2 Historias de mi barrio,
de
Carlos Arturo Caicedo Licona
Estos dos relatos, tomados de su
libro Historias de mi barrio[1], son una muestra más de la
excelsa calidad narrativa de Carlos Arturo Caicedo Licona, uno de los más
grandes escritores de la región chocoana, quien es también autor de la que
podría considerarse como la novela más relevante de la literatura chocoana: Glosa paseada bajo el fuego y la lluvia,
a la que en El Guarengue hemos considerado como el relato épico de la
chocoanidad[2].
Carlos Arturo Caicedo Licona cumplió 75 años en agosto pasado. Historias de mi barrio fue publicado hace más de 30 años y está compuesto por 9 relatos inspirados en memorias juveniles de Carlos Arturo y sus amigos del barrio de su vida, el Pandeyuca, de Quibdó; el cual es convertido en universo y territorio vital, con una geografía de hitos tan reconocibles como los individuos que la habitan, la pueblan, la ocupan, le infunden vida, una vida tan real como la materia de estos relatos y tan verosímil como los hechos en los cuales están basados.
¡A su salud, Maestro
Licona!
1
ESCALADORES
DE COCOTEROS
El 5 de enero de 1960, se celebró en el Barrio Pandeyuca un concurso para escoger el mejor trepador de palmeras Alto Pacífico. Los escaladores debieron probar su destreza subiendo la palma que sembró con su propia mano el flautista Melchor Murillo cuando cumplió 10 años de edad; dicha palmera sobrepasaba ya los 45 metros de altura.
Para facilitar que subiera la tensión de las apuestas, declararon fuera de concurso al dueño de las alturas del barrio y de Quibdó, el gran Chungulito –Félix Rivas Martínez- y, para desagraviarlo, lo declararon juez de la competencia.
Contra lo que esperábamos, se inscribieron seis duros: el cojo Jorge Isaac, Muelengue, Toni Salamandra, Pacho Maturana, José Cuesta y Gustavo Restrepo. Cada uno escogió desde la navidad pasada su entrenador y cada entrenador enseñó a su pupilo la treta que aprendió de Chungulito; y así tenía que ser, porque una cosa es trepar, mi hermano, un palo de 10 metros, hazaña que cualquier muchacho del río corona con éxito, y otra cosa es pasar 20 metros de escalada sin mareos ni ya me caigo, hasta llegar a las altas cumbres de los cocoteros eternos.
Sabiamente, Gustavo Restrepo, nuestro favorito, en vez de escoger un entrenador particular, designó como tal a toda la gallada de Panamasito.
–Tomá todas las mañanas un trisito -ñingrí- de sal en ayunas para evitar los calambres, enseñó Lincol Candelo.
–El aspirante a escalador de cocoteros come bien, dijo Pepe Durán, mientras lo jalaba pa’el pampón de Ana Raquel Chaves a cazar con hondas -caucheras- pájaros de una onza, concediendo preferencia al titiribí, azulejo, arrocero y sangre de toro, que asaron por docenas en la parrilla de Foto-Moreno y banquetearon en la esquina de la Sexta haciéndonos fiero por pendejos.
–Si no completás con guabina, cocó y roízo de esta charca no pasás de un metro –dijo Toni Salamandra-, cuñando con que estos animalitos del agua tienen calcio y fósforo, necesarios en cuerpos sanos.
Pero, fue Abrahán Arias -Pata de Gallo- quien aportó el consejo más acertado: Lo que no mata, engorda; buenos son los animales que vuelan y los que nadan, pero no deben faltar los de tierra; y si comemos guaguas del monte, que no sabemos qué comen, y tragamos sin pensar iguanas y chochoras asadas, por qué no se pueden comer los limpiacasas, que son del mismo género y sangre…
Gustavo Restrepo, obediente a sus asesores de Panamasito, probó todas las tardes suculentos banquetes y, para ensartar las presas, usó las herramientas más sofisticadas, desde cuchillos de mesa y tenedores con mango de plata hasta horquetillas de guayabo y espinas de chontaduro jecho.
El día del concurso, el barrio amaneció revuelto. Favorito de otros fue el cojo Jorge Isaac. Nos metió miedo en el cuerpo, no únicamente por ser entrenado por Isaías Córdoba -Don Chá-, sino porque en las tres últimas tardes recitó en público para que todos oyéramos la oración del Ánima Sola.
Gustavo, nuestro favorito, llegó a casa de la familia Cuesta-Porras a la hora exacta, 9 de la mañana. Y en el sorteo de cara o sello le correspondió escalar el último.
Unos tras otros fracasaron en el empeño bajo la cortina de rechiflas de jóvenes y viejos. El Chungulo recibió al concursante abatido, le secó el sudor del torso, pasó por las peladuras su mano empavonada de sal, diciéndole al oído: “si me das cinco pesos, te enseño la oración de la araña y el año que viene ganás esto”.
Finalmente correspondió el turno a Gustavo Restrepo, hijo de Mamá Chón y de Papá Alonso. Recorrió los primeros 10 metros al estilo rana, los 10 metros siguientes cambió por el estilo gato y hundiendo sus uñas en la corteza de la palma escuchó ovación ensordecedora, pues los últimos 25 metros estaba rematándolos con el estilo infalible de los monos; y así se nos perdió de vista en el alto copo de la palma, oculto en la fragancia natural de sus frutos y de sus hojas… De pronto, silencio… ¡Nada!
Entonces, Quiko Cuesta caminó hasta el pie de la palmera y haciendo con ambas manos visera escrutó la copa y nos lo mostró allí, lívido, desgonzado sobre un gajo de cocos, venciendo las leyes de la física, completamente desmayado.
Ahí se acabó la fiesta. Si no interviene Chungulito, perdemos a Gustavo. Mientras que los viejos arrodillados rezaron lo que sabían para que disminuyera esa brisa norte que empezó a inclinar la palmera. El Chungulo en tres minutos trepó y llegó donde el muchacho y lo deslizó cuesta abajo, amarrado a una cuerda y metido dentro de un costal, como gato.
Como el hombre permaneció en cama tres días con fiebre alta, don Alonso hizo venir a un médico para que despejara el caso. Y el hombre de ciencia despachó la cosa diciendo que este muchacho está empachado por comer alimañas y musarañas de la selva. Para salvarlo, le dio un purgante como para dejar sin parásitos a un hombre de 80 años.
Sólo cuando él sanó conocimos su íntimo secreto de que también había ingerido, en vísperas del concurso, un plato de libélulas tostadas.
2
DUELO DE MENTIROSOS
Aristides Buendía, Gabriel Restrepo y Jorge Perea Rivas se enfrentaron en un diciembre para finiquitar de una vez por todas quién de los tres era el mayor embustero del barrio.
Horas antes de iniciar la función, cantamos sentados en ruedas concéntricas “Alicia la campesina”, al calor de los cueros de la timba de Mianmco, hijo de Escolástica Conto, la vocinglera sublime del barrio, en cuyo patio nos encontramos escuchando el abrebocas de quienes conversaron con el diablo, comieron con el indio de agua, jugaron vacas locas con la patasola o eran amigos personales del duende, en este caso, Jorge Perea Rivas -Totío-, quien tenía el uso de la palabra.
El cojo Jorge Isaac, intentando aguarle la fiesta a Totío, disparó esta pregunta: Si sos tan amigo del duende, decinos cómo viste y dónde duerme. Entonces, Totío entornó el único ojo que dejaba abierto en encrucijadas y respondió de pronto, así no más: El duende soy yo mismo. Ayer me pidió que le prestara mi cuerpo para asistir a este concurso sin que ustedes se asustaran.
Risas, más risas…
-Ahora sí me toca -dijo Aristides Buendía-. Todos ustedes saben que mi papá es el mejor joyero de Quibdó. Todos ustedes saben que eso no es mentira. Pero, lo que no saben es que ayer lo vi estirando oro sin ayuda de laminador, hilera o disco, como tampoco ácidos o yerbas. Lo vi haciendo un alambre de oro con sus propias manos, lo vi después partirlo en pedacitos con sus uñas y armar una hermosa rosa de oro con las yemas de sus dedos. Como sé que ustedes no me van a creer, tengo un testigo: San Francisco de Asís, ante cuya imagen hizo esto Juvenal Buendía, mi padre, apenas encomendándose a Dios y mirando la imagen sin pestañear…
Cuando Aristides regresó a su puesto en la rueda, dibujando en su rostro una huella triunfal, se levantó la espiga de Gabriel Restrepo, medio rico, y al claro de la luna llena nos soltó esta:
-Mi papá, que todos saben es ingeniero, el mejor del Ministerio de Minas de Colombia, construyó una laguna en el patio de la casa y empezó a criar en sus aguas una ballena, mucho antes de nacer yo. Pues bien, muchachos, ese animal, aprovechando las aguas subterráneas, terminó de criarse bajo tierra y ahora es tan grande que la cabeza es como si empezara en este barrio, la boca estuviera en El 18, los ojos en Ciudad Bolívar y el sifón de espiráculos por donde bota surtidores de vapor de agua en el barrio Manrique, de Medellín…
Silencio…
Como nadie soltó un jijí, apretó la cara y terminó diciendo: El que no me crea que pregunte si no es cuando ese animal se mueve que se producen deslizamientos de tierra en algunos tramos de la carretera Medellín-Quibdó…
Silencio…
[1] Caicedo Licona, Carlos Arturo. HISTORIAS DE MI BARRIO. Editorial Lealon, Medellín, marzo de 1988. 72 pp. Pág. 11-16 y 23-25.
[2] Ver nuestro artículo "Glosa paseada bajo el fuego y la
lluvia" o el relato épico de la chocoanidad, en: https://miguarengue.blogspot.com/2019/04/glosa-paseada-bajo-el-fuego-y-la-lluvia.html
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