lunes, 14 de septiembre de 2020

 El Concejo dice no a Jairo Varela
Por Néstor Emilio Mosquera Perea
Septiembre 11 de 2020
 
Malecón de Quibdó. Foto: Julio César U. H.
El Profesor Millo, como se conoce popularmente en Quibdó a Néstor Emilio Mosquera Perea, fue maestro de varias generaciones, en el Colegio Carrasquilla y en la Universidad Tecnológica del Chocó. Quienes aprovecharon su sabiduría, aprendieron de él a mirar críticamente los hechos sociales y a analizar las cosas siempre en perspectiva histórica y dentro de contextos concretos y argumentados. La pedagogía sencilla, crítica y profunda del Profesor Millo es ya proverbial en la historia de la educación del Chocó durante los último 50 años.

Desde su enfoque histórico-crítico, el Profesor Millo nos ha enriquecido con una docena de textos publicados sobre temas epistemológicos, étnicos e históricos, y con su permanente y siempre valiosa opinión sobre los diversos asuntos de nuestro devenir como región chocoana. 

Así lo hace esta vez, ante la fervorosa controversia que ha suscitado la decisión del Concejo Municipal de Quibdó de no aprobar un proyecto de acuerdo destinado a bautizar el Malecón de Quibdó, a la orilla del río Atrato, con el nombre de Jairo Varela Martínez, el famoso músico que creara el Grupo Niche. 

Sorprendentemente, en la mañana de este lunes 14 de septiembre de 2020, “apareció” el Acuerdo Municipal 022, del 4 de septiembre de 2012, sancionado el 22 de septiembre por la entonces Alcaldesa, Zulia Mena García, mediante el cual ya se había decidido bautizar el malecón con el nombre de Jairo Varela Martínez; aunque en el texto del artículo primero del Acuerdo quedó mal escrito su primer apellido. Es insólito que, 8 años después, el Concejo de Quibdó tramite un proyecto de acuerdo para decidir sobre algo que ya estaba decidido y más insólito aún que decida algo diferente, sin considerar la decisión del acuerdo anterior, del cual -si a los hechos nos atenemos- los concejales actuales ni siquiera se acordaron.

Por su valor analítico, El Guarengue reproduce este escrito del Profesor Millo, que ha sido tomado de su página de Facebook:

Profesor Millo.
Foto:
https://www.facebook.com/
nestoremilio.mosqueraperea
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Con lágrimas en los ojos, mi mujer, Luz América Delgado, me avisó de la negativa del Concejo de Quibdó de ponerle el nombre de Jairo Varela al Malecón de Quibdó. Nueve votos contra ocho. Sentí, más que dolor, vergüenza. Parecida al triunfo electoral del NO a la Paz.  Varela, fundador del Grupo Niche, sus creaciones alcanzaron fama mundial: Cali pachanguero, Atrateño, Buenaventura y caney, Gotas de lluvia, Una aventura, Sin sentimiento, etc. Hay una especial: “Mi pueblo natal”, según él, es un homenaje al Chocó.

Se inspiró en sus gentes y sus ríos. Reconoció que lo que es y cómo es, se lo debe al Chocó. En una entrevista para el periódico El Tiempo afirmó: “Yo provengo de una de las latitudes más pobres del mundo, donde se conjugan muchas cosas para uno pensar así y ser un poco taciturno. El cielo del Chocó es gris y eso lo condiciona a uno. Desde pequeño he visto mucha tristeza y hambre, tantas cosas en contra de un pueblo… Pero, al mismo tiempo, el Chocó tiene una gran herencia musical.  Eso ha hecho que lo mío tenga una marca muy original y pienso que Dios quiso que eso fuera así.

Reconoce que su tierra le dio las alas para volar por los cielos de la imaginación llevando el mensaje de la chocoanidad.  Pero, el Concejo, absurdamente, le ha negado un espacio simbólico en su Pueblo natal.  Eso obliga a una reflexión sobre el devenir de la identidad chocoana.

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IDENTIDAD DE LA ELITE
La identidad no cae del cielo, se construye. La elite “blanca” la construyó. Por eso, fue hegemónica más de la mitad del siglo XX, en una sociedad pluriétnica.  Sabía el valor del simbolismo, del arte, la historia. Todo lo bautizaba con sus figuras representativas. A un colegio le pusieron Ricardo Carrasquilla; a la principal escuela, Jorge Valencia Lozano; a un barrio, César Conto; una calle, Heliodoro Rodríguez; el aeropuerto Álvaro Rey Zúñiga, el pueblo, después, prefirió llamarlo El Caraño. Hasta importaban ilustres, ejemplo, la Alameda Reyes (Rafael) quien, en 1907, como Presidente ordenó el asesinato de Manuel Saturio Valencia, poeta rebelde contra la discriminación.  Construían, pues, Identidad chocoana sin afroindígenas.

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SEIS EXABRUPTOS AFROS
Pero, los afros despertaron, en parte por la acción política de Diego Luis Córdoba y en los sesenta se inicia una transición de poder y un proceso identitario.  En 1972, el escultor bogotano Luis Pinto colocó su busto en el Parque Centenario de Quibdó, a pocos metros del busto del insigne César Conto, inaugurado el 20 de julio de 1923. Los dos hijos de Neguá, representaban dos identidades chocoanas distintas. Lo reflejó un transeúnte con humor: “Como Córdoba era negro lo tienen llevando sol y agua y César Conto, blanco, está bien protegido”. Después, esta perspectiva reivindicó a Manuel Saturio Valencia, fusilado por el por complot de la élite. Sin embargo, fueron surgiendo, quizá por la enajenación sufrida, los siguientes exabruptos:

Primero. A la cárcel de Quibdó le colocan el nombre de la indígena Anayancy. Un exabrupto. Fue más un homenaje a Balboa, su amante, pues ella participó en el genocidio contra los indígenas del Darién chocoano. Segundo. Los negros fundan, en 1962, en Quibdó, una Normal Manuel Cañizales, nombre del esclavista “fundador” de la ciudad. Tercero, el Himno. De la imaginación de Miguel Vicente Garrido, negro, nace el Himno del Chocó, ejemplo grave de aculturación. Observamos la siguiente estrofa: “Carrasquilla y Mallarino / Holguin, Conto y Jorge Isaacs / son tus hijos más gloriosos” … Nadie escoge la cuna. Pero, puede asumir una posición frente a ella. Algunos del Himno la   negaron o soslayaron. El afamado periodista de la vieja elite, ABC, Reinaldo Valencia Lozano, por esas actitudes, se la pasó en los archivos buscando probar que Isaacs, Mallarino y Holguín eran chocoanos. Isaacs pidió que su tumba quedara en Medellín.  A pesar de los desaires, en el Himno del Chocó aparecen como “tus hijos más gloriosos”. Cuarto, Escudo del Chocó. Sin pudor, basado en el blasón concedido a Santa María la Antigua del Darién por el rey Carlos V, en 1515, se estampa en el escudo, sin importar que simboliza fidelidad y es insignia del poder español. No hay homenaje a Cemaco, Abenamachey, etc, que defendieron con sus vidas el territorio chocoano, sino al invasor. A través del escudo, seguimos como vasallos del imperio español. Quinto. En Quibdó, un barrio lleva el nombre de Álvaro Uribe, que iba a cercenar a Belén de Bajirá, y otros males; ¿No hay quibdoseño que lo merezca? ¡Qué exabrupto!  Sexto.  En septiembre de 2020, el poder afro, desde el Concejo, lapida a su hijo más representativo en la música y ese sí, glorioso: Varela. Se actuó como el alienado, que afirma lo que lo niega y niega lo que lo que lo puede afirmar. La elite que antecedió en eso no se equivocaba.

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Los Estados y sociedades protegen sus artistas y creaciones porque son el patrimonio de identidad.  Miremos dos ejemplos. En Salvador, Bahía, Brasil, los personajes de Doña Flor y sus dos maridos, de Jorge Amado, denominan los sitios más emblemáticos de la ciudad, que se volvió polo turístico. La canción “Mi Buenaventura”, del porteño Petronio Álvarez, gestó la creación, el 9 de agosto de 1996, del Festival “Petronio Álvarez” en Cali, que se ha convertido en epicentro y convergencia del Pacífico. Surgió a raíz de un homenaje a autores vallecaucanos que lo excluyó; la reacción del gobernador del Valle fue crear el Festival en su nombre.

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Los genios no nacen todos los días. Pero, cuando aparecen los destruimos. Es problema de identidad. A Varela, un ser superdisciplinado, austero, genio e hijo enamorado del Chocó, lo lapidamos, aún muerto. Cali, en cambio, honra su memoria con Museo y Plazoleta, como si fuera su hijo. Por eso se esfuma nuestra riqueza y los valores se van o se los llevan.

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La extraña conducta se plasma en que las 300 instituciones educativas que tiene el Chocó ignoran a sus mejores y destacados valores. Ninguna lleva su nombre, exceptuase a Diego Luis y Ramón Lozano, de la Generación Dorada. Sipí ignoró a su hijo Rogerio Velásquez, Lloró a Adán Arriaga Andrade, Cértegui a Arnoldo Palacios. Prefieren santos, “conquistadores”, “fundadores” extranjeros, que no construyen identidad.  Antioquia, que no es boba, logró su propia santa, la Madre Laura.

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El Concejo no es un tribunal ético. No es el recinto de Catón, sino de oscuras componendas y perfidias. Pero se da el lujo de flagelarlo.   Por eso, no entienden ni miden las consecuencias de lo hecho. No sopesan entre un presunto enriquecimiento ilícito, que negó existir la Procuraduría, en 1997, y la obra perenne de un genio. Éste trasciende infinitamente, mientras que sus detractores se hundirán en el sucio lodo de su mezquindad.

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¿Qué hacer? Primero, el reconocimiento es un estímulo para que florezcan creadores y referentes. El Chocó es pluriétnico y multicultural, de ahí deben extraerse los valores, sin exclusión. Hay grandes figuras invisibilizadas: compositor Rubén Castro Torrijos, escritores: Carlos Arturo Truque (Condoto) Oscar Collazos (Bahía Solano), Gregorio Sánchez (Istmina), escultor de Riosucio Ricietl Vurkovitsky, etc. Segundo, es un imperativo reivindicar a Varela con su nombre y busto en el Malecón.  Al César lo que es del César. Lo del Concejo es un vergonzoso raponazo. Bien dijo el pintor español Pablo Picasso: negar un elogio, un reconocimiento, es quedarnos con algo que no nos pertenece.

Plazoleta Jairo Varela, Cali. Foto Twitter: @AlcaldiadeCali

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