lunes, 9 de agosto de 2021

El Diablo y su fusilamiento

 El Diablo y su fusilamiento
Rafael Pereachalá Aluma[1]
Portadas de la primera (1986) y última edición (2020)
de la novela de Zapata Olivella

La novela El fusilamiento del Diablo fue escrita por Manuel Zapata Olivella[2] en 1973. Su primera edición (Plaza y Janés Editores, Bogotá) es de mayo de 1986 y la segunda (los mismos editores) es de septiembre de 1999. El año pasado, en homenaje a esta figura cumbre de la literatura y de los estudios afroamericanos, en conmemoración del centenario de su nacimiento, se celebró en Colombia el Año Manuel Zapata Olivella; como parte del cual -para promocionar y difundir su obra- se reeditaron y pusieron a disposición del público 27 títulos de la misma, por parte de la Facultad de Humanidades de la Universidad del Valle, entre los cuales se encuentra El fusilamiento del Diablo.

Inspirada en un acontecimiento clave de la historia regional y nacional, el fusilamiento de Manuel Saturio Valencia, la novela fue dedicada por Zapata Olivella al inolvidable precursor de los estudios negros en Colombia, el eminente investigador chocoano y primer antropólogo negro en Colombia, Rogerio Velásquez Murillo[3], de cuyo natalicio hoy se conmemoran 113 años. A Rogerio Velásquez, olvidado antropólogo, rastreador de la sabiduría de los abuelos, a quien debe tanto esta novela, reza la dedicatoria.

Con nuestra invitación a la lectura de El fusilamiento del Diablo, maravillosa novela que merece ser más leída y estudiada de lo que ha sido hasta ahora por la nación colombiana y afrocolombiana, ofrecemos a los lectores de El Guarengue este texto analítico de Rafael PereaChalá Aluma, que es uno de los tres artículos que componen el prólogo de la edición conmemorativa de la obra, publicada por la Universidad del Valle en el 2020.

De tal palo tal astilla, Rafa es hijo del brillante dirigente político y parlamentario chocoano Aureliano Perea Aluma y de la muy excelsa y también brillante educadora Doña Enriqueta Chalá de Perea Aluma. Ocurrente y creativo como el que más (hijo de tigre sale pintado), Rafael nos lleva de la mano por los vericuetos hermenéuticos y contextuales de la novela de Zapata Olivella con destreza argumental y atractivo acento narrativo. Leamos. JCUH.

EL FUSILAMIENTO DEL DIABLO

Rafael PereaChalá Aluma.
Foto: Fundación de escritores
del Pacífico Colombiano.
En uno de sus tantos viajes al Chocó, Zapata Olivella se decidió a escribir sobre episodios que marcaron la historia reciente del Chocó, en un lenguaje muy bien elaborado, con una fuerza narrativa en la que la tensión y el drama fueron su común denominador.

La obra no estuvo exenta de controversia, cuando la polígrafa Teresa Martínez de Varela lo acusó, por una mezcla de desinformación y celos, de haberla plagiado de su obra de historia oral llamada Mi Cristo negro (1980). Pero, en tanto la lectura de la novela del médico antropólogo se popularizó, se despejaron las confusiones y quedó claro que se trata de dos textos claramente diferenciados.

Zapata Olivella recorre con ojos de etnógrafo cómo conviven y se enfrentan en un solo pueblo las cosmovisiones de los emberas (“la chola”), de otros invisibles (wounan y olotules), de unos cuantos mestizos dueños del poder económico y político, de los anglos poseedores de la minería industrial, y del afrochocoano, en una cultura resultante en unidad y lucha. Al lado del catolicismo cultural sobreviven en semiclandestinidad claras herencias africanas.

El personaje central, Saturio Valencia, es un compendio de asuntos tan contradictorios y complejos que el título de un artículo de la antropóloga Saturnina Suárez no pudo graficarlo mejor: “Los que nacieron condenados”. La fatalidad fue su sino y la tragedia su conclusión.

Saturio, según Zapata Olivella, es un hijo no deseado de un blanco de la elite chocoana, con una mujer afro de baja condición social. El parto, atendido por una comadrona versada en la medicina tradicional, casi le cuesta la vida a su progenitora. Se creyó que el blanco Valencia, el padre, había mandado a “tramar” con brujería a la madre afro para que ese hijo “mulato” no naciera. En la lucha entre la vida y la muerte, Saturio fue el objeto de las confrontaciones entre el cartesianismo y la brujería africana (Zapata Olivella, 1986: 10, 12, 13). Vivió el rito de la ombligada y otros eventos de iniciación de un niño afrochocoano. Al nacer, la comadrona le vaticinó un mal futuro.

A la hora de tomar mujer, se empareja con una embera y Zapata Olivella pone en primer plano prejuicios entre afros e indígenas, como que, según el imaginario afro, los emberas son traidores. Por confiar en ella, fue capturado en una cueva mientras dormía. Así, el mismo autor relata la filosofía de pueblos africanos según la cual no existe una ruptura entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Por el contrario, siempre interactúan.

En la novela, Saturio fue monaguillo y secretario de notaría. Convertido en guerrillero, dirige la toma del Cotopaxi, una vieja lancha cañonera de la marina de guerra, cuya retoma produce la muerte de muchos reclutas sin preparación para la guerra. Cuando se desplaza a la provincia del San Juan, adelanta una tenaz lucha contra la compañía estadounidense, y se convierte en un severo problema para la compañía y sus propietarios, aliados con funcionarios gubernamentales allanados al poderío yanqui, y deciden montar un complot para matarlo, del cual desisten, pues los aliados colombianos proponen que es mejor capturarlo y armar un simulacro de juicio para condenarlo a muerte sin dejar sospechas.

En la vida real, Manuel Saturio Valencia Mena nació en un hogar sencillo de la base social quibdoseña. Por su talento musical, los curas capuchinos lo acogieron en el coro infantil y lo formaron en teoría de solfeo. Fue ejecutante del armonio y de instrumentos de cuerda. Los religiosos lo enviaron a estudiar Derecho en la Universidad del Cauca y se graduó de abogado.

Al retornar al solar nativo, se enroló en la Guerra de los Mil Días, participó en las batallas de Tutunendo y Bebará en las huestes del Partido Conservador y ascendió hasta sargento. Fue nombrado juez de rentas y como tal combatió a fondo la corrupción de la elite mulata de su ciudad. Se convirtió en una espina en el cuello de los poderosos y su condición de hombre afro lo condujo a una sin salida. El detonante fue un amorío clandestino que sostuvo con una dama de la elite quibdoseña.

Valencia Mena decidió contraer nupcias con una dama de su clase social. Siguiendo las tradiciones conservaduristas de la época, solicitó una reunión con la familia de la agraciada. Ella, hija de su padrino y protector, era la esposa ideal. En la reunión, el pretendido suegro se negó y, ante la insistencia de Manuel Saturio, lo remitió al sacerdote capuchino que lo orientaba desde la niñez.

Bajo el rigor de aquel tiempo, el cura en secreto de confesión le ratificó que no se podía casar con la elegida; la razón: la señorita era su hermana de padre. En un acuerdo entre tres adultos, con nexos de espiritualidad cristiana, decidieron que, dado que el esposo de su comadre era estéril y para que ella realizara su deseo maternal, el compadre la embarazaría. A Manuel Saturio el mundo se le vino encima.

Lo insólito de su tragedia lo llevó a una fase de alcoholismo y a renegar de su madre. Esta circunstancia fue aprovechada por sus enemigos, quienes se organizaron para conspirar contra su vida. Los ofendidos eran varios: uno, el general Medina, hijo del alférez real de Cali, y que también pretendía a Deyanira Castro Baldrich, quien el día de la batalla de flores en un carnaval no le arrojó el ramo al gobernador de Quibdó, sino a Valencia Mena, que desfilaba en una comparsa. Otro, Rodolfo Castro Baldrich, que no admitía que su hermana Deyanira fuera amante de un hombre pobre y, sobre todo, afro. Los otros complotados eran los sancionados por sus trapacerías con el erario público.

Valencia Mena en sus estados de alicoramiento decía que había que quemar su pueblo. Su madre logró que no consumiera más licor. Pero los conspiradores lo sonsacaron y lo persuadieron de tomarse unos tragos. Ellos ya tenían trapos empapados en petróleo y le decían que, en efecto, al pueblo tenía que ser quemado. De pronto prendieron las bolas de fuego y ellos mismos gritaron ¡fuego! Las bolas de fuego no rodaron ni un metro y solo quemaron algo de grama. El suceso no llegó ni a conato de incendio y él no preparó los trapos. De inmediato, la gendarmería lo capturó y fue sometido a torturas por el verdugo del departamento. La tortura era legal y el verdugo hacía parte de la nómina. Fue colgado de los pies y se le produjo una epistaxis severa, por lo que le pidió a su torturador que lo bajara de la viga y él a cambio se declararía culpable. Con estos métodos espurios fue condenado a muerte en un sumarísimo proceso (Velásquez Murillo, 1953).

Manuel Saturio sólo pidió un lápiz y un cuaderno y redactó una sentida declaración y exhortación al pueblo del Chocó a continuar la lucha por tiempos mejores (Velásquez Murillo, 1953). Este documento fue reproducido en Papeles del último fusilado en Colombia o Memorias del odio, del antropólogo sipiano. La colega de Velásquez Murillo aduce que es el texto iniciático de la antropología jurídica en Colombia.

Se le aplicó el “Código de incendiarios” con todo su rigor. Fue vestido de lila, el color de los incendiarios; se le puso una corona de espinas, lo que dio para titular Mi Cristo negro, de María Teresa Martínez de Varela, la obra más reputada sobre el asunto. Una banda marcial con música fúnebre encabezó un desfile con el cual Manuel Saturio tuvo que hacer las mismas estaciones de Jesucristo.

El cadalso fue erigido en un extramuro de la ciudad, hoy barrio Cristo Rey; detrás del cadalso había un frondoso palosanto. Alega la tradición oral que la justicia no atendió las súplicas de la dama de la elite social que clamaba por la conmutación de la pena capital, ni la oferta de la masonería encabezada por los sirio-libaneses Meluk que ofrecieron pagar la pena con su peso en oro. Quedó en la memoria quibdoseña que una orden de última hora fue enviada desde Bogotá; sin embargo, Rogerio Velásquez Murillo investigó en el Ministerio de Guerra, pero no encontró el marconigrama con que el presidente de la República conmutaba la pena capital. En el imaginario colectivo aún subsiste que su cuñado y enemigo, Castro Baldrich, interceptó el mensaje y no lo dejó llegar a las autoridades.

Una primera descarga de fusilería no acabó con su vida, como certificó el médico. Se hizo necesaria una segunda y el galeno Heliodoro Rodríguez Quintero lo dio por muerto. Su cuerpo fue lanzado a una fosa común con el propósito de borrarlo de la historia.

La maestría narrativa de Zapata Olivella se muestra en reunir todos estos personajes históricos en una sola circunstancia, desplazándolos en el tiempo y en el espacio, y con tal proeza que es necesario conocer que se trata de tiempos y espacios diferentes. Es la magia del sastre que con su aguja zurce mejor que una máquina. Da pues la sensación de ser una única pieza. La obra muestra a sus personajes con su malignidad, o sus bondades, y en todo caso como seres humanos.

Esta novela ha pasado casi desapercibida para la crítica, pese a las múltiples aristas que la hacen atractiva. Quizás porque está ensombrecida por Changó el gran putas, y a la fecha parece una obra huérfana frente a la magnífica novela del loriquero[4], de la cual es su más cercano antecedente.

Referencias bibliográficas

Martínez de Varela, Teresa. Mi Cristo negro. Bogotá: Editorial Fondo Rotatorio de la Policía Nacional, 1980.

Velásquez Murillo, Rogerio. Memorias del odio o Papeles del último fusilado en Colombia. Bogotá: Editorial Iqueima, 1953.

Zapata Olivella, Manuel. El fusilamiento del Diablo. Bogotá: Editorial Plaza y Janés, 1986.

Cali, septiembre de 2020

Manuel Zapata Olivella y Rogerio Velásquez Murillo



[1] Rafael Pereachalá Aluma (Quibdó). Antropólogo de la Universidad Nacional de Colombia, Doctor en Humanidades en Estudios Afrolatinoamericanos de la Universidad del Valle (Cali). Ha escrito los siguientes libros: En torno al conocimiento tradicional (Quibdó: Instituto de Investigaciones Ambientales del Pacífico). Diccionario de afroamericanismos. Improntas africanas en los españoles de América. De la ideología racista. De la música salsa. Esta nota biográfica y el texto íntegro del artículo son tomados de la edición de la novela hecha por la Universidad del Valle: 

https://drive.google.com/file/d/1YsG9T5WsYyRNbYHmPczGGX9PPr5TqYCZ/view

[2] Como parte del Año Manuel Zapata Olivella, mediante el cual se conmemoró en 2020 el centenario del nacimiento del escritor, un comité editorial coordinado por la Universidad del Valle editó y publicó 27 obras de su autoría. Todas están disponibles en: http://zapataolivella.univalle.edu.co/obra/

[4] Loriquero = nacido en Lorica (Córdoba). Sipiano = nacido en Sipí (Chocó).

1 comentario:

  1. Excelente ilustración, no he tenido la dicha de leer los libros de Teresa Martínez ni de Manuel Zapata, pero leí Memorias de Odio.
    Gracias por contribuir al enriquecimiento de mis conocimientos.
    Saludos.

    ResponderBorrar

Sus comentarios son siempre bienvenidos. Gracias.