Crecientes e inundaciones
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Tomada de Twitter: @ComunidadesAfro |
En ocasiones, los ríos crecen
silenciosamente, paulatinamente, de modo imperceptible aun para el ojo más
entrenado, sobre todo si es de noche y no hay luz ni de luna. Otras veces, las
crecientes son estrepitosas y súbitas, aparecen como de la nada y se dejan ver
y oír como rugido de fieras a plena luz del día. También de día las crecientes pueden
ser poco escandalosas y casi imperceptibles, como de noche pueden ser
fragorosas y ostensibles. En todos los casos, de día o de noche, en silencio o
bulliciosas, las crecientes son irremediables, incontrolables, además de
puntuales para llegar varias veces al año, a los mismos sitios, donde la misma
gente, con los mismos o mayores estragos en cada ocasión.
Uno no sabe si es porque ahora hay
más cosas que el agua puede arrastrar o dañar o porque ahora nos damos cuenta
de modo casi instantáneo de su ocurrencia, o si es porque, definitivamente, los
fenómenos asociados al cambio climático inciden en su intensidad y magnitud haciéndolas
más perjudiciales y funestas para quienes las sufren, o todas las anteriores; pero,
esas crecientes de ahora parecieran causar más estragos que las de antes, diga
usted hace unos 50 años, y parecieran ser más arrasadoras, más desordenadas
-por decirlo de alguna manera- y comparativamente más destructivas. Lo cierto
del caso es que a la gente las crecientes de los ríos les mojan e inundan la
vida toda, se les llevan -entre sus espumarajos y raudales- fragmentos irremplazables
de su cotidianidad, como los trastos de luminoso aluminio, la poca ropa, los
colchones y los petates, las sillas Mariapalito, los escasos enseres, los invaluables
cultivos, las gallinas y los marranos, las azoteas de horticultura casera y, cómo
no, el maíz y el arroz que almacenaban con ilusión de venta y de consumo. Más
de 40.000 personas en todo el Chocó lo han vivido durante los últimos 4 días.
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Tomada de Twitter: @ComunidadesAfro |
Ocurren en el Atrato, el Baudó y el San Juan. En
sus afluentes y tributarios las crecientes ocurren también. Y en las ciénegas
que se desbordan. Y en los charcos y humedales de la selva adentro. Así que, por
obra y gracia del sistema circulatorio conformado por estos ríos, estas
quebradas, esas ciénagas y esos humedales, que en conjunto se cuentan por
centenas y millares, en un santiamén se inunda todo el territorio chocoano, a
través de ese tejido fluvial por el cual ha circulado la vida durante siglos. Y
el agua, esa aliada y cómplice que ha hecho posible el nacimiento y la reproducción
de la vida en estos lugares, pareciera tornarse en adversario inapelable
durante el tiempo de inundación. Hasta que, en una mañana fresca, límpida,
olorosa a cielo recién lavado y a monte fresco, bajo el rocío de una llovizna
lustral, ocurre la reconciliación: gente y agua se reencuentran para seguir haciendo
nacer juntos la vida, a pesar de los pesares que la creciente reciente ha
causado. Al fin y al cabo, es aquí donde -desde hace cientos de años- estas
comunidades y pueblos vienen sembrando la semilla del futuro, cosechando el fruto
del presente y atesorando la memoria del pasado. Al fin y al cabo, es aquí
donde la vida, por precaria que sea, es posible para quienes han hecho de este
lugar del mundo su territorio; un territorio por cuya defensa vale la pena
quedarse, una vida por cuyo enaltecimiento y por cuya dignidad vale la pena
seguir luchando.
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