lunes, 9 de octubre de 2023

 Crónica General de los Vencidos (I)

★La tierra prometida. Maximino Cerezo Barredo.

     Al igual que Crónica General de los Vencedores, relato publicado en El Guarengue del 9 de enero de 2023 (https://miguarengue.blogspot.com/2023/01/cronica-general-de-losvencedores.html), Crónica General de los Vencidos (I) forma parte de una tetralogía que escribí en 1992, con motivo del 5° Centenario de la colonización europea de América; y que fue publicada en la revista JAI-BIA, del Centro de Pastoral Indigenista, CPI, de la Diócesis de Quibdó, edición noviembre-diciembre 1992, páginas 40-54; bajo el título común de Cuatro cuentos para 500 años.

    En esta edición y en la próxima de El Guarengue, en esta ocasión también a propósito del 12 de octubre, que desde 2021 se conmemora como Día de la Diversidad Étnica y Cultural de la Nación Colombiana, en lugar de su antigua denominación de Día de la Raza; publicamos dos relatos más de la mencionada tetralogía: hoy, Crónica General de los Vencidos (I) y el próximo lunes Crónica General de los Vencidos (II).

 

Julio César U. H.

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Crónica general de los Vencidos (I)

 «Del mar los vieron llegar / mis hermanos emplumados,
eran los hombres barbados / de la profecía esperada».

Gabino Palomares.
Maldición de Malinche

 «Todos los hombres vienen del mar, 
indios, negros y blancos».
De la tradición del pueblo Tunebo

Aunque teníamos nombres propios, de cada gente su nombre, de cada pueblo su nombre, ellos -malhadado sea el día- nos los cambiaron por uno solo para todos. Y nos motejaron de salvajes e incivilizados, para justificar ante sus reyes y sus sacerdotes los desafueros -esos sí salvajes, esos sí incivilizados- que contra nosotros cometieron con el fatuo fuego de sus arcabuces, con el filo indecoroso de sus espadas, con la pólvora infame de sus mosquetes de perdularios. Propasados en su brutalidad, hasta nuestro padre el Sol fue quemado con el fuego de sus arcabuces, hasta que de su brillo quedaron solamente los destellos falaces que ellos se llevaron impregnados en el oro de las cosas sagradas que de nuestros sagrados templos saquearon y en el oro de las alhajas que arrancaron de los cuerpos aterrorizados de nuestra gente.

Y fue entonces cuando -orgullecidos y ahítos de poder- nos llamaron indios, sin que nosotros ni siquiera supiéramos que nos habían confundido con otras gentes de otras naciones, y sin que sospecháramos que de tal confusión nacerían los tributos que nos impusieron, a través de sus malignas encomiendas, tan lacerantes y funestas como el metódico exterminio con el que rápidamente nos redujeron, con su cruz en la izquierda y en la derecha su espada, según fuera diestro o zurdo el asesino de turno.

Viacrucis-10a. Estación
Maximino Cerezo Barredo

Nunca supimos realmente quiénes eran ellos. Hasta hoy, cuando hemos estado esculcando la memoria común de un montón incontable de días y de noches, de lunas y aguaceros, de fríos y calores, de nieblas y de soles, que ya suman como cinco siglos; a ver si de pronto logramos dar cuenta de la vida que aún sobrevive, después de aquel saqueo imperdonable de aquellos filibusteros sin corazón en el pecho. En el principio, hasta llegamos a pensar que eran dioses y estuvimos tentados de adorarlos. Pero pronto supimos que no. Porque no nos daban luz, más que la del fuego con el que quemaban nuestras casas y nuestros templos. Porque no nos daban brisa ni viento más que el vaho frío y mortal que sentíamos cuando sus espadas brillaban, tajaban, cortaban, rebanaban, mataban. Porque no sabían sembrar más semillas que las de su lujuria desenfrenada y su salacidad depravada, que no respetaron ni la floreciente niñez de nuestras hijas, quienes aún no terminaban de prepararse para albergar dentro de sí la vida cuando ya estaban siendo obligadas a prolongar la bastardía, sembrada de la peor manera en sus entrañas atónitas por aquellos que montaban bestias de cuatro patas y pregonaban -como cosa cierta- la existencia de un solo dios. Un dios extraño, que dizque era el único, pero también, además de uno, era tres a la vez, porque -así lo decían y así lo rezaban- dizque era padre, dizque era hijo y dizque era espíritu, y en cada uno de esos tres ellos creían. Cosa que se nos hacía más rara todavía, porque en vez de padre, hijo y espíritu, no era padre, hijo, madre y espíritu; y así parecía como si no tuviera madre, y resulta que sí la tenía; pero ella no era dios y por eso en ese trío no era incluida, y además era virgen, a pesar de haber parido al hijo de aquel dios, que no era solamente el hijo de aquel dios, sino también el hijo de otro hombre, que también era su padre y hasta lo había criado…

…Y otras patrañas más que no lograron en nuestras mentes habitar, con todo y lo que ellos nos intimidaron en su lengua -y en otra que usaban solamente para rezar- para que nos las aprendiéramos de memoria; como si la memoria nuestra hubiese sido plantada para alimentarla de recuerdos dañosos de dioses extraños, y hasta matarifes, y no para preservar la vida a través del tiempo eterno que comenzó en el mismo mar por donde ellos vinieron y en el otro mar, que dizque pacífico les pareció y que descubrieron en su codicioso afán por llevarse todo aquello que tuviera oro, incluyendo el metal aún no parido por nuestra madre la Tierra, el cual nos obligaron a sacar con violencias de aborto y con los ojos brillantes de la angurria que movía cada una de las acciones de su vida.

Pero, “los dioses no comen, ni gozan con lo robado, y cuando nos dimos cuenta ya todo estaba acabado[1]. Y fue entonces cuando nos dimos cuenta quiénes eran ellos y qué era lo que realmente querían, en nombre de qué y de quién, para qué y por qué hacían lo que hacían. Y fue entonces cuando Atahualpa y Tamayo y Túpac Amaru, y fue entonces cuando Nicarao y Abayubá y Lempira y Cuauhtémoc, Caupolicán, Rumiñahui, Caonabo y Abakaona, Guaicaipuro, Hatuey, Bartolina Sisa, Ranquel Nicasio, Cemaco y La Gaitana. Y fue entonces cuando hasta uno que suponíamos de ellos, el por ellos despreciado Bartolomé, que a las casas de nosotros entró y dijo y vociferó que ellos eran una mentira blanca y armada con arcabuces y espadas... Pero fue también, entonces, cuando nos fuimos viendo cada vez más disminuidos y nos tocó huir despavoridos, con los cuerpos llenos de sarnas y viruelas que no habíamos visto nunca y que nos mataban con la misma saña que sus arcabuces y sus espadas y sus raros dioses únicos y triples a la vez; y con asmas y constipaciones para las que no alcanzaba el aire completo de toda la mar oceánica ni bastaban las yerbas de toda la selva en la que vivíamos.

Ilustración
de Gustavo López.
Revista JAI-BIA,
1992.

Y fue entonces cuando en las almas nos quedaron las heridas eternas que aún no hemos podido curarnos y a las que otros como ellos nos les siguen echando sal. Como ayer lo hicieron en nombre de sus extraños dioses y sus pontífices sumos y sus majestades católicas y sus reinos de sus pútridas madres patrias, hoy lo hacen en nombre de sus nuevos dioses -que tienen precios inscritos en las esquinas de sus rectangulares cuerpos y se pueden cargar en los bolsillos- con los cuales se compran cosas -casi todas las cosas-, y con los cuales se es más o menos rico, más o menos importante -según la cantidad que de ellos se tenga-, y los cuales se guardan en depósitos que en lugar de cielos se llaman bancos...

Nos quitaron la vida, nos mataron. Éramos muchos, los suficientes para poblar las tierras que nuestros dioses y nuestras guerras nos daban. Quedamos pocos, pero sin tierra donde seguir haciendo nacer la vida y los sueños y las ilusiones, que era lo que nos había encargado nuestra madre la Tierra cuando salimos del mar porque había nacido la vida. Pero aquí estamos y por nuestra madre seguimos vivos y por nuestra madre seguiremos vivos así nos hayan matado, así nos sigan matando; porque podrán seguirnos matando, pero nosotros seguiremos viviendo, ahora que sabemos quiénes eran ellos, quiénes son ellos, y entendimos que la fuerza del mar es la fuerza de los muchos ríos que en él desembocan y no la fuerza de un solo río, y comprobamos con nuestra vida que solo se muere cuando el alma deja de ser espíritu y que el espíritu de nosotros no dejará de serlo nunca, porque es sagrado y es eterno, según lo aprendimos de antiguo, cuando vinimos del mar, y según lo declaramos hoy en esta Crónica General de nosotros los Vencidos, los que ellos creyeron vencidos pero que no lo fuimos ni lo seremos jamás, porque hemos triunfado sobre la muerte que ellos nos impusieron y tenemos todavía una terca ternura que nos inspira para sembrar la vida, recuperar a nuestra madre y seguir cosechando sueños, frutos, hijos y esperanza hasta el fin del fin, cuando nuestro Padre el Sol salga nuevamente, en una mañanita de río, selva y montaña, e ilumine todo lo creado con rayitos igualitos para todos.


[1] Gabino Palomares y Amparo Ochoa. La Maldición de Malinche. Concierto por la paz en Centroamérica, 1983. https://www.youtube.com/watch?v=77CzZIGcrCQ

1 comentario:

  1. Excelente forma de narrar la historia; excelente aporte para la deconstruccion de esa gran mentira amparada en el dogma, aliado mayor de la gran mentira que ha soportado el atropello a la razón.

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