-En sus propias palabras-
Rogerio Velásquez (izq.) con un grupo de músicos quibdoseños. Fuente: http://www.scielo.org.co/pdf/noma/n45/n45a15.pdf |
Recordando a Rogerio
Velásquez (2ª Parte)
El artículo Apuntes
socioeconómicos del Atrato medio es uno de los trabajos etnográficos
emblemáticos del antropólogo chocoano Rogerio Velásquez Murillo. Fue publicado por
primera vez en el Volumen 10 de la Revista Colombiana de Antropología[1],
hace 60 años, y es fruto de un estudio que incluyó un recorrido fluvial de 50
kilómetros por el trayecto comprendido entre Las Mercedes y Lloró, es decir, río
abajo y río arriba de Quibdó, incluyendo áreas de los ríos Neguá, Munguidó y
Quito, afluentes del Atrato.
Además de su rigurosidad en el
manejo de los datos y de la información obtenida mediante un impecable trabajo
etnográfico y de investigación, en este artículo son notorias la capacidad
narrativa y literaria de Rogerio Velásquez, su capacidad de síntesis, la riqueza
de sus descripciones y la concreción de sus conceptos y opiniones; atributos
estos presentes en todos sus trabajos.
El Guarengue les ofrece extractos de este artículo, para que disfrutemos de la prosa de Rogerio Velásquez Murillo y nos sorprendamos de la extraordinaria vigencia de algunos apartes del texto.[2]
Río Atrato
El área anterior, sitio de nuestras investigaciones, está ubicada, por lo dicho, en las riberas del Atrato medio, entre la boca del Neguá y la desembocadura del Andágueda. En esta parte, el río proporciona a los habitantes beneficios de pesca y caza, agua para sus menesteres y terrenos mineros, sin dejar de ser motivo de belleza, cita colectiva y fuerza de cohesión entre los grupos ribereños.
Las Mercedes, Tanando, Samurindó y Yuto, corregimientos del municipio de Quibdó, se levantan en sus márgenes. Para estos caseríos y para la propia capital del Chocó, el río es, además de lo dicho, alcantarilla, acueducto, campo de defensa, de alimento y de materiales de construcción. Borrado momentáneamente de su sitio, las aldeas citadas desaparecerían como aglomeraciones humanas, y se iniciaría, quizás, el éxodo hacia otras fuentes capaces de restituir lo que brinda el Atrato en bienestar y comodidad.
[…]
Para estos seres, Dios creó el Atrato por donde pueden llevar al mercado quibdoseño el escaso arroz que se cosecha, el oro que se extrae de las playas de Beté y Neguá, las libras de carne de pescado o de animales montaraces que se cazan, los huevos y las tablas aserradas en las lomas, madera que se conduce en canoas aguanosas o en balsas inseguras.
Insalubridad
Agrava el estado higiénico, el uso del agua sin hervir que se toma de los ríos. La del Atrato está muy lejos de ser potable, apropiada por lo tanto para la contaminación de algunas enfermedades. En Las Mercedes, verbigracia, el río ha pasado por el Carmen de Atrato, Lloró y Quibdó, y recibido en sus ondas los detritos de más de 50.000 habitantes que empujan al cauce los residuos en descomposición.
Esta agua, antes de ser utilizada en boca de Neguá, ha lamido cementerios, derrumbado terrenos y casas, barrido lodo y mugre de pozos y cunetas. La abundancia de disentería amibiana en los sitios encuestados hace creer que esta enfermedad se transmite por el agua.
Hospital
La admisión en el hospital de Quibdó está cubierta de requisitos. Una cuota inicial de cinco pesos y cincuenta centavos diarios. Si la paciente es mujer, se ve sometida, además, a un interrogatorio sobre su vida marital. Si resulta no ser casada por la Iglesia, se le niegan las visitas del marido. Los enfermos, aun los de penuria excesiva, son obligados a conseguir los remedios de que carece el hospital, a soportar el despotismo de las enfermeras, a tolerar la escasa y en ocasiones mala alimentación, y a aguantar la falta de caridad de algunos médicos, que no siempre toman la profesión como apostolado o servicio social.
Trabajo de menores
A los doce años, el muchacho atrateño es una ligera enciclopedia rural. Ha aprendido a vadear corrientes, a conocer los pasos del tigre o del zorro, a señalar plantas venenosas o curativas, a conducirse en una socola o pesca, a construir ranchos, a determinar los cambios del tiempo, a comprar y a vender. En su haber están los nombres de las avispas, pájaros, árboles maderables, víboras. Este muchacho así preparado es un bordón del hogar que ya empieza a soñar con mujeres y con otros territorios.
A esta edad, generalmente, deciden los padres el aprendizaje de la lectura. Ya el niño sabe que el sustento diario se consigue con sudor; que la riqueza y las comodidades se ganan con los auxilios de la industria ejecutada con todas las potencias. Mas como su voluntad no cuenta, va a la escuela. Cuando se empieza a encariñar con el libro y con normas elementales de higiene personal, llega la roza de maíz, el deshierbe, la recolección de arroz, etc. Principian los permisos, las fugas clandestinas, el cierre del plantel y el languidecer de los estudios.
Agosto y septiembre y gran parte de marzo se pierden en esto. Los sábados de cada semana se emplean los estudiantes en la búsqueda de comida, leña, oficios caseros, bajada a Quibdó por el mercado, etc. Con la falta de asistencia a clases, las enfermedades y las fiestas del caserío, el fracaso escolar es evidente. Después vienen las repeticiones de los estudios, y al final, la vida libre del campo, con la cabeza cargada de una mala lectura, las oraciones del cristiano y la ignorancia de la vida moderna.
La enseñanza rural actual
a) El maestro.
El maestro del Chocó es casi siempre un individuo licenciado en disciplinas pedagógicas, pero desconocedor de la vida campestre. Preparado para hablar de memoria, ignora las costumbres del medio adonde va a ejercer y las reacciones de los poblados ante sistemas verdaderamente civilizadores. Áreas de cultivo, ocupaciones secundarias de los habitantes, ritmo de vida cotidiana del conjunto, formas de estratificación y diferenciación sociales, símbolos de prestigio de las familias, mecanismos de interacción comunal, sistemas de asociación formal e informal y conjunto de valores de las aldeas, todo es desconocido por el preceptor que habla de programas extraños a la geografía.
La enseñanza de ángulos, pirámides y cilindros abarca más días que las fases de movilización a los mercados de Quibdó y Lloró, o conocer la manera de calafatear una canoa, secar pantanos de los colinales, castrar cerdos, fabricar cestos de fácil venta en el comercio. En lugar de vigorizar las fuentes económicas o de comprender en detalles situaciones desfavorables para los peones, el maestro rural se encierra en las reglas de tres, sin que pueda hablar de suelos y tierras aptos para una diversificación agrícola, sin ver los factores que afectan la producción, sin dar con la forma de que los cultivos perennes como yuca, piña, cañas y frutales tomen sitio de altura entre los sembradores ribereños.
Un deseo de deslumbrar lleva al educador a pronunciar discursos sobre la Comunidad de Naciones y Día de la Raza, pero no a buscar la salud del grupo, ni a colaborar en el aumento de las comodidades corregimentales, ni a despertar el interés por la cooperación, ni a levantar el entusiasmo por la novedad, ni a trazar símbolos culturales que sean seguidos con fuerza por los agricultores. A los conocimientos breves y sencillos que se le solicitan, verbigracia, extinción de hormigas, erosión, plagas y enfermedades, control de productos sobrantes o sistemas para reacomodar a los que emigran, el maestro remite al peticionario al Gobierno Departamental, al Ministerio de Agricultura o a la Sección Agropecuaria que funciona en Quibdó, oficinas y entidades que responden tarde cuando el mal lo ha avasallado todo y el hombre vencido ha tenido que huir del campo de sus preferencias. Escuelas sin botiquines, sin quién aplique una inyección, son las de la parte atrateña de este estudio. Nadie habla de construcciones de puentes y caminos, de transportes y letrinas, de darle un vigor nuevo a la vida social. Mientras los árboles nacen, crecen y mueren con sus enfermedades, en todo el ámbito hay necesidad de comedores escolares, de semilleros o viveros, de lazos de cohesión que eduquen a sembradores, pescadores y cazadores de buenas y abundantes mejoradoras de hogares que modifiquen sustancialmente la vida casera desde la mesa hasta el dormitorio, desde el techo descubierto hasta las hondonadas del piso, desde el altar hasta el gallinero, desde la piedra de moler hasta el santuario amoroso.
b) Programas. Pero el error en la educación
del campesino chocoano no es del maestro que se ciñe a los programas escolares
del Gobierno Nacional. La culpa radica en el Estado, que no ha mirado las
diferencias regionales del país, para dar con oportunidad las guías educativas
que consulten las necesidades de cada medio. A nuestro modo de ver, cada piso
térmico debiera tener su escuela específica.
[…]
Con nuevas guías oficiales, el maestro podría colaborar en
el acrecentamiento de la propiedad de los campesinos, en el rango y elevación del
ribereño, en los recreos populares, en el apego a la tierra y a la familia. La
vida de la aldea, la riqueza del suelo, la naturaleza de los productos, las
costumbres y tradiciones mutuas, cooperativas, crías, alimentación y
alojamiento, integración de grupos que permanecen separados por restricciones o
presiones sociales, semillas, abonos, fertilizantes, técnicos, créditos,
serían, entre otras, las actividades del educador en los corregimientos
chocoanos.
[1] El
artículo original completo puede consultarse en:
[2] Los
textos son reproducidos de: Velásquez, Rogerio. Ensayos Escogidos. Recopilación
y prólogo de Germán Patiño. Biblioteca de Literatura Afrocolombiana, Tomo 17. Ministerio
de Cultura, 2010. 217 pp. Pág. 135-213. En: https://babel.banrepcultural.org/digital/collection/p17054coll7/id/16/rec/1
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Sus comentarios son siempre bienvenidos. Gracias.