Estampas chocoanas
➧Andagoya, noviembre 2019. Ruinas de las instalaciones de la empresa minera Chocó-Pacífico. FOTO: Julio César U. H. |
“El deber del
hombre de Estado es efectuar por medios pacíficos y constitucionales todo lo
que haría una revolución por medios violentos”.
Alfonso López Pumarejo. Discurso de posesión, 7 de agosto de 1934.
Alfonso López Pumarejo llegó a Quibdó, el jueves 22 de noviembre de 1934, en un hidroavión que acuatizó en el río Atrato al atardecer. Un crepúsculo inefable teñía el cielo de amarillos, anaranjados, malvas y carmesíes. López se había posesionado como presidente de Colombia tres meses y medio antes, luego de triunfar con casi un millón de votos, que para el momento era la máxima votación obtenida en el país, en unas elecciones en las que su único contendor fue un candidato simbólico del Partido Comunista, el líder indígena pijao y sindicalista Eutiquio Timoté, oriundo de Coyaima; ya que el conservatismo -ante la inminencia de su apabullante derrota- había decidido no participar en los comicios.
La visita de López Pumarejo al Chocó tenía como motivo principal la instalación oficial del tercer Congreso minero nacional, en Quibdó, al que también había sido invitado su predecesor, Enrique Olaya Herrera, quien había dado comienzo a dieciséis años de históricas transformaciones del país, que contribuirían a su modernización en todos los campos: el periodo conocido como la República Liberal (1930-1946). “La municipalidad de Quibdó se hace intérprete de los sentimientos del pueblo que representa, al hacer esta invitación, que persigue el deseo de testimoniarle en persona al egregio expresidente e ilustre estadista liberal su admiración irrestricta”, rezaba la invitación al ya expresidente Olaya Herrera, la cual firmaba, como “copartidario admirador”, el presidente del Concejo Municipal de Quibdó, Benjamín Medina[1]. Medina, junto a sus connotados compañeros del Directorio liberal municipal: Armando Meluk, Raúl Cañadas, Leonidas Asprilla, Juan María Moreno, José Beatriz Sánchez, Guillermo Henry, Guadalupe Rivas Polo, Roberto Valdés Ortiz, Ramón Antonio Peña y Conrado Coutin, formaba parte de la numerosa comitiva que esperaba al presidente desde las 4 de la tarde, la cual encabezaba el mismísimo Intendente Nacional del Chocó, Adán Arriaga Andrade; al igual que una delegación de Istmina, ciudad que el presidente visitaría dos días después, antes de su regreso a Bogotá.
La invitación del Concejo de Quibdó a López Pumarejo le planteó su visita como una oportunidad de conocimiento cercano de la región, que le daría sentido a su presencia: “La municipalidad de Quibdó formula esta invitación obedeciendo al deseo unánime del pueblo chocoano para que el señor presidente contemple de cerca los problemas regionales y lleve a la realidad, durante el cuatrienio de su administración, la completa solución de ellos, concretando la apertura de sus vías de comunicación y el fomento de la agricultura”. La emotiva moción, que el presidente del concejo municipal de Quibdó suscribió como “compatriota”, terminaba manifestándole al recién posesionado presidente: “Desea el pueblo chocoano testimoniar al señor doctor López su adhesión incontrastable, por lo cual le pide ahincadamente aceptar la invitación que se toma la libertad de hacerle en la seguridad de que obviará toda dificultad para complacerlo”[2].
Tal como lo prometía la nota del concejo, el gobierno y la sociedad quibdoseña obviaron toda dificultad no solamente para complacer al presidente Alfonso López Pumarejo en su visita a Quibdó, a quien agasajaron con todos los honores y alojaron en una habitación especialmente preparada para él en la residencia de don Félix Meluk; sino también para sacar adelante la conferencia o congreso minero. En efecto, el entonces Intendente Nacional del Chocó, Adán Arriaga Andrade, expidió el decreto Nº 226, de octubre 13 de 1934, “por el cual se nombran comisiones autónomas que organicen el recibo y permanencia en la ciudad de los miembros de la Conferencia Nacional de Mineros”[3]; decreto este que también firmó Jairo Villa Viera, quien se desempeñaba como Secretario de Minas y Colonización.
Cinco “comisiones auxiliares” fueron establecidas por aquel decreto intendencial en su artículo 1º. Para la recepción de delegados, se nombró a Federico Ferrer, Delfino Díaz Mendoza, Miguel Ángel Ferrer, Fausto Domínguez A. y el comandante Eduardo Castro. Para la comisión de alojamiento y alimentación se designó a Agustín Rey Barbosa, Manuel Felipe Barcha Velilla, Vicente Barrios Ferrer, Enrique Santacoloma, Juan Zaher, Dionisio Echeverry Ferrer, Rafael Uechek y Raúl Cañadas. La comisión de paseos fue integrada por Alejandro Munévar, Rodolfo Castro Baldrich, Juan de Dios Garcés Córdoba, Juan F. Villa V., Leonidas Asprilla y Armando Meluk. Para la organización de sesiones, la Intendencia designó a Gerardo García Gómez, Jairo Villa, Lisandro Mosquera Lozano, Matías Bustamante y Luis Felipe Díaz. Y para la comisión de fiestas sociales, la única que incluía mujeres, fueron nombrados Jorge E. Díaz, Alonso Lozano, Musa Uechek, Manuel Aluma y Ricardo Ferrer, Rosario de Rey, Hersilia de Vargas y Cruz Elena de Santacoloma, así como las “señoritas Carmen Ferrer Ibáñez y Carmen Castro C.”[4]. La totalidad de quienes integraban las comisiones estaban también aquella tarde en el puerto de aviones de la orilla del Atrato a la espera del arribo del presidente López Pumarejo.
Dibujo de Antonio Caballero en "Historia de Colombia y sus oligarquías". |
Todo era euforia en Quibdó ante la magna visita y el magno
evento minero, al que se esperaba la asistencia del Ministro de Industrias o su
representante y de los delegados nacionales del Banco de la República, la
Asociación Colombiana de Mineros, las facultades de Ingeniería, las casas de
moneda y las compañías mineras de un capital mayor de cincuenta mil pesos. El
tráfago cotidiano era más intenso en las calles y se respiraban aires de cosa
grande en comercios, oficinas y viviendas de la zona central de Quibdó.
El entusiasmo, sin embargo, no era del todo generalizado. Toribio Guerrero Velásquez, Fernando Martínez Velásquez y Marco Tulio Ferrer S., tres jóvenes estudiantes universitarios que pronto se graduarían como abogados en la Universidad de Antioquia, aunque veían con buenos ojos la visita presidencial de López Pumarejo y tenían grandes expectativas respecto a lo bueno que su gobierno podría traer para el Chocó; formaban parte de un grupo de chocoanos que, entre escépticos y opositores, no se hacían ilusiones respecto al congreso minero y tendían a considerarlo una refrendación del reparto de la riqueza de la región entre empresarios extranjeros. De hecho, los jóvenes Guerrero, Velásquez y Ferrer habían sido los asesores de cabecera de los obreros de la compañía minera Chocó-Pacífico para la constitución de su sindicato, una noticia que había sido publicada en el diario ABC una semana antes de la visita presidencial y de la inauguración oficial del sonado congreso minero[5], y que les ocasionaría no pocos problemas a los trabajadores.
Cinco meses antes, “entre el 20 de junio y el 12 de julio de 1934, veintiún estudiantes de cuarto año de Ingeniería de la entonces Escuela Nacional de Minas, de la Universidad Nacional de Colombia, adelantaron una excursión científica, como parte de sus cursos de Geología y Paleontología, dirigidos por el geólogo alemán Robert Wokittel y el colombiano Antonio Durán”[6], la cual incluyó en su recorrido territorios chocoanos como La Mansa y El Carmen de Atrato, La Troje, Quibdó, La Vuelta y Lloró, Cértegui, Tadó e Istmina, y una exploración detallada del Istmo de San Pablo, Andagoya, Condoto y sus alrededores. Un aventajado estudiante chocoano, cuya lucidez intelectual y compromiso moral con su tierra lo llevarían a jugar papeles protagónicos durante un periodo significativo de la historia regional, estaba en el grupo de excursionistas: Ramón Mosquera Rivas, quien en su informe de la excursión y en su trabajo de grado como Ingeniero de Minas anotó que gran parte de los territorios bajo posesión de la empresa minera Chocó-Pacífico habían sido adquiridos “de una manera inescrupulosa”[7], e hizo públicos aspectos relativos al papel de dicha compañía en la casi desaparición del pequeño minero chocoano, el ventajoso negocio de la venta de alumbrado a los municipios de Istmina, Tadó y Condoto, y las frecuentes irregularidades laborales de la empresa.[8]
Tres horas después de su llegada a Quibdó aquel 22 de noviembre de 1934, el presidente Alfonso López Pumarejo declaró oficialmente instalado el tercer Congreso minero nacional. Eran las nueve de la noche. Con un sonoro y prolongado aplauso, que alcanzó a oírse en las calles aledañas al recinto de la Escuela Modelo -donde transcurría el acto- la concurrencia celebró las palabras del mandatario y le agradeció su visita a la ciudad, que se prolongaría por tres días más.
El domingo 25 de noviembre de 1934, mientras el presidente Alfonso López Pumarejo partía de Quibdó de regreso a Bogotá, el vicepresidente y el subsecretario del sindicato de la empresa Chocó-Pacífico ponían punto final, en el corregimiento de La Vuelta, a una carta dirigida a sus asesores, Toribio Guerrero Velásquez, Fernando Martínez Velásquez y Marco Tulio Ferrer S., en la que relataban los atropellos de los que venía siendo víctima el sindicato, a solo dos semanas de haber sido constituido. Los ataques de la compañía minera incluían maltratos verbales a los obreros que actuaban como directivos del sindicato, irrespeto a la duración legal de las jornadas de trabajo, traslados decretados únicamente para importunar a los trabajadores, despidos arbitrarios y permanentes amenazas verbales de despido.[9]
Inmediata y enérgica fue la reacción de Toribio Guerrero Velásquez ante la denuncia de los obreros de la Chocó-Pacífico, mediante un artículo titulado “El Imperialismo y sus consecuencias fatales para el Chocó”, que publicó en el periódico ABC al otro día de la publicación de la carta de los sindicalistas. “Contemplamos en los momentos actuales, dentro del andamiaje capitalista, que la Chocó-Pacífico atropella al obrerismo que está bajo su inmediata dependencia; sólo por el hecho de haber cumplido con el alto deber de sindicalizarse, motivo éste para ser despojados de los puestos que ocupaban en la empresa”, expresó sin rodeos el joven abogado en ciernes. Y sentenció con firmeza: “Ello demuestra sin vacilación alguna que el imperialismo va tomando mayores proporciones en el territorio chocoano; que el obrero es un paria dentro de su propia tierra; que no puede reclamar dentro de las normas legales y justicieras los derechos a que está obligado; que no puede revelar con la franqueza del caso y la cordialidad debida, la expresión nítida y gallarda de sus aspiraciones; que está cohibido rotundamente para formarse en asociaciones por encontrar factores poderosísimos que lo obligan a desistir de sus bellos ideales”[10].
Para Guerrero Velásquez lo único rescatable de la situación era que al frente de los destinos de la región, en su calidad de Intendente nacional del Chocó, estuviera Adán Arriaga Andrade, y así lo expresó al final de su artículo: “Sólo con la presencia gallarda y honrosa de Adán Arriaga Andrade, exponente auténtico de la democracia, a quien vienen preocupándole los problemas que confronta hoy día el obrerismo, pésele a un reducido y minúsculo grupo de nuestro conglomerado social y a los improvisados periodistas, sólo él, vuelvo y digo, al frente de los destino de la Intendencia, sabrá remediar el grave conflicto de que es víctima el obrero, enviando una comisión a La Vuelta a que investigue cuál fue la razón por la cual la compañía despide y sigue despidiendo a varios miembros de la junta directiva del sindicato”[11].
Ese domingo, día de Santa Catalina de Alejandría, con el corazón gratamente impresionado por los sinceros homenajes que había recibido durante su estadía en Quibdó, el presidente Alfonso López Pumarejo partió con rumbo a Bogotá. El hidroavión despegó con rumbo norte, pues él quería ver desde el aire el establecimiento industrial de Sautatá, donde también -se rumoraba en Quibdó- habían empezado a suceder cosas no muy gratas en la relación entre patronos y obreros. Posteriormente, viró con rumbo occidente para tener a la vista la franja costera del Pacífico chocoano, donde muy pronto se daría comienzo al proceso de colonización dirigida que culminaría con la fundación de Ciudad Mutis, en la Bahía de San Francisco Solano. Cuando la estela de espuma blanca que su despegue había dejado en la mitad del Atrato apenas empezaba a apaciguarse, el avión ya se había perdido de vista en la distancia del cielo medio plomizo y mantenía el rumbo siguiendo el impecable serpenteo del río por las entrañas de la selva inmensa.
De modo premonitorio, la Revolución en Marcha de López Pumarejo había dado sus primeros pasos en tierra chocoana. Aún quedaba mucho camino por delante para poner fin a lo que ya tenía visos de expoliación y que quizás solamente terminaría cuando la disponibilidad de oro y platino fuera menor que la codicia insaciable de la Chocó-Pacífico. La esperanza había empezado a florecer en manos de una pléyade de jóvenes profesionales chocoanos que no descansarían en su empeño por construir para el Chocó un proyecto digno y justo de región. Adán Arriaga Andrade, Manuel Mosquera Garcés, Diego Luis Córdoba, Ramón Lozano Garcés, Ramón Mosquera Rivas, Daniel Valois Arce, Aureliano Perea Aluma, Leopoldino Machado Machado, Primo Guerrero, Aristo Velarde y Alfonso Meluk Salge fueron algunos de los capitanes, timoneles y grumetes de este barco que extravió su rumbo cuando cambió de tripulación.
[1] Periódico ABC, Quibdó, 15 de noviembre de 1934.
[2] Ibidem.
[3] Periódico ABC, Quibdó. La Intendencia designó comisiones para organizar las sesiones del Congreso Minero y atender a los delegados. 16 de octubre de 1934.
[4]
Ibidem.
[5]
Los detalles de la creación del sindicato de la Chocó-Pacífico están relatados
en una crónica de El Guarengue de enero de 2020, Confluencias, la cual puede
leerse en:
https://miguarengue.blogspot.com/2020/01/confluencias-draga-n-2-de-la-compania.html
[6] Allí mismo pueden leerse los pormenores de la excursión de la Escuela de Minas, de la cual formaba parte el entonces estudiante Ramón Mosquera Rivas.
[7] Mosquera Rivas, Ramón (2013). El Istmo de San Pablo. Medellín, Universidad Nacional de Colombia, 141 pp. Pág. 7.
[8] Sobre el trabajo de grado de Ramón Mosquera Rivas y su participación en la excursión de la Universidad Nacional al Chocó, léase en El Guarengue "Confluencias":
https://miguarengue.blogspot.com/2020/01/confluencias-draga-n-2-de-la-compania.html
[9] Tres días después del regreso de López Pumarejo a Bogotá, la carta de los sindicalistas de la Chocó-Pacífico fue publicada por el periódico ABC, de Quibdó, en su edición del miércoles 28 de noviembre de 1934.
[10] ABC, Quibdó. 29 de noviembre de 1934.
[11] Ibidem. Ver también: https://miguarengue.blogspot.com/2020/01/confluencias-draga-n-2-de-la-compania.html
Nuevamente, el periodista e historiador Julio César Uribe nos deleita con una historia verdadera soportada en articulos, ensayos y escritos de la época que, evidencian un talante totalmente diferente del hombre Chocoano.
ResponderBorrarLa corrupción, la violencia , la guerrilla, el narcotráfico , la muerte y la ignominia, han construido en los astilleros de la maldad, un barco pestilente que viaja al garete sin rumbo alguno. Excelente crónica maestro Uribe. Mil gracias. Lascario Alberto Barboza Diaz
Gracias, Lascario. Sí, para nuestro infortunio, navegamos al garete.
BorrarGracias. Magnífico
ResponderBorrarEn qué sitio de hoy se ubicaba el pierto de los hidroaviones?
Quedaba en la orilla y al frente de la UAN y la Gobernación.
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