30/12/2024

 ARISTA SON 

𝄞 Despedida de fin de año 
de El Guarengue 𝄞 

Aristarco Perea Copete (Quibdó, 1930 - Bogotá, 2006),
FOTOS: Documental ARISTA SON. Libia Stella Gómez.
Tomadas de: ¡Fuera Zapato Viejo! IDARTES, Bogotá, 2014.

Un mes antes de cumplir el sueño más grande de su vida: conocer a Cuba, murió en Bogotá el cantante y músico chocoano Aristarco Perea Copete, el 4 de septiembre de 2006. “Si Arista hubiera ido a Cuba, no se habría sentido llegando sino regresando”, dijo el poeta Juan Manuel Roca. Tenía razón. Arista no solamente nació para la música entre sones cubanos y boleros oídos en su infancia quibdoseña; sino que, además, fue siempre comparado, por diversas razones musicales, con músicos cubanos de la vieja guardia, como Benny Moré y Panchito Riset; y por razones adicionales de trayectoria con el fabuloso bolerista cartagenero Sofronín Martínez, Sofro. 

La grandeza de Arista, ampliamente reconocida en la escena cultural y en la rumba de Bogotá, fue inmortalizada por la disquera internacional MTM en grabaciones memorables.[1] Hoy, como regalo de Año Nuevo para nuestros leales lectores, Arista engalana el último Guarengue de 2024, en la voz de una mujer que merece todo honor: la cineasta Libia Stella Gómez, quien le prometió a Arista, en 1993, cuando apenas empezaba a estudiar en la Universidad Nacional de Colombia, que haría un documental sobre su vida y su obra; el cual estrenó en la Cinemateca Distrital de Bogotá, el 5 de septiembre de 2011, con el nombre del último y emblemático grupo musical del chocoano maravilloso: Arista Son.[2] 

Esta hermosa crónica sobre la vida personal y musical de Arista, que les invitamos a leer en dos entregas, es tomada de ¡Fuera Zapato Viejo!, una recopilación documental publicada hace diez años por el Instituto Distrital de las Artes, IDARTES, de Bogotá, D. C.[3] 

El Guarengue – Relatos del Chocó profundo les da la más cordial y feliz bienvenida al Año Nuevo 2025. Julio César U. H.

 

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EL BUENARISTA SOCIAL CLUB
Historia de una promesa
Por Libia Stella Gómez
(Primera parte)

En marzo de 1989 llegué a vivir a Bogotá. Como a todos los venidos de provincia, lo primero que me pegó fue el frío de nevera, luego el ruido y corre corre de la ciudad y casi de inmediato la soledad. En Bucaramanga había incursionado en el teatro y llegué a la capital con la intención de estudiar teatro, pero finalmente mis pasos se enfilaron hacia la realización cinematográfica en la Universidad Nacional. Para ayudarme con los gastos, conseguí trabajo en un sitio de la calle 19 con cuarta, muy conocido entre los intelectuales de izquierda: Buscando América Galería Bar.

Una noche del año 93 pude ver allí a un grupo de soneros. El cantante era un tipo flaco, con un timbre de voz prodigioso, parecido al de los grandes cantantes de Cuba. Lo acompañaban un hombre altísimo que tocaba los bongóes, un tipo sonriente que rasgaba alcohólicamente el tiple y un muchacho muy adusto a cargo de las tumbadoras. En el curso de la velada sabría que el cantante se llamaba Aristarco Perea –si bien todo el mundo le decía Arista– y que sus acompañantes eran Senén Mosquera, el famoso exfutbolista de Millonarios, Saulo Moreno, un condoteño muy conocido en los ambientes bohemios, y el propio hijo de Arista, Aristarco Perea Junior, a quien todos apodaban “El Moro”. Durante un descanso, emocionada por sus canciones, le conté que estudiaba cine.

–Pues entonces –me contestó muy coquetamente Arista– cuando sea famosa me hace algo. Así de pronto usted se va para arriba o yo me voy para arriba.

En lugar de responderle una formalidad, me aventuré a hacerle una contrapropuesta:

–¿Sabe qué? Cuando pueda, mejor le hago un documental.

Pasarían más de diez años antes de que esas palabras empezaran a tener algún sentido y casi quince para que yo pudiera cumplir mi promesa.

Aristarco Perea Copete nació en Quibdó en 1930. Su padre, Erasmo Perea Hinestroza, había sido primer clarinete de la Banda de San Francisco, aunque por problemas con otros intérpretes decidió hacer a un lado la música y dedicarse a la sastrería. En una entrevista que les concedió muchos años después al poeta Juan Manuel Roca y a la diseñadora gráfica Mariela Agudelo, el gran cantante chocoano recordó que el incidente había dejado a su padre “resentido con el medio musical. Nos prohibió que hiciéramos música. Si veía a alguno de sus hijos con un instrumento musical en la mano, de inmediato quería destruirlo”. No obstante las prohibiciones paternas, ya muy niño Arista empezó a dar muestras de que no sería fácil detener esa inclinación por el canto. En el Quibdó de su niñez, incluso antes de aprender a leer, aprendió a cantar y casi enseguida a componer canciones de un exaltado lirismo. A los 7 años escribió “Mi rosal” para una de sus profesoras en el colegio, una mujer de 18 años que le regalaba confites y lo trataba de forma especial. Arista creía estar enamorado y como ella se fue para el Bajo Atrato, él en su nostalgia le dedicó este bolero cuyos versos finales dicen: Y vuelve lo mismo que te fuiste, / pero no, no toques mi rosal…

En aquel tiempo era difícil separarlo de la radio o de las pocas vitrolas de su ciudad natal. En ellas escuchaba los sones del Trío Matamoros, los vallenatos de Buitrago o los merengues de Ángel Viloria. También le dejaron huella los bailes peseteros de la época, en los cuales hacía gala de sus dotes de buen parejo, así como buena parte de lo escuchado en El Jazz de Borromeo, una agrupación de chirimías en la que se tocaba porro, merecumbé y bolero siguiendo las líneas de Lucho Bermúdez y Pacho Galán.

El primer grupo con el cual Arista parece haber actuado fue La Timba de Víctor Dueñas, un gran guitarrista que nunca pisó un conservatorio pero que era incomparable con su instrumento y que además resultó decisivo en la formación de Arista. A partir de allí, el jovencísimo cantante de 12 años gastó su adolescencia en formar grupos folclóricos que ensayaban en galpones de techo de zinc bajo el calor abrasador del Pacífico. Los chiquillos espiaban tras la puerta y bailaban al calor de sus pegajosas melodías. Para esos niños, Arista era un ídolo, soñaban ser como él, mientras Arista soñaba ser como Daniel Santos.

Al alcanzar la mayoría de edad, quiso convertirse en sastre, como su padre, y durante algunos meses circuló entre linos, paños, metros y marcas de tiza (de todo aquello, solía decir, tan solo le quedó el deseo perpetuo de vestirse bien). En 1954, a los 24 años, se fue por un tiempo a Panamá con el ánimo de combinar el fútbol y la charanga. A su regreso, trabajó un tiempo en la Brigada Antimalárica fumigando pantanos con DDT, hasta que en 1963 un amigo suyo le sugirió unirse a otros músicos chocoanos para formar un grupo.

Así nacieron Los Negritos del Ritmo, conformado en un principio por Aristarco Perea, Neptolio Córdoba, Augusto Lozano, Gastón Guerrero, Ignacio Hinestroza, Víctor Dueñas, Lucho Rentería, Eduardo Halaby, el clarinetista Daniel Rodríguez, Santos Moreno Blandón, un muchacho Cañadas, Luis Palomeque, Betty Álvarez y otros. Ensayaban en un barrio llamado Huapango y muy pronto se convirtieron en la orquesta rival del entonces aclamado Peregoyo y su Combo Vacaná. Con un estilo muy cercano al de Cortijo e Ismael Rivera –hay, de hecho, una foto de los Negritos del Ritmo en Bogotá, que imita una célebre carátula del grupo puertorriqueño corriendo por el Bronx–, no tardaron en ser invitados constantes en todas las fiestas y agasajos de la ciudad.

Fundada en 1964, la agrupación musical Los Negritos del Ritmo constituye un hito en la historia de la música chocoana. En la foto, de pie a la derecha, los dos últimos son Aristarco Perea Copete (Arista) y Alfonso Córdoba Mosquera (El Brujo). FOTO: cortesía Douglas Cújar.

Siendo Arista el único cantante, y siendo entonces la variedad un valor importante para los músicos, el grupo consideró que debían buscar a alguien que alternara en algunos temas y ayudara con la calidad de los coros. Fue así como en uno de sus viajes por el río Baudó consiguieron a un joven llamado Alfonso Córdoba -“El Brujo”- y lo incorporaron a la orquesta. Por desgracia, la decisión molestó muchísimo a Arista y atizó una rivalidad que solo se zanjaría con su posterior salida, en 1967, de Los Negritos del Ritmo.

Dos años más tarde, Arista viajó a Bogotá con la idea de instalarse en la ciudad y dejar atrás los sinsabores de su vida en el Pacífico. El año anterior había estado fugazmente en la capital colombiana, adonde lo habían invitado para cantar en la visita del papa Pablo VI; pero esta vez decidió quedarse y probar suerte en el medio musical bogotano. Logró reunir un grupo de músicos exiliados de las tierras del Atrato a los que bautizó Arista y sus Estrellas e impulsó sus composiciones (que alcanzaron a ser casi trescientas). Trajo los sones, bundes, abosaos y chirimías del Chocó y le enseñó a Bogotá a bailar y escuchar el folclor de su tierra. Fueron años muy intensos, en los que, si un fin de semana cantaba para los nadaístas en el bar La Herradura, al siguiente se presentaba con Oscar Golden y Billy Pontoni en un show televisivo.

A finales de los setenta, siendo ya relativamente conocido en la capital, Arista tomó en sociedad con el locutor de televisión Alejandro Munévar un negocio llamado La Casa Folclórica Colombiana, que quedaba en el mirador del Hotel San Francisco en la carrera 4ª con Avenida Jiménez, pero posteriormente se trasladó a una vieja casona de la calle 18 entre carreras 5ª y 7ª, colindante con la casa de la Logia Masónica. Con el tiempo, Arista terminó asumiendo el negocio solo y rebautizándolo como La Casa Folclórica del Chocó.

En esa vieja construcción de casi una manzana, en la cual abundaban los cuartos y en cuyo salón principal podían verse instrumentos típicos e imágenes del Pacífico, a Arista se le recuerda como mesero, músico, administrador, propietario y hasta chef, labores que a menudo debía desempeñar al mismo tiempo. Antiguos asistentes a la Casa cuentan que a veces interrumpía abruptamente una canción y se bajaba de la tarima para atender las mesas o para salir en pos de algún avispado que se le estaba yendo sin pagar.

En la tarima de La Casa Folclórica se presentaron artistas tan reconocidos como Alfredito Linares y nacieron musicalmente intérpretes chocoanos tan valiosos como Jairo Varela, el fundador del grupo Niche, Alexis Lozano, líder de Guayacán, o Nicolás Emilio Rodríguez –Nicoyembe–, cuyo padre, músico también, había sido clarinetista de Los Negritos del Ritmo. En la Casa Folclórica del Chocó se montaban encerradas de chirimías, se comían pasteles, hayacas y sancocho, se tomaba aguardiente Platino y se bailaba toda la noche con los sones chocoanos. Allí Arista empezó a mezclar los instrumentos autóctonos de la chirimía con el bajo y el piano, siendo precursor de una simbiosis para la música folclórica a la que posteriormente le rindieron tributo grandes orquestas como Niche o Guayacán. Pero no solo en ese detalle colaboró Arista con estos músicos. Cuando Varela, Lozano y varios de los intérpretes que los acompañaban pasaron malos ratos en Bogotá, Arista les dio hospedaje en la Casa y posteriormente les permitió ensayar en alguno de sus cuartos.

Arista y su grupo en la Casa Folclórica. Bogotá.
Foto tomada de "¡Fuera Zapato Viejo!", IDARTES, 2014.

Sin embargo, por causas que nunca han sido dilucidadas, Arista se enemistó al cabo de un tiempo con Varela e impuso una distancia férrea con los demás músicos a los que inicialmente había apadrinado. La situación llegó al punto de que, al final de su vida, sostenía que el director del Grupo Niche jamás le había reconocido ser el compositor de un tema que esa misma orquesta hizo famoso: “La canoa ranchá”.

Fue otro de sus muchos conflictos. En el barrio Capellanía, donde funcionó durante años su Club Social Arista –la dirección exacta era calle 33 N° 87A-40–, tuvo varios encontrones con el cura de la parroquia. Al parecer, el sacerdote no toleraba que desde la iglesia, muy cercana a la casa de Arista, se escucharan los alegres compases de una guaracha o el cadencioso ritmo de un aguabajo mientras él celebraba una misa. Por diversos medios trató de impedir el funcionamiento del Club Social, aunque al final debió resignarse a que el Señor del Son se mantuviera en sus trece.

Cuando Arista contaba esta anécdota, solía añadir que sus problemas con los curas habían empezado desde prácticamente recién nacido. Según parece, el cura de Quibdó no quería bautizarlo con el nombre escogido por sus padres –Aristarco, patronímico de un compañero de prisión del apóstol Pablo–, y en su lugar sugería Aristóbulo o Aristides. Sin embargo, su madre, Eufemia Copete Ledesma, no dio el brazo a torcer y el niño debió ser bautizado con ese sonoro nombre bíblico que a los siete años su parentela de Pereas, Copetes, Hinestrozas y Ledesmas ya había reducido al mucho más simple “Arista”.

Pero la más compleja de las disputas que tuvo fue con los vecinos de la Casa Folclórica del Chocó: la Logia de la Masonería. Éstos presionaron para comprar y derrumbar la vieja casa que servía de pista y refugio a los bailadores de todo el Atrato. La Folclórica se incendió una noche después del cierre y Arista culpaba a los masones de ese incendio. Sin embargo, investigando en la Masonería, ellos afirman que La Folclórica ni siquiera colindaba con su edificación y que toda la bronca que Arista les tiró estaba relacionada con el hecho de que alguien le dijo que en el grupo no recibían negros. De cualquier manera, Arista terminó cerrando la Casa Folclórica del Chocó a mediados de los ochenta y entregando el lote para que la Logia construyera allí un parqueadero. De ese modo se perdió hasta la memoria urbana de uno de los sitios más alegres de la capital.

La próxima semana, 2a. Parte: La consagración de Arista


[3] Alcaldía Mayor de Bogotá. Instituto Distrital de las Artes – IDARTES. ¡FUERA ZAPATO VIEJO! Bogotá, 2014. 224 páginas. Pp. 34 – 51. ISBN 978-958-58175-4-8

11 comentarios:

  1. Lo conocí. Cuando estaba embarazada nos acompañó en la última rumba de bienvenida a mi hijo Santiago. Siempre en mi corazón el gran Arista... Eso fue en octubre de 1999.

    Elizabeth Castillo

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  2. Formidable. Creo que a finales de los setenta estuve en la casa folclórica del Chocó con unos grandes amigos Chocoanos.
    No sabía que Gastón Guerrero hizo parte de los Negritos del ritmo. Lo conocí como integrante del trío Los Isleños.

    Pacho Valderrama

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  3. Mi paisano Arista, un excelente homenaje. La última vez que estuve en Bogotá, la pieza donde vivía en un parqueadero en la calle 19 entre séptima y octava estaban construyendo un edificio.

    José E. Mosquera

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    1. No entiendo el comentario, mi padre nunca vivió en ninguna pieza, siempre se ha mantenido la casa de Capellania hasta el momento hace 48 años.

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    2. Gracias, Aristarco Jr., por aclarar lo planteado en el comentario de José. Y me alegra mucho poder publicar en El Guarengue esta valiosa semblanza de su valioso padre, un valor de la chocoanidad.
      Julio César U. H.

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  4. Hola, Julio César! Qué buena entrega de este gran artista Chocoano "Arista". Saludos.

    Jorge Valencia Valencia

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  5. Gracias Julio por recordarmos ese gran personaje de la música, que vivió en el barrio César Conto y ten presente otro como Ventura Díaz C. que también para esta época nos dejó un gran legado en busca de paz. Saludes, tenemos que encontrarnos para recordarmos del Carmen y celebrar.

    Jorge Isaac Rentería P.

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  6. Los vi tocar en el Hotel Citará, siendo su Vocalista Eduardo Halaby.Excelente homenaje Julio.
    Deben las autoridades culturales, exaltar el nombre de Arista.

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  7. Gracias Julio.

    Un artista precedido por la bruma del olvido... Arista fue el chocoano que abrió el camino en Bogotá a otras generaciones como Grupo Niche y Guayacán Orquesta y el que nos permitía celebrar San Pacho desde la calentura fria.
    Feliz año.

    Douglas Cújar

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  8. Gracias Sr Douglas, soy el Moro Aristarco JR, por la reseña realizada a mi padre Arista.

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  9. Justo homenaje a un hombre que con su arte aportó al reconocimiento de la cultura chocoana en Bogotá, dónde su negocio era una especie de embajada regional.
    A finales de los años 60's sostuvo en Quibdó sitios de esparcimiento con grupos musicales de planta y fue un promotor de la música chocoana y caribeña, especialmente la cubana.
    Desconocía la presencia de Gastón Guerrero en "Los negritos del ritmo", que además tenían como par a "Los 8 del Sanjuan" en la hermana provincia chocoana.
    Excelente aporte, Julio César.

    Jesús Elías Córdoba V.

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