lunes, 16 de agosto de 2021

Circo Imperial de Variedades

 El Circo Imperial de Variedades
“Para distraer en lo posible la monotonía inacabable 
de las noches quibdoseñas”

Imágenes reproducidas de: Quibdó, Contexto histórico, desarrollo urbano
y patrimonio arquitectónico, de Luis Fernando González Escobar.

Un buen número de notables de la ciudad y de espectadores curiosos concurrieron, en la prima noche del lunes 27 de octubre de 1930, a la iglesia parroquial de San Francisco, en Quibdó, para presenciar el matrimonio de Jesús Jaramillo y Elisa Echavarría, que se celebró en la misa de las 6 de la tarde. Los contrayentes habían distribuido esquelas de invitación a lo largo de las últimas semanas, mientras transcurrían las concurridas funciones nocturnas del Circo Imperial de Variedades, al cual pertenecían como artistas dramáticos de las obras de género chico que eran presentadas en sus veladas del Salón Colombia o del patio de la casa de Rodolfo Castro Baldrich, ingeniero de la Intendencia del Chocó, que estaba situada en la Calle Alameda Reyes y que habían acondicionado para sus presentaciones en las noches de buen clima. En esas circunstancias, aunque la pareja Jaramillo Echavarría no fuera oriunda de la ciudad ni de la región, su matrimonio terminó convirtiéndose en un acontecimiento social de gran importancia, que le dio aún más relevancia a la gira artística del circo, que había comenzado con su llegada a Quibdó un mes antes, luego de su travesía por el camino de El Carmen de Atrato, tramo inicial de la futura carretera Quibdó-Bolívar (Antioquia).

Las fiestas patronales de San Francisco de Asís de aquel año habían sido celebradas con todo esplendor y variedad, con gran concurrencia y participación de la población quibdoseña, como lo resaltó Balbino Arriaga Castro, presidente de la junta organizadora, en su discurso de cierre de las festividades; y como lo agradeció el Párroco de Quibdó, Padre José Miró, quien presidió con fervoroso entusiasmo la procesión solemne del Santo Patrono, que no pudo celebrarse el propio 4 de octubre y hubo de posponerse para el domingo 5, a causa de la abundante lluvia que cayó durante todo el día en la ciudad.

Las fiestas fueron clausuradas con la bendición de los campos desde la Colina de la Virgen, los cañonazos del Goliat, los recorridos musicales de cierre de las murgas populares y la última retreta de la Banda de San Francisco. A estos actos se sumó el temerario número acrobático del Circo Imperial de Variedades, llevado a cabo por una de sus artistas más destacadas, que fue registrado por el periódico ABC en su edición 2288, del 7 de octubre de 1930:

“Como números de sensación vimos el descenso efectuado desde la torre del reloj al parque del Centenario por la aplaudida artista señora Teresa Medina de Echavarría, del Circo Imperial de Variedades. Se usó para ello una manila en vez del cable de acero que se acostumbra, y estuvo a punto de sufrir grave percance por haber cedido la cuerda más de lo esperado.

 

Este número, que dio muestras del gran valor de esta artista, conquistole a la compañía el aprecio de todas las capas sociales, que con entusiasmo no registrado antes han llenado el cupo de su teatro provisional para presenciar las tres funciones que llevan hasta ahora dadas. Para Quibdó ha sido una fortuna la llegada del circo en horas en que ni siquiera se podía contar con la diversión cinematográfica”.

La acróbata Teresa Medina de Echavarría, que al decir de ABC era también “la preferida de los públicos por la gracia de sus trabajos de primera actriz dramática”, estaba casada con Antonio Echavarría, copropietario de la compañía junto a Manuel González. La troupe incluía, además, a Jesús Jaramillo como artista de primera línea y a su futura esposa Elisa Echavarría, también actriz; Herminia de Apolinario, acróbata piramidista; Rafael Rodríguez, volante acróbata; Carlos Parra, niño volador; y los payasos Cachimborete y Chorizo, este último también actor de pantomima y comedia. El circo contaba además con un grupo de perros amaestrados. “Viene él dirigido por el afamado artista Manuel González Valderrama, quien hace algunos años visitó esta tierra. Por los recortes de la prensa de Cali, Medellín y otras ciudades, que tenemos a la vista, puede afirmarse que se trata de algo desconocido para nosotros y que indudablemente agradará al público que desea distraer en lo posible la monotonía inacabable de las noches quibdoseñas”, había anunciado ABC con eufórico tono, en su edición del 19 de septiembre de 1930, cuando anunció la próxima llegada del circo y transmitió a los lectores el saludo de su director.

Aunque hacia las nueve de la noche, normalmente, el silencio empezaba a ocupar la ciudad y hacia las diez era tal que se podían oír las conversaciones de una casa a otra y hasta de una a otra calle, así como en todos los barrios se oían las campanas del reloj del templo parroquial; Quibdó en la década de 1930 tenía una vida nocturna activa, que se extendía hasta la media noche los fines de semana o en ocasiones especiales. Establecimientos como el Salón Colombia, de propiedad de los hermanos Julio e Ibrahim Zúñiga Ángel, incluían -además de un bar- espacios familiares como heladería, café y cine. El Café Central, de propiedad del señor Alejo Garcés, era espacio de tertulia y encuentro permanentes; al igual que El Encloche, de propiedad de Benjamín Medina, que ofrecía "cantina de primera clase" y "amplio salón de billares". Los salones de baile eran bastante activos y frecuentados: uno de ellos era también salón de patinaje; y el otro, el Club Quibdó, había sido creado para “revivir la adormecida sociabilidad de nuestro ambiente con bailes y otras diversiones”. Los bailes públicos que, con motivo de festividades patrias y locales, solía ofrecer la Intendencia; así como las retretas dominicales a la salida de la misa, eran también parte de la noche quibdoseña, durante la cual -igualmente- eran frecuentes las veladas en los andenes de las casas, incluyendo las llamadas guitarreadas, y las serenatas de enamorados, que terminaban siendo un melódico regalo y una distracción sorpresiva para todo el vecindario.

Así las cosas, cuando no era posible tan variada actividad, sea porque fallara la luz eléctrica, o por un daño transitorio en el cinematógrafo, o porque una orquesta se fuera de viaje invitada a otra ciudad, o por respeto a la gravedad de un enfermo o al luto de algunas familias; los más recurrentes y asiduos sibaritas sentían que había llegado la monotonía a las noches de Quibdó, como lo señala el comentario del periódico ABC cuando pondera la llegada del Circo Imperial de Variedades. Del mismo modo que toda novedad era bienvenida en una ciudad que mucho tenía de cosmopolita, tanto por la composición de los inmigrantes que hasta ella habían llegado, como por sus conexiones modernas y permanentes con el mundo a través del río Atrato, mediante los barcos de vapor procedentes de Cartagena y otros puertos del Caribe colombiano, incluyendo los del río Sinú, y mediante los hidroaviones que acuatizaban a orillas del río, ante los ojos siempre presentes de una multitud de curiosos.

El Circo Imperial de Variedades permaneció en Quibdó casi dos meses y deleitó a la gente con sus espectáculos de teatro dramático, musical y de comedia, con sus payasos y acróbatas, con sus perros amaestrados. Fue un éxito desde su debut, como quedó registrado en la prensa de la época:

“Con lleno completo se verificó anoche el debut del Circo Imperial de Variedades en el Salón Colombia. Una buena orquesta amenizó el espectáculo, que resultó bastante bueno. El señor Echavarría, como protagonista del drama Una limosna, por Dios se hizo acreedor a una buena tanda de aplausos. Sus compañeros trabajaron también con toda propiedad.

 

Los números acrobáticos resultaron de gusto del público, que aplaudió a más no poder; y el sentir general es el de que se manejaron los actores como no se le esperaron. Debemos hacer mención del saleroso Chorizo, quien se captó las simpatías del respetable tan pronto como fue conocido”.

 

ABC, edición 2285. Quibdó, 29 de septiembre de 1930.

Iglesia Parroquial de Quibdó, 1930.
Foto: Misioneros Claretianos.

La impresionante acrobacia de descenso desde la torre del reloj de la iglesia parroquial, como parte de la celebración de las Fiestas Patronales de San Francisco de Asís, y la celebración en este mismo templo del matrimonio de dos de sus integrantes, dos días después de su última función en Quibdó, contribuyeron a que el Circo Imperial de Variedades se convirtiera en tema central de conversación durante mucho tiempo y en parte de la memoria de diversión y esparcimiento de quienes lo vieron y disfrutaron en el Salón Colombia o en sus presentaciones al aire libre, en aquella ciudad en la que quienes amasaban sus fortunas durante el día ansiaban todo el boato posible para disfrutarlas en las noches.


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