lunes, 26 de junio de 2023

 Glosa paseada en homenaje a Licona
-1ª Parte-

"Nos encontraremos en el lugar de los ancestros, papá", escribió su hijo Hernando, el día del fallecimiento del gran intelectual y escritor chocoano Carlos Arturo Caicedo Licona. FOTOS: Cortesía y Archivo El Guarengue.

El 19 de junio de 2023, lunes festivo, en horas de la tarde, falleció en Quibdó -donde había nacido el 12 de agosto de 1945- Carlos Arturo Caicedo Licona, intelectual, profesor universitario y escritor chocoano. Licona, como era popularmente conocido, fue autor de más de una docena de libros de literatura (cuentos, relatos y novelas cortas) y ensayos sobre la realidad y las problemáticas del desarrollo del Chocó, su gente y sus características ecológicas, étnicas y culturales. Publicaciones estas que, en su mayor parte, fueron financiadas de su propio pecunio, excepción hecha de algunos apoyos que recibió para sus primeros libros, de parte de la entonces existente y estatal Fábrica de Licores del Chocó y de algunos comerciantes de Quibdó que creyeron en su talento; así como -en los últimos años- la Diócesis de Quibdó y los Misioneros Claretianos financiaron enteramente la publicación de sendos libros. Igualmente, Licona fue fundador, editor, director y escritor del periódico Saturio, nombrado así en homenaje a Manuel Saturio Valencia.

Cuando aún no estaba en boga hablar de dichos temas, a finales de la década de 1970, Carlos Arturo Caicedo Licona fue uno de los primeros intelectuales chocoanos en conocer, comprender y difundir la idea de que sin cultura no es posible el desarrollo y que este nunca será sostenible sin la ecología y la etnicidad de un territorio. Paulatinamente, hacia esta idea sólida y un poco insólita hace medio siglo, se fueron enfocando sus cursos de Ecología y de Historia del Chocó, formales o no formales, en la UTCH o fuera de ella; por ejemplo, en el Vicariato de Quibdó, en el Equipo Misionero claretiano del Medio Atrato y en algunas comunidades campesinas de esa zona, a instancias del gran Gonzalo de la Torre, su amigo sincero y su siempre oportuno mecenas en más de un momento crítico o necesario.

Desde tan clara y ecológica idea, Carlos Arturo Caicedo Licona fue pionero del debate público sobre asuntos ambientales y del desarrollo del Chocó, con una perspectiva étnica y cultural; e introdujo en la escena política e intelectual de la región -a principios de la década de 1980- el concepto de Afrochocoano para denominar a la gente negra de este territorio; al igual que la paradigmática reivindicación del Chocó como una nación dentro de la nación colombiana, para subrayar la necesidad de que esta región y su gente recibieran un tratamiento jurídico-político diferencial en materia de derechos y provisión de condiciones de bienestar de parte del Estado colombiano. Otro gran intelectual chocoano, Daniel Valois Arce, quien fue uno de los númenes de las ideas de Licona, lo acompañó en la difusión de estas primicias, que de origen también habían sido suyas; al igual que en el impulso del megaproyecto del canal interoceánico Atrato-Truandó, como puntal de la redención económica de la región.

Licona no llegó a estos planteamientos por una desviación de su camino original de Licenciado en Biología y Química, graduado en la Universidad Libre de Bogotá; como erróneamente se pregona en algunos textos apócrifos de Internet. Por el contrario, a dichos planteamientos llegó como resultado de sus búsquedas profesionales como docente, para reafirmar dicho camino, no para apartarse de él. La Ecología aprendida en la universidad, aplicada ahora a su tierra, cuando a ella regresó, llevó a Licona a preguntarse por qué no era próspero el Chocó y por qué era precario su desarrollo, si muchas de las particularidades de sus ecosistemas, de sus montes, de sus ríos, eran en la práctica ventajas territoriales que podrían servir como bases y fundamentos de ingentes riquezas y de un desarrollo sostenido en el tiempo. El marxismo y diversos textos sobre las gestas afroamericanas por los derechos civiles en los Estados Unidos (Malcolm X, Martin Luther King, Angela Davis) y de las negritudes en el mundo y en Colombia (Léopold Sédar Senghor, Manuel Zapata Olivella y Frantz Fanon), se convirtieron en fuente de las respuestas que Licona buscaba.

FOTOS: León Darío Peláez (2007) y Facebook.

De dichas lecturas nació su análisis sobre el congelamiento intencional de las fuerzas productivas en el Chocó, por parte del Estado y del capital dominante, para mantener a la región en una condición precapitalista de proveedora de materias primas de sus pródigos bosques, a través de un campesinado sometido a la marginalidad de los enclaves mineros y la economía de subsistencia. Un análisis que, años atrás, habían hecho intelectuales que le precedieron, como Andrés Fernando Villa (Aristo Velarde), Primo Guerrero y Ramón Lozano Garcés; un análisis que enriqueció con su búsqueda y posterior hallazgo de una identidad afrochocoana negada, parte de cuyas raíces encontró en la diligente y pionera obra de Rogerio Velásquez Murillo, el ilustre precursor de los estudios afrocolombianos en la antropología nacional, quien -al igual que Licona- entregó su alma a esclarecer íntegramente su negritud y su chocoanidad.

Su juiciosa preocupación intelectual por la Ecología y el desarrollo regional, y su acercamiento a las perspectivas críticas de la sociedad colombiana y chocoana, incluyendo elementos de análisis cultural, demográfico, histórico y racial; encaminaron a Licona hacia la edición y compilación de sus primeras letras de autor, de sus primeros textos como escritor. El acervo que había acumulado en su propio ser afrochocoano, desde su condición de quibdoseño esencial, criado al abrigo de los relatos de antigüedad de parientas, matronas, vecinos y vecinas del barrio Pandeyuca, crecido a orillas del Atrato tutelar y sus afluentes, se convirtió paulatinamente en relatos que después serían cuentos y novelas; en proclamas y pensamientos que después serían ensayos. Novelas y cuentos, poemas también, artículos y ensayos, que después serían libros, varios de ellos originalmente escritos en cuadernos y fólderes, de su propia letra manuscrita, de donde pasaban al sonoro teclado de la máquina de escribir.

Prevalecido de tan poderosas ideas, Carlos Arturo Caicedo Licona llegó a pensar que se podía dignificar la política partidista tradicional, e insuflarle contenidos, como le insuflan la vida, la misión y la historia al sexagésimo primer hijo de Petronio, trigésimo primero con Enesilda, el mesías negro de Glosa paseada bajo el fuego y la lluvia, cuando le soplan al oído su nombre y lo dotan de poderes mediante el rito de ombligada. Pero, no fue así. Tal labor, como él mismo lo probó en carne propia y lo dejó testimoniado en Complotados, ladrones y criminales, fue un fracaso rotundo, con no pocas ni indoloras consecuencias. “En adelante llamaré hermanos únicamente a mis semejantes que respeten o que compartan mis luchas y mis sueños”, concluye Licona en un epígrafe de este libro.

Arrollado por las turbias minucias del ejercicio político con ánimo de lucro, casi ingenuo por su exceso de fe en sus utopías, llegó un momento en el que Carlos Arturo Caicedo Licona terminó convertido -de modo inaudito- en vendedor de rifas para hacerse a ingresos económicos. Así como, apesadumbrado y confundido, terminó confiándole las decisiones sobre su destino a las providencias de una adivina que le echaba las cartas y en ellas leía su suerte y los caminos que debía seguir. Extraviados sus caminos entre los meandros confusos de este ejercicio fallido de política partidista -al cual llegó por una mezcla de ambición personal, avidez y candor, atemperada por el ímpetu y la pasión que le eran propias- Licona creyó -aun con lo incrédulo que en tantas materias era- que podría convertir los cacicazgos y clientelas en masas críticas y tesoneras que persiguieran con sus votos el bienestar de su tierra. Tampoco fue así.

Aunque, a principios de 2019, la UTCH, Universidad Tecnológica del Chocó Diego Luis Córdoba, organizó un homenaje a Licona y entregó un pergamino a su familia, por intermedio de su hijo Hernando, también maestro, también escritor y poeta, además de Sociólogo; dicho acto fue un tanto desteñido, celebrado casi de afán, vacío de contenidos mayores y carente de un espacio para dialogar en torno a por qué Carlos Arturo Caicedo Licona merecía tal homenaje. Se trató más que todo de un “acto administrativo”, puesto en escena sin conciencia del valor real de Licona y sin que quienes firmaron el documento que prescribió el homenaje fueran realmente conscientes del significado del homenajeado y del homenaje, más allá de las formalidades y los convencionalismos típicos de este tipo de manifestaciones. De modo que, aparte de la alegría de Hernando por su papá, compartida por unos cuantos testigos y asistentes que ahí coincidencialmente concurríamos, no hay mucho que recordar de aquel evento.[1]

Así que Colombia y el Chocó le deben un reconocimiento real y un verdadero homenaje a este ser intelectual y humano llamado Licona, a quien las complejidades de sus búsquedas y ambiciones, los esquivos y torvos recintos del poder, y quizás –como él mismo lo diría- algo de mala suerte provocada por algún conjuro de los brujos de Viro-Viro; le enredaron los caminos de la vida y lo condujeron a deambular permanentemente por las calles de Quibdó, “como un mesías trunco y marginado”[2], portando en sus manos textos originales de una, dos o tres páginas, que ofrecía al transeúnte -a cambio de unos pesos- en una edición hecha en fotocopias, escrita por un(a) amanuense con la vieja técnica escolar de la regla como guía para que no se torciera el renglón, y firmada por él con rúbrica y huella dactilar, para que constara su carácter original.

A pesar de sus pesares, entre el último cuarto del siglo XX y el primero del siglo XXI, es decir, durante más de la mitad de su vida, Carlos Arturo Caicedo Licona logró consolidar una obra sustanciosa, tanto en el campo teórico como en el literario. El Chocó por dentro (1980), En torno al desarrollo del Chocó (1997), Historia de la Ilustración en Chocó y Colombia (2000), Por qué los negros somos así (Libro I, 2001; Libro II, 2010), son libros representativos de su pensamiento social, político, ecológico y cultural, con base en el cual agitó banderas partidistas, cívicas e intelectuales. Jorge Isaacs, su María, sus luchas (1989), e Isaac Rodríguez Martínez, Servidor silencioso del pueblo afrochocoano (2004), son los dos libros en los que Licona exhibe sus dotes de biógrafo avezado, aunque un tanto hiperbólico al pretender lustrar hasta el brillo total la imagen del autor de María y al forzar casi hasta la santidad la vida del Padre Isaac e inscribirlo de modo bastante arbitrario en las filas de la Teología de la Liberación. El bello e insuperable tríptico literario conformado por Glosa paseada bajo el fuego y la lluvia (1982), La guerra de Manuel Brico Cuesta (1984) e Historias de mi barrio (1988), habría sido suficiente para que Carlos Arturo Caicedo Licona ocupara un puesto relevante en la literatura colombiana y chocoana; dotados de una voz completamente propia, de una identidad plenamente reconocible y de notable calidad literaria, estos tres libros son una buena muestra del alto grado de maestría narrativa de Licona en los ámbitos del relato, el cuento y la novela... A este conjunto de libros, que ya son parte de la biblioteca representativa de la chocoanidad, dedicaremos la segunda parte de este homenaje al amigo y maestro.

Carlos Arturo Caicedo Licona logró consolidar una obra sustanciosa, tanto en lo teórico como en lo literario; de la cual formó parte también el peródico Saturio. FOTOS: Saturio, Biblioteca Nacional de Colombia. Libros: Cuenta Chocó-RVM y Julio César U. H.

Este miércoles 21 de junio, en su sepelio en la Catedral San Francisco de Asís, en Quibdó, al pie de su largo ataúd, tan largo como Licona era, se leyeron los considerandos y los resuelves de las consabidas e inevitables resoluciones oficiales, que a su familia en notas de estilo se comprometieron a entregarle. Por fortuna, también se oyeron las bellas y bien dichas palabras -estas sí sinceras- de dos de los hijos de Carlos Arturo Caicedo Licona. “Hoy, de la muerte de Carlos Arturo Caicedo Licona escucharemos cosas ciertas, otras que no son muy ciertas, y otras que se desbordan en la ilusión de cada persona. Se desbordan en la fantasía… Pero, bueno…”, dijo su hijo Carlos Alfredo. “Para despedir a papá, he decidido parafrasear las palabras de Engels ante la tumba de Marx: el 19 de junio, a las cuatro de la tarde, dejó de pensar el más grande pensador de la chocoanidad. Apenas lo dejaron unos minutos solo y cuando volvieron lo encontraron durmiendo suavemente en la cama, pero esta vez para siempre”, dijo su hijo Hernando; quien dos días antes había publicado en uno de sus estados de WhatsApp esta bella despedida, epítome de su condición de hijo de su padre y de su mutuo amor en la vida: “Me diste un nombre y un apellido. Me diste un camino que construí según tu imagen. Desde muy pequeño sentí mucho orgullo de ser hijo tuyo. Y ser como tú quizá inspiró mi primer verso al río Atrato. Este apellido es el legado que me dejas y tus abrazos y tus besos. Te amé mucho, mucho… Nos encontraremos en el lugar de los ancestros, papá”.



[1] Testigos de aquel deslucido homenaje fuimos un grupo de personas cercanas a Licona en diversos momentos: el arquitecto Luis Fernando González Escobar, Doctor en Historia, cuyos libros y artículos sobre el Chocó y Quibdó son antonomásticas fuentes para el conocimiento de la región y la ciudad; Alfonso Carvajal, periodista que durante varios años fue corresponsal de El Tiempo en Quibdó y hoy es columnista de ese mismo diario; José E. Mosquera, periodista e historiador, voz crítica siempre atenta al devenir del Chocó; y Julio César Uribe Hermocillo, creador de este Guarengue. Los cuatro estábamos invitados como conferencistas al congreso dentro del cual se acomodó el homenaje a Licona.

[2] Carvajal, Alfonso. Caicedo Licona. El Tiempo. Opinión. 22 de junio de 2023. https://t.co/MaAL2tvX9T

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