó a que las mujeres chocoanas, que paradójicamente habían sido excluidas de este derecho o limitadas en su ejercicio por diversos factores, entraran a la escena social de la región como algo más que señoritas virtuosas, distinguidas y bellas, gentiles y encantadoras, aptas para contraer matrimonio; como algo más que esposas dignas, fieles e intachables, señoras de sus maridos, de quienes debían portar el apellido en signo de filiación o pertenencia; como algo más que madres admirables y dedicadas, amorosas y sacrificadas.

Aunque en su esencia mantiene la impronta formativa orientada a preparar a las mujeres para los que se consideraban sus deberes conyugales y maternales, a través de la educación religiosa y moral, y del aprendizaje de labores domésticas y de administración del hogar, incluyendo artes de culinaria y repostería, bordado, costura y jardinería, comportamiento en sociedad y buenas maneras; el Colegio de La Presentación, abierto en Quibdó luego de la llegada en 1912 de las monjas de la congregación del mismo nombre, marca una nueva etapa en la educación de las mujeres en el Chocó. El colegio es un nuevo escenario de interacción y de socialización para quienes, antes de este, solamente tenían oportunidad de cursar la educación primaria y después eran educadas exclusivamente por sus madres y por institutrices, en el caso de familias pudientes.

Con todo y eso, el Colegio de La Presentación da comienzo a la educación formal, sistemática, ligada a un pénsum y cumpliendo normativas públicas, es decir, inaugura el intento del Estado colombiano por garantizar a un sector de las mujeres del Chocó su derecho a la educación, aun con su inocultable y reprochable carácter excluyente marcado por los requisitos de ingreso; los cuales, como lo escribió el Maestro Miguel A. Caicedo Mena, “eran exactamente impedimento para las hijas del pueblo” y “de esa manera quedaron cerradas las puertas de secundaria para las negritas”[2]. Igual sucederá en Istmina, donde, hacia 1916, abrieron las monjas un colegio similar al de Quibdó, también por encargo gubernamental y con la misma prescripción de expedir un título de “Instrucción Suficiente” a quienes culminaran los estudios.

El antiguo Colegio de la Presentación, en Quibdó,
fue posteriormente la primera sede propia de la UTCH.
Foto: Archivo Fotográfico y Fílmico del Chocó.

Con la tercera década del siglo XX, llegan hasta Quibdó los vientos renovadores del acceso del liberalismo al poder nacional y esta página de exclusión socioeconómica y racial empieza a ser corregida. El Intendente Nacional del Chocó, Adán Arriaga Andrade, nombra a Vicente Barrios Ferrer en el cargo de Director de Educación Pública, cuando está finalizando el periodo presidencial de Enrique Olaya Herrera y está a punto de comenzar el de Alfonso López Pumarejo. Se producirán entonces dos de los tres hitos históricos de mayor trascendencia en la historia del Chocó en cuanto se refiere al derecho a la educación del pueblo en general y de las mujeres en particular: la puesta en marcha de un programa intendencial de formación pedagógica de maestras y la creación de los primeros “colegios intendenciales para señoritas”, en Quibdó e Istmina, cuya dirección será encargada también a mujeres. El tercer hito es la apertura de la primera oportunidad real de acceso del pueblo chocoano y de sus mujeres a educación superior.

La dupla Arriaga Andrade–Barrios Ferrer, en una decisión literalmente revolucionaria y visionaria, que aún no ha sido plenamente reconocida por la institucionalidad ni por la sociedad chocoana de hoy, adscribió la Intendencia a los planes nacionales de formación de talento humano en materia pedagógica; haciendo posible un programa financiado con recursos públicos para que grupos de mujeres viajaran a las ciudades colombianas en donde la Revolución en marcha de López Pumarejo había emprendido la renovación del sistema educativo público, mediante la introducción de modernos principios pedagógicos europeos, con base en los cuales se crearon los institutos pedagógicos y las escuelas normales de varones y de señoritas.

Así las cosas, del Chocó viajaron a Bogotá, con los fines formativos mencionados: María Dualiby Maluf, Judith Ferrer, Carmen Isabel Andrade, Eyda Castro Aluma y Margarita Ferrer Cuesta; así como un grupo de hombres que, como ellas, serían después notables educadores: Nicolás Rojas Mena, Marcos Maturana Chaverra, Ramiro Álvarez Cuesta, Saulo Sánchez Córdoba, Vicente Ferrer Serna y Nicolás Castro Aluma. A Popayán viajaron Tulia Moya Guerrero, Edelmira Cañadas, Julia Sánchez, Clara Rosa Perea, Tita Quejada, Visitación Murillo, Teresa Campos, Digna Asprilla y Josefina Rodríguez.[3]

El 8 de marzo de 1934, cuando aún no estaba institucionalizado este día del calendario anual como el Día internacional de la Mujer, el Consejo Administrativo de la Intendencia Nacional del Chocó expidió el Acuerdo Nº 7 de 1934, “por el cual se crean sendos colegios para señoritas en las ciudades de Quibdó e Istmina”[4]. El Acuerdo establece, en su artículo 2º, que dichos establecimientos “funcionarán con el plan de gobierno para la enseñanza secundaria y normalista…”[5]. En su artículo 3º fija los sueldos de las directoras y subdirectoras. En su artículo 4º establece que el colegio de Quibdó empieza a funcionar el 1º de abril y el de Istmina el 1º de mayo… Firman el Intendente Nacional del Chocó, Adán Arriaga Andrade, Diego Torrijos como secretario, y el Director de Educación Pública, Vicente Barrios Ferrer. Clementina Rodríguez, en Quibdó, y Carmelita Arriaga, en Istmina, fueron nombradas como primeras directoras de los colegios acabados de crear.

Con el patrocinio de la formación pedagógica de maestras y la apertura de dos colegios para mujeres, podemos decir -usando un lugar común o echando mano del cajón de frases hechas- que la historia de la mujer en el Chocó se partió en dos. Como volverá a partirse cuando, 40 años después, decenas de mujeres -casi todas ellas maestras- contribuyan a institucionalizar en la región el acceso a la educación superior, por la creación de la Universidad Tecnológica del Chocó Diego Luis Córdoba, nombrada así en homenaje a uno de los principales impulsores de toda esta revolución.

A partir de entonces, desde mediados de la década de 1930, decenas de mujeres se dispersaron por la geografía regional, a medida que el gobierno fue abriendo escuelas rurales y urbanas en todo el territorio de la Intendencia y del Departamento, creado en 1947. De modo que las mujeres fueron pioneras de la democratización de la ciencia y el saber en la región. Las mujeres fueron precursoras de la implantación familiar y comunitaria del valor de la educación como medio de nivelación social y de acceso a los derechos. Las mujeres fueron las que primero llegaron a sitios que ni siquiera los mapas registraban, para llevar una voz de esperanza y de dignidad a quienes ni siquiera tenían conciencia de su valor como seres humanos. Y fueron mujeres, las mismas mujeres a las que durante tanto tiempo de la educación se excluyó, quienes se encargaron de regar la semilla de la educación a lo largo y ancho de un territorio sin más vías que sus ríos y quebradas, sus caminos de monte y sus trochas recién comenzadas. Y fueron mujeres quienes modelaron los perfiles básicos de una sociedad rural naciente al conocimiento de la naciente modernidad, naciente a la conciencia de pertenecer a un departamento y a una nación, naciente al entendimiento de principios constitucionales básicos de derechos y deberes.

Otro visionario reemplazaría a Vicente Barrios Ferrer en la Dirección de Educación Pública de la Intendencia Nacional del Chocó: Ramiro Álvarez Cuesta, quien consolidó el papel de la mujer chocoana en la educación mediante la creación del Instituto Pedagógico Femenino. Posteriormente, serían creados el Instituto Politécnico Femenino y el Instituto de Bachillerato Femenino, así como el Instituto de Comercio. Se buscaba por esta vía que las mujeres accedieran a la educación en diferentes campos y vocaciones: como maestras, como técnicas en artes y oficios, como bachilleres preparadas para continuar estudios superiores en profesiones liberales y como expertas en los nuevos campos de secretariado, contabilidad, taquigrafía, mecanografía y relaciones públicas, que las oficinas públicas y el desarrollo empresarial del país requerían en ese momento.

Con esta oferta, desde los planes educativos oficiales, se buscaba poner a Quibdó y al Chocó al día en materia de tendencias contemporáneas de educación de mujeres. La creación simultánea de Escuelas Normales de Varones y de Señoritas en todo el país concretó la perspectiva estatal, perspectiva que fue bien recibida por las familias chocoanas, las cuales asumieron que la pedagogía, la educación, el magisterio, eran realmente una oportunidad válida y apropiada de desarrollo personal de sus hijas en el campo profesional. El famoso Instituto Femenino Integrado, IFI, el de la jardinera azul y la blusa blanca como uniforme sencillo, distintivo y memorable, reuniría después todas las ofertas educativas en sus modalidades de bachillerato, entre finales de 1960 y principios de la década de 1970, en QuibdóSin embargo, gran cantidad de niñas y jóvenes, especialmente de los sectores populares de Quibdó y provenientes de áreas rurales de este y otros municipios, no lograban acceder al IFI. Ante lo cual, un grupo de profesionales y educadores chocoanos se asociaron para fundar el Colegio Manuel Cañizales, cuya creación oficial se produjo en el año 1964. En 1968, el colegio se convirtió en la Normal Femenina Manuel Cañizales y en 1975 pasó a ser un establecimiento anexo a la Universidad Tecnológica del Chocó, convirtiéndose en escenario educativo primordial para las prácticas pedagógicas de la Facultad de Educación de la UTCH. 

Foto: Julio César U. H. Agosto 2019
Tal como consta en la no muy cuidada placa conmemorativa que está ubicada en una pared de la portería del Cañizales, fueron 20 los integrantes del grupo de fundadores de esta institución de invaluable aporte a la democratización de la educación de la mujer en Quibdó y en el Chocó. 17 hombres y 3 mujeres integran el excelso grupo: José de Calasanz Mosquera, Pedro Abdo García, Heraclio Sánchez Moya, René Castillo Borja, Antonio Murillo Palacios, Osías Mosquera Arriaga, Alejandro Mosquera Moreno, Marino Bejarano, Paulina Cuesta de Valoyes, Miguel A. Caicedo Mena, Luisa Sánchez, Enriqueta Chalá de Perea, Atanacio Palacios Serna, Adán González Hinestroza, José H. Asprilla, Neftalí Mosquera M., Manuel Córdoba, Rafael Copete Torres, Álvaro Cuesta Lenis, Gonzalo González Hinestroza. La recordada Maestra María Ezequiela Urrutia de Castro estuvo al frente de la organización de la Escuela Anexa al Cañizales, cuando este se convirtió en Normal femenina.

El 6 de marzo de 1972, a las 7 de la noche, en el Colegio Carrasquilla de Quibdó, con la participación de los primeros 208 estudiantes y la presencia de las autoridades civiles, militares y eclesiásticas de la región, se celebró el acto oficial de inauguración de la Universidad Tecnológica del Chocó Diego Luis Córdoba; y al otro día, a las 6 de la tarde, comenzaron oficialmente las clases del primer periodo académico de la institución. Este es el tercer hito histórico de inserción de las mujeres chocoanas en el escenario educativo como mecanismo para ampliar su aparición como sujeto activo en los diversos ámbitos de la vida del Chocó.

Cuando surge la UTCH, aún era reducido el número de mujeres chocoanas que habían accedido a la educación superior y recibido títulos profesionales. Se destacaban, entre otras, Dorila Perea de Moore (primera mujer en ocupar la Gobernación del Chocó), Luz Colombia Zarkanchenko de González (primera mujer que fue titular de la Alcaldía de Quibdó y segunda en la Gobernación) y Nazly Lozano Eljure, primera mujer afrodescendiente y chocoana en ser nombrada en un viceministerio y en un ministerio. Mujeres como ellas tres nacen en el Chocó en un momento histórico de la Nación en el que mujeres de otras regiones han emprendido luchas reivindicativas de sus derechos y han logrado -en la década de los 30- que se expidan leyes orientadas a garantizar la igualdad jurídica de la mujer, su acceso a la universidad y su posibilidad de ocupar cargos públicos, y así sucesivamente hasta llegar a la aprobación del voto femenino, en agosto de 1954.

En Quibdó, el 16 de enero de 1972, se había abierto el primer proceso de inscripciones para estudiantes de la Universidad Tecnológica del Chocó, primera institución de educación superior que abría sus puertas en la región. Nuevamente, las mujeres fueron pioneras en el campo educativo regional, al inscribirse copiosamente para conformar la primera cohorte de los diferentes programas académicos de la UTCH, desafiando y enfrentando así la incredulidad y mala propaganda de quienes -de mala fe- desacreditaban el proceso de fundación de la UTCH y le auguraban con ardentía un estruendoso fracaso. Adicionalmente, estas mujeres, en más de un caso, debieron enfrentar a sus propios maridos y familiares, que les reclamaban porque supuestamente descuidarían sus hogares, sus matrimonios, sus hijos; al igual que lidiar con algunos de sus colegas en el ejercicio del magisterio, quienes las acusaban de descuidar sus labores docentes por atender sus labores discentes. Emilia Caicedo Osorio, primera estudiante matriculada en la UTCH, ha contado muy bien esta historia, así como también ha narrado el ejemplar trabajo de promoción que ella y sus colegas hicieron para que más y más mujeres ingresaran a la universidad, yendo de casa en casa, hablando con cada una de las potenciales candidatas, informándolas, motivándolas, convenciéndolas.

Una vez más el tesón y la determinación primaron sobre el afán de subordinación y exclusión. Mujeres chocoanas de todos los estratos y procedencias encontraron en la UTCH una oportunidad para seguirse cualificando profesionalmente y aportaron su presencia, su participación y su esfuerzo de estudiantes al nacimiento de la universidad y a su consolidación institucional. De hecho, casi la mitad del primer grupo total de estudiantes de la UTCH fueron mujeres, quienes se desempeñaban, en su mayoría, como maestras de primaria o secundaria, en escuelas y colegios de Quibdó, además de estar casadas, tener hijos y no ser ya unas jovencitas. Nada las detuvo y entraron revestidas de dignidad y pundonor, prevalidas de inteligencia y deseos de superación, por las puertas recién abiertas de la educación superior pública en el Chocó, y allí se graduaron, en su mayoría, en junio de 1976. El título de licenciatura en Educación, en los programas de Matemáticas y Física, Ciencias Sociales, Bioquímica, Psicopedagogía y Administración Educativa, e Idiomas, así como en Trabajo Social y en la Tecnología en Administración de Empresas, cuyos grados fueron otorgados en 1975, contribuirían a mejorar sus condiciones laborales, su desempeño profesional y su autovaloración personal.

Paradójicamente, en la historia del Chocó, las excluidas de la educación acabaron convirtiéndose en pioneras de la misma. Gracias a ellas, en menos de un siglo, el acceso de las mujeres a la educación progresivamente dejó de ser una rareza, un hecho aislado o un privilegio extraordinario en la región.

 


[2] Caicedo M., Miguel A. Sólidos pilares de la educación chocoana. Mayo de 1992, Editorial Lealon. 75 pp. Pág. 14.

[3] Las listas son tomadas de: Caicedo M., Miguel A., Sólidos pilares de la educación chocoana. Op. cit. Pág. 32-33.

[4] Ibidem, pág. 34

[5] Ibidem, pág. 34

1 comentario:

  1. Interesante información, como siempre, en miguarengue. Yo me atrevo a sugerir que en la nómina de destacadas deben estar la Ingeniera Industrial Mirna Parra Mosquera, primera con ese título en el Chocó;y Elba Hinestroza, recientemente fallecida, primera bacterióloga; además, agrego que desde hace varios semestres, en la UTCH hay más mujeres que hombres estudiantes, llegando prácticamente a un hombre por cada dos mujeres.

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