lunes, 2 de septiembre de 2019


Tras las huellas de la negredumbre
Germán Patiño
 
Rogerio Velásquez en Bogotá, hacia 1957.
Imagen tomada de: http://cuentachoco.co/fotos/

Este texto es parte del prólogo del libro Ensayos escogidos[1], de Rogerio Velásquez, publicado por el Ministerio de Cultura en el año 2010. Su autor es el muy reconocido investigador vallecaucano Germán Patiño (fallecido en 2015), quien además hizo la selección de los ensayos que conforman el compendio. Patiño explica el contexto de la vida y la obra de Rogerio Velásquez, su recorrido vital y sus aportes a las ciencias sociales y humanas del país. Como lo hemos dicho antes en El Guarengue, conocer la obra de Velásquez debería ser un deber de chocoanidad.


El 21 de mayo 1907 fue fusilado en Quibdó Manuel Saturio Valencia, el último colombiano en recibir la pena de muerte, apenas cincuenta y seis años después de la abolición legal de la esclavitud. Casi un año después, el 9 de agosto de 1908, nació Rogerio Velásquez Murillo, en la remota población de Sipí, uno de los pueblos olvidados del San Juan chocoano.

Estas dos fechas y sus circunstancias marcarían la actividad futura de Rogerio y lo convertirían en uno de los más importantes intelectuales afrodescendientes de Colombia en el siglo xx. El negro ajusticiado en 1907 sería para Rogerio símbolo de la injusticia del régimen social colombiano, del racismo latente en los sectores sociales dominantes y el recuerdo doloroso de la esclavitud, que atenazó a sus ancestros durante tres largos siglos. Su pueblo natal, Sipí, un testimonio de la pobreza, ausencia de oportunidades y del abandono en que Colombia había dejado a la tierra chocoana. De acuerdo con su hija Amparo Velásquez Ayala, en algunos atardeceres, cuando paseaba con su padre, él les decía: «Al otro lado de la cordillera termina Colombia y a este lado comienza el Chocó» (Mosquera y Londoño, 2000: 14).

Esta conciencia de aislamiento, vigente hasta hoy, le entregó la materia prima para sus investigaciones y estudios. No vaciló a la hora de dedicar su vida a contarle al resto del país cómo era ese Chocó profundo, desconocido y despreciado. Tierra de negros y de indios supérstites, de humedad y calor, de oro y platino, de pobreza e injusticia social, que siempre ha sido mirada con desprecio por las elites que gobiernan el país. Es casi inexplicable que el Chocó todavía pertenezca al territorio colombiano y que sus gentes no hubieran aprovechado la secesión de Panamá para formar parte de la nueva república centroamericana. Desde luego, esta perspectiva aún puede suceder en Colombia, si aquel abandono contra el que luchó y escribió Rogerio Velásquez continúa vigente.

En su momento, finales de los años cuarenta y décadas de los cincuenta y sesenta, las investigaciones y estudios de Rogerio podían verse como un material exótico, como el retrato de una región y unas gentes que poco contaban para explicar la sociedad colombiana, como una producción marginal, que acaso tenía el encanto de la buena prosa y de los mundos ingenuos que narraba. Pero hoy, más de medio siglo después de aquellas indagaciones, sus textos se nos revelan como un material fundamental para entender los procesos de formación de la nación colombiana y las flagrantes injusticias en las que ella se funda. Desde el solar chocoano y sus masas de negros aislados y abandonados a su suerte comenzamos a comprender que los colombianos hemos logrado la indigna proeza de construir una república basada en la exclusión de negros e indios de los beneficios del desarrollo.

Dramática realidad que Rogerio pone en evidencia una y otra vez, en textos luminosos donde campea el rigor, la bella expresión y una pasión incontenible por su tierra y su gente. Nada se le escapa, ni la historia, ni las costumbres, ni la narración oral, ni la literatura. Tan importantes para él son las gestas independentistas en el Chocó, de las que el país nada sabe, como el vestuario cotidiano de negros y negras, pasando por la pesquisa sobre la música y sus instrumentos, sin despreciar tampoco los cuentos que los viejos relatan en noches de encantamiento, regidas por el rumor de los ríos selváticos.

Producto de la educación pública de su tiempo en las aldeas sanjuaneñas de Sipí, Istmina y Condoto, Rogerio pudo estudiar en Tunja y Popayán hasta conseguir el grado de etnólogo, con lo que se puso en contacto con la primera generación de grandes investigadores humanistas que surgieron en algunas de las instituciones creadas por la «República Liberal» de la década de los treinta, la Normal Superior de Tunja y el Instituto Etnológico del Cauca. Hijo de la «pax conservadora» que aletargó al país en los albores del siglo xx, poco sintió el rigor de monasterio que campeó en la patria andina durante aquellas calendas, viviendo una infancia feliz en la libertad del aislado tremedal chocoano. Tan solo fue consciente de su pobreza y de la desventaja de su educación cuando logró salir a las ciudades andinas, como le sucedió también, mucho después, a otro notable afrodescendiente, el biólogo Raúl Cuero, quien afirmó que solo supo de su pobreza cuando llegó a estudiar a Cali, en la Universidad del Valle. De niño y adolescente en Buenaventura, siempre se sintió entre iguales, pues las carencias eran las mismas para todos, y en el puerto todos eran jóvenes y felices (entrevista a Raúl Cuero, Cali, Universidad del Valle, junio de 2005).

Portada de la edición de Ensayos escogidos,
de Rogerio Velásquez, publicada en el año 2010
por el Ministerio de Cultura, con prólogo
y selección de Germán Patiño.
La obra de Rogerio está dispersa, pues fue más un escritor de ensayos que publicó en diferentes medios, como la Revista Colombiana de Folclor, la Revista Colombiana de Antropología, la Revista de la Universidad de Antioquia y el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República, entre otras, e incluso en periódicos como abc de Quibdó, Mundo al Día y Diario Nacional de Bogotá, Mármol, El Colombiano y El Heraldo de Antioquia, Ariel de Tunja, y Tierra Nativa de Santander. El hecho de que su libro más conocido sea la novela Las memorias del odio[2], en la que se narra la vida y ajusticiamiento de Manuel Saturio Valencia, muestra la amplia gama de intereses de Rogerio Velásquez y su inclinación por la literatura, que será evidente en todos sus escritos.

Pero Velásquez no solo narra, o describe o indaga, en fuentes primarias, sino que aborda el reino de la teoría, cuando conceptualiza sobre el pueblo negro al que pertenece. Él acuña el concepto de negredumbre para referirse a la masa de negros que son objeto de su investigación, en una audacia semántica que relaciona negros con muchedumbre. Pero no se trata de cualquier muchedumbre, sino de aquella conformada por afrodescendientes colocados en situación de exclusión y marginalidad, «los de abajo», «la raza maldita», «los esclavizados», «los miserables» (Leal, 2007) que, además, habitan en un territorio específico: el de los ríos, la selva y el mundo rural. El uso de esta categoría por Rogerio Velásquez es casual, sin ahondar en explicaciones filosóficas, pero entendiéndose claramente a qué se refiere. Se trata de aquella cualidad por la que el negro de las tierras del Pacífico siempre se nos presenta actuando de manera colectiva, como comunidad, y nunca, o casi nunca, de manera individual. La expresión indica bien lo que quiere decir: es una categoría que se corresponde con sociedades premodernas, en las que no cuenta la individualidad sino la acción colectiva. De allí el uso colectivo de la tierra, los rituales de celebración en los que la participación comunitaria resulta esencial, las instituciones de trabajo como la minga tomada en préstamo de las comunidades indígenasen la que se suman fuerzas de familiares y vecinos, las cogiendas de peces cuando «sube el sábalo», que se realizan en gavilla, lo mismo que otros acontecimientos similares en las áreas de la religiosidad, los rituales de muerte o las festividades profanas. No es el negro sino la negredumbre lo que se manifiesta.

El concepto, que Rogerio utiliza con libertad en sus escritos, fue recogido luego por Manuel Zapata Olivella, quien se esforzó por precisar sus alcances: «[…] llamo negredumbre a la herencia biológica que nos ha llegado del mestizaje entre lo indio y lo negro, entre lo blanco y lo negro, ese revoltillo africano tantas veces entrecruzado en el crisol de América» (Zapata, 1997), con lo que le otorga un carácter objetivo a la expresión, que resulta independiente de la conciencia que se tenga de ella. Es una realidad biológica, el resultado de la hibridación con africanos, la negrería mestiza. Zapata ve la negredumbre como opuesta a la blanquedumbre, a la que considera «el cordón más retorcido de nuestra placenta» (Zapata, 1997). Pero luego aclara: «Cuando menciono la negredumbre me refiero a esa sombra oculta de que hablan los filósofos yorubas y bantúes, viva en el ritmo, en la palabra que palmotea en las invocaciones a los muertos. Sentimiento africano que ilumina nuestra mirada más profunda, la herida más dolorosa, la risa más desafiante […]» (Zapata, 1997). Con lo que el carácter objetivo de la negredumbre adquiere el alcance de una forma de ser y de pensar que está íntimamente ligada a la realidad biológica de los seres humanos en cuestión, en los que predomina la herencia africana.

Para Zapata (1997) es también una «vivencia cultural» que incluso pueden compartir los blancos. De hecho, él considera que escritores como García Márquez, Héctor Rojas Herazo, Alberto Sierra, Germán Espinosa, Alberto Duque, así como Jorge Isaacs, Tomás Carrasquilla, Eduardo Carranza, Pedro Gómez Valderrama, entre otros, experimentan una «vivencia inconsciente de la negredumbre». Por el contrario, el propio Zapata Olivella, más Jorge Artel, Arnoldo Palacios, Helcías Martán Góngora, Hugo Salazar Valdés, Otto Morales Benítez «[…] y unos cuantos más […] pertenecemos al bando de la cimarronería de las negritudes» (Zapata, 1997). Pues para Zapata el concepto de negritud se refiere al «[…] conjunto de valores culturales del mundo negro, tal y como se expresa a través de la vida, las instituciones y valores negros» (Zapata, 1997). La negritud es un concepto que alude a la subjetividad y a ella pertenecen pocos. Al contrario, la negredumbre se encuentra en el terreno de la objetividad, es más una categoría sociológica a la que pertenecen muchos, aún sin saberlo.

Extraña en la ponencia de Zapata Olivella la falta de mención de Rogerio Velásquez, el afrodescendiente que acuñó el concepto y que lo utilizó con libertad en sus escritos para referirse a la comunidad chocoana. Extraña también que luego del aporte de Velásquez y las aclaraciones de Zapata el concepto se haya perdido y no sea tenido en cuenta por los investigadores de la afrocolombianidad. Es posible que los nuevos académicos se dejaran seducir por expresiones como «huellas de africanía», que quieren expresar más o menos lo mismo y que han sido tomadas de la sociología estadounidense (de Friedemann, 2000). Una muestra más de que en materia intelectual poco conocemos nuestra propia tradición de pensamiento y preferimos pagar costosos derechos de importación para expresar nuestras realidades.

La negredumbre de Rogerio Velásquez está más cercana a las indagaciones pioneras de Gilberto Freyre en Brasil, bastante anteriores a las ideas tomadas de prisa de los scholars gringos de las décadas de los sesenta y setenta. De hecho, en uno de sus textos Velásquez cita a Freyre, con especial deferencia hacia su Casa-Grande & Senzala[3]. Es apenas una mención, pero demuestra que Velásquez estaba a la vanguardia en la investigación histórica y antropológica en Colombia, sobre todo en lo que atañe al conocimiento de la historia y la cultura de los afrodescendientes en el país.

En esta colectánea hemos reunido textos que se encuentran dispersos en varias publicaciones y los hemos organizado alrededor de tres grandes áreas: historia, etnografía, y literatura y narración oral, pese a que el autor nunca pretendió mantener unas fronteras muy definidas entre una y otras disciplinas. La interdisciplinariedad es precisamente una de las características más relevantes de sus escritos. Sus textos de historia son inseparables de la geografía y los estudios etnográficos incursionan con frecuencia en la narración de tipo histórico. Rogerio es un humanista que no desprecia ningún tipo de conocimiento para elaborar sus escritos, pero siempre con gran rigor intelectual y respeto por las fuentes y los métodos de cada disciplina, sin caer nunca en la charlatanería.

Germán Patiño, autor del Prólogo a Ensayos escogidos, de Rogerio Velásquez Murillo.
Patiño fue también el creador del Festival de Música del Pacífico Petronio Alvarez.
Imagen tomada de: 
https://www.radionacional.co/noticia/fallece-german-patino-director-del-petronio-alvarez




[1] Velásquez, Rogerio. ENSAYOS ESCOGIDOS. Recopilación y prólogo Germán Patiño. Bogotá, Ministerio de Cultura, 2010. Biblioteca de Literatura Afrocolombiana, Tomo 17. 217 pp. Consultado en: http://babel.banrepcultural.org/cdm/ref/collection/p17054coll7/id/16

[2] Para entender mejor el carácter ficcional de esta obra, ver el prólogo de Alfonso Carvajal en la segunda edición del texto. También el muy buen ensayo de Claudia Leal (2007), «Recordando a Saturio. Memorias del racismo en el Chocó (Colombia)».

[3] Se trata del ensayo escrito para la Revista de la Universidad de Antioquia, titulado «La esclavitud en la María de Jorge Isaacs», publicado de manera póstuma en 1968 [...]

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