Crónica General de los Vencedores
Creado hace un poco más de 30 años, este cuento es parte de una tetralogía que escribí con motivo de la conmemoración –en octubre de 1992– de los 500 años de la colonización europea de América. Cuatro cuentos para 500 años se llamó la colección (aunque estuvo a punto de llamarse Tetralogía de la ironía) y se tituló la publicación, que fue hecha en la edición noviembre-diciembre 1992, páginas 40-54, de la revista JAI-BIA, del Centro de Pastoral Indigenista, CPI, de la Diócesis de Quibdó, estructura originalmente creada por los Misioneros Claretianos. Los otros tres cuentos, en secuencia y correspondencia, se titulan: Crónica General de los Vencidos (I), Crónica General de los Vencidos (II) y Crónica General de los Vencidos (III); y en algún momento de este año 2023 es posible que sean también retomados y vueltos a publicar en El Guarengue. Por ahora, aquí está el primer cuento, a su consideración.
Crónica General de los Vencedores
Mefisto Feles,el rey de la mala reputación, es la causa última del profundo deseo de dominar a los naturales de estas tierras que anima a los conquistadores. En nombre del Sexto Alejandro de la Esposa de Dios y de Sus Católicas Majestades, los aguerridos conquistadores, bizarros hijos de Andalucía, de Euskadi, de Aragón, de Granada, de Extremadura, de Castilla y León, y de otras muchas más cunas noblotas de la hispana civilización, arden en deseos de sacar del más profundo interior de los naturales de estas tierras al terrible Mefisto Feles, quien por algo fue expulsado de la patria celestial y condenado a vivir en medio de una oscuridad tal que tuvo que idearse el fuego eterno para alumbrar su tenebrosa vida, un fuego al cual pretende emular el que los valientes hijos de su puta madre patria están usando para desentrañar del alma de los naturales de estas tierras al mismo Mefisto Feles, utilizando la para ellos conocida y antigua táctica del arte de Diana consistente en prenderle fuego a las madrigueras para que salgan las fieras, que esta vez son casi humanas, cosa que todavía está en duda hasta que Salamanca no lo decida, y que llevan por dentro a la fiera mayor, al infernal Mefisto Feles, cuyo exterminio y derrota son el motivo central de las sagradas expediciones conquistadoras contra estos naturales de estas tierras.
Para conseguir tan nobles propósitos, ardiendo en caridad, además de sus provisiones alimenticias, sus reales cédulas -reales unas, falsas otras, pero todas Cédulas Reales-, los bizarros hijos de su puta madre patria traen sus arcabuces y sus espadas toledanas, que sacan sin razón y guardan sin honor; y, detrás de los pendones, traen jactanciosos el humilde símbolo de un sacrificio histórico, la cruz, necesaria en estos casos de infidelidad y paganismo para -una vez sacadas las fieras casi humanas de sus madrigueras, con la fogosa táctica enantes descrita, y previo Requerimiento- izarla, esgrimirla, con el no menos noble fin de ahuyentar a Mefisto Feles del interior de los naturales de estas tierras, quienes, en tratándose de actividades tan fecundas y benéficas para ellos, como esta guerra justa que los hará hijos del verdadero padre de todos, en lugar de bastardos de Mefisto Feles, ofrendarán agradecidos sus vidas por millones, a razón de tantos millones por años que, en menos de lo que duran dos siglos, serán extremadamente pocos, aunque muy felices, encomendados y en vías de la doctrina santa que les trajo la guerra justa mediante la cual los bizarros conquistadores han desterrado a Mefisto Feles de sus almas, que sí las tienen y son humanos, aunque incivilizados y salvajes, como lo acaba de dictaminar Salamanca, la grandiosa, la Universitas del conocimiento, donde a la sazón un tal Paco de Triunfo o Francisco de Vitoria, como lo conocen otros, hace méritos para su fama posterior, ya que en el momento, según parece, no hay fama pa’ tanta gente, y al tal Paco de Triunfo le tocará esperar a la posteridad para recoger desde su tumba su porción de fama, cuando le llegue el turno.
Sin embargo, al parecer, Mefisto Feles no ha sido desterrado del todo. Parece habitar ahora en el alma de quien menos se podía haber pensado, tal vez porque sabido es que la liebre salta donde menos lo esperan los cazadores: en el alma de un tal Bartolomé, cuyo arquitectónico apellido no debería venirle de las casas nobles de los súbditos fieles a Sus Católicas Majestades y al Sexto Alejandro de la Esposa de Dios, sino de las chozas de los naturales de estas tierras.
La voz de Bartolomé llega hasta la misma Corona de Sus Católicas Majestades, escandaliza, grita, amenaza, molesta, prohíbe y ordena, todo en una sola voz, reclamando por la injusticia donde no la hay: en la justa guerra que trajo como consecuencia que se haya encomendado y adoctrinado a los naturales de estas tierras, que es cosa de mucha gloria para el Excelso y de mucho honor para Sus Católicas Majestades, como parece ignorarlo el Bartolomé que no de otra parte que de las chozas ha de haber salido, para traer como trae a Mefisto Feles en su interior.
Bartolomé lo logra: los naturales de estas tierras son reemplazados por los naturales de otras tierras más lejanas de estas tierras que de las tierras de donde vinieron los bizarros conquistadores. Los naturales de esas otras tierras, que reemplazan a los naturales de estas tierras, son secuestrados, para traerlos a estas -para ellos otras- tierras. En jaulas de cáñamo, enlazados y encadenados, son llevados hasta los barcos en los que serán transportados. Una vez allí son marcados y clasificados, por lotes, por cargas, por armazones, y embutidos -en un alarde providencial de economía de espacio- en las bodegas de los barcos que los conducirán a su nueva condición, teológicamente inmejorable, por cierto, de esclavos en la tierra y en los cuerpos, pero libres sus almas cuando lleguen al cielo. Ellos, los naturales de esas otras tierras, que vienen a reemplazar a los naturales de estas tierras, por supuesto se inmolan jubilosos ante tan fecunda y halagüeña perspectiva de vida: muchos ofrendan por sus propios medios la vida, se inmolan para ganar más rápido la celestial libertad que les han ofrecido. Los demás van muriendo con el tiempo, en menos de lo que duran tres siglos, en sus fértiles haciendas de algodón, cacao y caña, o en sus dadivosas minas de oro, plata y platino, o en sus señoriales casas de gustosa servidumbre.
Durante todo el tiempo que dura esta gesta, los bizarros hijos de su puta madre patria se esmeran en lograr también con ellos el noble propósito que ha inspirado todo esto: desterrar de sus almas a Mefisto Feles, quien parece ser hermano de ellos, visto el color negro de sus pieles. Pero tampoco esta vez el divino propósito es del todo alcanzado: a pesar de que los nuevos naturales de estas tierras parecen haber sido despojados de las garras de Mefisto Feles, aunque para ello también hayan sido necesaria y justamente despojados de sus vidas y sus dignidades, que el resultado bien vale el precio, Mefisto Feles nuevamente ha hecho el inesperado salto de la liebre y se ha apoderado del alma de un tal Pedro, al que apellidan Clavel, o quizá Claver, quien se ha dedicado a no escatimar sus vanos esfuerzos dizque para aminorar el martirio de estos naturales de otras tierras que han venido a reemplazar a los naturales de estas tierras, sin éxito alguno, pues con estos han seguido los bizarros hijos de su puta madre patria su noble empresa de aumentarle la gloria a Sus Católicas Majestades y al Sexto Alejandro de la Esposa de Dios, hasta lograr con creces sus loables propósitos de conducirlos hasta la patria celestial de la libertad. Un tal Sandoval, a quien nombran Alonso, pretende también contradecir los designios de lo alto.
Han sido más de tres siglos de lucha aguerrida, a pesar de lo cual no ha habido desmayo alguno, entre los bizarros hijos de las cunas más nobles de su puta madre patria, en el noble, loable, admirable propósito de hacerlos a todos, en estas tierras y en las otras, hijos del verdadero padre común, en lugar de bastardos de Mefisto Feles, el mismo ángel desterrado del paraíso, el mismo Mefisto Feles que un día -hace tiempo ya- realizó la única acción buena de su vida: revelarle al oído, a su helénico primo Aristo Teles, que la esclavitud es algo natural, tan natural como el noble propósito de sembrar la fe verdadera en el Dios verdadero en toda tierra donde haya naturales y no naturales infieles y paganos como los de estas y las otras tierras, donde, en cumplimiento de tan noble, loable y admirable propósito, los bizarros conquistadores han encontrado de paso, seguramente como recompensa divina por sus descomunales esfuerzos, un poco de oro con el cual mitigar la inmensa sed que provocan todas las grandes aventuras cuando son verdaderamente grandes y nobles como esta lo fue, según doy fe yo, el escribano mayor de esta Crónica General de los Vencedores, mediante la cual he dado cuenta de todo cuanto he visto, para mayor gloria de Dios y de Sus Católicas Majestades, a quienes Dios guarde y proteja por muchos años todavía.
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