Remembranzas electorales
En los domingos de elecciones, el llamado Barrio Escolar de Quibdó era algo así como Corferias en Bogotá. Durante más de veinticinco años y hasta hace un poco más de tres décadas, el Barrio Escolar fue el único puesto de votación que hubo en Quibdó, y en el cual se instalaban todas las mesas donde se podía votar para cualquiera de las elecciones. La edificación original, de la que estamos hablando, era contigua al Comando de Policía del Chocó y -al igual que este- ocupaba entera la cuadra larga de la calle 29 desde la carrera primera hasta la carrera tercera, en el Barrio Cristo Rey, desde la década de 1970, cuando el comando se estableció del todo y definitivamente en dicho lugar.
El hoy inexistente Barrio Escolar era una concentración de escuelas públicas de enseñanza primaria, distribuidas en dos bloques construidos entre noviembre de 1941 y mediados de 1943, siendo Dionisio Echeverry Ferrer Intendente Nacional del Chocó, y como respuesta al incremento de la población escolar de la ciudad. Un incremento que, enhorabuena, se había producido gracias a la ampliación de la cobertura de la educación pública a todos los sectores de la sociedad local y regional, decretada en el periodo anterior de gobierno, cuando el Intendente Nacional era Adán Arriaga Andrade y Echeverry Ferrer ocupaba el cargo de Director de Educación Pública.
La edificación original fue construida por el religioso claretiano Vicente Galicia, popularmente conocido en la ciudad como el Hermano Galicia, quien también estuvo a cargo de la construcción del Convento, la Catedral y el Colegio Carrasquilla, entre otras obras. Frecuentemente fue elogiada por la calidad y funcionalidad de su diseño, “por su adecuada inserción en el medio urbano” y por ser “tal vez el mejor ejemplo de cómo se debería trabajar la arquitectura sobre la calle en un medio ambiente como el de Quibdó”; según lo expresó el arquitecto e historiador Luis Fernando González Escobar, en su ya clásico estudio sobre la historia de Quibdó a partir de su desarrollo urbano y su patrimonio arquitectónico en la primera mitad del siglo XX[1].
Uno de los atributos memorables de la edificación era el prolongado y amplio corredor que iba desde la Carrera Primera hasta la Carrera Tercera, y en el que más de medio Quibdó se guareció en algún momento para protegerse del agua o del sol. Sobre este componente constructivo, González Escobar anotó: "La galería, con una columnata perimetral...es un gesto urbano de respeto con el viandante ante las condiciones climatológicas tan extremas: o mucho calor o intensas lluvias, que pueden ser mitigadas allí ante la ausencia del alero o la galería en otros sectores"[2]. Adaptada al clima quibdoseño, con salones y claustros de generosa amplitud, proyectados hacia el espacio público, la edificación con la que se fundó el Barrio Escolar fue demolida hace unos años para dar paso a un gigantesco edificio de reemplazo, de esos que ahora se conocen como megacolegios.
Precisamente, la amplitud de sus espacios, tanto en salones de clase y oficinas, como en pasillos, claustros, patios y áreas de recreo, permitió durante tantos años que allí cupieran todas las mesas de votación que se instalaban en Quibdó para cada elección. En sus paredes pintadas de blanco, cabían de sobra aquellos listados abigarrados de números de cédulas de ciudadanía, donde los ciudadanos podían consultar el número de sus mesas de votación; en aquellos tiempos -más recientes de lo que parece- sin computador, ni aplicaciones, ni internet, ni nada más que las máquinas de escribir y los funcionarios de la Registraduría, que se ocupaban de todos los asuntos en los domingos electorales.
La generosidad de los espacios del Barrio Escolar era tal que alcanzaba hasta para la infame práctica -inaugurada a principios de la década de 1980- de dejar abandonados en la galería de la edificación a unos cuantos viejitos de los que temprano en la mañana habían sacado del Ancianato Parroquial de Quibdó, en el distante barrio Nicolás Medrano, para traerlos a votar. Cumplido lo cual los sentaban en un andén o en un pasillo, para que se comieran un pastel de arroz, como almuerzo y compensación, mientras llegaba nuevamente el bus de escalera o la yipeta que los regresaría a su lugar… Algunos de ellos terminaban quedándose ahí, dejados por los capitanes electorales de los movimientos políticos, abandonados a su suerte, despistados y desubicados, hasta que alguna alma caritativa se condolía de ellos y de alguna manera los regresaba hasta su Ancianato. En más de una ocasión, hubo que buscar a dos o tres de estos votantes constreñidos por las calles cercanas, pues se habían ido a caminar, con todo y sus precarios bastones -a veces un simple palo de escoba- en búsqueda del que fuera su antiguo hogar en alguno de los barrios céntricos de la ciudad.
Al otro día de las elecciones, mientras la gente en sus casas seguía ensayando métodos para retirar de su dedo índice derecho la tinta indeleble que los identificaba como votantes; el perímetro y las áreas aledañas al Barrio Escolar amanecían tapizados de material electoral desperdigado sobre el escaso pavimento, el cascajo, el polvo y los charcos de las precarias calles de ayer. Los votos eran unos sobres pequeñitos, como sobres de carta diminutos, de papel periódico, del tamaño de una tarjeta débito o crédito de las de hoy, dentro de los cuales se empacaban las papeletas de votación, una, dos o tres según la elección, impresas en blanco y negro, y a veces en azul pálido o tenue rojo, en tipografía simple, sin fotos ni adornos, con nada más que el nombre del candidato y el de su partido, sin números ni logos, sin lemas ni recuadros. Todo sencillo, mondo y lirondo, como saber que eran dos los partidos y de vez en cuando tres o hasta cuatro los movimientos, no más de ahí.
Hasta bien entrada la década de 1980, después del cierre de las urnas en el domingo de elecciones, los resultados electorales del Chocó se reportaban completos a los dos o tres días. En Quibdó, epicentro de la región en todos los aspectos, era donde más teléfonos había y donde los candidatos prominentes de los dos partidos hasta entonces existentes tenían acceso a radioteléfonos, télex y telégrafos de la empresa estatal de telecomunicaciones, Telecom. En la sede regional de la Registraduría, se trabajaba hasta cuando fuera necesario para completar el total de los datos. Y se emitían boletines, por supuesto, aunque sin el despliegue de la actualidad. Y la noche avanzaba y la madrugada llegaba y algunos datos consolidados casi que se confirmaban.
Pero, al tercer día, no era raro que aparecieran dos o tres docenas de votos, procedentes de algún caserío del Baudó o del San Juan abajo o del Bajo Atrato, a veces del Darién, o diez o quince votos de alguna aldea ignota de aquellas de cuya existencia no sabían ni siquiera las maestras y maestros del Barrio Escolar, ni los clarineteros que de fiesta en fiesta, con sus chirimías, recorrían el Chocó durante todo el año. Tales novedades podían cambiar tranquilamente los resultados dados por ciertos hasta ese momento en las oficinas de la Registraduría o en las sedes de los partidos políticos, en Quibdó.
Con todo y eso, como en tantas otras regiones del país donde en lugar de carreteras y caminos había ríos y quebradas, las elecciones a buen término llegaban. Y los candidatos de entonces, por lo general, acataban los resultados, a pesar de las dudas que esos votos extemporáneos suscitaban; sobre todo cuando en ello había de por medio naufragios fortuitos de botes o canoas en los que se transportaban a la prima noche o en la madrugada los registros de votación y las urnas con los votos.
Mucha gente del viejo Quibdó, de la que votó durante toda su vida ciudadana en el Barrio Escolar, nunca supo a ciencia cierta si los resultados finales de las elecciones en el Chocó de entonces eran definidos, además de los electores, por el pasador partido de un motor Johnson fuera de borda, la palanca rota de un boga rejugado o el casco de un bote platanero tapiado en la oscuridad de la noche en medio de los fragores de una tempestad. La mayor parte de esta gente se fue a la tumba con la incertidumbre. Y el Barrio Escolar, con sus columnas que encantaban a los niños que detrás de ellas se escondían, también desapareció para siempre.
Carrera Primera de Quibdó, extremo sur, durante la reconstrucción de la ciudad después del incendio de 1966. FOTO: Archivo fotográfico y fílmico del Chocó. |
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