lunes, 29 de abril de 2024

Unas cuantas preguntas 
sobre los planes de desarrollo en el Chocó

★Perspectivas. FOTOS: Julio César U. H. - 1. Malecón de Quibdó. 2. "Historia de la Ley 70", mural de Fredy Sánchez Caballero (fragmento). 3. Río Quito.

¿Por qué no acotar los planes de desarrollo del Chocó y de sus municipios, orientándolos hacia la solución real de problemas históricos de calidad de vida y garantía de derechos de la población; y después de eso, ahí sí, pensar en cuanta hiperbólica cosa se nos ocurra?

¿Qué tal si, en vez de hacerle el juego a la megalomanía desarrollista, que tiene más de falacia y de entelequia que de realidad; los planes municipales y departamental de desarrollo del Chocó, y sus equivalencias en el Plan Nacional de Desarrollo, se convirtieran en una apuesta gubernamental colectiva y sencilla, seria y sistemática, orientada a la creación de condiciones elementales de dignidad humana para la vida cotidiana de la gente, empezando por resolver sus necesidades básicas insatisfechas…?

¿No debería ser una meta de los planes de desarrollo del departamento y de la totalidad de sus municipios que -hasta en el último pueblo del Chocó, aquel que ni en los mapas municipales figure- la gente dejara de alumbrarse y cocinar con lámparas de querosín o con velas, no tomara más agua impotable ni tuviera que utilizar el río, la quebrada o el patio de su casa como servicio sanitario y botadero de basura, y que nadie se acostara con hambre…?

¿No debería ser un compromiso sagrado de la Presidencia, de la Gobernación y de las alcaldías que el acceso universal y gratuito a educación pertinente y de calidad, y a servicios de salud expeditos y oportunos, en todos los niveles; se tradujera en realidades como la desaparición del analfabetismo en el Chocó, el incremento de la cantidad y calidad de talentos nativos idóneos prestando sus servicios profesionales en la tierra que los vio nacer, y la disminución efectiva de muertes causadas por enfermedades que pueden prevenirse o atenderse de modo oportuno y eficaz?

¿La seguridad alimentaria, la producción agropecuaria basada en sistemas ancestrales de producción, los ingresos provenientes de un trabajo decente y la disponibilidad de tiempos de ocio creativo para el cultivo de la tradición cultural en todas sus expresiones; no deberían ser -de modo cierto y concreto- parte de los pilares de la planificación del desarrollo local y regional del Chocó y sus municipios?

¿No debería dársele prioridad en los planes de gobierno a la construcción de caminos vecinales, carreteras municipales y regionales, calles y avenidas urbanas; y al cuidado permanente de los ríos, como vías troncales del sistema circulatorio de la vida y de la gente en el Chocó; por encima de vías interoceánicas y otras quimeras de vieja data?

¿No deberían el gobierno nacional, las alcaldías municipales y la gobernación del Chocó empeñarse a fondo para ponerle fin de una vez por todas a la fraudulenta e inhumana soberanía ejercida por delincuentes de toda laya y condición, y por grupos armados al margen de la ley, que hacen y deshacen con la vida de la gente en los barrios y en las calles de ciudades como Quibdó, y en los ríos y las mares, los deltas y los esteros, de las comunidades rurales de las subregiones del Chocó, violando con su presencia, con sus armas y sus acciones todos y cada uno de los derechos humanos, los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales, y los derechos de los pueblos?

¿Garantizar la vida y los derechos de la gente no debería ser una condición sine qua non de cualquier propuesta de desarrollo, y esta premisa no debería incluir -sin menoscabo alguno- la posesión efectiva y el usufructo integral de sus territorios de propiedad colectiva por parte de los pueblos indígenas y de las comunidades negras?

¿No deberían los planificadores estatales del desarrollo local y regional del Chocó tener conciencia plena y total conocimiento de que los resguardos indígenas y los territorios colectivos de comunidades negras no tienen como fin principal la ejecución de megaproyectos de supuesta utilidad nacional e internacional, sino el sustento de la vida y el bienestar de estas comunidades y pueblos, desde sus propias miradas y en el marco de sus realidades y de su historia social, cultural y ambiental…?

¿Es tan difícil aceptar que ningún desarrollo es humano si no incluye a la gente, que ningún desarrollo es sostenible si no preserva la naturaleza; que humano y sostenible no son simples adjetivos comodines para adornar palabreríos detrás de los cuales se oculta la codicia del gran capital, que conduce sin remedio a ecocidios y etnocidios irreparables…?

lunes, 22 de abril de 2024

 Biblioteca de autores chocoanos, 
una urgencia patrimonial


Transcurre por estos días, y hasta el 2 de mayo, la versión 36ª de la Feria Internacional del Libro de Bogotá, FILBO; con Brasil como país invitado y con la presencia de una de las escritoras en lengua española mundialmente más reconocidas en la actualidad: Irene Vallejo, autora de El infinito en un junco, un prodigioso ensayo en camino de ser tan traducido a otras lenguas y reeditado tantas veces como Cien años de soledad. “En esta obra exquisita sobre los orígenes del libro, Irene Vallejo recorre la historia del asombroso artefacto que nació hace cinco milenios, cuando los egipcios descubrieron el potencial de un junco al que llamaron «papiro». Con gran sensibilidad y soltura narrativa, la autora se remonta a los campos de batalla de Alejandro, los palacios de Cleopatra, las primeras librerías y los talleres de copia manuscrita, pero también visita las hogueras donde ardieron códices prohibidos, la biblioteca de Sarajevo y el laberinto subterráneo de Oxford en el año 2000. Los tiempos se funden en la aventura colectiva de quienes solo han concebido la vida en compañía de la palabra escrita. Y este ensayo acaba prolongando el diálogo infinito del que tan magistralmente nos habla”[1].

Y entonces pienso, como cada año en los tiempos de la FILBO y esta vez a propósito de El infinito en un junco y de la visita de Irene Vallejo a Quibdó; que tiene que llegar un día en el que sean rescatadas del olvido y salvadas de su inminente desaparición una buena cantidad de obras literarias de autores chocoanos que, escritas a mano o en máquinas de escribir, en originales corregidos con lápices rojos o lapiceros azules, se vertieron directamente a las galeras o al offset de las imprentas, de modo que sus manuscritos desaparecieron y aquellos textos quedaron para la posteridad única y exclusivamente en esas ediciones literalmente únicas, pues son libros que nunca fueron reeditados y de los cuales no existen versiones digitales. Aquellos libros impresos por esa única vez fueron desapareciendo de los anaqueles de las oficinas institucionales de Quibdó y el resto del Chocó, de las caóticas y descuidadas bibliotecas de los colegios, de las pequeñas colecciones particulares de maestros y profesionales; hasta llegar al punto en el que nos encontramos hoy, cuando de la mayoría de esos libros quedan tan pocos ejemplares que uno celebra cuando halla uno y lo preserva mediante el recurso espurio de una fotocopia. Es posible, incluso, que de algunos títulos publicados no queden ejemplares o, por lo menos, no sepamos dónde podría encontrarse alguno. Las inclemencias del tiempo, del clima, del entorno, de la falta de curaduría, han puesto también su cuota de devastación en esta especie de desastre cultural, literario, bibliográfico y patrimonial del Chocó, ignorado sistemáticamente por las instituciones y autoridades locales, regionales y nacionales; y por las entidades culturales y de cooperación internacional, que han excluido de sus intereses y presupuestos a la literatura chocoana, pues privilegian otras manifestaciones artísticas en las que prácticamente han encasillado la cultura regional.

Nada nos ganamos con vanagloriarnos, por ejemplo, del insigne Poeta de la Chocoanidad, maestro excelso, salvador de patrimonios orales e historiador espontáneo de su época, el prolífico escritor Miguel A. Caicedo, si ni siquiera podemos acceder a los más de 30 libros que -con pequeños y oportunos patrocinios de algunas entidades públicas como la Gobernación, la Lotería y la Fábrica de Licores del Chocó, y desde 1972 la Universidad Tecnológica del Chocó- publicó durante la segunda mitad del siglo XX, en impresiones rústicas, de acabado deficiente y carentes del cuidado editorial necesario en cuanto a normas de registro, depósitos de ley y custodia de manuscritos originales… Nada nos ganamos enorgulleciéndonos de ser paisanos de Rogerio Velásquez, de Carlos Arturo Caicedo Licona, de Carlos Arturo Truque, de Teresa Martínez de Varela o de Arnoldo Palacios, si el acceso a sus libros no es expedito para la comunidad chocoana, especialmente para “las nuevas generaciones”, a las que solemos sacar a colación cada vez que se trata de la necesidad de preservar las tradiciones de la chocoanidad.

Organizar, diseñar y proyectar una colección o biblioteca de autores chocoanos, que salve y recupere en unos casos, que potencie y popularice en otros, la obra de un conjunto de autores significativos del Chocó es una tarea histórica a favor del patrimonio y la identidad cultural de una sociedad que, como la chocoana, habla de sus talentos literarios o referentes culturales en abstracto, sin un contacto directo con sus voces, sus palabras, sus relatos, sus pensamientos y sus miradas; pues no tiene pleno acceso a sus obras.

No es tan difícil hacerlo y cuesta menos de lo que se piensa, si en ello se trabaja con profesionalismo y seriedad. Con toda seguridad, los autores vivos, como César E. Rivas Lara, Isnel Mosquera, Néstor Emilio Mosquera Perea, Sergio Antonio Mosquera Mosquera, Manuel Lozano Peña, Gonzalo de la Torre, Amalialú Posso Figueroa y Emilia Caicedo Osorio, entre otros; y los herederos de los ya fallecidos, como Miguel A. Caicedo, Carlos Arturo Caicedo Licona, Rogerio Velásquez, Reinaldo Valencia Lozano, Ramón Mosquera Rivas, Hugo Salazar Valdés, Teresa Martínez de Varela, Arnoldo Palacios, Carlos Arturo Truque y Ramón Lozano Garcés, estarán encantados de brindar su aporte a esta iniciativa que, guardadas las proporciones, sería como disponer de un junco para salvaguardar una buena parte del infinito literario del Chocó.


[1]   Librería Nacional. El infinito en un junco. Recomendado del librero. https://www.librerianacional.com/producto/el-infinito-en-un-junco-

 

lunes, 15 de abril de 2024

 Mártiro Robagallinas

Quibdó, 1957. FOTO: Nereo López. Archivo Biblioteca Nacional de Colombia
Con sol o sin sol, con lluvia o sin ella, la cabeza de Mártiro Robagallinas estaba siempre cubierta por aquel desgastado sombrero de paja basta, cuyo frontis parecía la nariz de un bote platanero, pero afilada a mano, como se afilaban los pliegues de las puntas de los barcos de papel que uno hacía con las hojas de los cuadernos de la escuela.

Aunque tenía dos o tres rotos, uno de ellos suficientemente grande como para que se le viera la blancura grisácea de las primeras virutas que habían empezado a encanecer, el sombrero de Mártiro aún no deslucía en su cabeza e impidió siempre, hasta el punto de que el asunto se convirtió en un misterio indescifrable, que supiéramos cuánto pelo tenía y si su frente se prolongaba hacia arriba en una calva o la calva estaba en la coronilla a la manera de una tonsura.

El resto de su cara sí lo podíamos ver todo. Su mandíbula saliente y sus carrillos enjutos, sus dientes disparejos y su risa socarrona, sus orejas medianas y su nariz afilada, como la proa del sombrero, apuntando al horizonte próximo, más allá de sus pequeños ojos bailarines, que solamente se explayaban cuando la contraoferta del potencial comprador de la gallina de turno se le antojaba a Mártiro un despropósito peor que el hecho de que todo el mundo creyera que -porque una vez había sido así- era siempre así, y todas las gallinas de caldo o los pollos de sancocho y los gallos de fiesta, Mártiro se los había alzado subrepticiamente de los corrales improvisados de los patios de las casas en las noches oscuras, valiéndose de sus manos y de su sombrero.

Aquella fama había hecho carrera fácilmente, porque Mártiro tenía dos atributos indiscutibles por lo notorios y por lo visibles que eran. Sus manos, evidentemente fruto del trabajo del hombre, eran tan grandes como las de los muñecos de las carrozas de las fiestas de San Pacho. De hecho, una vez, que incluso iba a llover y él nos advirtió que nos teníamos que apurar porque no quería que lo cogiera el agua antes de llegar al mercado, nos permitió que midiéramos las manos de todos los niños presentes con las suyas propias, mirando cuántas de nuestras manos de niños que pronto entraríamos a la escuela cabían en sus manos, en las que cabía entera una gallina. Las manos cerradas de cinco niños cupieron en la mano derecha abierta de Mártiro. Las manos empuñadas de siete niñas cupieron en su mano izquierda también totalmente abierta. Mártiro nos explicó que las manos de las niñas eran más pequeñas que las de los niños; y salió y se fue, a paso de ventarrón, como caminaba siempre, que uno lo veía pasar por el frente de la casa y mientras iba a la cocina y le avisaba a la mamá que ahí estaba Mártiro pasando por la calle, por si ella necesitaba encargarle algo del mercado de la orilla del río -una cuarta de plátanos, un manojo de verduras y pescado fresco, por ejemplo- él ya había desaparecido sin que ni siquiera los que se quedaban en la puerta -dizque cuidando para que Mártiro no se les fuera a pasar- se dieran cuenta bien de dónde era que Mártiro iba ya. Y entonces, esas manotas que tenía y esa velocidad que se gastaba y ese sombrero que para esos menesteres -según decían- era para los únicos que se lo quitaba, acrecieron su fama de robagallinas: Mártiro Robagallinas.

Tres pantalones de dril, uno originalmente blanco y caquis los otros dos, siempre limpios y ajustados a la cintura con una correa desvencijada, anchos de piernas y con prenses en las pretinas, con dos bolsillos atrás y dos adelante; dos camisas -ambas sin bolsillos- una de dacrón de mangas cortas y las otras dos de popelina y de mangas largas, que él se arremangaba a la altura de los codos; eran la vestimenta de Mártiro, que de vez en cuando lucía una franela por debajo de la camisa.

Infaltablemente, Mártiro llevaba terciada una mochila de arpillera, que no era tan grande y tampoco era pequeña, en la que cargaba una navaja pequeña, una llave de candado amarrada a un retazo desteñido de tela de diablo fuerte, un pañuelo turbio, arrugado y apelmazado, tres monedas viejas de cinco centavos y un pedazo de imán que nunca supimos para qué lo usaba. De la pretina de su pantalón, más vieja que la correa que la sostenía, pendía una funda entre la cual siempre cargaba Mártiro un machete mediano y medio oxidado con el cual pelaba cocos y piñas, rozaba solares y covaba lombrices de carnada para su anzuelo.

Unas botas pantaneras negras de caucho, de caña media a la cual a veces le hacía un doblez, y de las que no se bajaba Mártiro ni en los meses de verano, cuando los techos y las calles hervían al mediodía, y había tanto polvo que uno no alcanzaba a ver a la gente que pasaba; completaban la indumentaria cotidiana de Mártiro Robagallinas. Una vez, un marinero de agua dulce de un pueblo del Sinú, de esos que a veces se quedaban en Quibdó hasta que regresara de Cartagena el barco en el que habían llegado, le regaló a Mártiro unas abarcas. Y otra vez, una señora a la que él le hacía las compras en el mercado sabatino de la orilla del río le regaló unas charangas Cauchosol que ya el marido no se ponía, blancas, curtidas, adornadas con una multitud de huequitos minúsculos en el empeine. Las abarcas se las puso como dos veces y dijo que esa vaina, además de que le estaba abriendo un hueco entre los dedos del pie, lo protegía tan poquito que un día casi se descorona el dedo gordo con una piedra filuda que estaba enterrada en la mitad de una calle. Las charangas se las puso una vez para ir a la iglesia en una semana santa, con unas medias blancas de rayitas, de esas que los muchachos usaban con el uniforme escolar; y después de la procesión dijo que esa vaina daba pecueca y que mejor seguía con sus botas de siempre, que ya ni se acordaba hace cuántos años que las había comprado fiadas en el almacén de Pedro Porras.

Nadie supo cuándo ni cómo, mucho menos para dónde ni por qué, pero un día Mártiro Robagallinas se fue. Como si hubiera decidido pasar de largo -con su velocidad sui géneris y sin saludar siquiera- y hubiera dirigido la proa de su sombrero hacia rumbos distantes de estas calles donde lo conocimos, Mártiro Robagallinas se esfumó de nuestras vidas, poco tiempo después del gran incendio de 1966, cuando la cuchara de la draga empezaba a vomitar cascajo para convertir en calles, en patios y en solares los pantanos de Quibdó que sus botas durante tantos años habían transitado.

Era sábado aquella mañana, cuando la señora que le había regalado las charangas blancas le preguntó a su marido, como si estuviera preguntándole a todo el vecindario, que si alguien sabía qué sería de la vida de Mártiro Robagallinas. Instintivamente, el vecindario entero se asomó a la calle, por donde a esa hora solamente pasaban -charlando como dos muchachos que fueran para la escuela- Papá Juan, con una nevera a la espalda y en el cuello una toalla pequeña, y Pachanga con un escaparate terciado sobre un hombro y en el otro un trapo rojo de dulceabrigo.

lunes, 8 de abril de 2024

 Cinismo

FOTO: Julio César U. H./El Guarengue
I

Sórdidos y crueles, desalmados e inhumanos, llevan décadas enseñoreados en el Chocó rural y urbano. No ha habido pueblo, por minúsculo e invisible que sea en los mapas oficiales, donde no hayan devastado cada momento, escenario o fragmento de la vida de la gente, inerme y aterrorizada por su sordidez infinita y su crueldad inagotable. No ha habido vida, por pequeña que sea, a la que no hayan mancillado con su procacidad y su impudicia, con su obscenidad y su desvergüenza.

No ha habido río ni quebrada a los que no le hayan desdibujado y opacado su diafanidad y transparencia, a los que no les hayan deshonrado la corriente con la huella de muerte de sus botas y sus manos manchadas de sangre. No ha habido playas ni mares a las que no les hayan interrumpido acremente su silencio y su eternidad de arena y sal… No ha habido monte ni manglar al que no le hayan profanado la biodiversidad de su paz.

Prevalidos de su poder, tenebroso y desmedido, han pisoteado y pervertido a su antojo cuanta cosa se les ha ocurrido, incluida la noción de territorio, que convirtieron en palabra vana, huera, insustancial.

II

El 1° de abril fue un muchacho de 20 años, que junto a un grupo de amigos y vecinos iba de la comunidad de San Agustín hacia la de Buenas Brisas, a jugar fútbol. El 6 de abril fue un adulto de 39 años, en la comunidad de Cañaveral. Las tres comunidades en el municipio de Sipí (Chocó), en el suroriente del departamento, en límites con el Valle del Cauca. El primero, Yan Carlos Asprilla Mosquera, perdió una pierna. Juan Jaime Lemus Mena se llama el segundo y sufrió graves heridas en ambas piernas, en una mano y en un brazo. En ambos casos, la Mina Antipersona o Antipersonal (MAP) que atentó contra sus vidas, aunque no los mató, sembró esquirlas de espanto en su alma, que quizás nunca se puedan remover. 

III

El 4 de abril se conmemoró el “Día internacional de sensibilización contra las minas antipersonal”. Algunos datos relevantes a propósito de esta conmemoración son los siguientes.

A nivel nacional, según la Oficina del Alto Comisionado para la Paz y su programa AICMA (Acción integral contra minas antipersonal), a 29 de febrero de 2024, “se han registrado 12.429 víctimas por minas antipersonal y munición sin explosionar, siendo 2006 el año más crítico, pues se presentaron 1224 víctimas, el mayor número en toda la historia de Colombia”. En uno de cada cinco casos las víctimas han fallecido.[1]Esta oficina y dicho programa son encargados del desarrollo de tres estrategias, que organizaciones como ACADESAN, en el Chocó, han venido reclamando con urgencia para sus territorios colectivos: Desminado Humanitario (DH), Educación en el Riesgo de Minas (ERM) y Asistencia Integral a las Víctimas (AIV).​

Según Naciones Unidas, a nivel mundial, “crear una Mina Antipersona puede costar 1 dólar, mientras que el coste de eliminarla del terreno puede llegar a cifras superiores a los 1000 dólares. Más de 143.000 personas han muerto o han resultado heridas a causa de la explosión de minas antipersona u otro tipo de artefactos terrestres entre 1999 y 2020. Se han destruido más de 55 millones de minas antipersona almacenadas entre 1999 y 2022”[2]

IV

Cuando les conviene, citan y hasta invocan el Derecho Internacional Humanitario (DIH), el derecho de gentes (“como si fueran gente”, decía hace muchos años la inolvidable Zulma Cornelia). Como si todo el mundo no supiera que -hijos espurios de la desmesura de la guerra- su único anhelo es ejercer poderes de dueños y señores de cuantas tierras asaltan; y para hacerlo no paran mientes en la vida de la gente. Y por ello poco les importa sembrar de muerte los campos, los montes, las pequeñas trochas y hasta los caminos culebreros de la región.

Cinismo se llama eso. Y el diccionario lo define así, en las dos acepciones en las que ellos lo practican: “Desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables. / Impudencia, obscenidad descarada”[3].

V

“Chocó: miserable paraíso”, titula la revista Cambio una publicación del jueves 4 de abril, donde presenta el testimonio de “María, una intrépida viajera bogotana de más de 50 años, [que] no dudó en aceptar la invitación de Diego Rosselli para explorar las subregiones del Baudó y del San Juan, en Chocó, durante los días de Semana Santa”. (Ver: “Chocó: miserable paraíso”. Revista Cambio. País, 4 de abril 2024. https://cambiocolombia.com/pais/choco-miserable-paraiso).  

La publicación es firmada por Olga Sanmartín, quien, retoma las palabras de “la intrépida viajera bogotana” o la “bogotana aventurera” -como también llama a su fuente única- para ir desgranando conclusiones tan tajantes como melodramáticas sobre el Chocó, Quibdó, el río San Juan, Sipí, Pie de Pató, Puerto Meluk, Pilizá y Pizarro. Conclusiones que se diluyen en el melodrama folletinesco de los adjetivos y epítetos, a falta de fundamentos adicionales a la voz evidentemente adolorida de María, que pareciera (quién como ella) haber encontrado en la periodista y en la revista una especie de muro de lamentaciones, de hombro en el cual llorar sus desdichas acerca de unas vacaciones que se imaginaba diferentes, o de tribuna en la cual compartir algunas páginas de su diario de citadina sorprendida por la realidad.

¿Solamente porque María, quien “aún lleva consigo el peso de esta experiencia brutal”, les contó sus cuitas, vinieron a saber en la revista Cambio que en el territorio del San Juan (departamento del Chocó) pasan cosas así? ¿Ni siquiera su inmenso interés por la narración de su fuente única llevó a esa revista a preguntarse qué pasa allá realmente, por qué pasa, hace cuánto pasa, qué tienen para decir al respecto quienes han habitado históricamente dichos territorios, sus autoridades étnicas y sus organizaciones propias, como el Consejo Comunitario General del San Juan, ACADESAN, y el Foro Interétnico Solidaridad Chocó (FISCH)? ¿Ni siquiera se les ocurrió que la Defensoría del Pueblo o las organizaciones defensoras de derechos humanos y de cooperación internacional que, cotidianamente acompañan y apoyan a estas comunidades en la búsqueda de salidas a una de las crisis humanitarias más profundas y prolongadas de la región y el país, que supera los límites de una mala experiencia turística, tendrían mucho para decir…? 

La vacuidad de la gran prensa colombiana, que se embolsilla millones por publicidad y suscripciones, pero no es capaz de invertir unos cuantos pesos en pagar editores que controlen la solidez y calidad narrativa de sus publicaciones, su real trascendencia y su validez como testimonios sobre realidades tan dolorosas como la que casi caricaturescamente pintan en esta publicación de la intrépida María y su diligente vocera Olga.

VI

“Continúa la crisis humanitaria en Medio San Juan, Istmina, Nóvita, Sipí, Litoral del San Juan y Buenaventura, en territorio de ACADESAN... Estamos perdiendo la vida y la cultura del pueblo negro del San Juan”, expresó el Consejo Comunitario General, ACADESAN, en un comunicado del 10 de febrero de 2024, en el que -por enésima vez- denunciaba y exponía públicamente el agravamiento de la crisis humanitaria de la región por enfrentamientos entre grupos armados en sus comunidades, desplazamiento forzado de numerosas familias, confinamiento de las comunidades y otras violaciones a los derechos humanos y al derecho internacional humanitario.

“Solicitamos de manera urgente el desminado humanitario para estas comunidades, al igual que reiteramos la necesidad de un cese al fuego multilateral que involucre a la totalidad de actores armados presentes en el territorio. Sin cese multilateral al fuego, las comunidades seguiremos sufriendo los horrores de la guerra y las humillaciones que vienen con el desplazamiento forzado y el confinamiento"; declaró el Consejo Comunitario General del San Juan, ACADESAN, en su comunicado público del 5 de abril de 2024, a raíz de la explosión de una mina antipersona en una comunidad del municipio de Sipí.

El Defensor del Pueblo - Regional Chocó, Luis Enrique Murillo Robledo, expresó que la siembra de minas antipersona en el municipio de Sipí equivale a un secuestro colectivo de todas las comunidades del territorio.

José Hésmer Mosquera, líder histórico y uno de los fundadores de ACADESAN, escribió el 10 de febrero de 2024, en un comentario a la publicación en Facebook del comunicado de su organización sobre el agravamiento de la crisis humanitaria en el San Juan: “Yo sigo creyendo y diciendo que detrás de esta guerra están las multinacionales con los macroproyectos mal llamados de desarrollo que tienen planeados para ejecutar en la Costa Pacífica. Para mí que fuerzas políticas internacionales están patrocinando estos actos para que nosotros les dejemos libre el territorio para tales fines. Amanecerá y veremos”.[4]


[1] Oficina del Alto Comisionado para la Paz. AICMA. Estadísticas de Asistencia Integral a las Víctimas de MAP y MUSE. Fecha de corte: 29 de febrero de 2024

https://www.accioncontraminas.gov.co/Estadisticas/Paginas/Estadisticas-de-Victimas.aspx

[2] ONU. Día Internacional de información sobre el peligro de las minas y de asistencia para las actividades relativas a las minas, 4 de abril. https://www.un.org/es/observances/mine-awareness-day

lunes, 1 de abril de 2024

 De la estirpe de Senén Mosquera

Jhon Arias, Jhon Córdoba y Yaser Asprilla, con cuyos goles le ganó Colombia a Rumania el pasado 26 de marzo, son parte actual de la estirpe chocoana cuyo símbolo es Senén Mosquera. FOTOS: X (cuentas de los jugadores). Archivo El Guarengue: foto de Senén Mosquera con Delio "Maravilla" Gamboa". 

“En fin, que ganó Colombia, pero también ganó el Chocó, que sigue reivindicando su fútbol y a sus jugadores, esos mismos que salen al profesionalismo a pesar de las carencias y las dificultades. Que salen y triunfan a pesar de la falta de escenarios o de apoyos sólidos y decididos de parte de los políticos miopes y los dirigentes mediocres”. Wagner Mosquera. El Chocó golea Rumania 3-2. Facebook, 26 de marzo de 2024.

Aún faltaban más de 20 años para que se estableciera en Colombia la celebración regular del campeonato profesional de fútbol, cuando se inauguró en Quibdó, en agosto de 1926, la primera cancha para la práctica de este deporte. “El campo no tiene que envidiar nada a sus similares de otras poblaciones. Queda situado en la esquina que forman la Avenida Istmina y la calle séptima. Está cercado de concreto de más o menos 2 pies de altura. Su pavimento es perfecto y apropiado. Está adornado con columnas. Tiene una superficie de 3.600 metros"[1]

Así describe el diario ABC, en su edición del martes 10 de agosto de 1926, aquel primer campo de fútbol de Quibdó, que fue bautizado con el nombre de Rita María Valencia, en homenaje a quien fuera la Reina de los Estudiantes y promoviera la construcción del campo, interponiendo sus buenos oficios ante sus hermanos, Reinaldo Valencia Lozano, fundador y director del ABC -para que apoyara públicamente la idea- y Jorge Valencia Lozano, Intendente Nacional del Chocó, para que construyera el escenario. “…Dicha cancha, de arena muy fina, tenía graderías de madera y estaba donde hoy se encuentran ubicadas las denominadas casas territoriales, en la Carrera 7ª entre Yescagrande y Pandeyuca”, anota el memorioso escritor, artista y folclorista quibdoseño Américo Murillo Londoño[2].

Popular desde el principio

Como lo explica Luis Fernando González en su clásico trabajo sobre la historia del desarrollo urbano de Quibdó hasta 1950, además de su aporte a la nueva concepción urbana de la ciudad, que incluye la definición y construcción de espacios públicos para el encuentro y la recreación; la cancha de fútbol de Quibdó inaugurada en 1926 propicia una nueva actividad recreativa, festiva y dominical, que se añade a los baños en la quebrada La Yesca y a las retretas en el Parque de la Independencia, posteriormente Parque del Centenario.

Las partidas de fútbol, como se decía entonces, son toda una novedad para la juventud quibdoseña de la época y concitan a la muchachada sin distingos de ninguna clase; aunque los primeros, principales y entusiastas futbolistas serán los estudiantes. Así las cosas, el fútbol en Quibdó nace desde el principio como un deporte popular, a diferencia del resto del país, donde comenzó como un deporte exclusivo de la membresía de los clubes sociales de las élites. González Escobar lo explica así:

“Además de los acostumbrados baños en la quebrada La Yesca, la actividad física había estado muy limitada. Con la construcción de la cancha de fútbol en el año 1926, cambió por completo la actividad de los hombres, especialmente de los estudiantes. Un deporte que en el interior del país entró a través de los clubes sociales, en Quibdó fue una actividad popular desde el inicio”[3].

Partidas inolvidables: El Carrasquilla vs El Team

El fútbol, pues, era tan nuevo en Colombia, que apenas empezaba a extenderse en el país, principalmente en Bogotá y Barranquilla, aunque también en Cali y Medellín, Manizales y Pereira. De hecho, para entonces, como puede leerse en el archivo del periódico ABC, de Quibdó, todavía era frecuente escribir en inglés el nombre de este deporte: football.

De manera que la inauguración temprana de la primera cancha de fútbol en Quibdó es otro hito o indicio que marca la conexión que en aquella época mantenía a la ciudad a tono con las innovaciones de la modernidad, gracias al transporte regular de mercancía, novedades y pasajeros desde y hacia Cartagena, el Sinú, Barranquilla y los grandes sabanales de los actuales Córdoba y Sucre, a través del río Atrato. De aquella primera época quedan registros del ABC sobre la actividad futbolística en la primera cancha de Quibdó.

En julio de 1928, en el marco de la fiesta de la independencia nacional, el equipo del Colegio Carrasquilla y el Team 20 de Julio disputan la denominada Copa de Plata[4]. En octubre del mismo año, con motivo de las Fiestas Patronales de San Francisco de Asís, la Copa Carrasquilla es disputada por los mismos equipos[5]. En ambos torneos, el equipo carrasquillero es derrotado por el Team.

Partidas inolvidables: Kin-K-Yu F.B.C. vs Quibdó F.B.C.

Nuevamente, como parte de las festividades conmemorativas del 20 de julio de 1934, que ese año cayó un viernes, se programó para el domingo 22 de julio lo que el periódico ABC anunció -en su edición 2.856, del 19 de julio de 1934- como una “Gran partida de football”, que se jugaría “en la cancha de deportes de la ciudad, ubicada en la Calle 7ª”.

Los rivales eran el “Kin-K-Yu F.B.C.” y el “Quibdó F.B.C.”, cuyos presidentes cruzaron comunicaciones formales para pactar el juego entre los dos equipos que, junto a Águilas y Buitres, integrados ambos por estudiantes del Colegio Carrasquilla, eran en ese momento los más populares de la ciudad.

En su calidad de presidente del Kin-K-Yu Football Club, Rubén Castro Torrijos, el mismo que compuso clásicos del cancionero chocoano tradicional, como El rey del río (Alfonso Andrade), María La O y Juana Blandón; retó formalmente al club oponente, mediante la siguiente comunicación dirigida a su homólogo del Quibdó Football Club:

Por la presente me es honroso extender a usted el desafío formal para un encuentro de balón-pie con motivo de la fiesta clásica que se avecina. Si usted acepta la invitación, de común acuerdo fijaremos la hora y demás detalles de la partida. Pronto enviaré a usted la lista de los jugadores que capitaneo”.[6]

La nota de Castro Torrijos, fechada el 17 de julio, es respondida al otro día, miércoles 18 de julio, por el presidente del club desafiado, en los siguientes términos:

“La ciudad, julio 18 de 1934

 

Señor Presidente del Kin-K-Yu F.B.C.

Presente.

 

En contestación a la suya de ayer 17 me es grato manifestar a usted que en nombre del Quibdó F.B.C. acepto el desafío que le hace a dicho equipo, siempre y cuando el campo deportivo esté en condiciones para hacer una partida digna de las festividades que se celebrarán. De acuerdo con el capitán, señor Antonio Cuesta M., designarán la persona que haya de actuar como árbitro en la partida.

 

Pedro Serna V.

Presidente del Quibdó F.B.C.”[7]

No sabemos con qué marcador finalizó la que ABC denominó “una interesantísima partida de balón-pie”. Sabemos sí que también era músico el presidente del Quibdó Football Club, el famoso integrante y después director de la Banda Intendencial y de la Banda Franciscana de Quibdó, Don Pedro Serna.

Partidas inolvidables: Águilas vs Buitres

La primera vez que la naciente clase obrera del Chocó celebró el 1° de mayo, que en ese momento se denominaba el Día del Obrero, fue entre el 29 de abril y el 1° de mayo de 1935. La Sociedad Obrera del Chocó, que sería reconocida jurídicamente un poco más de tres meses después, fue la organizadora y promotora de tan histórica celebración, todo un acontecimiento en Quibdó.

El lunes 29 de abril de 1935, el periódico ABC informa con entusiasmo evidente: “Mañana será la fiesta de los obreros. En esta ciudad habrá grandes festejos. Con inusitado entusiasmo se ha comenzado a celebrar desde hoy el Día del Obrero, de conformidad con el siguiente programa…”. Y el programa incluye, cómo no, una “formidable partida de football, galantemente obsequiada por los equipos ‘Águilas’ y ‘Buitres’, integrados por estudiantes del Colegio Carrasquilla”. La partida se jugó a las 10 de la mañana, después de una misa campal contratada por la Intendencia, a la cual asistieron “las autoridades, cuerpos colegiados y representantes del obrerismo”.

Escuela Normal Superior de Quibdó, 1943. Como se puede observar, la construcción de la famosa cancha de la Normal apenas está comenzando. FOTO: Archivo fotográfico y fílmico del Chocó.
El campo de la Normal

Entre 1941 y 1942, fueron inauguradas las instalaciones de la Escuela Normal Superior de Quibdó en las afueras de la ciudad, en terrenos aledaños al río Cabí. Aunque al principio no estuvo del todo lista y mucho menos adecuada, se construyó allí una cancha de dimensiones más amplias y reglamentarias que la inaugurada en 1926, que hasta entonces había sido el escenario único y emblemático del fútbol en Quibdó.

Desde la década de 1950, el campo de fútbol de la Normal se convirtió en punto de referencia y escenario de cita dominguera de los quibdoseños. Los espectadores de aquellos inolvidables partidos y campeonatos locales y regionales fueron testigos, domingo a domingo, de la creciente calidad del fútbol chocoano. Y también, por supuesto, del crecimiento de Quibdó alrededor de este nuevo hito urbano. Las lomas del barrio Nicolás Medrano y los montes de La Playita, a orillas del río Cabí, se fueron literalmente tragando la amplitud original de la Normal.

De la estirpe

Un nuevo Quibdó había surgido, en el cual la Normal ya no quedaba lejos. En este Quibdó, tener futbolistas chocoanos en los campeonatos del ámbito nacional había dejado de ser, paulatinamente, una ilusión, para volverse una realidad permanente. Senén Mosquera, un chocoano nacido en Buenaventura, se convertiría en un arquero épico, memorable e histórico del histórico Millonarios. Y, en gran medida, en una especie de símbolo o mito fundacional del profesionalismo del futbolista chocoano... Jhon Arias, Jhon Córdoba y Yaser Asprilla, con cuyos goles le ganó Colombia a Rumania el pasado 26 de marzo, son parte actual de la estirpe chocoana que simboliza Senén Mosquera.

De esa estirpe forman parte Silvio y Víctor Dueñas, Carlos Cuesta, Deiver Machado, Carlos Sánchez, Jackson Martínez, Francisco Maturana, Alexis García, Tressor Moreno, Wason Rentería, Carmelo Valencia,  Borracho, Motorró, Arrancamonte, Ramón Cuncún, Chucha, Tuco, Perucho, Pichirilo, Cerveleón, Patricio, Nando Garcés y Lucho Cuesta, Francis Mena, Chucho Perea, Acisclo, Güevayo, Pandereta, Camilito y Camilo Blanco, Tuta, Lágrima, Jorge Murillo, Lorenzo Mosquera, Tunununo, Nene Rojas, Coco Arce, Viejo Vence, Chirola, Emiro González, Euclides Pacheco, Chin, Gustavo Mesa, Fulton López, Harold Mena, Nicolás Moreno, el Chivo, Feliciano, Hilton Murillo, Solís, Cupica, Calidad, Héctor Perea, Albertico, Zipotarro, Papora, Froilán, Eulalio, Cacha y Memo Arbeláez; entre muchísimos otros que abrieron e iluminaron el camino a la gloria que hoy avizoran sus paisanos cuando juegan por la Copa Amistades del San Juan, en Andagoya; o por la Copa Faraón, de Cértegui. 

Al campo de fútbol y posteriormente Estadio de la Normal, le siguió la cancha del Chipi-chipi, arrinconada en una zona céntrica de Quibdó, cuyo auge comenzó hace un poco más de treinta años y en la cual se ha vuelto cada vez más frecuente situar el nacimiento de cuanta figura futbolística emerge del Chocó. Un estadio fallido en las goteras de la población de Yuto se erige como el símbolo de la desidia estatal en relación con el fútbol regional y con el deporte chocoano en general. 

A la gloria se sigue llegando por un camino bastante azaroso, que los futbolistas de la región recorren principalmente por su propia cuenta y la de su familia. Es el eterno sino, hasta ahora inmodificable, de la talentosa estirpe de Senén Mosquera.


[1] Periódico ABC N° 1238. Quibdó, 10 de agosto de 1926. Citado en: González Escobar, Luis Fernando. Quibdó, contexto histórico, desarrollo urbano y patrimonio arquitectónico. Centro de publicaciones Universidad Nacional de Colombia Sede Medellín, febrero 2003. 362 pp. Pág. 213. Valga anotar que, aunque esté en desuso, pavimento también se refiere al suelo que se interviene para dejarlo plano, afirmado y sólido, con materiales distintos al concreto. Así que, si bien el cerramiento del campo era en concreto, la cancha no lo era.

[2] Américo Murillo Londoño (Mis memorias). “Vida y Obra de Jorge Valencia Lozano I parte”. El Manduco, marzo 2024. https://elmanduco.com.co/vida-y-obra-de-jorge-valencia-lozano-i-parte-por-americo-murillo-londono-mis-memorias/

[3] González Escobar, Luis Fernando. Quibdó, contexto histórico, desarrollo urbano y patrimonio arquitectónico. Centro de publicaciones Universidad Nacional de Colombia Sede Medellín, febrero 2003. 362 pp. Pág. 173.

[4] Periódico ABC N° 1718. Quibdó, 27 de julio de 1928. Citado en: González Escobar, Luis Fernando. Obra citada, pág. 173

[5] Periódico ABC N° 1773. Quibdó, 6 de octubre de 1928. Citado en: González Escobar, Luis Fernando. Obra citada, pág. 173

[6] ABC, Quibdó. Edición 2.856, 19 de julio de 1934.

[7] Ibidem.