Con los pies sobre
la tierra y la verdad por delante:
Cuando el periodismo pierde su
dignidad, simultáneamente pierde su ética y su responsabilidad, que son pilares de un ejercicio
profesional en el que hoy muchas veces se olvida que se está escribiendo la
historia.
El 8 de diciembre de 2019 se cumplieron
106 años de la publicación del primer número o primera edición del periódico ABC,
decano de la prensa chocoana, cuyo legado se resume en dos lecciones: la
dignidad del periodista como fuente de su responsabilidad y de su ética, y la responsabilidad del periodismo como fuente de la Historia. El
Guarengue rinde homenaje a este legado del ABC y de su fundador, Reinaldo
Valencia Lozano. Este artículo, cuya primera parte publicamos la semana pasada, fue presentado originalmente como ponencia en el Primer
Congreso Internacional de Comunicación para el Chocó. REPENSANDO LOS MEDIOS DE
COMUNICACIÓN EN EL DEPARTAMENTO DEL CHOCÓ, realizado por la Universidad
Tecnológica del Chocó Diego Luis Córdoba, en Quibdó, del 2 al 4 de mayo de 2019.
La dignidad del
periodista: fuente de ética y responsabilidad
Por los tiempos del ABC y hasta finales de
la década de 1950, usando palabras de Riszard Kapuscinski, “este oficio se veía muy diferente a como se
percibe hoy. Se trataba de una profesión de alto respeto y dignidad, que jugaba
un papel intelectual y político. La ejercía un grupo reducido de personas que
obtenían el reconocimiento de sus sociedades. Un periodista era una persona de
importancia, admirada. Cuando andaba por la calle, todos lo saludaban. Algunos
de los mayores políticos del mundo contemporáneo empezaron su carrera como
periodistas y siempre se sintieron orgullosos de ello. El británico Winston Churchill
trabajó como corresponsal en África antes de convertirse en uno de los grandes
estadistas del siglo XX; lo mismo sucedió a algunos escritores como Ernest
Hemingway, por ejemplo. Estos grandes hombres siempre reconocieron que sus carreras comenzaron en el periodismo, y
nunca dejaron de sentirse periodistas”[2].
Fueron los tiempos de las salas de
redacción como abrevaderos de conocimientos en cuanto a oficio y profesión,
cuando después del cierre de edición –en bares y cafés o en las propias
instalaciones de los medios- los redactores y sus editores daban rienda suelta
a su imaginación y a su creatividad, acrecentaban sus conocimientos mediante el
intercambio mutuo y construían puntos de vista y perspectivas para el futuro
personal e institucional. Clemente Manuel Zabala y su grupo de El Universal, de
Cartagena, del que formó parte García Márquez; Guillermo Cano, José Salgar y su
equipo, donde también estuvo Gabo, en El Espectador, de Bogotá; Juan Zuleta
Ferrer y su gente, en El Colombiano, incluyendo a Belisario Betancur, en
Medellín; en Semana, la de antes, Alberto Lleras Camargo y sus periodistas; y en El Tiempo,
Eduardo Santos, su parentela y su descendencia, Calibán, Roberto García-Peña,
Klim y Daniel Samper Pizano, quien a la postre lideraría la
iniciativa pionera de la Unidad Investigativa. En estos escenarios se respiraba
mística y profesionalismo, cuyos réditos eran la notable calidad de noticias,
crónicas, reportajes, fotografías y columnas de opinión, y el torneo permanente
de ideas culturales y políticas.
Aunque esta retrospectiva podría parecer ingenuamente
idílica, no es así. Aquellas épocas, como las de ahora, no estuvieron exentas o
excluidas de las turbiedades y de los remolinos que han agitado por siempre las
aguas del panorama político nacional; desde las guerras civiles de la Patria
boba, la secesión de Panamá, la hegemonía conservadora y la república liberal,
la violencia interpartidista de los años 50, el Frente Nacional, el nacimiento
y desarrollo del conflicto armado interno, la guerra de guerrillas, la
expedición de la Constitución de 1991, el execrable advenimiento de la práctica
sistemática de los crímenes de Estado y el paramilitarismo aliado, los acuerdos
de paz y el posconflicto que aún no se ha consolidado como escenario de paz,
por la reactivación de nuevas y también sistemáticas y atroces violencias que
paulatinamente, en poco tiempo, están generando en el país un retroceso de por
lo menos 20 años.
En el último cuarto del siglo XX, esa
perspectiva del periodista descrita por Kapuscinski se modificó
sustancialmente. Los modelos empresariales y de mercado triunfaron sobre otras
perspectivas menos economicistas y comerciales, más periodísticas y culturales.
Grandes periódicos, revistas, cadenas de noticias de radio y de televisión, la
mayoría de larga tradición y de vieja data, dejaron de ser propiedad de
familias o sociedades de amigos y parientes con adscripción partidista
reconocible; y se convirtieron en parte vital de los negocios de grandes
conglomerados económicos nacionales, multinacionales y globales, cuya
pretendida asepsia política los aleja nominalmente de los partidos; pero, los
acerca funcionalmente a los detentores de los poderes públicos en cada turno o
periodo de gobierno o legislación, a veces también de la judicatura. Estos
grupos económicos, sus dueños y sus administradores, establecieron nuevas
jerarquías dentro de los medios, que dan prelación a los presidentes y gerentes
sobre los directores y editores; a los ejecutivos de cuentas, contenidos y
publicidad, sobre los reporteros y los periodistas. Los directores, con algunas
excepciones, se convirtieron en nuevos artífices de la consecución de resultados
de estos negocios en cuanto a publicidad y audiencias; a su perfil profesional y a
sus funciones se les añadieron responsabilidades en cuanto a relaciones públicas
y control de los flujos de información y publicación en función de sus aportes
a la rentabilidad del negocio.
Juan Gossaín entrevistando a Gabriel García Márquez, en 1971. Foto: archivo El Espectador. |
Nuevas y sustanciales modificaciones fueron
introducidas, hace no más de dos décadas, por la revolución digital. Esta no
modificó la perspectiva de rentabilidad y utilidad empresarial como propósito
central de los grupos económicos que detentan la propiedad de los medios de
comunicación. Modificó la manera de buscar y lograr dicho propósito, mediante
una manipulación directa y olímpica de la opinión pública, a través de ese
esperpento moral que en inglés son las Fake
news y en español son noticias falsas, es decir, mentiras; y mediante la
suplantación del mundo real a través de mecanismos que imponen el ritmo real de
la simultaneidad entre los hechos y su transmisión como un criterio de supuesto
éxito.
Si queremos ser comunicadores sociales y
periodistas dignos, no podemos seguir el juego fantasioso e ideológicamente
peligroso de nombrar con eufemismos las mentiras con las que hoy se tapa la
verdad: la mentira es mentira, la verdad es la verdad; no hay medias mentiras
ni verdades a medias, no son fake news
ni noticias falsas los cientos de falacias que se difunden para acallar la
verdad y para ocultar responsabilidades y culpabilidades mediante cortinas de
humo minuciosamente y alevosamente preparadas y ejecutadas: una ejecución extrajudicial
es eso y no un forcejeo, sin importar que un detentor del poder, actuando como
fuente de información, llegue al cínico extremo de la minimización de un
crimen. El periodismo y la comunicación social no pueden servir de eco a tanta
falsedad, a tanto engaño, a tanta falsificación procaz y mendaz de la realidad,
a tanta perversión de la ficción, a tanta quimera burda, a tanto desvarío. “No puede existir algo así como noticias
falsas. Es un oxímoron. Las noticias son noticias precisamente porque son
reales y han sido verificadas como tal”, ha advertido acertadamente un experimentado
periodista, recordando que “el término
“noticias falsas’” comenzó a usarse para alertar o atacar las informaciones
descaradamente pro-Trump, y ahora es la nueva arma para deslegitimar el trabajo
de los periodistas”[4].
Las elecciones ganadas por Trump, en los Estados Unidos; el plebiscito perdido
por la paz, en Colombia; el sorpresivo sí al Brexit, en la Gran Bretaña; y las elecciones que ganó Macron, en
Francia; son ejemplos ampliamente conocidos del triunfo de la mediática mentira
sobre la real verdad, sin reatos de conciencia entre quienes la utilizaron como
arma.
Por otra parte, vivimos tiempos en los que
la indignación inmediata por cualquier cosa que se juzga censurable o frente a
cualquier persona considerada enemiga, se ha convertido en una especie de
leitmotiv para justificar la pose revolucionaria de quien pretende mantener o
cambiar el estado de cosas desde la impune comodidad de un teléfono inteligente o
de cualquier otro espécimen tecnológico de la abundante serie disponible de
dispositivos electrónicos; a través de las autodenominadas redes sociales. Un
sector del periodismo, que ha llegado incluso hasta crearle secciones en sus
telenoticieros a los memes sexistas o seudopolíticos y a los videos chistosos o
conmovedores de perros o gatos en peligro, hace eco de dichas redes sin el menor
análisis ni la menor documentación de lo que está realmente pasando;
incurriendo, con frecuencia, en una suerte de Síndrome de Goebbels. Por esta
vía, el análisis ponderado se ha venido a menos, la rectitud y el equilibrio
como normas morales para la emisión de juicios han quedado en el olvido, la prudencia
ha desaparecido de los diccionarios de los formadores de opinión: mejor dicho,
a casi todo el mundo se le olvidó el significado del vocablo ecuanimidad. O quizás algunos no lo conocieron nunca.
La responsabilidad de la prensa como memoria histórica de las sociedades
Guillermo Cano Isaza, modelo de ética periodística y calidad humana, fue víctima de las mafias del narcotráfico, con las cuales nunca transigió. Foto: Archivo El Espectador. |
Gabriel José de la Concordia García
Márquez, quien siempre proclamó orgullosamente su condición de periodista y
consideró el periodismo como el mejor oficio del mundo, advirtió algo tan
simple de decir como dificultoso de cumplir: “la mejor noticia no es siempre la que se da primero sino muchas veces
la que se da mejor”. Fue su lección profunda, evidente, de maestro sabio y
consecuente, acerca del imperativo ético y profesional de que los comunicadores
y periodistas, jamás, nos dejemos arrastrar por el facilismo y la
superficialidad, que conducen irremediablemente a la mediocridad. Ser rigurosos
implica elegir con sabiduría las palabras, los géneros y los diseños de nuestros
mensajes: las narrativas sobre
el conflicto armado interno en un país, en una región, en un pueblo -por más
perdido y desconocido que sea, aunque ni siquiera aparezca en Google ni en los
mapas- no se pueden quedar en la simple, escueta y panfletaria crónica roja, es
decir, en la sección judicial; no pueden reducirse al conteo de muertos y
heridos, a la mención superflua de combates, ni al uso irreflexivo de epítetos
promovidos por alguno u otro de los actores de dicho conflicto para aminorar su
responsabilidad o sus cargos de conciencia, o para descalificar a sus
oponentes. La guerra, en todas sus morbosas y crudas y crueles expresiones,
tiene reglas y están escritas: es un deber ético de la prensa conocerlas,
aplicarlas, hacer de ellas la base y el soporte para aclimatar y adecuar sus
lenguajes, sus palabras, sus imágenes. Pues de este modo, y solamente de este
modo, podrá la prensa encontrar el punto justo en donde la verdad sea dicha con
los detalles suficientes, ni uno más, ni uno menos, y con los detalles
necesarios para que sus relatos trasciendan la actualidad y lleguen a la
historia. Si no (gracias, Héctor Lavoe, por el resumen) será simplemente un periódico de ayer, que nadie más procura
ya leer, sensacional cuando salió en la madrugada y en la tarde materia
olvidada.
Porque el lenguaje de la prensa, si no se
cuida, si no se elige y si no se usa apropiadamente, contribuye a la impunidad
o a la exacerbación de los señores de la guerra. Si un expresidente, en calidad
de cualquier cosa, incluso de senador, insulta hasta extremos de calumnia a
cualquiera de sus adversarios, por el solo hecho de su carácter de opositor,
mal hace la prensa en titular con las mismas e imprecisas palabras de siempre:
rifirrafe, fuerte cruce de declaraciones, acalorado debate, duro
enfrentamiento, duro cruce verbal; cuando lo que en realidad ocurrió fue que,
como siempre lo hace un tipo de estos, ya lejos de la cordura y guiado por la
desmesura de sus trastornos mentales y emocionales, de sus ínfulas ideológicas,
de su condición de orate, chiflado, maniático o perturbado, barrió y trapeó el
piso del Congreso Nacional con la honra de cualquiera que se le atraviese en
sus propósitos demenciales. Así que no podemos olvidar que, siendo libre, la
prensa es responsable; y que sus opiniones no pueden confundirse con la
difusión de falacias, con la propagación de embustes, alegando de manera
irracional que esa es su opinión y que por eso la debemos respetar. La Tierra
es redonda, aunque todavía haya muchos que incineren cada día a Copérnico y a
Galileo porque a ellos esta forma no les guste.
Tampoco podemos olvidar que la palabra tema, que es un sustantivo, no es
sinónimo de todos los demás de su clase en la lengua española; que no todos los
incendios son conflagraciones; que no se dice estaudinense ni areopuerto,
porque estos vocablos ni siquiera existen; que los homicidios nunca son casos de intolerancia, sino homicidios;
que los delincuentes de alta gama no son polémicos
empresarios ni polémicos dirigentes;
que no es correcto llamar polémica
propuesta a cualquiera de las insensateces de cualquier insensato que
insensatamente haya sido elegido para cualquier posición de poder; que la única
manera diferente de decir agua no es líquido
vital; que no le podemos decir tiroteo
a las masacres solamente porque los gringos, en uso de su lengua, las llaman así; y que
no es terrorista todo acto de violencia, por el simple y llano hecho de que los
gobernantes los califiquen así… El adecuado uso de la lengua materna es una
condición elemental que nos exigen los simples hechos de nuestra condición de
hispanohablantes y, con mayor energía, nuestra condición de comunicadores y
periodistas que tenemos en dicha lengua el insumo básico de la buena
comunicación.
Del mismo modo que se deben a la verdad, a
la rigurosidad, al buen lenguaje, a la técnica precisa, la comunicación y el
periodismo tienen una responsabilidad delicada y concreta con el desarrollo del
país y de las regiones. Esta responsabilidad entraña la aplicación de los
postulados éticos y de las buenas prácticas mencionadas a todo lo relacionado
con el bienestar de la sociedad, desde la perspectiva, desde los intereses y
desde las necesidades de los pueblos y comunidades; y no exclusivamente desde
la óptica de quienes, sin siquiera conocer a la gente, recetan desde el poder
las salidas a las trampas de la pobreza, la exclusión y el abandono.
Para terminar
Es fundamental que no perdamos de vista el
desafío y la responsabilidad que tenemos los comunicadores y periodistas de las
localidades y de las regiones, en relación con la paz y el desarrollo; por
pequeñas e ignotas que estas localidades sean y por ignotos, pequeños y poco
dotados que sean los medios bajo nuestra responsabilidad y a nuestro alcance.
La construcción y publicación de narrativas y representaciones propias, con el
concurso de la propia gente; con lenguajes, enfoques, perspectivas, puntos de
vista y testimonios también propios de la propia gente; en formatos adecuados a
las formas de ser, sentir y pensar, percibir y soñar de la propia gente; son
imperativos éticos y profesionales de quienes hacemos parte de esa gente, que
es nuestra propia gente, pues entre esa gente y con esa gente nacimos y nos
criamos, a la vida de esa gente nos debemos y no tendría sentido nuestra
profesión si no fuéramos como la gente que es nuestra propia gente.
Reinaldo Valencia Lozano y el periódico ABC
nos iluminen, nos guíen, en la misión ineludible de ser testigos y relatores de
la historia, con los pies sobre la tierra y la verdad por delante; para que no
tengamos que seguir repitiendo lo que, ante las cenizas del pueblo y de la
inmolación, la voz colectiva y omnipresente de la chocoanidad exclama, en honda
lamentación, en el párrafo final de la novela excelsa de Carlos Arturo Caicedo
Licona, Glosa paseada bajo el fuego y la lluvia: “…y pensar que alguna vez tuvimos abrigo con qué cubrir la desnudez,
hasta que nos extraviamos sin vigor ni reino, por caminos donde no hay luz ni
senda; y, atraídos cual serpientes por la sonaja de las panderetas, nos
arrastramos cada vez más pálidos, sin nada vivificante, esperando, siempre
esperando, que en otros cielos, otros dioses, armen la almadía en que flote sin
riesgo esta raza, mientras cicatrizan sus quemaduras expuestas al sirimiri del
agua”[5].
[1] Ponencia en el Primer Congreso Internacional de Comunicación para
el Chocó. REPENSANDO LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN EN EL DEPARTAMENTO DEL CHOCÓ.
Universidad Tecnológica del Chocó Diego Luis Córdoba. Quibdó, 2-4 de mayo de
2019.
[2] Kapuscinski Riszard. Los cinco sentidos del periodista, versión
digital, pág. 6/45. En:
[3] Entrevista a Juan Gossain. Caracol
Noticias. 21.04.2019. En:
[4] Caraballo Cordovez, Jorge. ¿Por qué no usar el término
"noticias falsas"? Centro Gabo, 20 de Octubre de 2017: https://centrogabo.org/proyectos/convivencias-en-red/por-que-no-usar-el-termino-noticias-falsas
[5] Caicedo Licona, Carlos Arturo. Glosa paseada bajo el fuego y la
lluvia. 1ª edición, noviembre de 1982. Editorial Lealon. Páginas 98-99.
Nada mejor para una noche de insomnio que tus agradables y frescos escritos.
ResponderBorrarUn abrazo fraternal
Qué bueno. Me alegra contarte entre mis lectores asiduos. Un abrazo, hermano.
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