lunes, 16 de diciembre de 2019


Con los pies sobre la tierra y la verdad por delante:
La paz y el desarrollo, compromisos éticos 
de la comunicación y el periodismo[1]
ABC número 2.672, 27 mayo de 1935.
-SEGUNDA PARTE-

Cuando el periodismo pierde su dignidad, simultáneamente pierde su ética y su responsabilidad, que son pilares de un ejercicio profesional en el que hoy muchas veces se olvida que se está escribiendo la historia.

El 8 de diciembre de 2019 se cumplieron 106 años de la publicación del primer número o primera edición del periódico ABC, decano de la prensa chocoana, cuyo legado se resume en dos lecciones: la dignidad del periodista como fuente de su responsabilidad y de su ética, y la responsabilidad del periodismo como fuente de la Historia. El Guarengue rinde homenaje a este legado del ABC y de su fundador, Reinaldo Valencia Lozano. Este artículo, cuya primera parte publicamos la semana pasada, fue presentado originalmente como ponencia en el Primer Congreso Internacional de Comunicación para el Chocó. REPENSANDO LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN EN EL DEPARTAMENTO DEL CHOCÓ, realizado por la Universidad Tecnológica del Chocó Diego Luis Córdoba, en Quibdó, del 2 al 4 de mayo de 2019.


La dignidad del periodista: fuente de ética y responsabilidad
Por los tiempos del ABC y hasta finales de la década de 1950, usando palabras de Riszard Kapuscinski, “este oficio se veía muy diferente a como se percibe hoy. Se trataba de una profesión de alto respeto y dignidad, que jugaba un papel intelectual y político. La ejercía un grupo reducido de personas que obtenían el reconocimiento de sus sociedades. Un periodista era una persona de importancia, admirada. Cuando andaba por la calle, todos lo saludaban. Algunos de los mayores políticos del mundo contemporáneo empezaron su carrera como periodistas y siempre se sintieron orgullosos de ello. El británico Winston Churchill trabajó como corresponsal en África antes de convertirse en uno de los grandes estadistas del siglo XX; lo mismo sucedió a algunos escritores como Ernest Hemingway, por ejemplo. Estos grandes hombres siempre reconocieron que  sus carreras comenzaron en el periodismo, y nunca dejaron de sentirse periodistas[2].

Fueron los tiempos de las salas de redacción como abrevaderos de conocimientos en cuanto a oficio y profesión, cuando después del cierre de edición –en bares y cafés o en las propias instalaciones de los medios- los redactores y sus editores daban rienda suelta a su imaginación y a su creatividad, acrecentaban sus conocimientos mediante el intercambio mutuo y construían puntos de vista y perspectivas para el futuro personal e institucional. Clemente Manuel Zabala y su grupo de El Universal, de Cartagena, del que formó parte García Márquez; Guillermo Cano, José Salgar y su equipo, donde también estuvo Gabo, en El Espectador, de Bogotá; Juan Zuleta Ferrer y su gente, en El Colombiano, incluyendo a Belisario Betancur, en Medellín; en Semana, la de antes, Alberto Lleras Camargo y sus periodistas; y en El Tiempo, Eduardo Santos, su parentela y su descendencia, Calibán, Roberto García-Peña, Klim y Daniel Samper Pizano, quien a la postre lideraría la iniciativa pionera de la Unidad Investigativa. En estos escenarios se respiraba mística y profesionalismo, cuyos réditos eran la notable calidad de noticias, crónicas, reportajes, fotografías y columnas de opinión, y el torneo permanente de ideas culturales y políticas.

Aunque esta retrospectiva podría parecer ingenuamente idílica, no es así. Aquellas épocas, como las de ahora, no estuvieron exentas o excluidas de las turbiedades y de los remolinos que han agitado por siempre las aguas del panorama político nacional; desde las guerras civiles de la Patria boba, la secesión de Panamá, la hegemonía conservadora y la república liberal, la violencia interpartidista de los años 50, el Frente Nacional, el nacimiento y desarrollo del conflicto armado interno, la guerra de guerrillas, la expedición de la Constitución de 1991, el execrable advenimiento de la práctica sistemática de los crímenes de Estado y el paramilitarismo aliado, los acuerdos de paz y el posconflicto que aún no se ha consolidado como escenario de paz, por la reactivación de nuevas y también sistemáticas y atroces violencias que paulatinamente, en poco tiempo, están generando en el país un retroceso de por lo menos 20 años.

En el último cuarto del siglo XX, esa perspectiva del periodista descrita por Kapuscinski se modificó sustancialmente. Los modelos empresariales y de mercado triunfaron sobre otras perspectivas menos economicistas y comerciales, más periodísticas y culturales. Grandes periódicos, revistas, cadenas de noticias de radio y de televisión, la mayoría de larga tradición y de vieja data, dejaron de ser propiedad de familias o sociedades de amigos y parientes con adscripción partidista reconocible; y se convirtieron en parte vital de los negocios de grandes conglomerados económicos nacionales, multinacionales y globales, cuya pretendida asepsia política los aleja nominalmente de los partidos; pero, los acerca funcionalmente a los detentores de los poderes públicos en cada turno o periodo de gobierno o legislación, a veces también de la judicatura. Estos grupos económicos, sus dueños y sus administradores, establecieron nuevas jerarquías dentro de los medios, que dan prelación a los presidentes y gerentes sobre los directores y editores; a los ejecutivos de cuentas, contenidos y publicidad, sobre los reporteros y los periodistas. Los directores, con algunas excepciones, se convirtieron en nuevos artífices de la consecución de resultados de estos negocios en cuanto a publicidad y audiencias; a su perfil profesional y a sus funciones se les añadieron responsabilidades en cuanto a relaciones públicas y control de los flujos de información y publicación en función de sus aportes a la rentabilidad del negocio.

Juan Gossaín entrevistando a Gabriel García Márquez, en 1971.
Foto: archivo El Espectador.
En todo este escenario, obviamente, el periodista devino en trabajador de base, en obrero calificado, al que se le encarga que obtenga materia prima y que participe en uno que otro proceso de transformación de la misma en productos terminados, de fabricación colectiva, que son los que salen a la luz pública, los que se ofrecen a las audiencias, según los planes de negocios de las empresas periodísticas, que ahora son también grupos editoriales o de publicaciones. Juan Gossain lo resumió hace unos días con estas palabras: “El verdadero jefe de un periodista es la sociedad, hemos perdido ese rumbo en Colombia. Ahora somos de un grupo económico o de un grupo político o de un grupo social porque son diferentes los factores de presión sobre la prensa. Ahora, la prensa entró a formar parte del carnaval nacional, la prensa que era vigilante[3]. La independencia de conciencia y de pensamiento han sido cedidas, casi en su totalidad, a favor de los intereses de la libertad de empresa. De modo que, también por esta razón, la comunicación social y el periodismo han entrado en un escenario de lesa dignidad, afectando de paso también, de modo grave, el derecho a la información que tiene la gente y resignando casi voluntariamente la libertad de expresión.

Nuevas y sustanciales modificaciones fueron introducidas, hace no más de dos décadas, por la revolución digital. Esta no modificó la perspectiva de rentabilidad y utilidad empresarial como propósito central de los grupos económicos que detentan la propiedad de los medios de comunicación. Modificó la manera de buscar y lograr dicho propósito, mediante una manipulación directa y olímpica de la opinión pública, a través de ese esperpento moral que en inglés son las Fake news y en español son noticias falsas, es decir, mentiras; y mediante la suplantación del mundo real a través de mecanismos que imponen el ritmo real de la simultaneidad entre los hechos y su transmisión como un criterio de supuesto éxito.

Si queremos ser comunicadores sociales y periodistas dignos, no podemos seguir el juego fantasioso e ideológicamente peligroso de nombrar con eufemismos las mentiras con las que hoy se tapa la verdad: la mentira es mentira, la verdad es la verdad; no hay medias mentiras ni verdades a medias, no son fake news ni noticias falsas los cientos de falacias que se difunden para acallar la verdad y para ocultar responsabilidades y culpabilidades mediante cortinas de humo minuciosamente y alevosamente preparadas y ejecutadas: una ejecución extrajudicial es eso y no un forcejeo, sin importar que un detentor del poder, actuando como fuente de información, llegue al cínico extremo de la minimización de un crimen. El periodismo y la comunicación social no pueden servir de eco a tanta falsedad, a tanto engaño, a tanta falsificación procaz y mendaz de la realidad, a tanta perversión de la ficción, a tanta quimera burda, a tanto desvarío. “No puede existir algo así como noticias falsas. Es un oxímoron. Las noticias son noticias precisamente porque son reales y han sido verificadas como tal”, ha advertido acertadamente un experimentado periodista, recordando que “el término “noticias falsas’” comenzó a usarse para alertar o atacar las informaciones descaradamente pro-Trump, y ahora es la nueva arma para deslegitimar el trabajo de los periodistas[4]. Las elecciones ganadas por Trump, en los Estados Unidos; el plebiscito perdido por la paz, en Colombia; el sorpresivo sí al Brexit, en la Gran Bretaña; y las elecciones que ganó Macron, en Francia; son ejemplos ampliamente conocidos del triunfo de la mediática mentira sobre la real verdad, sin reatos de conciencia entre quienes la utilizaron como arma.

Por otra parte, vivimos tiempos en los que la indignación inmediata por cualquier cosa que se juzga censurable o frente a cualquier persona considerada enemiga, se ha convertido en una especie de leitmotiv para justificar la pose revolucionaria de quien pretende mantener o cambiar el estado de cosas desde la impune comodidad de un teléfono inteligente o de cualquier otro espécimen tecnológico de la abundante serie disponible de dispositivos electrónicos; a través de las autodenominadas redes sociales. Un sector del periodismo, que ha llegado incluso hasta crearle secciones en sus telenoticieros a los memes sexistas o seudopolíticos y a los videos chistosos o conmovedores de perros o gatos en peligro, hace eco de dichas redes sin el menor análisis ni la menor documentación de lo que está realmente pasando; incurriendo, con frecuencia, en una suerte de Síndrome de Goebbels. Por esta vía, el análisis ponderado se ha venido a menos, la rectitud y el equilibrio como normas morales para la emisión de juicios han quedado en el olvido, la prudencia ha desaparecido de los diccionarios de los formadores de opinión: mejor dicho, a casi todo el mundo se le olvidó el significado del vocablo ecuanimidad. O quizás algunos no lo conocieron nunca.

La responsabilidad de la prensa como memoria histórica de las sociedades
Guillermo Cano Isaza, modelo de ética
periodística y calidad humana, fue víctima
de las mafias del narcotráfico, con las
cuales nunca transigió.
Foto: Archivo El Espectador.
Comunicadores y periodistas no pueden ceder su misión de reconstruir, contar y publicar la verdad de lo que sucede. Las narrativas e imaginarios, las representaciones del mundo, que pasan por los medios a su alcance o bajo su responsabilidad no pueden no estar al nivel de la realidad. De ahí que se imponga, como un deber ético e intelectual, el impecable manejo de las fuentes de información en su trabajo de documentación de cosas tan delicadas como el conflicto armado y las violencias delincuenciales que han sumido a Colombia y al Chocó en la tristeza constante, en la desesperanza creciente y en la cotidiana desazón. Tenemos que huir a tiempo de las verdades oficiales, que buscan encubrir a toda costa los motivos de esa tristeza, las razones de esa desesperanza, las causas de esta desazón. Tenemos que huir de las verdades a medias, que de verdades no tienen nada, porque son mentiras, mentiras y nada más. Tenemos que huir de la información filtrada que nos entregan como insumo los voceros de los intereses particulares, hábiles autores de montones de mentiras disfrazadas de verdades.

Gabriel José de la Concordia García Márquez, quien siempre proclamó orgullosamente su condición de periodista y consideró el periodismo como el mejor oficio del mundo, advirtió algo tan simple de decir como dificultoso de cumplir: “la mejor noticia no es siempre la que se da primero sino muchas veces la que se da mejor”. Fue su lección profunda, evidente, de maestro sabio y consecuente, acerca del imperativo ético y profesional de que los comunicadores y periodistas, jamás, nos dejemos arrastrar por el facilismo y la superficialidad, que conducen irremediablemente a la mediocridad. Ser rigurosos implica elegir con sabiduría las palabras, los géneros y los diseños de nuestros mensajes: las narrativas sobre el conflicto armado interno en un país, en una región, en un pueblo -por más perdido y desconocido que sea, aunque ni siquiera aparezca en Google ni en los mapas- no se pueden quedar en la simple, escueta y panfletaria crónica roja, es decir, en la sección judicial; no pueden reducirse al conteo de muertos y heridos, a la mención superflua de combates, ni al uso irreflexivo de epítetos promovidos por alguno u otro de los actores de dicho conflicto para aminorar su responsabilidad o sus cargos de conciencia, o para descalificar a sus oponentes. La guerra, en todas sus morbosas y crudas y crueles expresiones, tiene reglas y están escritas: es un deber ético de la prensa conocerlas, aplicarlas, hacer de ellas la base y el soporte para aclimatar y adecuar sus lenguajes, sus palabras, sus imágenes. Pues de este modo, y solamente de este modo, podrá la prensa encontrar el punto justo en donde la verdad sea dicha con los detalles suficientes, ni uno más, ni uno menos, y con los detalles necesarios para que sus relatos trasciendan la actualidad y lleguen a la historia. Si no (gracias, Héctor Lavoe, por el resumen) será simplemente un periódico de ayer, que nadie más procura ya leer, sensacional cuando salió en la madrugada y en la tarde materia olvidada.

Porque el lenguaje de la prensa, si no se cuida, si no se elige y si no se usa apropiadamente, contribuye a la impunidad o a la exacerbación de los señores de la guerra. Si un expresidente, en calidad de cualquier cosa, incluso de senador, insulta hasta extremos de calumnia a cualquiera de sus adversarios, por el solo hecho de su carácter de opositor, mal hace la prensa en titular con las mismas e imprecisas palabras de siempre: rifirrafe, fuerte cruce de declaraciones, acalorado debate, duro enfrentamiento, duro cruce verbal; cuando lo que en realidad ocurrió fue que, como siempre lo hace un tipo de estos, ya lejos de la cordura y guiado por la desmesura de sus trastornos mentales y emocionales, de sus ínfulas ideológicas, de su condición de orate, chiflado, maniático o perturbado, barrió y trapeó el piso del Congreso Nacional con la honra de cualquiera que se le atraviese en sus propósitos demenciales. Así que no podemos olvidar que, siendo libre, la prensa es responsable; y que sus opiniones no pueden confundirse con la difusión de falacias, con la propagación de embustes, alegando de manera irracional que esa es su opinión y que por eso la debemos respetar. La Tierra es redonda, aunque todavía haya muchos que incineren cada día a Copérnico y a Galileo porque a ellos esta forma no les guste.

Tampoco podemos olvidar que la palabra tema, que es un sustantivo, no es sinónimo de todos los demás de su clase en la lengua española; que no todos los incendios son conflagraciones; que no se dice estaudinense ni areopuerto, porque estos vocablos ni siquiera existen; que los homicidios nunca son casos de intolerancia, sino homicidios; que los delincuentes de alta gama no son polémicos empresarios ni polémicos dirigentes; que no es correcto llamar polémica propuesta a cualquiera de las insensateces de cualquier insensato que insensatamente haya sido elegido para cualquier posición de poder; que la única manera diferente de decir agua no es líquido vital; que no le podemos decir tiroteo a las masacres solamente porque los gringos, en uso de su lengua, las llaman así; y que no es terrorista todo acto de violencia, por el simple y llano hecho de que los gobernantes los califiquen así… El adecuado uso de la lengua materna es una condición elemental que nos exigen los simples hechos de nuestra condición de hispanohablantes y, con mayor energía, nuestra condición de comunicadores y periodistas que tenemos en dicha lengua el insumo básico de la buena comunicación.

Del mismo modo que se deben a la verdad, a la rigurosidad, al buen lenguaje, a la técnica precisa, la comunicación y el periodismo tienen una responsabilidad delicada y concreta con el desarrollo del país y de las regiones. Esta responsabilidad entraña la aplicación de los postulados éticos y de las buenas prácticas mencionadas a todo lo relacionado con el bienestar de la sociedad, desde la perspectiva, desde los intereses y desde las necesidades de los pueblos y comunidades; y no exclusivamente desde la óptica de quienes, sin siquiera conocer a la gente, recetan desde el poder las salidas a las trampas de la pobreza, la exclusión y el abandono.

Para terminar
Es fundamental que no perdamos de vista el desafío y la responsabilidad que tenemos los comunicadores y periodistas de las localidades y de las regiones, en relación con la paz y el desarrollo; por pequeñas e ignotas que estas localidades sean y por ignotos, pequeños y poco dotados que sean los medios bajo nuestra responsabilidad y a nuestro alcance. La construcción y publicación de narrativas y representaciones propias, con el concurso de la propia gente; con lenguajes, enfoques, perspectivas, puntos de vista y testimonios también propios de la propia gente; en formatos adecuados a las formas de ser, sentir y pensar, percibir y soñar de la propia gente; son imperativos éticos y profesionales de quienes hacemos parte de esa gente, que es nuestra propia gente, pues entre esa gente y con esa gente nacimos y nos criamos, a la vida de esa gente nos debemos y no tendría sentido nuestra profesión si no fuéramos como la gente que es nuestra propia gente.

Reinaldo Valencia Lozano y el periódico ABC nos iluminen, nos guíen, en la misión ineludible de ser testigos y relatores de la historia, con los pies sobre la tierra y la verdad por delante; para que no tengamos que seguir repitiendo lo que, ante las cenizas del pueblo y de la inmolación, la voz colectiva y omnipresente de la chocoanidad exclama, en honda lamentación, en el párrafo final de la novela excelsa de Carlos Arturo Caicedo Licona, Glosa paseada bajo el fuego y la lluvia: “…y pensar que alguna vez tuvimos abrigo con qué cubrir la desnudez, hasta que nos extraviamos sin vigor ni reino, por caminos donde no hay luz ni senda; y, atraídos cual serpientes por la sonaja de las panderetas, nos arrastramos cada vez más pálidos, sin nada vivificante, esperando, siempre esperando, que en otros cielos, otros dioses, armen la almadía en que flote sin riesgo esta raza, mientras cicatrizan sus quemaduras expuestas al sirimiri del agua[5].



[1] Ponencia en el Primer Congreso Internacional de Comunicación para el Chocó. REPENSANDO LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN EN EL DEPARTAMENTO DEL CHOCÓ. Universidad Tecnológica del Chocó Diego Luis Córdoba. Quibdó, 2-4 de mayo de 2019.

[2] Kapuscinski Riszard. Los cinco sentidos del periodista, versión digital, pág. 6/45. En:
[4] Caraballo Cordovez, Jorge. ¿Por qué no usar el término "noticias falsas"? Centro Gabo, 20 de Octubre de 2017: https://centrogabo.org/proyectos/convivencias-en-red/por-que-no-usar-el-termino-noticias-falsas

[5] Caicedo Licona, Carlos Arturo. Glosa paseada bajo el fuego y la lluvia. 1ª edición, noviembre de 1982. Editorial Lealon. Páginas 98-99.

2 comentarios:

  1. Nada mejor para una noche de insomnio que tus agradables y frescos escritos.
    Un abrazo fraternal

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    1. Qué bueno. Me alegra contarte entre mis lectores asiduos. Un abrazo, hermano.

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