Tras las huellas de la negredumbre
Germán
Patiño
Rogerio Velásquez en Bogotá, hacia 1957. Imagen tomada de: http://cuentachoco.co/fotos/ |
Este texto es parte del prólogo del libro
Ensayos escogidos[1],
de Rogerio Velásquez, publicado por el Ministerio de Cultura en el año 2010. Su
autor es el muy reconocido investigador vallecaucano Germán Patiño (fallecido en 2015), quien
además hizo la selección de los ensayos que conforman el compendio. Patiño
explica el contexto de la vida y la obra de Rogerio Velásquez, su recorrido
vital y sus aportes a las ciencias sociales y humanas del país. Como lo hemos
dicho antes en El Guarengue, conocer la obra de Velásquez debería ser un deber
de chocoanidad.
El 21 de mayo 1907 fue fusilado en
Quibdó Manuel Saturio Valencia, el último colombiano en recibir la pena de
muerte, apenas cincuenta y seis años después de la abolición legal de la
esclavitud. Casi un año después, el 9 de agosto de 1908, nació Rogerio
Velásquez Murillo, en la remota población de Sipí, uno de los pueblos olvidados
del San Juan chocoano.
Estas dos fechas y sus circunstancias
marcarían la actividad futura de Rogerio y lo convertirían en uno de los más
importantes intelectuales afrodescendientes de Colombia en el siglo xx. El
negro ajusticiado en 1907 sería para Rogerio símbolo de la injusticia del
régimen social colombiano, del racismo latente en los sectores sociales
dominantes y el recuerdo doloroso de la esclavitud, que atenazó a sus ancestros
durante tres largos siglos. Su pueblo natal, Sipí, un testimonio de la pobreza,
ausencia de oportunidades y del abandono en que Colombia había dejado a la
tierra chocoana. De acuerdo con su hija Amparo Velásquez Ayala, en algunos atardeceres,
cuando paseaba con su padre, él les decía: «Al otro lado de la cordillera
termina Colombia y a este lado comienza el Chocó» (Mosquera y Londoño, 2000:
14).
Esta conciencia de aislamiento, vigente
hasta hoy, le entregó la materia prima para sus investigaciones y estudios. No
vaciló a la hora de dedicar su vida a contarle al resto del país cómo era ese Chocó
profundo, desconocido y despreciado. Tierra de negros y de indios supérstites,
de humedad y calor, de oro y platino, de pobreza e injusticia social, que
siempre ha sido mirada con desprecio por las elites que gobiernan el país. Es
casi inexplicable que el Chocó todavía pertenezca al territorio colombiano y
que sus gentes no hubieran aprovechado la secesión de Panamá para formar parte
de la nueva república centroamericana. Desde luego, esta perspectiva aún puede
suceder en Colombia, si aquel abandono contra el que luchó y escribió Rogerio
Velásquez continúa vigente.
En su momento, finales de los años
cuarenta y décadas de los cincuenta y sesenta, las investigaciones y estudios
de Rogerio podían verse como un material exótico, como el retrato de una región
y unas gentes que poco contaban para explicar la sociedad colombiana, como una
producción marginal, que acaso tenía el encanto de la buena prosa y de los
mundos ingenuos que narraba. Pero hoy, más de medio siglo después de aquellas
indagaciones, sus textos se nos revelan como un material fundamental para
entender los procesos de formación de la nación colombiana y las flagrantes
injusticias en las que ella se funda. Desde el solar chocoano y sus masas de
negros aislados y abandonados a su suerte comenzamos a comprender que los
colombianos hemos logrado la indigna proeza de construir una república basada
en la exclusión de negros e indios de los beneficios del desarrollo.
Dramática realidad que Rogerio pone en
evidencia una y otra vez, en textos luminosos donde campea el rigor, la bella
expresión y una pasión incontenible por su tierra y su gente. Nada se le
escapa, ni la historia, ni las costumbres, ni la narración oral, ni la
literatura. Tan importantes para él son las gestas independentistas en el
Chocó, de las que el país nada sabe, como el vestuario cotidiano de negros y
negras, pasando por la pesquisa sobre la música y sus instrumentos, sin despreciar
tampoco los cuentos que los viejos relatan en noches de encantamiento, regidas
por el rumor de los ríos selváticos.
Producto de la educación pública de su
tiempo en las aldeas sanjuaneñas de Sipí, Istmina y Condoto, Rogerio pudo
estudiar en Tunja y Popayán hasta conseguir el grado de etnólogo, con lo que se
puso en contacto con la primera generación de grandes investigadores humanistas
que surgieron en algunas de las instituciones creadas por la «República
Liberal» de la década de los treinta, la Normal Superior de Tunja y el
Instituto Etnológico del Cauca. Hijo de la «pax conservadora»
que aletargó al país en los albores del siglo xx, poco sintió el rigor de
monasterio que campeó en la patria andina durante aquellas calendas, viviendo
una infancia feliz en la libertad del aislado tremedal chocoano. Tan solo fue
consciente de su pobreza y de la desventaja de su educación cuando logró salir
a las ciudades andinas, como le sucedió también, mucho después, a otro notable
afrodescendiente, el biólogo Raúl Cuero, quien afirmó que solo supo de su
pobreza cuando llegó a estudiar a Cali, en la Universidad del Valle. De niño y
adolescente en Buenaventura, siempre se sintió entre iguales, pues las
carencias eran las mismas para todos, y en el puerto todos eran jóvenes y
felices (entrevista a Raúl Cuero, Cali, Universidad del Valle, junio de 2005).
Portada de la edición de Ensayos escogidos, de Rogerio Velásquez, publicada en el año 2010 por el Ministerio de Cultura, con prólogo y selección de Germán Patiño. |
La obra de Rogerio está dispersa, pues
fue más un escritor de ensayos que publicó en diferentes medios, como la Revista Colombiana de Folclor, la Revista
Colombiana de Antropología,
la Revista de la Universidad de Antioquia y el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República, entre otras, e incluso en
periódicos como abc de Quibdó, Mundo al Día y
Diario Nacional de Bogotá, Mármol, El
Colombiano y El Heraldo de
Antioquia, Ariel de Tunja, y Tierra
Nativa de Santander. El hecho de que su libro
más conocido sea la novela Las
memorias del odio[2], en la que se
narra la vida y ajusticiamiento de Manuel Saturio Valencia, muestra la amplia gama
de intereses de Rogerio Velásquez y su inclinación por la literatura, que será
evidente en todos sus escritos.
Pero Velásquez no solo narra, o
describe o indaga, en fuentes primarias, sino que aborda el reino de la teoría,
cuando conceptualiza sobre el pueblo negro al que pertenece. Él acuña el
concepto de negredumbre para referirse a la masa de negros que
son objeto de su investigación, en una audacia semántica que relaciona negros
con muchedumbre. Pero no se trata de cualquier muchedumbre, sino de aquella
conformada por afrodescendientes colocados en situación de exclusión y
marginalidad, «los de abajo», «la raza maldita», «los esclavizados», «los
miserables» (Leal, 2007) que, además, habitan en un territorio específico: el
de los ríos, la selva y el mundo rural. El uso de esta categoría por Rogerio
Velásquez es casual, sin ahondar en explicaciones filosóficas, pero
entendiéndose claramente a qué se refiere. Se trata de aquella cualidad por la
que el negro de las tierras del Pacífico siempre se nos presenta actuando de
manera colectiva, como comunidad, y nunca, o casi nunca, de manera individual. La
expresión indica bien lo que quiere decir: es una categoría que se corresponde
con sociedades premodernas, en las que no cuenta la individualidad sino la
acción colectiva. De allí el uso colectivo de la tierra, los rituales de
celebración en los que la participación comunitaria resulta esencial, las
instituciones de trabajo como la minga
―tomada
en préstamo de las comunidades indígenas― en la que se suman fuerzas de
familiares y vecinos, las cogiendas de peces cuando «sube el sábalo», que
se realizan en gavilla, lo mismo que otros acontecimientos similares en las
áreas de la religiosidad, los rituales de muerte o las festividades profanas.
No es el negro sino la negredumbre
lo que se manifiesta.
El concepto, que Rogerio utiliza con
libertad en sus escritos, fue recogido luego por Manuel Zapata Olivella, quien
se esforzó por precisar sus alcances: «[…] llamo negredumbre a
la herencia biológica que nos ha llegado del mestizaje entre lo indio y lo
negro, entre lo blanco y lo negro, ese revoltillo africano tantas veces
entrecruzado en el crisol de América» (Zapata, 1997), con lo que le otorga un
carácter objetivo a la expresión, que resulta independiente de la conciencia
que se tenga de ella. Es una realidad biológica, el resultado de la hibridación
con africanos, la negrería mestiza. Zapata ve la negredumbre como
opuesta a la blanquedumbre, a la que considera «el cordón más
retorcido de nuestra placenta» (Zapata, 1997). Pero luego aclara: «Cuando
menciono la negredumbre me refiero a esa sombra oculta de que
hablan los filósofos yorubas y bantúes, viva en el ritmo, en la palabra que
palmotea en las invocaciones a los muertos. Sentimiento africano que ilumina
nuestra mirada más profunda, la herida más dolorosa, la risa más desafiante […]»
(Zapata, 1997). Con lo que el carácter objetivo de la negredumbre adquiere
el alcance de una forma de ser y de pensar que está íntimamente ligada a la
realidad biológica de los seres humanos en cuestión, en los que predomina la
herencia africana.
Para Zapata (1997) es también una
«vivencia cultural» que incluso pueden compartir los blancos. De hecho, él
considera que escritores como García Márquez, Héctor Rojas Herazo, Alberto
Sierra, Germán Espinosa, Alberto Duque, así como Jorge Isaacs, Tomás
Carrasquilla, Eduardo Carranza, Pedro Gómez Valderrama, entre otros,
experimentan una «vivencia inconsciente de la negredumbre».
Por el contrario, el propio Zapata Olivella, más Jorge Artel, Arnoldo Palacios,
Helcías Martán Góngora, Hugo Salazar Valdés, Otto Morales Benítez «[…] y unos
cuantos más […] pertenecemos al bando de la cimarronería de las negritudes»
(Zapata, 1997). Pues para Zapata el concepto de negritud se
refiere al «[…] conjunto de valores culturales del mundo negro, tal y como se
expresa a través de la vida, las instituciones y valores negros» (Zapata,
1997). La negritud es un concepto que alude a la subjetividad y a ella
pertenecen pocos. Al contrario, la negredumbre
se encuentra en el terreno de la
objetividad, es más una categoría sociológica a la que pertenecen muchos, aún
sin saberlo.
Extraña en la ponencia de Zapata
Olivella la falta de mención de Rogerio Velásquez, el afrodescendiente que
acuñó el concepto y que lo utilizó con libertad en sus escritos para referirse
a la comunidad chocoana. Extraña también que luego del aporte de Velásquez y
las aclaraciones de Zapata el concepto se haya perdido y no sea tenido en
cuenta por los investigadores de la afrocolombianidad. Es posible que los
nuevos académicos se dejaran seducir por expresiones como «huellas de
africanía», que quieren expresar más o menos lo mismo y que han sido tomadas de
la sociología estadounidense (de Friedemann, 2000). Una muestra más de que en
materia intelectual poco conocemos nuestra propia tradición de pensamiento y preferimos
pagar costosos derechos de importación para expresar nuestras realidades.
La negredumbre de
Rogerio Velásquez está más cercana a las indagaciones pioneras de Gilberto
Freyre en Brasil, bastante anteriores a las ideas tomadas de prisa de los scholars gringos
de las décadas de los sesenta y setenta. De hecho, en uno de sus textos
Velásquez cita a Freyre, con especial deferencia hacia su Casa-Grande & Senzala[3]. Es apenas una mención, pero demuestra
que Velásquez estaba a la vanguardia en la investigación histórica y
antropológica en Colombia, sobre todo en lo que atañe al conocimiento de la
historia y la cultura de los afrodescendientes en el país.
En esta colectánea hemos reunido textos
que se encuentran dispersos en varias publicaciones y los hemos organizado
alrededor de tres grandes áreas: historia, etnografía, y literatura y narración
oral, pese a que el autor nunca pretendió mantener unas fronteras muy definidas
entre una y otras disciplinas. La interdisciplinariedad es precisamente una de
las características más relevantes de sus escritos. Sus textos de historia son
inseparables de la geografía y los estudios etnográficos incursionan con
frecuencia en la narración de tipo histórico. Rogerio es un humanista que no
desprecia ningún tipo de conocimiento para elaborar sus escritos, pero siempre
con gran rigor intelectual y respeto por las fuentes y los métodos de cada
disciplina, sin caer nunca en la charlatanería.
Germán Patiño, autor del Prólogo a Ensayos escogidos, de Rogerio Velásquez Murillo. Patiño fue también el creador del Festival de Música del Pacífico Petronio Alvarez. Imagen tomada de: https://www.radionacional.co/noticia/fallece-german-patino-director-del-petronio-alvarez |
[1] Velásquez, Rogerio. ENSAYOS ESCOGIDOS. Recopilación y prólogo Germán
Patiño. Bogotá, Ministerio de Cultura, 2010. Biblioteca de Literatura
Afrocolombiana, Tomo 17. 217 pp. Consultado en: http://babel.banrepcultural.org/cdm/ref/collection/p17054coll7/id/16
[2] Para entender mejor el carácter ficcional de esta obra, ver el prólogo
de Alfonso Carvajal en la segunda edición del texto. También el muy buen ensayo
de Claudia Leal (2007), «Recordando a Saturio. Memorias del racismo en el Chocó
(Colombia)».
[3] Se trata del ensayo escrito para la Revista de la Universidad de
Antioquia, titulado «La esclavitud en la María de Jorge Isaacs», publicado de manera
póstuma en 1968 [...]
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