Nostalgias buenas
Foto: Julio César U. H. |
Navidad y Año Nuevo, Nochebuena y Año
Viejo, en gran parte, están hechos de nostalgia. Y la nostalgia -por lo general- se asocia con la
tristeza y la tristeza con las penas y las penas con el dolor. De ahí a las
lágrimas -muchas veces- hay menos de un paso. Por ello, cuando uno dice que siente nostalgia, casi
siempre hay alguien de muy buena fe -con un cariño que uno siempre debe valorar-
que intenta consolarlo a uno y lo invita a olvidar aquello que provoca la
nostalgia. Pero, no: no necesariamente la nostalgia proviene del dolor, de las
penas, de la tristeza ni de los eventos negativos que generaron estos
sentimientos y esas sensaciones; y no necesariamente la nostalgia es algo que
uno deba quitarse de encima o sacudirse como una partícula de mugre sobre la
camisa. A veces, más veces de las que uno se da cuenta y para fortuna de uno y
de su alma, uno siente lo que podemos llamar nostalgias buenas, aquellas que son
más extrañamiento, añoranza o recuerdo, que melancolía, pesadumbre y desazón.
Es una nostalgia buena la que se siente,
por ejemplo, cuando uno recuerda la primera vez que fue capaz de leer completa
una frase en el tablero de un salón de clases, en una cartilla, en un libro, en un periódico o en una revista y, a
partir de ese momento, no paró de leer todo lo que estuviera escrito, en los
letreros comerciales e institucionales, en las envolturas o papeles tirados en
la calle, en los empaques de los alimentos, de los jabones y de los medicamentos,
en las cartillas escolares, en las libretas de calificaciones, en cuanto libro
se atravesara, en los documentos de identidad de la mamá o del papá, en las
listas que a uno le entregaban para que fuera a hacer los mandados... Nostalgias
como esta son nostalgias buenas porque, si bien hay un momento en el que la
evocación va de pronto encharcando los ojos, produciendo estremecimientos en la
piel y pequeñas conmociones interiores; el conjunto de la sensación tiene algo
de regocijo y se siente bien estimular a la memoria para que nos traiga al
momento más y más detalles; logrado lo cual, la vida es una fiesta digna de
celebrar, incluso si hay una que otra lágrima que se resbala por la cara.
Foto: Julio César U. H. |
Aunque podría parecer que es así, las
nostalgias buenas no dependen del pasado remoto para acontecer. A veces les
basta el fresco ayer, casi vigente y simple, el ayer que aún no cumple veinticuatro
horas; por ejemplo, cuando sentados en el avión que nos alejará de aquella
sonrisa que nos edifica, contemplando por la ventanilla los últimos retazos del
paisaje bajo el cual acariciamos la fina lisura de esas manos, se nos viene de
frente a la memoria, como una cascada copiosa y refrescante, esa mirada que la
anoche de anoche nos alegró la vida hasta el embeleso. Otras veces les basta un
cuarto de hora para nacer, cuando el avión despega y los ojos aguados nos
recuerdan el último abrazo de la hija hermosa y del hijo lindo que buen viaje
nos acaban de desear.
Foto: Julio César U. H. |
Ni qué decir de la fraternidad como fuente
de nostalgias buenas. Las hermanas y los hermanos son las primeras amistades a
toda prueba que uno tiene en la vida, los primeros polos a tierra para evitar
el desvarío y los primeros cómplices para viajar entre sueños a lugares tan
lejanos que ni siquiera sabemos dónde quedan. Y, por eso, de ese amor
primigenio, que casi siempre madura y se ennoblece con los años, uno aprende
una buena parte de la vida, una parte buena que después –siempre- se reflejará
en nostalgias buenas, que -incluso- van más allá de la sangre compartida.
Aunque no tienen horarios específicos ni
agenda alguna que las gobierne, es usual que algunas de las mejores nostalgias buenas
sobrevengan en aquel instante mágico cuando las últimas luces del día se hunden
en la penumbra incipiente de la noche, haciendo nacer, primero, un divertimento
puro hecho de Azul Cielo, que al cabo de un minuto largo le da paso a una
lluvia inobjetable de colores de tal belleza y lucidez que pareciera una combinación
de las paletas de Van Gogh, Toulouse-Lautrec y Gauguin combinadas por Andy
Warhol. Ese momento, en lenguaje de nostalgias buenas, se llama atarnochecer y finaliza cadenciosamente
con un bello y lento fundido al negro, que nos conduce al reino fabuloso de los
sueños, despiertos o dormidos, al que llamamos noche; reino para el cual, todo hay que decirlo, nunca están de más una buena copa de vino y una buena compañía.
Foto: Julio César U. H. |
Felices nostalgias presentes! Dulce paradoja! Salud!🥂
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