lunes, 16 de noviembre de 2020

Crecientes e inundaciones

Tomada de Twitter: @ComunidadesAfro

En ocasiones, los ríos crecen silenciosamente, paulatinamente, de modo imperceptible aun para el ojo más entrenado, sobre todo si es de noche y no hay luz ni de luna. Otras veces, las crecientes son estrepitosas y súbitas, aparecen como de la nada y se dejan ver y oír como rugido de fieras a plena luz del día. También de día las crecientes pueden ser poco escandalosas y casi imperceptibles, como de noche pueden ser fragorosas y ostensibles. En todos los casos, de día o de noche, en silencio o bulliciosas, las crecientes son irremediables, incontrolables, además de puntuales para llegar varias veces al año, a los mismos sitios, donde la misma gente, con los mismos o mayores estragos en cada ocasión.

Uno no sabe si es porque ahora hay más cosas que el agua puede arrastrar o dañar o porque ahora nos damos cuenta de modo casi instantáneo de su ocurrencia, o si es porque, definitivamente, los fenómenos asociados al cambio climático inciden en su intensidad y magnitud haciéndolas más perjudiciales y funestas para quienes las sufren, o todas las anteriores; pero, esas crecientes de ahora parecieran causar más estragos que las de antes, diga usted hace unos 50 años, y parecieran ser más arrasadoras, más desordenadas -por decirlo de alguna manera- y comparativamente más destructivas. Lo cierto del caso es que a la gente las crecientes de los ríos les mojan e inundan la vida toda, se les llevan -entre sus espumarajos y raudales- fragmentos irremplazables de su cotidianidad, como los trastos de luminoso aluminio, la poca ropa, los colchones y los petates, las sillas Mariapalito, los escasos enseres, los invaluables cultivos, las gallinas y los marranos, las azoteas de horticultura casera y, cómo no, el maíz y el arroz que almacenaban con ilusión de venta y de consumo. Más de 40.000 personas en todo el Chocó lo han vivido durante los últimos 4 días.

Tomada de Twitter: @ComunidadesAfro

Ocurren en el Atrato, el Baudó y el San Juan. En sus afluentes y tributarios las crecientes ocurren también. Y en las ciénegas que se desbordan. Y en los charcos y humedales de la selva adentro. Así que, por obra y gracia del sistema circulatorio conformado por estos ríos, estas quebradas, esas ciénagas y esos humedales, que en conjunto se cuentan por centenas y millares, en un santiamén se inunda todo el territorio chocoano, a través de ese tejido fluvial por el cual ha circulado la vida durante siglos. Y el agua, esa aliada y cómplice que ha hecho posible el nacimiento y la reproducción de la vida en estos lugares, pareciera tornarse en adversario inapelable durante el tiempo de inundación. Hasta que, en una mañana fresca, límpida, olorosa a cielo recién lavado y a monte fresco, bajo el rocío de una llovizna lustral, ocurre la reconciliación: gente y agua se reencuentran para seguir haciendo nacer juntos la vida, a pesar de los pesares que la creciente reciente ha causado. Al fin y al cabo, es aquí donde -desde hace cientos de años- estas comunidades y pueblos vienen sembrando la semilla del futuro, cosechando el fruto del presente y atesorando la memoria del pasado. Al fin y al cabo, es aquí donde la vida, por precaria que sea, es posible para quienes han hecho de este lugar del mundo su territorio; un territorio por cuya defensa vale la pena quedarse, una vida por cuyo enaltecimiento y por cuya dignidad vale la pena seguir luchando.

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