Crónica General de los Vencidos (II)
★Descubrimiento de América. Alberto Martínez. Twitter: @bettoespectador 12 de octubre de 2023. |
Este relato, al igual que dos anteriormente publicados en El Guarengue (Crónica General de los Vencedores y Crónica General de los Vencidos I) fue escrito y publicado en 1992, en la revista JAI-BIA, del Centro de Pastoral Indigenista de Quibdó, como parte de la tetralogía titulada “4 Cuentos para 500 años”; con ocasión del quinto centenario de la colonización europea de América.
De la lejana, de la madre, de la patria, del cielo de Changó y Obatalá, de las constelaciones de Yemayá, del mundo de los vivos y los muertos, de allá donde nació la especie…. de allá nos trajeron a la fuerza, obligándonos, con sus espadas y arcabuces, con sus palabras ajenas, con su rabia y con sus cruces, con su avaricia desmesurada y su inobjetable maldad, a abandonar para siempre las moradas del ancestro y de la fiesta, del rayo y la tiniebla, de la tribu y la llanura, del río y el desierto, de la gacela y los cereales, del rito y los juegos, del mito y la trampa de cacería, de las artes de la guerra y los metales, del pensamiento propio y la medicina antigua...
De las orillas de la costa donde el sol mira en las aguas su ocaso cada tarde, de allí zarparon sus naves cargadas con nosotros y nuestros sueños truncos y nuestro miedo creciente y nuestro llanto y nuestra rabia y nuestro desconcierto enorme y nuestra libertad herida de muerte y nuestro futuro huérfano ya de certezas y nuestros deseos de seguir siendo y nuestras inútiles esperanzas de que solo fuera una fea pesadilla de advertencia que algún ancestro travieso nos estaba clavando en la mente para advertirnos de algún peligro por venir…
Una vez adentro, nos sellaban la piel con hierro candente, plasmándonos una dolorosa y perpetua huella en el alma. Con cadenas irrompibles nos juntaban, hasta que las narices se disputaban el escaso aire que circulaba en las bodegas, mientras que los pechos intentaban retener, asfixiados, los últimos vahos de libertad que se iban quedando atrás.
Gorée, Gorée, isla de nuestros males, senegalesa testiga de nuestra condena, ¡cómo fue que no gritaste hasta romperte en mil millones de pedazos, ante la ignominia de tus hijos, cuya libertad les fue trocada por la ausencia de las ganas de vivir…!
No sabíamos cuánto iba a durar el viaje; pero, desde el principio, supimos que duro sí iba a ser, duro como el metal frío en las manos del herrero inexperto y joven, duro como la hierba indeseable cuando se apodera del cultivo e impide el nacimiento del mijo y la avena y toda la comida, duro como la resistencia veloz y longilínea del pez más sabroso en el pequeño río de la selva adentro... Duro viaje hacia la muerte indeseada y anacrónica de los vencidos, fue nuestro viaje hacia esa tierra que presumíamos lejana por los cambios del aire, del cielo y de las aguas, y de las caras de los blancos rojizos y escandalosos, espíritus encarnados del hondo mal, que nos habían secuestrado, negociado, comprado o cambiado y ahora nos llevaban al otro lado del mar, como lo sabríamos a los dos meses, luego de haber intentado, y logrado muchas veces, escaparnos, ahogarnos, matarnos nosotros mismos para quedar cerca de los nuestros, en el territorio de nuestros antepasados; luego de haber intentado miles de veces comunicarnos entre nosotros, descubriendo, casi al final de la travesía triste, que jamás lo lograríamos con nuestras propias lenguas y palabras, las de nuestras naciones y tribus, pues los blancos rojizos y escandalosos, espíritus encarnados del hondo mal, nos habían mezclado de tal manera que no quedáramos juntos los que antes habíamos vivido juntos y habíamos hablado el mismo lenguaje de libertad y dignidad, el lenguaje propio del alma común, en la aldea, en el clan, en la familia...
Deslucidos como una tormenta de mediodía, ultrajados cual un árbol recién nacido cortado por un hacha irracional, tristes como una despedida para siempre, hambrientos como la tierra en los veranos más crudos, sedientos como dunas litorales; pero resistentes como el cascarón de una embarcación antigua y vieja, nos vieron llegar Cartagena de las Indias, Santo Domingo, La Habana, Salvador de Bahía, Veracruz y Portobelo, las vitrinas donde nos exhibieron como mercancías para la compraventa mediante la cual nos convirtieron en poco menos que cosas, dizque porque éramos necesarios e indispensables para que no se detuviera la producción y así poder hacer más grandes a Sus Majestades, católicas o no, allá en sus reinos de España, Holanda, Inglaterra, Francia y Portugal, allá donde las coronas eran distribuidas por la gracia de un dios extraño, para quien el aumento de su gloria era proporcional al derramamiento de sangre que sus súbditos, seguidores y creyentes fueran capaces de provocar, autorizados plenamente por un soberano religioso, al parecer sacerdote sumo, que vivía también lejos y al que llamaban Papa.
Llegados a estas tierras, sin embargo, nos dimos cuenta de que no les pertenecían a los blancos aquellos, que ellos las habían tomado por la fuerza, que se las habían arrebatado a sus dueños, unos hombres de mirada profunda y desconfiada como nuestras miradas, como las miradas de todos los vencidos. Llegamos a pensar que a estos también se los llevarían a otras tierras, como lo habían hecho con nosotros al sacarnos de las nuestras y traernos a estas tierras de propiedad de aquellos hombres de piel de cobre entristecido a quienes los blancos éstos llamaban indios, pero quienes en realidad se llamaban Muisca, Chocó, Azteca, Maya, Inca y muchos otros nombres más, como lo supimos más tarde, cuando ellos mismos nos lo contaron y se aliaron con nosotros para luchar por la libertad, ya que a ellos no se los llevaron a otras tierras, sino que los dejaron en estas ahora ajenas tierras, que ellos habían perdido en dura y valiente guerra con los blancos rojizos y escandalosos, espíritus encarnados del hondo mal, hijos de sus majestades y de sus muy putas madres patrias.
Como la Tierra Madre lejana de la tierra lejana y africana, como la Tierra Madre de Angola, de Dahomey, de Ghana, de Malí, Sosó, Bambara, Sierra Leona y Senegal, que no se somete a designio humano alguno si no se la trata como madre, si no se la cuida como hermana mayor, si no se la considera y cultiva como morada de ancestros y de dioses, nosotros, temporalmente vencidos por estos traficantes y secuestradores, montamos en rebeldía, cabalgamos en libertad, nos resistimos al dominio, nos levantamos violentamente contra el feroz designio criminal de ellos, en virtud del cual quisieron colonizar y poner cadenas a nuestros cuerpos y a nuestras almas. Lemba, Padrejean, Michel y Polydor, en Santo Domingo; Pompée, Makendal, La Tripe, Toussaint L’Ouverture y Dessalines, en Haití; el Rey Yanga, en San Lorenzo de los Negros; el Rey Bayano y Felipillo, en Panamá; el Rey Miguel y la Reina Guiomar, Andresote, Leandro Cirino y José González, en Venezuela; la Reina Leonor, Domingo Criollo, Francisco Arará, Pedro Mina, Juan Brun, Prudencia y el Príncipe Benkos Bioho, en Colombia; Alonso de Illescas, en Ecuador; Cudjoe, en Jamaica; y Ganga Zumbi, en Brasil… le inyectaron acción a nuestras almas libertarias, en noches de pasión frenética, cuando las siete potencias, los orixas todos, el mismísimo Changó, la sensual Yemayá, se posesionaron de nuestras almas, después de haber emprendido también ellos el largo viaje de rescate hasta esta América donde África ya era un hecho, pero donde la lejanía era un impedimento para el pleno regreso. Ellos nos trajeron noticias de los nuestros, de aldeas y reinos, de imperios y tribus, de clanes y familias, noticias frescas como el viento de las noches mediante el cual nos las comunicaron, alrededor del fuego ritual de las barracas, en plantaciones y haciendas, minas y campamentos, casas grandes, caballerizas y cocinas, ríos, algodonales, cacaotales, cañaduzales, donde nuestra vida no era vida ya, hasta ese momento sagrado en el que las siete potencias y Yemayá y Changó y los orixas todos y Bioho y Zumbi y Bayano y Felipillo y Lemba y Padrejean, y Michel y Polydor, y Pompée, Makendal, La Tripe, Toussaint L’Ouverture y Dessalines, y Yanga y Miguel y Guiomar y Andresote y Leandro y José y Leonor, y Criollo y Arará y Juan y Prudencia, y Jorge y Cudjoe y Alonso…nos hicieron hervir la sangre y nos convocaron a la libertad plena y nos dignificaron y nos impulsaron y nos guiaron para que empezáramos en conjunto la construcción, que individual y grupalmente ya habíamos intuido, de una nueva patria, nuestra, grande, negra, libre y ancestral: Afroamérica, aquí y ahora, en los palenques y mambises, en los quilombos y ladeiras, en los cumbes y mocambos, donde la vida pudiera ser nombrada nuevamente con los nombres de la dignidad, donde los nuevos ancestros encontraran morada propia y le dieran sentido a la diáspora obligada.
Alonso de Illescas y Ganga Zumbi. Imágenes: Archivo El Guarengue/Fundación Afroamiga. |
Tronaron nuevamente los arcabuces blancos, las cadenas y los grillos blancos apretaron hasta los umbrales del dolor nuestro negro orgullo esbelto y maltratado, los cepos y los látigos blancos quisieron acallar nuestras libertarias y negras voces, nuestros brazos decididos, nuestro amor por la dignidad. Cimarrones hasta la muerte, resistimos. Cimarrones hasta la muerte, vencimos. Y Palmares y San Basilio y San Lorenzo de los Negros y la República de Zambos de Nirgua y Barouco y Trou y Cartago y Tadó y San Pedro Buría y Chincha y Cañete ... fueron el cuerpo territorial de nuestra nueva, grande, colectiva y libre patria afroamericana, y desde allí nos hicimos cofrades de la religión que nos quisieron imponer, domesticando la imposición mediante el emplazamiento de un orixa detrás de cada santo blanco que nos fue presentado como patrocinador de nuestra desgracia, como modelo de unas virtudes que quienes lo presentaban no tenían ni tendrían jamás, a juzgar por lo que a nosotros nos hacían y nos decían en sus extrañas lenguas, que aprendimos para saber siempre a qué atenernos y para comunicarnos entre nosotros y así poder subvertir tanta y tan alevosa muerte de nuestras raíces y convertirla en vida y en raíces nuevas ...
Y Palmares y San Basilio y San Lorenzo de los Negros y la República de los Zambos de Nirgua y Trou y Barouco y Chincha y San Pedro Buría y Cañete fueron el cuerpo territorial de nuestra recobrada libertad de cimarrones fieros, y desde allí le inyectamos ritmo a sus blancas danzas de blancos amos, en el frenesí telúrico de nuestras noches de fiesta, en las cuales celebramos el origen y encontramos nuevos y renovados mitos para fundar nuestras nacionalidades en las caderas ágiles y estremecedoras de nuestras mujeres de fuego y en las piernas cimbreantes de nuestros valientes hombres fuertes, puro ébano en baile de santería y macumba, vodú evé convertido en rumba y mazurca y cuadrilla y bullerengue y cumbia y jota negra y espirituales cantos de amor enfogando el alma y haciendo del cuerpo el juguete solazado de los dioses en nuestro rito de eterno encuentro humano y divino ...
Y Palmares y San Basilio y San Lorenzo de los Negros y la República de Zambos de Nirgua y Trou y Barouco y Chincha y San Pedro Buría y Cartago y Tadó y Cañete ... fueron el cuerpo territorial cantado y contado en décimas y dichos, en arrullos y glosas, en coplas y cuentos en noches de misterio, sabiduría oral y totalizante para perpetuar en la memoria de los vivos la historia digna y dura de los muertos convertidos en ancestros; de los animales del monte y los árboles de la selva y las yerbas del campo convertidos en aliados de la supervivencia, en alimento del cuerpo y del alma, en residencia carnal de lo místico y lo mágico ...
Y Palmares y San Basilio y San Lorenzo de los Negros y la República de Zambos de Nirgua y Trou y Barouco y Chincha y San Pedro Buría y Cartago y Tadó y Cañete ... se hicieron cuerpo territorial de la patria una y diversa, plena y libre, para que el alma viajara por los territorios inconmensurables de la dignidad y las luchas por la liberación: Afroamérica, negra inmensa, despampanante y misteriosa negra incendiaria de cadenas, negra preñada de amaneceres libertarios, paringuera santa de hijos recién nacidos a la luz del nuevo espacio vital, donde los muertos ya pueden ser enterrados como mojones espirituales de una negritud recreada, reinventada en el dolor, purificada por el sufrimiento, una negrura bailadora de alegrías, lloradora de amarguras, navegante de ríos y de mares, trochadora de selvas, esteros y colinas, fundadora de pueblos, sembradora de nuevos sentidos para la patria grande de Abya Yala ...
Guiomar y Miguel. Cimarrones de las minas de Buría, Estado de Yaracuy (Venezuela). Siglo XVI. Imágenes: Archivo El Guarengue/Fundación Afroamiga. |
En el otoño de nuestras debilidades negras, cuando tres siglos de cadenas habían empezado a romperse en los palenques y quilombos, en los mambisesy mocambos, en los cumbes y ladeiras, los muy connotados hijos de sus muchísimo muy putas madres patrias inglesas, españolas, portuguesas, holandesas, francesas, acriollados en la rusticidad generosa y adolorida de esta tierra enferma de muerte, nos propusieron una alianza a cambio de la cual, creyéndose dioses, nos darían la libertad formal de su impuesto cautiverio. Conscientes de lo blasfema que era su propuesta, la aceptamos, y luchamos a su lado y como los mejores guerreros entregamos nuestras vidas para obtener la independencia de ellos a cambio de nuestra libertad. Pero nuevamente se les salió su espíritu falsario de blancos y rojizos y escandalosos, espíritus encarnados de nuestros hondos males, y nos traicionaron y a la vera del camino del triunfo nos dejaron, y tuvimos que pelear a machete limpio para que nuestra libertad definitiva fuera incluida en sus leyes de blancos, y la incluyeron, cuando se les vino en gana. Pero otra vez el engendro de la mentira ocupó el escenario de la Afroamérica joven y maltrecha que habíamos parido con sangre y esperanza, y la manchó de impureza blanca, pues la tal y definitiva libertad no se ha visto de parte de ellos, puesto que seguimos en la vera del camino, viendo cómo día tras día convierten en velorios nuestros bailes, en canto triste la más alegre de nuestras músicas; viendo cómo día tras día pisotean nuestra y estropean nuestra felicidad y todo lo que tocan lo convierten en miseria, incluyendo la prodigalidad de nuestras selvas, de nuestros ríos, de nuestras tierras, estériles cual desierto entristecido que clama ante los dioses con clamores adoloridos de justicia ...
Por todo ello, hoy seguimos en el limbo multiforme de la invisibilidad, cruel y atroz como cualquier cadena enorme de hace cinco siglos, con el bozal del desprecio conteniendo nuestras voces, inmersos y presos en el cepo desdichado y segregacionista de las leyes de los hijos de los hijos de los hijos de sus putas madres patrias españolas, holandesas, francesas y portuguesas, esperando y creciendo en este nuevo exilio forzado e involuntario de negros de humo, al que nos someten en la nueva patria afroamericana, territorio vital que se levanta nuevamente para conquistar la libertad que ayer nos enseñaron Bioho, Bayano, Dessalines, Barule, Leonor, Yanga, Zumbi, Guiomar, Toussaint, Makendal, Andresote, Arará, Mina, Criollo, Prudencia, lllescas, Cudjoe ..., una libertad que hemos ido aprendiendo y construyendo a cada paso, preñándola de sentido y de la bella locura de vivir que nos invade, libertad negra y selva, libertad negra y mar, libertad negra y río, libertad tierra y fuego, libertad pueblo y lucha, libertad negra y alma, libertad montaña y valle, libertad Afroamérica, Afroamérica libertad, en cuyo nombre damos cuenta de cuanto hemos visto, sentido, olido, tocado, gustado y cantado y oído durante este periplo vital y doloroso, doloroso y vital, dolorosamente vital y vitalmente doloroso, que recogemos en esta Crónica General de los Vencidos, nosotros también vencidos, pero mañana más tarde vencedores, cuando recojamos con total limpieza, sin hipocresía alguna, el soplo vital de los antiguos, el mismo bajo cuyo influjo potente fue parida Afroamérica, esta patria gigante y negra que duele como un dolor de parto en el amanecer inesperado de la libertad, que baila al son de los orixas una rumba y un canto con son de cununos y tambores, con sabor de aldea y de alegría, de clan y de chirimía, con aires de familia grande, con goce explosivo de patria y canción...
Gorée, Gorée, isla de nuestros males, senegalesa testiga de nuestra condena, ¡cómo fue que no gritaste hasta romperte en mil millones de pedazos, ante la ignominia de tus hijos, cuya libertad les fue trocada por la ausencia de las ganas de vivir! ¡Por qué no gritas ahora, senegalesa viviente a la voz de Senghor, por qué no envías hasta nuestro cielo trocitos del tuyo, tu cielo africano, que truequen en canto lo que hoy es dolor; por qué no escuchas esta nueva voz, y vienes y gritas, con todos nosotros, dolida Gorée, un grito de vida que despierte limpio en el amanecer y nos haga nuevos y nos haga libres, en la patria nueva afroamericana, donde lluevan siempre lluvias de esperanza y los ríos se crezcan y aneguen los pueblos con caudales raudos de fe y dignidad; y canten los montes canciones alegres y negras y libres como es libre el sol...!
Minorías étnicas. Guillo, 2016. https://guillo.cl/minorias-etnicas-2/ |
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